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ArribaAbajoDos disposiciones dignas de alabanza

Nos referimos a dos reales decretos dados por el Ministerio de la Gobernación, uno relativo a los fondos llamados Eventuales y Puramente eventuales del ramo de presidios, y otro referente a la Caja especial de beneficencia particular.

Los fondos eventuales del ramo de presidios no figuraban en el presupuesto de ingresos, ni su inversión en el de gastos, sino que entraban en una Depositaría especial de la Dirección, aplicándose a lo que era o parecía más conveniente al Director, cuya voluntad, recta o torcida, venía a ser ley en este punto. Ya se comprende lo ocasionada que puede ser a abusos esta falta de orden, de reglas fijas, de publicidad, de todas las garantías, en fin, que dificultan los desmanes de la arbitrariedad ciega o interesada. Y el daño podía ser más grave por la confusión a que daba lugar el vario origen de los ingresos: procedían éstos del trabajo de los penados; de sus ahorros; de sobrantes por bajas no calculadas; de las sumas propiedad de los fallecidos sin herederos o cuyos derecho habientes no las reclamaban o no hacían en regla la reclamación, que exige requisitos que no vale la pena de llenar para el cobro de una pequeña cantidad, etc., etc.

Uno de los males, que podría o no ser el mayor según las personas que tuviesen la dirección del ramo, es agregar a él personas que, sin figurar como empleados en los presupuestos, figuran en las nóminas cobrando sueldos.

A estos abusos ha puesto coto el decreto a que nos referimos, disponiendo que los ingresos eventuales se incluyan en los presupuestos; que su importe entre en la caja de las Administraciones Económicas; en las sucursales de la Caja general de Depósitos, los ahorros de los penados, y, por fin, que cesen los empleados que, sin ser de plantilla, cobraban sus sueldos de estos fondos eventuales.

La moralidad y el orden son indispensables en todos los ramos; pero si hubiera alguno en que se hiciese sentir más su necesidad, sería el de presidios. El mal ejemplo que allí se da cae en terreno especialmente apropiado para que fructifique; las acciones equívocas se interpretan en el peor sentido, porque no están dispuestos a pensar bien los que han hecho mal, y, en fin, si hay derechos a que se pueda atentar más impunemente son los del que se halla sufriendo una condena, privado de libertad y de honra; fácil es oprimirle, y seguro, oprimiéndole, desmoralizarle hasta el punto de que crea que la injusticia de que es objeto absuelve los que él ha cometido y le autoriza para todos los que pueda cometer.

Por estas y otras razones tiene especial importancia la acertada disposición a que nos referimos; pero si no ya seguida de otras análogas, su eficacia no será la que podía esperarse. El ramo de presidios necesita reformas radicales, hasta el punto de que sería una buena regla de conducta establecer todo lo opuesto a lo que se halla establecido.

Aflige y avergüenza ver en la muy excelente obra del Sr. D. Fermín H. Iglesias, La Beneficencia en España, cómo la caridad se ha apresurado entre nosotros a socorrer toda clase de infortunios, y cómo se han malversado los dones de la caridad; cómo la compasión dejaba fondos a los pobres, que, lejos de llegar a su destino, se quedaban entro las manos que debían custodiarlos; cómo la beneficencia particular era incansable para legar riquezas, y la maldad individual para privar de ellas a los desvalidos; y esto un año y otro año, un siglo y otro siglo, en que no se agota ni la piedad generosa ni la codicia empedernida, y en que el Estado pretende defender el patrimonio de los pobres, y lo pretende en vano casi siempre. Al ver esta lucha tan prolongada entre los buenos y los perversos, entre los compasivos y los que no tienen corazón, ocurre preguntar: ¿qué tierra es esta de España, donde el bien y el mal en tan alto grado vive, y persiste simultáneamente, y marcha paralelamente, combatiendo en duelo interminable? ¿Cómo en esa sociedad perversa que tiene generaciones de robadores de limosnas, nacen tantas criaturas que no se cansan de socorrer? Más fácil es formular estas preguntas que contestarlas, y nuestro propósito hoy es sólo indicar que la supresión de la Caja de Beneficencia particular que existía en el Ministerio de la Gobernación es una medida encaminada a que los fondos dejados a los desvalidos por la caridad privada no se distraigan de su destino. Veinte empleados, cuyos sueldos ascendían a 242.800 reales, han ido (dice el preámbulo de la real orden) consumiendo esos fondos, que, no reponiéndose con proporcionados ingresos, están ya próximos o desaparecer por completo. Estos empleados han cesado, y también la Caja especial de Beneficencia particular del Ministerio de la Gobernación, ingresando en la general de Depósitos los fondos, por desgracia ya muy escasos, que procedían de beneficencia particular.

Es de deplorar que el remedio no haya venido antes, y de alabar quien le ha puesto cuando ha podido ponerle.

Gijón, 8 de Junio de 1879.




ArribaAbajoConducción de presos y penados. Asociación general para la reforma de las prisiones


- I -

Dicen los que observan con el microscopio animales invisibles a la simple vista, que es extraordinaria, y a veces diríase vertiginosa, la rapidez con que se mueven. Algo parecido le sucede a La Voz de la Caridad, tan pequeña, y como perdida o invisible en medio de nubes de indiferencia y esforzándose para suplir con la repetición de movimientos la magnitud y la fuerza que le falta. Nuestros lectores, además de pagar la suscripción y darnos muy a mentido limosnas, tienen que prestar paciencia para oírnos hablar siempre de las mismas cosas; pero, en fin, la prestan; y al cabo de nueve años oponen a la repetición monótona del ¡ay! que arrancan dolores no consolados, la atención complaciente de la caridad, que no se cansa.

Hoy, al hablar de la conducción de penados y de presos, no vamos a dirigirnos a la Dirección de Establecimientos penales para pedirle reformas, sino a congratularnos de que otros las piden también, como indicio y esperanza de que España empieza a despertar del letargo que la hace insensible a lo que debiera sentir y deplorar.

