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ArribaAbajo Poesías y aportes desconocidos de Rafael Obligado

Pedro Luis Barcia


Cuando en 1927 se conmemoró un nuevo centenario de Góngora, Borges escribió aquello de: «Yo siempre estaré dispuesto a acordarme de Luis de Góngora y Argote cada cien años». Eso no podría decirse respecto de la Academia Argentina de Letras y el sesquicentenario -para usar lo que Horacio llamara sesquipedalia verba- del nacimiento de don Rafael Obligado.

A poco de asumir don Ángel J. Battistessa como Presidente de la Academia, tuvo intención de retomar la colección de «Clásicos Argentinos», iniciada en 1943 e interrumpida desde 1950. Yo trabajaba, por entonces y desde hacía años, junto a él, tanto en la cátedra de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata, como en los cursos del Instituto del Idioma, con sede en la casa de don Enrique Larreta, en Belgrano. Como el maestro sabía que yo estaba embarcado en una investigación sobre la obra desconocida de Rafael Obligado, me ofreció la posibilidad de editar algo del cantor del Paraná. Fue así como en 1976, la Academia editó mi tomo de Prosas de Rafael Obligado, como volumen XI de la dicha serie4. Hace justamente, un cuarto de siglo que la Academia honró al autor editando el grueso volumen con su obra prosada desconocida. De modo que mi «ingreso bibliográfico» a la Casa data de 1976. En ese volumen, hace años agotado, reuní un caudaloso material que había permanecido ignorado por la crítica y la historiografía. Dividí el conjunto en cuatro secciones: Doctrina estética y lingüística, Crítica literaria y artística, Narrativa y Varia. Tal vez, lo más curioso de mi aporte fue el descubrimiento   —264→   de una novelita sentimental ignota de Obligado que, concorde con su sentido argentinista, tituló Achira, cuya acción transcurre, naturalmente, a orillas del Paraná, el río por antonomasia para el poeta5.

Precedí los trabajos en prosa de Obligado con un estudio prologal de más de setenta páginas, lo que parecía excesivo para una presentación. Pero ocurría que todo lo allí recogido había sido extraído de las amarillentas páginas de revistas y diarios del siglo XIX, donde había yacido completamente olvidado por los estudiosos. Se trataba del rescate de un material prácticamente inédito, que necesitaba ser situado en su contexto al ser editado. La publicación del volumen fue muy bien recibida por la crítica especializada y, con él, se retomó la valiosa serie editorial académica.

Andados los años, cuando en 1989, don Horacio Zorraquín Becú publica su libro Tiempos de Rafael Obligado6, apoyó gran parte de sus consideraciones y referencias en el volumen Prosas editado por la Corporación. Y, a propósito de él escribió: «Débese a Pedro Luis Barcia esta recopilación de los imprescindibles escritos de Obligado, publicada por la Academia Argentina de Letras en 1976. Barcia en su magnífico estudio preliminar -así lo denominamos pues es algo más que un prólogo- analiza la "prosa armoniosa y bien trazada en sus cláusulas" de Obligado, nos habla de su "soltura grácil y movimiento elegante y fluido" y lo califica, en síntesis, de "prosista correcto, armonioso y con seguras inflexiones propias" (pp. LXXI a LXXVI)».

Este elogio a mi trabajo de mis treinta y tantos años, sorprendido en la opinión de quien la escribió -más allá de satisfacer gratamente mi cuota de egotista vanidad-, deja en claro que ni la Academia ni quien habla ahora se acuerdan de Obligado solo cada cien años, como decía Borges de Góngora. Tampoco los académicos. Oyuela, nuestro primer Presidente, figura a la cabeza en el reconocimiento de los méritos de Obligado. Le debemos a Rafael Alberto Arrieta un par trabajos importantes de investigación sobre nuestro autor, y a don Arturo Capdevila la vigilada edición de las Poesías, publicada por la   —265→   casa Estrada, en 1959. Y me place citar, muy particularmente, a don Roberto Giusti, mi antecesor en el sillón que ocupo, en un artículo algo olvidado «Rafael Obligado y Miguel Cané»; publicado en La Prensa, el 21 de enero de 1951, con motivo del centenario del nacimiento de ambos escritores, aunando la evocación elogiosa de los autores hoy memorados7. Por fin, el querido Ángel Mazzei, mi inmediato predecesor en el sillón «Juan Cruz Varela», preparó una edición escolar de los poemas de Obligado en 19948. En síntesis: la Academia, y los titulares del sillón Varela, hemos venido cumpliendo gustosamente con la memoria de Obligado y su obra, y no han sido los nuestros gestos ocasionales ni de mera vocación aniversaria.

