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2002 Jordá
La Retirada 1939
Bronze et marbre des Pyrénées. 210 x 250 x 160

1 er mémorial officiel dédié à l'exode des victimes de la guerre civile espagnole.
Commande de la Ville de Touluse, inauguré par les autorités publiques en janvier 2002 au jardin Nougaro, avenue des Minimes, Touluse.

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ArribaAbajo La guerra ha terminado5

Marie-Louise Roubaud Revilla


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Entre flamenco y tragedia, el exilio de los españoles republicanos vencidos por el franquismo ha iluminado la ciudad de rojo y negro. Los últimos héroes están cansados. Descansan pero no olvidan nada, animados por un ideal, la exigencia de saber. Quedan recuerdos dolorosos, siempre vivos, algunos homenajes y figuras simbólicas...

En español, el exilio se dice también destierro. Pronunciar esta palabra es difícil. Rasga la garganta como un grito proveniente de las entrañas -como el flamenco- y tiene un sabor de ultratumba. Además, desde la frontera hasta Toulouse los cementerios están llenos de tumbas de españoles.

Hace cincuenta años que llegaron. Desarraigados, harapientos. Sin hablar el idioma de aquí. Metecos. Vencidos y que para colmo se negaban a serlo. Porque desde la caída de Barcelona (1939) hasta la muerte de Franco (1975), vivieron de esperanza. Se cruzaban en las calles, en las plazoletas, en los mítines y desde la plaza Wilson rebautizada «el enclave de Llivia» hasta «los encantes» (mercado de cosas viejas) de San Sernín, no tenían otra idea en la cabeza: «El año próximo a Jerusalén». Jerusalén liberado, era para unos Madrid, para otros, Barcelona, para otros incluso una pequeña ciudad de la Coruña con perfume de algas y de brezo o un pueblo de Andalucía con palmeras y jazmín. Se han vuelto unos profesionales de la espera «el hoy es malo, pero el mañana me pertenece», Don quijotes sin tierra pero no sin imaginación que discutían sin fin sobre otras cruzadas por la libertad. Puesto que ellos momentáneamente estaban ausentes de su propia casa, volvían a ser ciudadanos del mundo libre. Durante años han rehecho el mismo calvario, bajo las miradas atónitas de sus hijos que aprendían también muy deprisa, en la escuela de la calle, que no es bueno hablar la lengua de los vencidos, incluso en una república. Los más testarudos han llegado a ser bilingües. El castellano o el catalán siendo la lengua del «clan», la lengua de las madres, aquélla que Kafka decía que era «la querida». Los otros han abandonado. No tienen nada de españoles más que su nombre.

Entre flamenco y tragedia, este destierro ha teñido la ciudad de rojo y negro. Hoy por hoy, no hay en Toulouse un monumento que celebre la llegada masiva de esta diáspora. Por lo demás, la sola estatua digna de esta epopeya lírica se encuentra a doscientos kilómetros de aquí, en una playa de los Pirineos Orientales, en Saint-Cyprien. Representa una mujer sirena encallada frente al mar. Ha   —24→   sido ofrecida por la viuda del pintor François Desnoyers en recuerdo de los primeros campos, allí donde los refugiados fueron instalados, directamente sobre la arena yelma y fría de las playas del Rousillon. Era el rudo invierno de 1939. Un preludio glacial.

Durante cuarenta años, Toulouse iba a6 convertirse en la capital histórica de esta España republicana del exilio. La que venían a arengar los líderes políticos y sindicalistas, la que los poetas y escritores alababan en los recintos de las conferencias de una universidad y de un ateneo dedicado a los cultos de la gran hispanidad (Nicolás Guillén, Salvador de Madariaga, Alejo Carpentier, Julio Cortázar). La que han venido a visitar con gran solemnidad, el día acontecido de la gloria, es decir de la democracia rehabilitada, los hombres de Estado (Tarradellas, primer presidente de la Generalitat catalana restablecida, Jordi Pujol su sucesor) e incluso los poetas (Alberti).

[...]

Los Martínez, Carlos y José, hoy médicos y cirujanos reconocidos que han llegado a ser historiadores competentes de su partido, recuperan en las puertas del número 69 de la calle du Taur el «cine esperanza», lugar mítico de los militantes socialistas, el tono apasionado de su juventud. Es aquí en estos locales exiguos, apenas sin luz, es aquí que han aprendido todo del español, de la Historia, de la solidaridad. Aquí han vivido, pensado, escrito, esperado, suspirado, echado pestes, dos generaciones que se han enfrentado con disputas entre Antiguos y Modernos. Aquí, Felipe González, joven abogado en los años 70, vino a asegurar el relevo de un sindicalismo clandestino que buscaba su segunda oportunidad y su legitimidad frente a los veteranos. Porque estos emigrados e hijos de emigrados no eran hijos de nadie. No tenían, con toda seguridad, dos duros de renta, pero tenían juicio. Venían a ser como los hijos y los nietos de Bakounine, de Emma Goldman7, de La Ibarruri, de Companys (el líder catalán entregado por Francia a la España franquista que se apresuró a fusilarlo en 1940) y de Iglesias, no Julio sino Pablo, el querido líder socialista. Rara vez éstos habían traicionado a su partido. Es decir, que los anarquistas siguieron siendo anarquistas así como los comunistas y los socialistas. En pocas palabras, el exilio no ha reconciliado a nadie y menos a los vencidos de la víspera. A veces, voluntarios en los combates fratricidas. Pero nadie más, después de la derrota amarga y de la experiencia mortífera de los campos, nadie más ha matado al Romeo del campo contrario por haber seducido a la Julieta de enfrente. Es decir a Julia.

