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Bill Viola en Londres

Carlos Franz





Un muerto emerge lentamente de una tumba llena de agua; o puede que no esté muerto sino que esté naciendo (de adentro de una mujer que «rompe aguas»). Un hombre camina desde el fondo de un enorme hangar; poco antes de llegar a nosotros se detiene y del suelo surge una hoguera que lo devora hasta consumirlo, completamente. Por detrás de esta escena, el mismo hombre ha caminado hasta el mismo lugar, pero en vez del fuego que subía empieza a caer sobre él una lluvia suave, primero, que luego se convierte en una catarata tan potente que lo disuelve del todo.

Son algunas de las obras del video artista norteamericano Bill Viola, expuestas con enorme éxito en la National Gallery de Londres, en estos días. A primera vista, los videos de Viola parecen cuadros o fotos, es decir imágenes inmóviles. Algunas son enormes, otras pequeñas, casi todas en formato digital sobre pantallas de plasma o cristal líquido, de altísima definición. Sus retratados son actores profesionales, con rostros y gestos también de altísima definición (emotiva). Sus trajes y los decorados sobre los que actúan tienen una simpleza minimalista, a menudo resuelta en tres o cuatro colores. El principal recurso expresivo que Viola aplica sobre esos elementos es la cámara lenta, tan lenta que algunos movimientos que en la realidad toman tres minutos, en la virtualidad de estos «cuadros» tardan una hora. Todo ocurre tan lentamente que nos obliga -si no queremos perdernos la experiencia- a una de las virtudes contemporáneas más escasas: la paciencia.

Comento la exposición con dos amigos que también la han visitado. Uno es un joven computarizado que lo sabe todo del hard y el soft (no porn, sino ware). La otra, una profesora de estudios culturales. El joven me dice que la clave de la atracción que producen las obras de Viola es la tecnología, la altísima definición, el ¡plasma! La mayor parte de la materia visible en el universo es plasma, me aclara, poniéndose místico. La profesora, tomando una pinta de cerveza en una taberna de Charing Cross me dice que la clave del éxito de Viola es el figurativismo. O sea, según ella, la abyecta atracción que experimentamos las clases medias por ver nuestros cuerpos retratados y nuestras emociones idealizadas.

A mí me parece que sus argumentos son astutos, pero difiero en algo esencial. Creo que lo que hace atractivos los recientes videos de Viola no es la tecnología de su soporte -su impecable artesanía-, ni la idealización cuidadosa -hasta el manierismo- de sus retratados, sino el concepto. Parece tautológico decir que el concepto sea lo esencial en un arte conceptual. Pero resulta que pocos conceptualistas muestran sus conceptos tan claros y definidos, como Viola. Hace años un celebrado artista chileno puso en el frontis de la Universidad de Chile una gigantesca frase en letras de neón, donde la palabra más simple era «oximoron». Recuerdo la frustración de los sufridos peatones en nuestra gaseosa Alameda.

¿Cual será la fuente de la alta definición conceptual que Viola logra en sus videos? Creo que no tiene que ver con el plasma, sino con la capacidad de «plasmar» en formas nuevas una tradición. Viola ha refinado y sometido a prueba sus conceptos poniéndolos lado a lado con grandes obras del pasado. Y de ese contraste sus ideas han emergido clarificadas hasta sus esencias. Su «Hombre de las Penas» reinventa la idea de las mater dolorosas en la iconografía medieval. Su «Quinteto de los atónitos» responde al concepto de un cuadro del Bosco. Los sujetos deformados por una angustia rabiosa, hablan de la frontera borrosa entre la resignación y el odio al destino. Ese hombre que vuelve de la muerte, pero que podría estar naciendo -ya muerto- inquieta con la paradoja eterna del nacer para morir. El hombre que se entrega al fuego, o al agua, hasta desaparecer en ellos, sugiere el viejo placer inquietante de la inmolación (que conocen los héroes y los mártires). En fin, no todos los conceptos de Viola me convencen. Pero, si uno puede discutirlos, es gracias a que Viola los ha presentado claramente. Allí donde otros artistas conceptuales tienen que acudir a críticos intrincados, para que nos expliquen una metáfora oscura, Viola se ha preparado, en el diálogo con la tradición, para atreverse a dialogar con nosotros. No hay riesgo más grande que el de ser claro, porque allí es donde nos transparentamos: plasmados en el vacío o el contenido de nuestras ideas.





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