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1

Debo a Adrián Gorelik y Graciela Silvestri este epígrafe y la discusión de muchas de las ideas que aparecen en este trabajo. De Gorelik es, casi textualmente, la frase con que más adelante se caracteriza el proyecto de Le Corbusier para Buenos Aires.

 

2

Sobre la visión son importantes las perspectivas abiertas por Paul Virilo, La machine de vision, Paris, Galilée, 1988.

 

3

Le Corbusier precisamente afirma: «No existe nada en Buenos Aires», excepto el error. Le Corbusier en Buenos Aires; 1929, Buenos Aires, Sociedad Central de Arquitectos, 1979, p. 52. Sobre los proyectos de Le Corbusier referidos a la Argentina, véase: Pancho Liemur y Pablo Pschepiurca, «Precisiones sobre los proyectos de Le Corbusier en la Argentina 1929/1949», Summa, n.º 243, Buenos Aires, nov. 1989.

 

4

Sobre el peso de las mitologías nacionales en la formulación de proyectos de transformación y de utopías, véase el excelente ensayo de Bronislaw Baczko, «Utopía», incluido en su libro Los imaginarios sociales: memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visión, col. Cultura y Sociedad, 1991. Véase también los trabajos de María Teresa Gramuglio sobre Sur y la figura de escritor en los años treinta. «El campo literario en la década del treinta: imágenes de escritor, proyectos literarios y espacios de legitimación», Informe de investigación (mimeo), CIUNR, 1991.

 

5

Las citas corresponden, respectivamente a: Le Corbusier, Primera conferencia en Amigos del Arte, 3 de octubre de 1929, en op. cit., p. 19; p. 21; y Novena conferencia, p. 51.

 

6

Véanse por ejemplo las intervenciones de Valéry-Larbaud y de Waldo Frank en los primeros números de Sur, de 1931.

 

7

«Supongo hallarme en la proa de un barco con todos los pasajeros, también con los inmigrantes, tocando la tierra prometida [que es Buenos Aires, ante los ojos de Le Corbusier que llega en barco]. Con ese mismo pastel amarillo dibujo los cinco rascacielos de 200 metros de alto alineados sobre un fondo sorprendente, fluido de luz. Una vibración amarilla todo alrededor. Cada uno de ellos alberga 30.000 empleados. Una segunda alineación de rascacielos está atrás, puede haber una tercera. En el agua del Río dibujo las balizas luminosas y en el cielo argentino, la Cruz del sud precedida de millares de estrellas. Imagino la gran explanada a pico sobre el Río, con sus restaurantes, sus cafés, todos los lugares de reposo en fin, donde el hombre de Buenos Aires ha reconquistado el derecho a ver el cielo, y ver el mar» (Le Corbusier, op. cit., pp. 52-4).

 

8

Así lo creen Liemur y Pschepiurca: «Una pregunta clave, difícil de esclarecer, es si efectivamente Le Corbusier pensó desde el primer momento en un Plan tal como ahora lo concebimos. Dicho esto más allá de reconocer el obvio estado embrionario de las ideas en sus famosos dibujos. De acuerdo con los datos de que disponemos, nos inclinamos a pensar que la respuesta es negativa en octubre de 1929 y por lo menos hasta la mitad de la década siguiente» («Precisiones sobre los proyectos de Le Corbusier en la Argentina 1929/1949», cit., pp. 44-5).

 

9

Le Corbusier, op. cit., p. 52.

 

10

Les dice a los estudiantes de arquitectura: «Vean, dibujo un muro de cerramiento, abro una puerta en él, el muro se prolonga por el triangular tejado a la izquierda de un cobertizo con una pequeña ventana en el medio: a la izquierda dibujo una galería bien cuadrada, bien neta. Sobre la terraza de la casa elevo ese delicioso cilindro: el tanque de agua. Ustedes piensan: "¡Caramba, he aquí lo que compone una ciudad moderna!". Nada de eso, dibujo las casas de Buenos Aires. Hay así cincuenta mil». En Le Corbusier, op. cit., octava conferencia, p. 59.