El Sr. D. Manuel Héctor, individuo de la Sociedad de Amigos del País, de Sevilla, ha dirigido a la misma un proyecto de Memoria en que encarece la conveniencia de utilizar las líneas férreas para la conducción de presos y penados. Pasó esta Memoria a informe de una Comisión compuesta de los Sres. D. José Pérez Solares, D. Manuel Sierra y D. Pedro María Muñoz de Arenillas, que informaron favorablemente. Autorizada ya por una corporación respetable, esta proposición se presentó a la Liga de contribuyentes, que la tomó en consideración por unanimidad, nombrando para examinarla una Comisión compuesta de los Sres. Ibáñez, Muñoz, Arenillas y Camarejo: el informe fue también favorable, y la Liga de contribuyentes de Sevilla ha elevado la siguiente exposición:

«Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación.-Excmo. Sr.: La Liga de contribuyentes de Sevilla, constante en la defensa de los principios que la constituyen, y, por tanto, interesada en todo lo que pueda ser provechoso al país en el orden económico y moral, llena hoy uno de los más importantes deberes dirigiéndose a V. E. con el propósito de solicitar encarecidamente su aprobación al acertado pensamiento desarrollado en el impreso adjunto, sobre el cual, contando con la bondad de V. E., se permite las siguientes consideraciones:

»Si los servicios públicos de índole especial reclaman una atención preferente, el relativo a la traslación de presos por tránsitos de justicia debe de ser además objeto de profundo estudio por cuanto ningún otro demuestra más elocuentemente el estado de la Administración y el mayor o menor grado de adelanto de un país. Y siendo esto una teoría universalmente reconocida y aceptada, lícito es deducir que a España no le es dado pretender un puesto entre las naciones cultas mientras para realizar aquél mantenga el defectuoso sistema cuya reforma se reclama; sistema absurdo en cuyo favor no pueden invocarse ni aún las acomodaticias razones de la conveniencia material.

»En efecto: mientras parece olvidarse el fatal influjo de ciertos actos en las costumbres, en tanto que los desgraciados que la ley condena discurren de extremo a extremo de la Península en lenta marcha, llena de tristes accidentes, ostentando su desnudez, deteniéndose y pernoctando en cárceles donde para suplir la falta de condiciones de seguridad se emplea la dureza en el trato, y donde el criminal, a fuerza de sufrimientos, concluye por embrutecerse; mientras se ofrece a la sociedad este miserable espectáculo, una fuerza pública, un instituto benemérito, honra de nuestra patria, se ve imposibilitado de acudir a otras atenciones importantes, como lo son la guarda y custodia de sagrados intereses y la seguridad de las personas. Es decir, que la conducción de presos, tal cual hoy se verifica por la Guardia civil, es impropia de un pueblo regularmente organizado, repugna a la moral, impone sacrificios a las corporaciones que subvienen a sus gastos y distrae la acción protectora de un elemento de orden, cuyo apoyo necesita la propiedad, incesantemente expuesta a los atentados que dan a nuestro país tan triste renombre.

»Amplia y acertadamente demostrada la verdad de estas apreciaciones en la Memoria que acompaña, y que esta Sociedad somete al ilustrado juicio de V. E., cualquiera otra consideración sería impertinente u ociosa, por lo cual los exponentes se contraen a

»Suplicar a V. E. que examine dicho trabajo con el interés más solícito, a fin que, convencido de la utilidad del pensamiento que en el mismo se recomienda, proponga a quien corresponda la inmediata reforma del servicio indicado en los términos más eficaces y producentes. Sevilla, 4 de Abril de 1879. -El presidente, Ignacio Vázquez y Rodríguez. -El secretario, José D. Conradi

Son dignos del mayor elogio el espíritu de justicia y de humanidad que ha inspirado la Memoria del Sr. Héctor y los generosos sentimientos que en ella manifiesta, así como son muy apreciables y útiles los datos que suministra. La misma elevación, humanidad y rectitud brillan en los dictámenes de las comisiones de la Sociedad de Amigos del País y de la Liga de Contribuyentes, como puede inferirse de la exposición que insertamos. Ya que la falta de espacio no nos permita reproducir integro el opúsculo impreso por la Liga de Sevilla, haremos de él un resumen.

El Sr. Héctor demuestra que la mayor parte de las parejas de la Guardia civil están ocupadas en la conducción de presos. «El número de parejas, dice, destinadas a las conducciones semanalmente en el tercio de Sevilla, son 309, y de ellos 108 en la línea directa, es decir, en la carretera de Madrid; 201 en los servicios trasversales, ocupándose, por consiguiente, de las 1.147 plazas con que cuenta el tercio en sus dos armas, 618, y quedando, por lo tanto, disponibles para los demás servicios 523. Sáquese la proporción de los 13 tercios, y se deducirá que no estaba equivocado cuando he dicho que más de la mitad de la fuerza estaba consagrada a este servicio. Evidente es que toda ella no podría distraerse de él, pero sí podrían economizarse las dos terceras partes, etc., etc.»

A la ventaja de dejar libre para la persecución de malhechores la mayor parte de la fuerza pública hoy destinada a conducir penados y presos, se añadiría la economía del dinero que cuesta alimentarlos y del tiempo invertido en los largos viajes que contribuyen a prolongar las causas por no presentarse el preso que el juzgado reclama. Como muestra de la lentitud de estos viajes, dice el Sr. Héctor:

«Desde Chiclana a Algeciras hay 53 leguas, que tardan en recorrerse cuarenta y un días, menos de legua y cuarto cada día; y como la distancia a Madrid es próximamente el duplo, se necesitan tres meses para recorrerla, suponiendo que no haya entorpecimientos, trayecto que se podía hacer en dos días completos, pernoctando en Sevilla una noche. Si el conducido lo es desde Irún, Barcelona o la Coruña, necesitará más de seis meses para llegar a su destino, y así se explican retardos y detenciones que, sin el estudio de esta organización, no son comprendidos.

