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Bilis

Luis Bonafoux




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Amigo Bonafoux:

Acabo de leer, con el placer con que leo siempre los escritos de usted, las pruebas de su libro BILIS y mi impresión es ésta: que si usted no es anarquista, merece serlo; lo cual, a mi juicio, constituye el mayor elogio.

Sí, lo merece usted por el odio vivificado que siente por las infamias, las ruindades, las hipocresías que deshonran, ¡ay! no sólo a España, sino a todas las naciones contemporáneas. Lo merece, además, por el amor que profesa usted a los desheredados, a los perseguidos, a las victimas todas. Lo merece, en fin, por el deseo que siente usted de que a las quejas y a las críticas con que sacude a la sociedad siga pronto la acción demoledora llamada más tarde a reedificar sobre las ruinas de lo que ya se tambalea.

Usted invoca, simbólicamente, el cólera y la peste bubónica para que barran esta sociedad, que le da asco. Pero más vale que no hayamos de contar con ellos, pues sólo vendrían a matar a los pobres y a enriquecer a los pillos. Vale más que cuente usted con nosotros, los anarquistas, que seguimos luchando, y acabaremos por triunfar.

Usted, que está con nosotros cuando somos los vencidos y cuando se trata de defendernos, estará también a nuestro lado el día de la gran batalla, que será el día de la victoria.

Entonces, como ahora, podrá usted contar con los sentimientos fraternales de su amigo

Enrique Malatesta.

Londres, 2 de julio de 1907.




ArribaAbajoComentarios

Por ser quien es, este libro no necesita presentación. No huelgan, sin embargo, las precedentes líneas que le ha dedicado Malatesta, porque un libro lleno de bombas de tinta debe ser llevado de la mano, al salir a la calle, por el hombre que, según ha dicho Daily Express, es el más grande y porfiado agitador de Europa.

Es este el primer tomo, o el primer vómito, de Bilis.

Queda otro.

Aunque Avicenne dijo: -Desconfiad de la bilis, origen de no pocos crímenes, no desconfiad de este libro, porque su bilis no es mal sana. No salió ella de mí mismo, sino de los acontecimientos, como sale el pus de un tumor que se revienta por sí solo...

Algunos de estos artículos tuvieron el honor de ser denunciados. Por otros tuve el honor de ser procesado. Por otros, en fin, padecieron persecuciones de la llamada Justicia, y estuvieron en la cárcel, directores de periódicos, como los de La Correspondencia de Puerto-Rico y El Heraldo Español de Santo Domingo, que los publicaron o reprodujeron.

El vario curso de los sucesos humanos se encargó de rectificar la injusticia de los Tribunales. Así, el fallo absolutorio de Ferrer ha hecho bueno y justo el artículo que publiqué contra el infame y estúpido informe del Fiscal Becerra del Toro y que fue denunciado al publicarlo El Radical de Rodrigo Soriano. El triunfo final pertenece siempre a la Verdad.

Este libro no está solo. Le acompañan los revolucionarios de todas partes. Es más: le aplaudieron, al aplaudir mi labor de La Campaña y El Heraldo de París, compatriotas nuestros que no son revolucionarios, pero sí españoles de vergüenza. Porque llenaría un tomo, no debo reproducir aquí los comentarios que mereció La Campaña y El Heraldo de París a periódicos extranjeros, como L'Intransigeant, de Rochefort, y La Gazette des Étrangers, de Ginebra; a la Prensa de provincias, y a no pocos periódicos de Madrid, aunque Madrid es el foco de la putrefacción política de España. Con registrar las colecciones de La Campaña y El Heraldo de París basta para convencerse de que ningún periódico español ha recabado tantos encomios, expresados con tanta espontaneidad.

Debo, no obstante, reproducir algo esencial al propósito que persigo.

La Razón, de Cartagena, llamaba a La Campaña: «el más independiente de los periódicos escritos en español»; La Federación, de Alicante, dijo de él que era «un periódico independiente, no a la usanza española, sino independiente de verdad»; y haciendo psicología del periódico, añadía:

«Luis Bonafoux, con ese estilo juguetón, alegre y espontáneo, y esa frase ligera y brillante que caracterizan sus trabajos, es todo un pensador profundo que se ríe de las creencias de su siglo y de las rutinas, prevenciones y convencionalismos de una sociedad falsa, hipócrita, miserable...

«Sobre el dolor que las tristezas humanas producen, lanza él sus carcajadas...

«Burla burlando exhibe en sus crónicas los hechos, al parecer triviales, pero que revelan males hondos, cánceres profundos, que él presenta al descubierto sin temor a las protestas de los místicos del día.

«Como escritor independiente que es, ha tenido sus luchas... pero ha vencido.

«Bonafoux ha conseguido sobreponerse a sus feroces enemigos, sin usar ni valerse para ello de zalemas ni de hipocresías.

«Combatido sin tregua, zaherido sin descanso, denigrado por los del «oficio» y maldecido por la canalla de la reacción, Bonafoux ha estado siempre en su puesto, no mendigando huecos en ninguna redacción y si imponiéndose en todas por su ática sal, su humorismo incomparable y su talento nada vulgar a la turba de despechados o ignorantes que pretendían cerrarle el paso. Y su victoria debe envanecerle...

«Hoy publica La Campaña de París, y al sólo anuncio de que la dirige Bonafoux se han agotado inmediatamente los millares de ejemplares a España enviados.»

La Ilustración Castellana, de Valladolid, decía de La Campaña: «es el único manantial de sincera imparcialidad donde bebe y debe beber todo buen español»; Hojas Sueltas, de Sevilla escribió: «hacen falta muchas Campaña. Lo malo es que no existen muchos Bonafoux. No hay más que uno, y gracias.» La Libertad, de Huelva, dijo:

«En La Campaña, Bonafoux dispara, desde el temible baluarte de su ingenio, andanadas de cargos y verdades, tan bien dirigidas que destrozan obras, hombres y personas. La pluma, valiente sin igual, del rey de los cronistas, saca a luz harapos sucios y denigrantes. Todo esto se ha comentado, se ha llevado al Congreso en demanda de castigo; pero, que nosotros sepamos, no se ha desmentido por nadie. Por amor a la verdad, por higiene literaria y por bien de todos, en cada capital de España hace falta un Bonafoux.» El exministro del gobierno autónomo antillano, Fernández Juncos, en La Correspondencia de Puerto Rico, analizando la labor de La Campaña, escribió:

«No era bastante para la fecundidad asombrosa de Bonafoux el llenar de crónicas diarias y semanales a una docena de periódicos de Europa y América. Quedaba aún sin aplicar un exceso de inspiración y de fuerza, y las empleó en fundar un periódico español en la capital francesa, que es obra quizá de mayor atrevimiento que la de poner una pica en Flandes.

«Llegó ya el primer número de La Campaña, publicación de combate duro y resuelto; pero sin ensañamientos vulgares ni venenos de reptil. Con la misma franqueza con que hiere al adversario, lo ensalza en lo que es justo o en lo que cree él que lo es.

«Es a la vez un impresionista delicioso y un fustigador formidable.

«No es La Campaña un periódico apropiado para la lectura doméstica. Como escrito con sinceridad y crudeza, exige un público predominantemente masculino y fuerte. En La Campaña se puede leer a Bonafoux completo, de cuerpo entero, sin las restricciones y reservas a que le obligan las conveniencias sociales y periodísticas de las demás publicaciones en donde escribe.

«Hecha la advertencia anterior para que nadie pueda llamarse a engaño, recomendamos La Campaña, en la que siempre se hallarán verdades útiles, análisis atrevidos y deliciosos rasgos de ingenio.

«La Campaña es un periódico temible no tanto por lo que flagela y lo que dice, como por los deseos de imitación que va a despertar seguramente entre los chicos de la sátira, que logran sólo imitar de Bonafoux su desenfado, sin aquel ingenio fulminante y donoso que le distingue.»

Y el obrero Bo y Singla, desde la cárcel y la tortura de Barcelona, tuvo alientos para decir: «En esta degeneración de caracteres que corrompe la política, el arte, las letras y las costumbres, La Campaña lleva la afirmación de un espíritu de lucha, una racha de sentido moral que aquí falta, una constancia y un civismo que no sabemos encontrar fuera de Pi y Margall en ningún escritor nacional, sea del partido que fuera.»

Se le persiguió en España y América; tanto que Alejandro Lerroux pudo escribir en El Progreso:

«Es escandaloso lo que ocurre con el periódico de nuestro querido compañero Luis Bonafoux, La Campaña. Nosotros llamamos la atención de quien corresponda, que debe ser el señor ministro de la Gobernación.

«Muchos atropellos se han cometido en lo que va de siglo contra la Prensa, pero ninguno recordamos tan irritante como éste, si se tiene en cuenta el nombre político que lleva el partido que gobierna hoy a España.»

El Ensayo Obrero de Puerto-Rico, denunciando lo mismo que El Progreso, dijo:

«La Campaña, de Luis Bonafoux, no llega.

«No hemos tenido el placer de leer más que el primer número.

«¿No podría el señor Bonafoux enviar los periódicos por medio de certificados a una delegación extranjera?

«Porque, sin y con autonomía, es el caso que La Campaña no llega.»

A las persecuciones gubernamentales se unió pronto el abandono de republicanetes que me ofrecieron antes cooperar a la realización de mi obra y que todo lo que hicieron fue asustarse de ella, comentándola, en privado, con frases como ésta: -¿A dónde va Bonafoux con semejantes atrocidades?... Y a las persecuciones del gobierno y a las defecciones de compañeros se agregó la falta de pago, porque correligionarios y amigos se guardaban íntegro el importe de la venta del periódico en España.

Y La Campaña, con dos heridas mortales de necesidad -en el corazón y en el vientre- murió. Su muerte no me causó tristeza, sino cólera. Para vengarla fundé poco después El Heraldo de París, y entonces escribió Nakens, en El Motín:

«Hace unos meses escribía Bonafoux:

«Ya hace tiempo que me gana la pluma un desencanto irresistible cada vez que quiero protestar contra el actual orden de cosas, y en verdad, o sin ficción retórica, os digo que tengo vivos deseos de mandar noramala este perro oficio de convertir moros y rescatar cristianos.

«El papel de Quijote que hacemos unos cuantos en una sociedad cuya mayoría se compone de Sanchos que viven de y por la panza, me va pareciendo risible, entre otros motivos -y fuera parte de los achares que origina- porque nuestros alegatos son tiempo perdido y sermón en desierto.

«Estoy ya harto de hacer el coco, que es oficio poco socorrido. Casi estoy decidido a hacer un poco el sinvergüenza para ganar fama, honores, amistades y dinero. La vida se me va pasando entre abominaciones, calumnias y escaseces de todo género, ultramarino inclusive; ya es hora de que piense en dejar un buen nombre a la familia.»

«Y después de decir esto, ahora, el 20 del actual, ha comenzado a publicar un nuevo periódico semanal, titulado Heraldo de París, donde aprieta de firme, como siempre.

«¡Ay, querido Bonafoux! No sirve hacer propósitos de enmienda. Cuando se ha nacido con la vocación de reventarse, económicamente hablando, jamás se falta a ella.

«Muchas veces, como tú, he pensado yo en romper la pluma, e irme por otro camino. ¡Imposible! De tal modo estoy ya cogido, que ni la perspectiva de un bienestar tranquilo me impulsaría a desasirme.

«Recuerdo a veces el cuento de la montaña imantada. Los barcos que se acercaban demasiado a ella, perdían en un minuto todo su herraje, los clavos se iban volando hacía la montaña, y los infelices marineros quedaban sumergidos entre las tablas que se derrumbaban unas sobre otras.

«Y, no obstante, los que por casualidad se salvaban, fletaban a poco otro buque, y a la montaña de imán.

«Que es lo que a ti te ha pasado. Deshecha La Campaña, te embarcas en Heraldo de París.

«Que la montaña de la ignorancia o del convencionalismo no destroce tu nuevo buque, he aquí lo que para ti deseo.»

Pero contra el nuevo buque desencadenáronse mucho más que contra La Campaña, los elementos de la reacción gubernamental, de la cobardía de los seudorrevolucionarios residentes en España, del nirvana del pueblo, atrofiado, y de la granjería de los pillastres que robaban el dinero del Heraldo de París, como robaron antes el dinero de La Campaña. En vano El Rebelde, de Madrid, gritaba al pueblo que el Heraldo de París era «un periódico de una ironía corrosiva y de un empuje todopoderoso», y los proletarios de provincias enviábanle felicitaciones, y Tarrida del Mármol, en la Asamblea revolucionaria de Londres, para tratar de las víctimas de Alcalá de Valle, dijo:

«Debemos confiar en Bonafoux, quien con su pluma, que es una espada vengadora, y con su corazón, que es de oro, sabrá arrancar de manos de los tiranos a las víctimas inocentes de la Libertad y la Justicia enmascaradas. Para ello le será indispensable nuestro concurso, que estamos dispuestos a darle, llegando hasta responder con la fuerza a las groseras amenazas y a los incalificables actos de los reaccionarios españoles.»

Todo fue inútil. Arreciaron las persecuciones contra el periódico. Llegóse hasta a violar la correspondencia con los originales para la imprenta, como lo prueba esta carta:

«Londres, 5 de Marzo.

Querido Bonafoux:

Veo en el Heraldo que mi artículo no llegó a su destinación.

Lo envié al domicilio particular de usted.

Envíeme usted una dirección segura, pues parece que la policía viola su correspondencia.

Su amigo

E. MALATESTA.»

¡Y, sobre todo esto, el abandono, el cobarde y cochino abandono de los republicanos españoles! Un día de humor triste, yo mismo maté el periódico...

Y, sin embargo, no estaba solo, como no está solo este libro, compuesto, principalmente, de artículos del periódico. Pero aunque el libro no tuviese compañía, estaría conmigo, y eso bastaríale.

No faltará quien califique de sacrílega la reproducción de artículos contra gentes que ya no existen, por fortuna...

En política y literatura, en política singularmente, no hay muertos. Todo político muerto tiene el deber de salir del cementerio, cuando lo llaman, a rendir estrecha cuenta de su obra, y aunque no sea así quiero yo exhumar aquellos de quienes se debe repetir:

Il est des morts qu'il faut qu'on tue...



Entre estos muertos están los que acabaron con España en Ultramar. Pero... ¿quién se acuerda ya de eso?... preguntarán, desahogadamente, en la villa y corte de España. Yo, yo me acuerdo, aunque sólo sea por lo mucho que me hicieron sufrir cuando trabajé por evitarle a España tanto sonrojo, tantísima humillación...

Obra de un solitario, este libro de combate, que ha tenido en la batalla social todo el altanero desdén que merécenme las gentes y las cosas del mundo, no está ligado a ninguna escuela. Pero tiene la voluntad de vivir, y vivirá fuera del servilismo rutinario.

No le importa la execración. No le importa tampoco el aplauso. Porque como Robesbierre,


Je vois l'épine avec la rose
Dans les bouquets que vous m'offrez...

Luis Bonafoux.

Paris, Noviembre 1907.






