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Armando Palacio Valdés y Francia. Francia y Armando Palacio Valdés

Yvan Lissorgues


[Université de Toulouse-le Mirail]



La doble perspectiva abierta por el título podría dar lugar, por la abundancia de los documentos reunidos, a varios artículos (y desde luego a varias ponencias); permiten ampliar el sintético trabajo muy pertinente de Brian Dendle titulado «Armando Palacio Valdés y Francia», publicado en 19911.

¿Cuáles son la naturaleza y la procedencia de los documentos utilizados?

Varios episodios narrados en algunas novelas (La hija de Natalia, Santa Rogelia) se sitúan en un espacio parisino; los artículos para El Imparcial, redactados en la capital francesa, evocan fugazmente paisajes de las Landas o de otras provincias, y describen calles, barrios, monumentos de París que son a veces el punto de arranque de meditaciones o visiones históricas y/o líricas. Esas alusiones y descripciones testimonian que el escritor se encuentra a gusto en unos espacios franceses que le son familiares.

Las numerosas cartas, procedentes de Francia, de críticos, políticos, periodistas, lectores, proporcionan datos interesantes y dan idea de un tejido vivo y animado de relaciones oficiales o privadas. Actualmente, muchas de esas cartas están reunidas en el archivo del Centro de Interpretación y manifiesto mi agradecimiento a Francisco Trinidad y a Noelia Sánchez por haberme mandado copia de ellas con suma amabilidad.

Pude conseguir los trabajos críticos que algunos hispanistas (L. Bordes, H. Péseux-Richard, Camille Pitollet, Jean Sarrailh) han dedicado espontáneamente desde 1899 hasta 1957 en varias revistas o libros a la obra y a la persona de Palacio Valdés, así como los prefacios o prólogos (decepcionantes en su mayoría) de Jules Laborde, Louis Bertrand, Émile Faguet, a las traducciones francesas de sus novelas. De gran interés como documentos literarios y biográficos son los artículos que encontré en periódicos conservados en el Archivo municipal de Pau (L'Indépendant des Basses-Pyrénées), en la Biblioteca Universitaria de Burdeos (Le Journal des Débats) y en la Biblioteca Municipal de Toulouse (L'Express du Midi, La Garonne). Ocurre también que algunos periódicos de Gijón (El Noroeste, La Prensa) repercuten noticias de la prensa francesa. Preciosos datos, en general confesiones del mismo Palacio, proporciona el libro Palacio Valdés de Luis Antón del Olmet y José Torres Bernal publicado en 19192.

Tomando como base dichos documentos, podrían emprenderse, repito varios estudios independientes de mayor o menor interés rotulados: Palacio Valdés en Capbreton, En torno a La guerra injusta, Relaciones de Palacio Valdés con críticos y lectores franceses, Recepción en Francia de la obra de Palacio Valdés... Palacio Valdés en Capbreton y Relaciones de Palacio Valdés con críticos y lectores son ante todo una contribución a la biografía de nuestro autor. En cambio, los catorce artículos publicados en 1916 en El Imparcial y reunidos en 1917 en la publicación titulada La guerra injusta, además de constituir una aportación importante al debate abierto en España entre aliadófilos y germanófilos, deparan, condensado y preciso, el pensamiento político, social, filosófico y religioso del autor de La fe a la altura de la segunda década del siglo XX y son una muestra del arte de la comunicación de un ensayista ilustrado, convencido y seguro de sí mismo, que, en una escritura de gran flexibilidad, sabe sacar partido de sus dotes de cuentista para amenizar su discurso. En cuanto a la recepción de sus obras en el país vecino incide en el campo de una sociología cultural que no escapa al enfrentamiento ideológico.

Lo dicho viene como salvedad y disculpa de la necesidad de poner freno al desarrollo normal de un estudio completo, sintetizando, para que se ajuste a la aceptable dimensión de una ponencia.

Así las cosas, me limitaré a un breve resumen de la influencia en nuestro autor de la lengua, de la literatura y de la cultura francesas y dejaré para otro estudioso o para otra ocasión este importante y apasionante capítulo, abordado por Dendle en el trabajo antes citado, por Guadalupe Gómez Ferrer en su tesis y en algunos artículos y por Juan Luis Alborg en su exhaustivo estudio de la obra de Palacio Valdés, pero nunca del todo estudiado en sí.

En las páginas que siguen, abordaré pues los puntos siguientes:

  • Palacio Valdés en Capbreton.
  • Francia en la obra de Palacio Valdés.
  • La guerra injusta como expresión de la filosofía moral de Palacio Valdés.
  • La obra de Palacio Valdés en Francia.
  • Palacio Valdés y la derecha francesa de L'Action Française.

*  *  *

Se deduce de las confesiones de Armando Palacio, de Leopoldo Alas, de José Quevedo, y otros de los jóvenes amigos, que a sus catorce o quince años, cuando eran alumnos del Instituto, leían directamente obras en francés. No he llegado a saber cómo aprendieron la lengua de Racine y de Voltaire, pero lo cierto es que la conocían bastante para leer en el texto a Alejandro Dumas, Michelet, Chateaubriand, etc. y después en tiempos de la Universidad a numerosos autores franceses que el mismo Palacio Valdés cita en los capítulos XVIII y XXX de La novela de un novelista, a los cuales remito.

En 1877 y en 1878, a los 24 y 25 años, el joven Armando, director de la Revista Europea, es capaz de publicar la traducción del francés al castellano de la obra del profesor de la Sorbona Erasmo María Caro, El pesimismo en el siglo XIX. Un précursor de Schopenhauer (Paris, 1878) (obra que debió de influir en Álvaro Montesinos, el ateo de La fe) como un año antes había traducido a partir de la versión francesa La religión del porvenir de Eduardo Hartmann. Dicho sea de paso, está por estudiar la influencia de estas dos obras en los jóvenes intelectuales de la época, y particularmente en Palacio y Clarín.

Cómo hablaba francés, si con soltura, con o sin acento, no he conseguido saberlo. Es probable que se expresase en español con sus amigos hispanistas, los catedráticos Camille Pitollet, Jules Laborde, la señora Venturini que firmaba sus artículos con el seudónimo de Philine Burnet, la señora Tissier de Mallerais, traductora de varias de sus novelas, y tal vez otros docentes y personas del mundo de las letras si llegó a conocerlos personalmente como Péseux-Richard, Bordes, etc. Es evidente que dialogaba en francés, al parecer con natural facilidad, en París con gente del pueblo, con escritores, periodistas y políticos y en Capbreton con sus vecinos y con sus amigos de la colonia de Hossegor, Victor Margueritte, Rosny joven, Lucien Descave...

Prueba de que es buen conocedor de la lengua francesa es su nombramiento como correspondiente de la Académie Française, probablemente por los años de 1920.


ArribaAbajoEn Capbreton

De 1908 a 1934, Palacio Valdés y su mujer, Manuela Vela, pasan varios meses de verano en Capbreton, pueblecito de las Landas. Después de la muerte, en 1922 en un accidente de moto, de su único hijo, Armando, que había perdido a su mujer, Luisa, tres años antes, las dos nietas, María Luisa, nacida en 1911 y Julia Elena, en 1913, quedaron al cariñoso cuidado de don Armando y de doña Manuela. Para que dominasen la lengua francesa y se impregnasen de la cultura del país, los abuelos las hicieron ingresar en el colegio Saint Joseph de Cluny de Bayona, ciudad situada a unos veinte kilómetros de Capbreton3. Durante las vacaciones de verano, Julia y Luisa permanecen con los abuelos en Capbreton y es probable que también después cuando para familiarse con el inglés estudian en un colegio de Gibraltar y luego en un Instituto de Brighton.