»Para atender al servicio de bagajes tiene presupuestadas la Diputación de Córdoba 10.000 pesetas, la de Sevilla se aproxima a esta cifra, y sería curioso saber el importe de los socorros, los gastos de carcelaje y otras atenciones que en sí lleva el servicio, pudiendo asegurarse que, aunque algo se diese a las empresas de ferrocarriles, siempre sería económico para los pueblos.

»Horroriza y espanta la consideración del tiempo que tarda un preso de un punto a otro; la perjudicial consecuencia de esas detenciones; las fugas y escalos a que da lugar por la inseguridad de las cárceles de tránsito, y, finalmente, la dureza con que por sus malas condiciones tienen que ser tratados esos seres, que, desgraciados ya por sus crímenes, se endurecen más y más, resultando cada día más aviesos y perjudiciales para la sociedad en que viven. Esa reunión de hombres corrompidos, ese agrupamiento de criminales que invierten meses en traspasar una distancia que podría recorrerse fácilmente en horas, no son otra cosa que focos de maldad y escuela de crímenes, donde el inocente y el ignorante aprenden aquello que quizá en otras circunstancias pudieran desconocer.

»La provincia de Cádiz tiene 14 juzgados, de los cuales siete tienen estación de ferrocarril; la de Córdoba 18, y ocho con estación; la de Sevilla 14, con estación 10.

»De los 499 juzgados que hay en España, 192 tienen estación, y 307 no; pero hay muchos próximos a ella y que podrían utilizarse.

NOTA DE LO QUE CUESTA LA TRASLACIÓN DE PRESOS Y PRESIDIARIOS
Ptas.Cénts.
Socorro del preso cada día » 32
Gastos de cárcel por pernoctar » 25
En junto » 57
Desde la Villa del Río a Cádiz, cuarenta y dos días importan 3654
Aunque se pagara la mitad del pasaje en ferrocarril, serían1930
Diferencia a favor de las traslaciones por ferrocarril1724
El presidiario tiene de socorro al día » 39½
Por cada legua se lo abonan 12½ céntimos» »
De Sevilla a Cádiz tardan veintitrés días, que importan1023
La conducción por ferrocarril costaría437
Diferencia a favor de la conducción por ferrocarril556

»Estas dietas son sin contar los bagajes y las estancias de hospital, que han de ser frecuentes por lo largo del viaje.

»En otros países es gratuita la conducción de presos y penados por los ferrocarriles: ya que en España, por un descuido inconcebible, no se ha pactado esta ventaja al hacer las concesiones, no debería ser difícil obtenerla, porque es justa, y por las muchas complacencias que los gobiernos tienen con las empresas, a quienes podían obligar indirecta, pero eficazmente, a la gratuita conducción de presos y penados.»

Tal es, en resumen, la Memoria del Sr. Héctor, por la que sinceramente le felicitamos, lo mismo que a la Sociedad de Amigos del País y Liga de Contribuyentes de Sevilla, que han patrocinado y hecho suyo pensamiento tan beneficioso. Que su voz halle eco en las cabezas del poder, y que, a su ejemplo, se eleven muchas, que es el único modo de que no clamen en desierto.




- II -

Barcelona, que en estas cuestiones había tomado ya una iniciativa que la honra mucho, acaba de dar un gran paso en favor de la reforma penitenciaria promoviendo la asociación, medio por el que tanto hemos clamado, y sin el cual serán impotentes los esfuerzos que se hagan para mejorar el estado de nuestras cárceles y presidios. Todas las personas que desean la reforma de las prisiones deben asociarse al pensamiento de que da cuenta el Diario de Barcelona en los términos siguientes:

«No hay para qué negarlo. España es la nación más atrasada en cuestiones penitenciarias por la incalificable apatía que existe hacia los estudios de esta clase, y por el censurable y tradicional abandono en que se hallan sumidos nuestros establecimientos penales, que no reúnen ninguna de las condiciones necesarias para conseguir su fin, que no es otro que castigar moralizando al que ha tenido la desgracia de transgredir las leyes sociales. Hoy nuestros establecimientos penales, vergüenza causa decirlo, en vez de corregir al penado, contribuyen fatalmente a su corrupción.

»Insuficientes de todo punto los esfuerzos aislados de pocas aunque esclarecidas personas, que con verdadero ardor, digno de la causa que con fe, constancia y entusiasmo han abrazado, para despertar al país del marasmo en que relativamente a una cuestión de tanta trascendencia en el orden social se halla sumido, es preciso aunar esos esfuerzos individuales, formar con aquellas personas que, prescindiendo de preocupaciones políticas y religiosas, aman verdaderamente al país, una vasta y poderosa asociación que, a la par que promueva y vigorice los estudios penitenciarios, procure remover los obstáculos que se oponen en España a la reforma de cárceles y presidios, o, cuando menos, trabaje por la creación de escuelas de niños viciosos y colonias penitenciarias que sirvan de fundamento y tipo al Estado para la reforma general del sistema, si de tal merece hoy día el nombre la desbarajustada organización de nuestros establecimientos penales.

»Con el objeto de unir estos esfuerzos, a excitación del Sr. Armengol y Cornet, verdadero apóstol de la reforma penitenciaria en España, se reunieron algunas personas o idearon formar la indicada asociación, a cuyo efecto formularon un proyecto de estatutos y reglamento, y convocaron, una vez acordados éstos, a la magistratura, al foro, a la prensa y a cuantas personas creyeron podían contribuir a la consecución de tan necesario fin, a una reunión que se celebró anteanoche en el salón de sesiones de la Sociedad Económica de Amigos del País.

