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Bernardina Beni. «La Contadina de Valentano»

Texto procedente de «Papeles varios» XX 219-258 de Manuel Luengo, recopilado y comentado por el padre Isidro María Sans




ArribaAbajoFarnese y Loyola

El 13 de octubre de 1534 Alessandro Farnese (1468-1549), a sus 62 años, era elegido Papa con el nombre de Paulo III. Ignacio de Loyola le presentó la primera fórmula de la Compañía de Jesús, que Paulo III aprobó el 27 de setiembre de 1540. «El Papa Farnese era inteligente, juicioso y simpático, con un aire de nobleza y modales distinguidos...... Sólo la alteza de miras, la grandeza de comprensión y la fineza intuitiva de Paulo III pudieron juntas dar al pontífice la fuerza necesaria para despreciar todos los obstáculos que se oponían a la fundación de la nueva Orden. El Papa Farnese comprendió las novedades que traía Loyola y adivinó el valor y significado que la Compañía había de tener en la historia de la Iglesia. De ahí su amor constante al nuevo Instituto y a su fundador» (R. García-Villoslada).

Al año siguiente, 1541, el Papa concedió a Ignacio y sus primeros compañeros el uso de la pequeña capilla de Nuestra Señora de la Estrada o del Camino hacia el Capitolio, ubicada al lado de la casa donde últimamente vivió y en la que murió Ignacio de Loyola. En su lugar fue construida la magnífica Iglesia del Gesù, iniciada en 1568 y consagrada en 1584, financiada por otro Alessandro Farnese, sobrino de Paulo III. En ella se conserva la imagen de Nuestra Señora que antaño presidía la pequeña capilla y el magnífico mausoleo en el que está enterrado San Ignacio de Loyola, cuya impresión es «tan deslumbrante que cualquier descripción literaria resulta sin calor y sin vida» (R. García Villoslada).

Siendo todavía Obispo de Parma, antes de su elevación al Trono pontificio, el futuro Paulo III tuvo cuatro hijos naturales con una noble romana: Paolo, Constanza, Ranuccio y Pier Luigi. Este último, Pier Luigi (1503-1547), casado con Gerolama Orsini, fueron los padres de Ottavio Farnese (1521-1586), nacido en Valentano. Y Ottavio, casado con Margarita de Austria, hija natural de Carlos I, fueron los padres de dos gemelos nacidos el 27 de agosto de 1545. En ese matrimonio y en ese doble parto intervino también el Fundador de la Compañía de Jesús. En cuanto Director Espiritual, Ignacio animó a Margarita a consumar el matrimonio, que le causaba repugnancia. Durante el doble parto, que resultaba complicado, Ignacio se retiro a la capilla del Palacio Madama para rogar por la parturiente. «Maestro Ignacio estuvo allí desde la mañana hasta que hubo parido, y en la cámara donde estaba Madama no dejaban entrar a ninguna persona» (Ribadeneira). Una vez nacidos los gemelos, Carlos fue bautizado inmediatamente por la comadrona, «por el peligro que había» y murió pronto. Ignacio se encargó del bautizo del otro: otro Alessandro Farnese más, el futuro rayo de la guerra y gran general de los Tercios españoles en Flandes (1545-1592).




ArribaAbajoValentano

Como queda insinuado, Octavio Farnese nació en Valentano. Y en Valentano había nacido también su tío Ranuccio (1530-1565), a quien su abuelo Paulo III le concedió la púrpura cardenalicia cuando sólo tenía 15 años, por lo que se le llamaba il cardinalino.

Y es que Valentano es el lugar de origen de la estirpe de los Farnese. Allí se yergue aún hoy un castillo, conocido al menos desde 1053, aunque, por supuesto, renovado y hasta reedificado en varias ocasiones. En 1354 los Farnese tomaron posesión del antiguo castillo y llegaron a ser Señores de Valentano y sus contornos. Hacia 1400 fue construida la torre redonda que mira hacia oriente.

Valentano es un pueblo de típica instalación medieval con edificios de toba. Hoy cuenta con unos 3.000 habitantes. Pertenece a la provincia de Viterbo, ubicada al noroeste de Roma. Antaño era parte de los Estados Pontificios. Su territorio se extiende entre colinas y llanos en un continuo variar de imágenes y de paisajes. Valentano surge sobre una colina, «terraza natural» de 538 m. de altitud, entre el mar Tirreno y el lago de Bolsena, un lago de origen volcánico que se formó hace aproximadamente 300.000 años, por consecuencia de la caída de la separación de dos cráteres de la cadena de los montes Vulsini. Entre las localidades situadas en la ribera del lago, además de Valentano, se encuentra Montefiascone, lugar al que tendremos que volver acompañando a la protagonista de esta historia, Bernardina Benzi.

Además de los Farnese, en Valentano nacieron individuos importantes. Uno de ellos fue Paolo Ruffini (1765-1822), célebre matemático, médico y filósofo, que llegó a rector de la Universidad de Módena, donde murió. Investigó sobre la teoría de las ecuaciones algebraicas y sobre el cálculo de probabilidades. Destaca su obra «Teoría general de las ecuaciones». Interesa destacarlo aquí por ser paisano y contemporáneo, al menos parcial de «la contadina de Valentano».




ArribaAbajoBernardina Benzi

Nuestra protagonista no parece contar en las grandes narraciones de la Historia. Yo sólo la he encontrado en el extenso «Diario de la expulsión de los jesuitas de los Dominios del Rey de España», escrito por el P. Manuel Luengo entre 1767 y 1815. A ella parece aludir el 30 de octubre de 1772 cuando anota que «corren entre nosotros, se cuentan y esparcen muchas revelaciones de nuevas miserias y desgracias que no es fácil averiguar si están bien fundadas y son dignas de crédito. Y entre tantas dos, más en particular, se quieren hacer valer y se atribuyen a dos almas santas, una de las cuales ha de vivir hacia Frascati y la otra en Valentano, cerca de Viterbo, y las dos contestes y uniformes nos anuncian próximos e inminentes grandes males y trabajos y todos de la mano del Papa». Y un poco más claramente el 3 de abril de 1773, 6.º aniversario del comienzo del destierro, al confesar que «voy cobrando mucho aprecio y estimación» de las profecías de «una pobrecita labradora de Valentano», «especialmente por ver en ellas profetizados por toda claridad todos los trabajos y golpes, que ella llama bastonate, esto es bastonazos o palos que el Papa va descargando sobre nosotros». Gracias a Dios, el 31 de agosto de 1773 vuelve a citarla, y ahora más positivamente, en cuanto predice no sólo «desgracias» sino también futuros «sucesos felices»: «La famosa labradorcita de Valentano, que con tanta individualidad nos ha anunciado nuestras desgracias, nos da de muchos modos seguridades de sucesos felices en adelante».

Al mismo Luengo le costó descubrir su nombre y apellido. El 11 de julio de 1774 nos indica que aunque «de esta contadina de Valentano hemos hablado muchas veces en este escrito, aunque en términos generales y sin contar en particular ninguna de muchas cosas que han llegado a nuestra noticia y no por mal conducto», «nosotros no podemos decir hasta ahora cuál sea su verdadero nombre»: «unos la llaman Peroncina, otros Benzi y otros Renzi». Sólo el 15 de julio de 1777 alude ya sin rodeos a «la famosísima labradorcita Bernardina Benzi, tan conocida en este nuestro Diario».

Ya desde un principio Luengo nos sugiere repetidamente cuál era su ocupación, su quehacer ordinario: contadina, campesina. Y eso mismo reitera con otro término: «labradora». Algo es algo. Pero nos gustaría conocer más rasgos concretos, también físicos. Por supuesto, no podemos soñar ni con un cuadro suyo similar al de su paisano Paolo Ruffini. Ni siquiera se nos insinúa su edad o su fecha de nacimiento. Es verdad que con frecuencia se le califica como «labradorcita» o «pobrecita labradora». Y el diminutivo podría incitarnos a imaginarla una chica joven. Pero muy bien podría significar simplemente una mujer de cualquier edad caracterizada por sus modales sencillos, tal como en otro lugar se la describe: «humilde labradorcita». A este respecto sólo sabemos que durante «el Pontificado de Clemente XIII fue examinada por hombres sabios e instruidos en la ciencia mística esta labradorcita de Valentano, y después de un examen serio y diligente fue aprobado y dado por bueno su espíritu». Más adelante Luengo nos ratificará que «a nuestro arribo a Italia el año de 1768 ya era profetisa acreditada y su espíritu había sido aprobado en Roma después de muy serio examen».

En cambio, sabemos bastante de sus rasgos espirituales. Luengo la estima como «honrada y virtuosa labradora», «inocente y santa mujer». Y aun se atreve a soñar que «esta humilde labradorcita de Valentano» llegue un día a ser «puesta en los altares de la Iglesia católica» y «sea venerada por los fieles». Su devoción al Sagrado Corazón de Jesús consta por estas líneas del Diario de Luengo, escritas el 15 de julio de 1777: «El viernes después de la Octava del Corpus de este año se celebró con bastante solemnidad la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en la Parroquia del lugarcito de Valentano, habiendo colocado para este efecto en el altar mayor una pintura del Salvador con el pecho abierto y mostrando en él su Corazón, ya famosa en aquel pueblo por lo que diremos al instante y porque frecuentemente hacía oración delante de ella la famosísima labradorcita Bernardina Benzi, tan conocida en este nuestro Diario. Estando, pues, en la fiesta se dejó ver en el centro mismo del Corazón de Jesús como una gota de agua cristalina, una perla o diamante de la grandeza de un realito o tarín de España, y de ella salían hacia alrededor otras goticas o perlas más pequeñas, y en una de las manos del Señor se descubría otra gota de agua, perla o diamante parecido al que estaba en medio del Corazón, y de todos ellos salían rayos vistosos de luz y resplandor. En esto no puede haber humanamente engaño o ilusión, porque en las relaciones de este prodigio, de que no dejarán algunos de conservar copias, no se dice que esta o aquella alma santa vio las cosas dichas en aquella pintura, sino que las vio todo el pueblo y no una vez sola, pues se repitió el prodigio varios días de la Octava, aunque no siempre eran igualmente grandes aquellas gotas de agua, perlas o diamantes». Y es de suponer que cuatro años antes Bernardina también orara ante la misma «pintura del Salvador con el Corazón en el pecho rasgado», que, en «la fiesta que se hizo el día acostumbrado del año 1773 en la misma Parroquia, sudó Sangre con tanta copia y abundancia que se bañaron con ella varios lienzos y pañuelos».