Antes de 1908, veraneó la familia en Hendaya, en una casa situada no muy lejos de la estación. Allí, en agosto de 1907, recibió don Armando al catedrático Jules Laborde que por aquel entonces estaba traduciendo La fe; allí encontró también al ingeniero holandés, traductor a su idioma de El cuarto poder, P. J. Hora Adema, que le ponderó los encantos de Capbreton, donde había pasado anteriormente algunos veranos. Por lo que decidió don Armando afincarse no exactamente en Capbreton, situado a dos kilómetros del mar, sino entre aquel pueblo y el Océano, comprando en 10.000 francos un chalet que bautizó Marta y María y mejoró gastando otros 10.000. Cuentan Antón del Olmet y Pitollet (en los mismos términos) que les dijo que amaba esta casita con locura, que la civilización de Francia le gustaba, que la vida era más fácil que allende el Pirineo, en la meseta castellana. «A casa -añadió- nos lo traen todo y barato. Hay trenes, tranvías, comodidades sin fin; paseos, excursiones largas y sanas en el ambiente balsámico de los pinos. Parece aquello el paraíso en la vida»4. En octubre de 1920, Madame Venturini (Philine Burnet) da cuenta de su visita al autor de La guerra injusta: «No lejos del canal -escribe- por donde corre a bajamar un hilo de agua, al otro lado de la carretera, identifico fácilmente el chalet donde me acoge el maestro.» Le encanta la Señora de Palacio Valdés, «la compañera soñada para un artista, musa discreta y suave que vive en la sombra del gran novelista». Después de la comida, Don Armando fuma un habano impresionante y los anfitriones le enseñan el jardín hasta el canal donde la marea entrante lanza sus olas contra la estacada5.

A lo largo de los años, el chalet «Marta y María» acoge muchas visitas de hombres notables del lugar, de amigos del dueño, de España o de Francia, de admiradoras y admiradores, de periodistas: Philine Burnet en 1920; el desacomplejado y reaccionario Camille Pitollet acude varias veces desde Pau y el 18 de agosto de 1925 viene éste con José María Carretero (El Caballero audaz); tal vez el director de La Petite Gironde de Burdeos, invitado por Palacio Valdés en julio de 1916; etc. En 1925, les confiesa don Armando a Pitollet y a Carretero: «Capbreton mejora rápidamente. Yo lo deploro: me gustaba su aspecto patriarcal»6.

A unos pocos kilómetros de Capbreton, a orillas del lago de Hossegor, suelen reunirse en verano desde 1903 un grupo de escritores parisinos que llegan a formar a partir de 1909 una especie de colonia literaria. Los fundadores son Justin Boex, alias Rosny jeune, hermano del autor de La guerra del fuego, Rosny Aîné, y Maxime Leroy, autor de obras de filosofía y de sociología y socialista sansimoniano. Después se añaden al grupo Lucien Descaves, Georges Bonanoar y en 1910 Paul Magueritte. Fundan una sociedad, la Sociedad de los Amigos del Lago, en la que domina el buen humor que se calienta en comidas y cenas e interminables discusiones. El grupo se las da tanto de rabelaisiana Abadía de Thélème como de comunidad falansteriana7. Don Armando frecuenta la colonia, pero no se sabe si ocasional o asiduamente. Confiesa a Antón del Olmet: «Veranea allí una colonia de literatos. Con ellos charlo, me instruyo y hasta laboro»8. En 1911, organizan una excursión hasta el lago de Leon en medio de la selva de las Landas, a la que participa Gabriele D'Annunzio, que está de vacaciones cerca de Arcachón, pero no hay fe de que don Armando se haya juntado con sus amigos. Lo cierto es que traba amistad con Margueritte, cuya hija le traduce, en 1918, Años de juventud de Doctor Angélico. Margueritte está muy comprometido con su hermano Victor en la lucha por la igualdad de la mujer y es lícito pensar que cuando Palacio Valdés escribe, en 1931, El gobierno de las mujeres, piensa de vez en cuando en el libro Adam, Eve et Brid'oison de su amigo, publicado en 1919, aunque la orientación sea muy distinta ya que el libro de Margueritte denuncia ante todo el dogmatismo de las costumbres y de las leyes que hace de la mujer un ser inferior.

Cuando, en 1918, Palacio Valdés recibe en Madrid la noticia de la muerte de su amigo Víctor, le confiesa su pena a Antón del Olmet. «Solíamos -recuerda- dar enormes paseos juntos, bajo los pinos de las Landas. Él venía a comer a mi casa con frecuencia, y yo a la suya. [...] He perdido no sólo un amigo, sino un pretexto de Capbreton, una justificación de mi veraneo, un fino y atractivo agrado»9.

Pasando los años, el novelista español se integra cada vez más estrechamente en el tejido social del pueblo, y después de la publicación de La guerre injusta es objeto de admiración, respeto y agradecimiento. En 1930, un periodista asturiano, Joaquín Bonet, publica en La Prensa de Gijón un largo artículo donde evoca en altisonante lirismo el paisaje de Capbreton (no se sabe si directamente conocido o imaginado) y la vida, dice, del «patriarca de nuestras letras». En este artículo señala Bonet que Capbreton va a homenajear a don Armando. « Caso excepcional -escribe-. Allí no se agasaja a nadie. Será una fiesta netamente española. Música española. Banderas españolas. España está allí vinculada en la figura de un hijo ilustre de Asturias. Será una fiesta cordial que se celebrará el día 17 de este mes [agosto]. Como asturiano, recojo la noticia con entusiasmo. Porque, además, sé que don Armando gusta más de paladear esta gloria íntima que esa otra gloria cegadora, empapada de universalidad»10.

En las cartas de don Armado hay varias alusiones a Capbreton y al apego que le tiene a ese rincón de Francia; dos escenas de La guerra injusta se sitúan allí; la primera cuenta el día de la declaración de guerra, el 2 de agosto de 191611, por él vivido en Capbreton y la segunda es la narración de las hazañas guerreras del peluquero del pueblo12. Pero ese paisaje tan familiar y tan querido no accede al plano literario: Capbreton no se hace espacio de novela. París, en cambio, alcanza cierto protagonismo tanto en La guerra injusta como en las novelas La hija de Natalia (1924) y Santa Rogelia (1925), escrita esta última en el chalet «Marta y María» durante el verano de 1924.

El verano de 1934 es el último que don Armando y su mujer pasan en Capbreton. La enfermedad y la guerra civil impiden el retorno al bienaventurado retiro. Hoy no queda rastro del chalet «Marta y María».




ArribaAbajoFrancia en la obra de Palacio Valdés

No se sabe si antes de 1916 viajó a Paris don Armando. En una confidencia del capítulo 9, «Autores y libros», de La guerra injusta, dice que estuvo en la capital de Francia hace muchos años, cuando vivían Zola, Daudet, Maupassant, Renan, Taine y, para subrayar su modestia, añade que a pesar de la admiración que les tributaba a esas eminencias no dio un paso para ponerse en relación con ellos. Si tomamos al pie de la letra esta declaración, el aludido viaje debió de verificarse antes de 1892, año de la muerte de Renan13.

Según Philine Burnet (la señora Venturini) tenía un piso en París, donde pasaba algunos meses en invierno14.

Lo cierto es que en abril y mayo de 1916 aprovechó su estancia en la capital francesa para recorrer calles y parques, admirar monumentos, visitar los famosos y encantadores lugares situados en los alrededores, Marly, la Malmaison, Versailles, Enghien y su famoso lago, Bellevue, etc. Es a diario un transeúnte observador que dialoga con la gente, estudia las costumbres, intenta captar el estado de ánimo de este pueblo en tiempo de guerra; pero no deja de admirar los monumentos y los paisajes y, a veces, encantado por lo que ve se deja llevar por reflexiones y meditaciones. En el capítulo 4, «La estrategia de Napoleón», cuenta que pasó el día en Marly y en la Malmaison, y después de describir estos sitios prestigiosos evoca a sus respectivos dueños, Luis XIV y Napoleón y se demora imaginando la vida en la Malmaison de Josefina, pobre esposa de un hombre admirable. En el capítulo 9, «Autores y libros», relata a modo de anécdota su visita a la iglesia del Sagrado Corazón en la colina de Montmartre y hace una evocación lírica de lo que ve a la caída de la tarde y la visión desde lo alto de los varios monumentos es motivo de una meditación en la que se mezcla la historia antigua y la moderna. Curiosamente, en ningún texto se encuentra mentada la Torre Eiffel. ¿Deseo de escapar al tópico o desprecio por el símbolo del industrialismo?

