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ArribaAbajo Las anotaciones de Echeverría a los argentinismos inclusos en sus poemas54

Pedro Luis Barcia


El primer poeta argentino que apuntó, a pie de página, las acepciones de argentinismos incluidos en sus poemas fue don Manuel de Lavardén; lo hizo en su texto inaugural y programático «Al Paraná», aparecido en el número inicial del Telégrafo Mercantil55. Allí el poema va acompañado de dieciocho notas de diversa índole: económicas, eruditas, geográficas. Una de ellas es lingüística. Me refiero a la séptima, correspondiente a la letra «d»56 -pues las notas iban referidas con letras y no con números-, colocada en el verso 25:


La Vanda del Silvestre Camalote


Y dice: «El Camalote es un Yerbazo, que se cría en los Remansos del Paraná». Debe repararse en un primer detalle que no es intrascendente y que no han tenido en cuenta la mayoría de las ediciones posteriores: la palabra anotada va en bastardilla, en el periódico. Con ello, el autor se vale de un recurso tipográfico para destacar un vocablo, ingerido en el seno de su poema, que no corresponde a la lengua española general, sino al uso local o regional. Lavardén es consciente   —90→   de ello. Más aún, lo subraya para que los lectores tomen conciencia de esta inclusión, pues es a ellos a quien está destinada la cursiva que atrae sobre sí la atención lectiva.

Es indudable que cualquier lector argentino sabía qué cosa era el «camalote», con lo que debe interpretarse que Lavardén está apelando en el rasgo gráfico a un lector no argentino de su poema. Tiene en cuenta un lectorado más allá del Plata.

La segunda observación que cabe es que Lavardén maneja la forma de relieve de la cursiva porque tiene muy en claro que el vocablo injerto no corresponde a la lengua poética neoclásica que, de por sí, forma todo un subsistema expresivo. El discurso poético del neoclasicismo está salpicado de grecismos y de latinismos, y apelaciones a deidades grecolatinas («argentinas», «profugaron», «amaranto», «cornucopia», Mavorte, Ceres, se leen en «Al Paraná»). La aparición de un indigenismo, como «camalote», debía resultar alarmante, por lo menos, por lo insólito de su registro.

Cabe señalar que Lavardén incluye en su poema un americanismo como «caimanes» (v. 4: «tirado de caimanes recamados»), que no destaca en bastardilla ni allana en nota, quizá por considerarlo de uso ya frecuente en toda Hispanoamérica y en España. Además, en la nota 15 del verso 71, incluye otro vocablo regional que no subraya, pero sí explicita: «Tarané»57.

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La interesante actitud de Lavardén quedó aislada. El resto de los autores neoclásicos no habrá de incluir o de apuntar acepciones regionales de los vocablos de sus poemas. Tampoco lo harán dos poetas incluidos en La lira argentina, que abundan en argentinismos, como son fray Francisco de Paula Castañeda y Bartolomé Hidalgo. Debemos esperar hasta Hilario Ascasubi que, hacia 1833, comienza a anotar los usos regionales en sus poemas, tarea que continuará hasta la revisión de sus obras completas, publicadas en París, en 1872. De este autor y de sus apuntaciones léxicas, se ocupó el académico Eleuterio Tiscornia58.

Claro está que la franca inclusión de indigenismos, regionalismos y argentinismos en la obra de un poeta romántico americano se justifica ampliamente, a la luz de los mismos principios de la poética del movimiento, respecto de los rasgos pintorescos, peculiares, costumbristas, que identifican un lugar, un paisaje, una situación en su singularidad. Echeverría anotó sobriamente sus obras. Las obras en prosa, como la Ojeada retrospectiva o las Cartas a Pedro de Ángelis, incluyen apuntamientos de precisión histórica, documental o erudita. Las dos o tres notas léxicas que contienen se ocupan de vocablos de uso político, adoptados por el autor para su prosa discursiva en este terreno, por ejemplo: «comunión» o «proletarismo» («Revolución de febrero en Francia»).

