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Iluminaciones en la sombra, págs. 238-239. Ernesto Bark fue cofundador, con Eduardo Zamacois, y algún otro escritor, de Germinal (Un hombre que se va, pág. 153). En Los vencidos, novela política (Alicante, 1891) ya recoge una lista no desdeñable de títulos publicados. Ernesto Bark había aparecido ya con anterioridad en una olvidada narración de Valle Inclán, bajo el nombre de Conde Pedro Soulinake. La narración se titula La corte de Estella (1910), y ha sido analizada por JACQUES FRESSARD, Un episodio olvidado de «La guerra carlista» en Cuadernos hispanoamericanos, julio-agosto, 1966, págs. 347 y sigs. También aparece este personaje en La lámpara maravillosa.

 

12

La vendedora era conocida por el sobrenombre de «Ojo de plata», según cuenta FRANCISCO MADRID, La vida altiva de Valle Inclán, Buenos Aires, 1943, pág. 248.

 

13

Un hombre que se va, pág. 181.

 

14

Valle Inclán ya había recurrido con anterioridad a poner nombres y personajes conocidos en la trama de su prosa. Así ocurre en Alma de Dios, la novela basada en la obrilla de igual titulo de Carlos Arniches. Allí nos encontramos con un Baroja, un Bargiela, una «señorita» Cornuty, un Antonio Palomero. (Véase D. GARCÍA SABELL, El gesto único de Don Ramón, en Ínsula, julio-agosto, 1966.)

 

15

MANUEL MACHADO, Poesía, Madrid, 1942, pág. 294.

 

16

La carta puede leerse íntegra en DICTINO ÁLVAREZ HERNÁNDEZ, S. J., Cartas de Rubén Darío (Epistolario inédito del poeta con sus amigos españoles), Madrid, Taurus, 1963, pág. 72.

 

17

DICTINIO ÁLVAREZ, ob. cit., pág. 70.

 

18

MELCHOR FERNÁNDEZ ALMAGRO, Vida y literatura de Valle Inclán, 2.ª edic., pág. 164.

 

19

G. TORRENTE BALLESTER, Historia y actualidad en dos piezas de Valle Inclán, Ínsula, julio-agosto, 1961.

 

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«Tenía un hermoso perro, como Alfonso Karr, a quien deseaba parecerse, y decía que no se lavaba la frente porque Víctor Hugo se la ungió con un beso» (LUIS RUIZ CONTRERAS, Memorias de un desmemoriado, Madrid, 1961, pág. 124). También recuerdan el perro EDUARDO ZAMACOIS, Un hombre que se va, pág. 168, y RUBÉN DARÍO, en el prólogo a Iluminaciones en la sombra («Sawa, su perro y su pipa»). Aquí precisamente leemos el origen de la leyenda del beso que Víctor Hugo dio a Sawa, leyenda recordada por casi todos los que de él hablaron: «Entre lo legendario circulaba algo inventado por Bonafoux: que había hecho un viaje a París con el único objeto de conocer a Víctor Hugo, que el anciano emperador de la poesía le había dado un beso en la frente, y que desde entonces, Sawa no había vuelto a lavarse la cara... El buen Sawa tomó la cosa en serio, protestó. Luego Bonafoux confesó que ello había sido una de sus amargas bromas amistosas». Toda esta leyenda tragicómica, que sería conversación y chisme diarios en los cafés y tertulias, aparece apenas entrevista en Luces de bohemia, cuando Don Latino se refiere a su compañero: «¡Señor Inspector! ¡Tenga usted alguna consideración! ¡Se trata de una gloria nacional! ¡El Víctor Hugo de España!» (E. V).

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