»Nadie faltó al llamamiento, y a la hora señalada estaba el expresado local invadido, por decirlo así, de nuestras eminencias en la magistratura, en el foro, de varios representantes que han sido del país y de una representación de la prensa local. Abrióse la sesión a las nueve y media de la noche bajo la presidencia de don Francisco de Paula Ríus y Taulet, y después de darse lectura de varias comunicaciones en que algunas personas invitadas, entre las que recordamos el Presidente de esta Audiencia, el de la Sociedad Económica, el magistrado señor Talero y los Sres. Durán y Bas, Girona, Paz y Valenti, excusaban su asistencia adhiriéndose por completo a los acuerdos de la reunión, el citado Sr. Ríus y Taulet expuso, en un elocuente discurso, el objeto de la misma, demostrando la necesidad de llevar a cabo el pensamiento y calificando a las cárceles de sentina del vicio y a los establecimientos penales de escuela del crimen, dijo que en el ánimo de todos se hallaba la necesidad de reformas que moralicen a los albergados en ellos. Añadió que en ateneos, en corporaciones, en la prensa, hace tiempo que un día y otro día viene clamándose por estas reformas, clamores que, aunque inútilmente, han llegado alguna vez a dejarse oír en el mismo seno de la representación nacional.

»Después de una discusión en que terciaron varios asistentes, entre los que recordamos a los Sres. Alomar, Romero, Estapá, Marqués de San Miguel de la Vega y Orriols, quedaron aprobados en principio los estatutos y constituida la Asociación general para la reforma de las prisiones

La Voz de la Caridad, que ha clamado tanto por esta Asociación cuando no existía, cuando no era más que un deseo, y aún no faltaba quien dijera un sueño, hoy que va a ser una realidad, ¿cómo no ha de recibirla con entusiasmo, con júbilo, con esperanza? ¿Cómo no ha de pedir para ella el apoyo de los buenos, y ofrecerle el suyo, aunque débil? Cuente con nuestro escaso poder, con nuestra mucha voluntad y con nuestra incansable perseverancia. Aquellas personas que parecían imaginarias y que señalábamos con una letra cualquiera del alfabeto, por ignorar cómo se llamaban, existían, y ya sabemos sus nombres para honrarlos.

Saludamos a la Asociación general para la reforma de las prisiones de lo más íntimo del corazón consolado, diciéndole: BENDITA SEAS TÚ, QUE VIENES EN NOMBRE DE LA JUSTICIA Y DE LA CARIDAD.

Mayo de 1879.






ArribaAbajoEl día de las alabanzas

Así suele llamarse aquel día en que ha dejado de existir el elogiado. ¿Y por qué así? ¿Por qué esta justicia o esta gracia que se le hace no se le hizo antes, y ha necesitado del terrible auxiliar de la muerte? Investiguémoslo, aunque sea con brevedad, porque tal vez del análisis de las alabanzas de los muertos resulte alguna lección para los vivos.

En primer lugar, consideremos la imposibilidad de juzgar a nadie de un modo absolutamente justo; no podemos apreciar con exactitud, ni las facilidades para la buena obra, ni las tentaciones que hubo de vencer para realizarla, ni la fuerza de los impulsos a que se ha cedido para hacer mal. Seguramente que hay mérito en toda buena acción y culpa en todo hecho reprobado. ¿Pero cuánto mérito y cuánta culpa? Con exactitud absoluta nadie es capaz de decirlo. Aún en las acciones más fáciles de apreciar, y en que el mal graduado parece escrito en relieve, de modo que pueden leerlo hasta los ciegos; aún en aquellos casos en que la infracción de la moral se llama delito o crimen, todavía hay circunstancias atenuantes o agravantes, dudas, perplejidades en los jueces, y en ocasiones injusticia en los fallos: en todo juicio humano hay una cantidad de error, que podrá disminuirse, pero no hacerla desaparecer por completo. El mecánico puede despreciar una cantidad de inexactitud dada, que como matemático aprecia; la máquina funciona; el puente es sólido; el túnel no se desploma, a pesar de ella; pero el moralista no puede despreciar el error, por pequeño que sea, cuando juzga sin faltar a la justicia, y si le ha reducido al mínimum posible, aun debe reconocer que existe, y no dar por absolutamente exacto o infalible lo que falla y no tiene exactitud absoluta.

¿Tenemos presente el imprescindible error de los juicios humanos cuando aplicamos el nuestro al hombre que vive? No; por regla general al menos. ¿Recordamos este error inevitable al juzgar a los muertos? Diríase que sí, al considerar que el juicio es más benévolo, como si reconociendo la imposibilidad de una exactitud absoluta entre hacer gracia y negar justicia, optásemos por lo primero.

Que esta benevolencia del juicio sea reflexiva puede dudarse, pero que es general no tiene duda. Hay tendencia a recordar antes las buenas que las malas cualidades del que ha muerto, y a ofrecer a la pública consideración el bien, no el mal que ha hecho. Parece poco generosa la censura, y aun ensañamiento vil el severo cargo contra el que ya no puede defenderse. Como la muerte se tiene por una gran desgracia, la mayor de las desgracias para el común de los hombres, el muerto goza de los fueros del desdichado, y no es noble acusarle en la suprema desdicha. El frío que hiela sus labios, la inercia que paraliza su mano, parece de alguna manera comunicarse a la pasión iracunda, mordaz o vengativa, que en presencia de la muerte se detiene, acaso tiembla, como el que, enardecido en la carrera a la luz del sol, se halla de repente en húmeda caverna y obscuridad profunda. Y si en vez de ser acusado el que ya no existe, puede acusar, ¡qué poder en aquella rigidez inmóvil! ¡qué elocuencia en aquel silencio eterno! La muerte parece que borra en parte el mal que nos hizo el que ha dejado de existir, y pone en relieve el mal que le hemos hecho. El que vive sabemos quién es, y lo que es queremos saberlo; pero cuando ha dejado de vivir, ¿qué sabemos de él? Lo que era un hombre es un misterio profundo, terrible, que hace enmudecer a los locuaces y detiene a los resueltos. ¿Recibe el premio de virtudes que ignorábamos, de méritos que hemos desconocido, o, en expiación terrible, purga sus culpas? ¿Le separa de nosotros un abismo insondable para los que viven, o comunica con ellos, y lo que llamamos recuerdo no es más que su espíritu que al nuestro se une? En ese tránsito misterioso ¿adquirió un poder vidente y acusador que nos hace temblar, o se ha despojado de toda miserable maldad que odia y daña, y la benevolencia que hacia él tenemos es el reflejo de su amor puro? ¿Qué significa nuestro juicio para el que está ante el Supremo Juez, ya sea para él severo, ya misericordioso? La emulación o la envidia que le rebajaban o le mordían, se sienten aplacadas por la desaparición del que ya no será nunca más su rival ni su émulo.