Es posible que antes de 1916 tuviera Palacio Valdés cierto conocimiento de Paris. Lo que puede afirmarse es que de su estancia de 1916, guarda una imagen clara y precisa de los paisajes de la capital. Visión reactivada en palabras para constituir el paisaje de un episodio importante en cada una de las novelas, La hija de Natalia y Santa Rogelia.

En La guerra injusta habla el periodista, mientras que en Santa Rogelia es un narrador en tercera persona el que acompaña a los protagonistas Rogelia y el doctor Vilches en sus paseos por París. En La hija de Natalia, es Ángel Jiménez, el doctor Angélico, quien tiene la palabra. No cabe duda de que Jiménez es el alter ego del autor cuando es cuestión de ideas, pensamiento y moral o cuando se trata de evocar o describir los espacios parisinos, hasta tal punto que no pocas evocaciones e ideas que se encuentran en La hija de Natalia suenan como eco de lo que aparece en La guerra injusta15.

En París, a Jiménez, como a Palacio, le gusta «pasar el día en algunos de los encantadores pueblecitos que lo circundan: Versalles, Marly, Enghien, Saint-Cloud, Meudon, Montmorency»16. Rogelia y el doctor Vilches iban los domingos a Montmorency, se paseaban por el Parque de Saint Cloud o por el Parque Monceau, visitaban las Tullerías. Tanto esta pareja como Ángel Jiménez experimentan ante el lago de Enghien enternecida admiración, expresada en una delicada descripción, que muestra que queda vivo el recuerdo de este sitio en la memoria del novelista «En este lago minúsculo todo es riente, gracioso y diminuto como el país de Liliput. Un embarcadero pequeño, con breves y curiosas barquitas [...]; en el medio una isla como un pañuelo de China [...]. Parece que nos hallamos dentro de un abanico de Watteau»17.

En el Doctor Angélico, como en don Armando, algunos espacios o monumentos de París inician una meditación sobre el pasado. Por ejemplo a la Plaza del Palais Royal le tiene cariño Ángel Jiménez por los recuerdos que despierta en su imaginación. «La historia de París de los últimos años del siglo XVIII parece que se concentra en esta plaza. Era el punto de cita de las hermosas, de las elegantes, de los poetas. [...] Aquí tropezó Diderot con el sobrino de Rameau [...] Aquí arrangó las masas el fogoso Camilo Desmoulins»18.

Al llegar a París, Jiménez está sorprendido por la agitación y el movimiento que caracterizan la capital francesa: «Mucho trajín, vida cara y asendereada, ómnibus, teatros, panoramas [...]. Todo el mundo corre, se encarama en los ómnibus, asalta los coches, se dan encontronazos en las calles»19.

La representación de París y por extrapolación de Francia no se limita a la evocación del espacio y a la descripción sentida, más o menos precisa, de paisajes y monumentos. Observando las costumbres, Palacio Valdés periodista o novelista, intenta penetrar y caracterizar lo que en su época se llamaba «el espíritu de un pueblo» y lo que se denomina «mentalidad» después de la homologación del término por la sociología moderna. Aunque La guerra injusta se abre sobre una declaración de imparcialidad y de sinceridad, la visión que de Francia (y también de otros países europeos, Alemania e Inglaterra) tiene don Armando es a menudo orientada por ideas convencionales y prejuicios vigentes en aquella época. Y no aludo aquí sólo a las ideas que alimentan la polémica entre aliadófilos y germanófilos, sino a consideraciones generales sobre las naciones y las razas muy arraigadas desde el siglo XVIII y muy difundidas en la segunda mitad del siglo XIX a partir de los trabajos de Taine y, desde luego, y mal que le pese a don Armando, del positivismo.

Palacio Valdés ama a Francia, a pesar del desprecio por España que nota en algunos franceses y en particular en los periodistas. «Los franceses -escribe- no se han preocupado mucho hasta ahora de ganar nuestra simpatía»20. Varios de sus amigos le dan la razón; por ejemplo, escribe Philine Burnet: «Francia no conoce a España», y pregunta cómo puede don Armando amar a un país que se coloca a la cabeza del mundo intelectual e ignora o apenas sospecha sus obras21. Tal vez por eso o por otros motivos que se examinarán ulteriormente, Francia ocupa el segundo lugar en la jerarquía de los amores de Palacio Valdés. Absoluta es, en efecto, su admiración por Inglaterra, expresada varias veces en forma tan rotunda como poco explicitada. «En orden a la política admiro a Inglaterra como a ningún otro país del mundo. Es aquel donde el hombre más respeta al hombre: por lo tanto el que puede llamarse sin jactancia más civilizado»22. En otro lugar dice de Inglaterra sin dar más explicaciones: «Admiro su literatura, su política, sus costumbres, sus juegos, su originalidad y hasta me hace gracia su orgullo. [...] Sobre todo es la patria de los hombres libres»23.

Por lo que hace a Francia, Palacio pretende caracterizar lo que llama el «espíritu francés» o el «genio francés», pero lo hace en fórmulas terminantes, juntando afirmaciones que son otros tantos tópicos, procedentes de una especie de geografía del «espíritus de las naciones» que llega a confundirse con el «espíritu de las razas», concepto esculpido por los trabajos de un positivismo al cual Taine dio base hasta cierto punto científica, pero cuya vulgarización hizo degenerar en lugares comunes. Así cristalizaron tópicos definitorios de los varios pueblos asimilados a personas genéricas con sus rasgos físicos y morales acuñados sin matices y sin apelación. Por ejemplo, estampa Palacio la sobada afirmación según la cual «El primer marino del mundo es el inglés, el mejor soldado es el francés»24. Que Inglaterra tenga la mejor marina del mundo es un hecho histórico que no se discute, en cambio decir que el inglés es el mejor marino tiene un valor racial absoluto, desconectado de la historia y que no permite siquiera aceptarse como metonimia. En cuanto al francés, es muy discutible que sea el mejor soldado; lo es sólo si se le ve a través del prisma del patriotismo.

Don Armando sigue la corriente, sin darse cuenta, y no puede sorprender que la visión general que nos depara de Francia y de los franceses (como de otros países y de otros pueblos europeos) sea ampliamente tributaria de esas ideas generales sobre los pueblos y de las imágenes que a partir de ellas se han fijado. «El francés es razonador por excelencia [...]; el buen sentido es patrimonio de los franceses». El espíritu galo: astucia, valor, prudencia y alegría25. Le dedica un artículo entero al «ahorro francés», pero no va más allá de consideraciones generales, a veces hiperbólicas: «Es una pasión el ahorro francés. [...] Bajo su aparente frivolidad, este es el país más prudente y sensato de la tierra»26. A partir de tales ideas, se autoriza el autor unas reflexiones morales sui generis: «¿Este espíritu de economía es virtud? [...] Llenar el bolsillo es extremadamente útil, pero es más útil llenar el corazón. [...] Si nadamos sobre la ola de la ley moral ella nos conducirá suavemente a puerto seguro»27.

Donde puede que tenga razón, fuera de su estrecho moralismo, es cuando intenta demostrar que la falsa idea que se tiene de la mujer francesa se debe a la literatura. «En el teatro y en la novela no se hallará de cincuenta años a esta parte otra cosa que las ruinades y picardías cometidas por las mujeres francesas con sus maridos. La liviandad es la única musa de los autores modernos: el adulterio, su único argumento. De tal modo que el que se sature de esta bazofia (qué no otro nombre merecen las producciones que ven a diario la luz en París) pensará que en toda Francia no existe una esposa fiel ni una soltera con pudor [...]. Es una infame calumnia»28. En las provincias de Francia, dice, se encuentran las mismas costumbres que en España... Pero vuelve pronto el autor a sus predilectas ideas generales, redondas y rotundas: «La mujer francesa cuanto más envejece, más amable se hace». Mientras que «las inglesas se tornan agrias con la edad». Palacio llega a un sistematismo que da por absoluto lo que no puede ser sino relativo. Por ejemplo: «En Francia casi todos los hombres son republicanos; pero las mujeres casi ninguna». [...] Cuantas señoras he tropezado me han preguntado por nuestro Rey, por la Reina, por los Príncipes e Infantas, con tanto interés y afecto, que revelan sentimientos monárquicos acendrados»29.

