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ArribaAbajo Presentación de la 22.ª edición del Diccionario de la Lengua Española

Pedro Luis Barcia


Cuando la señora, que se desplazaba por el Hyde Park, admirada de lo verde y parejo del césped, le preguntó al viejo jardinero cómo lo lograban, el hombre contestó con escueta ironía inglesa: «La primero, es haber empezado hace trescientos años». Esta es la explicación para una obra como la que hoy presentamos, el Diccionario de la Lengua Española, en su vigésima segunda edición, labor de la Real Academia Española y las veintiuna Academias asociadas. Frente a lo efímero por improvisado, la Academia opuso por décadas, por siglos, el trabajo perseverante, en una firme tradición y compromiso de pasar este libro, como testimonio de posta, de generación a generación.

En efecto, mucha laboriosa agua lexicográfica ha corrido bajo los puentes del idioma hasta llegar a nuestros días, desde aquel año de 1780 en el que la Real (aunque no debería llamarla así, porque en esta era de la informática, las veintuna restantes pasaríamos a ser las «Virtuales»), la Real Academia, digo lanzaba el Diccionario de la lengua castellana reducido a un solo tomo para su más fácil uso. Aquel compendio, se generó de una de las obras más encomiables de la institución española que fue el vasto Diccionario de autoridades (1726-1739), al que se aligeró de las citas ejemplares para hacerlo manuable.

Don Manuel Seco, ilustre diccionarista, en el prólogo a la edición facsimilar del de 1780, escribió que este era «Cabeza de una dinastía [...] que lleva dos siglos con el cetro de la lexicografía española». Y, en rigor, es matriz de diccionarios, porque, año a año, muchos se generan en él aunque no consignan la deuda filial.

Siempre habrá voces que discrepen con lo alcanzado por esta obra, sobre todo las de los ociosos que dan palo porque se boga y palo   —322→   porque no se boga a todo proyecto humano. Si se incluyen tales vocablos y si no se da cabida a cuales. La labor de las Academias suele ser vapuleada desde varios ángulos. Para no alterarnos y seguir con nuestra tarea específica, es saludable recordar la advertencia avisada del francés, a propósito de los críticos que lapidan las Academias: «No, no es que apedreen a la Academia para infamarla. Es una forma de golpear la puerta para que les franqueen la entrada».

Recuerdo el título de una serie de artículos del eximio lexicógrafo don Julio Casares: «La Academia trabaja». Así es. Todas las Academias trabajamos y por esto justificamos nuestra existencia. Las Academias trabajan. Y lo que la Asociación de Academias ha logrado es que laboren todas en torno a proyectos comunes armoniosa y sostenidamente: el Diccionario de la Lengua Española, el Diccionario panhispánico de dudas, la Gramática española, y, para más adelante, el Repertorio paremiológico hispanoamericano y el Diccionario de americanismos.

El vocablo «panhispánico» se va imponiendo en los proyectos. En el prólogo de esta nueva edición leemos que el trabajo es colegiado entre las veintidós corporaciones: «la Real Academia y las Academias hermanas».

Rufino José Cuervo, que sabía de esforzados trabajos lexicográficos, en parte fallidos, comentaba: «el componer un diccionario no es una obra proporcionada a las fuerzas de un hombre»30. Se requiere la labor aunada.

Estamos frente al mayor esfuerzo realizado en la reelaboración de la obra desde 1780. El conjunto de aportes novedosos supera a todos los previos. El rigor filológico y la eficiencia metodológica, ayudados por la aplicación de las computadoras (para otras comunidades de la lengua, «los ordenadores») han permitido este salto cuantitativo y cualitativo en la preparación de esta última edición.

Exponer, en tiempo apretado y sin matizaciones ni comentarios, las peculiaridades de esta nueva edición del Diccionario, es riesgoso y   —323→   deformante, pues la simplificación a que obliga la síntesis puede dar idea empobrecida de sus aportes. Es tarea más propia para el análisis escrito y para lectura que para la audición. Pero el intento vale el esfuerzo. Ensayémoslo.

Dos son las ideas generales que presiden la elaboración de esta edición. Una es la permanente actualización del cuerpo de la obra, a que está aplicada siempre la Academia. La otra es la adecuación de todo el contenido del Diccionario al diseño de «la Nueva Planta», aprobada en 1997.

La Academia ha trabajado, como dice en la introducción al diccionario, «ajena a un purismo trasnochado».

Se trata realmente de un diccionario del uso, ratificado este con las consultas permanentes a todas las Academias.