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Sí, claro, las guitarras del destierro a veces han desafinado.   —25→   Los unos tras los otros, los caciques mueren. Algunos volvieron a España para reanudar con el curso de su destino interrumpido. Pero la mayoría no han dejado el país tolosano. Sus hijos tampoco, arraigados por los hijos que han traído al mundo. Además, ¿a dónde irían? La España que tanto habían esperado no les espera. Ésta se ha construido sin ellos. Entonces se quedan. Como enamorados frustrados. A las puertas de lo que fue para ellos como para sus padres, la gran ilusión. La ilusión de la vida. Henri López, novelista, que vive, escribe y publica en Toulouse8 habla de Barcelona como del «lugar de un amor jamás satisfecho». Sí, desde luego, aquí como allí nos gustan los bares de tapas, los tangos de Gardel y el flamenco rock. Tenemos, como Maguy Marin, impetuosa coreógrafa moderna, nacida en una familia de emigrados madrileños y andaluces, en el barrio de Minimes -el de Raymond Abellio y de Claude Nougaro-, el sentido de la audacia y el genio iconoclasta.

Los españoles en Toulouse, los «macacos» como los llamaba cariñosamente Carlos Pradal en un magnífico lienzo cuando los representa como los caballeros de la triste figura, mirando con angustia y curiosidad por encima de la talanquera ficticia representando los Pirineos, los españoles no se han contentado simplemente de bailar flamenco, de beber sangría y de comer paella. Han manejado la pala y el pico. Han estudiado, han salido adelante. Han viajado. Se dice insistentemente que los más resueltos han ido para «allá» en pleno franquismo. Y no para escribir sonetos. Y que algunos no han vuelto. Y circulaban entonces esquelas a escondidas: «Rezar por el alma de...».

Sí, la guerra ha terminado pero Tolosa de Francia es conocida por España entera. Tolosa la Roja. Jorge Semprún, ministro de Cultura de Felipe González, quien fue escritor y cineasta de la doble memoria y de la doble identidad, cuando viene a la tumba de Azaña en Montauban para rendir un homenaje muy oficial de su gobierno socialista al último presidente de la República Española, muerto en el exilio en 1940, afirma que hay que dejar a Azaña en tierra extranjera. Como un símbolo. Como Machado, que duerme en Collioure y al cual Alfonso Guerra, vicepresidente de González, había venido hace dos años para honrar en nombre de una España que le había negado y renegado. Homenajes que son rehabilitaciones (nunca es tarde cuando llega...) dedicados también a los soldados desconocidos de esta guerra para que el tiempo no deteriore su recuerdo. Érase una vez en Toulouse...

Sin lugar a dudas, todos los destierros se parecen. Al Sur como al Este. Éste ha pagado el derecho al descanso pero   —26→   no al olvido. Sabemos bien que el pueblo que rechaza conocer su pasado está condenado a revivirlo.

Claro está, nuestros últimos patriarcas en su otoño occitano son poco severos. Pero han visto tanto, han hecho tanto, primero guerras, la suya, la nuestra. Han resistido tanto, en los campos, en los grupos de resistencia y luego todavía en los campos (los de Alemania en Mathausen). Han tomado tantos trenes, barcos, han atravesado tantos puertos de montaña, tantas montañas, tantas carreteras para llegar hasta nosotros. Las manos vacías. Como dice Maguy Marin: «Tenían ideas. Quiero decir un ideal». Este ideal no era la exigencia de la felicidad, era la exigencia de saber. Y les atormentaba otra sed que esa del poder. «Se puede rechazar una subprefectura cuando se ha soñado con una estrella...».

[...]

Ellos que fueron en este país (ironía de las palabras) «residentes priviligiados», miran con ojos nostálgicos la España de hoy que a grandes pasos caracolea hacia el futuro en el cual no constarán. Sin embargo, de alguna manera, España ha nacido de los sueños que ellos han perpetuado aquí en las callejuelas sombrías del viejo Toulouse, en estas mugrientas salas de bar. Sí, esta democracia es también su bien. Han vivido por procuración todas las peripecias de esta transición, de esta evolución que fue, con anticipo también de terciopelo, y de la cual se sienten desposeídos, excluidos, a la vez orgullosos y decepcionados. Es que, con esto está dicho todo, no es fácil ser español de Francia.