Es de notar que cuando Palacio coloca su reflexión en un contexto histórico preciso sus conclusiones resultan mucho más pertinentes; es el caso para Francia, pero también para Alemania como veremos al abordar el análisis de La guerra injusta.

Es indudable que la condición del escritor en Francia es más envidiable que en España. En Francia, observa Palacio, existe un público lector; todas las clases leen. A los autores notables se les tributa honores. No así en España30.

Por lo que se refiere a religión, piensa Palacio que debe distinguirse la clase política de la masa del pueblo. Pasa con pies de plomo por la cuestión de la separación de la Iglesia y del Estado, pero manifiesta su desacuerdo sobre la expulsión de las Ordenes religiosas, «un acto arbitrario y escandaloso»31. El pueblo, dice, no es responsable, lo cual significaría que hay una ruptura en esa república entre los políticos y el resto de la nación. «En Francia la masa del pueblo es católica y actualmente, por su libre voluntad, sin necesidad del erario público, sostiene el culto católico con el mismo decoro que antes». En la Francia considerada como impía por algunos germanófilos, «el pensamiento cristiano irradia una luz maravillosa que se esparce por todo el mundo»32 (32). Palacio Valdés, buen católico y no hostil a la República, si bien lamenta algunas mediadas tomadas por el gobierno francés en contra de los privilegios de la Iglesia, no da finalmente la razón a ninguna de las dos partes. Pregunta si las Ordenes religiosas no han conspirado contra la República y contesta: «Quien siembra odios no puede recoger amor. [...] Si los religiosos franceses hubiesen aceptado con leal franqueza las instituciones republicanas, le República no hubiera puesto la mano sobre ellas»33.




ArribaAbajoLa guerra injusta como expresión de la filosofía moral de Palacio Valdés

Los catorce artículos publicados en abril y mayo de 1916 en El Imparcial bajo el título genérico de «La guerra injusta» tuvieron notable resonancia en España, donde reforzaron la posición de los llamados «aliadófilos» por la aportación de argumentos fuertes sacados de unas reflexiones nacidas de la observación de la realidad europea del momento por un escritor célebre, buen católico y liberal moderado. En Francia, la publicación en Le Journal des Débats de la versión francesa del primero (17 de mayo) y de gran parte del segundo (19 del mismo mes) hicieron de Palacio Valdés, conocido ya en un círculo reducido de lectores por la traducción de algunas de sus novelas, un amigo de Francia, festejado y homenajeado por políticos, escritores, periodistas. Le Journal des Débats encabeza el primer artículo con las siguientes palabras: «El Imparcial, de Madrid, ha pedido a uno de los miembros más ilustres de la Academia española, don Armando Palacio Valdés, decir cuál era en el vigésimo mes de la guerra el estado de ánimo de los Franceses. Grato es para nosotros publicar la traducción del primer artículo que el gran novelista dedica al tema. Es el juicio de un neutral de los más autorizados y no cabe duda de que, después de conmover a España, este juicio tendrá fuerte eco en los últimos países en paz». La redacción justifica la publicación del segundo artículo por la muy buena acogida del primero. Por su parte Francis de Miomandre, premio Goncourt de novela en 1908, que acaba de conocer a don Armando, escribe en una carta reproducida (¿traducida?) por El Noroeste de Gijón que toda Francia ha leído los artículos aparecidos en Les Débats y añade:

«Aquí han causado una profunda emoción, verdaderamente inolvidable. En efecto, cómo no nos ha de conmover hasta el fondo del corazón, al escuchar a este hombre, que dice se encuentra viejo y con una salud que flaquea, declarar que nada en este mundo, ni siquiera el deseo de sus compatriotas, le hubiese hecho venir a Francia, si no hubiera sido irresistiblemente llamado por la voz de su conciencia? [...] Este cuadro de los días más trágicos de nuestra historia yo no conozco persona alguna que lo haya, hasta ahora, trazado [sic] con tan sobria y patética perfección»34.

El librito formado con estos artículos se publica en español en 1917. Antes de que salga a luz, su amigo Gómez Carrillo le escribe a Palacio en junio de 1916: «¿Va usted a publicar en tomo sus admirables artículos sobre Francia? Traducidos, tendrían aquí el éxito que merecen. Ha hecho usted la psicología del pueblo francés en el momento más trágico de su historia y ha sabido ver la sonrisa sublime que lo anima en su holocausto»35. Psicología del pueblo, sonrisa sublime, Gómez Carrillo ha captado perfectamente lo esencial de lo que dicen y sugieren los artículos de Palacio.

Añadiría yo que seducen por la amenidad de la forma, sencilla forma de pensar, de describir, de contar en la que vierte don Armando todo el calor de su vitalidad intelectual y moral. Hay aquí todos los niveles de un arte de la comunicación que parece espontáneo: el humor, la discreta ironía, el tono serio del ensayo cuando hace al caso, y sobre todo el manejo socarrón de la anécdota. Merece insistirse en este último punto pues ahí están en acción las cualidades del novelista que sabe dar vida a las anécdotas, a las muchas anécdotas. Digo socarrón porque a veces la imaginación se apodera de un hecho, sin duda real, entra en la historia, la alza a la altura del propio pensamiento o de la propia visión del autor; véase, por ejemplo, el diálogo con un socialista francés (pp. 24-25) o la escena en Capbreton que podríamos titular: «El peluquero soldado» (pp. 34) o el diálogo mantenido con un soldado alemán preso que suena a anécdota inventada para «ilustrar» el tema del «ídolo científico» (pp. 57-59) Dudamos no pocas veces de que las cosas hayan pasado exactamente como las cuenta el periodista. Así la relación animada del momento en que vive en Cabreton la declaración de guerra, con su dramatización, sus diálogos con varias personas del pueblo, parece un capítulo de novela (Véase pp. 3-4). En cuanto al artículo titulado «El Krishna de las trincheras», que constituye el capítulo 10 del libro, es un verdadero cuento, original en su forma, pero no en su tema, pues se trata de la amistad o fraternización entre dos soldados enemigos. Todo lo cual ameniza la lectura al dar al texto cierto tono de charla y nos aleja del estilo del ensayo.

Estos catorce artículos podrían, en efecto, titularse «Cartas de Francia», pues en ellos no Palacio habla sólo de la guerra, sino de lo que ve, de lo que observa, de lo que experimenta y de lo que piensa; de lo que piensa de Francia, de Alemania, de Europa según un punto de vista condicionado por unas convicciones ideológicas y religiosas sinceramente asumidas. Ya sabemos cómo ve a Francia, cómo venera su cultura y su historia, cómo aprecia y respeta a sus habitantes y sobre todo al pueblo sin negar lo que en esta República le parece censurable.

Queda por ver por qué es francófilo y aliadófilo.

Por encima de la situación coyuntural, quiere asentar primero su concepción del hombre. Está íntimamente persuadido de que los hombres son iguales. «No existen, en Europa por lo menos, razas superiores e inferiores; no hay más que hombres de buena o de mala voluntad». Si se inclina del lado de Francia es porque piensa que «la razón y la justicia se encuentran de su parte»36. Pero invita a los franceses a no dejarse llevar por el odio y recrimina a Barrés por haber tachado al pueblo alemán de raza asquerosa. «Tiempo de vergüenza -escribe-, donde se aconseja a los soldados que ensucien sus labios para infundirse valor». Y condena varias veces la deliberada brutalidad inhumana de los mandos alemanes que ordenan a los oficiales «que fusilen las mujeres y dejen caer bombas por la noche sobre la cuna de los niños»37.

Para él, los responsables de esta guerra monstruosa son los alemanes que están borrando la imagen tradicional (y también tópica) de «un pueblo dotado de sólidas cualidades, es valeroso, inteligente, tenaz, laborioso, idealista. Pero como todos los idealistas, carece de espíritu crítico, y por eso es en grado sumo sugestionable. Se le ha subido la raza a la cabeza. [...] Hoy el pueblo alemán se entrega pasivamente a los caprichos del hipnotizador»38. Los hipnotizadores del pueblo alemán son los magnates de la política y del ejército prusiano secundados por la cobardía de algunos intelectuales». Está claro para él que «esta guerra ha sido meditada largo espacio y provocada por una nación europea con el exclusivo fin de dominar moral y materialmente a todas las demás»39.