ArribaAbajoMi Credo

...Sí, llevan razón, soy un D. Quijote, o Quijote sin don, que en las luchas humanas tengo la manía de ponerme al lado del débil contra el fuerte, del oprimido contra el opresor, de los Jesucristos contra los Fariseos, de los vencidos por la arbitrariedad, de todos cuantos van cayendo para no volver a levantarse, con lo que no he ganado y no ganaré honra ni provecho; y si tuviesen que echarme a puntapiés los periódicos donde escribo, por haber sabido que como tantos otros había intentado yo timar, por el procedimiento del chantage, mil pesetas a un señor ministro, no habría lugar donde yo pudiera poner cátedra de persona decente, ni periódico que quisiera recibirme, recordando el «dime con quién andas y te diré quién eres»; y cuando mi padre murió en Puerto Rico, en cuyo presidio no estuvo nunca por ladrón, habiéndolo sido de él los más de sus amigos, ningún periódico le puso por modelo de honradez intachable...

Lejos, muy lejos de recabar bombos, vienen cayendo sobre mí toda suerte de difamaciones; tantas y tan grandes que, aunque joven aún, puedo decir, como Thiers, que soy un paraguas muy viejo sobre el que ha llovido mucho tiempo...

Pero cada cual viene al mundo a cumplir su destino: quién a timar pesetas a los señores ministros; quién a escribir artículos diciendo la verdad, y la verdad es que la Prensa convertida en Celestina vergonzante, no ciñe el lauro de la fama a los Blanqui, sino a los Artón, como no corona de rosas a las matronas, sino a las prostitutas. Puede, en buen hora, repetir el poeta hipocondriaco que sabemos por las selectas sagradas de la más pura latinidad que solamente los pillos y los necios son queridos de los dioses...

«Hay dos clases de artistas -dijo, muchos años hace, el exministro de la República don Eduardo Benot. -El éxito a toda costa, el lucro y el aplauso de un día, hacen doblar la rodilla al que estima como oficio lo que debió mirar cual sacerdocio. Adula y canta férvidos ditirambos en honor del siglo que se muere, y de las preocupaciones adoradas por la multitud. Y el favor de las masas condecora sus trabajos.

«Al contrario, hay quien se atreve a mirar al rostro a los fantasmas de las supersticiones y de las costumbres, y arremete contra las rutinas que deben morir; pero que, mientras más viejas, más fuerzas tienen y con más vigor resisten. Y las nubes de incienso no envuelven al rebelde. Su aureola es el escándalo, y su recompensa la persecución. Entre estos disidentes milita Luis Bonafoux.»

Sí, milito -y no tengo más remedio que militar entre esos disidentes...

¡Dichoso aquel que tiene su casa flote, y que, por tenerla, puede hurtar los ojos a la perspectiva del fango de la calle, viviendo dentro de su piel, en la soledad, nunca bien ponderada, del propio pensamiento!... Pero el que tiene una pluma en las manos, y sobre la mesa unas cuartillas que deben transformarse en pan cuotidiano, como la blanca oblea se transforma en pan eucarístico, y, a mayor rigor de calamidades, tiene cerebro, según dicen, enfermo -que acaso lo está de tanto pensar en la humana miseria y villanía- y corazón para sentir, y nervios que se engarabitan, y no ha podido ni querido prostituirse en el bajo oficio de periodista ¡ah! ese tal no tendrá más remedio que escribir lo que piensa y lo que siente, y, al hacerlo así, veráse fustigado por el ladronzuelo, por el polizonte, por el imbécil, por el canalluca, por el sinvergüenza, por una partida de malhechores y mentecatos refugiados en el periodismo, ancho campo de Castilla, en donde el ser periodista suele significarlo todo menos persona decente y entendido en letras, y equivale a arrastrar la cadena de la esclavitud que imponen las preocupaciones y los convencionalismos de una sociedad retrógada y podrida, mientras llega el día de que el periodista arrastre la merecida cadena del presidio...

¡Pan amargo y escaso!... ¡Pan cruel!... ¡Pan con vilipendio!... ¡Pan que no invita a comerlo, sino a envidiar el honrado y abundante que gana el limpiabotas francés sin abdicar lo que debe ser sagrado para el hombre, sus creencias, sin prostituir su voluntad, a la intemperie de la calle, donde las mangas de riego arrastran las inmundicias y el aire libre barre los miasmas!...

Y, sin embargo, hay que seguir... Y como hay que seguir quiero yo ponerme bien con los amos del país para que no sigan trabajando en la caritativa empresa de cerrarme las puertas de los periódicos donde escribo. Y allá va la confesión general de mis culpas, la retractación de mis abominables errores; allá va mi Credo...

***

Creo que hicimos perfectamente en no cumplir lo convenido en el Zanjón, negando reformas a Cuba, y engrosando las ya innumerables partidas de autoridades despóticas y de empleados venales, cuyas malas artes no excitaron la insurrección, la cual respondió exclusivamente a concupiscencias de un centenar de negros y mulatos chancleteros:;

Creo que la insurrección de Filipinas no respondió al despotismo de la frailocracia en aquel país, sino al libro Noli me tangere, de Rizal, y al cuadro Spoliarium, de Luna Novicio;

Creo que Castelar es un redomado filibustero por haber encomiado el militarismo de Maceo, elevándole a la categoría de héroe épico, cuando en realidad era un mamarracho que nos dio guerra una porción de años; y que a Pi y Margall hay que darle cuatro tiros por haber condenado las manifestaciones que ocasionó la muerte del cabecilla mulato, todas dignas, patrióticas, nobilísimas e hidalgas, como aquella de simular el entierro de un pelele negro, en pos del cual iban prorrumpiendo en Improperios unos vecinos del Congo;

Creo que a Rizal -cuyo origen etimológico es Ager hordeo satus pascendis pecoribus- debieron obligarle a dar la vuelta al mundo, agonizando de clima en clima y de mar en mar, antes de echarle fuera las tripas y aventar sus cenizas;

Creo que Cánovas es el primer estadista del mundo; que los Estados Unidos nos tienen un miedo atroz; que siempre somos vencedores, y que si por casualidad tenemos que retirarnos alguna vez, lo hacemos gradualmente y conservando el aire marcial; que nuestras bajas son siempre insignificantes, aunque peleamos uno contra diez, y que las bajas del enemigo son como las arenas del mar, que ni contarse pueden;

Creo que lo injusto es lo justo, derecho lo torcido, libre lo esclavo, blanco lo negro, y que los presos de Montjuich no fueron torturados -aunque lo vocea la prensa europea- sino que los tales presos se dedicaron a arrancar las uñas de los pies a sus jueces, obligando a uno de ellos a darse un tiro en la cabeza;

Creo que en Europa somos los más honrados, dignos, francos, valientes, ilustres, insignes, eminentes, egregios, bizarros, hidalgos, virtuosos, gallardos, compasivos, ilustrados, pudorosos, bellos, altivos, talentudos, heroicos y heroicos (bis);

Creo en Dios... ¡No! Lo que es en ese Dios que permite tan sangrientas burlas contra un pueblo en desgracia, en ese Dios no creo yo, así me aspen los modernos inquisidores de Madrid.

1897.




ArribaAbajo¡Que venga el Cólera!...

Asombroso. El ministro de la Gobernación, que estuvo en carácter defendiendo en el Congreso que don Segismundo Moret tiene méritos bastantes para entrar en la Academia, donde entró el músico Barbieri en clase de amansador de los académicos, no podía eximirse de tomar medidas sanitarias de precaución, estableciendo estaciones en Badajoz, Valencia de Alcántara, Salamanca y Túy; porque de un examen micrográfico hecho en deyecciones de enfermos coleriformes, resulta la presencia del bacillus virgula en Portugal.

Ha hecho más el señor Ministro: ha declarado sucias las personas que proceden de Lisboa; declaración que, hecha por nosotros, es un verdadero colmo, e indica un tupé incomparable...

El señor ministro de la Gobernación de las Españas e islas adyacentes responde, al tomar tamaños acuerdos, a la rutina de los centros oficiales, siendo así que si el señor ministro lo mira bien, tendrá que convenir en que lo que aquí nos hace falta es precisamente un cólera morbo asiático; no como el de marras, que fue inofensivo, aunque puso en precipitada fuga a otro ministro de la Gobernación, sino como el que asoló, hace dos años, a la ciudad de Hamburgo; un colerazo, en fin, que permita decir a Becerra, recordando una de sus frases:

-Si no me escapo me diezma el cólera.

Las epidemias son necesarias, singularmente, en los pueblos pobres y famélicos.

El cólera sería extemporáneo en París, pletórico de oro, donde ocho mil personas han pernoctado en las calles para suscribirse al empréstito del Municipio, aunque el interés ofrecido es de dos por ciento. Pero en España, donde andaluces y no andaluces estamos pereciendo literalmente de hambre, el cólera sería una adquisición.

Un morbo asiático, que deseo de todo corazón, daría empleo a multitud de médicos y practicantes, que están actualmente sin ocupación, y a miles de obreros, cuyos oficios se relacionan con las epidemias y con la muerte misma.

La conveniencia del cólera tiene, además, otro aspecto. En casi toda España, y particularmente en Madrid, no hay más que un grito -exceptuando, por supuesto, el del hambre atrasada y el de ¡viva el Papa Rey!- el grito de «¡estamos perdidos!», que se exhala con las variantes de «esto está muy malo», «esto es el acabóse», «esto es ya cagarse...» y se habla de anemia, de reblandecimiento cerebral, etc, y hay quien pone la esperanza en que nos conquiste el extranjero...

¿Son frases de la charlatanería tradicional lo que oigo en todas partes, o son verdades sinceramente sentidas? Por tales las tengo. Y como la causa primordial de esta agonía política y social está en el hecho de que de cada uno de esos mundos, lo mismo del político que del administrativo, así del literario como del social, se ha apoderado, por tradición, un enjambre de hombres ineptos y venales, hay que pedir que venga el cólera con urgencia, porque acaso nos libre de una peste peor, para concluir con la cual haría falta establecer un a modo de Terror rojo, y, con el Terror rojo, el triángulo de la guillotina en la Puerta del Sol.

¿Quién puede, dentro del régimen vigente, y, lo que es más grave, dentro de la anemia nacional, quién puede acabar con políticos decrépitos que siguen en el poder aunque se caen por sus propios pies cuando salen de paseo?... ¿Quién se atreve con esos administradores prevaricadores que se amparan los unos a los otros, y se juntan, como criminales perseguidos por la Guardia civil, cuando alguien los amenaza con tirar de la manta que los cobija?... ¿De qué modo se ha de librar el país de los que predican el indiferentismo y el convencionalismo social, y, encogiéndose de hombros, contestan a todo: «a mí, ¿qué?» «¿qué más le da a usted?» y hacen vida lacústica entre las iglesias y las plazas de toros?...

¿Cómo, en fin, se ha de dar la puntilla de la crítica a literatos aguanosos y plagiarios que viven encaramados, como el padre Font, en la silla gestatoria del Olimpo, y a periodistas imbéciles, ignorantes y serviles que reinan en las redacciones?...

¡Ah, sí! ¡Venga el cólera!

Yo me permito aconsejar al señor ministro de la Gobernación que rectifique las disposiciones emanadas de su limpia pluma, dejando abiertas todas las fronteras a la epidemia salvadora, y enviando comisiones de médicos a recoger en frascos el bacillus virgula para repartirlo a domicilio, o para darlo a los encargados del riego de las calles, con orden de que lo introduzcan en las mangas y abonen la villa con caldo de microbios.

Aunque el cólera, si viene, no ha de necesitar que lo estimulen.

¡Porque hay en Madrid tanto congrio putrefacto!




ArribaAbajo¡Que venga la Peste Bubónica!...

Querido Dicenta:

Con sincero asombro acabo de leer estas líneas tuyas, de una protesta contra un Alcalde, y además Barón, enemigo de Juan José:

«Nunca, hasta ahora, se me ha ocurrido protestar de lo hecho en contra de mi Juan José. Por alto, y sin quejas de ninguna especie, pasé las prohibiciones eclesiásticas que han llovido sobre aquel drama como pan bendito (digo pan bendito, porque en beneficio de la venta de ejemplares redundaron las tales prohibiciones); nunca me quejé de los Obispos; pero la prohibición mahonesa es de tal índole, tiene tal significación, atenta de tal modo a mi propiedad y a mis derechos de ciudadano, que sería falta grave no contenerla, y debilidad rayana con la cobardía dejarla pasar en silencio.

«Bueno que algunos Obispos aconsejen a los fieles que no asistan a las representaciones de mis dramas; derecho suyo es, si creen que mis dramas son contrarios al dogma y al espíritu cristiano, aunque yo no haya visto en qué pueda faltar a la moral cristiana una obra que, como Juan José, se inspira en sentimientos de profunda piedad hacia los pobres, hacia los desvalidos, hacia los desheredados, hacia los faltos de pan, de instrucción y de morales enseñanzas, hacia los predilectos del Redentor del mundo; bueno es eso; allá los Obispos con sus prohibiciones, y yo con mi conciencia.»

¿Es posible? Tú, Joaquín Dicenta, ¿has podido escribir y -lo que sería más grave- pensar y sentir eso? ¿Crees tú que los Obispos tienen derecho a aconsejar a los fieles que no asistan a las representaciones de los dramas de un Bjoernstjerne-Bjoernson, y no digo a las representaciones de los dramas tuyos, que nada tienen de socialistas ni de anarquistas -puesto que no lo eres tú, ni lo has sido, ni lo serás en tu vida?

Pero ¿no estás viendo que esa es la teoría de los Retanas que pedían la cabeza de Rizal, no por enemigo de España, que no lo era, sino por haber publicado el Noli me tangere contra los frailes de Filipinas? Ya que no por ideas, hazlo por instinto de conservación: los Obispos, a quienes concedes el derecho de aconsejar a los fieles que no representen tus dramas, acabarán por aconsejarles, máxime si queda impune el consejo, que te lleven al garrote.

Lo importante en este asunto no es la alcaldada, sino la obispada, siendo aquélla consecuencia de ésta; y tú, que invitas a tus compañeros a protestar contra el Alcalde de Mahón, no te asociaste a Pepe Estrañi para protestar contra el Alcalde de Santander cuando esta especie de Barón de las Arenas «secuestró de las librerías y se llevó en el carro de la basura los libros de Zóla, Daudet, Galdós, Nakens, Estrañi y Bonafoux». ¿No te acuerdas de eso? Pues yo sí me acuerdo de ello, y de otras cosas, además...

Yo profeticé todo eso y algo más cuando ustedes, los revolucionarios... del teatro, me dejaron solo, en mi diaria protesta contra las peregrinaciones y demás preludios de la reacción sacristanesca, frente a los fieles de teja y sotana que en El Movimiento Católico y en otros periódicos me llamaron «boca de monstruo que vomitaba sapos y culebras», «escritor sarcástico y satánico», «escritor farisaico e irrisorio que mezcla el néctar con el veneno», etc, etc.; y que luego me denunciaron y procesaron, con buenas ganas de echarme plomo derretido en los ojos y sacarme tiras de pellejo.

Ese pasar por alto, y sin quejas de ninguna especie, las abominaciones de los frailes, tiene la culpa de todo lo que está pasando en España, no sólo contra Juan José, sino también contra los escritores independientes, contra los patriotas de veras, contra los hombres honrados, y tiene asimismo la culpa de los atropellos cometidos con los presos de Montjuich, con los vencidos de la guerra de Cuba, con ese pobre Rizal que fue de Manila a Barcelona y de Barcelona a Manila, recorriendo todos los mares y todos los países, pidiendo piedad en odas partes, para ir a la postre, en cumplimiento de la más horrible y fría de las venganzas, a dejar las tripas en el Circo de la Inquisición resucitada, frente al altar en que recomendaron su alma los mismos que fusilaron su cuerpo... ¡Y tú no has protestado; tú, Joaquín Dicenta, no has recordado las morales enseñanzas del Redentor del mundo!...