En cuanto a El Matadero, un texto que, lingüísticamente, es de alto interés, no podemos avanzar firmes en el terreno. En primer lugar, porque no anotó un solo término del texto, pese a reconocerse varios contenidos en él, como «ñandubay», «resbalosa», «chiripá», «chusma», «caranchos» y tantos más. El único argentinismo realzado en bastardilla es aguateros. Pero es un texto sobre el que poco se puede concluir con seguridad en este terreno porque no lo editó Echeverría, sino Juan María Gutiérrez, veinte años después de la muerte del autor.

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Como se sabe, el criterio lingüístico de Echeverría es muy prudente y distanciado del de algunos de sus discípulos. Claramente dice en una de las pocas declaraciones sobre la cuestión del idioma:

La América que nada debe a la España en punto a verdadera ilustración debe apresurarse a aplicar la hermosa lengua que le dio en herencia al cultivo de todo linaje de conocimientos, a trabajarla y enriquecerla con su propio fondo, pero sin adulterar con postizas y exóticas formas su índole y esencia, ni despojarla de los atavíos que le son característicos.

Es el lenguaje como las tintas con que da colorido y relieve el pintor a las figuras. Las ideas hieren, los objetos se clavan en la fantasía si el poeta por medio de la propiedad de las voces no los dibuja solamente sino los pinta con viveza o energía, de modo que aparezcan como materiales, visibles y palpables al sentido, aun cuando sean incorpóreos.


(«Estilo, lenguaje, ritmo, método expositivo». En Obras completas. T. V, pp. 115-121).                


Cuando se hallaba en París, Echeverría leyó aplicadamente los clásicos de la literatura española, y aun extractó de sus obras expresiones, dichos, frases. Han perdurado estos apuntes. Esto revela una atención preocupada por el manejo de la lengua. De alguna manera, estaba adiestrando el instrumento expresivo que habrá de manejar abundantemente a su retorno al Plata, a la hora de encabezar la renovación romántica en nuestra lengua.

Y es recordable aquí la coda con que concluye la anotación a la expresión «todo fulo», que aparece en El ángel caído (v. Vocabulario en este trabajo):

Aunque no reconocemos al pueblo como legislador del idioma, creemos, sin embargo, que en primer lugar, el uso general y continuo y, en segundo, el de los escritores de monta son la autoridad única de legitimación y sanción en esta materia.


Lo que Echeverría hace, al anotar los argentinismos incluidos en sus poemas, es asociar las dos vertientes para dar más «legitimación y sanción» a los vocablos usados.

Las voces locales, regionales, nacionales acuden con su propiedad, precisamente, a dar color, relieve y vivacidad a la expresión. Así se explica la inclusión de oportunos, insustituibles argentinismos en sus poemas. Por ello, el aspecto más interesante para nuestra atención   —93→   radica en los poemas extensos, pues en los breves no incluye anotación alguna.

Las obras en que Echeverría anotó argentinismos son las siguientes:

1. «La Cautiva». En Rimas. Buenos Aires: Imprenta Argentina, 1937: Cautiva. (O. C., I, pp. 35-138).

2. La guitarra o Primera página de un libro. Montevideo. 1842: Guitarra. (O. C., I, pp. 139-228).

3. Insurrección del Sud. En El Comercio del Plata. Montevideo: Año IV, n.º 1013 del 25 de mayo al n.º 1032 (1849): Insurrección. Avellaneda. Montevideo: Imprenta Francesa, 1849: Avellaneda. (O. C., I, pp. 227-444).

4. El ángel caído. En O. C., T. II.

Para sistematizar este aporte disperso de Echeverría a un vocabulario de argentinismos -usado este término en un sentido amplio-, ordenaré alfabéticamente los vocablos anotados en las obras mencionadas. Cada artículo contendrá pues: 1) el lema; 2) la acepción en palabras de Echeverría; 3) el o los versos en que figura el vocablo anotado, con indicación de la obra donde aparece, según la edición de: Obras completas. Buenos Aires: Carlos Casavalle editor, 1870-1874; 4) la indicación «Muñiz, 4» señala que el vocablo está registrado en el Vocabulario, de Francisco Javier Muñiz, coetáneo de las anotaciones echeverrianas; y el arábigo indica el número de asiento en dicho léxicos59. No incluiré los topónimos, salvo «Riachuelo», por ser voz general, con acepción propia en la región del Plata. Para citar correcta y precisamente, he debido numerar los versos de la totalidad de los poemas de referencia que, como se sabe, no están numerados en ninguna edición. Se indica: Avellaneda, I, ii, 117-121. El romano grande corresponde a la parte del poema; el romano pequeño, a las secciones o cantos en que divide la parte el poeta; y los arábigos, a los versos.