Alemania ya no es la del siglo XVIII, cuando era «emporio de las grandes ideas y de los nobles sentimientos». Lejos están los grandes hombres de pensamiento y los escritores universales, los Goethe, Schelling, los Hegel y tantos otros. Ahora, la nueva moral germana ha subvertido la antigua escala de valores, de acuerdo con el pensamiento de Nietzsche. «Los buenos son los fuertes y los malos los débiles». Tal es, según Palacio, la mentalidad dominante y así es como, para el Kaiser y sus generales «la guerra es una necesidad biológica y el único medio de que la raza de los efímeros no degenere». Todos los alemanes deben subordinarse al Estado «para que éste sea cada vez más fuerte»40.

Aquí me autorizo un breve comentario. Estos juicios sobre la actual mentalidad alemana, de los cuales sobresalen palabras y expresiones como raza, los más fuertes, lo débiles, necesidad biológica, degenerar, Estado cada vez más fuerte, deben de sonar justo al oído de los rabiosos nacionalistas de L'Action Française los Barrés, Maurras, Léon Daudet, y tal vez también de ciertos admiradores derechistas de don Armando, como Camille Pitollet, Paul Mathiex (a quien aludiré en el apartado que sigue) o la misma Philine Burnet, pero para nosotros aparecen como la captación y la denuncia de unos gérmenes del Estado totalitario del Tercer Reich y de la política racial y violenta del nacional-socialismo. Cuando muera don Armando en 1938, en plena guerra civil, los que intentarán recuperar su figura en beneficio de la rebelión fascista, entre los cuales se encuentran nuestro Camille Pitollet y también Philine Burnet, no recordarán esas condenas sin apelación del humanista y buen católico autor de La guerra injusta.

Por humanismo antepone Palacio los valores humanos a todo cuanto procede de un materialismo exclusivo, llámese positivismo, cientificismo o marxismo. «Del materialismo ha venido la teoría del superhombre y supernación que domina hoy en Alemania, [...] donde hay mucha fe... en la química»41. Para él, más peligrosas son las ideas de los alemanes sobre la ciencia positiva, la técnica, la disciplina que sus cañones; los aliados nada adelantarán «arrancando a estos hombres sus cañones si no les arrancan sus ideas»42. Una vez más denuncia las pretenciones del positivismo y del cientificismo que creen explicarlo todo, negando las verdades esenciales y proclaman que pronto «será nuestra toda la ciencia del bien y del mal»43. El recelo ante las afirmaciones de los científicos es una constante en el pensamiento de Palacio, por lo menos desde La fe. En El origen del pensamiento, Tristán o el pesimismo, Los papeles del Doctor Angélico arremete contra los científicos, particularmente los biologistas, acudiendo a todos los recursos narrativos desde la caricatura (don Pantaleón de El origen del pensamiento) hasta la denuncia abierta en Los papeles del Doctor Angélico, donde ataca no ya a los científicos sino a la ciencia misma por ser incapaz de explicar lo esencial: las causas primeras.

Buen católico es don Armando y nada de irónico tiene el adjetivo, ya que es ante todo buen cristiano. «Solo el amor, el sentimiento de la fraternidad puede resolver los problemas». Por eso, y dicho sea de paso considera que el socialismo si no acude al odio es «el deseo y próposito de organizar la sociedad de un modo más justo», deseo y propósito que animaban al médico de Riosa en La Espuma. Pero la visión que en La guerra injusta nos da de los socialista franceses, aburguesados y que acompañan a misa a su señora, es totalmente ingenua44. Buen católico en el buen sentido de la palabra lo es también cuando censura al clero y a los católicos intransigentes españoles que simpatizan con los alemanes por odio a los franceses, a la Francia impía. El odio, escribe, es indigno de un sacerdote. «Un ministro del Crucificado está obligado a proceder por amor»45.

Hasta parece que le queda lo esencial de la filosofía krausista, quiero decir el sentido progresista de la evolución de la humanidad hacia la perfección moral. Después de evocar la imagen bíblica de la huída en el desierto, añade que es un «símbolo representativo de la marcha de la Humanidad sobre la tierra [...]. El fanatismo, la superstición, la idolatría nos acechan siempre en nuestra peregrinación»46 (46). El fanatismo religioso es tan condenable como el fanatismo revolucionario, pues el motor del fanatismo es el odio. Y vuelve ahora, en 1916, el recuerdo de «los desdichados tiempos» del Sexenio, «cuando se insultaba en la calle a los ministros del culto católico»47. En cuanto al culto al industrialismo es una superstición peligrosa, pues «si el hombre no progresa moralmente, estas fuerzas en vez de utilizarse para su provecho, se emplearán para su destrucción»48.

Y eso que La guerra injusta termina sobre unas consideraciones sorprendentes. «La guerra es una cruel experiencia para Francia que vivía adormecida en un bienestar material» [...]. Era necesario sanear la política [...]. Era necesario atajar la gangrena con el bisturí [...]. Los alemanes fueron comisionados por la Providencia para hacerlo.» La Providencia divina como castigo: ¡argumento esgrimido por los católicos germanófilos!

Un buen resumen de esta filosofía nos lo da el mismo Palacio en unas palabras pronunciadas en el homenaje que se le tributa en Avilés en agosto de 1919 y del que da cuenta en Francia (y en francés) Philine Burnet: « Concedemos exagerada importancia al espíritu material de la civilización. [...] ¡Ay de los pueblos que pierden el gusto de las cosas del espíritu! ¡Ay de los ricos que no saben dar. [...] Más vale la limosna espiritual que la limosna material. Bueno es curar las heridas en los hospitales; mejor es llevar a los hombres por la contemplación de las bellezas pasajeras a la visión de la belleza eterna»49.

Todo don Armando se ha vertido en La guerra injusta: sus auténticas creencias, su moralismo humanista y cristiano, sus perspicaces reflexiones en medio de superficiales lugares comunes, su deseo de seducir al lector envuelto en un velo tal vez irónico de bonachona modestia, sus simpáticas ingenuidades también...




ArribaAbajoPalacio Valdés y su obra en Francia

Como se ha dicho, La guerra injusta, cuya traducción al francés se publica en 191750, acrecentó notablemente su fama en Francia y también en Inglaterra, como testimonia la conferencia que con motivo de su publicación dedicó a Palacio Valdés el catedrático de Literatura Comparada de la Universidad de Londres, Mr. Gerothwohl, conferencia a la cual asistió Salvador de Marariaga y de la que dio cuenta en El Imparcial del 27 de marzo de 1918. El profesor inglés señaló, escribe Madariaga, «los cientos de miles de ejemplares que alcanzó la traducción inglesa de una de las obras del Sr. Palacio Valdés», y después de hacer un sentido retrato moral del autor, alabó su compromiso en defensa de la causa de la justicia ya que «la civilización prusiana representa para el mundo un grave peligro moral»51.

Verdadera consagración es el concederle la Légion d'Honneur en julio de 1916. Se la remite nada menos que el ministro Georges Leygues, gran político y amigo de los poetas Sully Prudhomme y José María de Heredia; en septiembre, el ministro, desde su tierra de Villeneuve-sur-Lot, le agradece el regalo de algunas de sus novelas y manifiesta su deseo de aprender español...52 Seis meses antes, el 26 de mayo, Leygues le había invitado a comer a las doce, para que pudiese después asistir con Valle-Inclán a una reunión de la Société des Gens de Lettres53. El 4 de septiembre de 1916, se le nombra miembro corresponsal de dicha Société presidida por el escritor y dramaturgo Pierre de Courcelle54. Légion d'honneur, Société des Gens de Lettres, Académie Française no se puede más. La proclamada modestia de don Armando tiene que aguantar este encumbramiento... También se le tributa algún que otro homenaje con motivos diversos55.