Acabo de aludir hace poco al examen del espíritu de la contadina de Valentano en tiempos del papa Clemente XIII. Imagino que en el mismo se incluiría específicamente su espíritu de profecía, que en adelante me interesa escudriñar y resaltar.




ArribaAbajoProfecías sobre la muerte de Luis XV

El papa Clemente XIV firmó el 21 de julio de 1773 el Breve de Extinción de la Compañía de Jesús Dominus ac Redemptor. Y con ello se cumplía la profecía genérica de la contadina de Valentano sobre la más dolorosa de las bastonate que el Papa iba a descargar sobre los jesuitas. Para que le ayudaran en su ejecución, el Papa había nombrado una Congregación, que pronto comenzó a conocerse como Congregación Anti-Jesuítica, compuesta por cinco cardenales: los Emmos. cardenales Marefoschi, Corsini, Casali, Carrafa y Zelada.

No había transcurrido todavía un año cuando en el Palacio del Trianon de Versalles moría Luis XV de Francia el 10 de mayo de 1774, a sus 64 años de edad. Y con esto se inició el doloroso Viacrucis de la contadina misma. Entre el 15 y el 25 de mayo «fueron arrestados el Sr. Azaloni, Arcipreste de Valentano, y la famosa contadina o labradorcita del mismo Valentano». El primero fue encerrado «en el Castillo de San Ángel y la última en un Convento de Monjas de Montefiascone. Y desde aquel tiempo se habla por todas partes en conversaciones, en cartas y en Gacetas, que tienen la desvergüenza de llamarla Pitonisa, de esta singular mujer». «Se puede decir sin peligro de engañarse que sus profecías y predicciones sobre la Compañía, que han llegado a noticia de la Congregación Anti-jesuítica y verosímilmente también del Pontífice, han sido la causa de su arresto y reclusión, del arresto de su Confesor el Arcipreste Azaloni». «La noticia de la muerte de Luis XV es causa certísimamente de la agitación e inquietud que se nota en la dicha Congregación y de las órdenes que envía a Montefiascone de que se examine a la contadina, se la tomen declaraciones, se la forme proceso y haga causa. Y sobre esto hay un estrépito, una bulla, una precipitación y confusión increíble e inexplicable».

«Pero ¿qué conexión puede tener la muerte del Rey de Francia con el proceso que se hace a esta pobrecita labradora? Yo lo diré con franqueza, según concibo la cosa, después de haber oído hablar mucho y pensado seriamente sobre este asunto. En los papeles o escritos en que se hallan notadas las predicciones de esta labradorcita y que están en manos del Papa o de la Congregación Anti-jesuítica, se halla notada mucho tiempo ha la muerte de Luis XV, Rey de Francia, en el mismo tiempo en que ha sucedido».




ArribaAbajoProfecías sobre la muerte de Clemente XIV

Luengo continúa así el párrafo anterior: «Pero esto es prueba evidente de que es profetisa verdadera y debía moverlos a estimarla, respetarla y venerarla. Así por ventura lo harían en Roma si se hubiera contentado con profetizar la muerte del Rey de Francia y no hubiera profetizado también, y según parece no muy distante, otra muerte de otro personaje de Roma, que les disgusta, les desagrada, les turba, les consterna más de lo que se puede explicar con palabras. Éste es el aprieto, el apuro terrible, el susto y pavor, el embarazo y consternación en que les han puesto las profecías y predicciones de esta pobrecita aldeana. Quisieran a fuerza de exámenes, pesquisas y de cien cavilaciones, que harán sobre ellas, persuadirse que no ha sido verdadera la predicción de la muerte de Luis XV para lisonjearse que será falsa y que no se verificará la de la muerte cercana del otro personaje, o por lo menos que, aunque haya sido cierta la primera, no lo debe ser la segunda. Pero, si a estos hombres les gobernara en este caso la prudencia, la equidad, el temor de Dios y el respeto a la virtud, es evidente que no harían otra cosa que examinar con toda diligencia y atención la profecía de la muerte del Rey de Francia. Y siendo ésta ciertísima, como lo es, tener por cierta o a lo menos por muy verosímil la predicción de la muerte del otro personaje y aprovecharse el interesado de esta noticia para disponerse a morir santamente. Y dejar, mientras se está aguardando el cumplimiento de la profecía, en paz y en libertad a la profetisa, a su Confesor y a los otros que hayan tenido alguna parte en la dirección de su espíritu y conciencia».

«Los anuncios funestos y trágicos de la labradorcita de Valentano, todas estas novedades juntas tienen a todos los enemigos y perseguidores de la Compañía de Jesús en Roma inquietos, atónitos, confusos y asombrados y, por más que afecten intrepidez y grandeza de ánimo, llenos de susto y consternación. Y el mismo Clemente XIV se muestra muy cuidadoso, caído y abatido, y advierten de Roma que va perdiendo fuerzas y carnes, y disponiéndose sin entenderlo y a pesar suyo a verificar en su persona la funesta predicción de la contadina, pues, aunque en secreto y en voz baja, no deja de decirse que él mismo es cuya muerte se halla profetizada en los papeles que han cogido».

Que esta «funesta predicción de la contadina» se refería realmente al papa Cemente XIV se fue afianzando paulatinamente gracias a otras profecías de la misma. El mismo día de su muerte escribía el embajador Gozadini desde Roma que «la profecía de la Pitonisa, a quien se está al presente tomando declaraciones en Montefiascone, se ha verificado con grande asombro, pues constantemente decía que a 22 de setiembre habría Sede Vacante». Más aún: Clemente XIV no estuvo «de cuerpo presente vestido de Pontifical ni en el Palacio ni en la Iglesia, como se hace siempre con todos los Papas cuando mueren»; y al parecer «esta circunstancia tan rara y singular se halla también expresada en la profecía de la muerte del Papa de la labradorcita de Valentano».

Luengo certifica el fallecimiento de Clemente XIV, ocurrido en el Palacio del Quirinal el 22 de setiembre de 1774, «día de San Mauricio, a las 8 de la mañana, después de una agonía larga, violenta con grandes espasmos, extremos y aun furias». Y a continuación cuenta detalladamente las cosas «extrañas y terribles» acaecidas en «el cadáver del difunto Pontífice», «tales que apenas se encontrarán otras semejantes en todas las historias de Papas, de Emperadores y de Reyes. A pocas horas después de muerto el Papa, abrieron el cadáver los cirujanos, como se hace con los grandes Señores. Todas sus entrañas, y lo demás que se saca de un cuerpo al embalsamarlo, fue metido en una grande ampolla de cristal y con asombro de todos los que andaban por allí, por no suceder así regularmente, dentro de poco tiempo saltó y se abrió la ampolla y, habiéndose derramado aquella porción de lo que estaba en ella, se esparció por todos aquellos cuartos un hedor pestilentísimo e insufrible. Se acudió prontamente con otra ampolla semejante y se recogió en ella toda aquella fetidísima horrura, y dentro de muy poco tiempo, con mayor espanto y asombro de toda aquella gente, sucedió con esta segunda lo mismo que con la primera y, derramándose alguna parte de aquellos intestinos, se llenó todo el Palacio de un fetor abominable». Una vez embalsamado el cadáver, «acudieron los Camareros para vestirle y adornarle del hábito pontifical y ponerle después algún otro día, como se usa, de cuerpo presente en una gran sala del Palacio. Pero ¡qué horror y qué asombro! Al manejar el cuerpo para irle vistiendo, a uno se le queda en la mano un pie que se desprende de la pierna y a otros pedazos de carne que se desunen y se separan de los huesos. Al ver un espectáculo tan horrendo y espantoso, se llenan de miedo y de pavor los Camareros y huyen despavoridos todos, dejando el podrido y despedazado cadáver en la cama. No parece que fue posible reducir ni a aquellos Camareros del Papa ni a otros a que volviesen a su empresa de vestir el cadáver del Pontífice, y fue preciso que entrasen a manejar el cuerpo de Su Santidad algunos hombres del trabajo o ganapanes que se alquilaron para este oficio. Acudieron otra vez los Cirujanos para poner algún remedio en este caso y, por más que usaron de bálsamos y de otros licores, desconfiaron de poder conseguir poner el cadáver en estado de que pudiese presentarse de cuerpo presente en el Palacio y en la Iglesia porque todo él se deshacía entre las manos. Y así tomaron el partido de hacer un fuerte betún de pez y de otras cosas viscosas y con él hacer al cuerpo como una túnica o vestido para darle de este modo alguna consistencia y solidez, y cubierto de aquel betún fue encerrado en cajas».

«Al conducir al cadáver desde el Palacio del Quirinal a la Iglesia de San Pedro, iba en una especie de litera tirada de dos mulas mansas y una de ellas cayó, habiendo tropezado, y faltó bien poco para venir a tierra el cadáver aunque iba bien atado, pero se supone que con el gran golpe que recibió, se perdió en gran parte el trabajo y betún de los cirujanos y se descompuso y disolvió de nuevo desuniéndose algunos miembros del miserable cadáver. Las mulas, que tiraban de la litera, son mansísimas y están acostumbradas a montar no sólo repechos y escarpadas sino también escaleras, y con todo eso no hubo fuerza, industria y diligencia humana que fuese bastante para hacerles subir una escarpada, que allí deben de llamar cordonata, que está delante de la Iglesia de San Pedro, como que aquellas bestias se obstinaron en no ayudar por su parte a que entrase en la Iglesia del Vaticano aquel miserable cadáver. Y así fue preciso que algunos hombres del trabajo desde aquella distancia cargasen con él sobre sus hombros para meterle en la Iglesia».

