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Azorín y las letras románticas españolas: anotaciones e interpretaciones críticas

Enrique Rubio Cremades



Las opiniones vertidas por Azorín en torno al romanticismo español son, si no copiosas, sí de sumo interés para el crítico o historiador de la literatura1. Las anotaciones azorinianas aparecen con insistencia inusitada en los fondos editoriales de su biblioteca particular -Casa-Museo Azorín-. La importancia de tales anotaciones permite al estudioso de la obra azoriniana una mayor objetividad gracias a la personal visión que el autor realiza del texto leído. Es decir, por un lado, la lectura íntima, la meditación anotada en las páginas como reflexión basada en el puro placer que motiva el texto literario. Anotación intuitiva, no nacida para su posterior publicación. Por otro, la lectura concebida como material noticioso que verá la luz pública ya en forma de artículo o monografía. Las diferencias entre estos dos tipos de lecturas plasmadas en las páginas de su fondo editorial y en los artículos dados a la prensa ofrecen al lector una completa visión de su personal forma de analizar el texto literario. Ambas, unidas, darán la justa medida y alcance de sus escritores.

Azorín, ya por pudor o por no herir la sensibilidad del público, anota en los ejemplares opiniones que no verán la luz pública. De igual forma escribe en los márgenes y en el anverso y reverso del papel de aguas de sus libros expresiones y lacónicas palabras de desprecio o admiración. Las acotaciones, subrayados y llamadas de atención pueblan estas páginas de su fondo editorial, como si los gruesos trazos de lápiz rojo que aparecen en numerosísimas páginas quisieran perpetuar el párrafo acotado. Igualmente se puede observar cómo Azorín destaca un singular número de párrafos, en especial aquellos en los que se describe y analiza un tipo de relación amorosa que rompe con la moral ortodoxa de la época. No menos interesante al respecto sería la lectura o interpretación parcial de la obra leída, como si el autor sólo buscara en ella determinados aspectos que nada tienen que ver con el mundo de ficción creado por el novelista o dramaturgo. Por ejemplo, en la lectura e interpretación que Azorín realiza sobre El señor de Bembibre sólo anota o transcribe palabras relacionadas con descripciones ambientales y no, por el contrario, con aspectos históricos que atañen a la persecución y venta de los bienes de la Orden del Temple y la desamortización de Mendizábal. Ni siquiera el triángulo amoroso que envuelve la peripecia argumental parece interesar a Azorín.






Fígaro

De todos los autores analizados en este contexto histórico-literario destacan los textos de Fígaro, leídos y anotados con profusión. Las ediciones de los artículos de Larra2 aparecen con numerosas anotaciones concernientes a múltiples aspectos, desde los puramente formales -corrección de estilo o expresiones incorrectas- hasta llamadas de atención en los márgenes que rebaten las interpretaciones de la crítica relacionadas con el corpus costumbrista de Larra. Las observaciones que Azorín realiza en los márgenes y los subrayados que pueblan estas páginas remiten al lector a los comportamientos humanos negativos, a los vicios y defectos de la sociedad española. De ahí sus acotaciones relacionadas con la visión que Fígaro hace de la pereza nacional, de la nula urbanidad española o de la escasa limpieza de establecimientos públicos. No menos significativas son las expresivas manifestaciones de admiración o desprecio que el lector encuentra en este fondo editorial. Así, cuando Larra enjuicia el Panorama Matritense de Mesonero Romanos y afirma que Balzac es el mejor escritor de costumbres, Azorín escribe entre admiraciones un expresivo ¡bien! Por el contrario, cuando la crítica literaria enjuicia con parcialidad el comportamiento de Larra, como en el caso de Emilio Cotarelo en su edición Post-Fígaro. Artículos no coleccionados, Azorín se irrita sobremanera, anotando palabras de desprecio o frases irónicas. Las fuentes bibliográficas utilizadas por Cotarelo debieron soliviantar a Azorín, pues Larra aparece como un ser desigual y de propensión viciosa. El expresivo ¡ba! de desprecio que Martínez Ruiz anota al margen de dicho párrafo resume claramente el juicio que le merecieron tales opiniones. Otro ejemplo relacionado con Larra nos remitiría a las opiniones vertidas por Cotarelo con motivo de la publicación Rivas y Larra. El protagonismo lo ocupa en esta ocasión el análisis de la obra Me voy de Madrid de Bretón de los Herreros, pieza teatral cuyo protagonista guarda una gran concomitancia con la figura de Larra. Tras larga digresión sobre las opiniones vertidas por Cotarelo, Azorín escribe al margen del texto y entre admiraciones la frase Me da usted la razón, anotación realizada por un Azorín asombrado ante tan extensa digresión que no hace sino corroborar sus propias teorías. Los juicios críticos azorinianos referidos a la centuria pasada son en un principio negativos. En su estudio El siglo XIX. Estética y política literarias se observa esta negativa visión, pues, según Azorín «lo que no se puede hacer es deformar y falsear la realidad. Basta abrir cualquier capital producción literaria del siglo XIX para ver hasta qué punto se ha procedido anticientíficamente»3. Años más tarde las censuras al romanticismo no serán tan virulentas, aunque su visión sea prácticamente idéntica, calificando a dicho movimiento de exagerado, violento y grandilocuente4. Cabe pensar que esta visión corresponde al primer romanticismo, pero no al de los años cuarenta, salvo el caso excepcional del posterior neorromanticismo de Echegaray, plagado de escenas truculentas y de gran efectismo. Los conocimientos azorinianos sobre el romanticismo no se circunscriben sólo y exclusivamente a un determinado género literario, sino también a los estudios de crítica literaria que hacen referencia al romanticismo. Así, por ejemplo, analiza con sumo detalle la Antología de la poesía romántica española, de Manuel Altolaguirre, y la Historia del Romanticismo en España, de J. García Mercadal. De la primera obra se desprende por parte de Azorín un cambio de postura hacia el referido movimiento y un profundo conocimiento de quienes configuran el mundo poético de esta generación.