A partir de entonces, entabla relaciones epistolares, más o menos episódicas con algunos escritores como Francis de Miomandre, el poeta y novelista Henri de Régnier y seguro que otras personalidades del mundo de la letras56. Siempre, por lo menos desde los últimos años del siglo XIX, recibió Palacio muchas cartas de los traductores de sus obras, de admiradores o admiradoras, de hispanistas traductores. «Aún más me siento halagado por las cartas que me envían personas desconocidas expresándome la impresión que mis libros les han causado»57. Tal vez el análisis de dichas cartas permitiría dar alguna idea del nivel de recepción de las novelas en cierto público francés, pero el carácter convencional de la mayoría me autoriza a remitir al Archivo Palacio58. Con una excepción. En 1899, Ernest Mérimée, catedrático titular de la primera cátedra de Español creada, en 1886, en Francia, en la Universidad de Toulouse, le escribe a Palacio Valdés para agradecerle el regalo de su última novela, La alegría del capitán Ribot. Es una carta que por la armoniosa letra, la delicadeza del estilo y la pertinencia de los juicios, merecería una publicación facsímil. «Es imposible -escribe Mérimée- no sentir simpatía por el noble carácter del alegre capitán, y en los tiempos que corren, y con las novelas que ahora se estilan, resulta este carácter, a pesar de su sencillez rectilínea, hasta original y raro». Y siguen otros juicios sobre otras novelas y sobre el arte del novelista español59. Esta carta, como algunas otras, revela que don Armando no despreciaba hacer la promoción de sus obras, mandándolas a personalidades eminentes.

El autor de La Hermana San Sulpicio está en relación directa con casi todos los traductores, efectivos y potenciales, de sus obras al francés. En 1908, invita en Hendaya a Jules Laborde, traductor de La fe. El 22 de octubre de 1920, recibe en Capbreton a su gran admiradora y buena católica Philine Burnet, o sea la Señora Venturini, y le propone la traducción de Maximina, que al parecer no se publicó. La Señora Venturini, autora de varias obras sobre España, escribió seis interesantes artículos sobre Palacio Valdés para un periódico de Toulouse, L'Express du Midi, cuyo subtítulo, Organe de Défense Sociale et Religieuse, es todo un programa. De ella dijo Pitollet: «No hubo ni en Francia ni fuera, una mujer que conociera mejor la obra de Palacio Valdés. Cambié con ella larga correspondencia durante varios años y me tuvo siempre al corriente sobre sus publicaciones acerca de don Armando»60 El profesor Pitollet no traduce, pero contribuye con sus artículos y sus relaciones a la promoción de las obras de su amigo don Armando. Por ejemplo, en 1926, le escribe este último desde Madrid para anunciarle que la edición de Santa Rogelia se ha agotado en dos meses y añade, dejando sobreentido su deseo: «No sé si podré hallar en Francia editor para mi santa, ya que los libreros extranjero de París se hallan tan restringidos»61. En esta misma carta le agradece a Pitollet las gestiones que hizo para la publicación de la traducción (¿de Santa Rogelia?) de Madame Venturini (Philine Burnet)62 «En el próximo noviembre -escribe al mismo, el 25 de octubre de 1927- se pondrá a la venta en París por les Presses Universitaires mi novela Tristán o el Pesimismo. Haga usted por ese pobre hijo mío lo que pueda...»63 Pero no se sabe nada de las relaciones de Palacio Valdés con la Señora Tissier de Mallerais, que usa de vez en cuando los seudónimos de Henriette Noël o de Madame Maurice y que a partir de 1927 es la principal traductora de las obras de Palacio Valdés; sólo se sabe de ella, pero basta para situarla ideológicamente, que está relaciona con L'Action Française. Es de notar que la gran mayoría de los quince traductores que, a lo largo de los años se encargan de las novelas de nuestro autor no son profesionales sino aficionados a la obra del que llaman maestro64.

De las obras de Palacio traducidas al francés, Brian Dendle ha dado una bibliografía completa y me limito a reproducirla en apéndice, añadiendo tan sólo el título francés de las novelas y algunas precisiones.

Es de observar que de los veintidós títulos traducidos, ocho se publican por entregas en las revistas Le Monde Moderne, Les Heures du Salon et de l'Atelier, Revue de la Mode, Revue Internationale, Revue Britannique, Le Journal des Débats, L'Action Française, Le Temps65. Ahora bien, sólo tres, Soeur Saint Sulpice, Le roman d'un romancier, Sous le ciel de Cadix (Los majos de Cádiz) se publican ulteriormente en libro. Es decir que L'idylle d'un malade, José, Riverita, Le quatrième pouvoir, L'origine de la pensée, Les années de jeunesse du Docteur Angélique caen en los archivos de dichas revistas después de más o menos efímera salida sin acceder a la tabla de salvación del libro. Eso revela de parte de los editores ciertas reticencias ante obras de inseguro éxito.

La Biblioteca Nacional de Francia recoge con mucho cuidado todas las obras que se publican en Francia e intenta más bien que mal recolectar las obras extranjeras de autores notables. El manejo del fichero permite hacer, por lo que se refiera a las traducciones de las obras de varios autores españoles como Galdós, Blasco Ibáñez, Palacio Valdés, instructivas comparaciones.

Por lo que hace a Palacio Valdés, desde 1903 (La Soeur Saint Sulpice) hasta 1930 (Sainte Rogélie), se publican nueve novelas en libro y de 1942 a 1952 dos nuevas traducciones (Marthe et Marie, Les jardins de Grenade) y dos reediciones de La Soeur Saint Sulpice, en 1944 y 1952. No insistiré en el hecho subrayado por la crítica de que tres novelas se hayan publicado durante la ocupación alemana, aunque esas obras hayan sido patrocinadas por personas afines a la ideología colaboracionista de L'Action Française. La novela que alcanza mayor éxito es La Soeur Saint Sulpice, patentizado por cuatro ediciones de la traducción de Mme Tissier de Mallerais con prólogo de Louis Bertrand y una de la traducción de Mme Th. Huc, prologada por Emile Faguet, publicada en 1903. Después de 1952, no se publica nada de Palacio Valdés.

De Pérez Galdós, la Biblioteca Nacional de Francia, ha recogido siete novelas traducidas de 1884 a 1902; después, durante los años en que aparecen las traducciones de Palacio, no se traduce nada, al parecer, mientras que de 1952 a 1996, son trece los títulos que figuran en la Biblioteca Nacional de Francia. La posteridad, vuelve a abrir sus puertas para el autor de Fortunata y Jacinta, cuando el silencio se ha hecho absoluto en torno a Palacio, y cuando irrumpe el ruidoso éxito de La Régente.

De 1905 a 1930, es arrollador el éxito de Blasco Ibáñez. Todas sus obras, todas, se traducen al francés y algunas tienen dos, tres y hasta nueve ediciones (Arènes sanglantes); su nombre cuenta con doscientas diez entradas, incluidas las de las obras no traducidas, en el catálogo de la Biblioteca de Francia. ¡Un record! Tal éxito para los turiferarios reaccionarios de don Armando es casi indecente, pues se explica, según ellos, sobre todo por motivos extra-literarios66. Philine Burnet habla de un éxito debido al mucho bombo que le dan ciertos periodistas a Blasco, dice que el público se entusiasma por una traducción puesta de moda por las hazañas y las aventuras del autor67. Paul Mathiex, otro colaborador de L'Action Française, en un artículo publicado en L'Express du Midi para presentar Souvenirs d'enfance (La novela de un novelista), alude a Blasco Ibáñez que acaba de morir en Menton y aprovecha la ocasión para insinuar que el novelista republicano español no debía su notoriedad a su talento solo sino a su activismo político. Su denuncia de la dictadura de Primo de Rivera, dice, le hizo célebre en Francia, y no le parece bien al crítico que no se celebre mejor a Palacio Valdés que «nunca se ha alzado contra el rey y las instituciones de su país»68.

De hecho, los críticos, escritores y periodistas que han estudiado la obra de Palacio o parte de ella, concuerdan en que el novelista español no es conocido en Francia sino en un círculo de aficionados, hispanistas los más. En 1922, Philine Burnet afirma que el autor de tantas buenas novelas no es muy conocido fuera de unos pocos eruditos69. Tres años después, lamenta esta misma señora en tono de ¿qué se hizo? la ausencia en Francia de los Palacio, de los Azorín, de los Galdós, de los Pereda...: «La gloria en que España envuelve vuestros nombres está aquí oscurecida por vuestro rival en literatura, don Vicente Blasco Ibáñez»70.