No pudo, pues, contemplarse en el Vaticano el cadáver de Clemente XIV, encerrado en un féretro totalmente hermético ni por consiguiente pudo toda Roma pasar ante él para besarle los pies de acuerdo con la inveterada costumbre. «Y no hubieran sido ciertamente los últimos los jesuitas en besarle con devoción los pies después de muerto, ya que a ninguno se le permitió acercarse a besárselos mientras vivió. Y muchos, y acaso todos, le perdonarían al mismo tiempo en su corazón las gravísimas injurias y agravios que les ha hecho en vida a ellos, a todos sus Hermanos y a la Compañía, su Madre».




ArribaAbajoMontefiascone

Hemos dejado a nuestra protagonista presa desde mediados de mayo de 1774 «en un Convento de Monjas de Montefiascone», no lejos de Valentano, su ciudad natal: ambas poblaciones estaban ubicadas a orillas del lago del Bolsena, respectivamente al sudeste y al noroeste del lago. Pronto se comenzó a tomar declaraciones y formar proceso a Bernardina, de acuerdo con las órdenes de la Congregación de los Cinco Cardenales. Entre sus «Papeles Varios», Luengo conserva una carta fechada el 29 de marzo de 1776 y remitida desde Montefiascone en respuesta a una solicitud suya. En ella se narra lo siguiente:

«El 12 de este mes de marzo el Vicario Apostólico de Montefiascone, acompañado de un Fiscal y de un Notario, convocó a las Monjas y mandó se presentase ante ellos Bernardina Benzi. En nombre de dicha Congregación trató de hacerle comprender que sus visiones y profecías eran todas obra del Demonio, y de acuerdo con este desengaño debía firmar un folio en que reconociera que todas eran pura ilusión diabólica. A continuación le ordenó que permaneciese en aquel Convento hasta nueva orden».



Luego le contaron la fábula del veneno: el Papa había muerto envenenado. Quienes le envenenaron, que «estaban seguros de que aquella especie de veneno operaba dentro de un determinado espacio de tiempo», «abusando de la simplicidad de la contadina, le habían incitado a "profetizar" que el Pontífice Ganganelli iba a morir el 22 de setiembre de 1774». Pero «cualquier chaval caería en la cuenta de la falsía de tal cuento: los venenos más potentes operan con menor o mayor rapidez a tenor de la robustez y complexión de los distintos cuerpos; y como no es posible conocer con certidumbre tal disposición corporal, tampoco es posible predecir a tiempo determinado el resultado mortal del veneno». Por otra parte, «el cuento del veneno había sido ya desmentido y declarado calumnioso en la relación jurídica de los Médicos y Cirujanos conformada en tiempos de Sede Vacante».

«¿Quién, pues, va a creer que la profecía de la contadina era una ilusión diabólica?». Recordemos que Bernardina no podía contar en aquellos momentos con la ayuda de su Director Espiritual, el «Sr. Azaloni, Arcipreste de Valentano, preso en el Castillo de San Ángel». Pero le bastaba la conciencia de su propia conciencia iluminada por el Espíritu. Como a nosotros nos debe bastar el éxito real de sus muchas profecías: «que la muerte del Rey de Francia había de ocurrir entre Pascua y Pascua del año 1774; que el Cardenal Ganganelli sería elegido Papa; que él iba a extinguir la Compañía de Jesús; que moriría el 22 de setiembre de 1774; que no se le podría ver en San Pedro; etc. etc.».




ArribaAbajoProfecías sobre Pío VI

«El día 15 de febrero de 1774 fue proclamado en Roma Sumo Pontífice, con el nombre de Pío VI, el Eminentísimo Cardenal Juan Ángel Braschi». Y Luengo se alegra y «da gracias al Señor por su exaltación al Trono Pontificio» al mismo tiempo que «espera de su Pontificado grandes ventajas y felicidades para la abatida Compañía de Jesús, nuestra tiernísima Madre». Luengo, sin embargo, era una magnífico y puntual narrador, pero no tenía dotes proféticas; Bernardina, en cambio, sí las tenía. «Se nos asegura que la famosísima labradorcita de Valentano, así como profetizó con toda verdad y puntualidad la muerte de Clemente XIV, así ha profetizado también la exaltación del Cardenal Braschi, y con alguna insinuación al mismo tiempo de que éste sería muy diferente del otro. Y lo que no tiene duda es que, mucho antes de la elección del Eminentísimo Braschi, yo mismo había oído aquí una expresión que se atribuía a la dicha labradorcita, y ahora se ve casi con evidencia que es una verdadera profecía de la exaltación al Pontificado del dicho Cardenal. Se contaba, pues, que, cuando los Alguaciles o Esbirros la prendieron el año pasado por orden del Papa difunto, ella les dijo con mucha paz y grande aseveración estas formales palabras: "Este Santo Padre me prende y el Cardenal Braschi me dará libertad". Mientras el Cardenal Braschi fuese Cardenal solamente, era bien difícil que le pusiese en libertad y sólo parece que podía hacerlo siendo Papa, como ahora es. Y debemos esperar que tarde poco en dar libertad a aquella inocente labradorcita y a todos los que por causa de sus profecías están en el Castillo de San Ángel, como también a los otros encarcelados, que no son más culpados que ellos».

«En la Provincia de Santa Fe o del Nuevo Reino había, al tiempo que fue desterrada de América, un joven llamado Manuel Parada, que, a lo que oigo asegurar, es natural de la Villa de Pontevedra en el Reino de Galicia e hijo de padres honrados. A poco tiempo después que llegó su Provincia a Italia, salió de la Compañía y se fue a establecer a Roma. Y aquí se le metió tan fuertemente en la cabeza que había de servir a Monseñor Braschi, que era entonces Tesorero, que no perdonó a diligencia alguna para lograrlo. A este fin solicitó y consiguió empeño y recomendación de la Serenísima Electriz viuda de Sajonia, que estuvo en Roma por aquel tiempo. Capricho y pretensión extravagantísima, que le vino, a lo que se asegura, de estar persuadido por las profecías de la labradorcita o contadina de Valentano, que Monseñor Braschi había de ser Papa después de Clemente XIV. Y si es así cierto, esta profecía que movió a Parada a hacer aquella pretensión, es muy anterior a la otra de que hablamos antes y la dijo cuando fue presa por orden del Papa Ganganelli».




ArribaAbajoÉxito total de las profecías sobre la Compañía

En 1772 las Cortes de Viena, Berlín y Pietroburgo se repartieron el Reino de Polonia. En el tercio correspondiente a Rusia la emperatriz Catalina II prohibió severísimamente en 1774 la intimación del Breve de Extinción promulgado por Clemente XIV. Y en consecuencia los jesuitas de la Rusia Blanca, vasallos de Catalina II, siguieron siéndolo como antes. Más aún, la misma Emperatriz quiso que la Compañía se multiplicara en su Imperio mediante la fundación de un Noviciado, «abierto con facultad pública y solemnemente comunicada a aquellos jesuitas por el Ilmo. Sr. D. Estanislao Siestrzencevicz, Obispo de Mohilow», con el consentimiento secreto del papa Pío VI.

Comenzaba así a cumplirse la serie de «sucesos felices» profetizada por nuestra protagonista. Ella misma, sin embargo, seguía privada de libertad. Luengo nos notifica que en verano de 1779 el Nuncio de la Corte de Viena, Ilmo. D. José Garampi «ha venido a Italia a ver a su familia, que está en Rimini, y a dar una ojeada por su Obispado de Montefiascone. Y se asegura que ha puesto en mayor estrechez a la famosa labradorcita o contadina de Valentano».

El Papa, en cambio, parece que empezaba a apreciarla particularmente. En 1782 Pío VI tomó la extraña resolución de viajar a Viena para entrevistarse personalmente con el emperador José II. «Y no faltan algunos que hacen entrar en este negocio a la famosa labradora o contadina de Valentano. Pío VI, dicen algunos jesuitas españoles, y no dicen mal del todo, no ignora que la dicha labradorcita es verdadera profetisa, pues entre otras cosas sabe que a él le profetizó bien claramente el Pontificado. No se debe, pues, extrañar, que, teniendo entre las manos el Papa un negocio tan grande, tan arduo, tan espinoso y de tan importantes resultas como este viaje a la Corte de Viena para tratar de cosas pertenecientes a la Religión, le encargase que le encomendase al Señor con todo fervor y empeño».

Al fallecer el cardenal Garampi, fue nombrado obispo de Montefiascone el cardenal Juan Sigfredo Maury, de quien el 13 de marzo de 1794 comentaba Luengo: «En sin duda hombre hábil e instruido, y tiene, en las cosas pertenecientes a la Compañía, empeño y solicitud. Puntualmente en aquella Ciudad está todavía retirada en un convento la famosa labradora de Valentano, que ha dicho tantas cosas sobre la Compañía de Jesús, sus trabajos y persecuciones, su extinción y su restablecimiento. Y le será fácil al Ilmo. Maury, con la autoridad de Obispo, reconocer las legítimas predicciones de esta célebre profetisa y formar con ellas un auténtico documento, que, según se puede conjeturar, será gloriosísimo para la abatida e infamada Compañía de Jesús».

«Acaba de morir -anota Luengo en su Diario el 19 de abril de 1803- la famosísima contadina o labradora de Valentano, Bernardina Benzi. A nuestro arribo a Italia el año de 1768 ya era profetisa acreditada y su espíritu había sido aprobado en Roma después de muy serio examen de todo lo conveniente. Su revelación o profecía de la muerte del Papa Ganganelli en el equinoccio de setiembre, con la extraña circunstancia de que no sería visto en San Pedro, se cumplió perfectamente. Y se libraron de morir en una horca o de otro modo muchos Eclesiásticos y jesuitas que por su causa estaban en el Castillo de San Ángel. Pero a ella le costó, habiéndose publicado antes de tiempo, el ser ignominiosamente arrestada y encerrada en una cárcel en Montefiascone por orden expresa del Papa Clemente XIV. Y desistiendo al cabo, después de haberlo intentado varias veces, del pensamiento de llevarla a Roma, fue estrechamente encerrada en un Convento de Religiosas de la misma Ciudad. Allí se le hicieron muchos exámenes e interrogatorios sobre sus predicciones y sobre otras cosas, y de todo se levantó la mano con la muerte del Papa Ganganelli en el día en que ella había profetizado».