Azorín analiza, igualmente, asuntos bien distintos a los relacionados con la literatura, pues publica ensayos en los que estudia los diversos comportamientos sociales referidos a la política. El opúsculo de Fermín Caballero Fisonomía natural y política de los Procuradora en las Cortes5 sirve como punto de partida a sus opiniones sobre la política del momento. Azorín dista en gran medida de sus anteriores valoraciones negativas, enjuiciando de forma harto elogiosa el comportamiento de los representantes políticos de dicho contexto histórico. Lecturas españolas es, igualmente, un claro homenaje a los componentes de la generación romántica, pues, como él mismo señala, la abnegación, la entrega y el trabajo eran los rasgos distintivos de su peculiar forma de entender la vida. Por el contrario, en la generación de Azorín, la visión es harto desoladora, de ahí que emita la presente interrogante: «¿Cómo hemos llegado a esta mediocridad, a esta codicia, a esta ñoñez, a este rebajamiento, a esta corrupción de ahora?»6.




Fray Luis de Granada y Cadalso

Sus opiniones sobre los componentes de esta generación las encuentra el lector en las anotaciones y ensayos de crítica literaria. Apreciaciones que con el correr de los años son claramente indicadoras de su creciente admiración por todo lo concerniente al romanticismo. Incluso, Azorín emite sutiles y precisos juicios sobre las fuentes mismas de dicho movimiento. Precedentes que nos remontarían al corpus literario de fray Luis de Granada, autor considerado por Azorín como el primer escritor romántico, pues él será «quien muestra más acusada personalidad, quien más lo fía todo a la inspiración, quien más se deja arrastrar por la emoción profunda, conmovedora y creadora»7. La relación existente entre fray Luis de Granada y Cadalso es para Azorín evidente, ya que considera al Libro de la oración como el precedente literario de las Noches lúgubres. Evidencia que le lleva a cotejar párrafos de ambas obras para corroborar sus opiniones: «En el Libro de la oración (1554), Fray Luis, por ejemplo, dice: piensa cuán frágil es la vida y hallarás que no hay vaso de vidrio tan delicado como ella es; pues un aire, un sol, un jarro de agua fría, un vaho de un enfermo, basta para despojarnos de ella, etc., etc. Y Cadalso en este comentario pintoresco, trágico, del Libro de la oración, en las Noches lúgubres escribe: ¡Cuántas veces muere un hombre de un aire que no ha movido la trémula llama de una lámpara! ¡Cuántas de un agua que no ha mojado la superficie de la tierra! ¡Cuántas de un sol que no ha entibiado la fuente!, etc., etc. Véase, de paso, en esta amplificación de Fray Luis por Cadalso, una de las características netas del Romanticismo»8. Extensa cita azoriniana tenida en cuenta por críticos posteriores, como en el caso de Glendining, hispanista que en su edición crítica a las Noches lúgubres señala, entre otros aspectos, las posibles huellas del Criticón de Gracián, Torres Villarroel y el capítulo «De la consideración de las miserias de la vida humana» del Libro de la oración. Críticos como Wardropper; Montesinos, Helman, Cotton, Sebold, etc., han analizado las fuentes literarias de Noches lúgubres a partir de la concepción o visión barroca de la muerte y en la fuente citada por Cadalso en su obra: Night Thoughts, de Young. Para Azorín, Cadalso es el primero de nuestros románticos españoles. Incluso señala que el romanticismo se ha manifestado en la literatura española de forma ininterrumpida, existiendo ya en la España renacentista. Sus apreciaciones o juicios sobre el romanticismo están realizados con gran lucidez, desechando cualquier tipo de modelo o análisis literario que divida a la literatura española en compartimientos. Los elementos o rasgos inherentes al romanticismo estarán presentes tanto en el Renacimiento como en épocas posteriores, manifestándose de forma ininterrumpida hasta el siglo XVIII, pues para Azorín dicha centuria será ya eminentemente romántica: «Cadalso, Meléndez, Jovellanos: románticos, descabellados románticos, desapoderados románticos; románticos antes, mucho antes, del estreno de Hernani en París»9. En sus apreciaciones llega, incluso, a dudar de la existencia del neoclasicismo español, pálida imitación de Francia que nunca llegó, según Azorín, a cristalizar en España.

Las anotaciones y acotaciones, así como sus puntuales y lúcidas páginas relacionadas con el romanticismo son sumamente esclarecedoras. Azorín revisa y anota en sucesivas lecturas todo este corpus literario con especial atención. La relectura de textos románticos o la revisión misma de estudios relacionados con dicho movimiento literario se plasman en sus ensayos de crítica literaria con sumo acierto. Teorías que en su día pudieron parecer novedosas, pero no por ello desafortunadas o fruto de una superficial visión. El tiempo ha corroborado y ha dado la razón a sus opiniones, y sus innovadores juicios son ya hoy en día clásicas apreciaciones.





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