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Boletín (Asociación Española de Amigos del IBBY)

Año VI, núm. 9, junio 1988

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Arriba Los libros de emblemas para adoctrinamiento y enseñanza de la juventud

Carmen Bravo-Villasante


Del 11 al 14 de agosto se ha celebrado en Glasgow (Escocia) el primer Congreso Internacional sobre los Emblemas Europeos, con una magna exposición de más de 1.400 libros de emblemas, en la Biblioteca de la Universidad de Strathclyde.

Es bien sabido que a finales del siglo XVI y durante el siglo XVII, época del Barroco, en que predomina la literatura conceptista y culterana y se utiliza con profusión la metáfora y la alegoría, los escritores cultivan el género de los enigmas, los emblemas y las empresas. Gustan de compendiar la filosofía, y sus conocimientos en frases breves y enjundiosas, que luego desarrollan ampliamente en lenguaje conceptuoso y sintaxis alterada.

Arte gráfico y arte literario se complementan, y el texto es la amplificación del jeroglífico precedido por la frase sentenciosa y concisa, que es el mote. Muchos autores escriben esta clase de libros, que tienen su precedente en Andrés Alciato y su Libro de Emblemas (1531) y en otros escritores de la antigüedad.

La moda de esta literatura de emblemas estuvo tan difundida que, incluso, llegó a la literatura infantil.

El libro de Alciato tuvo más de trescientas ediciones. En él se representaba el simbolismo bíblico, el mundo medieval y los bestiarios y el lenguaje ideográfico del Renacimiento.

En el Renacimiento italiano proliferan las empresas y los emblemas, los motes caballerescos, las divisas, las cimeras, las insignias, los blasones. Vemos que tanto en banderas como en vestimentas, sombreros y gorras van escritas las empresas, y se ponen en los escudos, en las medallas, sobre las puertas, en los muros y fachadas de las casas, en los arcos de triunfo, en los puentes, en las copas, en las fiestas y banquetes.

El predominio por lo visual, el gusto por la imaginería, la tendencia hacia lo plástico, lleva hacia lo simbólico y lo emblemático, y tiene la   —5→   significación de un nuevo lenguaje, el lenguaje de los signos. La imagen habla al analfabeto, mientras la letra no le dice nada. La res picta puede tener carácter de lenguaje universal. En un estudio más profundo de la emblemática y del lenguaje ideográfico siempre habría que partir de los jeroglíficos egipcios y de otros signos de la antigüedad.

Es indudable que las imágenes simbólicas son una constante de la expresión humana, hoy día que los historiadores y críticos han comprendido muy recientemente -y sin displicencia- las manifestaciones artísticas de esa época, puede explicarse el auge del lenguaje ideográfico, no sólo como una fantasía decorativa y lúdica, sino como simbolismo filosófico y moral. Hay que reconocer también que la empresa y el emblema se prestaban a lo didáctico y a lo propagandístico, y era un medio visual de extraordinaria eficacia. Al exigir la colaboración del autor, al mismo tiempo se convertían en entretenimiento. El emblema, las más de las veces, tiene no sólo la categoría de símbolo, sino de adivinanza. Una frase, un mote, una sentencia, debe ser desentrañada con los versos o comentarios del autor, pero, al mismo tiempo, exige la inteligencia y el ingenio del lector que lee el mote y contempla el dibujo. El emblema y la empresa, con apariencia de pasatiempo, conducían a un fin ejemplar.

