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Ausiàs March y las mujeres

Costanzo Di Girolamo


Università di Napoli Federico II



La teoría del amor formulada por Ausiàs March en su obra ha estado desde siempre en el centro de la atención. Su primer eco, en clave de parodia, ya se encuentra a los pocos años de su muerte en el Tirant lo Blanch, donde es ridiculizada en nombre del sentido común y de las más elementales pulsiones terrenas. El fuego de amor que no hace humo se transforma por ejemplo en la novela de Joanot Martorell en un humo de estopa; la oposición entre alma y cuerpo se resuelve en favor del cuerpo; el amor per vezer, estigmatizado por March cuando alude al enamoramiento del rey visigodo Rodrigo por Cava, y que representa el vuelco del amor ses vezer de Jaufre Rudel, es el pivote mismo de la narración (Tirant se enamora de Carmesina al mirar su seno desnudo)1. Quizás es precisamente por su teoría del amor que en el siglo XVI el poeta mereció la fama de gran filósofo. En época moderna, empezando con Amédée Pagès, la teoría erótica de March ha sido detalladamente investigada y se han reconstruido sus fuentes, a pesar de que ahora se propende a subrayar su carácter asistemático, sus variaciones y contradicciones a lo largo del tiempo2.

El embarazador aparato de referencias filosóficas en la obra de March ha distraído a los lectores de otro aspecto no menos importante, por cierto relacionado con su teoría amorosa, pero que no coincide completamente con ella. Me refiero a su actitud, o a la actitud del yo poético que asoma en sus poemas, frente a las mujeres. Para entender mejor esta actitud, o estas actitudes, que no son de ningún modo constantes en el curso de su obra, los términos de comparación más propios no son ofrecidos por la tradición filosófica medieval, sino por la tradición lírica romance, que se remonta a los provenzales.

Como es sabido, la tradición cortés colocaba a la dama más arriba que el poeta, colocación que en los trovadores implica siempre la atribución de un grado social elevado. La dama es noble por definición. Esta imagen de la mujer amada no cambia mucho en la poesía de los sicilianos, ni tampoco en la toscana y después en aquella de Dante y Petrarca, a pesar del contexto burgués, y ya no feudal, de los poetas de la Italia central. Todo esto lleva consigo normalmente, una actitud de veneración y devoción por parte del poeta-amador, que, por lo menos en la poesía lírica, nunca se pone en el mismo plano que la mujer. En la novela las cosas son un poco distintas: la novela provenzal de Flamenca (siglo XIII, quizás del área catalana y que de todas maneras tuvo cierta circulación en Cataluña) propone, por ejemplo, una relación más paritaria, también sexualmente, en la pareja: una relación bastante parecida a la que se creará entre Tirant y Carmesina.

Se entiende pues que la lírica cortés no puede dejar espacio a la misoginia, fuera de la corriente de los trovadores integralistas y apocalípticos (como Marcabru, Gavaudan y otros). En general, la misoginia medieval tiene fuertes connotaciones clericales, por descender directamente del antifeminismo de los autores cristianos antiguos, sobre todo Tertuliano, y de los Padres de la Iglesia. En el oscurantismo que tiñe de sombras algunos escenarios del tardo Medioevo occidental, la misoginia todavía conserva estas motivaciones religiosas, en algunos casos beatas. Por eso mismo es con sorpresa que encontramos insospechados y violentos toques misóginos en la obra de Ausiàs March, un caballero-poeta heredero de cualquier modo de la tradición trovadoresca. En una ocasión, por ejemplo, denuncia la inferioridad de las mujeres frente a las expectativas del amante, por lo cual conviene amarlas sólo por su cuerpo, o sea con un amor puramente carnal3:


Graesch a Déu faent-me tant de bé
que mon voler no·s dellita 'n llur cor,
hoc en lo cors, e no·m dupte que·n plor,
car per son preu yo só cert que n'hauré.
Lur cap no val, perqué no·y ha cervell,
tot l'àls és bo segons a qué serveix:
linatge d'om, mijançant elles, creix;
lur ésser fon per aumentar aquell.


(LXXI 97-104)                


En otro lugar, proclama la imposibilidad de amar a las mujeres «per virtuts», es decir, creo, con un amor alto e intenso, no necesariamente espiritual:


O foll Amor, malament se arrisca
qui per virtuts vol amar nulla dona;
sa calitat y el loch la fan ser bona,
car en rahó, qual serà la que·y visca?