«El nuevo Pontífice Pío VI, cuyo Pontificado había profetizado también, tuvo con ella la misma política y condescendencia que con los muchos respetables jesuitas que estaban en el Castillo de San Ángel. Todos eran inocentes y lo sabía muy bien el Papa Braschi, nuevamente electo, como todos los demás, y aun sus mismos enemigos y perseguidores. Pero sería ignominia del difunto Papa y de la Congregación de los Cinco Cardenales, y desagradaría mucho a los Ministros Borbones, si fuesen declarados y tratados como inocentes, y puestos en libertad como tales, y con honor. Por estos respetos humanos se trataron sus causas de tal modo que no se les hiciese mucho mal, pero que apareciesen reos para que no se tuviesen por injustas las determinaciones del Papa y de la Congregación. La contadina Benzi quería volverse a su casa y continuar como antes su vida de labradora, y el Papa no se lo permitió y le obligó a vivir en el Convento con libertad en todo, aunque con muchas precauciones para que no saliesen sus cosas afuera. Y a esto le inclinarían al Papa, ya porque, sin embargo de todas las ignominiosas expresiones de la Congregación de Cardenales contra ella, tratándola de ilusa, de pitonisa y otras a este modo, hubiera sido recibida con grande aplauso y como en triunfo en su pueblo y en otros en que era conocida; y ya también porque supondrían que sus profecías futuras, como las pasadas, serían de poco gusto para la grande y poderosa cábala o partido de los enemigos de la Compañía de Jesús, en la que entraban los Ministros Borbones y todos los adherentes a las Cortes Borbonas, gran número de Cardenales y de otras personas autorizadas».

«Quedó, pues, encerrada en el Convento de Religiosas de Montefiascone, sin comunicación con las gentes de fuera, hasta la revolución de Roma y de todo el Estado. Extinguido el Convento, y acaso sin que lo fuese, no obligándola la Orden del Papa, ni dándole con qué mantenerse, se fue la contadina Benzo a su casa de Valentano. A mi vuelta a Roma dos años ha pregunté por ella y en qué había parado, y no he sabido otra cosa sino que vivía retirada en su lugar. Y poco más he podido averiguar en su muerte. Un jesuita italiano, que se muestra informado de sus cosas y que dio la noticia de su muerte, ha asegurado que ha habido en su pueblo aquella piadosa conmoción que suele haber en la muerte de las personas tenidas comúnmente por santas. Para mí y para otros muchos es verdaderamente santa esta sencilla y rústica labradorcita Bernardina Benzi, natural de Valentano. Y es muy creíble que, si hubiere los medios y caudales convenientes, se trate a su tiempo su causa y sea colocada en los altares. Yo no puedo estar fundadamente informado de su espíritu y de sus virtudes, pero dos cosas me parecen indudables y ellas son indicios seguros, especialmente en tal persona, de una eminente santidad. La primera es una ciencia muy sublime y elevada de los misterios más profundos de la Religión, siendo una pobre labradora, ignorante y que verosímilmente no sabía leer. La segunda, un verdadero don y espíritu de profecía, siendo públicas muchas predicciones suyas de sucesos que humanamente no se pueden saber con tanta anticipación, y cumplidas a la letra y perfectamente. Muchas de ellas han sido de sucesos pertenecientes a la presente persecución de la Compañía de Jesús. Ella ha profetizado, antes que sucediesen, muchos de sus trabajos y destierros, la extinción general por Roma, asegurando, no obstante, que no perdería del todo el ser la Compañía. Y ha profetizado también su triunfo y glorioso restablecimiento. Y algunos, con la noticia de su muerte, han empezado a mirarlo como más próximo, porque aseguran que ha profetizado también que ella no lo vería. Y parece que no sería indigno de la Compañía restablecida gloriosamente en Roma el que se interesase en su Causa y en su Exaltación, mirándola como una profetisa destinada por el Cielo para profetizar sus tribulaciones, su abatimiento y su triunfo».




ArribaAbajoApéndice

Y a manera de apéndice de esta especie de biografía de Bernardina Benzi, la contadina de Valentano, recordaré brevísimamente el glorioso restablecimiento de la Compañía de Jesús tras su extinción por Clemente XIV en 1773, compendiado en los dos principales «felices sucesos» genéricamente profetizados por ella.

El primero, acontecido ya en 1782, «que nos hace rebosar de gozo y de consuelo», que supuso «un paso ventajosísimo para nuestra tiernísima Madre, la Compañía de Jesús»: la celebración de la 1.ª Congregación General rusa. Catalina II había escrito «una carta atentísima» a Pío VI solicitándoselo y el Papa le respondió desde Viena concediendo «su consentimiento para que los jesuitas de la Rusia Blanca tuviesen su Congregación y eligiesen su General con arreglo a sus Constituciones y según su método». «Reunidos, pues, los Padres Profesos en número de 31 en el Colegio de la Compañía de la Ciudad de Polock, en la Rusia Blanca», el 17 de octubre de 1782 eligieron con grande conformidad de votos al P. Estanislao Czernievicz, «con la misma autoridad que tenían los Prepósitos Generales». «Por este nuevo paso se vuelve a poner perfectamente, por decirlo así, la Compañía de Jesús, aunque encerrada en un corto país y reducida a pequeño número, en su estado antiguo y sin que le falte cosa alguna para conservarse, multiplicarse y para gobernarse enteramente según sus Constituciones e Instituto».

El segundo, acontecido en 1814, 41 años después de su extinción. «El día 14 de marzo de 1800 fue elegido Papa en Venecia el Cardenal Gregorio Bernabé Chiaramonti, Monje Benedictino», que asumió el nombre de Pío VII. Y ya antes de cumplir su primer año de Pontificado, el 7 de marzo de 1801, aprobó y confirmó la Compañía Rusa mediante el Breve Catholicae fidei. «¿Qué más se puede apetecer ni aun imaginar para quedar nosotros consolados en esta parte y todo el mundo persuadido de que en aquel rinconcito del Norte se ha conservado la Compañía de Jesús intacta, ilesa y con toda la perfección de su Instituto y de sus reglas?». Pues sí, lo había: el restablecimiento total de la Compañía en todo el mundo.

El mismo Pío VII la llevó a cabo mediante el Breve Sollicitudo omnium Ecclesiarum, firmado el 7 de agosto de 1814. Y así se cumplieron plena y definitivamente las profecías de la contadina de Valentano sobre la Compañía de Jesús.

Isidro M.ª Sans, S.I.






ArribaAbajoNoticias verídicas acerca de la famosa Profetisa de Valentano Bernardina Renzi Peronchini en carta de un amigo a otro (Papeles Varios, XX 219-258)

Carísimo Amigo: He aquí todas las particularidades que sé de cierto sobre la Profetisa de Valentano.

Esta moza, de nombre Bernardina Renci Peronchino, trabajadora en el campo por su oficio, nacida en Valentano, no sabía ni leer ni escribir, y no obstante, iluminada por el Señor, citaba ad litteram la Sagrada Escritura en muchos pasos y la explicaba teológicamente en los más sublimes y abstrusos misterios sobre la Santísima Trinidad. Se mantenía con el trabajo de sus propias manos y jamás se procuró un sueldo por medio de sus devociones.

Siendo aún niña de 6 años, según atestiguó el P. Pablo, fundador de los Pasionistas, predijo cierta cosa que después se verificó puntualísimamente. El dicho P. Pablo, que fue algún tiempo su director, se la aseguró e informó de ella a Clemente XIV, cuando éste, a 21 de junio de 1774, fue a buscarle para informarse de él acerca del espíritu de Bernardina; y le añadió que ésta poseía el don, gratis datum por Dios, de la Profecía.

Escogió Bernardina a su tiempo por su confesor y director estable cierto buen Eclesiástico de Valentano, llamado D. José Azzaloni, el cual, aunque verdaderamente era un buen Sacerdote, no era de gran talento. Él mismo escribía todo lo que ella le dictaba, aunque no siempre entendiese lo que escribía por su orden. Por esta razón el dicho Azzaloni trató sobre sus escritos y sobre su espíritu con algunos Jesuitas napolitanos, que, desterrados por su Rey, se había retirado a Valentano y a sus contornos.

Para el mismo fin envió Azzaloni, con licencia de su Penitente, aquellos escritos a la Inquisición de Roma, para que aquellos jueces los examinasen y diesen sobre ellos su parecer. En respuesta recibió, no ya censura alguna sobre los escritos, sino un Orden expreso de continuar dirigiendo a su Penitente Bernardina; y 6 años antes de su arresto le fueron remitidos por la Inquisición los mismos escritos.

El año de 1769, estando los Cardenales en Cónclave para la elección del nuevo Pontífice, Azzaloni, arreglándose a las predicciones oídas a su Penitente, escribió una carta al Sr. Duzani, Beneficiado de San Pedro de Roma, diciéndole que «el Papa futuro sería Ganganelli». La respuesta del Sr. Duzani al Confesor de Bernardina, en cuanto a esta su carta anticipada, se halló entre los demás papeles de Azzaloni muchos años después, esto es a 12 de mayo de 1774, cuando fue arrestado él mismo y registrados todos los papeles relativos a su Penitente. El arresto de Duzani estuvo decretado para el 1.º de octubre, pero no se efectuó por haber muerto antes el Papa.

Entre estos papeles y cartas secuestradas al Azzaloni en el dicho 12 de mayo de 1774, el mismo Clemente XIV encontró una descripción o pintura muy perspicua y circunstanciada del interior contraste que tuvo antes y en el acto mismo de firmar el Breve de Extinción de los Jesuitas. Por lo que solía decir, a los que adelantándole le decían que aquella Labradora era una mujer ilusa: «Y no obstante ella ha sabido lo que Dios y nosotros solos sabíamos».