Algunos, muchos o todos estos sentimientos, raciocinios y dudas, influyen en la mayor benevolencia con que juzgamos a los que han muerto. ¿Pero no debería influir también en nuestra manera de juzgar a los que viven?

Si es insensato nuestro juicio severo respecto del que se halla en presencia del Supremo Juzgador, ¿no estamos siempre ante Él, y, en la limitación de nuestra inteligencia, no nos es de todo punto imposible juzgarnos bien unos a otros?

Si es vil mancillar la memoria del que ya no puede defenderse y rehabilitarla, ¿es más noble acusar al ausente, que no puede defenderse tampoco, y entregar nuestro juicio severo o calumnioso a la malevolencia ávida de escuchar el mal en que se goza, y que absorbe la reprobación para escupirla envenenada?

Si el hombre muerto es un misterio, ¿no lo es también el hombre que vive? ¿Quién ha penetrado bien en sus alegrías y en sus dolores, en su mérito y en su culpa? ¿Quién explica las contradicciones que hay en él y los sentimientos que siente sin quererlos sentir? ¿De dónde le vienen la tentación infernal y la inspiración divina? ¿Por qué cree y duda, teme y espera, ignora y sabe, aspirando siempre y en todo a un más allá que jamás halla? ¿Cómo hay amores que se convierten en odios, y genios que parecen próximos a la locura? ¿Por qué es infeliz el que tiene condiciones para ser dichoso, y ríe el que parece que debería llorar? ¿De dónde saca el mártir la fortaleza con que se inmola, y el criminal la dureza con que inmola a los otros? ¿Cómo se graba el recuerdo indeleble, cómo borra el olvido, cómo se ama la existencia hasta sacrificarle el deber, cómo, olvidando el deber, se atenta contra ella? ¿Cómo la razón del hombre quiere saber lo que no puede comprender su entendimiento? ¿Cómo tiene un ideal de perfección de que no es capaz?

Si la muerte es una gran desgracia que impone silencio a la censura, ¿no hay desgracias en la vida? A más de las ostensibles, de la falta de medios de subsistencia, de salud y de la pérdida de las personas queridas, ¿cuántos dolores punzantes, ignorados, no acibaran la vida del hombre? ¿Cuál es el que no lleva alguno, si no visible, oculto, y quién puede estar seguro, al esgrimir el látigo de la crítica, de no flagelar a una criatura que sufre? La salud del cuerpo es la regla, la del alma la excepción, y pocos hay que, más o menos, no sean dolientes. ¿Es generoso, ni es humano, ni justo tratar con dureza a pobres enfermos, juzgándolos con áspera severidad?

Anticipemos, pues, el día de las alabanzas, la benevolencia de ultratumba, porque la razón, el sentimiento y la justicia nos dicen que juzguemos al hombre que vive y hablemos de él como si ya hubiera muerto.

Mayo de 1879.




ArribaAbajoPremios a la virtud

Cayetano de Torres Sánchez


En los reglamentos o reglas seguidas para la adjudicación de premios a la virtud no tenemos noticia de que esté provisto el caso de que la acción virtuosa haya costado la vida al que la realizó; este caso no es tan raro, pero con que sucediera una vez, con que fuera posible tan sólo, nos parece que debía tenerse en cuenta por cualquiera corporación o individuo que se proponga premiar altos merecimientos.

¿Para qué se establecen premios a la virtud?

Para fortalecer el sentimiento moral con el público homenaje que se tributa al hombre virtuoso; cuando éste es pobre, se añade una suma en dinero, no como pago de su buena acción, sino como socorro de su pobreza; porque el hombre no es sólo una moralidad y una inteligencia, sino también un cuerpo con necesidades materiales, que, cuando no están satisfechas, mortifican. ¿Debe presentarse hambriento a recibir el galardón de sus buenos hechos? Que al menos por algunas semanas tenga pan y no acibare el hambre su merecida alegría.

Si no estamos equivocados, éste es, en resumen, el sentido de las solemnidades morales que se llaman premios a la virtud. Y cuando el héroe ha sido mártir, cuando es el premio más merecido, ¿se negará? Él ya no le necesita; cierto, y otro mayor habrá recibido, porque, muriendo por el hombre, debemos creer que ha muerto en gracia de Dios; pero allí está su memoria, su santa y triste memoria, a la que se debe el homenaje que él hubiera recibido, que ya no puede recibir, porque su amor a la humanidad fue mayor que el de la propia vida; y tal vez la anciana madre, la desamparada viuda, los hijos pequeños, tienen hambre porque su padre tuvo heroica abnegación. Tal es el caso que vemos referido del modo siguiente:

«En el inmediato pueblo de Morata de Tajuña ocurrió hace tres días un triste suceso.

»Hallábanse algunos niños bañándose en el río que da nombre al pueblo, cuando un honrado jornalero, Cayetano de Torres Sánchez, que andaba por la orilla, notó que uno de los niños luchaba en vano con la corriente o iba en breve a ahogarse.

»Movido por un noble y generoso impulso se lanza al río sin despojarse siquiera de la ropa, logrando asir al desventurado niño y colocarlo sobre sus hombros, ya en salvo, aunque a bastante distancia de la orilla.

»La gente que había acudido a la orilla puso de su parte cuanto pudo para evitar la desgracia, y al efecto se arrojó una cuerda, a la cual se agarró el muchacho, quien momentos después estaba sano y salvo.

