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JUAN B. AVALLE ARCE, La esperpentización de Don Juan Tenorio, en Hispanófila, núm. 7, 1959, págs. 29-39.

 

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También Azorín ha recordado la idea de representar el episodio de Hamlet en el cementerio: «Fuimos varias noches, después de la tertulia del café, a uno de esos cementerios abandonados... No sé quién de nosotros tuvo la idea extraña: representar el cuadro del cementerio en Hamlet en aquel camposanto. La primera noche en que luciera la luna, plena luna, allá nos iríamos llevando aprendido cada uno su papel. ¿Quién iba a hacer de Hamlet?» (Madrid, Los cementerios, págs. 43-54).

 

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«Mi papá es atroz en eso de la moral. Mira, quería mucho a mi madre, pero porque la pilló un domingo haciendo calceta, se la llevó al doctor Esquerdo, y allí está en el manicomio quince años, en observación» (Dos cataclismos, Cuadro I, escena I).

 

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PEDRO SALINAS, ob. cit., págs. 112-114.

 

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«Entre nosotros el caso es muy diverso: el español que pretenda huir de las preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día y acabará por comprender que para un hombre nacido entre el Bidasoa y Gibraltar es España el problema primero, plenario y perentorio. Este problema es, como digo, el de transformar la realidad social circundante. Al instrumento para producir esa transformación llamamos política. El español necesita pues, ser antes que nada político» (J. ORTEGA Y GASSET, La pedagogía social como Programa Político, Obras completas, I, Pág. 498).

 

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Las aseveraciones sobre la deformidad social de España son numerosas en Luces de bohemia. «España, en su concepción religiosa, es una tribu del centro de África». «¡Está buena España!» «¿Qué sería de este corral nublado? ¿Qué seríamos los españoles?» (E. II). La afirmación indirecta sobre la conducta de un ministro («¡El señor Ministro no es un golfo! -¡Usted desconoce la historia moderna» E. V), el recuerdo de los patronos catalanes, las citas de la barbarie ibérica, o frases como «¡Te has muerto de hambre, como yo voy a morir, como moriremos todos los españoles dignos!» (E. XIII), o «¡En España es un delito el talento!» (E. XIII), «¡En España se premia el robar y el ser sinvergüenza! ¡En España se premia todo lo malo!» (E. XIV), etc., deben ser consideradas como armónicos dispersos de una melodía central que logra su máximo tono en el grito desgarrado de Max Estrella en la cárcel, en el que funde al obrero catalán con el recuerdo del anarquista Mateo Morral, quien arrojó una bomba al paso de la comitiva nupcial de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battemberg: «Mateo, ¿dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de España?» (E. VI).

 

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La lámpara maravillosa, pág. 83.

 

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Es la imagen primeriza y superficial que las revistas ilustradas nos proporcionan. Una vida idílica, sosegada, de fiestas multicolores y nostalgia de un fastuoso pasado se desprende de las fotografías de esas publicaciones, hoy ajadas y vagamente ridículas. Puestas en el quicio donde pierden su brillo esas publicaciones quedan esperpentizadas. Es inevitable traer a la página la cita de Blanco y Negro, aducida en Las galas del difunto. «EL RAPISTA: ¡Y tampoco es unánime en el escalpelo toda la Prensa! ¡La hay mala y la hay buena! Vean ustedes publicaciones como Blanco y Negro. Doña Terita, si usted desea distraerse algún rato, disponga usted de la colección completa. Es la vanagloria que tiene un servidor y el ornato de su establecimiento. LA BOTICARIA: Creo que trae muy buenas cosas esa publicación. EL RAPISTA: ¡De todo! Retratos de las celebridades más célebres: La Familia Real, Machaquito, La Imperio. ¡El célebre toro Coronel! ¡El fenómeno más grande de las plazas españolas, que tomó quince varas y mató once caballos! En bodas y bautizos publica fotografías de lo mejor. Un emporio de recetas: ¡Allí, culinarias! ¡Allí, composturas para toda clase de vidrios y porcelanas! ¡Allí, licorería! ¡Allí, quitamanchas!...» Es indudable que detrás del párrafo hay una llamada a calar con la mirada en la revista, buscando lo que no está. Esa amplia parcela de la vida colectiva que al decir de Unamuno, no brilla en la Historia, pero la hace. Detrás de esta tan socorrida cita de Blanco y Negro está la más delicada superación artística de todos los supuestos noventayochistas sobre la intrahistoria.