Los artículos aparecen diseñados con más clara disposición, lo que facilita la consulta, estructurados en cuatro bloques sucesivos: 1) acepciones del lema, numeradas; 2) combinaciones estables del lema más elemento adjetivo («dirección asistida»); 3) locuciones: «subirse por las paredes» y 4) envíos, distinguidos de las acepciones, a otros artículos, lo que evita la confusión, que antes se daba.

En esta nueva planta se distinguen tres niveles de arcaísmos, por las marcas de: «anticuado» (hasta 1500), «desusado» (entre 1500 y 1900) y «poco usado» (posterior a 1900).

Se indica la marca dialectal española (Esp.) para aquellos vocablos no registrados por las Academias Asociadas.

También se incluyen marcas de niveles de lengua («vulgar», «jergal», «infantil», «culto»), de valoración del hecho lingüístico (como el eufemismo) o por intención del hablante («despectivo», «irónico»).

Una novedad es la forma de relieve tipográfico de los extranjerismos: usa la negrita redonda para aquellos vocablos que, al menos, mínimamente, se ajustan a los usos del español («box», «máster», «réflex», «módem», «talibán», con sus acentos ortográficos) y maneja la negra cursiva para los extranjerismos que mantienen su forma de origen: boisserie, gourmet, jogging, light, mousse, overbooking, rock).

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Distingamos, para ordenar la materia, entre supresiones, revisiones y enmiendas e inclusiones.

En el terreno de las supresiones:

Se han suprimido 6000 vocablos, 17000 acepciones y 2400 formas complejas. Esto es un primer índice del profundo sentido de revisión y actualización del uso lingüístico.

Naturalmente todo este material es depositado en el enorme Banco de datos de la Real Academia, con más de 270 millones de registros.

Entre otras supresiones, cabe señalar:

  1. la de arcaísmos innecesarios, como «fogar» por «hogar»;
  2. dialectalismos españoles o hispanoamericanos, como «azucarería» (Cuba), es decir, los que se comprenden en la llamada «arqueología dialectal»;
  3. los artículos de una sola acepción constituida por una variante fónico gráfica o morfológica del término al que remitía, y que era de uso antiguo, como «yoglar» por «juglar»;
  4. aumentativos, diminutivos, superlativos regularmente formados, que venían constituyendo voces independientes;
  5. los participios regulares («calmado», «sufrido»), respetando, claro, los que tienen forma asistemática, como «absuelto» o «propuesto»;
  6. vocablos que tienen su razón de ser en una enciclopedia pero no en un diccionario de uso (como los nombres de las constelaciones);
  7. también se ha suprimido el apéndice que acompañó a las anteriores ediciones sobre la formación de aumentativos, diminutivos, etc., cuyo sitio es el de la Gramática y no el del lexicón.

En el terreno de las revisiones y enmiendas destacan:

  1. la revisión del más del 66 % de los artículos léxicos, de la edición de 1992, algunos de los cuales tenían una vida secular intocada;
  2. el sistema de remisiones ha sido simplificado y unificado, evitando los envíos circulares y las cadenas que remitían de un artículo a otro y de éste a un tercero, en una larga travesía de compulsa;
  3. se han aplicado al texto las últimas normas de la Ortografía;
  4. una de las innovaciones más comentadas por la prensa ha sido la nueva ordenación alfabética, en la cual las letras «ch» y «ll» no forman ya un capítulo independiente en el Diccionario, sino que   —325→   han sido incorporadas, en la secuencia alfabética, después de «ce» y de «li», respectivamente. Pero, en ambos casos, una letra a la cabeza indica esa inclusión del conjunto de palabras iniciadas con «ch» y con «ll», como apuntando un capitulillo en el seno de la «c» y en la «l». Como se recordará, esta reforma fue aprobada en el X Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, reunido en Madrid, en 1994, después de arduo debate.

Pocos diccionarios ya la habían adoptado, como el de Moliner. Algunos medios han hablado, erróneamente, de «supresión de ambas letras y sonidos». Pero estemos todos calmos porque «la batalla de Chacabuco» seguirá siendo así y no «la batala de Cacabuco».

En el terreno de las innovaciones, deben destacarse las siguientes:

  1. se incluyen las referencias verbales, a propósito de los verbos irregulares, cuyos modelos de conjugación incorporan las formas del voseo americano: «tú tienes / vos tenés». Hay mas de 900 notas de este tipo.
  2. Las «Indicaciones para uso del Diccionario», han aumentado, con notable provecho, la aclaración de criterios, orientaciones y precisiones, todas beneficiosas; el número de páginas con ellas pasó de tres a dieciocho, lo que da idea de la explicitación provechosa.