El 27 de enero de 1851 nace Rafael Obligado, una semana después de la muerte de Esteban Echeverría. Pareciera que el destino hubiera dispuesto que uno le pasara al otro el testimonio de la poesía nativista. Porque ésta es la naturaleza de la poesía de ambos: poesía nativista, esto es aquella que se expresa en nivel de lengua culta y versa sobre cuestiones patrióticas, históricas del pago, leyendas y supersticiones de la tierra, personajes, tipos humanos, usos, costumbres de la región, flora y fauna nativas. Es lo que críticos despistados siguen denominando con una imprecisión aberrante: «poesía gauchesca en lengua culta». La poesía gauchesca, obra de autores letrados, se define, básicamente por dos elementos conjugados: el nivel de lengua, que imita la rural, la del gaucho, y el hecho de que esa poesía responde a una forma mentis del gaucho y a las «preferencias mentales de su habla», como supo decir Amado Alonso9, que condicionan su percepción del mundo y de todas las realidades, sus comparaciones y metáforas, y demás elementos valorativos y expresivos. Por eso, el Fausto de Estanislao del Campo es un poema gauchesco: pues su lengua y la   —266→   forma mentis reflejadas en los discursos de los dos aparceros dialogantes son similares a las del paisano, aunque el asunto de la obra esté muy lejos de ser el rancho o la boleada, y se trate de una ópera del francés Gounod sobre el drama de un alemán, Goethe. Es error repetido reducir los asuntos de la gauchesca a los elementos del hábitat del paisano.

Hablar de «poesía gauchesca en lengua culta» le habría sonado a Obligado como cebar mate amargo con un poco de azúcar. Una contradicción de términos. Lo suyo fue, en lo más conocido de sus poemas, poesía nativista. Ésta es la línea estética iniciada por Echeverría en La Cautiva, o, si se estira algo la manta, inaugurada por fray Cayetano Rodríguez en «Cuento al caso», que recogió La lira argentina10.

Don Rafael fue un firme echeverriano. Le dedicó al iniciador un magnífico canto programático que abre su colección poética y, además, preparó una antología de prosa y verso, donde metió mano, con libertad, enmendando, según su criterio, algunas líneas de poemas de su maestro11.

Obligado fue, estrictamente hablando, un auctor unius libri, un autor de un solo libro: Poesías, producto primoroso de la imprenta parisina de A. Quantin, en 1885, en tirada de 500 ejemplares. Decisión curiosa para un cultor del argentinismo en todos sus planos, que jamás salió de las fronteras de su país, salvo una escapada a Chile. Pero siguió en aquello la sugerencia del editor porteño Félix Lajouanne. La segunda edición, revisada y aumentada fue también impresa en París, en 1906, en los talleres de la Viuda de Ch. Bouret.

Prefiero hacer algunas precisiones referentes a los intereses de nuestra Academia, aspectos menos conocidos de su preocupación, que demorarme en la caracterización de su poesía ya debidamente realizada por críticos de nuestra misma Casa, como Oyuela, Arrieta y Giusti. En 1873 se funda la Academia Argentina de Ciencias y Letras, a la que se incorpora Obligado. Las sesiones de la Institución se comenzaron   —267→   a hacer, entonces, en los altos de la casa de Obligado, en la calle Tacuarí 17. Casa cuya planta baja se había alquilado a la Librería del Plata, del librero de viejo Casagemas, que habría de encargarse de la distribución del La vuelta de Martín Fierro. En la planta tercera de la casa, había una especie de bohardilla, que don Rafael llamaba «Mi Himalaya». Allí se hacían las reuniones de la Academia, los sábados por la noche, y circulaba el mate entre los presentes, como toque de rasgo nacional, aunque cebado por un mucamo gallego. De allí, surgió la idea del Diccionario de argentinismos, obra que entusiasmó a Obligado y por la que veló casi hasta el fin de sus días. La Corporación llegó a reunir unas 4.000 papeletas con vocablos de nuestro uso. Trabajaban en ello intelectuales de distintas disciplinas, artes, ciencias y letras: Juan Carballido, Atanasio Quiroga, Clemente Fregeiro, Estanislao Zeballos, Carlos Vega Belgrano, Eduardo Hohnberg, Martín Coronado, Ventura Lynch, Gregorio Uriarte, Lucio Correa Morales, Luis J. Fontana, etc.