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Vocabulario de argentinismos anotados

Altillo. Desván formado de tablas que suele haber en el pasadizo de entrada de las casas. «En el altillo / que me esconda es más sencillo». (Ángel, II, vv. 1133-1134, O. C., I, p. 548).

Amito. Expresión de cariño y respeto con que denominan los criados a los hijos de sus amos y, en general, a toda persona joven que no es de su clase. «-Mi amito, ¿qué no se acuesta?». (Guitarra, II, iv, v. 43, O. C., I, p. 192).

Amores de ojito. Amores platónicos. «Anda en amores de ojito». (Ángel, II, v. 832, O. C., I, p. 548).

Apero. Llámase así en el Río de la Plata a la montura o recado del caballo. «Los más sobre los aperos / o la gramilla sentados». (Insurrección, V, vv. 63-64, O. C., I, p. 247).

Bolas. Arma arrojadiza que se compone de tres correas trenzadas, ligadas por un extremo, y sujetando en el otro otras tantas esferas sólidas de metal o piedra. «Pero al golpe de un bolazo / cayó Brián». (Cautiva, canto II, vv. 178-179, O. C., I, p. 52).

Carcamán. Apodo vulgar que se aplica a los genoveses y, en general, a los italianos. «¡Che!, el carcamán está allí». (Ángel, II, v. 803, O. C., I, p. 548). Adviértase el uso del «che».

Ceibal y retamo. Flores muy vistosas producidas por arbustos del mismo nombre que se crían a las orillas del mencionado río. «Y ese magnífico ramo / de ceibal y de retamo / pintado en el Paraná». (Ángel, VI, vv. 309-310, O. C., I, p. 549).

Chacra. Casa de campo destinada a siembras, distante de la ciudad. Hay generalmente en ellas una quinta o plantío de árboles frutales y un jardín. «A vivir mucho tiempo concentrado / a una chacra se fue determinado». (Ángel, V, vv. 600-601, O. C., I, p. 549).

Estanciero. El propietario de una hacienda de pastoreo. «Y poetas serán los carniceros, / los gauchos y estancieros, literatos / y el lauro usurparán a los doctores». (Ángel, V, vv. 102-103, O. C., I, p. 549).

Fachinal. Llámanse así en la provincia, ciertos sitios húmedos y bajos en donde crece confusa y abundantemente la maleza. «Y en fachinales o cuevas / los nocturnos animales, / con triste aullido se quejan». (Cautiva, canto II, vv. 16-18, O. C., I, p. 46).

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Gaucho. El campesino que trabaja en una hacienda de pastoreo a jornal. «Y poetas serán los carniceros, / los gauchos y estancieros, literatos, / y el lauro usurparán a los doctores». (Ángel, V, vv. 102-103, O. C., I, p. 549); Muñiz, 6, 60 y 97.

Gringos. Apodo vulgar con que se designa en el Río de la Plata a los extranjeros que no son de origen español. «Y Ema en perpetuos saludos, / siempre rodeada de gringos». (Ángel, II, vv. 781-782, O. C., I, p. 548).

Huinca. Voz con que designan los indios al cristiano u hombre que no es de su raza. «Guerra, guerra y exterminio / al tiránico dominio / del huinca». (Cautiva, canto II, vv. 143-145, O. C., I, p. 51).

Linternas. Insectos de luz intermitente y alígeros que abundan en las noches serenas de verano. Son las luciérnagas de España. «Y las linternas brillantes / en la oscuridad vagando». (Guitarra, II, iv, vv. 83-84, O. C., I, p. 194).

Luz. Nombre que dan en el Plata a las exhalaciones fosfóricas o fuegos fatuos. La gente vulgar y preocupada se imagina que son ánimas en pena de personas asesinadas o muertas sin confesión. «-Amito, ¿ha visto la luz? / -¿Qué luz? -La que anda vagando / allí en el potrero viejo». (Guitarra, II, iv, vv. 51-53, O. C., I, p. 192).