Porque hubiera podido ocurrirte lo que al protagonista del Vientre de Paris, novela que parece calcada en nuestra raza inferior e envilecida. El émulo de Lombroso, que no pudo encontrar cien hombres honrados para cotejarlos con cien criminales, tendría que salir por las calles de Madrid como Diógenes con la linterna.

Las campañas sinceras se estrellan ahí en la muralla china del indiferentismo crónico, que en los pueblos es síntoma de muerte, o son arrolladas por la execrecación del mayor número, o aprovechan a los que no pensaron en ellas, o caen bajo las achuladas cuchufletas de esos idiots savants clasificados por Frederick Petersen, quienes se figuran que imitan el esprit del honrado pueblo parisién, siendo el esprit otra cosa y ejerciéndose sobre temas que no entrañan vergüenzas para la patria.

¡Ay del que se nombra!... decía Robespierre; y en Madrid son pocos los que están en condiciones de nombrarse y nombrar. Se vive al día, por el cielo azul, y la patria, el ideal de la patria, es el día... en que se logra vivir, sea como fuere. ¡Así va la patria dentro y fuera de las fronteras!... No haya miedo de que los Panamás tengan ahí correctivo, ni los que negocian en la Bolsa de París con combinaciones antipatrióticas de la prensa de Madrid; no haya miedo de que se respete la ley escrita, ni de que se ampare el derecho del pobre contra la injusticia del poderoso. ¡Bah! ¡Antiguallas! ¡Cursilerías! ¡Sinceridades tontas! ¡Honradez negativa! Ahí se tiene mundo, muchísimo mundo, y la patria es Celestina de inmunda simonía.

Y ¿te quejas, Joaquín, de que se atropelle a Juan José, cuando tú, que eres de los que han podido protestar, pasas por alto, y sin quejas de ninguna especie, tantos atropellos ajenos? Y ¿al protestar a favor de Juan José, no protestas en nombre de las ideas, ni de los sentimientos, sino en nombre de la propiedad? ¿Estás rico, por ventura? ¡Más te valiera estar pobre!...

Porque cuando eras pobre e ibas a buscarme a mi laboratorio de la travesía del General Pardiñas, y recorríamos vertiginosamente los campos vecinos, ¿te acuerdas? pensabas tú conmigo que había que dar la batalla al clericalismo; que había que darla, como se da en Francia, en la prensa, en la tribuna, en el hogar, en la calle, con palabras, con artículos, a tiros y a silletazos como los que se dan por Semana Santa en las iglesias de París... Yo sigo pobre. Por eso estoy fuerte. Por eso puedo repetir hoy, en Madrid, lo que dije ayer, al despedirme la primera vez que vine a París.

«... ¡Primavera triste! Más de un mes hace que la vegetación se desborda y se enmaraña en Roten Ron y en la Allée des Acacias. Más de un mes hace que París y Londres se despojaron de sus vestidos de invierno, y que hay arrullos de pájaros en las ramas y ritmos de amor en las alamedas. Y Madrid parece un sepulcro blanqueado. Lluvia incesante y fría hiela en el árbol la hoja apenas retoñada; viento huracanado azota las paredes, se introduce en las casas, hace tiritar los cuerpos y entumece las almas; sombra de muerte flota sobre Madrid, como si Madrid hubiese reemplazado su cielo azul por un toldo negro, hecho con jirones de sotanas; y el vecindario anda a duras penas envuelto en capas, en mantones, en pañuelos, en bufandas; tapado todo el mundo, como si todo el mundo tuviera que tapar una vergüenza... ¡Diríase que ha pasado por Madrid, aleteando tristemente, un gigantesco cuervo a horcajadas en el trabuco del cura de Santa Cruz!... ¿Cuándo será la caza? ¿Cuándo me despertará, con la luz de un nuevo día, la voz de Fuego?...»

Desesperado de la realidad volví a vivir sin nombre -aquí donde los más grandes son tan desconocidos como los más humildes- la vida de obrero independiente que piensa lo que quiere y dice lo que siente, teniendo por toda pompa el legítimo orgullo de no sufrir ancas de una sociedad idiota, por todo compañerismo el mío, por todo regalo el pan diario y por todo placer un sitio al sol en el buen tiempo. Soy fuerte, muy fuerte, y desde la cumbre de mi pobreza me río del panorama de la verdadera miseria humana.

Me encanta, Dicenta amigo, me encanta la peste bubónica; porque creo de la peste bubónica, como antes lo creí del cólera morbo, que puede ser la solución; y me sublevo contra la idea de que acierte el doctor Roux en su augurio de que no nos visitará aquel salvador azote.

¡Ah, sí, que nos visite; que venga a pasar entre nosotros una larga temporada! No siendo posible realizar el sueño de los que han calculado que es necesario degollar en España dos millones de personas, debemos pedir la peste bubónica para que nos vaya ayudando...

¡Que venga una peste que convierta las ciudades en hospitales y los barrios en cementerios!

Y en una sociedad tan podrida la peste irá como una seda. Aunque quizá nos respete, como respetan los cuervos a los cadáveres de la Torre del Silencio... ¡por demasiado putrefactos!




ArribaAbajoActividad patibularia

Con el título de ¡No corre prisa! publiqué hace años un artículo crítico de nuestra atonía física y moral, de ese modo de ser nuestro que consiste en dejarlo todo para mañana.

En aquel artículo, justo, como mío, hay, no obstante, algo que merece ser rectificado. Nuestra tradicional indolencia abarca toda clase de cosas; con una sola excepción: el patíbulo. Seremos todo lo holgazanes que se quiera; pero en tratándose de dar garrote vil, tenemos el record de la actividad.

Recuérdese, si no, lo ocurrido con Sempau. Este pobre muchacho, acosado en su patria, vino a París en busca de trabajo y pan. Fue presentándose a los españoles y gustó a todos por la circunspección de su carácter. A nadie ocultaba que era socialista, porque el serlo en París es la cosa más natural del mundo; pero no alardeaba de innovador, ni de redentor, ni de ninguna de esas cualidades que tienen constantemente en la boca los saltimbaquis de la política y de la literatura.

Era un socialista a la moda de ahora, de los socialistas que predican con el ejemplo, y que por eso son oídos; porque a los otros, a los que juerguean con el socialismo, a los que tienen el socialismo de pantalla de timbas de empresarios y de reclamos de necios, nadie, como no sea la guardia civil, les hace caso.

Sempau gustó, trabajó y comió. Su conducta -a juicio de periódicos tan serios como Le Temps y L'Eclair- fue «ejemplar en todas partes». Su puritanismo era tan intenso que le obligaba a cometer verdaderas nimiedades, y así fue, como consignó L'Eclair, que desairó los favores de una porción de mujeres que se habían enamoriscado de su fisonomía apacible y dulce.

-« No tengo dinero para pagarlas -decía, y no quiero deber favores a nadie.»

¡Y el patrón del hotel reía de esta honradez paradisiaca!

Vuelto a ser hostilizado por la policía, y con la obsesión de que un hombre solo era el culpable de todas las persecuciones que sufría y de todas las penas que pasaba, arrastrado, en fin, por los fatalismos de su suerte, cometió un acto de violencia... En vano la prensa parisiense protestó de que Sempau no era anarquista. En vano quisimos protestar algunos españoles. Las protestas fueron al cesto de los papeles inútiles. Se voceaba y escribía:

ES ANARQUISTA.

Es anarquista, es decir: ¡al patíbulo con él!

Y si la justicia se hubiera dejado guiar por la impresión del general Azcárraga, quien daba prisa a los sentenciadores, el socialista Sempau estaría fusilado por anarquista, después de haber sufrido que le arrancasen las uñas y le estrangulasen los testículos.

La prensa francesa ha lanzado un grito de horror al enterarse de que el ministro Groizard mandó por telégrafo que se cumpliese sin dilaciones la sentencia que condenó a muerte al reo de Cáceres. Aunque el reo no fuese imbécil ni loco, la actividad del señor Groizard seria inexplicable en una nación como Francia, en donde todos los Poderes públicos se han esforzado en conseguir que Vacher, culpable de veintitantos asesinatos y violaciones, sea sometido a un largo y profundo estudio de médicos alienistas que analicen la monomanía sanguinaria del delincuente.

Un ministro que da prisa a la manivela del garrote vil es un verdadero caso (digno de ser estudiado por antropólogos y psiquiatras), que acusa netamente la mentalidad de nuestros gobernantes, de esos gobernantes tan morosos en dar a Cuba una autonomía que hubiese salvado la vida a cien mil españoles... Y si el señor Sagasta tuviera el valor de sus convicciones, liaría que el señor Groizard fuese a Cáceres y que el verdugo de Cáceres se trasladase al ministerio de Gracia y Justicia, para que no se pueda decir que siendo España un pueblo de adanes y perezosos, tenemos una actividad inusitada en Europa para dar garrote.




ArribaAbajo¡Si yo fuera Cánovas!...

En el flujo y reflujo de la marea frailuna, la ensangrentada ola del Archipiélago echó a España la espada del general Blanco, y el cenagoso oleaje de la política madrileña echó al Archipiélago el fusil del general Polavieja, quien, después de adquirir el sagrado compromiso de ponerse al servicio de la conjura frailuna, matando indígenas como quien mata moscas, obtuvo el visto bueno de Su Majestad el fraile, verdadero rey, señor amo de aquella colonia perteneciente al pueblo español, a ese pacientísimo pueblo calificado de bragazas por el señor Silvela y de imbécil por el señor Salmerón.

Con el visto bueno de la corte eclesiástica, el general Polavieja puede ejercer de archipámpano, rematar la suerte, que nunca le fue esquiva, dormir gubernamentales siestas, bien custodiado por indios carabaos, en fresca hamaca suspendida de bambúes, a la benéfica sombra de pomposas mangas, y refocilarse con esculturales indias en el callado santuario de los conventos, que son para las autoridades de España en Filipinas algo así como casas de tapadillo, con licencia del ordinario y bula ad fornicationem...

Muerto el perro se acabó la rabia. Muerto Maceo se acabó la insurrección de Cuba. Muerto Rizal se acabó la insurrección de Filipinas. Cien veces lo leí en otros tantos artículos y sueltos patibularios, donde se pedía cabezas, en nombre de Dios, como se piden caballos en nombre de la sed de sangre que seca las fauces del caldeado circo. Y Rizal expió el crimen de haber publicado un libro contra los frailes del Archipiélago; y desde que llegó a Manila el general Polavieja llega diariamente el mismo telegrama oficial:

«Manila... Madrid...

Capitán general a ministro guerra:

Sentenciados por consejos de guerra 10 reos de alta traición y rebeldía.

Falleció uno en la capilla de enfermedad; y nueve fueron fusilados a las siete de la mañana.

POLAVIEJA.»



¡Fusilar no es vencer! Napoleón fue un gran general, no por los fusilamientos, algunos alevosos, que perpetró, sino por las batallas que ganó y las conquistas que hizo. Cualquiera mata. Si el matar fuese mérito de guerra, Rosas y Francia serían dos genios, y Deibler un guerrero más grande que César, y Abdul-Hamid, con sus trescientos mil armenios degollados, sería el primer general de Europa.

¡Fusilar no es vencer! A Filipinas no se la fusila; se la reforma; y loco sería quien pretendiese reformarla con fusilar ilotas y confesarse en seguida, como se confiesa Polavieja, para ponerse bien con Dios, como si Dios fuese el emético de los romanos repletos. Macbeth se lavaba las manos; pero sin disipar la sombra de Banquo. La meretriz se lava con agua de Lubin el sexo con cuyos placeres traficó; pero sin limpiar el coágulo del amor vendido. En las relaciones del pecador con Dios, la confesión es como la funda del purulento en su cópula con la mujer sana. Podrá Dios salir inmune del contacto; pero el pecador, después de desahogarse, sigue tan podrido como antes, y el confesor queda en el mismo estado de la funda que absorbió el virus del amor enfermo...

¡Si yo fuera Cánovas!... ¡Si yo tuviera la autoridad que tiene el señor Cánovas para hablar a España!...

Yo diría al pueblo español, yo le diría francamente:

-El imperio de Turquía perdió Moldavia, Valaquia, Kars, Batun, Bulgaria, Tesalia, Bosnia, Herzegovina, Chipre, Rumelia Oriental, y ahora está en peligro de seguir desmembrándose. El imperio de España perdió Méjico, Venezuela, Nueva Granada, Perú, Chile, Centro América, Santo Domingo, Gibraltar... Y ahora está en peligro de perder Cuba y Filipinas. Cuba debe ser autónoma si queremos conservarla. Filipinas debe tener reformas si no queremos perderla.

Con sinceridad rara, un corresponsal del Heraldo, nos ha narrado cosas terribles, inauditas, que erizan de espanto el cabello y llenan de vergüenza el corazón... Por ese corresponsal sabemos que en aquel archipiélago se trata a bofetadas a los pobres indios; que no hay allí dinero, exceptuando los millones de las órdenes religiosas, las rentas de la mitra y alguna que otra fundación; que Rizal era un infeliz, indigno de sacramentos, es decir, de los tiros que le dieron muerte; que por temblarle el pulso a nuestros soldados, sobrecogidos por un sentimiento de piedad, hacemos que los indios fusilen a sus semejantes, sirviéndonos de ellos como de instrumentos de las sentencias de muerte que dictamos contra sus coterráneos, contra miembros de su misma raza, quizá contra individuos de su propia familia; que el indio, en su horrible inconsciencia, considera tan triste misión como un honor supremo, y se da importancia, y crece ante la mirada del castila, porque llena al fin una misión en la vida, la misión de matar, de matar a otro de su raza, de su religión, de su familia, el cual muere con indiferencia y serenidad asombrosas, recibiendo en pie la muerte; que los indios que antaño no asistían a los espectáculos de los fusilamientos, acuden hoy en número considerable; y que así se entiende allí el ser tutores de los indios por ley de la civilización.

¡Si yo fuera Cánovas!... ¡Si yo tuviera la autoridad que tiene el señor Cánovas para hablar a España!... Yo diría al pueblo español, yo le diría francamente:

-Todo eso es un horror sin ejemplo... un horror como no lo encontraremos en la misma Turquía. Dejemos a los sacerdotes del Islamismo cumplir el versículo del libro VIII del Corán: Combatir a los infieles hasta que no quede uno solo. Dejemos a los sacerdotes del Islamismo predicar el asesinato, el robo y el incendio como actos de fe. Dejemos al sultán Abdul-Hamid con las siniestras visiones que le persiguen a través de las bellas umbrías de su fortaleza de Ildis... ¡Dejemos la Inquisición, el fusilamiento, la tortura traidora y a mansalva!... No renovemos las alevosas matanzas de que fueron víctimas los indios de Lirey y Jaragua; no renovemos la esclavitud, esa esclavitud tan intolerable -como recordó en el Ateneo el señor Ruiz Martínez- que los hombres buscaban en la muerte el alivio de sus cadenas, y las madres sacrificaban sus hijos para no aumentar el número de esclavos. No seamos tercos. No seamos malvados, ¡No seamos brutos!

