Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoDiálogo Cuarto

Armonía y construcción del consonante


Sofronia. El volver a verte, Metrófilo, me sirve de mucha satisfacción. Me dejaste en el último Diálogo con grande curiosidad, porque despues de haberme explicado largamente toda la armonía intrínseca del verso, me dijiste, que había otra, llamada extrínseca, para mí enteramente desconocida.

Metrófilo. Muchas veces, Sofronia, habrás reparado, que un lozano caballo, por bello que sea en sí mismo, parece sin embargo a nuestros ojos mucho más lindo y hermoso, cuando está noblemente enjaezado. La hermosura, que lleva siempre consigo, nacida de la proporción y buena disposición de sus partes, se llama hermosura intrínseca y natural; porque es propia de su naturaleza, y de su intrínseca constitución; y es tal, que do quiera que vaya, y cualquiera cosa que haga, no puede dejar de tenerla. Al contrario, la hermosura, que le resulta de la belleza y disposición de los jaeces, se llama hermosura extrínseca y accidental; porque no nace de él mismo, sino de causas extrínsecas; y porque es un accidente o casualidad, que la tenga, o no la tenga. Lo mismo puntualmente acontece en el verso. La agradable armonía, que tiene por razón del número de sílabas, y de la disposición de sus acentos, es una armonía natural e intrínseca, sin la cual el verso dejaría de ser verso, porque dejaría de tener lo que es propio de su naturaleza, y de su interna construcción. Pero además de esta armonía, puede recibir otra, que merece llamarse extrínseca y accidental, porque le proviene de un ornato exterior y casual, llamado rima o consonante, sin el cual puede muy bien subsistir, como subsiste el caballo sin jaeces.

Sofronia. El símil es bellísimo: más yo no puedo hacerme cargo de él enteramente, si no me explicas, en que consiste esa nueva armonía del verso, que tú llamas rima o consonante.

Metrófilo. Se da este nombre a la consonancia final de dos versos.

Sofronia. Si no dices algo más, me quedo todavía a obscuras.

Metrófilo. Dos versos, que rematen con las mismas letras, tienen en su remate un sonido común. Si un verso acabase por ejemplo con la palabra dolores, y otro con la voz ardores, es cierto, que rematarían entrambos con las cuatro letras ores. He aquí lo que llamé consonancia final de dos versos.

Sofronia. Comienzo a entender ahora lo que es la armonía del consonante: más todavía no lo entiendo bien, porque no sé, si la consonancia final de dos versos ha de ser siempre de cuatro letras cabales, o si puede ser más larga, o más corta.

Metrófilo. Puede componerse de muchas letras, y puede también de una sola.

Sofronia. ¿Y cómo sabré yo, cual es en unos versos, y cual en otros, la justa medida de su consonante, o de su consonancia final?

Metrófilo. Te daré una regla, con la cual no podrás errar. La consonancia ha de comenzar por el último acento del verso. En los versos agudos, en los cuales carga el último acento sobre una sola sílaba; basta que consuenen las letras de una sílaba sola. En los versos llanos, en los cuales el último acento coge y comprehende a dos sílabas; todas las letras de entrambas, comenzando por la letra acentuada, deben consonar unas con otras. En los versos esdrújulos, cuyas sílabas, gobernadas por su último acento, son tres o cuatro; han de consonar todas las letras de dichas sílabas, por muchas que sean.

Sofronia. Si me lo explicas con ejemplos, lo entenderé mucho mejor.

Metrófilo. I.º Ejemplo.


Sola una flor en mi jardín yo vi.

La última vocal, acentuada en este verso, es la letra I, después de la cual no hay otra letra alguna. Luego, para hacer otro verso, que consuene con éste, no se requiere otra cosa, sino que acabe en I. Míralo. ejecutado:


Sola una flor en mi jardín yo vi;
y a mi Dueño y Señor luego la di.

2.º Ejemplo.


No me ha dado el jardín, sino una flor.

