Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Bioy Casares redescubierto

Daniel Moyano





La concesión del premio «Cervantes» al argentino Adolfo Bioy Casares permitirá sin duda una revalorización de su obra y el acceso de nuevos lectores a la misma. Por lo menos dos factores ajenos a su valor y contenido han actuado siempre en contra de una percepción absolutamente clara de sus textos: el hecho de que se lo asociase permanentemente con Borges, y ciertos prejuicios de la izquierda intelectual con respecto a la literatura no comprometida. Debo confesar que yo no fui ajeno a estos prejuicios (a pesar de haber sido un atento lector suyo) y que la relectura que he hecho de sus textos principales durante estos días me ha permitido ubicarme en un nuevo ángulo visual desde el cual algunas zonas de su obra que antes me parecieron oscuras aparecen ahora perfectamente iluminadas.

Durante el homenaje oficial que se le hizo en Madrid poco antes del otorgamiento del premio, se le preguntó sobre el compromiso del escritor con la realidad social de su país y de su época. Una pregunta un tanto ingenua tratándose de un escritor como Bioy. Él respondió sinceramente que carecía de sensibilidad por lo social y que toda su atención se volcaba en el individuo. Mencionó de paso a la clase política argentina que le tocó «padecer».

Su respuesta me recordó una reflexión que hace algunos meses hizo Carlos Fuentes aquí en Madrid refiriéndose a la situación social de hoy en los países iberoamericanos, y más concretamente al caso de Argentina: si su clase política hubiese estado a la altura de sus escritores, su sociedad ahora sería floreciente.

Y me recordó también la defensa de esa literatura que hizo Cortázar ante un auditorio cubano en La Habana: «Casi todos los cuentos que he escrito pertenecen al género llamado fantástico por falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cesas puedes describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII». Y reivindicando la existencia de una realidad oculta, hablaba de «la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable».

Aislada de la circunstancia Borges, que la tiñe de un color que no es enteramente el suyo, y de los prejuicios desde la izquierda, que la desenfocan como imagen, la obra de Bioy Casares se me aparece ahora con sus valores justos, iluminada en cierto modo por la de Cortázar.

Las coincidencias con este último y las diferencias con Borges ayudan a situarlo. Creo que los relatos de Borges parten de ideas mientras los de Bioy lo hacen desde percepciones súbitas de la realidad, como el caso de esos espejos que le sugirieron la idea central de La invención de Morel. De la misma manera se expresaba Cortázar cuando explicaba el origen de algún cuento o de un personaje; los cronopios aparecieron por primera vez en su vida en un teatro durante un intervalo; de pronto, decía, los vio aparecer y flotar en el aire, con todos sus atributos.

El universo borgeano es inmodificable, caótico, donde hasta la misma existencia humana se cuestiona, es decir, no habría caminos para la esperanza. Bioy en cambio intenta buscar caminos dentro de ese caos, y uno de ellos es el del amor.

De allí que los personajes de Borges, en cuanto tales, carezcan generalmente de realidad «carnal» y se aproximen más a la naturaleza de las metáforas que de los seres vivientes. Los de Bioy, en cambio, tienen consistencia real. Debo confesar que en estos días, al leer otra vez su relato En memoria de Paulina, he vuelto a enamorarme de ella, de su «resplandeciente perfección», y que como a ella «me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos».





Indice