Sí, yo diría eso... y algo más. Yo impediría que el despertar del indio en el campo de Bamgunayán sea cuatro tiros por la espalda; y yo le mandaría reformas, todas las que necesita, todas las que pide con derecho y en justicia. Y al tomar este acuerdo lo realizaría hoy mejor que mañana, porque el desagravio no debe emplazarse, y para que no vuelva a suceder que al mandar reformas después de los Weyler y Polavieja, me contestasen airadamente: -«¡Ahora se las mete usted por donde le cojan!...»




ArribaAbajoEsperando el Protectorado

Con motivo de un escandaloso incidente surgido entre los periódicos de Madrid, incidente que en otro país hubiese dado margen a una enquête periodística, Nakens ha podido escribir:

«Si El Motín había de alcanzar gran tirada callando ante la injusticia, ocultando la verdad, recibiendo sumiso admoniciones de la gentuza nea, ¡bien haya este mi orgulloso acomodamiento con el modesto pasar, que me da la independencia tan necesaria al escritor para cumplir su misión honrada! ¡Bien venidas sean las contrariedades, benditos los apuros que me permiten exclamar!

Yo soy yo. No lo que otros quieren que sea.»

Sin llegar, por imposible, al puritanismo de un Louis Blanc, quien no publicaba anuncios en la cuarta plana de su periódico sin enterarse de si los anunciantes eran fidedignos y de si las cosas anunciadas eran realmente lo que rezaban los reclamos, creo que todo periodista tiene el deber de poder decir lo mismo que ha dicho Nakens. Pero... ¡cuán contados son los que pueden decir otro tanto en toda España! ¡Cuán raros los periodistas independientes, dignos, honrados! Periodista español, no sólo es sinónimo de criado, sino que generalmente es sinónimo de canalla; de alma baja, rastrera e ingrata. Con raras excepciones, el periodista español es una rodea que sirve para sacudir el polvo de la mesa de la redacción, lo mismo que para limpiar la tapadera del retrete de donde el director de la publicación informa al público.

Nakens no nació para esos oficios. Con mucho talento, con pluma tan vibrante como enérgica y con conciencia cerrada a toda suerte de acomodamientos con el adversario, Nakens no podía «hacer carrera» en la capital de las componendas, de las combinas, de las farsas, de los distingos, de todas las escorias que forman la entraña social de Madrid; y abandonado de los suyos, de los mismos que tenían el deber de alentarle y sostenerle en la brega, Nakens, a la edad en que el hombre busca descanso, a la edad en que todavía no se es viejo, sin ser ya joven, tiene que pensar diariamente en el día de mañana y trabajar rudamente para vivirlo... Escaso consuelo es para la mayoría de los periodistas; pero acoja Nakens el respeto que le tributan amigos y enemigos. Más de una vez he pensado, en medio de la pobreza y soledad de mi vida, que Nakens ha llamado a la puerta de casa, que he visto su fisonomía de rudo combatiente a través de la verja que me separa del mundo, y que yo, en quien es casi morboso el deseo de apartamiento, he salido de prisa a recibirle en mis brazos; que le he dado sitio en mi pobre casa y en mi escasa mesa, y mi pluma para escribir, honrándola, todo cuanto piensa y siente; que le he cuidado como se cuida un herido en el combate de la existencia, y que he ido en busca de las mismas gentes de quienes sistemáticamente me aparto para decirles alborozado y orgulloso:

-Tengo en casa Nakens.

***

«La prensa -ha dicho Cornely- es una de las ocupaciones más desgraciadas e innobles de nuestra actividad nacional.»

Si eso es, a juicio de aquel meritísimo periodista, la prensa francesa, ¡imaginen ustedes el concepto que le merecería, si la conociese, la prensa española!

Por fortuna nuestra, no se sabe de nosotros en Europa. Refiriéndose a los caricaturistas madrileños que asedian, por espíritu de imitación parisiense, a Inglaterra, un periódico de Madrid ha dicho:

«Pero todavía no conseguimos que los ingleses se indignen.»

No, no es fácil, porque ni siquiera se enteran de esos esperpentos caricaturescos, casi todos tomados de la prensa de París. Hace pocos días, en Londres, teniendo que buscar unos informes, me presentaron, como periodista español, a la redacción del Daily Mail; y el redactor de la sección extranjera en dicho periódico dijo asombrándose: «¿Conque hay periodistas españoles?... ¿Conque hay prensa en la pobre España?...»

-Sí, señor, sí, hay prensa; hay unos periodistas de alquiler que van de Herodes a Pilatos bailando por comer el pucherete nacional al son que les tocan; hay unos periodistas para todo, que enjaretan un artículo lo mismo que van al estanco en busca de pitos para el director; hay unos periodistas mariconcillos que se diputan genios y se alivian el hambre canina atizándose bombitos en familia; hay unos periodistas sui generis, con las patas sucias, la tripa vacía y la chola repleta de vanidades; y cuando sale por casualidad un periodista de fuste como Nakens se lo lleva el demonio, lo apedrea el clero, o lo apalean las autoridades como han apaleado al director de La Mosca.

-Es interesante -dijo el Daily Mail.- Todo eso variará con el protectorado de Inglaterra.

***

... Y ahora permítame la gentil Valencia que me presente. Pero no creo que hace falta. Soy

Luis Bonafoux.




ArribaAbajoPijoanada

Una de las reformas de Puerto Rico es que los canónigos magistrales, como el Sr. Pijoano, pueden escribir comunicados no tan magistrales.

Sí; el Sr. Pijoano -que etimológicamente es homónino de monseñor Rampolla- escribió un comunicadito para desmentir noticias mías, dice él, remitidas a La Correspondencia de Puerto Rico.

Una vez que fui presentado a una princesa no pude menos de decirle, después de ensayar mi más graciosa sonrisa, como dicen los personajes de novelas cursis:

«No creía yo, Señora, que el destino teníame reservado el honor de rozarme con una princesa.»

Y al contestar -volviendo por la buena memoria de un muerto- al comunicado del Canónigo, no puedo menos de decirle después de ensayar mi más graciosa sonrisa:

«No creía yo que el destino me tenía reservado el honor de discutir con todo un Canónigo.»

Ni podía esperarlo. En todas partes los señores Canónigos se dedican a sus canongías, que no es poca ganga, sin meterse en honduras de prensa.

En fin, al Sr. Pijoano (¡para ti, lord Douglas!) no le parecen exactas mis noticias, respecto a las postrimerías del infelizote Rizal, por lo cual me permito recordar al señor Canónigo magistral, que aquellas noticias, según consta en la misma crónica, no son mías, sino del Times de Londres; y no le parecen exactas al señor... (¿cómo lo diré yo?) Pijoano (¡Dios nos libre!), porque no se avienen con las que dio «el Eco Nacional, importante publicación que ve la luz en la capital de nuestra monarquía, bajo la competente dirección de los señores Diputados a Cortes D. Enrique González y D. Vicente Balbás.»

No sabía yo que los señores González y Balbás hubiesen fundado un periódico que ve la luz pública en la capital de la monarquía del señor Anopijo, quien será carlista vergonzante. Pero tengo por averiguado que ni al Sr. Balbás, ni al Sr. González, ni al que asó la manteca, podrá ocurrirles la peregrina idea de comparar la información del Eco Nacional con la del Times, que es el primer periódico, no de Europa, del mundo.

Si el Sr. Rizal volvió o no

«a la casa del Padre celestial»,

como dice pintorescamente el señor Canónigo, de cuyo nombre no quiero acordarme, y si escribió o no escribió retractaciones (por el estilo de algunas que firmaron los torturados de Montjuich), crea su reverencia que me tiene sin cuidado. ¿Que estuvo bien fusilado? Pues allá ustedes. Si no hubiera frailes en Filipinas no habría mestizos. ¿Que optan ustedes por fusilarlos? Lo creo, porque son ustedes uranianos.

Lo que no me parece tan bien es que me diga el Magistral que

«hay mucho que aprender en los últimos actos del autor de. Noli me tangere.»

El último acto de Rizal fue... dejar la piel en Filipinas, y lo que es yo no pienso ir a Filipinas para que me empijoanen los frailes.

Como tampoco pienso ir a Puerto-Rico, en cuya Gaceta un señor Curet.

«cita, llama y emplaza por la presente requisitoria a D. Luis Bonafoux y Quintero, cuyo paradero y generales se ignoran, a fin de que se presente en el término de seis días en esta Cárcel.»

¡Digo! Se necesita ser Curet de capirote para decir a un señor que está en París:

«Llamo a usted, cítole y emplázole para que salga de esos boulevards, y venga a meterse en una cárcel plagada de mosquitos y alacranes, en la que lo menos que puede sucederle es que le alimenten con sus propios ojos revueltos con tomate, si no lo empijoanan diariamente.»

Si el Sr. Curet, que es hijo de un señor que se fue al otro mundo debiéndole a mi padre diez mil y pico de pesos, que yo no me he ocupado en cobrar, me cita, llama y emplaza para pagarme la cuentecita, allá iré, aunque no en diez días porque no soy palomo mensajero sino en los quince días que tarda un carro de vapor del marqués de Comillas. Pero si el Sr. Curet, me cita, llama y emplaza para meterme en la cárcel, única y exclusivamente para eso, no cuente conmigo. Porque meterme en la cárcel, después de no pagarme, sería un colmo.

¡Que el Sr. Curet no conoce mis generales! Pues no es extraño que no los conozca él, porque tampoco yo os conozco. ¿Qué generales son esos?

En fin, todo puede pasar, menos que se encargue a los agentes de policía que me busquen y capturen en la isla. Porque van a tomar una insolación, o a reventar en alguna de las marchas o contramarchas, mientras estoy tranquilamente en París bebiendo sherry-brandy por la desaparición de los Pijoanos de Puerto Rico.

¡Los cuales harán allí Rizales!...




ArribaAbajoCampo de soledad...

Empezamos el 97... acabamos el 97... Y hemos empezado el 98 del modo más indecente posible: con Weyler.

La musa guajira le cantaba allá esta copla:


Mi querido Valeriano,
cuando te vayas do aquí
te llamarás Valerí
porque habrás perdido el ano.

Pero no sólo no lo había perdido, quizá por tenerlo de bronce, sino que se ha propuesto llamar Valerí a toda España.

Este bizarro Baratieri español, como le llama el Corriere della sera, que ni siquiera ha podido llegar a catalán, habiendo tenido que quedarse en mallorquín, después de servir de ludibrio a Quintín Banderas en la Trocha cubana, se apresta a la reconquista de Portugal y Gibraltar, según ha anunciado el señor Nocedal en bufo discurso que le hace merecedor de ingresar en la academia de Montjuich para que lo limpien de uñas, lo fijen a una argolla y le den el esplendor que merece como cabeza visible del carlismo.

¿Qué ha hecho Weyler para atreverse con el gobierno, con la Reina y hasta con Mac-Kinley? Va a decirlo por mí un bizarro militar español con el siguiente paralelo:

WEYLER MANUEL GARCÍA

Se batió algunas veces con los carlistas y siempre lo derrotaron. En San Quintín de Mediona se dejó quitar la artillería. Fue a Filipinas a negociar para él. Hizo la estúpida guerra de Mindanao para negociar mucho. De su contubernio con los frailes ha salido la insurrección de Filipinas. Se ofreció a pacificar la isla de Cuba, consiguió ir y no logró más que la mitad de lo que se proponía: él quería gloria y dinero.

Se batió muchas veces con la guardia civil y nunca lo derrotaron. Supo esquivar la persecución de las columnas. Robó mucho, secuestró bastante y nunca para él: todo para el fondo de la Revolución. Por su causa dejó la tranquilidad y la familia, expuso la vida, sacrificó la honra... y sucumbió por fin en un campo de batalla, lo que al otro no puede sucederle. Y si no puede sucederle que lo mate una bala, aún es más imposible que sacrifique la honra.



Tal es el hombre; ¡ecce homo! que sueña con proclamarse dictador de España, cuando su verdadero título, como músico y danzante de la más infecta de las políticas, es el de soplagaitas de la milicia.

La ejecución de la sentencia que condenó a muerte al señor Cánovas, como responsable de las inquisitoriales monstruosidades que se cometieron en Montjuich, fue la señal del derrumbamiento de aquel Vacher elevado a la categoría de capitán general de la isla de Cuba, en donde se redujo su misión a acaparar riquezas para sí propio, vejar mujeres, matar indígenas, asolar el país y tender entre Cuba y España un mar de sangre más inmenso y colérico que el mismo Atlántico. Pero así como Cánovas es calificado de gran estadista, aunque se equivocó completamente en cuanto al resultado de la guerra de Cuba, guerra que cuesta a España lo más florido de su juventud, Weyler es calificado de caudillo victorioso de una insurrección que está por vencer, aunque mal pudo ganar combates que no dio, y aunque no tuvo la gloria de morir en el campo de batalla, en donde para alcanzarlo Máximo Gómez hubiera necesitado un machete de veinte y cinco kilómetros de largo. La calificación de gran estadista, propinada a Cánovas, cuyo mejor talento consistió en morir en Santa Águeda, y la calificación de caudillo victorioso propinada a Weyler, cuya única ciencia consistió en multiplicar los dineros con que arrambló en Filipinas, son tan extraordinarias como la calificación de gran estadista a Emilio Ollivier y la de caudillo victorioso al mariscal Le Boeuf...

***

Cuando el general Polavieja cometió el horrendo crimen de fusilar al doctor Rizal, yo protesté en El País.

Periódicos canovistas me contestaron con insultos y persecuciones. El señor Cánovas desde su Olimpo de estadistas no me hizo el menor caso. Él y los suyos creían que todo se arreglaba a tiros. Meses después lo arregló a él con cuatro balazos la sombra de Rizal: ¡Anguílula!...

Enterrado Cánovas, cesante de Filipinas y medio ciego o medio tuerto Polavieja, pacificada o cosa así la insurrección del Archipiélago, importa a España que el señor Sagasta, que ha llevado reformas a Cuba y Puerto-Rico, las lleve igualmente a Filipinas. Pero ¿a que no?

De modo que papa reformar a Filipinas lo primero que tiene que hacer el gobierno del señor Sagasta, es reformar el fraile; y eso no lo hará el señor Sagasta ni ningún gobierno español.

Porque el fraile es a la puerca política madrileña lo que el cuervo al cadáver. Porque el fraile es la mosca borriquera del pueblo español. Roídos hasta los huesos los partidos monárquicos, atrofiado el partido republicano, revolcándose potentemente en su piara el cerdo triste del carlismo, el fraile hace las veces de abejorro que vive sobre las inmundicias de los estercoleros, y el cura es con relación a la roña nacional lo que el asqueroso insecto que vive en los urinarios y se adhiere al enmarañado vello de las partes más sucias del organismo. Yo no veo salvación para España; pero es preciso seguir trabajando... Yo no veo salvación para España porque España se ha transformado en un «campo de soledad, mustio collado» con una sola casa que es la iglesia, y en el frontispicio de la casa el Dios del Sinaí y de Montjuich a cuyo alrededor revolotean algunos pajarracos muy negros con unas crestas de teja. Un viento pestífero y tormentoso barre de arriba a abajo el mustio collado, el campo de soledad que fue España, la grande España; viento que envenena la sangre y hiela los huesos. Por donde quiera veo el mismo espectáculo de desolación y muerte; lo veo en la ciencia, en la literatura, en el arte, en la política, en la masa de la sociedad, en el aire que se respira...




ArribaAbajoCavemos, cavemos...

