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Política y toros, pág. 104.

 

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La escena XI falta en la primera redacción. O bien estaba ya escrita y no se publicó por alguna razón, o bien se añadió al disponer el original para su edición en libro, en 1924. Lo cierto es que la escena está dotada de una total sensación de gravedad, de preocupada expresión, que en vano buscaremos en el resto del libro. Varios críticos han señalado ya la falta de esperpentización en lo que a esta escena se refiere, que aparece, sin embargo, altamente literatizada.

 

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Se llamaba Ramón Pérez Muñoz, de 50 años. Ocurrió el atentado el 9 de abril de 1920.

 

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La visión de la sociedad que Valle Inclán tiene ha sido agudamente analizada por JOSÉ A. MARAVALL., en La imagen de la sociedad arcaica en Valle Inclán, Revista de Occidente, noviembre-diciembre, 1966, páginas 225 y sigs.

 

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ÁLVARO DE LA MERCED, Memorias del Sargento Basallo, Madrid, Pueyo, s. a. (El prólogo del propio Basallo está fechado en abril de 1923.)

 

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Complemento de Luces de bohemia, y excelente contraste en lo que a la vida alemana se refiere, es el esperpento breve (no recogido nunca en libro) ¿Para cuándo son las reclamaciones diplomáticas?, publicado en España, julio, 1922. Puede verse ahora, editado con su habitual habilidad por JOSÉ MANUEL BLECUA, en Cuadernos hispanoamericanos, julio-agosto, 1966, págs. 521 y sigs. La atmósfera periodística es aún más visible en esta corta y mordaz piececilla. Los motivos paródicos o grotescos, idénticos a los de Luces de bohemia, aparecen más directamente expresados -conversacionalmente, diríamos.

 

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Ya he citado atrás, por otras razones, las apariciones de Villaespesa en Troteras y danzaderas, de PÉREZ DE AYALA. También EDUARDO ZAMACOIS, en su Un hombre que se va, nos trasmite rasgos análogos sobre el mismo escritor. Incluso CANSINOS ASSENS (La nueva literatura, II, página 172) nos evoca esta figura, que debió ser muy familiar en los medios literarios y quizá tomada en dimensión no muy grave. De otras personalidades citadas en Luces de bohemia, podríamos encontrar un fondo parecido. De Cavestany, PÉREZ DE AYALA se ocupa alguna vez, no muy elogiosamente que digamos. (Las máscaras, II, pág. 163.) Y sobre Cavia, ya quedan recogidos los juicios de PÍO BAROJA, tan coincidentes con los de la pareja de guardias que conduce a Max Estrella a la prisión. (¡Los inevitables guindillas de tantos sainetes! Recordemos solamente, como ejemplo a mano, La pareja científica, de Arniches.) Muy viva es la opinión sobre Benlliure. El «¡Santi, boniti, barati!» con que es despachado en Luces de bohemia repite el pregón de los vendedores de figurillas de escayola o de madera que pululaban por la España finisecular, muchos de ellos de origen italiano. Véase este testimonio del tiempo: «Pero, ¿qué turba de industriales es la que vemos así que la concurrencia llena los cafés? Ah, sí; ese hombre de blusa y chambergo es un italiano que lleva vaciados en yeso de bellísimas esculturas. Difunde el arte por poco dinero. No es ya el vendedor de santi, boniti, barati que conocimos en nuestra niñez: ha mejorado, ha crecido y, arrinconando los Niños de la Bola pintados de almazarrón y los conejitos vivos que pudo vender a su llegada a España, lleva hoy reducciones en yeso de verdaderas obras artísticas, medallones en azufre con relieves de hombres célebres y otros objetos muy apreciables. Durante el día expone dichos objetos en las ventanas de algún edificio, y por las noches recorre los cafés» (M. OSORIO Y BERNARD, Viaje crítico alrededor de la Puerta del Sol, Madrid, 1882, capítulo V). Aunque la figura ya no existiese, sí podía quedar aún en provincias, y, desde luego, sobrevivía el pregón, que yo he alcanzado a oír en mis años de Instituto, y aún después. El valor significativo del pregón en el ambiente en que estoy situando Luces de bohemia, es de primera importancia: pensemos que los pregones eran utilizados como recurso cómico en las parodias. En Churro Bragas se oye el pregón que aún puede percibirse hoy, media mañana arriba, por las calles de diversos barrios madrileños: ¡Si hay algo, ropa vieja que vender! La encrucijada psicológica que el pregón despierta es extraordinariamente viva y cotizable. Lo mismo ocurre con el grito de Valle Inclán al enjuiciar el arte de Benlliure. La depuración, el cambio provocado por el escritor con el uso de una lengua diferente, lo percibimos muy bien si comparamos este juicio con el de quien no se propone más que una primaria expresión, entre insulto personal y crítica despectiva: este es el caso de P. IGLESIAS HERMIDA: «Exceptuando a Julio Antonio, ¿qué escultor español sería capaz de hacer algo parecido a la grandiosa y armónica escultura del Dios de las aguas? ¿Benlliure, el merenguista?» (Gente extraña, pág. 135). De todos modos, y para lo que nos interesa, hay que destacar que tampoco se trata de un ataque rotundo, personal y agriamente revolucionario, de Valle contra Mariano Benlliure. Es también ahilamiento artístico de una opinión colectiva, generacional, que, esta vez, plasmó en pública protesta. Benlliure ingresó en la Real Academia de Bellas Artes en octubre de 1901. Su discurso comenzó con violentísimos ataques a los impresionistas, a los que, realmente, insulta. La reacción no se hizo esperar. La revista juventud a los pocos días (números de octubre y noviembre) replicó airadamente por boca de Manuel Machado. Hubo un manifiesto de protesta, en el que, después de explicar en qué consistía su arte, firmaban gentes como Ignacio Zuloaga, Darío de Regoyos, Santiago Rusiñol, Pablo de Uranga, Miguel Utrillo, etc. (Cito tan sólo los más recordados hoy). La cita de Benlliure en Luces de bohemia explica, quizá como ninguna, cómo el libro es una portentosa radiografía de la sociedad contemporánea y de los años juveniles de Valle en particular.