He rastreado las labores de esta Academia y reunido un importante material para elaborar un estudio estimablemente completo de sus actividades y logros. Voy a dar solo tres muestras de algunas de estas papeletas desconocidas con argentinismos como: bagual, blandengue, bombilla, catanga, chapalear, chingolo, garúa, señuelo, tirador...:

bombilla: s. f. Canutillo de plata o de lata que se usa para tomar mate; fue inventada por los jesuitas. Es de una cuarta, más o menos, de largo; la extremidad introducida en el mate remata en un pequeño recipiente esférico, semiesférico o biconvexo, llamado pala, agujereado para permitir la absorción del líquido e impedir el paso de la yerba. La extremidad superior es cilíndrica o achatada.

chingolo: s. m. (Del quichua chaín-hulla: flautita, según el Doctor Vicente Fidel López. Fig. apodo que se aplica a las personas delgadas y de escasa estatura. Frase: «Morir como un chingolito»: morir sin hacer resistencia.

Zool. (Zonotricha matutina) Ave pequeña, muy común, del tamaño del jilguero, pero de cuerpo más fino, pecho y vientre blanquecinos, cuello corto y ceñido de una faja canela oscura, que termina en una aureola levemente rojiza; lomo y alas oscuras, ligeramente aperdizadas; cola larga y pico breve y resistente; es omnívoro, pero prefiere las semillas que encuentra en el estiércol seco de los caballos; su canto, diurno y nocturno, es breve y dulce, semejante al sonido de una flauta pequeña, de donde proviene su nombre quichua. Gústale la proximidad de las casas de campo y se deja cazar fácilmente,   —268→   siendo domesticable; camina a saltos breves y ligeros; hace su nido en los pastizales o en los agujeros de las barrancas, y sus huevecitos son de color de chocolate y blanco, y en número de cinco.

garúa: s. f. (Del quichua: huarchua) Llovizna.

Hubo alguna oposición al proyecto del Diccionario en el seno de la Academia Argentina por entender, un sector de sus integrantes, que se quería «nacionalizar el idioma y la literatura», y se retiraron de la Corporación.

Hacia 1880, la política concluyó por dispersar a los restantes académicos. En 1884, Obligado se trasladó a una casa en la calle Charcas al 128, frente a la antigua Plaza de Toros. Allí se retomaron las tertulias de los sábados, con nuevos integrantes, y varios jóvenes. Hubo un cambio fundamental en las reuniones: el mucamo español que en Tacuarí les cebaba mate, ahora tenía orden de servir té. Sería contravención del propio Obligado para con sus principios y su fidelidad a la caa-ya-iba o illex paraguaiensis. Debió acordarse de aquella estrofa del cielito de Bartolomé Hidalgo que se valía de las bebidas para acentuar la oposición entre criollos y godos:


Cielito, cielo que sí
cielito de chocolate,
aquí somos puros indios
y solo tomamos mate.


Este cambio de infusión contradecía su argentinismo, que cifraba en aquella declaración electiva: «Prefiero, decía don Rafael, al graznido del águila jupiterina, el grito delator del tero o la estridencia del chajá».

En 1889, al difundirse la proposición de la Real Academia de crear correspondientes en Hispanoamérica, Obligado adhirió entusiasta, y retomó el caudal de argentinismos de la desaparecida Academia Argentina de Ciencias y Letras, que él había preservado, con la idea de sugerir su consideración. Pero un trabajo suyo en la prensa local desató un cruce duro de opiniones, básicamente con Juan Antonio Argerich, que llamaba a la potencial Academia Argentina correspondiente, «la sucursal».

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El mismo año de la sugerencia de creación de nuevas academias en América, la Real Academia Española lo designa, junto a Guido Spano, a propuesta de Marcelino Menéndez y Juan Valera, como académico correspondiente, distinción que acepta al año siguiente en carta dirigida al Secretario Perpetuo de la Corporación española, Tamayo y Baus, que he recogido en el volumen Prosas. Allí dice:

«Considero un deber de patriotismo velar la pureza y el enriquecimiento de nuestro magnífico idioma. La República Argentina, como Usted sabe, recibe anualmente miles de inmigrantes, benéficos en sí mismos, puesto que son la principal fuente de su progreso, pero causa fatal de la mezcla de todas las lenguas, en detrimento de nuestra cultura literaria y artística.