Y como en tantas ocasiones, los textos vecinos son el mejor acompaña miento para muchas de las afirmaciones dispersas. Ese toro Coronel, existiría o no existiría. Pero Eugenio Noel recuerda la actitud, el estilo vital, de esa afirmación. «Un señorito poseía la cabeza de Aguarrás. En la placa metálica que a modo de etiqueta o garantía, fijan al pie, constaba que Aguarrás había tomado el día de tantos de tal año de cual fecha diez y seis puyazos, matando doce caballos. Esta resistencia inaudita que hizo célebre al toro, trastornó el cerebro del señorito chulo, y «tirando de cartera» dio por ella veinticinco mil pesetas 'mondas y lirondas'. Su vida brava de rico vago le llevó a una casa de juego, donde perdió todo, hasta el honor; apostó la cabeza de Aguarrás y la perdió. Quiso suicidarse y pudieran impedirlo. La browning aún en la mano, dijo el señorito estas palabras eternas: Si pierdo la mía no lo siento tanto» (Señoritos chulos..., pág. 134). Insisto: no se trata de la puerilidad de reconocer la bestia concreta que, en una plaza cualquiera, demostró las fuerzas propias de su oficio, sino la categoría espiritual de un clima humano, que en esperpento sale, definitivamente ya, reducido a ruin escoria.

 

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Otros textos de Pío Baroja nos iluminan espacios de Luces de bohemia con nítida claridad. Así ocurre, por ejemplo, con Adiós a la bohemia, incluido en el Nuevo tablado de Arlequín (Ob., V, págs. 101 y sigs.). Allí nos tropezamos con el grupo de mozos discutidores, el artista fracasado y sin directrices fijas, el que recibe dinero de la antigua amante, la nostalgia de los que han ido desapareciendo, las citas de Verlaine, los jóvenes melenudos y de larga chalina, etc. Y todo en el ambiente entre descarado y anónimo de un café. Por todas partes se respira una agravada inmediatez con muchas de las «deformaciones» de Luces de bohemia. En Tres generaciones, Pío Baroja vuelve a evocar esos años en los que se desarrolló, «principalmente en Madrid, una bohemia áspera, rebelde, perezosa, maldiciente y malhumorada». Baroja considera natural que esto ocurriera, dadas las condiciones sociales del escritor joven y destaca el paso de las ilusiones al alcoholismo y la golfería, inquilinas constantes del café. La gente identificó al escritor con el golfo. (Loc. cit., V, pág., 579.)

En otros medios, la bohemia tuvo también su representación. Así ocurrió con esas Memorias de bohemia, escritas por el maestro Lassalle, memorias que, al parecer, quedaron inéditas. (L. RUIZ CONTRERAS, Memorias de un desmemoriado, pág. 310). Como cita curiosa, diré que el maestro Lassalle y su mujer, María Kousnezoff eran contertulios asiduos de Enrique López Marín, el parodiante de ¡Simón es un lila! Sin otros datos que la estricta noticia, añadiré que López Marín escribió algo que la pareja Lassalle llevó a Nueva York. Era algo donde María Kousnezoff cantaba y bailaba flamenco. (PRUDENCIO IGLESIAS HERMIDA, Gente extraña, pág. 128.)

 

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Iluminaciones en la sombra, pág. 125.

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