»No así su generoso salvador, que, luchando heroicamente con la corriente, hubo sin duda de sentir agotadas sus fuerzas, en términos de que cuando, ya salvado el niño, se le arrojó la cuerda, era tarde: había desaparecido bajo la superficie de las aguas, sin que después se lo haya visto aparecer.

»Para que el cuadro resultara más triste, tres hijos de Torres Sánchez, de muy pocos años de edad, presenciaron desde la orilla el trágico fin de su padre.

»Los vecinos de dicho pueblo han abierto una suscripción para socorrer a la desgraciada familia, privada de su jefe por un acto de virtud nunca bastantemente elogiado.»

Rogamos encarecidamente a la Sociedad Económica Matritense que en la primera adjudicación de premios a la virtud dé el mayor a Cayetano de Torres Sánchez, cuya eterna ausencia es mucho más edificante que su presencia lo sería, y que tiene la doble inmortalidad del hombre y del mártir. ¡Qué efecto no produciría en la sesión solemne de adjudicación de premios, si el Secretario, dando cuenta de los merecimientos de los premiados y señalando a un asiento vacío, dijera estas o parecidas palabras: -Allí quisiéramos que estuviera un hombre que, al llamarle, se levantara a recibir de manos de nuestro Presidente el premio adjudicado, y de vosotros la simpatía y el amor que merecen los que como él aman a sus semejantes; allí quisiéramos que estuviera el que, al ver un niño próximo a perecer, se arrojó a la impetuosa corriente para salvarle; allí quisiéramos que estuviera el que le sostuvo en sus hombros sobre las aguas con fuerzas que no le faltaron sino después de estar en salvo el que protegía; allí le quisiéramos, para recibir el reflejo de su noble frente, para estrechar sil mano generosa...; pero no está allí, no puede estar. En vano llamaremos a Cayetano de Torres: no acudirá; sólo responderán a nuestro llamamiento tres desvalidos huérfanos, que nos dicen llorando: Ya no tenemos padre: le vimos desde la ribera salvar la vida a un niño, y morir... Señores, que estas lágrimas, merecido homenaje a su memoria bendita, no sean estériles; que no desaparezcan como en tierra abrasada gota de rocío que se evapora sobre la planta que no reverdece ya; que nuestra lástima se convierta en caridad activa, y nosotros en protectores de esas infelices criaturas. Vergüenza fuera que viniésemos aquí a sentir como en el teatro y ofrecer el contraste de nuestro egoísmo y de la abnegación de ese hombre que ha muerto en las aguas del Tajuña, y terrible cargo para la Sociedad si al ver tres mendigos haraposos y desgraciados, y preguntarles: -¿Quién sois?, respondieran: -Somos los hijos de Cayetano de Torres.

Que la Sociedad Económica Matritense oiga y atienda nuestro ruego, y que las personas compasivas no abandonen a los que por tantos títulos merecen su protección.

Gijón, 1.º de Agosto de 1879.




ArribaAbajoLos inválidos del trabajo

No es la primera vez que La Voz de la Caridad recuerda y compadece al pobre que se inutiliza trabajando o implora el amparo de la compasión, ya que no sea dado reclamar el apoyo de la justicia; no es la primera vez que llama, aunque inútilmente, a la puerta de los que la cierran al buen pensamiento de socorrer a los inválidos del trabajo y de evitar que haya tantos, ya empleando medios que disminuyen el peligro, ya exigiendo de quien corresponda responsabilidades que no se hacen efectivas, en que por descuido, por ignorancia o por codicia incurren a veces los que necesitan para comprender la justicia que se la explique alguno que pueda hacerla cumplir.

Y antes que La Voz de la Caridad clamase ni se hubiera fundado, ya muchas personas compasivas se asociaron, reunieron fondos, y estaban a punto de empezar a socorrer a los inválidos del trabajo, cuando el Gobierno les impidió constituirse, por tener (se dijo) la Asociación color político. El de la vergüenza debiera subir al rostro de los que tal hicieron, y de cuyos nombres no queremos acordarnos.

Los buenos pensamientos no mueren, en el sentido de extinguirse para siempre: en vano se sepultan, se cubren con posadas losas y se les pone guardia; un día resucitan, suben al cielo, y descienden después sobre la tierra benditos de Dios y para consuelo de los hombres. El de amparar a los inválidos del trabajo toma cuerpo según parece; una parte de la prensa se ocupa de él. ¿Habrá llegado la hora de que se realice? Así sea, para consuelo de los que le necesitan y para descargo de conciencia de la sociedad, que prescinde de uno de sus más sagrados deberes.

¿Cuántos hombres mueren o se inutilizan trabajando? Nadie lo sabe, nadie lo pregunta: parece que a nadie le importa. Y debía importar, y debía saberse, y se debía comprender que no es el abandono y la miseria el pago que debemos a los que a costa de la vida o de la salud nos proporcionan comodidades y riquezas. Apenas hay obra de consideración que no cueste víctimas. La casa, el camino, el puente, el viaducto, el túnel, el puerto, el canal, el teatro, el museo: donde quiera que vamos a satisfacer una necesidad o un gusto, nos ha precedido el trabajo de hombres, de los que algunos o muchos han quedado inútiles o perecido en la obra.