»Como argentino y como amante de nuestras tradiciones de raza, creo, en conciencia, cumplir un deber altísimo contribuyendo a mantener la unidad de la lengua de nuestros abuelos, de nuestros héroes y de nuestras madres».


(ob. cit., p. 90)                


Finalmente, en 1910, con motivo del Centenario de Mayo, nos visita, acompañando a la Infanta Isabel de España, don Eugenio Sellés, Marqués de Gerona, que viene con la misión especial de motivar la creación de una Academia Argentina de la Lengua. En efecto, ésta se constituye, el día 28 de mayo de 1910, y forma parte activa de ella don Rafael, junto a Vicente Quesada, Joaquín V. González, Calixto Oyuela, Pastor Obligado, Estanislao Zeballos y otros. A poco, se incorporaron como miembros de número Osvaldo Magnasco, José María Ramos Mejía, Enrique Rivarola, José N. Matienzo y Samuel Lafone Quevedo.

El 10 de noviembre de 1911, Obligado eleva al Presidente de la Academia Argentina de la Lengua una propuesta sobre argentinismos y la compilación de un Vocabulario de americanismos, que rescaté en una sección de las Prosas (ob. cit., pp. 97-102).

Esta es la última labor manifiesta de preocupación lingüística de don Rafael Obligado. En el campo de las letras, será la apertura de la cátedra de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras, de la que era Consejero, y fuera Doctor Honoris Causa. Con un breve discurso puso en posesión de la cátedra a don Ricardo Rojas.

Pero, finalmente, atendamos a su obra poética. En realidad, Obligado planeaba un segundo libro poético, que había pensado titular Héroes y tradiciones, según lo he podido documentar. Pero quedó   —270→   estrechado a una sección del único tomo, «Leyendas argentinas», especie de mapa legendario poético del país, al que pensaba completar con otros poemas. He rastreado el proyecto del autor para su segundo libro. Aparece mencionado por vez primera en la publicación de «La retirada de Moquegua» (La Nación, Buenos Aires, 28 de agosto de 1889, p. l), que lleva un sobretítulo: «Primicias del libro en preparación Héroes y tradiciones». En 1893, Joaquín V. González, en un comentario crítico sobre el poema «Los horneros», apunta:

«En el círculo literario que se reúne los sábados por la noche en casa del poeta argentino don Rafael Obligado, se dio lectura de tres nuevos poemas que hace tiempo viene escribiendo y que hoy tiene concluidos. Ellos formarán parte del volumen que, con el título de Héroes y tradiciones, dará a luz durante el presente año, en una edición más económica, al alcance del mayor número de lectores. [...] Su nuevo libro en preparación, Héroes y tradiciones, consta, como lo indica el título, de dos partes. En la primera colocará los poemas de índole épica, y en la segunda, los legendarios o tradicionales»12.


Algunos años después, en el medallón que le dedicó Paul Groussac en La Biblioteca, donde publicó «El cacuí», apunta: «El señor Obligado prepara un segundo tomo de poesías, Héroes y tradiciones, de que es parte el bello poema publicado en La Biblioteca»13.

Pero el libro prometido como segundo de su producción quedó en un proyecto, y parte de él integró la sección «Leyendas argentinas» de su segunda edición de poesías.

Al tiempo que recogía la prosa de Obligado hice lo propio con su poesía dispersa, de la cual agavillé un medio centenar de poemas desconocidos, que reuní y dispuse para una edición que nunca alcanzó la luz (ed. cit., p. XII, n. º l). Allí está, potencial y latente, el conjunto de poemas que aguarda, no la mano de nieve del arpa becqueriana, ni el beso del príncipe que la despierte, sino la bolsa del editor generoso que se abra para lanzar al público conocimiento el volumen lírico.   —271→   «Pero éstos no son buenos tiempos para la poesía», se nos dice siempre; supongo que esta frase ya la decían los burgueses y aun los burgaleses, al escuchar las tiradas del cantar de gesta en boca del esforzado juglar de Medinaceli. Y se seguirá enunciando sin variantes. Pero soy un optimista irredimible y confío en que algún día daré a conocer el conjunto de estos poemas. Porque como dice el refrán: «El burro consigue burra no por hermoso sino por cargoso». Y he de conseguir editor, a fuer de insistente, con pertinencia o sin ella, como comenta el Apóstol.