Casi todos los estudios críticos de la obra de Palacio Valdés que se publican en Francia son obras de hispanistas. Los prólogos o prefacios a las traducciones de La fe, La hermana San Sulpicio, El maestrante, firmados respectivamente, por Jules Laborde, Emile Faguet, Louis Bertrand, M. Bordes son decepcionantes por insustanciales. Laborde, que será nombrado corresponsal de la Real Academia Española, pasa de consideraciones generales sobre los prólogos al relato anecdótico de su encuentro en Hendaya con el autor de la novela, de la que no dice nada. El prestigioso crítico Emile Faguet, deja trasparentar que está cumpliendo con una obligación y no consigue superar, al hablar de La Soeur Saint Sulpice, una convencional benevolencia; es manifiesto que, para él, esta obra no es más que «una novela correcta y alegre». Louis Bertrand no es hispanista pero a todas luces es muy conservador; al prologar la otra edición de La Soeur Saint Sulpice, no deja de ostentar primero su título de académico, y después con la superioridad que se otorga como especialista en civilización árabe, se permite censurar con suma petulancia la «manía» de Palacio Valdés y de «muchos españoles» de reverenciar una pretendida civilización árabe. «Debe de creer, él también, en los esplendores de la Córdoba de los Califas, que no fue más que rutina, miseria y podredumbre». También resume a su modo la novela, hablando de las costumbres de Sevilla, de la tertulias de las señoritas de Anguita... que pertenecen al mundo de El maestrante, y ni se entera don Louis de la confusión. «Tal es -concluye- este novelesco y prosaico relato», cuyo primer mérito es «combatir los absurdos prejuicios que muchos franceses conservan contra España y los Españoles». El profesor Bordes tiene el mérito de ser el primero en dedicar, en 1899, un estudio serio, lansoniano, a las novelas publicadas hasta la fecha, en el que alternan resúmenes, glosas y juicios71. El «Estudio preliminar» a su traducción de El Maestrante (Un grand d'Espagne) es de igual seriedad; insiste en el aspecto de leyenda antigua (la de Medea) evocado ya en el estudio anterior. En 1943, el Profesor Jean Sarraihl, eminente especialista en el siglo XVIII, publica Les prosateurs espagnols contemporains, libro antológico de textos significativos de escritores de los siglos XIX y XX, desde Pedro Antonio de Alarcón hasta Juan Ramón Jiménez. En este libro estudiaron muchas generaciones de estudiantes de español, para los cuales esos autores se hicieron clásicos en el sentido primero de la palabra. Entre ellos, «Palacio Valdés es el novelista más encantador y "simpático" de su época»; estas palabras dan el tono de una presentación pertinente e incitativa a la lectura que se prolonga en casi tres páginas antes de presentar los trozos elegidos, dos sacados de Riverita y otro de La Hermana San Sulpicio.

Los estudios más enjundiosos sobre Palacio producidos antes de 1952 por críticos franceses son los de Bordes, Pitollet y H. Péseux-Richard. Los tres hispanistas conocen bien la obra de don Armando; pero Bordes y Péseux-Richard, más literarios, se focalizan con mucha seriedad y serenidad y en el caso de Péseux-Richard con perspicacia, en las novelas, mientras que Pitollet, amigo de Palacio y muy enterado de sus andanzas, proporciona inestimables datos sobre su persona, sus actividades y sus avatares editoriales, pero no entra realmente en los textos literarios y no se olvida nunca de su yo, que lleva la voz cantante. Estos trabajos se publican en revistas, Bulletin Hispanique, Revue Hispanique, difundidas en el entonces reducido campo de los hispanistas franceses.

El sustancioso estudio de Péseux-Richard merece más atención de la que le puedo dedicar en este trabajo. Sobre la recepción de las obras de Palacio Valdés fuera de España y más precisamente en Francia, sobre la originalidad de su arte que explica la buena acogida de sus novelas en el selecto público de sus lectores, sus conclusiones e hipótesis deben tomarse en consideración. Es verdad que él, como Palacio y casi todos los intelectuales de la época, tampoco escapa a ese determinismo positivista que deduce la idiosincracia de un escritor del medio geográfico y cultural en que nace: Palacio es un hombre del Norte de España, luego... A lo largo de esas ciento setenta y cinco páginas, Péseux-Richard, sigue la obra de don Armando desde El señorito Octavio hasta Los papeles del Doctor Angélico (1911) y traza una especie de biografía literaria que se remansa en la descripción y el resumen de cada novela. En su conjunto es un agradable e inteligente parafraseo, salpicado de juicios siempre pertinentes más o menos profundos.

Observa que ninguna de esas novelas encantadoras consigue imponerse, entusiasmar a un crítico influyente y se pregunta si el carácter de las obras de este autor «modesto y delicado» no sería gustar más que suscitar admiración72.

¡Cuán distinto es este juicio mesurado, expresión de una sincera opinión, del brutal desprecio escupido por Pitollet en 1957 cuando ya Palacio Valdés ha dejado de ser objeto de interesada adulación!

«Palacio Valdés -escribe Pitollet- escapa a toda clasificación convencional. Su novela ni es el "espejo a lo largo del camino" ni siquiera una obra de arte puro. Comparad La Hermana San Sulpicio con Pepita Jiménez, Doña Luz y Juanita la Larga...

Es la cándida visión de un optimista con, a menudo, visión de folletín. No se impone por el estilo, que es el de la conversación familiar, ni por su estructuración, llena como está de digresiones, de hors-d'oeuvres, que no hacen al caso, ni por la originalidad de sus ideas, ni por la fuerza de las pasiones»73.

Este juicio impone abordar un punto que no me gusta que sea el último de este trabajo sobre «Palacio Valdés en Francia»; es el de la significación y alcance de la presencia en torno al novelista de personas, periodista, escritores y traductores, afines a L'Action Française, presencia pregnante a lo largo de este estudio.




ArribaAbajoPalacio Valdés y la derecha francesa de L'Action Française

L'Action Française era una revista de extrema derecha fundada por Charles Maurras en 1908, cuya ideología se alimentaba en un nacionalismo exacerbado, un catolicismo integrista, una forma de gobierno autoritario y cuyos partidarios no vacilaron en acudir a la violencia callejera por los años de 1928 y 1934. Antisemitas, anticomunistas, antimasónicos, etc., los miembros de ese movimiento fueron coloracionistas durante la ocupación alemana y apoyaron al gobierno de Vichy y era lógico pues los más exaltados declaraban que era mejor la ocupación alemana que el Frente Popular.

Pues bien, Paul Mathiex, Mme Tissier de Maillerais, el político Louis Barthou, director de L'Indépendant des Basses-Pyrénées de Pau, periódico en el que Pitollet publicó dos artículos sobre Palacio, eran colaboradores de L'Action Française. Como sabemos, Philine Burnet publicó seis interesantes artículos sobre Palacio en L'Express du Midi que como se ha dicho era el «Organo de Defensa Social y Religiosa» y debía de estar relacionado ideológicamente de una manera u otra con L'Action Française, pues Paul Mathiex publicó en él un artículo sobre Palacio Valdés. El mismo Pitollet debía de nadar por esas aguas, pues Palacio por lo menos una vez le agradeció por haber escrito algo en favor suyo en L'Action Francesa con motivo del Premio Nobel.

«A propósito del Premio Nobel -escribía Pitollet-. En marzo de 1927 fue cuando se le propuso. L'Action Française publicaba entonces, en la traducción de Mme Henriette Noël (Mme Tissier de Maillerais) Le roman d'un romancier»74. En 1957, recuerda él mismo: «Con ocasión de lo que hubiera yo de escribirle acerca del Premio Nobel me contestaba: "Querido amigo: mil gracias por sus cariñosas intervenciones y por la nota de L'Action Française del 15 y del 16 de marzo de 1927»75. No sé si dicha revista intervino acerca de la Academia Nobel en favor de Palacio; si tal fue, era la mejor manera de vetarlo.