La hermosa, al contemplarse en el espejo, no ve detrás la imagen del obrero que explota las minas de azogue; el que arrellanado en su butaca se calienta a la chimenea, no recuerda las numerosas víctimas del terrible grisou; ni el gastrónomo que saborea el pez raro tiene presente a los huérfanos de los pobres pescadores que murieron en el mar. Contra sus borrascas se aseguran los barcos y las mercancías; por la salud de los hombres o por la vida, cuando la arden, no se paga nada; esta partida no entra en el presupuesto de ninguna obra, ni forma parte de los gastos de ninguna explotación. Los que especulando se enriquecen, muchos al menos, no imaginan siquiera que aquellos sin cuyo trabajo no se hubieran enriquecido y que se han inutilizado trabajando para ellos, merecen otra cosa que el completo olvido y abandono en que los dejan con la mayor tranquilidad de conciencia. Y a los que decimos que no la tienen recta, que esto no es ley de Dios ni debiera serlo de los hombres, es posible que nos llamen gente subversiva, peligrosa, socialistas, nihilistas... Sea en mal hora, y concíbase el orden social en contraposición al moral, que nosotros no hemos de pensar que contra él hay justicia ni conveniencia. Hace falta, mucha falta, enseñar bien el deber, porque, sabiéndolo, es posible que se olvide o que se piso; pero ignorándolo es seguro que no se cumple: si pasan por regulares, y aún por buenas, cosas positivamente malas, es porque no se ha aprendido que lo son.

Pero si no se sabe, que se sienta que el inválido del trabajo es tan acreedor a protección especial como el de la guerra, y en este caso, como en todos, precediendo al deber legal el moral, cumplamos el nuestro asociándonos para amparar a los que se inutilizan trabajando, o a sus hijos, si mueren; no los dejemos en desdichada miseria y cruel abandono.

Se habla de enseñar al pueblo a leer y escribir; bien está, si ha de tener libros buenos; en lo que necesita aún más que la instrucción primaria; enseñémosle moral, practicándola, haciéndole bien.

Gijón, 20 de Agosto de 1879.




ArribaAbajoAsociación para la enseñanza de la mujer

Nuestros lectores conocen ya el reglamento de las escuelas de Institutrices y de Comercio. En la Memoria de donde los hemos tomado se dice: «Se invita a todos los amantes de la cultura y de la prosperidad nacional para que, afiliándose en la Asociación fundadora, contribuyan, en la medida de sus recursos, al sostenimiento de los dos citados institutos, a los que, mediante el favor público, serán agregadas más adelante escuelas industriales.»

Este noble propósito indica una grande y urgente necesidad, la de la enseñanza industrial de la mujer, que no sabe con perfección ni aún las labores que se dicen propias de su sexo. Estas labores, por regla general, no proporcionan ya un medio de vivir, y cada día ofrecen menos retribución. Las máquinas de coser auxilian el trabajo, le hacen más rápido y dejan sin él a un gran número de trabajadoras; pero éstas, dadas las costumbres y su imperfecta educación industrial, no pueden dedicarse más que a la costura; así, para cada pieza que hay que coser, se cuentan nadie sabe cuántas, pero muchas costureras; se hacen una concurrencia que puede llamarse mortal, porque disminuyendo indefinidamente el valor del trabajo, éste abruma y no produce lo indispensable para vivir. Donde quiera que hay costura, acuden mujeres a disputársela; los que la pagan, bajan y rebajan y vuelven a rebajar el precio, seguros como están que por ínfimo que sea será aceptado. Diez o doce horas de tarea, con atmósfera sofocante en verano, con frío en invierno, con mala luz en sus largas noches, no dan lo indispensable para el sustento, y se agotan las fuerzas físicas, si antes no se acabó la moral y se buscaron en el vicio los recursos que el trabajo negaba. Así viven miles de mujeres; unas que aceptan el martirio de su laboriosa miseria, y otras lanzándose a desórdenes que no hacen más que aplazarla, acrecentarla y cubrirla de ignominia.

Si se exceptúan las labores dichas propias del sexo, y esas no todas ni las más delicadas, los trabajos a que se dedican las mujeres son pocos y mal retribuidos, ya por la concurrencia excesiva, ya por su falta de educación industrial, que las clasifica entro los braceros, es decir, operarios que apenas desarrollan más que fuerza física; y como tienen menos, como la costumbre las excluye de la mayor parte de los oficios, resulta que el trabajo de la mujer, por el hecho de hacerlo ella, se paga menos, está verdaderamente envilecido, contribuye a envilecerla, y no pudiendo redimirse por él, se pregunta si hay otro medio de emanciparse que el libertinaje, y muchas veces se responde negativamente.

Las mujeres perdidas, todos los que las han observado lo saben, son refractarias al trabajo; pero no lo serían tanto si la tarea que se les impone fuese menos repulsiva. Por lo poco que ejercita las facultades intelectuales, por la prolongada asiduidad que exige, por su acompasada monotonía y por su retribución insuficiente, el trabajo de la mujer abruma, rechaza, hace víctimas o rebeldes. Cualquier género de rebeldía en la mujer es preternatural; su elemento es la paz, el sosiego, no la lucha, y cuando hay tantos miles de mujeres que se rebelan contra el trabajo, es porque no tienen condiciones aceptables.

Las penadas por la ley, livianas con muy pocas excepciones, carecen por lo común de instrucción literaria y religiosa, pero tampoco la tienen industrial, y muchas, acaso la mayoría, no estarían allí si hubieran sabido trabajar.

Así, pues, la educación industrial de la mujer tiene dos objetos a cual más importantes:

Hacer el trabajo lucrativo.

Hacer el trabajo atractivo.

Añádase, y es muy de tener en cuenta, que las vocaciones no pueden respetarse, ni utilizarse las aptitudes cuando el trabajo es uno mismo para todas, y viene a nivelar brutalmente las eminencias rebajándolas, y a embotar las actividades maniatándolas.

Así, el trabajo, que se ha llamado centinela de la virtud, es para la mujer aliado del vicio, que patrocina cautelosa o atrevidamente, en la fábrica, en el taller, en la tienda, en el lavadero, en la buhardilla, de donde no puede desterrar la miseria; en el cuarto principia, donde la riqueza del señor es un peligro para la criada.

Dando educación industrial a las mujeres, ¿van a desaparecer todos estos males? Seguramente que no; pero podrían disminuirse mucho, y con la mutua influencia que entre sí ejercen los elementos sociales, el daño y el beneficio no es sólo directo, y con frecuencia es mayor el que se hace indirectamente.