En estas cinco decenas de poemas hay textos extensos. El más logrado de éstos es el poema Rosa, narración en verso, en varias entregas dispersas. En él trabajó Arrieta sin lograr rescatar sino algunos momentos. He tenido más suerte con este texto, pues lo que he recogido de él duplica la cosecha de nuestro prestigioso Presidente. Otro poema amplio, por completo ignorado, es «La aurora del Cristianismo». Un tercer poema, esta vez inconcluso se titula «Román. Leyenda nacional» y, a juzgar por los cantos XIII y XIV que he hallado, debió ser interesante pues hay protagonistas indígenas, como Epumer, y cautivas cristianas; hecho novedoso en la poesía de Obligado. Ha dejado diseminados, sin agavillar, versos de álbum y de abanico, apólogos, poemas de decantado romanticismo, cartas en verso, poemas de tema histórico, y demás.

Para que, hasta que pueda editarlos, vayamos haciendo boca, como dicen los españoles al dar a probar algo del vino por servir, adelantaré algunos textos de muestra varia.

El primero nos revela a un Obligado fabulista. Compuso un par de piezas en el género. Naturalmente, los animales que la protagonizan son de nuestra fauna.

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El hornero, la tortuga y la comadreja


Tomando el sol del invierno
cansada de descansar,
una tortuga se estaba
de barriga en un guadal.
Cerca de ella, cierto hornero
batía para su hogar,
dele pico y dele pata,
una argamasa sin cal,
que en pelotitas llevaba
hasta el vecino talar,
donde iba haciendo un hornito
que era una preciosidad.
«¡Oiga», -dijo la haragana
cansada de descansar,
estirando el todo arrugas
pescuezo descomunal-
«la casa, señor hornero,
que hace usted con tanto afán
es inútil y muy necio
trabajar por trabajar.
Sepa usted, señor picudo,
que me basta un arenal,
donde entierro cuanto huevo
se me ocurre desovar.
Con ítem más, que me ahorro
la fatiga maternal,
dejando al sol la tarea
fastidiosa de empollar.
Sí, mi amigo, en el otoño
con pico abierto verá,
la caterva de mis hijos
echarse al río sin más».
-«¡Eso no», gritó de un tronco
una comadreja audaz.
«Año tras año, a mi vientre
pasan del tuyo en agraz,
que el sol cuece para todos
los huevos del arenal».
Corrióse doña Tortuga
y sin mirar para atrás,
con el pescuezo torcido
se zampó en el Paraná.
«¡Anda necia», -gritó entonces
la comadreja- «anda allá:
sin la virtud del trabajo,
bonito sale el hogar!»14.


Atendamos ahora a un par de poemas lírico amorosos, con el habitual marco del río, la escenografía natural del Paraná propios de la poesía de Obligado. El primero se llama:

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La tarde del Paraná


A Luis T. Pintos




Cuando abate la tarde sobre el río
su vuelo de paloma solitaria,
hay un arco de gotas de rocío
donde suelta un festón la pasionaria;

tintes vagos, flotantes en los cauces
donde ruedan las ondas cristalinas;
y en la eterna penumbra de los sauces,
vibraciones y músicas divinas.

Profunda, melancólica ternura,
bebe el alma en la luz, en los gemidos
del viento que aletea en la espesura,
el borde acariciando de los nidos.

A la sombra bendita de esos lares,
hay caricias de amor y de consuelo;
hay besos en ambientes de azahares
y rubores de virgen en el cielo.

Por eso allí la tarde, cuando llora
de sonrisas sus lágrimas inunda,
cual si el último beso de la aurora
oprimiera su frente moribunda.

No agoniza: desmaya; tiene el sello
del amor presentido: ¡es un emblema
de la virgen que suelta su cabello
para ceñirse la nupcial diadema!

Yo he visto en su penumbra delicada,
reflejos tibios de un amor sin dueño;
y en torno de su frente nacarada
la blanca niebla del primer ensueño.

¡Oh, si un día inmortal me fuera dado
elevarme hasta ella en desvarío,
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y nervioso y feliz y arrebatado
en su frente posar el labio mío!

¡Ah, sabría la tarde que yo inmolo
mi existencia a la luz, que tengo anhelos
y secretos en mi alma, dignos solo
de contarse al oído de los cielos!