(LXXVI 40-44)                


En los dos últimos versos de esta tornada se afirma que la naturaleza de las mujeres («calitat») es tal que su conducta no se inspira en la honestidad por libre elección, sino que ellas se comportan rectamente por miedo a recibir daño o menosprecio:


Per honestat dona no tench estrets
los seus volers, que aquells no complís,
mas per haver por que, si 'n ells fallís,
no rebés dan o menyspreu ser-li fets.


(LXXI 89-92)                


Por lo tanto, la de March nos parece una misoginia laica, una misoginia cortés, que nace del agotamiento del papel atribuido a la mujer desde los trovadores hasta Dante y Petrarca. Semejante actitud puede resultarnos poco agradable, poco abierta, o cuanto menos poco actual. Una posible explicación está quizás en el hecho de que la poesía de March parece dirigida principalmente a un lector ideal de sexo masculino, más que a un círculo de personas, como las cortes feudales que hospedaban a los trovadores y sus juglares, donde estaban presentes tanto hombres como mujeres. Tengo la impresión de que la poesía de March es una poesía 'masculina', destinada a la lectura individual y no colectiva (como es en el caso de una novela), y un indicio indirecto de esto es la cantidad de referencias filosóficas que en aquella época habrían sido poco apreciadas por un público femenino, acaso más interesado en cuestiones de casuística amorosa.

*  *  *

Sin embargo la actitud de March frente a las mujeres no es sólo misógina. En efecto el abandono del cliché de la mujer trovadoresca, raramente dispensadora de merced (una palabra que significaba la remuneración de los servicios prestados al señor) y menudo altiva e inalcanzable, humaniza la mujer y la pone, por lo menos en teoría, en el mismo plano que el hombre. Esto parece en contradicción con lo que hemos visto antes; pero la contradicción es sólo aparente porque, si a la dama se le reconocen derechos de paridad, no está claro que ella pueda conquistarla o hasta merecerla Leamos dos versos de una canción famosa:


Altre socors de vostr'amor nom val
sino que·lls hulls me demostren voler,


(LXXVII 17-18)                


Creo que estos dos versos por sí solos son suficientes para revelarnos la actitud completamente nueva de Ausiàs March con respecto a las mujeres. Aquí, como en tantos otros lugares de sus dictats, el poeta-amante pide no simplemente la merced de la dama, sino su deseo: «No·us prech d'amor, mas que la·m demostreu», escribe en otro poema (XXXVIII 21). Como es sabido, voler, más o menos un sinónimo de desig, tiene casi siempre el significado de 'deseo', frecuentemente en la acepción específicamente sexual. Ahora, que yo sepa, en la lírica amorosa y en general en la literatura escrita por hombres es absolutamente excepcional que a la mujer se le pida no genéricamente el amor, sino propiamente el deseo. Repito e insisto: en la literatura escrita por hombres; me refiero, además, a la literatura occidental, de época medieval y moderna. Normalmente las mujeres de la literatura, por lo menos hasta Lady Chatterley, no desean: la propia Madame Bovary no buscaba el sexo en sus amantes, sino el amor. El deseo femenino ha sido siempre mirado con recelo, callado o reprimido; y aun cuando se habla de ello, en literatura, es infaliblemente con motivo de personajes cómicos, trágicos, o negativos.

De estas tres clases daré solo tres ejemplos, medievales. El autor del Libro de buen amor parece mostrar comprensión y complicidad hacia la joven esposa del pintor de Bretaña Pytas Payas: dejada sola demasiado tiempo por su marido, se hace seducir por el primer entendedor (cortejador) que encuentra; pero estamos aquí, indudablemente, en una situación cómica, de fabliau. En el Decameron, Ghismonda, la protagonista de uno de los cuentos más famosos, reivindica apasionadamente los derechos de la carne contra un padre opresivo y cruel: el padre hace matar al amante de Ghismonda y después le envía el corazón en una copa de oro; la hija la llena de veneno y así se muere. Menos frecuentes son los ejemplos medievales de la mujer que desea y tiene al mismo tiempo el papel de personaje negativo, no cómico ni ejemplarmente trágico, del tipo que se encuentra a menudo en las novelas del naturalismo francés o del verismo italiano: es decir, la mujer que arruina a los hombres y que hasta es un peligro para el orden social. De todas maneras, un ejemplo de ello puede ser el personaje de Morgana, por lo menos como aparece en las novelas artúricas en prosa de la Vulgata, del siglo XIII. Morgana tiene muchísimos amantes y es causa del fin del reino de Arturo.