El último acento de este verso, carga sobre la vocal O, y después de ella hay una R, y nada más. Luego, para que otro verso consuene con él, ha de acabar con las dos letras OR en la forma siguiente:


No me ha dado el jardín, sino una flor;
y luego la he llevado a mi Señor.

3.º Ejemplo.


Esta flor te presento, o Dueño mío.

El último acento de este verso, que está sobre la I, se lleva consigo las dos vocales IO. Luego en IO ha de acabar cualquiera otro verso para tener consonancia con él. Así podrás decir:


Esta flor te presento, o Dueño mío:
tu no la quieres: yo la arrojo al río.

4.º Ejemplo.


Sola una flor este jardín me ha dado.

Las tres letras ADO, todas están bajo el acento, que carga sobre la A. Luego dos versos, que hayan de tener esta consonancia común, han de acabar entrambos en ADO, como los siguientes:


Sola una flor este jardín me ha dado;
y luego a mi Señor yo la he llevado.

5.º Ejemplo.


Pidió una flor de mi jardín Salicio.

Iacute;CIO son cuatro letras, que se pronuncian todas aquí con un acento solo. Luego en ICIO habrás de acabar otro verso, si quieres que consuene con el de arriba. Podrás decir por ejemplo:


Pidió una flor de mi jardín Salicio:
yo luego la cogí para Mauricio.

6º Ejemplo.


Una flor yo tenía: Tirsi quitómela.

En este verso se pronuncian bajo un acento solo las cinco letras ÓMELA. Luego otro verso, que haya de hacer consonancia con él, ha de terminar con todas las mismas letras, como se ve en los que se siguen:


Una flor yo tenía Tirsi quitómela.
Clori tenía otra flor, y luego diómela.

Debieras haber comprehendido con estos ejemplos la naturaleza y formación de los consonantes que se te pueden ofrecer en cualquiera verso, o agudo, o llano, o esdrújulo.

Sofronia. Creo haber entendido, en que consiste la consonancia final; antes bien me parece cosa muy fácil; y conozco, que forma una armonía muy agradable al oído.

Metrófilo. Pero dos reflexiones todavía son necesarias, para que los consonantes no cojeen, como sucede a menudo en algunas poesías aun de personas cultas. La primera reflexión se refiere a la calidad de las letras vocales, y la segunda a la calidad y número de las que se llaman consonantes.

Sofronia. Te escucho con atención y con gusto.

Metrófilo. La primera advertencia te la puedo ahorrar, porque debiera vertir toda ella sobre la diversa pronunciación de vocales estrechas, y vocales anchas; cuya diferencia, que es muy notable en la lengua francesa, y en la italiana, no se observa en nuestro lenguaje español.

Sofronia. Muy bien me viene el que no se haga esta diferencia, porque tendré así este trabajo de menos.

Metrófilo. Pero es inevitable la segunda reflexión, sobre la diversa calidad, y diverso número de las letras consonantes; cuyo descuido, que se nota en algunos Poetas, es insoportable para quien tiene buen oído. Las disonancias, que se cometen más comúnmente, son tres.

La primera es la de confundir la letra B con la letra consonante V. Así algunos por ejemplo ponen la palabra ave por consonante de sabe, y, hacen consonar a Febo con atrevo, escribiendo abe y atrebo con B., o save y Fevo con V, que son desacuerdos muy disgustosos.

La segunda disonancia es la de no reparar, donde la letra consonante es doble, y donde sencilla. Así ampara, que tiene una R, no consuena bien con barra, que tiene dos; ni sudario con barrio; ni fiera con guerra; ni mira con mirra; ni Unno con ayuno; ni otros semejantes. Esta disonancia no es tan común en Poetas españoles, como en italianos, porque estos segundos abundan más de consonantes dobles.

