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Bernanos y el problema del mal

Ricardo Gullón





El novelista francés Georges Bernanos, nacido en 1888 y muerto en 1948, tuvo una remota ascendencia española. Quizá ese poso de sangre ibérica le hizo tan distinto, temperamentalmente, de sus compatriotas: explosivamente sincero, iracundo, violento a ratos y apasionado siempre. Escribió ocho novelas: Bajo el sol de Satanás (1926), La impostura (1927), La alegría (1928), Un crimen (1935), Diario de un cura de aldea (1936), Nueva historia de Mouchette (1937), El señor Ouine (1943) y Un mal sueño (póstuma, escrita en 1936). Sólo de ellas quiero hablar en este comentario, dejando a un lado el Bernanos polemista, autor de múltiples libros y panfletos políticos.

Pocos escritores «comprometidos» tan a fondo y desde el principio como George Bernanos. Participó en las luchas de su tiempo y puso en el combate una pasión exigente y dura, una impaciencia colérica y ruda que únicamente cedió ante la muerte. Pues bien este hombre, sumergido en incesantes polémicas, compuso media docena de novelas en las que se trasluce un debate todavía mas arduo y de salida más incierta, un verdadero combate con el demonio.

Para Bernanos el mal no era una abstracción. Instruido por la experiencia y por una suerte de intuición profunda y vasta, reflejó ambientes demoníacos y almas poseídas por el espíritu perverso. Su novelística se distingue por la presencia de esa enorme sombra, de esa fuerza tenebrosa y difusa que presiona sobre todos los hombres. No se forja ninguna ilusión acerca del sinuoso enemigo. Esperanza, sí. Esperanza cristiana, no estólida y boba convicción de que la batalla se ganará sin esfuerzo. Pues la esperanza en la victoria no ahorra los penosos encuentros, los continuados choques, la permanente actitud alerta.

Hablando de Bernanos es forzoso utilizar un vocabulario de resonancias bélicas: las palabras «batalla», «lucha», «combate» y otras análogas surgen inexcusablemente. Fué su vida una larga agonía -según la acepción unamuniana, y etimológica, del término- un cuerpo a cuerpo con el mal. Sus novelas están impregnadas del sentimiento agónico de la vida, y agónicos son también los personajes, incluso Chantal de la Clegerie, devuelto al combate tras presenciar la muerte, humanísima y sublime en su desamparo, del sacerdote Chevance. El párroco Donissan (en Bajo el sol de Satanás) se enfrenta con el diablo corporeizado, no con un personaje más o menos diabólico, sino con el diablo en persona, con un diablo en figura de viajero que le confunde y desvía de su camino y le hace víctima de juegos -tentaciones- crueles.

La reaparición del diablo en la literatura constituye uno de los fenómenos más extraños de la novelística bernanosiana. Se logra en ella una representación de Satanás conforme con la idea cristiana del mal, incesantemente activo, incapaz de crear y esencialmente desesperado. Quien se deja ganar por él, cae en la desesperación, que es la mejor arma del maligno, porque corroe las almas y las ciega para la gracia. Bernanos siente la asechanza, y si sus personajes más importantes son sacerdotes: Donissan en Bajo el sol de Satanás, Chevance en La impostura, Cenabre en La impostura y en La alegría, el cura de aldea en el famoso Diario... es porque piensa, como Donissan, que «entre Satanás y Él, Dios nos coloca [a los sacerdotes], como su último baluarte».

Bernanos tiene imaginación de novelista. El don, tan poco corriente, de inventar historias interesantes, en cuyos pliegues se ocultan, entre detalles reveladores, las presencias de Dios y de Satanás. Sus relatos tienen patética vehemencia, preocupación torturada y profunda que apresa al lector, le zarandea y arrastra por los páramos en donde instala a los personajes, y al final le deja en un estado intermedio entre el arrebato y la extenuación, entre el entusiasmo y el horror.

Hay en Bernanos mucho folletín, y en ocasiones demasiada facilidad, demasiada coincidencia. La oposición entre Chevance, el hombre de Dios, y Cenabre, el impostor, se resuelve en el pater noster que espontáneamente fluye en los labios del segundo al descubrir el asesinato de Chantal de la Clergerie. No es lícito reprochar a Bernanos la inclinación a la aventura, pues la aventura está en la entraña de lo novelesco, aunque sucesivas oleadas de narradores sin imaginación se empeñen en demostrar lo contrario. La aventura se acerca (en Un crimen, El señor Ouine y Un mal sueño) a lo policiaco. Se acerca tan sólo. Graham Greene y William Faullmer fueron más lejos y probaron la aptitud de la intriga policíaca para servir de molde a la obra de arte.