... Ya que así lo quiere el triste destino de nuestra raza, seamos despreciadores del hogar, de la tranquilidad, de la sangre, de cuanto suelen defender otros pueblos con tanto honor militar como nosotros y con mayor acierto, desde luego, en las obras de progreso y de cultura. Sigamos arrojando la vida por la ventana...

HERALDO DE MADRID.



Otro refuerzo. Otros miles de jóvenes que van a la guerra de Cuba, a la manigua, al surco, a la tumba... Hemos enterrado doscientos mil. Aún hay juventud. Aún se puede enterrar. Cavemos, cavemos...

Franceses y alemanes combatieron y murieron por algo grande. La juventud española combate y muere por el pillaje colonial de sus gobiernos. Es el destino de nuestra raza, advierte el Heraldo, y el destino no se evade.

«Despreciando el hogar, la tranquilidad, la sangre, cuanto suelen defender otros pueblos con tanto honor militar como nosotros», allá va la juventud, al horrible matadero cuyo carnicero es invisible como Dios.

Alegres y decidores van los jóvenes. Han comido carne una vez en su vida, han bebido unas tintas, han fumado unos puros de estanco, y en la cubierta del buque transatlántico tienen permiso para rasguear las guitarras...

Como soldados de España cuentan con pelear brazo a brazo con los adversarios, cuentan con rendirlos en la contienda, con volver a España llevando a guisa de trofeo la ensangrentada cabeza del Viejo chino, de ese insurrecto intangible que está como Dios en todas partes y no se le ve en ninguna. Cualquiera de ellos siente hervir en sus venas la sangre del héroe de Cabrerizas, de San José, el soldado, herido, exangüe, arrastrándose como una sombra por entre malezas del campo, constantemente expuesto a morir al mismo pie del muro desde donde contemplábanle sin salvarlo los compatriotas y compañeros, y salvado por valiente para volver mutilado a la patria y rasguear la guitarra de puerta en puerta pidiendo «una limosnita por amor de Dios».

Alegres y decidores van a buscar al enemigo; van a la manigua, al surco, a la tumba. La manigua es la estepa tropical. El soldado español, como el soldado francés a su regreso de la campaña de Rusia, va por la estepa sin encontrar casi nunca a nadie, asfixiado por la miasmática atmósfera de inmensa hoguera que eleva sus llamas recortando el aire, viendo a lo lejos fantasmagóricas sombras de insurrectos rastreantes en las llanuras, que aguardan ocasión propicia para herir sobre seguro.

La naturaleza es del enemigo, y contra la naturaleza no se puede nada.

En esa horrible peregrinación en busca de una tumba anónima, los jóvenes de veinte años se vuelven repentinamente viejos. La inmensa mayoría va cayendo al surco; buena parte va a agonizar en hospitales infectos, y los que regresan después de dar su juventud para cebar a un Weyler, parecen cadáveres ambulantes galvanizados por supremo esfuerzo de la voluntad. Amarillos como la cera, con las quijadas y las clavículas al aire, con los ojos saltados por la intensidad de la fiebre, con el esputo de la tisis en la dañada boca, encorvados por la vejez del trópico, y tiritando bajo los uniformes de dril, los que no tienen la suerte de ser tirados al mar bajan de la pesebrera del buque que los escupe a tierra, toman asiento en la perrera de un tren mixto, y con la guitarra rota sobre las deyecciones de la tuberculosis van castañeteando a través de las desoladas llanuras de Castilla, bailando la danza macabra de los huesos galvanizados.

Y los que les mandaron a la muerte siguen viviendo al calor de las estufas del Congreso, diciendo en corros y corrillos que Cuba está perdida, pero que no hay quien se atreva a declararlo. Y sigue yendo el ganado al matadero. Otro refuerzo más. Hemos enterrado doscientos mil. Aún hay juventud. Aún se puede enterrar.

Cavemos, cavemos...




ArribaAbajoPor Fígaro

La redacción de El Progreso que sabe celebrar la memoria de los escritores ilustres que han luchado por la libertad, llevará el día 13 de Febrero una corona a la tumba de Fígaro.

Y el representante de la Campaña en nombre de su redactor Luis Bonafoux y en nombre de todos los que allí escribimos, llevará otra.

Así demostraremos que sabemos honrar la memoria del más valiente de los periodistas españoles.



... Iba a decir a ustedes que los trabajadores de Andalucía que no tienen trabajo y tienen hambre, hacen perfectamente en asaltar las tahonas con el derecho que asiste al lobo para bajar a poblado cuando el invierno lo echa del monte; que si quedan impunes las infamias de Montjuich no debe extrañarnos que la crítica francesa diga de nosotros: ils ont beau avoir disparu déjà depuis des siécles, les hallucinants petits-fils de Charles-Quint, leur ombre pèse encore sur toutes ces âmes ignorantes et dévotes de la population ibérienne. Interrogez un Espagnol quel qu'il soit: Philippe II est pour lui le grand Roi, le roi catholique, omnipotent et terrible à l'hérétique de race et de pensée, car l'Espagnol élevé dans l'ombre des églises, a la haine instinctive des idées en marche et du progrés...

Iba a decir a ustedes que si el gobierno quiere sinceramente aplicar la autonomía a Cuba, y evitar a un mismo tiempo escándalos como los recientes de la Habana, es menester que empiece por desarmar ese cuerpo de «voluntarios de la integridad nacional» de los monopolios, los cuales voluntarios dan ahora vivas a Weyler y mueras a Blanco y a la autonomía, como antes dieron mueras a los niños estudiantes a quienes fusilaron en nombre de España como si España fuese la madrastra del petit Pierre, hijo del asesino Gregoire...

Iba a decir a ustedes que el señor Sagasta, aunque está muy gastado, debe tenérselas tiesas con esas señoronas aristocráticas que piden la reforma del artículo II de la Constitución, para anular la tolerancia religiosa (suponiendo que exista semejante tolerancia en España), la vuelta del Papa al poder temporal, por obra y gracia (¡qué risa!) de las bayonetas de que dispone el señor Pidal, y el establecimiento de un gobierno teocrático, confiado a las Corporaciones religiosas, en el desventurado archipiélago de Filipinas, cuya pacificación vamos recobrando merced a los millones que damos a los Aguinaldos y demás igorrotes...

Pero el recuerdo de Fígaro, evocado en buen hora por El Progreso, es como un resumen de todas esas lástimas; porque Fígaro, que no sólo es el único genio literario, sino también el primer patriota español del siglo en que nos arrastramos miserablemente, defendió a los trabajadores hambrientos, fustigó a los fanáticos descendientes de Carlos Quinto, a los voluntarios de la integridad de los monopolios, a las devotas histéricas, a esa misma España de la inquisición de Torquemada y de la inquisición de Portas; y harto de luchar cuando la generalidad de los hombres empieza a vivir, se dio un tiro, quizá avergonzado de haber venido a un mundo que Revilla llamó kábila con pretensiones. Por eso no se ha tributado el menor homenaje a su memoria. Por eso no se le quiere, y se trata de olvidarlo; porque vivió escribiendo amarguísimas verdades del medio social donde le tocó nacer, de las costumbres hipócritas, de la raza prostituida y degenerada, de la holganza general, de los perdularios que se diputan políticos, de los charlatanes que se titulan oradores, y de los cagatintas que se gradúan de literatos y periodistas y viven suciamente de limosnas cuando no de estafas, en vez de vivir de la labor para la que nacieron, arando el campo o tirando de un carro, ocupaciones, por lo demás, tan dignas como las literarias. Porque Fígaro, en fin, fue un revolucionario en la patria de Felipe II y Torquemada, y en una época de atraso bestial, casi tan grande como el de ahora.

Pero si Shopenhauer pudo decir en su testamento que la patria alemana le merecía «el más profundo desprecio por su idiotez, y que se avergonzaba de pertenecer a ella», a esa patria alemana que ha producido en este siglo a los Treitschke, Sybel, Ranken, Helmholtz, Curtius, Mommsem, Virchow, Goëthe, Kant, Bismarck, Beethoven, Moltke y Roon, y que es actualmente la nación soberana de Europa, no se me alcanza la razón de la ojeriza a Fígaro por haber consignado en su obra inmortal, con el buen deseo de corregirlas, el desprecio que le merecieron las costumbres de un país cuyas postrimerías de siglo son Montjuich, Cuba y Filipinas, y cuyos grandes hombres son Weyler, Carulla y Portas -¡fatídica trinidad de un infierno dantesco!...




ArribaAbajoEl principio del fin

Lo he dicho: nuestra tradicional indolencia abarca toda clase de cosas, con una excepción sola: el patíbulo.

La actividad patibularia del general Azcárraga en el asunto de Sempau lo prueba sobradamente. La prensa de Madrid publicó un telegrama de Barcelona, según el cual el general Azcárraga «daba prisa» al Consejo de guerra que iba a juzgar o fusilar a Sempau. Sempau merecía, a juicio del general, ser juzgado o fusilado sin dilación por un Consejo de guerra, porque atentó a la vida de Portas.

Pero ahora resulta que Portas es el más grande de los malvados, según las declaraciones de los prisioneros de Montjuich, los testimonios de médicos y las aseveraciones del Progreso y el País, etc, etc. Periódicos conservadores, como La Época, piden se castigue al delincuente; el gobierno resuelve abrir una información judicial y traer de África a los presos que fueron allá después de ser torturados en Montjuich, y, exceptuando a los jesuitas, todo el mundo dice en España que Portas merece que le corten la cabeza.

Yo, que no soy jesuita, no creo que se debe cortar la cabeza a nadie, ni siquiera a Portas -suponiendo que la tenga-; pero, en fin, puestos ya a cortar cabezas, oficio de nuestra particular predilección, ¿con qué derecho se quiso antes fusilar a Sempau, y con qué derecho se le tiene ahora en cautiverio, porque Sempau, adelantándose al fallo de la opinión pública, quiso ejecutar al reo?... ¿Y qué remordimientos no tendría el general Azcárraga si los tribunales de Barcelona hubiesen procedido con la precipitación que les recomendó él?

Los inquisidores, que instigaron a Portas, no se dan por vencidos, y como la juventud escolar, con raras excepciones, está entregada a ellos, los inquisidores han tomado de pretexto un artículo del Progreso contra un señor Moliner, catedrático, para vengar a Portas, azuzando a los jóvenes escolares contra el local de la redacción, cuyo vidrios rompieron sin intención de pagarlos.

Y como Madrid es en todo y por todo una parodia de París, ya tienen en la villa del oso su escandalito a lo: A bas le Figaro! Los estudiantes, sin béret, pero con boina, apedrean diariamente al Progreso, de suyo pecaminoso por el título, y hacen autos de fe con los números del colega; -y Portas, más contento que unas pascuas, tiene la esperanza de que Lerroux y los demás redactores de aquel colega entren en Montjuich para ensayar en ellos el procedimiento de poner lavativas de aceite hirviendo, ya que el procedimiento de no beber durante cuatro o cinco días está desacreditado desde que le ensayó en sí mismo el sabio Sven Hedin al atravesar el desierto de Taklan-Makan.

Es el principio del fin, porque ya se anuncia que si el gobierno del señor Sagasta fracasa en su difícil gestión de establecer reformas en un país entregado por completo a la frailocracia, subirá al poder el señor Silvela,

«acompañado de las honradas masas del señor Pidal y seguido de jesuitas, paúles, carmelitas calzados y descalzados, benedictinos, franciscanos, dominicos, agustinos, beatas y monjas de todos colores y las inmensas recuas que siguen a estos eternos enemigos del progreso, búhos que en los obscuros antros de las criptas y bajo los sombríos pórticos de los innumerables conventos, monasterios, capillas, oratorios y casas conventuales con que han invadido la infeliz España en el último cuarto de siglo, resucitarán la Inquisición y la hoguera, que ya defienden sin ambages y con inusitada procacidad a la luz del día, los subvencionados órganos de la reacción clerical que nos amenaza.»

La situación es tan propicia al advenimiento de don Carlos al poder, que ha sido denunciado un periódico por haberse atrevido a historiar que el cardenal Moreno dejó dos millones de pesetas a sus parientes; el obispo de Badajoz un millón a una mujer que no sé qué le tocaba en parentesco, y el cardenal Monescillo seis millones a otra mujer «a quien sacó muy joven de un colegio de Toledo y con la cual vivió siempre», para que le ayudase a meter el diablo en el infierno con arreglo al cuento de Bocaccio. Y el señor obispo de Sevilla invitó a sus diocesanos, y a todas las hermandades y corporaciones religiosas de aquella ciudad, con más seis mil vecinos, a ir, «rezando el rosario», a desagraviar el santuario de Guía, en donde un pobre loco la emprendió a golpes con una imagen de Cristo, porque este doctor no quiso curar a la madre del demente. Y periódicos liberales elogian esta mascarada de carnaval, como elogiaron también a los diocesanos que tiraron el coche de un señor obispo, cuya caballería se encabritó. La frailocracia reina y gobierna, y yo estoy resuelto a meterme fraile a lo Huysmans.

Parece que la guerra de Cuba toca a su fin, y que, según ha telegrafiado el general Blanco, la acabaremos «en Febrero» -no se dice de qué año. Que los insurrectos sean pocos y mal avenidos, y que los haya con tendencias de Aguinaldo, o a recibir aguinaldos en buenas pesetas, cosa es que ni sé ni discuto. Pero eso de que estén pereciendo de hambre me parece un tanto exagerado, a juzgar por el banquete que se propinaron al elegir presidente de República; del cual banquete publican el menu los periódicos de New-York.

  • Puré de plátanos. POSTRES
  • Croquetas de gallinas.
  • Frituras de maíz. Conserva de guayaba.
  • Arroz con pollo. Pan patate.
  • Hígado (salsa mambisa). Atropellado de papaya.
  • Fricandó con puré de yuca. Jalea de boniatos.
  • Estofado de puerco. Guayaba y queso del día.
  • Chuletas de ternera. Café, licores, tabacos y cigarrillos.
  • Pulpetas criollas.
  • Lechón asado.

¡Digo! ¡Y eso que no están legalmente constituidos! Ya quisieran atropellarse así de papayas, aunque sólo fuese una vez al año, más de cuatro Enviados extraordinarios y Ministros plenipotenciarios de tales o cuales republiquitas americanas en Europa; de esos que reciben a los ministros de la nación donde hacen de rastaquouères, en un caserón con cuatro sillas, un catre y un sillón, y se disculpan diciendo:

«Esto no está amueblado todavía; pero luego luego traerán el otro sillón», y cuando viene el sillón viene también la cesantía, y el Enviado extraordinario y Ministro plenipotenciario de Patagonia en Europa tiene que volverse a su país a escribir infundios y esperpentos, que todos son literatos (muy conocidos en sus casas) con la insólita vanidad de que les nombren correspondientes de la lengua de Valera, de la lengua de una nación contra la que lucharon por hacerse independientes, aunque quedando esclavos por el pensamiento...




ArribaAbajo¡Eh eh, a la plaza!...

Decíamos ayer:

«Parece que la guerra de Cuba toca a su fin, y que, según ha telegrafiado el general Blanco, la acabaremos «en febrero» -no se dice de qué año...»

Telegrama del corresponsal del Matin en Madrid:

«Madrid, 9 fèvrier. -Le maréchal Blanco télégraphie de Santiago de Cuba que c'est par erreur que les journaux lui ont fait dire qu'il terminerait certainement la guerre avant la fin de ce mois.

Il ajoute qu'il n'a pas pu commettre une telle légèreté.»