La tercera disonancia es la de no hacer la debida diferencia entre la Z y la S, error bastante común en algunas provincias de España. Es cosa, que disuena mucho el unir en forma de rimas o consonantes, las palabras compás y sagaz; mies y juez; Luís y nariz; tos y veloz; Jesús y Cruz; casa y traza; preso y aderezo; Ulises y matices; rosas y carrozas; uso y desmenuzo.

Sofronia. Es muy fácil el equivocarse alguna vez con cosas tan menudas.

Metrófilo. Pero son equivocaciones groseras, que deben evitarse con el mayor cuidado.

Sofronia. Si tú no me das alguna regla segura, sera difícil, que yo pueda evitarlas.

Metrófilo. La verdadera regla es el estudio de la lengua castellana, porque quien no sabe el lenguaje, en que ha de componer una poesía, no es posible que la componga bien. Te daré sin embargo otro medio, que podrá aprovecharte en las ocasiones. Compra un Diccionario, y un Rimario; y cuando dudes acerca del modo de pronunciar o escribir alguna palabra, mírala en esos libros. En el Diccionario, o Vocabulario, verás como está escrita; y el Rimario te dirá, cuales son las demás palabras, con que puede consonar.

Sofronia. Tengo noticia del Diccionario: pero el Rimario que tú dices, no sé qué cosa es.

Metrófilo. El Rimario es un Diccionario de rimas o consonantes. Italianos y españoles están a la verdad muy escasos de esta especie de libros; pues la Italia después de Ruscelli, y la España después de Díaz Rengifo, que escribieron entrambos a fines del siglo decimosexto; no han pensado en mejorar sus rimarios, o sus silvas de consonantes; como pudieran haberlo hecho sin muchísimo trabajo para ayuda de los jóvenes estudiosos, que se aplican a la poesía.

Sofronia. Mucho me sirviera esa clase de libros para dar fácilmente en las ocasiones con los consonantes oportunos; pues el ofrecerse todos a la memoria, cuando se compone, no debe ser cosa tan fácil.

Metrófilo. Es cierto, que el Rimario sirve muchas veces de desempeño, máximamente para los principiantes; pues el Poeta, que está ya ejercitado en la poesía, no necesita de él, ni suele consultarlo, aunque lo tenga. Te daré sin embargo un medio bastante llano, para que se te ofrezcan consonantes, cuando necesitares de ellos.

Sofronia. No te pese de darme cualquiera regia, que pueda ahorrarme el trabajo, y facilitarme la versificación.

Metrófilo. Pongamos el caso de que necesites de palabras, que consuenen con cala. Considera en primer lugar, cuales son las letras, que forman este consonante: verás, que lo forman las tres letras ala: y he aquí encontrado ya en la palabra ala un consonante de cala. Pon después sucesivamente delante de la palabra ala todas las letras del alfabeto B, C, D, &c. una tras otra; y verás, que se te presentan muchos consonantes de los que vas buscando. La B te hará acordar de bala, la D de data, la G de gala, la M de mala, la S de sala, la T de tala, &c. Si después fueres añadiendo a cada una de estas palabras otras letras más, con el mismo orden alfabético o del abecedario; de bala sacarás resbala, de cala escala, de dala acaudala, de gala regala, de guala iguala, de pala empala; y así te vendrán a la memoria tantos y tantos consonantes, que en lugar de penuria te hallarás con sobrada abundancia.

Sofronia. Este método me satisface mucho, y lo tendré siempre muy presente.

Metrófilo. Quisiera, que conservases también en tu memoria otras tres advertencias, que te daré, porque son muy útiles, para que la armonía, que nace de la consonancia de los versos, salga más agradable al oído.

Sofronia. No dudes que pondré el mayor cuidado en no olvidarme jamás de tus lecciones.

Metrófilo. La primera advertencia es, que el consonante tanto es mejor y más estimado, cuanto es más raro y más difícil de ofrecerse. Así por ejemplo los consonantes en ar, en ante, y en ado, como amar, amante, y, amado, se aprecian poco, porque nuestra lengua española abunda de ellos demasiadamente. Al contrario las terminaciones en asma, en erca, en icha en oble, como pasma, cerca, desdicha, roble y otras muchas muy diferentes, se estiman más, porque son más raras; y tanto más se estiman, cuanto más raras son.

