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ArribaAbajo Los pintores del exilio en Toulouse

Michel Battle


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Hasta hoy, todas las evocaciones que se han podido hacer sobre los artistas españoles refugiados en Toulouse, han sido fragmentarias y fundadas únicamente sobre criterios de amistad y afinidades estéticas.

Siempre me ha sorprendido que nadie se interese por este apasionante tema más profundamente. A partir de esta constatación, he esbozado una prefiguración en una exposición que tuvo lugar en la librería Castela en 1999 durante el festival Cinespaña, reuniendo tres generaciones: los exiliados, sus hijos y sus nietos.

Pero en 2002, aún no se reconoce a artistas tan interesantes como el grabador Pablo Salen, ¡el último sobreviviente! Antiguo piloto de caza de la armada republicana, Salen perdió un brazo combatiendo, lo que no le impidió crear cientos de grabados de los cuales una serie considerable dedicada a la guerra de España fuese adquirida por la Biblioteca Nacional. ¡Ya sería hora que Toulouse le rindiera homenaje!

Qué decir del gran pintor neocubista Virgilio que desapareció demasiado pronto, en 1947 dejando tras él una obra comparable a la de Juan Gris, ¡un artista que en su último año se encaminaba hacia una total monocromía! De vez en cuando, una de sus obras pasa en una venta de París o en Suiza pero donde vivió, en su ciudad de acogida, ¡sigue siendo un desconocido!

Si el apellido de Vicens-Gironella no les recuerda nada, basta con acudir a Lausanne, al Museo de l’Art Brut creado por Dubufett, ¡allí le han dedicado una sala!

En otro estilo, el del arte naíf, los «viejos tolosanos» se acordarán de este hombre que instalaba su caballete en las calles de Toulouse, he adquirido una «Plaza Wilson» del más bello efecto -como se suele decir-, y que le había visto pintar cuando ¡yo tenía tan sólo cuatro años! Se llamaba Izquierdo-Carvajal.

En un momento dado hubo un punto muy fuerte en Toulouse donde se reunió a la comunidad artística española, fue con ocasión de la gran exposición de 1965 «Picasso y el teatro», organizada en el Museo des Augustins por su conservador Denis Milhau. Me acuerdo haber ayudado a colgar los cuadros de Picasso que venían de todos los rincones del mundo. Por la noche, después de los conciertos de flamenco nos encontrábamos en el Porto Cristo para continuar la fiesta a la española. Había una verdadera comunidad de artistas en la que Carlos Pradal me había introducido. A veces exponíamos juntos y Carlos, más que ningún otro, simbolizaba en su pintura y con su   —38→   actitud el «sentimiento trágico de la vida», que le daba ese aura de artista desgarrado.

Desde mi más tierna infancia, con el que más a menudo me codeaba, era con el pintor fauvista Manuel Camps Vicens, incluso nos vimos hasta el fin de sus días. Así, para marcar Toulouse con el hierro candente de España, Liberto Pérez inauguró el Centro Léonard de Vinci en 1971 con una exposición común de nuestras obras, como el paso de testigos entre dos generaciones; a pesar de no tener el label de artista español en Toulouse, durante mis estancias en Barcelona, me sentía totalmente catalán ya que yo era para ellos un «exiliado cultural».

Los españoles de Toulouse tenían por costumbre reunirse en Wilson allí donde se encuentra ahora la estación del metro Jean Jaurés. Al español le gustaba hablar y un buen número de obreros era gente muy cultivada. Por la noche se recreaba el ambiente de las Ramblas y cuando hacía buen tiempo, se sacaban las sillas y se hablaba, como en el «quai de Tounis», tan largo, lugar de encuentro para tanta gente diferente. Camps-Vicens, el viejo capitán de la armada republicana y Virgilio, el anarquista, no hablaban jamás de la revolución sino de pintura.

Virgilio había conocido a Picasso en París, habían simpatizado y habían realizado sus mutuos retratos. El poeta Sabartés había introducido a Virgilio en el cenáculo de los pintores españoles, había incluso expuesto junto a ellos para luego volver a Toulouse para curarse de una enfermedad que había contraído en el frente de Aragón y que se lo iba a llevar un día de verano del 47...

En este pequeño mundo hispánico de Toulouse donde a veces se coincidía con una o un ex ministro del gobierno de la República en exilio, había habido una asimilación por parte de algunos tolosanos a esta sensibilidad, a esta exuberancia que se manifestaba en particular en el arte. Había también aquellos a los que era imposible clasificar como Bernardi, el hijo de Collioure que no era ni francés ni español, sino catalán, hijo del mar y de las rocas; su pintura y sus novelas hacían de él un artista apasionante y singular. Muchos nos han dejado aunque todavía veo la dulce sonrisa de Forcadell-Prat que era un famoso restaurador de cuadros, dense cuenta, ¡trabajaba un día sobre «la Virgen de la diadema» de Rafael! Su hijo se fue a París para hacer dibujo humorístico y político, y él nunca había salido de Toulouse y sobretodo no había vuelto a poner los pies en España.

Así, esta mezcla española se unía tan bien con el alma tolosana, con sus artistas: Igon, Kablat, Darbefeuille, Drogrez, Robert Thon, Yan Dieuzaide... ¡Cuántos intercambios, cuántas emociones y cuántos olvidos hoy!