 

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La discusión se centraba, en esencia, entre los partidarios de Joselito el Gallo y los de Juan Belmonte, Juanito Terremoto. EUGENIO NOEL recoge pintorescas manifestaciones de esta rivalidad en Señoritos chulos..., pássim. Allí se pueden ver las oraciones del culto taurino, dedicadas a los diestros. («Creo en Belmonte todopoderoso, creador del molinete y de la media verónica...»; «Alabado seas, Joselito, amo y elegancia del toreo... Sé siempre hermano del calvo divino, para honra de la fiesta y martirio de los belmontistas. Amén».)

 

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«¡Deje usted las espantás para el calvorota!» (E. última). He ahí la cortísima, y, sin embargo, vigorosa presentación de la costumbre de Rafael el Gallo, torero famosísimo, que, presa de un pavor irrefrenable, abandonaba muchas veces el ruedo sin terminar la lidia, e iba a parar, naturalmente, a la comisaria de turno. Sobre el alcance y ocasiones de las espantás puede verse J. M.ª DE COSSÍO, Los toros, III, págs. 384 y 388. Estas «espantás» convivían con tardes gloriosas, como era de esperar. En los periódicos de abril-mayo, 1917, encuentro la descripción de escandalosísimas huidas del torero con pelea, apedreamiento, bastonazos, agresiones graves, etcétera, que el cronista lamenta mucho «por haber ocurrido en presencia de la Familia Real». En mayo de ese año se celebra un juicio entre un señor Marcos Mascarate y el Gallo, por agresiones, relacionadas con las últimas espantás (se escribe así sin anotación a aclaración alguna, lo que prueba la normal circulación de la palabra en esa forma) en la plaza de Madrid. El Gallo, en su declaración, emplea expresiones como aluego, tarde esgrasiá, etc.

Lo de calvorota también era léxico corriente. Rafael Gómez, el Gallo, estaba calvo ya en sus días de gloria taurina.

EUGENIO NOEL recuerda hechos del Gallo en Señoritos chulos..., páginas 54-64.

 

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PÉREZ DE AYALA, Las Máscaras, II, págs. 164-165. Aún agregaré otra cita que demuestra (por doble camino) el prestigio de Pastora. Está en unos versos de Villaespesa: «... indolente, / sobre el verde diván arrellanado, / está Antonio Machado / que con su rictus grave, adusto y serio, / de padre mercenario, / devora en su diario / líricos ditirambos a la Imperio, / la gitana ideal, que, cuando avanza / agitando en el baile su melena / de tempestad, parece que en la escena / es el alma española la que danza» (Cafés de Madrid, Maison Dorée, Obras, II, pág., 888).

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