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ArribaAbajo En el homenaje a Ofelia Kovacci

Alfredo Matus Olivier



Academia Chilena de la Lengua

«Vengamos ahora a la tercera agua...» dice Teresa, la única de Ávila, vengamos ahora a esa benéfica que nos lava y sigue adelante. Vengamos ahora a la de Ofelia Kovacci, tan benefactor su nombre, tan tenazmente amigo, tan consoladoramente nuestro. De la Academia Chilena de la Lengua traigo revertido un soplo, ese soplo que Ofelia nos infundió cuantas veces pasó por nuestra tierra. Y hablo de soplo y quiero hablar mejor de soffio, no sé si por esa aparente italianidad de su nombre -nombre, cómo no, metafísica del nombre, hermenéutica del nombre- ese Kovacci que ella siempre «resituaba» en su genuino origen yugoslavo y que nosotros, majaderos, queríamos instalar en nuestra más entrañable Romania central. Ese soffio que Giacomo Badoaro dejó instalado en II Ritorno d'Ulisse in Patria, ese «dramma in musica» de Monteverdi, que comentáramos en cuántas ocasiones:


Mortal cosa son io, fattura humana
tutto mi turba, un soffio sol m'abbatte;
il tempo che mi crea, quel mi combatte.



Ese soffio que -en nuestra común melomanía (siempre Ofelia con sus discos compactos de exquisita selección)- cuántas veces compartíamos. Porque no sólo fraccionábamos el pan de la palabra. ¡Y cómo lo hacía la prestigiosa doctora amiga! ¡Con qué rigor, con qué sensatez y equilibrado criterio, con qué fina intuición lingüística y consistencia interior fraguaba sus modelos gramaticales sin gramatiquerías menores ni parcializaciones mutilantes, movida, con delicado tino, por esa su denodada búsqueda de los sentidos totalizantes! Me quedan resonando sus voces en cuantas reuniones compartimos, en los congresos de la Asociación de Academias, en la madrileña Comisión Permanente, en las Jornadas de Lexicografía del Cono Sur, de las que   —312→   fue asidua y entusiasta colaboradora, Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima, en fin, siempre. Me quedan resonando, vivas, sus palabras, con ese latido y cabalidad que imprimía a su decir -siempre sabio, ceñidamente ponderado- y esa comprensión de qué habían de ser y hacia dónde dirigirse hoy, en estos albores del XXI, las academias de la lengua española.

En muchas dimensiones fue pionera indiscutible. No hablo ya de su reconocida excelencia científica, de su condición de ser una de las grandes personalidades de la lingüística hispánica de nuestros días. Ahí están sus obras, ahí las generaciones de discípulos. Evoco, más bien, esa entrega sin límites, esa laboriosidad generosa, esa pujanza creativa encaminada a los afanes comunes, cada vez más panhispánicos, de unidad por la palabra. En trabajos que requieren de tenacidad, perseverancia, imaginación y mucha perspectiva histórica. ¡Qué presencia y qué silueta tuvo con ella la Academia Argentina de Letras en el contexto de la ecumene hispánica! ¡Cuánto contribuyó a impulsar y desarrollar con acierto las tareas de la Asociación! Estoy seguro de que su estatura de mujer de palabra y de mujer de la palabra a todos nos queda soplando, nos insta reciamente, nos desafía, a continuar con mayor denuedo en nuestros desvelos, en nuestras cada vez más exigentes metáforas. Nos insufla, en verdad, como el Espíritu sopló sobre las aguas, para instaurar el orden, el discernimiento y el sentido. Soffio, en fin. Previsión histórica, humanidad y ciencia conjugadas en el mismo soplo. Por eso, aunque «harto consuelo nos deja su memoria», también nos lega pesadumbre su vuelo al primer viento. Y pienso, con radical esperanza, en el «altro soffio», el de Ungaretti en su Stelle:


Tornano in alto ad ardere le favole.
Cadranno colle foglie al primo vento.
Ma venga un altro soffio,
Ritornerà scintillamento nuovo.



La presencia de Ofelia, que se nos va quedando, es testimonio firme de que ha de volver tal resplandecimiento nuevo. Para este quebranto de nuestra Academia hermana, aporto el saludo más hondo de la Chilena. No traigo flores ni lloros, sino un texto lírico, la voz transandina de un poeta nuestro, Gonzalo Rojas. Transandinos somos todos con Ofelia, los de acá y los de allá, unidos férreamente por el   —313→   divortium aguarum de las altas cumbres, por las mismas lindes y los mismos confines australes. Y, ahora, por la misma congoja, congoja -es cierto- de adviento. Así dice el breve poema Cuerdas inmóviles que queremos, chilenos con argentinos, compartir en esta hora:


En primer lugar no pongan flores encima, pongan aire,
aire fresco, a ver si esa transparencia ayuda al ocioso
que ya no duerme ahí y sin embargo duerme
vestido con ese traje que en 3 meses más será pura desnudez,
puro caballo sin hueso corriendo en ninguna dirección,
y además no lloren, ¿qué sacan con llorar?,
con ser, ¿qué sacan?, el resurrecto es otra cosa
y ahí va remando despacito.