Ya lo decíamos ayer, y añadimos hoy: como la guerra deba terminarse por la fuerza de las armas, ese febrero será del año dos mil trescientos catorce.

La guerra de Cuba pudo terminarse con provecho de España, y sin efusión de sangre, cuando el bravo y noble general Martínez Campos y el revolucionario Martí acordaron un armisticio precursor de una paz con reformas, que, por cierto, no llegaban a la autonomía; pero Cánovas -el «gran carácter»- dobló la cerviz al yugo de los monopolizadores de la gran Antilla: la paz no se hizo, y Cánovas -el «gran estadista ante quien se inclinaba Bismarck»-, en vez de aprovechar aquel momento propicio para declarar la guerra a los Estados Unidos, guerra simpática si jamás las hubo, mandó doscientos mil hombres, y todos los dineros con que pudo arramblar, a la isla de Cuba. Y ahora, cuando la cosa no tiene remedio, España se venga de los Estados Unidos con los gestos de la duquesa de Bailén y de la marquesa de la Laguna, para quienes consiste el patriotismo, no en dar hijos a la manigua, ni en quedarse ciegas de llorarlos muertos, como se ha quedado una infeliz obrera, sino en hacer despreciativos pinitos delante del representante americano, que desde entonces se ha quedado muy flaco...

A tal extremo de decadencia hemos llegado en la patria de Agustina de Zaragoza, María Pita y doña Berenguela de Castilla; y así como las Berenguelas de ahora ejercen de patriotas con volver las espaldas a un Woodford, los gobernadores ejercen de liberales como el don Sancho de Sevilla, con capitanear procesiones contra El Progreso y suprimir ab irato la circulación de La Campaña «por inmoral».

Cuando el señor Laá era mozo y bailaba en Puerto Rico la cola e pato y el no me jales que yo voy, y vivía morganáticamente con tres negras carabalíes y dos mulatas simarronsitas, habríanle parecido de perlas los artículos de La Campaña. Pero el hombre, ha dicho Sellés, se mete a moral cuando no puede hacer inmoralidades, y el señor Laá, como decía un bardo cubano, ya está viejo para gosal. No pudiendo hacer pinitos con negras y mulatas, el gobernador de Sevilla la ha emprendido con La Campaña por sus «desafueros políticos y religiosos».

No sé dónde va a parar el señor Sagasta con la compañía de esos Laás. Con uno de ellos iba cuando se rompió un fémur, y con el otro, al paso que va, se romperá el bautismo.

A cambio de estas infaustas nuevas nos ha dicho el telégrafo que por fin se ha constituido el gobierno colonial de Puerto Rico y que ha sido asesinado el señor Reyna Barrios, violador de la Constitución y presidente de Guatemala, en cuya República ejercía de Portas. Ya no lo volverá a hacer más.

Portas, que no tiene pelo de Laá, empieza a curarse en salud y ha dicho a don Carlos Costa, redactor de La Publicidad, de Barcelona, que si llegara el caso de que lo procesaran y corrieran peligro su libertad o intereses, entonces hablaría muy mucho, explicando todo lo oculto que hay aún en este proceso, y CITANDO A MARZO Y A DESPUJOLS COMO LAS PERSONAS QUE LE HAN INDUCIDO A LA APLICACIÓN DE PROCEDIMIENTOS QUE HAN TRAÍDO ESTE ESCÁNDALO.»

Nada nos cogerá de sorpresa tratándose de Marzo, cuya vida y milagros cantará en aleluyas La Campaña, y del jesuítico general Despujols, quien, estando en Puerto Rico cuando estalló contra mí el motín de 1880, me mandó decir con el segundo cabo, como única satisfacción al allanamiento de mi casa y a los atropellos que se cometieron conmigo, aunque yo era un chicuelo:

«A Bonafoux que se embarque esta misma tarde para evitarme echar la caballería a la calle.» -Así cumple las leyes este sacristán con entorchados.

La lucha de clases promete espectáculos amenos en todas partes. En Chicago, lucha del bruto Corbett y el no menos bruto Fritzsimmons; en Madrid, lucha de un elefante y un toro; y en Barcelona, lucha del chacal Portas y el cocodrilo Despujols. -¡Eh, eh, a la plaza!...

Esta última lucha ha de ser la más divertida, porque será también la más sangrienta, si ocurre, que lo dudamos, porque nunca se mordieron las fieras de una misma camada. Por lo menos será más sangrienta que la lucha de Dupuy de Lôme y Mac-Kinley, en la que nuestro pobre embajador ha quedado como una fiera del Jardín Botánico.




ArribaAbajoDe aquí y de allá

A las seis de esta mañana me ha despertado el gratísimo eco de la explosión del acorazado Maine en la bahía de la Habana. Los telegramas refieren que todas las autoridades de la Habana y de Madrid, así como también todo el pueblo español, dan vivas señales de sentimiento por aquella catástrofe. Hay una excepción: yo. ¿Fue casual el accidente? Pues me alegro de la explosión ¿No fue casual? Pues también me alegro. El Maine, en la bahía de la Habana, era una insolencia y una amenaza a España y Cuba.

Así como de la grandeza de Bismarck quedan para contarlo tres pelos de cerda sobre las negruras de la caja craniana, del poderío del Maine -cuya explosión celebro cordialmente- queda un mástil a cuyo alrededor graznan unos cuervos olfateando la peste que se ha extendido por la bahía de la Habana...

¡Lástima de tinta gastada por la prensa madrileña en justificar que España no tuvo arte ni parte en aquella deliciosa catástrofe! Son los Estados Unidos, en sus relaciones internacionales, un repulsivo pueblo que no ha tenido coraje para expropiar a España de su perla antillana, ni ha tenido grandeza para pelear por Cuba como peleó Francia por los Estados Unidos. La raza de los Lafayette y Byron no se ha aclimatado en este pueblo de mercaderes que aguardan el agotamiento de España y la ruina de Cuba para graznar sobre los escombros, como graznan los cuervos que revolotean sobre el mástil del acorazado...

«Desaparecido el Maine -ha dicho el Heraldo de Madrid-, enterrados los muertos y asistidos los heridos, quedan bien patentes estas cosas:

«Un jefe y un segundo jefe que de noche abandonan su barco para ir de comilona a otro vapor. Una oficialidad que casi en su totalidad, después del silencio, no está a bordo. Unos jefes de un barco de guerra que siguen alejados del buque que su país confió a su dirección mientras allí perecen los tripulantes y todo se sepulta en el fondo del mar. Unos marinos españoles que acuden a prestar auxilio sin reparar en peligros; autoridades, ejército, bomberos voluntarios que rivalizan en la obra humana y santa de prestar toda clase de auxilios; médicos españoles que luchan por salvar la vida a los heridos: pueblo hidalgo, en suma, que rivaliza en esa obra cristiana de consolar al desgraciado.»

Y esto no tiene vuelta de hoja por muchas que sean las enquêtes de los jingoes para descubrir si fue un español vengativo, o un insurrecto ganoso de conflictos, quien puso los cascabeles al Maine. Ni español ni insurrecto. Pero cualquiera de ellos habría tenido derecho a volar al insolente acorazado: el español, en nombre de España, tan ultrajada a traición y a mansalva; y el insurrecto, en nombre de Cuba, tan explotada por la usura americana.

Por fortuna no andaba por la bahía el Sacamantecas de la milicia a quien llaman Weyler; porque de haber estado allí jurarían los jingoes que el de la voladura había sido el infeliz Valerí, de cuya fama de fiera ha dicho el señor Romero Robledo:

-Figúrense ustedes que voy y traigo a ese tipo como si fuese una fiera capaz de comerse los niños crúos. ¡Aquí está la fiera, señores! ¡Aquí la traigo, caballeros! Y cuando todo el mundo esperaba ver salir de los embozos de mi capa una pantera o una hiena, ¡pues salta un conejo!... ¡Vaya un tío leche que está hecho el tal general Weyler!

Todo lo cual no le impide amenazar con que volverá a Cuba, a ver si aún queda algo, aunque no dejó ni los rabos. Como Montoro ha pedido tres millones al gobierno metropolitano -que es como si me los hubiese pedido a mí-, y como el Maine voló... al fondo de la bahía, el gran Valerí, que de mozo ejerció de trapero de sus compañeros de academia, recogiendo en sacos todos los cabos de vela que quedaban en los dormitorios, quizá piense hacer otra Trocha con los millones del gobierno insular, o revolotear alrededor del mástil del Maine...

Menos pedigüeños que los de Cuba los ministros de Puerto Rico no solicitan millones, sino la libertad de unos jíbaros que, injustamente sentenciados como autores de la ridícula algarada que los conservadores tramaron en Arroyo, siguen presos en las cárceles de Cádiz, a pesar de la autonomía y de la «era de paz y olvido.»

Uno mi súplica a la del pueblo portorriqueño para que se dé libertad a aquellos desgraciados; y el señor Moret, que tomó en consideración el artículo que publiqué en El Progreso solicitando en justicia la libertad de otros portorriqueños, como el Dr. Gómez, injustamente presos por el general Marín, sobre cuya conciencia sigue el cadáver del Dr. Iguina, tomará en consideración esta nueva súplica, no por mía, sino por ser expresión del deseo de todo un pueblo. Algo menos autonomista que el señor Moret era el señor Núñez de Arce, y algo más difícil que dar libertad a unos presos era echar abajo una Audiencia, y el señor Núñez de Arce, atento al artículo que dediqué a este asunto, y que fue reproducido por casi todos los periódicos de Madrid, como El Liberal, El Imparcial, La Época, etc., de una sola plumada declaró cesante a la Audiencia de Puerto Rico, cuyo Regente, señor Zárate, quiso matarme; pero no me mató, y luego fue a morirse a Manila, que es como no morirse en ninguna parte.

Bueno será también que el señor Moret ate corto al Padre Vega, párroco de Bayamón, el cual curita, con escándalo del público y de la prensa, echa sermones sobre el tema de que «en Puerto Rico no hay familias moralmente constituidas», como si aquella sociedad se compusiese de presbíteros, amas y sobrinos.

Animado por este ejemplo don Luis Pérez Allú, catedrático de la Escuela normal de maestros de san Juan, quiso hacer en plena clase, con una señorita de Escuela lo que el señor Laá con Rosa Mística y Lucrecia cuando las voluptuosidades no le daban dentera.

Mal cariz presentan las cosas con presbíteros del calibre del Padre Vega, profesores tan retozones como don Luis Pérez Allú, y canónigos de apellidos tan sospechosos y amenazadores como el reverendo Padre Pijoano (¡Dios nos guarde!).

Puede que se les antoje a esos caballeros que la autonomía consiste en pijoanar en las escuelas. No, no es para tanto el régimen autonómico, ni para convertir las escuelas de Puerto Rico en sucursales del colegio que tienen los padres maristas en Canet de Mar (Barcelona), del cual colegio desapareció, sin que se sepa dónde fue a parar, el jovencito Eustaquio Lizorraga... Que lo busquen, que no lo buscarán, las autoridades por si lo encuentran muerto en un subterráneo, después de ser víctima del sadismo de un Pérez Allú.




ArribaAbajoPuntos filipinos

Mal año para pensadores... pues para chascos, los de los Zolas y Grimaux en todas partes.

Ningún grito de rebelión ha obtenido últimamente en España tantas simpatías como el de los filipinos que se levantaron en armas contra la frailocracia del archipiélago, no contra la patria española. Los pensadores españoles, como Pi y Margall, consideraron como guerra civil, necesaria y legítima, la insurrección de los tagalos. Se la aplaudió en secreto. Se la atenuó en público. Y todo el mundo juzgaba que el resultado de la lucha sería el acabamiento del omnímodo poder de los frailes de Filipinas. Para ello y por ello, se decía, pelean los Aguinaldo, los Paterno, etc, etc.

El resultado de la insurrección es otra cosa: cuatrocientos mil pesos pagados de golpe a los señores revolucionarios; otros cuatrocientos mil pesos por pagar a los mismos señores revolucionarios; Aguinaldo, hecho una caricatura de Reyna Barrios, con humos de dictador pour rire, muy tirado de frac y guantes blancos, asustando a los vecinos de Hong-Kong con su toilette, parecida a la de aquel otro filipino Roxas, a quien, al salir en tal guisa por los grandes bulevares, faltó poco para que le llevasen a la enfermería del Dépôt; Luna, el bravío Luna Novicio, al que suponíamos combatiendo al lado de sus hermanos en justa batalla contra la frailocracia, apareció en Madrid, exhibiéndose en banquetes, mientras caían allá abajo sus compañeros y correligionarios. ¡Todos, en suma, queriendo hacer buenos a los frailes que deseaban ahorcarles!... Porque resultan, por lo general, más tiranos que los Castilas, más socaliñeros que los empleados de aduanas y más bufos que los Chocolat de circo. Raza degenerada, con todos los vicios y sin ninguna de las grandezas de la raza generadora.

Nada de revolucionarios a lo Sucre, que murió por su patria después de vencer en Ayacucho: ni a lo Bolívar, que fue a morir al destierro, después de recabar la independencia de un continente; ni a lo Washington, que colgó la espada emancipadora para restituirse al arado. Los Aguinaldos, más prácticos, después de jugar al escondite por montes y breñales, cogieron sus milloncitos y a París con ellos, porque en París no se pregunta por el color de la conciencia, sino por el color de la moneda. La insurrección de Filipinas ha quedado reducida a un chantage revolucionario, y los ilustrísimos follones que se llamaban Aguinaldos pasarán a la historia del Archipiélago, ya que no por revolucionarios filipinos, por puntos filipinos.

Y no hay más remedio que lamentar que tales tomadores políticos, espadistas, que no espadas, de la insurrección tengan derecho a pasearse por los bulevares, después de haber desolado a España por cobrar unos millones, que no por poner a raya los desafueros de la frailocracia, mientras un obrero honrado como Bo y Singla se pudre en la cárcel de Barcelona, condenado a seis años de presidio por la publicación de un articulejo, y un Sempau está perseguido por asesinato frustrado y atentado a la autoridad, cuando todo el mundo sabe en Barcelona que cayó en un lazo tendido por los guardias, quienes, lejos de advertir a Portas del peligro que corría, esperaron que Sempau le hablase para detenerlo al sacar el revólver.

Y mientras no hay una pluma, no ya justiciera, ni siquiera caritativa, que abogue por Bo y Singla, convertido en un Cyvoct a palos, ni por un Sempau, a quien quiso dar garrote el general Azcárraga, el bueno de Aguinaldo, después de contribuir a la matanza de españoles y tagalos, y a la ruina del empobrecido Erario, viene tranquilamente a solazarse en París con un frac de prestidigitador de feria y con unos milloncejos que hacen presentable a las cocottes su lamentable fisonomía, que tiene el aspecto de un Menelik visto por el rabo.




ArribaAbajoAsnos parlamentarios

-Comment! tous les candidats du passé, et mème du trépassé, sortent de terre. Et moi... moi, Isidore Naturel, je me serais abstenu!...

Et il continua d'un ton confidentiel:

-J'ai trouvé une «plate-forme» excellente... originale... patriotique... J'aurais pu me présenter comme candidat antiintellectuel!...


Octave MIRBEAU.                


Si Mirbeau. tuviese noticia de los Isidore Naturel de España y sus colonias, de los que por tener una caja de ochavos, como la de Isidore Naturel, se han presentado como candidatos antiintelectuales, o burros, maravillaríase, a pesar de su escepticismo político, de que exista un país en que los asnos asaltan por manadas los puestos que debieran reservarse a los hombres intelectuales, a los que vivieron en las aulas universitarias y en los laboratorios de las ideas para vencer en los torneos de la inteligencia y conquistar a pulso el derecho de ocupar un sitio al sol.