Maloca. Lo mismo que incursión o correría. «Feliz la maloca ha sido; / rica y de estima la presa / que arrebató a los cristianos». (Cautiva, canto 11, vv. 29-30, O. C., I, p. 46).

Mate. Especie de té producto del Paraguay y del Brasil, muy usado en el Río de la Plata. De ahí, matear y matero. «Paseábanse a lo largo en charla viva, / tomando su buen mate y dando al diente / sustancia de bizcochos nutritiva». (Ángel, IV, vv. 1734-1735, O. C., I, p. 548).

Matear. Lo mismo que tomar mate. «O de pie fuman, matean / formando círculos varios». (Insurrección, V, vv. 65-66, O. C.,I, p. 274).

Ñacurutú. Especie de lechuza grande, cuyo grito se asemeja al sollozar de un niño. «Los gemidos infantiles del ñacurutú / se mezclan». (Cautiva, canto II, vv. 267-268, O. C., I, p. 56).

Ombú. Árbol corpulento de espeso y vistoso follaje, que descuella solitario en nuestras llanuras, como la palmera en los arenales de Arabia. Ni leña para el hogar, ni finto brinda al hombre pero sí fresca y regalada sombra en los ardores del estío. «Fórmale grata techumbre / la copa   —96→   extensa y tupida / de un ombú, donde se anida / la altiva águila real». (Cautiva, canto X, vv. 57-60, O. C., I, p. 134).

Pacará. Es el árbol más robusto y corpulento de Tucumán. Hay allí muchos cuya copa daría sombra a más de cien jinetes. «Al pacará que al viajador asombra / cien jinetes cobija con su sombra». (Avellaneda, I, i, vv. 22-23, O. C., I, p. 431).

Pajonal. Paraje anegado, donde crece la paja enmarañada y alta. Los hay muy extensos y algunos a la distancia aparecen en la planicie como bosques; son los oasis de la pampa. «A corto trecho se hallaron / de un inmenso pajonal».vv. (Cautiva, canto V, 5-6, O. C., I, p. 77).

Palenque. Pequeña estacada de gruesos maderos trabados horizontalmente, en la cual se ata la soga o la brida del caballo. Los hay generalmente a la entrada de las casas de campo. «Ató al palenque la brida / del animal trasijado». (Guitarra, II, ii, vv. 133-134, O. C., I, p. 182); Muñiz, 86.

Pampa. La llanura desierta. «Cuando joven en la Pampa / pació la grama y el trébol». (Guitarra, Parte I, iv, vv. 3-4, O. C., I, p. 148).

Pampa. Las llanuras desiertas de Buenos Aires. Pampero. El viento de la pampa. «Engendro de la Pampa y de los Andes / el Pampero soplaba con estruendo». (Ángel, N, vv. 1465-1466, O. C., I, p. 548).

Paquete. Lo mismo que vestido a la moda o con elegancia. Se aplica también a los pisaverdes. «Al tiempo que don Juan como un cohete, / salía de su casa muy paquete». (Ángel, IV, vv. 238-239, O. C., I, p. 548).

Pingo. Lo mismo que caballo. «Para la danza tan rudos, / que retozan como pingos». (Ángel, II, vv. 784-785, O. C., I, p. 548).

Poleo. Arbusto de cinco pies cuya fragancia se parece a la del tomillo. «Sus aires son aromas / que parecen fluir entre azul velo / del seno de redomas / de poleo, cedrón y yerbabuena». (Avellaneda, I, i, vv. 117-121, O. C., I, p. 431).

Poncho. Manta de lana cuadrilonga con una abertura en el centro para meter la cabeza. «Y con poncho oscuro que encontró enrollado». (Ángel, IV, v. 1202, O. C., I, p. 548).

Porteña. Llaman así los provincianos a la mujer nacida en Buenos Aires, por estar situada esta ciudad a orillas del único puerto hábil de la República Argentina. «Y allí se encontró reunido / como en un   —97→   jardín ameno, / de la belleza porteña / lo más gracioso y perfecto». (Guitarra, I, iv, 21-24, O. C., I, p. 149).