La obra en que Bernanos aborda con más crudeza y más directamente el problema del mal es la Nueva historia de Mouchette -nueva, para distinguirle del prólogo a Bajo el sol de Satanás, titulado Historia de Mouchette y referido a otro personaje del mismo nombre-; cuenta allí los acontecimientos padecidos una noche y la mañana subsiguiente por cierta muchacha -Mouchette- de catorce años, arisca, rebelde, confinada en espantosa soledad, de la que escapa unas horas para ser manchada, humillada y vuelta al aislamiento exasperado que la lleva al suicidio. El drama plantea problemas acuciantes y constituye un descarnado alegato acusatorio contra la sociedad, culpable de situaciones como la determinante de esa soledad, de esa miseria moral y material que destruye a Mouchette. Bernanos no creía en la predestinación, pero sí en la posesión de las almas, y al acusar a la sociedad está señalando, en la cautividad de Mouchette la de otros muchos seres humanos.

Bernanos expone escuetamente los hechos sin analizarlos, sin consentir que la muchacha examine una circunstancia de que se hace cargo confusa y oscuramente. El sentimiento de soledad acosa a Mouchette, y la vemos cediendo a él, dejándose mover de suceso en suceso, a lo largo de una noche alucinante, hasta el borde del estanque, en cuyas aguas se arroja sin reflexión ni resistencia. El padre es un borracho que la maltrata, la madre muere, el hermano la ignora, la maestra siente repulsión hacia ella, los campesinos la temen y desprecian, las compañeras de escuela la rehuyen, su amante de una hora la afrenta... Mouchette está sola en un mundo hostil. Los hechos, sin necesidad de análisis, explican el personaje y su desesperado final.

La primera Mouchette (en Bajo el sol de Satanás) se salva por la intervención del sacerdote Donissan -un santo- que, contra la voluntad de los razonables y los tibios, le lleva a morir arrepentida frente a la iglesia del pueblo; la de Nueva historia no encuentra entre ella y el mal ese baluarte y perece tan tristemente como había vivido. Ese baluarte es la caridad, según la practican el cura rural, Donissan y Chevance, o, de otra manera, Chantal de la Cergerie. Caridad lindante, casi confundida con la santidad.

Frente al mal se yergue el Santo, y no el santo convencional de la leyenda dorada, sino el alma en combate; distante, como lo demuestra la muerte de Chevance, de la confortable serenidad que algunos les imaginan. Donissan es una transcripción romancesca del párroco de Ars, y tanto él como el cura de aldea o Chevance saben que el combate es peligroso y su desenlace incierto. A los tres les vemos morir, y sus muertes adquieren plenitud de sentido cuando recordamos la postrer frase del cura rural: «Todo es gracia». Frase clave -en la ocasión, algo misteriosa- del espíritu y la creencia bernanosianos.

Bernanos ataca los problemas directamente y con toda amplitud, La pasión le arrebata; aborda el tema con ímpetu, con grandeza. Desde el comienzo notamos en sus novelas el ansia de decir en seguida cuanto sobre el personaje debe ser dicho, de comunicar alguna palabra definitiva, sin dar tiempo al ente novelesco para que se manifieste por sus pasos contados. Apenas iniciadas, las novelas alcanzan intensidad dramática, pues la impaciencia compele al novelista a concentrar la acción en uno o dos episodios, cuya materia agota por sucesivas descargas de la pasión dominante: así, en la segunda Mouchette, por la aventura con el cazador furtivo y la muerte de la madre; o el cura rural, por el esfuerzo para salvar de la desesperación a la condesa; en Cenabre, por la confesión ante Chevance... La crisis inicial de La impostura tiene lugar en pocas horas, y ocupa cien páginas. Es decir: no hay síntesis, ni resumen, sino exposición minuciosa, pormenorizada, del acontecimiento.

Las descripciones de los personajes comunican más de lo que objetivamente puede verse. Estamos en el extremo opuesto a la impersonalidad de la novelística norteamericana contemporánea; Bernanos es, técnicamente, el anti-Hemingway. Las acciones y reacciones aparecen envueltas en comentarios, explicaciones, penetraciones en el alma. Bernanos se instala en la conciencia del personaje y sigue de cerca sus luchas, sus alternativas; capta los movimientos secretos del alma, oye frases que escapan a quien las pronuncia, confesiones involuntarias (ejemplo: cuando Cenebre declara, para sí más que para Chevance, que había pensado suicidarse).