Uno de los Jesuitas, con quien había consultado Azzaloni las cosas de su Penitente, era un cierto Venizza, el cual tenía noticia por consiguiente de muchas predicciones de la Labradora. Este Venizza dejó una vez caer incautamente esta proposición, que «la muerte de Ganganelli no estaba muy lejos» y que «no sería expuesto en San Pedro su cuerpo, como se usa con los otros Papas». No fue necesario más para que se esparciese esta voz en Roma y por otras partes. E informado el Gobierno y averiguado el origen de aquella voz y los sabedores de aquel arcano, se determinó el arresto de todos en un mismo día, y fue el 12 de mayo de 1774. Fueron, pues, arrestados en el dicho día el mismo Venizza en Roma, un cierto Coltraro, jesuita también y sujeto dignísimo en Orvieto, y Bernardina con su Confesor Azzaloni en Valentano.

La prisión del Confesor Azzaloni se hizo hacia la 3 horas de la noche del dicho día 12 de mayo, mientras cenaba en su casa de Valentano con su numerosa familia. Entraron los Alguaciles y al instante echaron las esposas a un hermano suyo secular, que estaba presente, haciendo creer que a él buscaban por alguna falta que había cometido para con la Curia Eclesiástica. De allí a poco entró el Vicario General o Provisor del Obispo de Montefiascon, Monseñor de Domenici con un Notario llamado Polin y otros Ministros. Casi por tres horas estuvieron en aquella casa haciendo pesquisas y registros de todos los papeles del Confesor, que hallaron; y después pidió el Notario Juramento al Confesor de haber entregado todos los papeles y escritos, y de no tener otros ni en su poder ni fuera de casa y en poder de algún otro.

Hechos este Juramento por el Confesor, quitaron las esposas a su hermano y le llevaron preso a él mismo. Sellaron todos los papeles y dejaron guardas o centinelas que guardasen la casa.

No entendía Azzaloni al principio el motivo de esta prisión, pero, habiendo oído a los Alguaciles que también Bernardina había sido arrestada, se acordó entonces de sus profecías, registradas ya en los papeles secuestrados; y se serenó y, del mejor modo que pudo, consoló también a su familia, diciéndoles: «No estéis con cuidado, que todo esto me lo había profetizado Bernardina».

La mañana del día siguiente hizo el Confesor llamar al Sr. Vicario y le dijo: «He oído el arresto de Bernardina, mi Penitente, y entiendo muy bien el motivo de mi prisión. Ella misma me lo había predicho a lo menos tres veces. Dos de estas predicciones hallará Vuestra Señoría en los papeles sellados por vuestros Ministros, y que al momento haré que se os entreguen. La tercera predicción me la comunicó habrá diez días, contándome que había visto mi cuarto lleno de Alguaciles que nos ataban a los dos, a mí y a ella. Quiero, pues, poner en manos de Vuestra Señoría la arquita, en que están estos escritos y papeles, que tratan de esto, como también todas las cartas que he escrito sobre la dirección de Bernardina al P. Orazio Stefanuzzi, jesuita, a quien principalmente acudía por consejo; el cual puntualmente me las remitió pocos días antes de la extinción de su Compañía; y como jamás ha sido mala la correspondencia entre mí y el dicho Padre, ni con algún otro de los Jesuitas, tengo un gusto muy grande en que se vea todo, así lo que yo le escribía a él como lo que él me escribía a mí».

Al oír este discurso del Confesor, se mostró algo turbado el Vicario General, y estaba perplejo y dudoso. Le preguntó después al Confesor si en aquellos papeles se hablaba del Papa y del Rey de Francia. El Confesor le respondió que sí, pero le añadió que «no temiese mal alguno, porque, todo cuanto estaba escrito, era luz del Cielo, sin la más mínima ilusión o engaño».

Consintió, por tanto, el Provisor con la oferta y aceptó los papeles. Habiendo, pues, venido a buscarle el Sr. Francisco Bruni, que tenía en depósito la cajita, vio que eran 47 ó 48 cartas, en paquetes de seis hojas cada uno, y todo quedó en manos de Monseñor Vicario General de Montefiascon a 13 del mes de mayo de 1774, día inmediato a la dicha prisión.

Este mismo día fue llevado Azzaloni a la cárcel de Montefiascon, en donde fue por dos veces con mucho honor suyo visitado personalmente por aquel dignísimo Obispo, el Ilmo. Banditi, al presente Cardenal y Arzobispo de Benevento, y también tres veces por su Vicario General.

Después de algún tiempo fue finalmente llevado a Roma y encerrado en el Castillo de San Ángel, en donde estuvo hasta después de verificada la profecía de la muerte de Ganganelli, y después por el presente Pontífice Pío VI fue puesto en libertad, como todos los otros, y se volvió a Valentano, en donde fue recibido como en triunfo por aquel respetable Clero.

Es muy gracioso y muy notable un suceso, acaecido pocos días después que el Confesor Azzaloni entró en el Castillo de San Ángel, entre él mismo y un cierto Sr. Catrani. Éste era Arcipreste de la Iglesia de San Eustaquio de Roma, un sujeto dignísimo y de mucho mérito, y estaba en el Castillo por ciertos escritos que le fueron enviados por un amigo suyo de Venecia (los Suplementos de Faure a la causa de Palafox) e interceptados; y en aquellos infelicísimos tiempos fue arrestado y encerrado en el Castillo de San Ángel, como tantos otros, y entre ellos el ya nombrado Azzaloni. Pasados, pues, algunos días, halló Catrani modo de hablar con Azzaloni, y le dijo: «Y bien, Sr. Profeta, ¡también Vd. está en la jaula con todas las profecías de Vuestra Profetisa! Apuesto a que no os había profetizado esta cosa». «¿Qué es lo que dice, Sr. Arcipreste? -respondió Azzaloni-. Todo esto me lo había pronosticado aquella persona. Vuestra Merced no tenga miedo. Un poco de paciencia y saldremos fuera todos». «Pero ¿cuándo? -replicó el Arcipreste-, pues que mientras campa este Fraile (Ganganelli), no hay que pensar en nada». Díjole entonces el Confesor: «Esto que Vuestra Merced dice es cierto; pero el pobre Señor no verá el fin de setiembre». Replicó otra vez Catrani: «Todo va bien, mas...». «¿Qué más? -respondió el Confesor-. Jamás Bernardina me ha dicho cosa que no se haya verificado. ¿Y deberé, no obstante, temer engaño en una predicción hecha de la manera más afirmativa y más circunstanciada que todas las otras? ¡Oh, esto no puede ser! Vuestra Merced viva por tanto tranquilo y no dude de la verdad de la cosa, pues yo estoy más que seguro, segurísimo».

Protesta el Sr. Catrani que, después de ese abocamiento con Azzaloni, había quedado enteramente persuadido de la cosa y la tenía por infalible, y esperaba que llegase el momento del fin de setiembre para ver el efecto, así como también asegura que, llegado el día 22 de setiembre, fue tal y tan extraordinaria su sorpresa al oír la señal acostumbrada de la campana de la Sede Vacante por la muerte de Ganganelli que le excitó un tumulto de afectos y un concepto tal de la Labradorcita de Valentano, que desde aquel momento para en adelante quiso ser contado entre los más fanáticos veneradores de sus profecías y ser escrito en la lista de los Venizzas, de los Coltraros, de los Stefanuzzis, de los Azzalonis, Renzis y Peronchinis.

Volviendo ya a Bernardina para hablar de su prisión y de sus profecías, ella fue arrestada, como ya se ha dicho, en Valentano el 12 de mayo de 1774 por el Barrichelo con sus Ministros, al cual dijo con una absoluta franqueza al mismo tiempo que la estaban atando: «Ganganelli me hace aprisionar y Braschi me dará la libertad», las cuales palabras fueron declaradas jurídicamente ante el Gobernador de Roma y se supieron por todo el Estado Pontificio.

«También yo -dice el que escribe la carta-, también yo con otros muchos amigos las supimos desde el mes de julio del mismo año de 1774, y eran tan sabidas de toda Roma que el día antes de entrar en Cónclave se divirtió Braschi sobre este asunto con el famoso jesuita Zaccarias. Y éste, al despedirse del Cardenal, le besó la mano, diciéndole: "Por esta vez la mano; a la otra le besaré a Vuestra Eminencia el pie. Ya se sabe todo"».

El 13 de mayo, día siguiente al de su arresto, fue llevada dos horas antes de su Confesor Azzaloni, a la Ciudad de Montefiascon. En el viaje, que lo hizo a caballo, fue siempre tratada con respeto por el Barrichelo y por sus dependientes. Y muchas mujeres de Valentano, entre las cuales dos Maestras de las Escuelas Pías, la acompañaron más de media hora de camino.

Hacía Bernardina su viaje con intrepidez y franqueza, sin detenerse nada en respetos humanos. Antes bien, a varias mujeres que le suplicaron que se cubriese la cara para no ser vista de tantos, respondió con semblante alegre: «Dios quiere de mí esta humillación. Es necesario que beba toda su amargura, mucho más merecen mis pecados». Y no quiso cubrirse.

Otras mujeres le dijeron: «Y vuestro pobre Confesor, ¿cómo lo pasará por vuestra causa?». Y ella respondió (tan inocente era y tan animada de simplicidad evangélica): «¿Pues qué? ¿Por ventura debe de maravillarse? ¿No le he dicho yo muchas veces todo esto que nos había de suceder a mí y a él?». Tantas cosas decía por el camino, y tan frecuentes eran las profecías que hacía, que al Barrichelo y a los Alguaciles se les erizaron los cabellos de la cabeza, e inspiraba aprecio de su persona a todos los que la oían hablar.