Porteño. El natural de Buenos Aires. «Este porteño es un diablo». (Ángel, II, v. 847, O. C., I, p. 548).

Postes. Maderos clavados verticalmente en el veril de las veredas de las calles de Buenos Aires. «Al tiempo que éste en un poste / de la vereda se traba». (Guitarra, III, ii, vv. 73-74, O. C., I, p. 211).

Potrero. Extensión de campo zanjeada para encierro y pastoreo de caballos: cuando se destina a siembras o se abandona, se llama «potrero viejo». Son lugares donde naturalmente abundan luces o fuegos fatuos. «La que anda vagando / allí en el potrero viejo / en las noches de verano» (Guitarra, II, iv, vv. 52-54, O. C., I, p. 193); Muñiz, 90.

Quinta. Mansión de recreo no lejos de la ciudad, donde generalmente se cultivan árboles frutales y hortalizas. «Llegó a una quinta cansado» (Guitarra, I, iv, v. 14, O. C., I, p. 193).

Quintero. Peón. Jornalero que trabaja en la labranza de la quinta. «El marido era hombre malo / y allí dio de puñaladas, / un día que andaba arando, / por celos de la mujer, / al peón quintero del amo». (Guitarra, II, iv, vv. 61-64, O. C., I, p. 193).

Ranchos. Cabañas pajizas de nuestros campos. «Ya los ranchos do vivieron / presa de las llamas fueron». (Cautiva, canto I, vv. 156157, O. C.,I, p. 42); Muñiz, 65.

Resbalosa. La Resbalosa es la sonata del degüello, como lo indica la palabra misma; ella imita el movimiento del cuchillo sobre la garganta de la víctima y se canta y se baila al mismo tiempo. (Avellaneda, III, iii, vv. 36-40, O. C., I, p. 443).

Riachuelo. En español, es nombre genérico de todo pequeño río; en Buenos Aires, apelativo de la única corriente que por las cercanías de esta ciudad desagua en el Plata. También le llaman «río de Barracas». «De la calle por do manso / el Riachuelo se desliza». (Guitarra, II, ii. vv. 180-181, O. C., I, p. 184).

Tía. el cuento de la. Lo mismo que negra vieja. «Y en el cuento de la tía / siguió Ramiro cismando». (Guitarra, II, iv, vv. 78-79, O. C., I, p. 194).

Tipa. El tipa es un árbol bajo y de tupida copa cuyo grueso tronco tiene la figura de una pipa. «El cedro y el lapacho, / el tarco, el lanza y el obeso Tipa». (Avellaneda, II, ii, vv. 690-691, O. C., I, p. O. C., I, p. 438).

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Todo fulo. Locución nacional. Lo mismo que azorado y desencajado el rostro. Aunque no reconocemos al pueblo como legislador del idioma, creemos, sin embargo que, en primer lugar, el uso general y continuo, y en segundo, el de los escritores de monta son la autoridad única de legitimación y sanción en esta materia. «Volvió en sí, todo fulo y azorado». (Ángel, II, v. 1265, O. C., I, p. 548).

Toldería. El conjunto de chozas o el aduar del salvaje. «O su toldería / sobre la grama frondosa / asienta». (Cautiva, canto I, v. 26, O. C., I, p. 36).

Valichu. Nombre que dan al espíritu maligno los indígenas de la pampa. Hemos leído en el Faulkner «Valichu», comúnmente se dice «Gualichu». «Nadie acometerle osó. / Valichu estaba en su brazo». (Cautiva, canto II, vv. 176-177, O. C., I, p. 52).

