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Batalla de Kadesh

Pilar Rivero

Julián Pelegrín

Hacia el año 1299 a. C. Egipto y Hatti, las dos potencias más importantes del Próximo Oriente, se enfrentaron en una batalla decisiva por el control de la zona sirio-palestina. Según la versión oficial egipcia, cuando al mando de sus tropas el propio Ramsés II acudía en ayuda del Estado de Amurru, vasallo rebelde de Hatti, a la altura de la ciudad siria de Kadesh, en el valle del Orontes, el faraón estuvo a punto de ser vencido por el ejército hitita de Muwatalli al haberse adelantado con escasas tropas debido al engaño de los espías hititas capturados. El resultado final del encuentro fue indeciso, pero lo cierto es que Ramsés y su ejército volvieron a Egipto, que Amurru continuó dentro de la esfera de poder hitita y que las fronteras no sufrieron ninguna modificación. Años más tarde, Ramsés II y Hatussil III de Hatti firmarían un tratado de paz que supondría el final definitivo de los enfrentamientos. El texto seleccionado forma parte del extenso relato propagandístico que de la batalla fue inscrito por orden del faraón en el templo de Karnak. También figuró en el de Luxor, en el Rameseum, en Abidos, Abu Simbel y Derr.

«Su Majestad había puesto en pie de guerra a su infantería, a sus carros y a los shardanas capturados en sus victoriosas campañas. Disponían ya de todo el equipamiento y de las órdenes para el combate. Su Majestad se puso en marcha hacia el N con su infantería y sus carros y, tras una salida sin problemas, el noveno día del segundo mes del verano del año 5, Su Majestad, fuerte como Montu [dios egipcio de la guerra] cuando avanza, atraviesa la fortaleza de Silé. Todos los países tiemblan ante él y sus jefes le rinden tributo, los rebeldes inclinan el espinazo ante el temor al poder de Su Majestad. Sus tropas marchan por los caminos como si anduvieran por Egipto [...] El vil hitita llegó [a Kadesh] después de haber formado una coalición con todos los países hasta el mar. El país de Hatti acudió en pleno, así como los de Naharina, Arzawa y los Dárdanos, Keshkech, los de Masa, Pidasa, Iruna, Karkisa, Lukka, Kizzuwatna, Karkemish, Ugarit, Kedy, todo el país de Nugués, Mushanet y Kadesh [...] Cubrieron los montes y los valles como una plaga de saltamontes. Había gastado toda la plata de su país y se había despojado de todos sus bienes para dárselos a estos países a fin de que le acompañaran a la guerra. [El ejército hitita deja su intento de pasar a la división Amón, en que va Ramsés, para atacar a la división Re mientras el resto estaba impedido por la travesía de los pantanos de Shabtuna]. Lanzaron entonces un ataque desde el sur de Kadesh, fustigando de pleno a la división de Re, que avanzaba confiada y desprevenida. La infantería y los carros de Su Majestad se replegaron ante ellos. Su Majestad estaba acampado al norte de la ciudad de Kadesh, en la orilla occidental del Orontes, y cuando se le dijo lo que sucedía, Su Majestad saltó como su padre Montu: tomó las armas de guerra y se puso la cota de malla: ¡Era el mismo Baal en acción! El gran caballo que montaba Su Majestad era La Victoria de Tebas, de la gran caballeriza de Usir-maat-re, el Elegido de Re, el Amado de Amón.

Su Majestad espoleó a sus caballos y se lanzó contra las huestes del vil hitita. Solo, sin ninguna compañía, Su Majestad avanzó y cuando miró en torno suyo se vio rodeado por 2.500 carros que confluían contra Él y por todos los batidores del vil hitita y de los numerosos países que le acompañaban.

[Al verse solo, Ramsés II invoca a Amón].

Yo te invoco, Amón, Padre mío, en medio como estoy de una multitud desconocida. Todos los países extranjeros se han aliado en mi contra y me hallo solo, sin compañía. Mis numerosos ejércitos me han dejado, ninguno de mis carros me protege: he clamado por ellos, pero a ninguno llega mi llamada. Yo sé que Amón me será de más ayuda que millones de infantes, que cientos de miles de carros, que diez mil hermanos e hijos unidos en un solo ímpetu [...] Así oraba yo en el confín de los países extranjeros: y mi voz fue escuchada al Sur, en Heliópolis. Me percaté de que Amón respondía a mi clamor. Me tendió la mano y me reconfortó. Me habló al oído, como si estuviese a mi lado: "¡Ten valor, Yo estoy contigo! Yo soy tu Padre y te dotaré de mano fuerte. Yo valgo más que cien mil hombres. Yo soy el Señor de la Victoria y admiro el valor".

[Ramsés reacciona valientemente, en solitario, y triunfa. A la mañana siguiente, Muwatali pide la paz:]

Tu humilde servidor proclama a gritos que Tú eres el Hijo de Re, su hijo biológico, a quien Él ha entregado todos los países reunidos. Quien quiera que sea, del país de Egipto o del país de Hatti, todos son Tus servidores, se postran a Tus pies y ha sido Tu Padre, Re, quien Te los ha entregado. ¡No te excedas en Tu poder sobre nosotros! Cierto que es grande Tu poder y que Tu fuerza pesa sobremanera sobre el país de Hatti. Pero ¿es bueno que mates a quienes ya son tus siervos, que les muestres Tu aspecto más terrible y sin piedad? Atiende: ayer pasaste el día matando a cien mil hombres y hoy has regresado y no perdonas ni a sus herederos. ¡No apures demasiado Tu ventaja, Rey victorioso! La paz es mejor que la guerra. ¡Otórganos la vida!».

(Versión de Guillermo Fatás Cabeza.)