Sofronia. Se me aumenta mucho con esto la dificultad y el trabajo.

Metrófilo. No te digo, que no puedas hacer uso alguno de consonantes fáciles; antes bien se usan muchas veces en composiciones, muy buenas, cuando principalmente van mezclados con otros menos comunes, o menos vulgares. Lo que digo es, que los más fáciles se aprecian menos: por cuyo motivo son más tolerables en las poesías largas, en que hay muchos consonantes seguidos; y menos tolerables en las cortas, en que hay un número menor. En suma, podrás valerte de ellos en cualquiera ocasión; pero usando la cautela de no llenar toda una composición de solos consonantes fáciles sin mezcla de otros más difíciles.

Sofronia. Con esta especie de moderación ya no es tan dura la ley, como me parecía.

Metrófilo. Pasemos ya a la segunda advertencia, que es la de no hacer consonar una palabra consigo misma, repitiéndola en el final de dos diferentes versos. Esta repetición sólo se permite, cuando tiene una misma voz dos diversos sentidos. Así sagrado, en sentido de sacro, podrá consonar con sagrado, que es lo mismo que asilo o refugio; y los reales, tomados por acampamentos, podrán consonar con las monedas, que llamamos reales.

Sofronia. Pues, si no me engaño, he oído leer alguna poesía, con la repetición de una misma palabra final en un mismo sentido.

Metrófilo. Dos solos son los casos, en que esto se puede hacer; y aun estos son de poco uso, por más que lo hayan ejecutado los italianos Petrarca, y Anguilara, y después de ellos algunos otros.

El insigne Petrarca compuso un género de poesía, que llaman los italianos Sextina, porque las seis palabras, con que acaban los seis versos primeros se repiten con diferente orden hasta seis veces, cada vez en otros seis versos. He aquí, como empieza su Sextina, traducida en castellano.


Para todo animal, que vive en tierra,
fuera de alguno, amante de la noche,
dura el trabajo, cuanto dura el día:
más luego que hacen lumbre las estrellas,
quien corre a casa, quien se sube al monte,
a descansar, hasta que vuelva el Alba.
Yo también, cuando raya el Sol o el Alba,
sacudiendo las sombras de la tierra,
y derramando luces por el monte;
empiezo a suspirar hasta la noche;
y luego que parecen las estrellas,
mi descanso es llamar el nuevo día.
Al punto que fenece el Sol y el día &c.

Con este estilo, continuó Petrarca la composición repitiendo otras cuatro veces las mismas palabras finales de los seis versos primeros. Semejantes juguetes tanto más agradan, cuanto más moderadamente, y con menos frecuencia se usan.

El otro juguete, que fue obra de Anguilara, es algo más gustoso; porque sus consonancias son más sensibles por estar más cercanas las unas a las otras; y porque el Poeta con la hermosa confusión de solas cuatro palabras, variamente repetidas, y diversamente situadas, formó una pintura muy propia de la primitiva confusión del mundo, que era el asunto, de que trataba. Sus versos italianos dicen así en nuestra lengua:


Antes del cielo, o tierra, o agua, o fuego,
había ya tierra, y cielo, y fuego, y agua:
Mas era en tierra, en cielo, en agua, en fuego,
deforme el cielo, y tierra, y fuego, y agua;
porque había tierra, y cielo, y agua, y fuego,
donde había cielo, y tierra, y fuego, y agua,
y en agua, en fuego, en tierra estaba el cielo,
Y estaba el fuego, y agua, y tierra en cielo.

Sofronia. Es bellísima esta confusión de Anguilara.