Llegada a Montefiascon, fue encerrada en un malísimo calabozo. Pero después de pocos días, habiendo destinado aquel calabozo para el jesuita Coltraro, que ya se nombró antes, fue el Barrichelo adonde estaba Bernardina para decirla, con el pretexto de que era malo el calabozo, que quería ponerla en otro sitio mejor, esto es en un cuarto inmediato al de su propia mujer. «Vamos -respondió Bernardina-, pero me podíais añadir también que por estar destinado este calabozo para el Sr. Abate Coltraro».

No se acabó aquí la maravilla y asombro del Barrichelo por sus predicciones, porque, habiendo tenido orden de Roma de llevar allá a todos los presos, dijo a su mujer que les dispusiese la ropa blanca. «Sin prisa -dijo prontamente Bernardina-, porque todavía hay tiempo». Y efectivamente dos días después llegó contraorden, y por dos veces sucedió lo mismo. La tercera vez, que vino la orden, dijo Bernardina: «Esta vez sí que es cierta la partida; pero para mí no hay necesidad de cosa alguna». Y, no obstante, el Barrichelo tenía orden igualmente para todos. Por lo mismo quedó más asombrado, habiéndole llegado al día siguiente contraorden para la Bernardina sola, y se le ordenaba que fuese conducida a uno de los Monasterios de la misma Ciudad de Montefiascon, en donde vive todavía al presente, pero con toda libertad, como se verá después por la narración de los sucesos.

El día, pues, 23 de junio del año de 1774 fue encerrada en un cuarto de aquel Monasterio, y en él estuvo siempre sola y encerrada, con prohibición rigurosa de no parlar con persona alguna, sin salir jamás ni para oír Misa los días de fiesta, y ni aun pudo cumplir con el precepto de la Comunión de la Pascua. Allí estuvo hasta el día 25 de setiembre del año de 1775.

En el mes de agosto de 1774 se dio principio a su proceso por orden de la Congregación Extraordinaria. Pacifici y Cappelloni fueron los dos Ministros de la Inquisición enviados por la dicha Congregación contra ella. Éstos le ordenaron al instante, en virtud de santa obediencia, decir cuanto sabía con verdad y con claridad. Hecho después formalmente el Interrogatorio y oídas sus respuestas, escribieron a Roma a la Sagrada Congregación «que Bernardina no había respondido sino extravagancias. Esto es, que el Papa moriría en el próximo Equinoccio de setiembre; que no estaría expuesto en la Iglesia de San Pedro y que no se le besarían los pies, como se usaba después de muertos en la Iglesia de San Pedro con todos los otros Papas». Y como tales circunstancias parecían increíbles a aquellos Ministros, la tuvieron por loca. Y por lo mismo, no teniéndose por obligados al Secreto, las publicaron ellos mismos en el país como predicciones falsas de la Bernardina.

Fue tan pública esta voz que se divulgó al instante en los países vecinos y lejanos, y no se parlaba de otra cosa en Viterbo, en Città-Castellana, en Montefiascon, en Valentano, en Roma y en otras partes, que de las predicciones de Bernardina y de la muerte de Ganganelli al Equinoccio.

Diversas personas respetables, que el día 2 de setiembre del mismo año pasaron por aquel país, cuentan que el Mesonero del Mesón, en que pasaron la noche, les dijo: «Ustedes van a Roma a ver la Sede Vacante, pero no al Papa, ni aun después de muerto, porque, según la profecía de la Valentana, presto morirá y no será expuesto en la Iglesia de San Pedro, como se acostumbra».

Hasta en Imola, Bolonia y Castel San Pedro era pública la fama de esta predicción de Bernardina sobre la muerte del Papa el día del Equinoccio de setiembre, tanto que «estando yo mismo -dice el que escribe- en una Casa de Campo entre Imola y Castel S. Pedro el mismo 22 de setiembre, al sentarnos a la mesa para comer, oí a uno de los comensales que dijo públicamente: "Si la profecía de Bernardina es verdadera, hoy debe morir Ganganelli". Cuál sería, pues, nuestro asombro cuando dos días después vimos pasar por allí la posta con la nueva de la muerte del Papa sucedida puntualmente en tal día del Equinoccio. Lo que es tan cierto como que yo vivo ahora y escribo estos renglones».

Pero volviendo al proceso de los dos Ministros de la Inquisición Pacifici y el Notario Cappelloni, se iba continuando con mayor rigor que antes, porque importaba mucho a sus enemigos y a los de los Jesuitas, y especialmente a los cinco Cardenales, nombrados Jueces sobre los negocios de los mismos Jesuitas por el Papa Ganganelli, descubrir con toda diligencia lo que ellos hubieran querido que fuese cierto, conviene a saber: que Bernardina era mujer de mal vivir y era mal dirigida por su Confesor y por los Jesuitas. Y, además de esto, que hubiesen sido los Jesuitas los que, meditando el golpe terrible contra el Papa, le hubiesen hecho parlar de aquella manera sobre su muerte para cubrir el asesinato con el sagrado velo de las revelaciones de una mujer ilusa y loca.

Y naturalmente estos Señores, pareciéndoles cosas raras y extravagantes, y poco menos que imposibles, las que Bernardina decía a boca en el examen a los Ministros, y que puntualísimamente encontraban las mismas en las páginas entregadas por el Confesor, como antes se dijo, y acompañadas de tales hechos, y pronosticadas tantos años antes, por lo que verdaderamente parecían, a lo menos a ellos, increíbles, «porque pronunciaba la muerte de Clemente XIV en el Equinoccio de setiembre del año de 1774»; y tanto tiempo antes añadía «que moría en castigo del Breve abolitivo de la Compañía; que se desharía su cuerpo al instante después de la muerte y que por esta causa no sería expuesto en la Iglesia de San Pedro, ni se le besarían los pies; que Dios Nuestro Señor, para su mayor confusión, le había abandonado a su Consejo», con otras cosas aun de mayor humillación que éstas. Naturalmente, vuelvo a decir, estos Señores debían sospechar alguna trama urdida tanto tiempo antes contra la preciosa vida de Ganganelli.

Por tanto, como ya dije, los dos Ministros tuvieron un grande empeño en averiguar las dos cosas ya mencionadas: su vida y la trama de los Jesuitas contra Ganganelli. Y sobre ellas hicieron rigurosas pesquisas. En cuanto a la primera, no habló palabra alguna con Bernardina aquel indigno Sacerdotes Pacifici, pero preguntó sobre su vida a todas las mujeres y mozas de Valentano, haciéndoles preguntas tan provocativas y tan obscenas que las mujeres más ordinarias se escandalizaron grandemente. Y aunque les había intimado el Orden del Secreto, apenas había partido de allí, publicaron para confusión e ignominia suya todas las preguntas indecentísimas que les había hecho, infiriendo ellas mismas que sólo un hombre muy práctico en aquellas obscenidades podía hacer preguntas tan desvergonzadas. La resulta de las respuestas dadas por todas las mujeres de Valentano fue constante y universalmente de tanta loa de Bernardina que desconcertó enteramente a la Congregación de Cardenales.

En orden al otro punto de la trama contra Ganganelli, fue preguntada solamente la misma Bernardina, requiriéndole e importunándole sobre conspiraciones y sugestiones que le hubiesen hecho para que pronosticase tales cosas. Pero, en medio del riguroso interrogatorio, que se le hacía, ella no respondía otra cosa sino que «Jesucristo le había revelado lo que el Confesor había escrito, dictándole ella las palabras, y que los Jesuitas no habían tenido la más mínima parte». Pero, por cuanto veía que iba a la larga su proceso, les dijo un día francamente: «Señores, dense prisa en hacer el proceso, pues de otra suerte no lo acabarán. El Papa se irá con el Equinoccio».

Estaban siempre presentes al Interrogatorio dos Religiosas del mismo Monasterio, la Superiora y su Compañera, y ambas convienen (bien que no puedan hablar) en que las respuestas de Bernardina eran tan claras y tan ceñidas que difícilmente hubiera podido darlas un hábil Abogado después de haber examinado por mucho tiempo las preguntas, y así Pacifici, a cada respuesta de Bernardina, quedaba cortado.

Y ve aquí que entretanto llegó el profetizado día 22 de setiembre, estando todavía los Ministros en Montefiascon. En el mismo se esparce por todos los rincones de la Ciudad la voz de la muerte del Papa. Esta voz nació de la misma Bernardina, por haber dicho a la Superiora del Monasterio aquella mañana misma estas precisas palabras: «Rogad a Dios por el alma del Papa, que ya ha muerto». La Superiora se lo envió a decir al Obispo y al instante se esparció el rumor por toda la Ciudad y por los contornos. Sabida la cosa por los Jueces, envían una seria reprensión a Bernardina. Dentro de pocas horas llega la posta con la noticia cierta de la muerte de Ganganelli; y Pacifici y Capelloni, como un relámpago, desaparecen de Montefiascon.

Bernardina perseveró tranquila en el mismo lugar hasta setiembre del año de 1775, cuando, volviendo otra vez Pacifici, trató de nuevo proceso contra la misma por Orden de la Congregación de los Cinco Cardenales nombrados por Ganganelli. A su llegada, le dijo la Compañera de la Abadesa a Bernardina: «Ahora volveréis a ser mortificada como antes». Y ella respondió: «Antes, ahora todos finalmente seremos puestos en libertad». Profecía verificada puntualmente, por más que fuese contrastada por los extraordinarios esfuerzos que hacía la Congregación para que los fanáticos no salieran de las prisiones.

El asunto de este nuevo proceso era el pretendido veneno dado a Ganganelli y el restablecimiento de los Jesuitas, del cual se hacía mención en los escritos del Confesor, dictados por ella misma. A la pregunta del pretendido veneno respondió siempre con su ordinario estilo limpio, ceñido y franco, «que había sido la mano sola del Señor la que le había muerto, porque Dios Nuestro Señor no le quería más en este mundo».