Ladrones de abolengo, habiendo heredado riquezas pirateadas por sus ascendientes, y aumentadas con sangre y lágrimas en vil comercio de dar por ciento lo que les costara uno, lo cual es un modo de robar como otro cualquiera, estos animales híbridos, con orejas-soplillos de borrico y entrañas putrefactas de hiena, quieren meter la pata en Congresos, haciéndose graduar de diputados, no de otro modo ni por otros merecimientos que fue cónsul el caballo de Calígula; y con el secreto designio, no sólo de halagarse la imbécil vanidad de aposentar las nalguitas donde debieran poner las lenguas, ni de escribir en papel del Congreso, que en los más de los casos es papel de enjuiciamiento criminal, sino de seguir comerciando en el templo de las leyes y de tapar con el velo de la representación nacional antiguos robos y añejas infamias... No se contentan los Isidore Naturel con ser cambrioleurs detrás del mostrador, sino que quieren serlo también detrás del Congreso; ni se conforman con haberse enriquecido despojando al prójimo, sino que ejercen de asesinos, matando con la barra del oro que todo lo corrompe a los hombres intelectuales, a los que llenos de privaciones y sin pensar una sola vez en comerciar con nada vivieron recluídos en los rincones del pensamiento, entre libros y sobre cuartillas, conquistando lentamente el derecho de entrar en el Capitolio y recabando por toda competencia que los comerciantes les arrojen a la roca Tarpeya para entrar ellos con sus lavadas caras, que jamás sintieron los rubores del ridículo, a ejercer, a lo Nouma Roumestan, de representantes de la patria con la cómica seriedad del burro.

Con razón ha dicho El País:

«Esos ricachones han comprado sus actas por lujo por vanidad de parvenu, no por lucir en las Cortes un talento que no tienen, ni pueden comprar los pobres hombres, no por hacer ostentación de su elocuencia, pues apenas si hablarán castellano, ni menos que todo eso por servir a su patria. Si han comprado actas, ha sido porque están cansados de comprar caballos y de comprar mujeres.»

Envejecen y mueren sin ser diputados hombres del mérito de un Figueroa, honra del periodismo español, incansable trabajador por la cultura del país, mientras jura fácilmente el cargo cualquier mercader con las manos todavía puercas de las especias que vendió. En la lista, publicada por la prensa de Madrid, de la inmunda simonía electoral, encuentro, entre otros datos, que en Durango se pagaron doscientas cincuenta y cinco peselas por el voto en Balmaseda, quinientas, y en Bilbao, ciento treinta. Des agents électoraux -ha dicho Le Temps- montrant OSTENSIBLEMENT des sacs d'argent. Ont été arrentés. Pablo Iglesias dijo:

«El señor Martínez Rivas no es más que un hombre que dispone de billetes de Banco para comprar a seres desdichados a fin de que le den el voto.»

Pero el señor Martínez Rivas venció y el partido socialista fue derrotado. He aquí la obra de la burrocracia de España.

En el Japón, cuya cultura está muy por cima de la nuestra, los comerciantes ocupan el puesto que sigue al de las prostitutas. En nuestra España, el comerciante, aunque sea de cacahuetes en Madrid, no sólo se gradúa de caballero, sino que se diputa padre de la patria, aunque como padre de familia sea capaz de violar a su hija moribunda.

Por algo empuñó Jesucristo el látigo para echar del templo a los mercaderes...




ArribaAbajoFuego del cielo

Como no comulgamos con el bandolero Weyler, ni con el trápala Romero, llamado el Rouvier español, a quienes principalmente se debe la pérdida de Cuba y las catástrofes que ha de sufrir España opresa y exangüe, no podemos hacer responsable al señor Sagasta, cuya política hemos atacado siempre, del desastre de la flota española del Pacífico. Una cosa es que debiéramos haber evitado con la independencia de Cuba, acordándola nosotros mismos, los azares y estragos de una guerra internacional, y otra cosa es que el señor Sagasta hubiese podido rehuir el reto, único en su especie, que América lanzó a España. Ni pudo evitarlo el señor Sagasta ni hubiéraselo consentido la opinión pública. La guerra con los Estados Unidos era una guerra popular y una consecuencia de que el pueblo español sufriese con la pasividad de un buey la afrentosa coyunda de un Cánovas, a quien seguiría sufriendo mansamente el mismo pueblo si un extranjero, el heroico Anguílula, no nos hubiese hecho el inmenso favor de matarlo como se mata un animal dañino.

Nadie tiene nada que echarse en cara. La escuadra española de Manila no ha sido destruida por los yanquis, sino por los Cánovas, los Romero, los Santos Guzmán, los Moret, los Weyler, los Polavieja, los Silvela, los Comillas y tutti quanti de la política madrileña; y las bombas que han caído sobre Manila debieron caer sobre las coronillas de los rapaces frailes que hicieron desbordar la insurrección tagala exigiendo el pago del Sanctorum, de la prestación personal en las sacristías y conventos, de los excesivos derechos de pie de altar, cobrando tres mil duros por un entierro, quinientos por un bautizo, lo que les daba la gana por una boda (aparte el derecho de pernada), fusilando al doctor Rizal por la publicación de un libro crítico de la frailocracia filipina, torturando a los filipinos tildados de sospechosos y,... enviando por medio de sus representantes en Madrid telegramas como este que publicó el Temps:

«Madrid, 2 mai, 12 h. 15.

Les nouvelles des Philippines circulèrent rapidement dans la capitale hier, dans la soirée. Lo conseille des ministres était rétine quand le ministre de la marino fut avisé qu'il venait d'arriver un télégramme chiffré dans lequel l'amiral Montojo lui mandait les détails confirmant la dépêche du général Augusti.

On estime les pertes a quatre cents hommes, mais les équipages comprenaient beaucoup d'Indiens.)

On estime les pertes a quatre cents hommes, MAIS les équipages comprenaient beaucoup d'Indiens, es una salida semejante a la del gobernador que telegrafió al ministro:

«Horrible descarrilamiento del tren mixto. Doscientos veintitrés muertos. Por fortuna, todos de tercera clase.»

De tercera clase han sido siempre los indígenas para los Cánovas, los Roniero, los Silvela, los Weyler, los Polavieja, los Moret, los Santos Guzmán, los Comillas y demás autores de la destrucción de la flota española en Manila y del bombardeo de esta ciudad, sobre la cual, para purgar los crímenes que ha cometido allí la infame política de la metrópoli, diríarse que ha llovido fuego del cielo...

Lo más sensible de esta catástrofe que parte el alma, es que la dotación de la destruida escuadra, dotación compuesta de honrados hijos del pueblo español, no se componía de aquellos merodeadores de la política. Porque entonces, en vez de sentir y llorar la obra de los yanquis, yo sería el primero en darles las gracias, considerándoles colectivamente como Angiolillos vengadores de tanta iniquidad, de tanto despojo y de tanta vergüenza...




ArribaAbajo¡A la guerra o al embutido!

Ciertas linajudas damas, presididas por la princesa Wiszniewska, reclaman el desarme general - cuando el ideal de la mujer debiera ser que el hombre estuviese siempre armado- para que no haya más guerras en el planeta, olvidando que el planeta es una menagerie suelta. Fíjense ustedes, sino, en las concupiscencias que van asomando la cabeza con ocasión del conflicto hispano-americano.

Por cierto que las grandísimas potencias observan en esto la misma lógica que nuestros grandísimos revolucionarios. Francia que, como republicana, debiera estar al lado de los Estados Unidos, está al lado de España. Inglaterra que, como monárquica, debiera estar al lado de España, está al lado de la República americana. Et sic de caeteris.

Nuestros revolucionarios- con excepción de Pi y Margall, que es el único político consecuente con sus ideas y uno de los pocos españoles que tienen sentido común- han metido la pata cuantas veces trataron de la cuestión de Cuba. Sin ser un Pi, ni mucho menos, predije la pérdida de Cuba, hace ocho años, en carta a mi amigo Manuel Álvarez, quien me la envió recientemente para recordarme lo que le dije entonces estando en la Habana:

«Cuba está perdida para España.»

Y esta misma convicción alienta en el fondo de mi Avispero. Desde entonces he venido diciendo en todos los periódicos que me han dado permiso, sobre todo en El País cuando le dirigía Lerroux:

«Cuba se pierde irremisiblemente. La autonomía (que se dio mal y tarde para que Máximo Gómez nos contestase, como con esto del armisticio, que nos la metiéramos por donde nos cogiese), la autonomía puede parar el golpe, pero no solucionar el conflicto. Habría que hacer una de estas dos cosas: o vender Cuba como se vendió Florida, si podemos convencernos de que no se opone a ello el honor nacional, máxime en un país donde los robos de nuestros empleados ultramarinos nos han granjeado la enemiga de nuestras Antillas, o dar la independencia a Cuba española; con lo cual, a más de quedar como verdaderamente gallardos, hidalgos y generosos, ganaremos la amistad de Cuba libre, y nos evitaremos que los Estados Unidos nos obliguen a dar la independencia.»

Y entonces fue el llamarme filibustero y el pedir mi extradición (¡!), y el querer cerrarme las puertas de las redacciones, lo que equivalía a sitiarme por hambre.

¿Recuerda usted, amigo Lerroux, lo que voy narrando, y que gracias a usted, sólo a usted, pude defenderme?...

Pues es justo que reclame el aplauso que se me debe por no haberme equivocado, o por no haber querido engañará ese pobre pueblo que dio 200.000 hombres y un millar de millones por complacer al estadista Cánovas, cuya imbecilidad, en lo relativo al problema ultramarino, no tiene ejemplo ni perdón.

Mal y tarde dimos la autonomía, y siempre nos negamos rotundamente a dar la independencia. Ahora nos la van a tomar con la esencial diferencia de que en vez de ser para España la República de Cuba será para los Estados Unidos, si es que éstos no resuelven anexársela sin más explicaciones. Porque aunque nosotros tenemos un león en nuestro escudo, ellos son los verdaderos leones del mundo.

Todo esto es triste, horrible, pero merecido. Cada pueblo tiene el Gobierno y el destino que merece.

Los republicanos franceses dicen:

«L'Espagne n'a qu'un moyen de s'en tirer honorablement. C'est de proclamer, tout de suite, sous un prétexte ou sous un autre, l'indépendance de Cuba.»

Pero los republicanos franceses no advierten que en el actual estado de las relaciones de España con los Estados Unidos, después del armisticio, del Mensaje y... de la intervención, no hay pretexto para declarar la independencia, aunque la aconseje el Nuncio, y que tal acto parecerá resultado de la imposición de los Estados Unidos.

Así la cosas, no hay más que dos caminos para salir del atolladero: o el de la guerra, que merece todo mis aplausos, aunque nos aplasten, que sí nos aplastarán, o el del chiquero... ¡Triste camino este último después de cuatro años de llamar gorrineros a los yanquis!

Y no hay escapatoria posible: o morir por la idiotez de Cánovas, como murieron los italianos en Adua por la idiotez de Crispi, o dejar que nos lleven a Chicago para servir de adobo y de embutido.




ArribaAbajo¡Creo en las setas!

Para N. Estévanez.

Estaba atracándome de setas a la bordelesa cuando recibí allá en Burdeos el número de La Campaña; y en verdad que no sabría decir a usted, querido don Nicolás, si fue regocijadora la impresión que me produjo el eco de esa voz amiga que iba de París a recordarme, entre otras cosas, que necesito trabajar diariamente, puesto que necesito comer setas a la bordelesa. Los que como usted, obligados a vivir con las gentes, buscan los rincones de los poblados para entregarse al desdoblamiento del espíritu, a la hermosa soledad que recomienda Zimmermann, esos pueden comprender este estado de mi espíritu, estado casi morboso, que me apartaría del«mundanal ruido», sobre todo del ruido de las letras de molde si no me permitiesen de vez en cuando el lujo de comer setas a la bordelesa.

¡Ay, don Nicolás amigo! Para el que ha reducido el círculo de las relaciones sociales a conversar de raro en raro con usted y algún que otro señor de nuestra cuerda, ¡qué hermoso resulta un paseíto por una ciudad desconocida, donde se vaga al azar sin temer que le importunen gentes vulgares, amigotes falsos, señoritingos redichos y resabidos que viven de lo que se llama en cánones «la renta del excusado», que es socialmente la renta de los papás o de las consortes, y le miran a usted como indignados de que no acaba de reventar bajo el peso del trabajo diario y de las diarias cavilaciones!

Y heme otra vez aquí, sin saber cómo evitar que me detengan en la calle, con asco en el estómago y desprecio en el alma, la necedad del vulgo, la mala fe de los unos, la envidia de los otros, y obligado, por añadidura, a decir que los tres acontecimientos más importantes de Madrid son: la muerte de Frascuelo, que deja un millón de duros ganados con la matanza de toros; la noticia de que la señora Pardo Bazán «no recibe a sus amigos por hallarnos en Cuaresma» y la noticia de que el cura del batallón de cazadores del Alfonso XII, que «no se movía casi nunca del calabozo de Ascheri, recibe (al revés de la Pardo, que no recibe por Cuaresma) 65 céntimos al día, come con los verdugos a razón de dos pesetas diarias, y sale una o más horas a paseo, tomando el sol por la azotea de la plaza de Armas.» Torturado Ascheri por Portas, y fusilado por el general Despujols, quien no teniendo por ahora Ascheris se entretiene en secuestrar paquetes de La Campaña, no podía faltar el cura para formar la lúgubre trilogía de ese horrible drama cuyo castigo pide el señor Pi en su notable manifiesto electoral.

Cuanto a la situación de España, no puede ser mejor en lo que toca a la abnegación del pueblo, aplaudido por o toda Europa. No vale decir lo mismo de la clase de los políticos, cuyos grandilocuentes discursos no pueden ser más inoportunos y hueros; ni de la clase de los aristócratas y potentados, que no han respondido decentemente a las necesidades de la suscripción nacional; ni de la clase de los «príncipes de la milicia», como el general Primo de Rivera, quien no se ha avenido a aplicar a dicha suscripción los cien mil duros que se propinó por suscripción pública en Manila, como premio de haberla dejado desmantelada para que entrase el almirante yanqui. ¿Por qué no le ahorcan? El remedio es probado. ¡Valiente liquidación haríamos, don Nicolás, si usted fuese jefe de gobierno y yo gobernador de Madrid!

De otras cosas iba a hablar a usted; pero la adjunta carta del eximio poeta y pensador Gutiérrez-Coll dice mucho más que pudiera decir este cronista, siendo un magistral análisis de los actuales problemas y conflictos. Lea usted esta carta, que publico aunque es privada, porque es de perlas

«Caracas 12 de abril de 1898.

Señor don Luis Bonafoux.

París.

Mi querido amigo: Debo a usted unas líneas para darle las gracias por La Campaña, que hasta ahora he recibido.

Por de contado que este periódico tiene la fortuna de cautivar la atención y el interés de los lectores. Todo lo que sale de la pluma de usted, palpita y se mueve con el calor de la convicción ingenua. Decir la verdad en estos días de estrabismos intelectuales y desaforados apetitos a las almas que aún esperan, puede considerarse como una empresa gloriosa: es la caridad suprema de un corazón grande y entero.