Metrófilo. Pero es una de aquellas bellezas, que salen por su irregularidad fuera del orden natural. Sólo se puede hacer uso de semejantes extravagancias en ciertas ocasiones muy particulares y muy raras, en que parece lo pide el argumento. La misma moderación es muy loable, en el uso de las licencias poéticas, que son el objeto de la última de las tres advertencias, que te insinué poco antes.

Sofronia. Es menester, que me expliques, qué cosa son esas licencias, porque yo no lo sé.

Metrófilo. Son ciertas alteraciones de palabras, de las cuales se valen los Poetas, o para ajustar la medida del verso, cuando reparan, que sobra o falta alguna sílaba; o para facilitar el consonante, cuando les es muy difícil el encontrarlo. Así los latinos alargaban una palabra con gran facilidad, escribiendo Induperator en vez de Imperator; y con igual facilidad la acortaban, diciendo Audistin, en lugar de Audisti=ne. Asimismo los italianos para facilitar un consonante que acabe en ío, o bien en óra, dicen sin el menor embarazo salío en lugar de salí, y memora en lugar de memoria. A estas y otras semejantes alteraciones suelen dar los Poetas, para propio decoro, el lisonjero nombre de licencias poéticas. Pero el hecho es, que son verdaderas monstruosidades, de que nadie debiera hacer uso, sino con mucha moderación, y tras el ejemplo de Poetas clásicos.

Sofronia. Sin embargo gustaría de que me dieses una idea del modo, con que se hacen semejantes alteraciones de palabras, y de las ocasiones, en que se pueden o no se pueden hacer.

Metrófilo. Si tú fueses italiana, te debiera decir muchas cosas sobre el asunto, porque los Poetas de Italia hacen uso frecuentísimo de semejantes, licencias que llaman poéticas: pero como eres española y has de componer en nuestra lengua castellana, que sufre muy poco de esto; muy pronto te podré sacar de este cuidado.

En nuestro idioma son rarísimas las palabras, en que se permite alteración, y se reducen todas a dos solas especies. En unas se altera la colocación de los acentos, como cuando se escribe y pronuncia Oceáno en lugar de Océano: y en otras se altera el número o calidad de las letras, como cuando se dice do por donde, y honrallo por honrarlo. Es inútil, que te canses en estudiar en esto; porque leyendo a nuestros Poetas, te enseñará desde luego la experiencia las poquísimas licencias, que permite nuestro lenguaje, al contrario del italiano, que usa infinitas.

Sofronia. No es esta la primera vez, que me has dado motivo para alegrarme de haber nacido española. Veo, que nosotros tenemos una lengua menos trabajosa y difícil, por estar menos sujeta a multiplicidad de reglas y preceptos.

Metrófilo. Pero no hay mal, que para bien no venga. Los italianos desfiguran su lengua, y necesitan de hacer mucho estudio sobre las obras clásicas de su nación, para saberla desfigurar del modo que ellas permiten. Pero de este mal se les sigue un provecho grande, que es el de dar a sus versos, con mucho mayor facilidad, así la medida que quieren, como el consonante que se les antoja.

Sofronia. Aprovéchense los italianos de su bien o de su mal; que yo me contento con mi lengua; y espero con ella hacer versos aun con buenos consonantes, como lo han hecho hasta ahora todos los demás Poetas españoles.

Metrófilo. El consonante, de que te he hablado hasta ahora, se llama propiamente consonante porque con él se consigue (como lo has visto) que dos o más versos, tengan todos un mismo sonido final, y que el uno por consiguiente consuene con el otro. Pero hay ademas de esto otra especie de rima llamada asonante, la cual, aunque también armoniosa, es sin embargo, menos perfecta, porque con ella los versos no tienen en su remate un mismo sonido final, sino dos sonidos semejantes.

Sofronia. No tengo idea alguna de esta semejanza de sonidos.