En España proliferaron los libros de emblemas. En 1638 Pedro de Salas publicó una versión española del famoso libro de Hugo Hermann Pia desideria, con el título de «Afectos divinos con emblemas sagrados». El libro va dedicado a la muy ilustre señora doña Juana Antonia de Arellano y Manrique, Marquesa de Aguafuerte. En el prólogo el autor dice: «Mas si la humildad de mi estilo no es digna de aparecer ante la grandeza de V.S., dígnese de presentarla a sus muy querido y amadas prendas, tan lindos hijos, tan hermosas hijas, con que el Señor ha engrandecido las dos nobilísimas águilas de Aguilafuerte... Póngaselos V.S. en las -manos para que con sus emblemas y estampas apacienten su vista, y con sus versos y consonancia entretengan y regalen sus oídos, y con la enseñanza y espíritu que encierran se aficionen y enamoren más de Cristo. Estos sean los juguetes y entretenimientos de su tierna edad. Tales quería fuesen el gran Doctor de la Iglesia San Jerónimo los de aquella niña, hija de la Santa Matrona Leta (así escribe el Santo): vel buxea, vel eburnea, suis nominibus appellenter: ludat in eis, ut ipse ludus eruditio sit. Lábrense las unas letras, o de boj, o de marfil en forma de dados par a que jugando con ellos el mismo juego la sirva de enseñanza. Este efecto que hagan estos divinos afectos, y sus emblemas en esas señoras (sus hijas).»

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He aquí la teoría del emblema como juego de aprovechamiento para los niños, un anticipo de Orbis pictus de Commenius, y de las teorías de Locke, con el juego de la lotería para aprender el alfabeto.

Diego Suárez de Figueroa, en 1738, escribe el libro de emblemas titulado Camino del cielo (Emblemas cristianos), también inspirado en Hugo Hermann. En su interesante prólogo explica su intención didáctica: «por considerar que los preceptores más celosos habrían de hacer, que sus discípulos niños ejerciten los primeros rudimentos y construcciones gramaticales por estos libros... Y siendo así se puede de esta semilla esperar una gran cosecha de virtudes, pues instruidos desde niños en estas máximas y desengaños, toda la vida le permanecerán estos sagrados avisos».

Los libros de emblemas, muchos de ellos estaban dedicados a los niños, a los príncipes y a los pajes para entretenimiento y ejemplaridad.

En Inglaterra los autores de emblemas estaban muy interesados en el aspecto didáctico. John Bunyan (1628-1688) escribió el primer libro de emblemas para niños, no obstante haber sido leído por niños su Pilgrim’s Progress. Con el título de A Book for Boys and Girls; or Country Rhimes for Children (Un libro para los niños y las niñas; o rimas populares para niños) se publicó en 1707 este libro, que en 1724 se difundió con el título de Divine Emblems (Emblemas divinos), con grabados en madera. Los versos de Bunyan, aleccionadores, iban acompañados de dibujos. Eran avisos y amonestaciones, emblemas morales sobre el hombre, el niño desobediente, el vicio y la virtud. Los libros de emblemas para los niños tuvieron gran difusión en Inglaterra y en Alemania, hasta tal punto que dieron lugar a un género que culmina, aunque no lo parezca, con el Struwwelpeter, libro de avisos morales de corte aparentemente moderno, y en los Cautionary books, que llegaron hasta finales del XIX en Inglaterra y fueron ridiculizados con mucha gracia por el escritor Hilaire Belloc, tan amigo de Chesterton.

Entre estas parodias de los libros de emblemas se encuentra un curioso libro de R. L. Stevenson (1850-1894), el autor de La isla del tesoro y de tantas novelas de aventuras, y del bello libro de poemas A Garden of Verses (Un jardín de versos). Stevenson escribió un librito para niños titulado Moral Emblems (Emblemas morales). A la manera antigua, Stevenson escribe un aviso, un consejo en verso y lo acompaña de un grabado.

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En la historia de la literatura infantil universal hay, todavía, muchos temas por estudiar: el tema de los emblemas es uno de ellos. En las bibliotecas y en las tiendas de los libreros anticuarios pueden encontrarse muchos de estos libros, que son delicia del investigador y del coleccionista. Pero esto puede ser ocasión de otro artículo sobre los hallazgos, al retorno de Glasgow, en las librerías de Edimburgo, York y Rochester.

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