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Barbey D'Aurevilly

Ricardo Gullón





BARBEY D'AUREVILLY.- En el número de enero del Mercure de France publica René Dumesnil un buen Retrato de Barbey d'Aurevilly. Sea bienvenido este recuerdo del gran escritor que fue violento casi siempre, injusto a menudo, pero en todo momento sincero, leal a los valores en que creía, y artista. Media un metro setenta y tres de estatura, aumentada por el uso de tacones altos, por la apostura erguida y el andar arrogante.

Dumesnil lo evoca como el húsar ideal que quiso ser, cuando se soñaba y trasponiendo el ensueño a la literatura arremetía con la pluma, al modo del coracero que carga en la batalla, acosando a sus enemigos hasta rendirlos. O acosándose a sí mismo. Arrepentido de los malos ejemplos que diera a uno de sus amigos, muerto impenitente, se esforzó arduamente por restituir a Dios lo que le había quitado, convirtiendo a otro amigo incrédulo. Su catolicismo era ardiente y liberal: «Lo que tiene de magnífico el catolicismo -escribía- es que es amplio, comprensivo, inmenso; es que abarca la naturaleza humana íntegra y sus diversas esferas de actividades, y por encima de lo que abarca ha desplegado la gran máxima: desgraciado quien se escandaliza. No tiene nada de gazmoño, de pedante, de inquieto. Eso se reserva para las falsas virtudes, para los puritanismos esquilados.»

Pasado del legitimismo al bonapartismo, replicó ásperamente a quienes le llamaron tránsfuga: «¡Sí! -les gritó-. Soy el tránsfuga de la estupidez y de la cobardía de mi partido.» Sus ataques a Flaubert y a Víctor Hugo no fueron menos agrios. Y junto a esta violencia, hija del orgullo, anotemos la humildad que le permite arrodillarse ante el padre injusto, venciéndose a sí mismo; anotemos también sus rectificaciones que le permitieron ligar amistades fecundas con hombres a quienes antes había atacado, como el poeta François Coppée, que recién muerto Barbey, le dedicó, al borde de la tumba, estas certeras palabras: «En Barbey d'Aurevilly, el novelista sobre todo es grande. ¿El novelista? Digamos mejor, el poeta. Pues en él hay algo de Balzac y algo de Lord Byron; bajo su pluma todo se exalta y se magnifica; posee en el más alto grado la facultad, soberana y suprema: la imaginación en el estilo.»





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