La mujer que desea, pues, es mirada con sospecha, cuando no es objeto de burla, hasta tiempos bastante recientes. Por el contrario, nuestro poeta desea ser deseado por su dama y el deseo de ella es para él un placer mayor que los placeres carnales:


Delit no sent la vostra carn toquan,
tant mon voler del vostr'és desijós.


(LXXVIII 25-26)                


En otro pasaje, recordando el pasado, pide a la amada que lo desee como lo deseaba en otro tiempo:


Vós desijau a mi, qui desijàveu
per tal voler del qual yo·m contentí.
Ara que·us am plus que jamés amí,
tornau-vos lla hon de primer estàveu.


(XXV 9-16)                


Si es posible distinguir entre una teoría del amor y una poética del amor, tenemos que llegar a la conclusión que la de March es una poética del amor como deseo, o mejor, si tomamos al pie de la letra uno de los versos que he leído, «tant mon voler del vostr'és desijós», una poética del deseo del deseo.

*  *  *

Que el voler, en las últimas citas, sea precisamente la atracción sexual, nos lo explica claramente el poeta en el mismo poema que he recordado antes, donde se afirma que las mujeres no tienen seso. Su mujer es igual a él «en calitat» (aquí 'disposición, índole'), y por lo tanto sería su compañera perfecta, salvo que no llega a satisfacerlo en los otros componentes esenciales del amor. Lo que hallo sorprendente es que el poeta declara que se puso al servicio del voler de la dama, y, por si alguien entre nosotros no hubiera entendido de qué está hablando, nos lo dice de manera explícita:


Si 'nteniment ha volgut Déu mostrar
en don'al món, d'aquell no freturau.
Si Déus és ver, del meu no·us desaltau:
en calitat ab mi·us veig acordar.
Penssar no pusch que lo vostre voler
volgués may res per mi no fos complit,
e sia 'ntés ací aquell delit
que·ls amadors de carn han llur esper.


(LXXI 17-24)                


Si bien se mira, estamos aquí en presencia de una singularísima forma de gap. El gap es una fanfarronada: el autor se vanagloria de sus hazañas de caballero, poeta, amante, etc. Pero el gap es un género cómico, no cortés y no solamente lírico (se encuentra también en la épica y en otros géneros). Aquí el poeta hace presente a su mujer sus calidades amatorias, aunque sin ninguna arrogancia, y le recuerda que hizo todo lo que podía para hacerla feliz en el ámbito de cosas que enseguida especifica («e sia 'ntés ací aquell delit / que·ls amadors de carn han llur esper»).

Algo parecido se dice en otro lugar:


la mi'amor per nuil temps pendrà torn,
sol conexent que de mi·us doneu grat;
e fiu de vós que·m sabreu bé conéxer,
e, conegut, no·m serà mal grahida
tota dolor havent per vós sentida;


(II 19-23)                


donde un reciente comentador, Alan Deyermond, ha percibido un matiz sexual en el significado del verbo conéxer, sobre todo en el v. 224. Léase también la estrofa siguiente, que contiene una declaración de abnegación amorosa, y quizá estrictamente sexual:


Mon pensament és en vós més qu'en mi,
e mon delit per vós passa primer;
jamés aquell ans que vós yo sentí:
ma voluntat a mi troba derrer.
Yo són content si veig contenta vós,
e tant en mi aquest desig és gran
que·l sentiment és perdut de mon cos
fins que·l voler vostre·s va sadollan.


(LXXVIII 17-24)                


En efecto, el placer sexual es uno de los componentes del amor humano que no puede ni debe faltar. El amante, hasta el amante más perfecto que persigue otras realidades, las del espíritu, no se lo puede negar a sí mismo ni a su mujer. Se explican de esta manera las siguientes afirmaciones:


Plus que dabans me trobe desijós,
e lo desig en mi jamés morrà,
car per sa part mon cors lo sostendrà,
l'enteniment no·m serà despitós.


(XXV 9-12)                


Una paráfrasis brutal de cuanto dicho aquí, una paráfrasis un poco verde pero bastante literal, sería que el poeta promete a su dama grandes cosas en cuanto a la esfera del delit de la carne. Aparece aquí también el cors, el cuerpo que sostendrá el desig, lo manifestará físicamente, sexualmente, de manera adecuada; l'enteniment no parará el desig, no será un obstáculo para ello.