Cuando muere Palacio Valdés, en febrero de 1938, en el Madrid sitiado por las tropas franquistas, Philine Burnet y Camille Pitollet le dedican sendos artículos necrológicos, sentidos eso sí, pero que revelan claramente sus simpatías franquistas y su odio a los defensores de la República. Se ve a las claras que quieren hacer de él un partidario de los nacionales. Pitollet, evoca el servicio fúnebre celebrado en San Sebastián el 21 de febrero, al cual asisten las dos nietas, que «manifestaron su agradecimiento por la ceremonia, según anuncia Radio-Verdad de Salamanca»; afirma que «no pudo estar de acuerdo con ateos iconoclastas» quien escribía en Páginas escogidas (Calleja): «Marta y María no tiene otra significación que la que puede acordarse con la fe cristiana y con las enseñanzas de la Iglesia Católica, a las cuales me glorío de vivir sometido»76. En 1957 vuelve Pitollet sobre la muerte de don Armando: «La prensa roja ha fantaseado copiosamente sobre aquella muerte y el carácter del difunto» y, para (de)mostrar que el autor de La fe era un buen católico, cita un artículo de 1930 de Maeztu, Maeztu que a sus ojos debe de ser un mártir del orden nuevo: «Ramiro de Maeztu, académico, director de Acción Española, heraldo de la nueva España, cristiana, nacionalista, corporativa»77.

Por su parte, Philine Burnet se alza contra las mentiras de los rojos que pretenden que Palacio sea uno de los suyos. Ella también alude al servicio fúnebre de San Sebastián. Y añade que «las hojas marxistas de Barcelona, están bajo el control de una censura despiadada y no pueden sino explotar según las direcciones que se les impone la muerte del gran novelista». Recuerda que en 1936, escribió éste en ABC un artículo contra el marxismo78, prueba de que «no era antifascista ni antireligioso», quien solía repetir «tengo a gala ser católico»79.

Don Armando no podía ignorar quienes eran sus turiferarios de La Action Française, aunque por aquellas fechas no habían dado la plena medida de su rabioso reaccionarismo. Lo más probable es que él, que había sido amigo del progresista Paul Margueritte y seguía siendo liberal moderado y católico, se dejase seducir por las alabanzas que le prodigaron, por las ayudas que le prestaron, por las traducciones de sus obras que suscitaron y promocionaron. No resistió al canto de aquellas sirenas, algunas de las cuales, como Mme Venturini, creyeron sinceramente haber encontrado en el buen novelista, buen católico y hombre bueno y de orden un alma hermana. No creo que fuera el caso del inteligente Pitollet... Este y otros debieron de ver en las tomas de posiciones del novelista español en La guerra injusta contra los alemanes, contra el materialismo, contra el industrialismo y en la defensa constante del catolicismo un posible aliado extranjero de su causa y tal vez la personalidad española idónea, a sus ojos, para contrarrestar el arrollador éxito del vitalismo republicano y anticlerical de otro español, Blasco Ibáñez.

Las cosas no están tan recortadas como lo digo, así, en pocas palabras, pues en torno a esas ideas descarnadas hay la vida y sobre todo hay una obra literaria rica, humana, multiforme, que si no llegó, en Francia, a suscitar admiración en ningún crítico eminente, encantó a muchos lectores. Ahora Pitollet y L'Action Française se difuminan en los oscuros tiempos de la Historia, pero queda, con su calor de época, Péseux-Richard que le tiende una mano a Juan Luis Alborg, a Guadalupe Gómez Ferrer, a Brian Dendle, a Francisco Trinidad y a otros estudiosos actuales y futuros de la obra literaria de don Armando Palacio Valdés.




ArribaTraducciones al francés de las obras de Palacio Valdés.

Reproduzco la lista establecida por Brian Dendle en su artículo publicado en la revista de Investigación Franco-Española (citado en la nota 1). Añado los títulos franceses y cuando hace al caso doy algunas precisiones, proporcionadas en general por el fichero de la Biblioteca Nacional de Francia.

  • Marta y María (1883): Marthe et Marie, traducción de Mme Devisme de Saint-Maurice, publicada por entregas en Le Monde Moderne. Edición en libro de otra traducción de Mme Tissier de Mallerais: Paris, Sorlot, 1944. El Proyecto de traducción del profesor Fourcassié (Carta del 16 de octubre de 1901. Archivo Palacio), no prosperó.
  • El Idilio de un enfermo (1884): L'idylle d'un malade, traducción de Albert Savine, publicada por entregas en Les Heures du Salón et de l'Atelier. No publicada en libro.
  • Aguas fuertes (1884). Según Dendle, algunos cuentos de esta colección se publicaron en L'Indépendance Belge y en Le Journal de Genève. «El potro del señor cura» y «Polifemo», fueron traducidos y editados por Camille Du Val Asselin (Le poulain du curé, Poliphème), en la antología titulada Nouvelles, Le Puy, Imprimerie de Marchesson, 1903.
  • José (1885): José, traducción de Mlle Sara Oquendo, se publicó por entregas en la Revue de la Mode. No publicada en libro.
  • Riverita (1886): Riverita, traducción de Julien Lugol, se publicó en la Revue Internationale. No publicada en Libro.
  • El cuarto poder (1888): Le quatrième pouvoir, traducción de B. d'Étroyat, se publicó en Le Temps. No publicada en libro.
  • La Hermana San Sulpicio (1889): La Soeur Saint Sulpice. La traducción de Mme Th. Huc (Max Deleyne) se publicó primero por entregas en Le Matin y después en volumen con prefacio de Émile Faguet, Paris, Ollendorf, 1903.
    • Otra traducción de Mme Tissier de Mallerais se publicó primero por entregas en Le Temps, a partir del 27 de noviembre de 1928. Apareció al año siguiente en libro, con prefacio de Louis Bertrand, Paris, Marpon.
    • Hubo dos nuevas ediciones de esta misma traducción, con el prefacio de Louis Bertrant, en 1944, Paris, F. Sorlot y en 1952, Paris, Le Club Français du Livre.
  • La fe (1892): La foi, traducción y prefacio de Jules Laborde, Paris, Librairie des «Annales politiques et littéraires», 1910.
  • El maestrante: (1893): Un grand d'Espagne, traducción de J. Gavre, con una «Étude Préliminaire» de M. Bordes, Paris. Sorprende que no figure ningún ejemplar en la Bibliothèque Nationale de France.
  • El origen del pensamiento (1893): L'origine de la pensée, la traducción de Max Delime se publicó en la Revue Britannique. No publicada en libro.
  • Los majos de Cádiz (1896): Sous le ciel de Cadix, traducida por Albert Glorget, se publicó en Le Journal des Débats
    • Otra traducción por Mme Tissier de Mallerais sale a luz en volumen en 1942 (Paris, Sorlot).
  • La alegría del capitán Ribot (1899): La joie du capitaine Ribot, Publicada por entregas en Le Gaulois.
    • En volumen, traducida por Mme Camille Du Val Asselin, salió en 1909 (Paris, Librairie des «Annales politiques et littéraires»).
  • Tristán o el pesimismo (1906): Tristan, roman de moeurs, traducido por Mme Berthe Bridé y publicado por Les Presses Universitaires de France (Paris, 1927).
  • La guerra injusta (1917): La guerre injuste, traducción Albert Glorget, publicado en 1917 en París, por Bloud y Gay.
  • La novela de un novelista (1921): Le roman d'un romancier. Scènes d'enfance et d'adolescence, traducción de Mme Henriette Noël (seudónimo de Mme Tissier de Maillerais, que también firma a veces Mme Maurice), publicada por entregas en L'Action Française en 1927. El mismo año salió en volumen (Paris, Gallimard).
  • Años de juventud del Doctor Angélico (1918): Les années de jeunesse du Docteur Angélique, traducida por Mme Tissier de Maillerais y publicada en L'Action Française. No publicada en libro.
  • La hija de Natalia (1924): Lalita, traducción Mme Tissier de Maillerais, Paris, Plon, 1929.
  • Santa Rogelia (1926): Sainte Rogélie (de la Légende dorée), traducida por Philine Burnet (Mme Venturini), la publica Plon en París en 1930.
  • Los cármenes de Granada (1927): Les jardins de Grenade, traducción Mme Tissier de Maillerais, Paris, Sorlot, 1944.

(Maximina que tanto éxito tuvo en Estados Unidos -el mismo don Armando habla de 200.000 ejemplares, lo cual es difícil de creer- no se publicó en Francia, a pesar de que el autor le propuso, en Capbreton, la traducción de esta novela a Philine Burnet en 1920.)







 
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