Sobre el punto de los Jesuitas dijo todo aquello que creía haberle sido revelado. Yo no sé sus formales palabras, según y cómo están en el proceso. Pero sé muy bien por otro lado que ella ha dicho que la Compañía resucitará infaliblemente, y que será puntualmente entonces, cuando el negocio esté más desesperado. Éstas son poco más o menos las expresiones de esta Bernardina, que profetizó la muerte del Papa en castigo de la Extinción de la Compañía, así como también la muerte del Rey de Francia entre las dos Pascuas, como efectivamente sucedió; y la misma profetizó tanto tiempo antes la extinción casi total de la dicha Compañía.

No habiendo podido con estos procesos reiterados contra la Bernardina conseguir el intento deseado, los Señores Cardenales por lo mismo que sacaban lo contrario de sus respuestas, en la sentencia que le dieron, o por mejor decir en su juicio último, quisieron darle el título de Ilusa, para salvar su honor y el de la Congregación que componían.

Después de esta sentencia quedó en libertad, como todos los demás presos, ilusos y fanáticos como ella, según que ella había pronosticado a la Compañera de la Abadesa a la nueva llegada de Roma de Pacifici. Y solamente se le prohibió ir a Valentano, en donde está su parentela. Escogió, por tanto, quedarse por criada en el Convento, en el que antes era una prisionera encarcelada.

En nombre del Papa reinante Pío VI, Pacifici le hizo la oferta del Dote para hacerse Religiosa, si quería. Bernardina respondió: «Yo jamás he tenido vocación de Religiosa, ni creo que sea ésta la voluntad del Señor. No obstante, si Su Santidad lo quiere, estoy pronta a tomar al instante el hábito».

A vista de esto, dejándola en su vocación, le pasa Su Santidad, de la Cámara o de lo suyo propio, dos reales al día para sus alimentos; y esto de muchos años a esta parte. Ahora se asegura por persona digna de crédito que puede estar informada, que se le dan 30 liras o pesetas al mes, que es doble de lo que se le daba antes. Y está viviendo en paz, retirada con su Dios en aquel santo Monasterio de Montefiascon.

Su Confesor, el Sacerdote Azzaloni, libre de la prisión, como ya se dijo, tuvo una audiencia del Santo Padre, y con mucha consolación suya y con honor fue enviado a Valentano, como también todos los demás compañeros en esta causa fueron puestos en libertad, según Bernardina había profetizado, y se dijo antes.

A propósito de la muerte del Rey de Francia entre las dos Pascuas de Resurrección y del Espíritu Santo del mismo año de 1774, en que murió Ganganelli, profetizada por Bernardina, ve aquí un caso bien terrible para el pobre Clemente XIV. El hecho es certísimo y asegurado por persona de toda autoridad.

Ganganelli vivía muy inquieto por causa de las profecías de Bernardina y siempre iba creciendo su enfermedad de la cabeza. Buontempi procuraba de todos los modos posibles aliviarle de sus temores y así apartaba lejos de él toda sombra de cualquier cosa que pudiese turbarle. Y por esta razón no le había dicho la muerte del Rey de Francia, porque el Papa sabía también la profecía de Bernardina de la muerte del dicho Monarca.

Había ya pasado casi un mes desde que había empezado a reinar y a gobernar la Francia Luis XVI, y quiso Su Majestad conferir una Abadía que le había sido recomendada, y se encargó al Cardenal Negroni que hablase prontamente al Papa para el despacho del Breve. Entra, pues, Negroni al Papa y le dice: «Beatísimo Padre, el nuevo Rey de Francia me aprieta por el despacho......». «¿El nuevo Rey de Francia?», replica todo turbado Ganganelli. «Sí, Santísimo Padre -insiste Negroni-, Luis XVI». Estas palabras fueron un rayo terribilísimo, que aterraron al Papa, el cual no sabía la muerte del Rey de Francia, Luis XV, y antes suponía que había salido falsa la profecía de Bernardina sobre su muerte, y esperaba que lo mismo sucedería con la suya.

En esta sazón entra Buontempi y dice: «¿Qué ha hecho, Eminentísimo?». «He cumplido una obligación mía -respondió Negroni-. ¿Qué sé yo de cómo estaba este negocio entre Vos y el Papa?». Buontempi procuró buscar otros arbitrios y diversiones en Palacio para apartar la mente del Papa de las funestas representaciones que de continuo le aterraban. Pero todo fue en vano y su melancolía le llevó al sepulcro, según la profecía de Bernardina. Y fue una gran fortuna para la dicha Bernardina, porque si Ganganelli sobrevivía al mes de setiembre, la Profetisa de Valentano hubiera sido azotada por las calles públicas de Roma en los primeros días de octubre. El Decreto estaba ya formado y el teatro estaba dispuesto para cerca de otras 70 personas, en las que se debía recordar la memoria de castigos más horribles que los que se ejecutaron en Portugal. Pero Dios no permitió que los enemigos de Bernardina y de sus compañeros tuviesen un gusto y un gozo tan grande.


ArribaAbajoAdición de un suceso particular contra la dicha Bernardina y el Notario de la Congregación de los Cinco Cardenales como parte de proceso hecho a la misma en el mes de julio

En el mes de julio del año de 1774 fue enviado a Montefiascon el Notario o Auditor Andreetti, que entraba en las causas de los Jesuitas, para que de orden de la Congregación le hiciese a Bernardina las preguntas siguientes:

Pregunta.- «¿Cómo os habéis metido a hacer de Profetisa?». Respuesta.- «¡Ay, Señor mío! Yo no soy Profetisa. El señor me libre de tal cosa. Y, si yo tuviese el don de la profecía, sabiendo que este don se da a las veces también a los pecadores, tendría mucho mayor temor de mí misma, porque soy grande pecadora».

Pregunta.- «Pues ¿cómo os habéis puesto a profetizar sobre la muerte del Papa y sobre el restablecimiento de los Jesuitas?». Respuesta.- «Señor mío, yo no lo he dicho por profetizar, sino solamente por obedecer y manifestar todo mi interior a quien debía».

Pregunta.- «Pero ¿cómo habéis tenido ánimo para hablar de tal modo del Papa, de vuestro Soberano, de la Suprema Cabeza de la Iglesia, y del restablecimiento de un Instituto extinguido y abolido por quien podía hacerlo?». Respuesta.- «Señor, he dicho sólo, vuelvo a decir, a mi Confesor aquello que el Amor (Jesucristo) me mostraba. De otra suerte no lo hubiera dicho a persona alguna del mundo; así como me guardaré bien de decir a alguno lo que ahora me dice el Amor».

Pregunta.- «¿Qué cosa os dice ahora el Amor?». Respuesta.- «¡Oh, Señor mío! Vd. me perdone. Esto no lo diré a ninguno que no tenga autoridad sobre mí, como la tenía mi Confesor».

Examinador o Notario.- «Yo os mando que me lo digáis. ¿No sabéis que yo tengo sobre Vos la autoridad toda del Papa?». Respuesta.- «Pues si Vd. me lo manda, lo diré solamente por obedecerle. El Amor me dice que el Papa está ahora extendiendo un Breve sobre los presentes negocios, pero que no saldrá con ello».

Andreetti notó a la margen del proceso la hora en que le hablaba Bernardina. Vuelto después a Roma, se juntó la Congregación Anti-Jesuítica, a la que asistió el Papa Ganganelli en persona. En ella comenzó Andreetti a leer el proceso original de las preguntas y respuestas; y al oírlas reían mucho los Cardenales y aun el Papa. Pero, habiendo leído el último paso, en que Bernardina había dicho: «El Amor me dice que el Papa está ahora extendiendo un Breve sobre los presentes negocios, pero que no saldrá con ello», notaron que el Papa se había sorprendido y que empezó a mudar de color y a temblar, y se retiró al instante, y con esto acabó la Congregación.

En este dicho no podía aludir Bernardina al Breve de abolición, que ya se había puesto en ejecución desde el 16 de agosto del año antecedente de 1773. Es forzoso, pues, que hablase de otro Breve, que verdaderamente en aquel día y hora estuviese extendiendo el Papa y que después no ha tenido efecto. Qué Breve fuese éste, no se puede saber con seguridad. Se puede, no obstante, conjeturar que fuese un Breve dirigido a la Rusia para la abolición de aquel residuo de Jesuitas que quedaron allí, pues se sabe que lo pedían los Ministros de España y de Portugal, el que verdaderamente no tuvo efecto. Antes, haciendo lo contrario, envió un Breve Secreto para que estuviesen in statu quo, como todavía existen, y en fuerza también de otro Breve del presente Papa Pío VI. Por este motivo Ganganelli perdió la gracia de los enemigos de la Compañía. Esto se sabe con toda certeza.1




ArribaAbajoAlgunas otras profecías particulares sobre la Compañía de la dicha Bernardina y de otras personas

En una oración suya dice de esta manera Bernardina, y es del año de 1767: «Antes de conocer yo a los Jesuitas, contemplaba a esta Religión como una nave, ¡oh, y qué combatida por todas partes de tempestades horribles, que no la dejaban reposar! Fui traspasada de una gran pena, porque entendía que los Jesuitas estaban muy afligidos y melancólicos, y por lo mismo vacilantes. He entendido a esta Religión como en tres naves: una que corría con velas hinchadas; otra que caminaba lentamente; y la otra que estaba para sumergirse. Por la primera entendía aquéllos que con gusto hacían la voluntad del Señor; por la segunda los que la hacían de mala gana; y por la tercera los que estaban para abandonarla». Así a punto sucedió en el destierro de los Jesuitas de España y de Nápoles en aquel mismo años de 1767.

Otra predicción suya de setiembre de 1770 dice así: «Entendía con claridad que la persecución de la Compañía durará, y que Su Santidad (Ganganelli) se volverá contra ella».

Otra predicción sacada de dos cartas de los meses de noviembre y diciembre de 1770: «Todos los Jesuitas deben padecer. Su persecución continuará todavía a enfurecerse más por cuatro años2. Mas al fin Dios enviará tales truenos (en otra parte dice "cosas") y tan espantosos al mundo que las gentes, atónitas, se mirarán unas a otras, y preguntarán si se acerca el Juicio Universal. Que Su Majestad no quería que dijese los castigos que habrá en particular, porque tocarán a personas de muy alta esfera y los hombres no saben guardar secreto y tener veneración para con las cosas de Dios».