Fotografía de Geordes Bernanos

Georges Bernanos

Los personajes y las novelas de Bernanos corresponden a un mundo único, sombrío y enconado. Hay entre aquéllos, además del parentesco natural corriente entre criaturas del mismo novelista, vínculos más recios: sus narraciones se completan, se apoyan unas en otras, y la miseria del señor Ouine y el señor Ganse, la impostura de Cenabre, la alegría de Chantel, la tristeza del cura rural, la soledad de las dos Mouchette y el sufrimiento de Donissan concurren a articular una imagen total del mundo. No de un orbe vago, impreciso y literario, sino del mundo actual, de nuestra alegría y nuestro dolor.

Escribió al mismo tiempo El señor Ouine, Diario de un cura de aldea, Un mal sueño y Un crimen. Los personajes de estas cuatro novelas habitaban a la vez su imaginación, y es fácil comprender que los concibió capaces de comunicarse, de coincidir, quizá, en algún imprevisto rincón de su universo novelesco. La unidad de este universo no se opone a la variedad de las almas descritas por el autor, con una vehemencia en donde le reconocemos según era. En las narraciones de Bernanos hay una presencia que les imprime unidad y carácter: la presencia de lo sobrenatural. Junto a la aparición del diablo bajo trazas de viandante nocturno, hallamos el éxtasis místico de Chantal; la intuición del cura rural, inspirado por una sabiduría que él, en cuanto hombre, no posee; el poder misterioso de Chevance. El sacerdote Donissan, tras su encuentro nocturno con el diablo, es amparado y guiado por el ángel de la guarda.

El mundo es caótico y horrible en cuanto falta la gracia. Y Bernanos se revuelve bruscamente contra quienes aceptan esa ausencia y el mal derivado de ella. Noto en su ideología contradicciones, violencias innecesarias, excesos en la pasión y el lenguaje. Signos de rebeldía y disconformidad, pero más aún del incontenible anhelo de aniquilar la miseria dominante. La imagen del cura rural ocupa el centro de toda la obra bernanosiana, y la modestia, la dulzura, la caridad del sencillo párroco van a servir de contrapunto a la acción de las almas encrespadas, sufrientes a través de esta novelística. Existe un momento en que todos, incluso el cura rural, se revelen idénticos: la muerte les une por la soledad en que es forzoso padecerla.

Las novelas de Bernanos son a menudo oscuras; la acción no siempre aclara los puntos de sombra. Quedan baches, incidentes mal explicados, personajes pueriles e insatisfactorios (así, el sirviente asesino de La alegría). Apariciones misteriosas como la del sacerdote encontrado por Simone Alfieri al final de Un mal sueño, pueden tener justificación y significación. No es el misterio, sino la oscuridad, el obstáculo contra el que choca el novelista. La pasión le impedía situarse fuera del relato, medir distancias, establecer proporciones. En Bajo el sol de Satanás y en el Diario la construcción parece más calculada, más conforme a las necesidades, digamos objetivas, de la novela. La imaginación, el dinamismo y el sentido del misterio son cualidades positivas, cualidades de novelista gracias a las cuales un libro inacabado (Un mal sueño) e incluso una obra frustrada (Un crimen) suscitan en el ánimo del lector inquietud que no consiguen remover novelas en apariencia más perfectas.

La problemática bernanosiana es reducida en definitiva, únicamente la gran cuestión de la gracia y del mal -dos aspectos del mismo problema- le importan. ¿Cómo, entonces, no logró en las diversas obras en que lo plantea, conseguir una expresión clara, según los tradicionales modelos franceses? El tema debiera aparecer mejor elucidado en los sucesivos avatares y decantaciones a que fué sometido, mas no ocurrió eso: La Impostura resulta más compleja que Bajo el sol de Satanás y El señor Ouine, más oscura que el Diario de un cura rural.

Su imaginación concebía estructuras espirituales de considerable porte. Sabía sentir, en pocos rasgos, figuras de una verdad impresionante; las pintaba con inconfundible vibración, tomándolas de una realidad interior que no tiene nada en común con las correcciones novelescas al uso. Trasvasó sus pasiones a los personajes: la soledad de Mouchette o el miedo de Blanche (en Diálogos de las Camelitas) son la soledad y el miedo de Bernanos que, por persona interpuesta, se hacen oír patéticamente.

No, no son perfectas sus novelas. Ni necesitan serlo. Su valor no estriba en el equilibrio, en la adecuada elaboración de los materiales, sino en la vitalidad y la grandeza de la construcción, en la densidad de las almas inventadas, en la fuerza imaginativa y heroica con que se atrevió a describir la muerte... Esa muerte que, según testimonio del padre Pezerill, asistente a la agonía del escritor, le devolvió, al consumarse, la perdida sonrisa de la infancia.





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