Por otra parte, el voler puede presentar riesgos, porque se puede substituir al verdadero amor. Se insinúa que de alguna manera hay que guardarlo bajo control:


On és aquell delit, quan yo pensava
ésser amat de la qui m'entenia?
Tot mon voler y el seu no·m defenia
d'amar, en tant com son poder bastava.


(LXXVI 9-12)                


En estos versos el poeta precisa que, por grande que fuese el transporte sensual suyo y el de su dama, ello no le impedía quererla, por lo menos en la medida de las capacidades de la dama de corresponder a su amor («en tant com son poder bastava»).

Al contrario, el enflaquecimiento del deseo de la amada puede tener efectos desastrosos sobre el amor, porque los dos volers tienen que ser iguales y crecer juntos:



A vós deman; contra mi res no·us té,
mentre·l voler vostre·m sia donat.
Si·l penssament lunyava hun sol punt
d'imaginar haver vostre voler,
sens aquell tot, no pusch delit haver:
si no 's tot sa, tost porà sser defunt.

Davant me veig de grans dolors un munt,
puys ops he tant per a mon contentar;
e mon voler porà molt menyscabar
si·l vostre·s mou e no mostra que munt;
e, devallant, devallarà lo meu,
e, d'alt cahent, no darà poch crebant,
car tot estrem altr'estrem és donant:
al poch estat no par l'offenssa greu.


(LXXXIX 11-24)                


Hay, además, un pasaje en March en que, creo, se observa claramente el paso de la esfera del voler a la del plaer, también esto femenino. Me refiero a la bellísima canción No·m fall recort del temps tan delitós, de donde ya he citado unos versos. El poeta ruega a su dama que vuelva a él con la pasión de antaño, a pesar de que ella le hizo sufrir tantas penas:


E si rahó fón que benvolgut fos,
mils ho meresch, mon hull no·m desmentrà,
car per gran dol moltes veus ne plorà,
e no plorant, mostrava·m dolorós.
E vós, de goig, lo Tedèum cantàveu;
lagremejant, maldicions cantí.


(XXV 17-22)                


El Te Deum entonado por la dama «de goig» mientras el amante se atormenta es evidentemente una metáfora que está en lugar de un éxtasis muy terreno, para expresar el placer de los sentidos. Pocos versos después, en efecto, el poeta le hace una acusación oscura:


E si en vós conexença justàveu,
mal grat haureu del que fés un matí.


(37-38)                


Se podría pensar en una traición, pero quizás tiene razón Pagès cuando observa que «Tout semble indiquer qu'il s'agit là de quelque faute contre l'amour vrai, de quelque acte sensuel dans lequel il reproche à sa dame de l'avoir attiré»: en suma, algún exceso (no sabemos de qué tipo) en contraste con el estado de ánimo del poeta. Para mejor entender esta metáfora litúrgica, hay que recordar que ella tiene un preciso paralelo, si bien simétricamente opuesto, en el «Passi de Rams» que el poeta canta en Lo temps és tal:


Lir entre carts, ab milans caç la ganta
y ab lo branxet la lebre corredora:
assats al món cascuna 's vividora,
e mon pits flach lo Passi de Rams canta.


(LXIV 25-28)                


Aquí el poeta se imagina, penitente, en tiempo de Cuaresma («Tot nuu me trob, vestit de grossa manta», v. 21), y la Cuaresma, ya los trovadores clásicos (Bernart de Ventadorn, Bertran de Born), representa metafóricamente el ayuno de amor causado por el rechazo o la indiferencia de la amada. Como la Pasión del Domingo de Ramos alude a la abstinencia forzada del poeta, así el Te Deum, canto de gozo, alude, considerando también el contexto, al placer sexual de la dama, en el cual, por lo menos en este caso, el amante no participa.

Como se ve, el March machista y misógino que habíamos encontrado en principio se ha transformado, gracias a una feliz contradicción, en uno de los primeros poetas modernos que da espacio a la sexualidad femenina, desde el momento en que legitima el deseo de la mujer como algo irrenunciable en el amor humano, y se lo pide a ella como condición misma de su propio deseo. Se trata de una visión bastante distinta de la de los trovadores y también, creo, de una visión completamente antitética a la del cristianismo, que en este ámbito siempre ha atribuido a la mujer un papel totalmente pasivo. Si los trovadores, como alguien ha dicho, han inventado el amor, quizás Ausiàs March ha aportado a ello unas importantes correcciones, sobre todo en el sentido de hacer a la mujer una protagonista dotada de iniciativa, un sujeto activo.





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