Lamentemos la situación de la trabajadora española: criada, no sabe servir; costurera, no sabe cortar; lavandera o planchadora, no sabe emplear sino procedimientos semisalvajes; ni el daño que le hace el vapor de la plancha, que así llama al ácido carbónico con que lentamente se envenena. Ningún oficio aprende, y cuando tiene alguno, por efecto de la competencia, se la paga como si no lo supiese. En el campo trabaja casi tanto, a veces más, que el hombre, y gana como un muchacho. En la fábrica no desempeña ninguna función bien retribuida, es una máquina débil; en el taller suele estar dirigida y explotada por maestros. A la competencia patria hay que añadir la extranjera: de Francia vienen adornos, bordados, encajes y trajes hechos, mientras las operarias españolas no tienen que hacer. Se pretende proteger el trabajo nacional, pero el contrabando se burla de semejante protección, y la infracción de la ley o la fuerza de las cosas van inundando a toda España de ropa hecha en Francia, mientras nuestras operarias carecen de trabajo.

¿Pediremos aumento de derechos, más moralidad en las aduanas? La inmoralidad de las aduanas no puede desaparecer sino con ellas; el contrabando crece a medida que suben las tarifas, y no hay más que un modo eficaz de proteger el trabajo, que es procurar que se trabajo bien. La obrera española es inferior a la extranjera, por lo que enevitablemente tiene una competidora más en los pocos trabajos medianamente retribuidos de que no la excluye el hombre; de todo lo cual resulta que su situación es una desdicha y un peligro para ella y para la sociedad.

Repetimos que este mal, muy complejo, como todos los sociales, necesita muchos remedios; pero uno de los más eficaces sería la instrucción de la mujer, no sólo literaria y artística, sino industrial, que no puede realizarse sin una protección que apoye y dirija los esfuerzos individuales débiles y que han de hallar renacientes obstáculos. El mayor de todos es la costumbre que se interpone entre la mujer y cualquiera ocupación de su sexo, calificando de malos, o cuando menos de peligrosos, todos los caminos que son nuevos. En este caso, como en tantos otros, la mujer no ve medio entre la esclavitud y la rebeldía, ni para evitar los males de entrambas queda, por regla general, otro recurso que la protección de colectividades asociadas que den al individuo protegido apoyo, guía y le cubran contra los ataques y las burlas de una parte de la sociedad que no quiere cambios de ningún género. La mujer aislada no puede abrirse paso por ningún nuevo camino, y aún es peligroso que lo intente, porque si no tiene dotes raras, que nunca pueden ser más que excepcionales, es posible que pierda en la desigual y terrible lucha alguna cualidad que a toda costa debe conservar.

Las mujeres, ni deben continuar trabajando sin destreza, ni pueden salir de semejante situación si no reciben eficaz auxilio: hay que vencer grandes obstáculos y romper con la costumbre, lo cual sólo es posible teniendo protectores poderosos, caritativos o ilustrados. No basta enseñar a una joven un oficio; es necesario ver en cuál no hallará resistencias invencibles en la opinión y peligros en la práctica; de modo que no se trata sólo de enseñanza, sino de tutela, para que el alumno instruido no halle la puerta del trabajo cerrada o alguna abierta por donde no debe entrar.

La empresa es tan necesaria como será imposible si las señoras no toman parte en la educación industrial de las mujeres del pueblo; si no pueden enseñarles un oficio, pueden buscar quién le enseñe, vigilar la enseñanza y procurar que no sea inútil. Y en muchos casos, aún podrían tomar parte en ella. En Inglaterra, las damas elegantes ¿no se ponen el delantal de cocina para enseñar a guisar a las mujeres del pueblo? ¿No está dando esta enseñanza, y la asociación formada con el objeto de extenderla, los más excelentes resultados? Y no se limitan a proporcionar cocineras hábiles a los ricos, sino también a condimentar higiénica y agradablemente la comida de los pobres. Con el mismo gasto, puede proporcionarse una comida más sana y gustosa sabiendo prepararla, lo cual tiene consecuencias, no sólo gratas y fisiológicas, sino morales, aunque parezca extraño. Todo lo que hace agradable el hogar, estrecha los lazos de familia, y en más de una contribuye a aflojarlos el que sus miembros van al figón o a la taberna cuando quieren comer algo apetitoso; esto en algunas localidades es muy frecuente, y en todas muy perjudicial.

Nada se enseña a las mujeres del pueblo, nada saben; es necesario enseñarlas para que sepan y a fin de hacer su trabajo atractivo y productivo. Esta enseñanza necesita ser, en parte, tutela, y esta tutela ha de ser por personas de su sexo, que ocupando mejor posición pueden y deben protegerlas.

La educación literaria de la mujer ha podido iniciarse y puede continuarse hasta cierto punto por hombres; la industrial necesita indispensablemente el concurso de las señoras: que no le falte.

1.º de Agosto de 1879.




ArribaAbajoSuscripción a favor de los que las inundaciones han dejado en la miseria

La Voz de la Caridad podría salir hoy con orla negra en señal del luto que llevan en su corazón los que la escriben y los que la leen.

Ante esa inmensa desventura, ¿quién halla palabras para decir lo que siente? Corren las lágrimas en silencio: que vayan acompañadas de buenas obras.

¿Habría una cosa más deplorable que esos campos asolados, que esos pueblos de que no quedan más que ruinas cubiertas de cadáveres, que esos miles de criaturas tan infelices que envidian tal vez a los que han muerto? Sí; más horrible que semejante espectáculo sería que pudiera contemplarse sin dolor, sin dolor profundo, de ese que no se consuela sino consolando.

Esperamos que no sucederá así, y que aquellos afligidos errantes dirán un día: Nos faltó la tierra que cultivábamos, la casa en que vivíamos; nos faltó cama en que descansar, ropa que vestir, pan que comer...; nos faltó todo, todo, menos el amor compasivo de nuestros compatriotas, que nos ha salvado de la miseria, de la desesperación, de la muerte.

Reales
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