Metrófilo. Ahora te la explicaré de modo que la entiendas. La rima, llamada consonante, obliga (como te dije antes) a terminar una palabra con todas las letras, con que acaba otra, empezando desde su último acento. Así la voz amores concuerda bien con loóres, con dolores, con temores; porque estas cuatro palabras, comenzando por la O, en que está el acento, acaban todas con las mismas letras, así consonantes, como vocales, sin variarse una sola. La rima llamada asonante, es algo diversa: pide menos rigor, y tiene menor dificultad; porque no cuida de las letras consonantes, y busca solamente la uniformidad de las letras vocales. Así la voz amores, que es la misma que antes nombré, puede unirse con melones, con azotes, con noches; porque estas cuatro palabras, comenzando por la O, que es en la que carga el acento, acaban todas ellas con las mismas letras vocales, por más que las consonantes sean siempre diversas. Hecha esta distinción entre el consonante y el asonante; entenderás sin duda desde luego, como las palabras amores, loores , dolores, temores, acaban todas con un mismo sonido; y al contrario las palabras melones, azotes, noches, no acaban con un mismo sonido sino con sonidos semejantes.

Sofronia. Me parece que esta segunda especie de rima, no suena tan bien al oído, como la primera.

Metrófilo. Es cierto, que fuera de España no se hace mucho caso de la rima asonante, considerándose, como menos perfecta que la otra, y como propia de gente ignorante y vulgar, que se divierte con cantares bajos y plebeyos, mas bien que de gente culta e instruida, que se ocupa en poesías nobles y altas, y en versos sonoros y armoniosos. Pero a pesar del desprecio casi general, en que tienen muchos pueblos a la rima asonante, es cierto, que otros la usan con bastante frecuencia, y con mucha propiedad y aliño, formando con ella una tercera clase de versos, cuya armonía, aunque inferior a la de los que acaban con consonantes, es superior sin duda a la de los que llaman versos sueltos o libres. Los Poetas de nuestra nación forman con este método no solo poesías cortas, pero aun largas y teatrales, continuando toda una composición entera con el mismo asonante, con que la comenzaron. Quiero hacerte oír la armonía de los asonantes en una pequeña poesía de autor del buen siglo y de mucho crédito.

Sofronia. La oiré con el mayor gusto. Quizá de este modo cobraré afición a la especie de rima, de que vas tratando.

Metrófilo. La poesía es de Don Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilace, nieto de San Francisco de Borja. Su argumento es un elogio de la vida rústica y solitaria; y los versos, con que la compuso, se pueden escribir en la forma moderna de los que llaman alejandrinos o martelianos, haciendo de cada dos uno solo. Dice así:


O tú, que, en este monte armado de lentiscos,
en soledades vives sin amor, y contigo;
y las horas, que fueron en meses más prolijos
tan largas, en tu aldea, tan breves ya en ti mismo;
¡Cuán sin temor las gozas de este arroyo, dormido,
al paso que despiertan los dulces pajarillos!
¡Qué poco te fatigan engaños fugitivos,
que es dicha conocerlos, y desdicha sufrirlos!
¡O qué alegre saludas al claro Sol divino,
para muchos cansado, para ti bien venido!
Tus ovejuelas pacen en la yerba el rocío,
primero que lo enjugue el Sol recién nacido.
Los verdes lazos miran de sus ramos floridos
en espejo de plata los árboles sombríos.
El canto de las aves, que suenan en los nidos,
que con amor son voces, y con dolor suspiros,
todo te está llamando; y a todo agradecido,
soles te da el invierno, y sombras el estío.
No es la riqueza el oro; ni manda el que es cautivo:
quien cuidados no tiene, es dichoso y rico.
Mayor será tu dicha, si entre tantos peligros
la envidia no te busca, y te encuentra el olvido.
Si es tu fortuna corta, es largo tu distrito;
y del que nada espera, no hay quejas ni enemigos.

Sofronia. Es cierto, que es armoniosa esta poesía de nuestro Príncipe de Esquilace.