Que si llego una vez hasta la cumbre
donde posa su planta, será en ella
mi esperanza, volando entre su lumbre,
¡paloma envuelta en resplandor de estrella!15


El otro poema amoroso -de entre los varios recogidos- se intitula simplemente:




Decasílabos


Sí, muda estaba, muda y suspensa,
el arpa humilde del trovador:
huérfana ansiosa de una caricia,
bañada en llanto del corazón.

¡Ningún arpegio trajo a sus cuerdas
el aura hermana del azahar,
ni los cristales, ni las espumas
de los torrentes del Paraná!

Como las pardas nubes de ocaso
sobre la ardiente tumba del sol,
en el incendio de sus recuerdos
cayó temblando y enmudeció.

Ya no en sus cuerdas, como otro tiempo,
plegando el ala, dejó el zorzal
con el secreto de sus idilios
las vibraciones de su cantar;
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ni se enredaron las fibras de oro
del astro hermoso que la inspiró,
ni el tul celeste de las estrellas,
ni el chal de fuego del arrebol.

Ni entre la pompa de las achiras
irguió su bella, radiante faz,
la flor mimada del sol de enero,
sus blandos sueños al despertar.

¡Ah, muda estaba porque las selvas
enmudecieron en rededor,
porque el boyero no tuvo notas
que levantaran el corazón!

Porque la ausencia fue para el alma
lo que el invierno para el seibal:
¡llevóse un día todos los sueños,
las hojas todas un huracán!

¡Y pides cantos al arpa muda
en estas horas sin esplendor
en que del cielo del alma mía
las nubes huyen de la ilusión!

¡Y quieres himnos cuando me ahoga
como una tumba la soledad,
ávida siempre de tus arrullos
blanca paloma del Uruguay!

¡Déjame oírte mudo y absorto,
plegar el alma toda en tu voz,
susurro de hojas, rumor de espumas,
caricia errante de picaflor!

¡Déjame oirte, que tus acordes
son el ambiente primaveral
que la flor abre de los ensueños
y desparrama la tempestad!16


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Y, finalmente, de entre el medio centenar de poemas desconocidos, una suerte de juguete humorístico, que tiene la curiosidad de los destinatarios prestigiosos de su dedicatoria: «Confesión a Ortega Munilla, Marquina y Ortega y Gasset, sacerdotes de Minerva».




De cómo y a quién me rendí una vez


No, yo no soy español
soy argentino de veras,
sombra soy de las banderas
de los incas y del sol;
no, yo no soy español.

Desciendo de San Martín
y de Belgrano, a la vez:
¡Soy mil ochocientos diez!,
¡soy Maipo, Salta y Junín...!
Desciendo de San Martín.

Como el canto nacional
las huacas me conmovieron,
mis versos se estremecieron
al apóstrofe inmortal
de la canción nacional.

Lo que me molesta un poco,
por ser casi un araucano,
es que parlo en castellano,
lo que es ser tonto o ser loco,
y eso me molesta un poco.

Cuando se nombra a Cervantes
¿por qué demonios o cosas
tantas chispas luminosas
me han de envolver circulantes?
¿Por qué se nombra a Cervantes?

¿Déjenme en paz las mentiras
que en Lope y Quevedo son,
y acalle Luis de León
la gran lata de sus liras!
¡Déjenme en paz sus mentiras!

Otra te pego y retiro,
cuando asestando al testuz,
Teresa y Juan de la Cruz,
me sueltan en un suspiro:
¡Otra te pego y retiro!

Es para volverse orate
que en esta tierra en fandango
tanto godo maturrango
nos venga a romper el mate;
¡es para volverse orate!

Yo no sé qué hacer de mí,
pero he pensado en mi adentro,
que puede haber un encuentro
que me salve porque sí,
y sepa qué hacer de mí.

¿No me será conveniente
buscar un seno materno,
almo, tibio, justo, tierno,
para asilo de mi frente?
Sí, me será conveniente.
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De un hidalgo baladí,
¿qué me importa a mí la historia?,
¿qué los sueños, qué la gloria,
tan lejana ya de mí,
de ese hidalgo baladí?

¡Y alzo en alto mi bandera,
donde el sol de Mayo brilla
y ante Isabel de Castilla
rindo y postro el alma entera,
puesta en alto mi bandera17.


El homenaje que hoy le rinde la Academia a don Rafael Obligado no hace sino retomar un sostenido respeto y un reconocimiento nacional a quien estuvo animado por nuestras mismas preocupaciones en torno a la unidad del idioma, a las particularidades de nuestra expresión argentina y a la promoción de nuestra creación literaria.