ArribaAbajoOtra predicción de la misma de diciembre de 1770

«En este silencio (de su oración) encomendaba al Señor la Iglesia y la Compañía, y mirando fijamente he experimentado excitarse dentro de mí esta luz. ¡Oh!, no ha pasado todavía el invierno. Pero el sol, aunque cubierto de nubes, causa su efecto. Con esto entendía muchas cosas: que la tribulación de la Compañía no se había acabado; que se debía experimentar fortísima; que la Asistencia Divina no falta, como si dijese: El Amor (Jesucristo) está escondido y obra a favor de la Compañía; que la Compañía ahora está anublada con los temores. Pero aparecerá como el sol sin nubes y sin torbellinos. Después de esto he entendido con una luz viva, y como un relámpago, como si hubiese visto destruir, arruinar y abatir allí mismo una casa. Pero ésta no perdía el ser suyo propio3 y se levantaba más bella y más perfecta. Entendí que ésta puntualmente era la Compañía y que, cuando sus cosas estén destruidas de tal manera que no se espere el acomodamiento de ellas, Dios la asistirá. Y entendía que el Amor, por caminos oblicuos y contrarios, disponía las cosas para hacer conocer su Omnipotencia y Sabiduría. Y entendía que en el ajustamiento y acomodamiento de esta cosa, se haya de seguir un no sé qué estrepitoso, estrepitoso que no lo sé. Bien que yo tema de mí, estas cosas las entendía con tal claridad que sobre las acostumbradas esperanzas, si quiero temer, no puedo».




ArribaAbajoOtra predicción de la misma de 14 de diciembre de 1774

«Mostrando yo en la oración de este día fiarme en Dios a favor de la Compañía, era tal la esperanza, confianza y fe que tenía en Su Majestad, que, aunque viese a la Compañía y a todos los Jesuitas ahogarse, diría que el Señor, de un momento a otro, lo vencería todo y los resucitaría aunque estuviesen muertos. Esto diría, si debiese decir lo que siento en mi interior. Pero, por razón de las cosas exteriores que veo y oigo, no lo digo. No obstante, no quisiera estar en los pies de tales y tales jesuitas, porque, si no tienen una virtud grande, no resistirán a golpes tan terribles. Mas, "Oh Amor -le dije- ¿por qué les queréis tan perseguidos y por tanto tiempo?". Con la luz acostumbrada me ha hecho oír: "Yo he sido perseguido y por siete años desterrado en el Egipto". Por eso he entendido que pasará algún tiempo todavía antes que cese la persecución. Muchas veces me dice el Amor que Dios ama mucho la Compañía; que la Compañía está en el Corazón del Amor (de Jesucristo), que la quiere humillada para exaltarla; que sus enemigos intentan destruirla, pero que será para dilatarla; que el oro se purifica en el fuego; que Dios la mortifica, pero que después de algún tiempo volverá a consolarla».




ArribaAbajoOración de la misma del día 18 de diciembre de 1770

«Encomendando al Señor la Compañía, sobre la acostumbrada esperanza estaba con grande ánimo y seguridad, como en expectación de ver nacer de repente una cosa grande, grande, y de ver un gran prodigio y un gran milagro. Pero no lo entendía en particular porque estaba con la vista en aquel silencio como una persona que por la noche está esperando de un momento a otro que nazca el día. Así estaba en un alto oscuro sobre el particular de lo que entendía; pero experimentaba un cierto ánimo de que presto se debía descubrir, como si hubiese de nacer el sol para aclarar todas estas cosas».




ArribaAbajoOtra predicción de la misma Bernardina del 30 de mayo del año de 1771

«Tengo temor de otro golpe más grande contra la Compañía. Lo concibo como una gran tempestad y como un gran torbellino, pero que se ha de disipar después. Estoy con buen ánimo y a la Compañía le ha de suceder como al sol que está bajo las nubes, el cual, cuando se descubre, aparece más bello y más resplandeciente. Tengo esta esperanza en Dios, y la tengo apoyada en Su Majestad, de que lo remediará todo, pero no sé cómo. Sé bien que de Él sólo lo espero y no fundo la esperanza en medios humanos, ni del Papa ni de alguna otra persona poderosa».




ArribaAbajoOtra predicción de la misma del mes de agosto de 1772

«Habrá todavía golpes mayores y palos, y todos por el Papa; y todos, todos, sin dejar uno (los Jesuitas) se hallarán en la tempestad que está próxima, y conviene estar preparados» (un año después fue la extinción de la Compañía).

Aquí hace Bernardina una pintura de la tempestad que padecieron los Apóstoles en la mar, cuando Jesucristo estaba durmiendo, y compara con ella la de la Compañía, pidiendo socorro con las mismas palabras de los Apóstoles: Domine, salva nos, perimus. Pero después dice que se alza el Señor et imperat ventis et mari, et facta est tranquillitas magna. Y después concluye «que tal tranquilidad se hace por medios tan ajenos de que en ellos se piense, que antes parecerán a todos contrarios. Por lo que, cuando esto suceda, los hombres se llenarán de asombro y admirarán la mano Omnipotente del Señor».




ArribaAbajoOtra predicción de la misma del 9 de mayo de 1773

«He experimentado una violencia en el Espíritu, que me arrebataba y me decía: "A la Acción de gracias". Me parecía ser arrebatada a dar gracias al Señor por un beneficio particular que no entendía. Me parecía que podría ser o el negocio del P. N. o de la Monja o de la Compañía. Pero entendía que mi vista se extendía muy lejos y que debía dar gracias al Amor por una cosa que venía de muy lejos y tenía correlación con Roma. He entendido en un momento como si fuese esta cosa una instantánea mutación... Una sumisión a la Iglesia, al Sumo Pontífice, una retractación y reintegración de todo el mal hecho contra los Jesuitas, reintegrándoles en su fama, en su honor y en sus bienes. Daba gracias al Amor y le pedía que hiciese presto tan gracia. Entiendo que está poco apartada, y la sumisión de los Reyes a la Iglesia, que presto se volverá a hacer aquella unión que había antes entre la Iglesia, los Reyes y los Jesuitas. Estoy segura de todo esto».




ArribaAbajoOtra predicción de la misma del 31 de mayo de 1773

«¡Oh, qué bellas esperanzas las que da Portugal! Y, no obstante, serán estos Jesuitas Portugueses los últimos en ir a sus Colegios. Esto lleva camino de verificarse. Y quién lo había de creer, habiendo sido tan favorables a los Jesuitas muchas veces aquella Corte y Gobierno».




ArribaAbajoOtra predicción de la misma del 1.º de julio de 1773

«El torrente de males se va siempre engrosando y parece imposible detenerlo. Pero Dios, que lo puede todo, a su tiempo lo hará retroceder por caminos indirectos y por vías oblicuas. Los Jesuitas tendrán finalmente su íntima consolación, pero de un modo admirable e incomprensible, que aturdirá a todo el mundo».

Todas las cartas, en que se hallan expuestas las oraciones y predicciones de Bernardina, se han habido por canales seguros y especialmente, y en la mayor parte de D. Gaspar Mirglia, del P. Antonio María Coltraro, del P. Stefanuzzi y del Confesor ordinario de la misma.




ArribaAbajoÚltima y moderna predicción de la Bernardina, dicha por ella el año pasado de 1792 al Jesuita canónigo de Bérgamo en estas mismas palabras

«La Resurrección de la Compañía es segura y sucederá cuanto antes, si bien antes oiremos cosas estrepitosas, y más grandes que jamás, las que han de suceder en el mundo».




ArribaAbajoAlguna otra predicción sobre el mismo asunto de otras personas

Predicción misteriosa sabida en Italia, a lo que asegura el que escribió la copia por la que hago este traslado, antes de que empezase la persecución de la Compañía. Ininteligible en aquel tiempo para todos, y ahora verificada en dos partes de tres que contiene, y con principios de verificación la tercera. No se dice de quién es y sus palabras son las siguientes:

«Yo he visto la Compañía de Jesús esparcida por todo el mundo bajo el símbolo de un gran templo con muchas lámparas que resplandecían al redor. Pero, levantándose un gran torbellino, las lámparas quedaron apagadas a excepción de una sola, que quedó encendida de pequeña luz y en mucha distancia.4 Después de algún tiempo se comunicó por aquella lámpara otra vez la luz a todas las otras lámparas del templo, y todas volvieron a lucir mejor que antes. Y me fue mostrado ser ésta la Compañía de Jesús, por algún tiempo casi del todo extinguida y después restablecida en su primer vigor».






ArribaCarta del P. Onofre Paradisi, célebre Misionero de la Provincia de Nápoles, y muerto en la misma con fama de santidad, al P. General Lorenzo Ricci. Escrita de propio puño el año de 1760

Muy Reverendo Padre: En la oración de esta mañana se ha dignado el Señor hacerme ver muchas cosas, las que con gusto guardaría dentro de mí solo, si Su Divina Majestad no quisiese también que se las comunicase a mi Padre Superior. Queriendo, pues, Dios Nuestro Señor renovar el Espíritu en la Compañía, y la fe y la piedad en toda su Iglesia, ha dado libertad y poder al Demonio para mover contra nosotros los Jesuitas la más horrible y más fiera persecución, cual jamás se ha sufrido en tanto grado. Conviene, por tanto, adorar los Decretos Divino y prepararse una gran paciencia y resignación. Vuestra Paternidad ha de ver la espantosa tragedia de estos males y deberá beber todo el gran cáliz de dolores. Las calumnias, el despojo, el destierro serán la menor parte de nuestros trabajos. La Compañía no se puede acabar, y antes el Señor pondrá fin a nuestros males con mucha gloria de los Jesuitas. Vuestra Paternidad me perdone si debo anunciarle que, cuando se habrán de restablecer las cosas, ya habrá pasado a la eternidad. Entre tanto pido al Señor le conceda a Vuestra Paternidad paciencia y una santa resignación. Y encomendándome en sus santas oraciones, me protesto...







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