Metrófilo. Todos sus versos acaban con las dos vocales IO; y sin embargo de esto no se cansa el oído de tan continuada monotonía, o semejanza de sonidos; antes bien es agradable.

Sofronia. Me parece, Metrófilo, que podría componerse a este modo una poesía larga aun con rimas consonantes, y que antes bien la armonía debería3 parecer tanto mejor, cuanto más armónico y perfecto es el consonante, que el asonante.

Metrófilo. No es así, Sofronia. Una poesía larga, con la continuada repetición de un mismo consonante, ni sería fácil de hacerse, ni gustosa de oírse No se podría hacer tan fácilmente, porque las palabras castellanas, con una misma terminación de letras, no siempre abundan, antes bien a veces escasean mucho. Tampoco agradaría al oído, porque éste se cansaría de oír continuamente una misma percusión uniforme, por más de veinte, o cincuenta o más de cien veces de seguida. El asonante, al contrario, hiere con sonidos, que aunque semejantes, no son los mismos, antes bien muy diversos. Los hace semejantes, y por esto de algún modo armoniosos, la uniformidad de las vocales; pero los hace al mismo tiempo desemejantes, y por esto menos fastidiosos, la diversidad de las letras consonantes.

Sofronia. En suma, son tres las especies de versos, de que me has hablado; verso sin rima; verso con rima asonante; y verso con rima consonante. El primero me parece el más fácil de todos, porque nos libra del trabajo de ir buscando las consonancias finales. El segundo tiene alguna mayor dificultad, porque exige el adorno de las rimas asonantes. El tercero es el más difícil, a proporción del mayor trabajo, que nos cuesta el encontrar rimas de consonancia perfecta.

Metrófilo. Pues yo, Sofronia, pienso diversamente, y aun al revés de lo que tú dices.

Sofronia. Gustaré mucho de saber tus razones, a las que no llega mi corta capacidad.

Metrófilo. Es innegable4, que el consonante es más difícil, que el asonante, atendida la mayor dificultad que hay en hallar muchas palabras de una perfecta consonancia final, que el hallarlas de una consonancia imperfecta, que consiste en el acuerdo de las solas letras vocales. Pero es menester sin embargo reparar, que los consonantes en cualquiera poesía se van siempre sucesivamente variando, sin repetirse uno mismo, sino dos, o tres veces, o a lo más cuatro: y al contrario el asonante se repite continuamente uno mismo desde el principio hasta el fin de una pieza, por larga que sea, lo cual seguramente es difícil y laborioso.

Sofronia. Tienes mucha razón en suponer mayor dificultad en una composición de una sola rima constantemente continuada, que en otra de muchas, y muy diversas por más que las rimas de la primera poesía, en cotejo de las de la otra, sean por su naturaleza más fáciles y menos perfectas.

Metrófilo. Así como la poesía, hecha de asonantes, es más difícil por la razón insinuada, que la que se hace de consonantes; así también puede decirse en algún sentido verdadero, que el hacer una buena composición poética sin rimas es más difícil, que el hacerla con ellas.

Sofronia. Esto me parece menos creíble, que lo primero.

Metrófilo. Has de reflexionar, Sofronia, que quien oye una poesía con consonantes o asonantes, se deja fácilmente arrastrar del deleite sensible de la rima; y por consiguiente, no pudiendo poner tanto cuidado en lo demás, no puede tan fácilmente descubrir sus imperfecciones intrínsecas: pero al contrario, quien oye una poesía en versos sueltos, o libres, o sin rima, no está ocupado en saborearse con la dulzura del consonante; y por consiguiente, si hay defectos en la composición, con más facilidad los descubre. Por este motivo, quien compone en esta última forma, ha de hacer un estudio mayor no sólo sobre la armonía intrínseca del verso, sino también sobre la nobleza de los pensamientos, y sobre la mayor propiedad de palabras y de expresiones, para recompensar de este modo la falta de la armonía extrínseca, consistente en la rima. He aquí la mayor dificultad que hay en esta especie de composiciones.