Yajá. El P. Guevara hablando de esta Ave, en su historia del Paraguay, dice: «Al Yahá justamente lo podemos llamar el volador y centinela. Es grande de cuerpo y de pico pequeño. El color es ceniciento, con un collarín de plumas blancas que lo rodean. Las alas están armadas de un espolón colorado y fuerte con que pelea. En su canto repite estas voces: "Yahá, Yahá", que significa en guaraní, "vamos, vamos", de donde se le impuso el nombre. El misterio y justificación es que estos pájaros velan de noche, y en sintiendo ruido de gente que viene, empiezan a repetir "Yahá, Yahá", como si dijeran: "Vamos, vamos que hay enemigos y no estamos seguros de sus asechanzas". Los que saben esta propiedad del "yahá", los que oyen su canto luego se ponen en vela, temiendo vengan enemigos para acometerlos». En la provincia se llama «chajá» o «yajá» indistintamente. «El Yajá de cuando en cuando / turbaba el mudo reposo / con su fatídica voz». (Cautiva, canto I, v. 68, O. C., I, p. 39).

Son cuarenta y dos los vocablos anotados por Echeverría en sus poemas. De ellos, sólo repite «pampa» en dos ocasiones.

Hay afirmaciones de algunos críticos acerca del léxico de Echeverría que demuestran no haber cursado las primeras ediciones de sus obras o, más aún, haber manejado ediciones deturpadas, que inhabilitan toda observación precisa en el campo lingüístico. Por ejemplo,   —99→   lo denuncia Antonio Lorente Medina en su edición de las Rimas60, respecto de observaciones fallidas de Noé Jitrik. Por el contrario, la mera lectura digital, como se dice, de las obras de Echeverría certifica el cuidado que puso en el uso de bastardillas y de notas para muchos argentinismos en su obra. Afirmar otra cosa es desconocer, precisamente, la voluntad de subrayar en el seno de la lengua general aquellos vocablos que, con manifiesta intencionalidad, incluyó en su discurso poético. Su lucidez pasa por aquí y no por una indiscriminada incorporación del uso. Repárese en la afirmación que asienta -y que he transcripto- a propósito de la expresión «todo fulo» en El ángel caído.

Ensayo la inducción de algunas conclusiones a partir de lo observado y registrado:

1. La actitud de anotar las acepciones de argentinismos léxicos y expresivos incluidos en sus poemas revela en Echeverría una clara conciencia en el manejo de los niveles de lengua.

2. El hecho de destacar dichas voces y expresiones en bastardilla muestra que el manejo consciente de esa forma de relieve apunta a dos intenciones:

2.1. Por un lado, destacar que está incluyendo voces de uso regional o nacional, propias para mentar realidades típicas, únicas del mundo cultural argentino. Así cumple con un postulado básico de la concepción romántica del arte, atenta a las realidades nacionales, a usos y costumbres de cada sitio, a modos costumbristas.

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2.2. Por otro lado, apunta a un lector no argentino, bien sea hispanoamericano o español, al destacar vocablos infrecuentes para ellos, que allana en notas convenientes. De esta manera, Echeverría está considerando una expansión del lectorado de la producción literaria del país.

3. Las anotaciones del escritor asocian las dos vertientes de legitimación de usos de la lengua, «el uso general y continuo, y en segundo, el de los escritores de monta», como apuntó en la expresión «todo fulo».

4. En el total de algo más de cuarenta notas, llevan la delantera los indigenismos con dieciséis presencias: quechuismos, araucanismos y guaranismos.

5. Hay un reducido número de voces que presentan diferente acepción en el Plata respecto de los usos españoles, por ejemplo: «quinta», «porteño», «tía», «altillo», «resbalosa».

6. Allana pocas expresiones: «amor de ojito», «todo fulo» y «el cuento de la tía».

7. Cabe decir que Echeverría no anotó la totalidad de los vocablos de uso rioplatense o argentino que incluyó en sus poemas; por ejemplo: «quebracho», «lapacho», «tarco» (Avellaneda, II, ii, vv. 690-691) o «chinita» (Avellaneda, V, v. 291). Ni tampoco puso en nota la acepción de algunos que destacó en bastardilla, como parejero (Avellaneda, III, iii, v. 111)

8. De los cuarenta y tres vocablos, sólo cuatro están registrados en el vocabulario, de Muñiz, coetáneo: «gaucho», «palenque», «potrero» y «rancho». El resto no figura en dicho léxico.

Mucho queda por estudiar en el nivel lingüístico en este autor. O, por mejor decir, acerca de los usos de diferentes niveles de lengua en el seno de su obra. Quede para otra ocasión.

Pedro Luis Barcia