Pero mucho temo (perdón para mi pesimismo) que la voz del profeta vague una vez más sin resonancia entre la turba poderosa de los descreídos. Estamos asistiendo a las postrimerías de un siglo que, en su abrazo de muerto, parece como que quiere ahogar todos los ideales con que sueña la justicia. Tanto en el orden político como en el económico, se han levantado, en lugar de los privilegios antiguos, los monopolios todavía más odiosos de los especuladores enriquecidos, para ofrecer el espectáculo de una insaciable antropofagia. ¿Para esto tantos sacrificios? ¿Para esto se ha derramado tanta sangre de todos los colores? Ahí están los derechos del hombre formulados hace una centuria por la revolución francesa; y eso, que se creyó el evangelio de la felicidad terrena, se ha convertido en una jerigonza de prevaricadores, buena sólo para llenar las arcas de la codicia.

No extrañe usted que así me exprese, pues hablo pensando mayormente en esta América española, donde los espíritus incontaminados no viven ya sino para lamentar, en solitario apartamiento, la bancarrota inevitable de la democracia, de esta sibila trasnochada como un cómico de la legua, la cual aún alienta ocupada en anunciar sus funciones, más o menos grotescas, a beneficio del despotismo y de la anarquía.

Cuba, la infeliz Cuba, está, según dicen, en posesión de su autonomía. Bueno sería que allí se hiciese posible esa forma de gobierno, practicada lealmente; mas es de suponerse que por lo arduo de la obra ha de seguir en pie el problema de la independencia, problema obscuro que guarda forzosamente entre sus términos el desmedro de los conquistadores, porque en los pueblos nacidos en servidumbre, la clase social dominante está condenada, por la ley de las reivindicaciones históricas, a ser un día esclava de sus libertos. Esto para el caso de que los Estados Unidos no den desde luego al traste con todas las esperanzas de los patriotas cubanos. Ciertamente hay motivo para dolerse por la suerte de Cuba.

He dejado correr la pluma para saludar a usted, y se me han vuelto los renglones una elegía, género en que caben muchas simplezas. Por dicha, hay un cesto para los papeles tontos. Arroje usted en él estas letras, y el abuso queda reparado. Pero le ruego que antes ponga en su corazón el recuerdo de vivo afecto con que de usted se despide su amigo

JACINTO GUTIÉRREZ-COLL.»

Pienso y siento como el poeta sobre las ruinas de cuanto amamos y respetamos en los albores de nuestra fe; y cambiaría de buena gana esta avinagrada prosa por las recónditas ternuras de la elegía, si tuviera con qué comer setas a la bordelesa. No creo en la redención ¡Creo, en las setas! y hay que rabiar para comerlas.




ArribaAbajoDe la Intervención

El señor Bonafoux ha hecho una bonita campaña en La Campaña; pero el señor Bonafoux, aunque vecino de París desde hace algunos años, no ha podido desprenderse del ambiente madrileño, y a propósito de la intervención juzga a los yanquis con el criterio medieval de los más; recalcitrantes españoles.

No esperábamos semejante actitud de un periodista que apreciaba el problema antillano con la alteza de miras que ha llevado a El Nuevo Régimen, el ilustre Pi y Margall. Los yanquis no son gorrinos ni ladrones, como los pinta el genial escritor antillano; no son los brutos ni bandidos que caricatura en sus correspondencias a el Heraldo de Madrid; los yanquis son sencillamente los vengadores de la humanidad ultrajada por las hordas de zulúes, que el gobierno español ha lanzarlo sobre Cuba.»


(De Borinquen, de New York)                


Perdone el colega neoyorquino que por esta vez no estemos conformes: el juicio que me merece la intervención es una de tantas consecuencias lógicas del juicio que me merece el problema cubano; y por ello no tiene nada de extraño que habiendo tenido yo el honor de coincidir con el señor Pi y Margall al juzgar la insurrección cubana, estemos en desacuerdo al juzgar el interesado entrometimiento de los americanos. El señor Pi y Margall es lo que se llama «un hombre de partido», que fue gobierno y puede volver a serio. Yo no he pertenecido ni pertenezco a ningún partido, como no sea al partido contrario...

Por otra parte, el respetable señor Pi, aunque es el más avanzado de los republicanos españoles, está muy lejos de comulgar revolucionariamente con los Reclus, los Kropotkine, los Malatesta... Aunque admirándole y respetándole mucho, no comulgo en la iglesia del señor Pi. En su juicio sobre la intervención americana hay mucho de oposición al gobierno; hay también mucho de amor a la república, aunque la del norteamericano es una república nominal, con una aristocracia bancaria que viene a ser lo que la aristocracia de la sangre azul en los países monárquicos. La república me parece bien, como las tortas cuando no hay pan...

En la cuestión hispanoamericana hay dos cuestiones: la cuestión Cuba y la cuestión Estados Unidos. Cuba humillada, explotada y escarnecida antes y después de la paz del Zanjón, tuvo razón en pedir con las armas el derecho a la existencia; y aunque vivo de mi pluma y mi pluma es de la prensa española, defendí aquel derecho en periódicos de Madrid, no como insurrecto cubano, que eso seria muy poco para mí, sino como insurrecto cosmopolita, y no sólo por bien de Cuba, sino asimismo por bien de España, y más aún que por España y Cuba por el derecho y la justicia. Cuba tuvo razón en protestar contra los gobiernos de la metrópoli, como la tendrían, en su caso, Soria, Cataluña, Andalucía, etc.; y claro está que concediendo a estas provincias el derecho de pedir a tiros el mejoramiento de su estado social, hay que concederlo también a la isla de Cuba.

Pero la intervención americana es harina de otro costal; y aunque ustedes, mis amigos de Borinquen, hubiesen olvidado la historia del yanquismo en Méjico, por ejemplo, y el profundo desprecio con que trata el yanqui a la raza de color, no puedo suponer que incurran en el disparate de esperar que Mac-Kinley haya salido a redimir cautivos con la misma desinteresada intención que Don Quijote cuando salió a rescatar doncellas. Y aunque así fuese, el procedimiento de hablar de ejércitos de mar y tierra, bombardear ciudades y sitiar por hambre, ni es revolucionario ni me parece digno de un pueblo nuevo y republicano que debía realizar otra misión en la historia de este siglo. La intervención americana es un brutal atropello según Bismarck. ¡Imaginen ustedes lo queme parecerá esa intervención pareciéndome Bismarck un bandolero!

No, no hay desacuerdo, sino todo lo contrario, en mi modo de ver estas dos cuestiones; y si el desacuerdo existe a juicio de los redactores de Borinquen, ¿qué le hemos de hacer? Como ha dicho el escritor cubano señor Márquez Sterling, Bonafoux piensa y siente a su manera, y ya sabemos que la independencia de criterio no figura como diosa en los altares de la raza española ni en los altares de la raza hispanoamericana, que, mal que le pese, desciende de aquélla. Pero hay que tragarme así, o no leerme, que quizás es lo más acertado, aunque no lo más instructivo. «Por lo demás», no soy el único en juzgar como juzgo la intervención. Conmigo están escritores tan revolucionarios en todo como Aurelien Scholl, de quien es el siguiente párrafo:

«Si j'étais forcé par une circonstance quelconque d'entrer au service d'une des deux puissances qui sont aux prises en ce moment, je me trouverais fort embarrassé de faire un choix. L'Espagne, a par ses gouverneurs, tellement pressuré Cuba; il s'y est commis de tels crimes, de telles exactions, que la délivrance de ce malheureux pays serait un soulagement pour la conscience humaine. Mais le fait de tomber aux mains de ces épiciers conquérants, de ces corsaires charcutiers, de ces rôdeurs de savanes qui ont remplacé les Mohicans et les Peaux-Rouges, est une amélioration douteuse du sort des Cubains. Les indigènes seront rapidement dépossédés; les Américains prendront le plus qu'il se pourra et ils achèteront le reste. Un moment viendra où les Cubains d'origine se verront contraints de se réfugier en Espagne.»

La idea de la anexión de Cuba y Puerto Rico a los Estados Unidos no tiene duda para mí; y esa anexión no me seduce. Ignoro si los redactores de Borinquen tienen yanquis en la familia; de la mía puedo decirles que, aun «remontándome a la noche de los tiempos», no encuentro un yanqui para un remedio. De todo hay en mi árbol genealógico: indígenas, españoles, franceses (sobre todo franceses), italianos, y no estoy muy seguro, como no debe estarlo nadie que de América proceda, de que no me toque algo alguna negra... Pero los yanquis no me tocan nada, absolutamente nada. Y siendo abogado español, y escritor español, figúrense ustedes el pito que tocaría en esa tararaboun de la anexión americana. De modo que no sólo por sentimiento, sino también por conveniencia, me revienta la tal anexión.

***

Quedamos en eso; y aquí haría punto final si no leyese entre las líneas del artículo de Borinquen algo así como una queja de que yo, «escritor antillano», satirice y caricature a los yanquis.

Pero, señores de Borinquen, yo no soy escritor antillano, sino escritor a secas. Más propio sería llamarme escritor español, de Madrid, en cuya iglesia literaria fui bautizado y confirmado, para que luego, a la trágala, me reconociesen en las Antillas, cuyo mundo intelectual me lo negaba todo, el modo de andar inclusive, aunque con la mayor facilidad gradúa de genio a cualquier imbécil, o quizá por eso mismo... Y si cuando muera, que no es probable, sale algún admirador dedicándome una estatua, siquiera sea de aguacate, le pasará a la estatua lo mismo que a la de Heine, que fue rechazada por Dusseldorf, su villa natal, porque no estaba satisfecha con haber desterrado y escarnecido al original, culpable del crimen de valer más que sus conciudadanos.

Lo que soy y valgo, es, ante todo, obra de mi esfuerzo, y luego, obra de España, de Madrid, donde poco a poco me dieron sitio en la prensa, cuartillas, tinta, pluma y sueldo a pesar de las prehistóricas rutinas del periodismo español, de la famosa «crueldad» de mis sátiras, y de la atroz envidia de los plumíferos, de la hostilidad de la gente del oficio, que es allí el verdadero infierno de las letras que espantaba a Flaubert, pareciendo hecha para él la frase de Baüer:

«Je ne sais rien de pareil a l'envie, a la haine, a la méchanceté qui règnent dans les milieux littéraires et artistiques.»

Yo no debo nada a las Antillas (que siempre han querido hacer conmigo lo que Sampson con las baterías del Morro, reducirme al silencio), como no fuera favor el recibirme en la Habana con toda clase de pasquines por haber publicado en un periódico cubano y autonomista, La Discusión, una crítica que, como puede verse en mi Avispero, iba enderezada a pedir que las autoridades hiciesen cumplir las leyes de la estética y de la higiene. Y en cuanto a Puerto Rico, sin recordar, por demasiado reciente, que el señor Muñoz Rivera, no satisfecho con no pagar las deudas que tiene en el hotel Franklin (19, rue Buffault), aunque es ministro de Justicia, me estafó alevosamente una diputación bien ganada con muchos años de trabajo y percances por defender los derechos de aquellos colonos; la verdad es que éstos no han podido hacer más por mí, como lo prueba el relato siguiente de La Unión del señor Pi y Margall:

«Hace ya bastante tiempo, nuestro estimado colaborador señor Bonafoux y Quintero, publicó en las columnas de nuestro periódico un artículo titulado El Carnaval en las Antillas, en el cual ponía de manifiesto, con el laudable fin de corregirlas, ciertas costumbres de la capital de Puerto Rico, costumbres no muy en armonía verdaderamente con la cultura de que en los actuales tiempos debe hacer gala toda población importante. A nuestro juicio, el señor Bonafoux no se excedió en la crítica, ni aun en caso contrario había fundamento sólido para censurarle siquiera, dado el fin que en su trabajo se proponía.

«Esto no obstante, el señor Bonafoux no sólo ha recibido censuras, sino insultos; y no sólo insultos, sino que hasta ha visto su vida y la de su familia y amigos muy seriamente amenazada, a ciencia y paciencia de algunas autoridades transformadas acaso, con menosprecio de su cargo, en cabecillas de motín.

«Véanse los hechos para que se nos comprenda, hechos de gravedad suma, que por muchos días han ocupado la atención de los periódicos de Ultramar; hechos de tal manera escandalosos y trascendentales, que apenas si se comprende que la prensa de la Península haya guardado un absoluto silencio sobre ellos.

«El señor Bonafoux es oriundo de Puerto Rico, y allí reside su familia. Llamado precipitadamente para que acudiese al lado de su madre enferma, nuestro amigo desembarcó en la isla el día 23 de Junio. Apenas se supo su llegada a la capital, impulsada la población por un falso patriotismo, levantóse contra el señor Bonafoux, pidiendo nada menos que su muerte. Por espacio de cinco días reinó un verdadero motín, reproduciéndose los escándalos y las violencias uno y otro día, con una tenacidad sin ejemplo. Miles de personas recorrían de continuo las calles profiriendo gritos y amenazas; la prensa toda del país agotó contra nuestro colaborador todo el diccionario de las invectivas, excitando más y más a la enfurecida muchedumbre a tomar venganza; escribióse a todos los pueblos de la isla a fin de si pasaba por ellos el señor Bonafoux, se le hiciera el mismo recibimiento; y cuando el tan encarnizadamente perseguido trató de acudir en justa defensa a los periódicos, éstos se negaron a insertar escritos, excepción hecha del Boletín Mercantil.

«La casa que habitaba el señor Bonafoux al lado de su madre moribunda, fue allanada por una turba de más de seiscientas personas, y aquél sólo pudo librarse de la muerte gracias a los esfuerzos de la policía. Salió, por fin, el señor Bonafoux de su domicilio rodeado constantemente por un populacho armado con palos, picas y piedras, que lanzaba sin cesar horrorosos gritos.

«En el muelle más de doce mil personas aguardaban al señor Bonafoux, que apenas asomó, tuvo que soportar una lluvia de piedras, que afortunadamente no dieron en el blanco. No satisfechos todavía los amotinados, pretendieron asaltar el bote en que el señor Bonafoux se trasladaba al vapor, interviniendo entonces, sable en mano, la policía, lo cual produjo la consiguiente alarma y no pocas carreras. Pero la policía no pudo impedir que más de doscientas personas se embarcaran en otros botes, los cuales acompañaron al viajero, dirigiéndole toda especie de insultos y amenazas, hasta el vapor inglés que debía alejarle de aquellos lugares.»

***

Ya caigo en qué va vistiendo el proclamarme «escritor antillano», y que gusta decir:

-Ese Bonafoux (ese, como si hubiera otro), ese Bonafoux es una gloria del país. Preséntemelo. Convídelo a comer; -a lo que generalmente no accedo, porque la comida suele ser latosa, y porque el anfitrión, acostumbrado a la rimbombante indumentaria de los capitanes generales, se asombra de que no gasto charreteras n espuelas, y luego dice: -¡Parece mentira que ese sea Bonafoux! ¡Si come lo mismito que yo!

Sí, llámenme cualquier cosa, simbelgüensa si quieren; pero nada de «escritor antillano», no por ser depresivo, sino porque como escritor debo lo que soy al pueblo español, quien me animó leyéndome, y me quiere mucho a pesar de mis críticas (o quizá por ellas).

Nada de lo cual me impide defender los derechos de los antillanos, gracias a las cuales defensas he evitado atropellos y rescatado muchos presos. Porque lo que yo escribo se lee en España, cosa que no pasaría sí yo fuera «escritor antillano».



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