Sofronia. Habiéndome ya hecho cargo, según me parece, de las tres diferentes armonías, de que es capaz el verso, armonía sin rima, armonía con rima consonante, y armonía con rima asonante, me parece, que ya pudieras explicarme, en qué forma se unen los diferentes versos para componer con ellos una poesía, y en cuáles ocasiones podré hacer uso de unos, más bien que de otros.

Metrófilo. Te hablaré otro día de este asunto: mas ahora no quiero dejarte, sin oír antes repetido de tu boca todo lo que te he dicho en la conferencia de hoy.

Sofronia. Diré lo que he podido entender. Son dos las diferentes armonías, de que es capaz el verso; armonía intrínseca o natural; y armonía extrínseca o accidental. La primera, que es la que depende del número de los pies, y de la distribución de los acentos, del modo que me explicaste en el Diálogo antecedente, es una armonía necesaria para todo verso, y la propia del que llaman libre o suelto. La segunda armonía, que es la extrínseca, y la propia del verso con rima, consiste toda en su consonancia final: y ésta ha de comenzar constantemente por la letra vocal, en que está situado el último acento, y continuar después por todas las demás letras hasta el fin del verso. Cuando el acento cae sobre la última sílaba; la consonancia se estrecha dentro de una sílaba sola; y el verso se llama agudo. Cuando carga sobre la penúltima; la consonancia comprehende a dos sílabas; y el verso se denomina llano. Cuando el acento hace fuerza sobre la sílaba antepenúltima, o sobre otra anterior; entonces la consonancia se extiende por tres o cuatro sílabas; y el verso se llama esdrújulo. Me añadiste después algunas advertencias relativas a la perfección del consonante. La primera es, que en los finales de los versos no se ha de confundir, como lo hacen muchos, la S con la Z, ni la B con la V, ni la letra doble con la sencilla. La segunda tenía por objeto el aprecio, que debe hacer el Poeta, de los consonantes más difíciles y más apreciados, sin dejar por esto de hacer uso de los más fáciles y vulgares, que pueden muy bien entretejerse y mezclarse con los primeros. La tercera advertencia era sobre la repetición de una misma palabra en las consonancias la cual cosa se puede hacer sin reparo alguno, cuando la palabra tiene dos diferentes sentidos y aun sin esto se permite a veces, pero solo en ciertas poesías extraordinarias, y de poco uso, de que me alegaste dos ejemplos. En la cuarta advertencia me hablaste de ciertas irregularidades, que por decoro de los que las usan se llaman licencias poéticas; condescendencia introducida en algunas otras lenguas, más bien que en la nuestra. Habiéndome explicado de este modo la naturaleza de la rima perfecta, me diste a conocer otra, que se llama asonante, cuya armonía no consiste en otra cosa, sino en la uniformidad de solas las letras vocales. Resulta de toda la lección, que me has dado, que atendidas las varias calidades de versos, en que se puede componer, hay tres clases diferentes de poesía: poesía de versos sueltos; la más fácil de todas por su material construcción, pero la más difícil al mismo tiempo por la mayor elevación que pide: poesía de versos con consonante; la más difícil por la mayor perfección de sus consonancias finales, pero la más fácil al mismo tiempo por motivo de su mayor armonía, que concurre a cubrir sus defectos: poesía finalmente de versos con asonante, que puede considerarse de algun modo como la más difícil de todas; porque excede en dificultad a la poesía suelta por motivo de sus rimas; y excede a la de consonantes por la continuada repetición de una misma rima uniforme.

Metrófilo. Estoy muy satisfecho, Sofronia, de tu aplicación. Has llegado ya a la mitad de tu estudio: sabes hacer toda especie de versos, menores y mayores, agudos y llanos, esdrújulos y esdrujulísimos con rima y sin ella. Ya no te falta otra cosa sino el saberlos juntar en forma de poesía, que es lo que irás aprendiendo en los Diálogos siguientes.