Esta edición contiene 88.431 artículos con 190.581 definiciones. El número de americanismos aumentó en 5981, con lo que se asciende ahora a 12.122.

Los argentinismos incluidos entre la anterior edición y esta son más de 800, con lo que, sumados a los anteriores, alcanzan la cifra de 2343.

Por vez primera, como un reconocimiento al trabajo corporativo y asociado, se incluyen en esta edición las nóminas completas de los integrantes de todas las Academias de la lengua.

La edición se presenta en tres formatos. Dos formatos impresos en papel: el clásico, en un solo gran tomo, y lo que la Real Academia denomina «edición de bolsillo». Al respecto, cabe recordar que cuando Ortega y Gasset presentó en público los primeros tomos de la flamante «Colección Austral» de Espasa-Calpe -que nos ha nutrido a generaciones y hoy renace rediviva y mejorada- calificó a los gratos tomitos de la colección como «bolsillables». Ortega creaba así un   —326→   neologismo interesante que sustituía a la expresión francesa livre de poche y a la inglesa pocket book, con el acierto de que su vocablo estaba bien generado y además, abreviaba las expresiones de las otras lenguas en una sola palabra. Pese a que, como se sabe, Ortega fue un acertado neologista, de particular manera en sus traducciones de obras filosóficas alemanas, el vocablo flamante, acertado y económico, no ancló en el uso.

Decir que estos dos gruesos tomos gemelos son «bolsillables», obviamente no es apropiado, aunque sea simpático. Salvo, claro, que se aluda a «bolsillo de payaso», expresión que en mi provincia significa un lugar sin fondo, bolso que se convierte en un depósito inagotable de maravillas y sorpresas que van surgiendo inagotablemente ante el entusiasmo de los espectadores. Pensándolo, no estaría mal, porque algo de esto es un buen diccionario.

El tercer formato será digital en un CD ROM, que habrá de editarse dentro de pocos meses.

Una novedad interesante es que la página electrónica de la Real Academia que en Internet nos permite acceder a información diversificada, ilustrada por gráficos, barras y cuadros demostrativos, ofrece la posibilidad de incluir sugerencias, objeciones, propuestas, para ser consideradas por la Corporación. De esta manera, podrá modificarse, mejorarse en pantalla, la edición del Diccionario. Incluso, esto permitirá ediciones menos espaciadas entre sí, -lo que acortará la década habitual, o más años, entre una y otra- que incluyan las modificaciones y renovaciones del caso.

El doctor Samuel Johnson dice en el prólogo a su Diccionario de la lengua inglesa: «El lexicógrafo es un trabajador ingenuo» (o «ganapán inofensivo», podríamos traducir). Indudablemente se trata de una frase irónica. Quien trabaja con palabras no puede ser ingenuo: por el contrario, debe ser de paso receloso y esperar que, en lo menos pensado, salte la liebre. Debe desconfiar de las acepciones fijas, de los matices, de la intencionalidad contenida. Se requiere suspicacia, no por aquello excesivo, tal vez, de Shakespeare que dice: «Las palabras son hembras, y con ello imprevisibles y cambiantes»; o lo de Gracián, con su algo de misoginia, cuando compara a las palabras con las mujeres y la luna, por lo tornadizas en sus menguantes y crecientes.   —327→   Trabajar con palabras es tarea ardua pues son materia escurridiza, dinámica, fluida, proteica. De allí que la actividad académica conciba la labor lexicográfica como una tarea en proceso permanentemente renovada. Toda edición propone un estado de la lengua.

El Diccionario se constituye en un instrumento para dirimir cuestiones que van desde la alta responsabilidad de una sentencia judicial a la discusión en torno a un juego de mesa que se basa en palabras y acepciones; que vale desde la calibración y el estímulo para el escritor hasta el esclarecimiento para el estudiante que tropieza con el sentido de una frase.

Desde cuestiones que se plantean los letrados de coturno, al oficio del humilde payador. Recuerdo -para hacerle sitio y darle ocasional voz a la cultura popular- que mi padre contaba una anécdota protagonizada por el famoso payador moreno don Gabino Ezeiza. El pardo llegó a mi pueblo y se presentó en el teatro, colmado por el público todo allí reunido, deseoso de escucharlo. Al hilo de las preguntas -qué es el amor, qué es el mal, qué cosa es la suegra- el repentista, con fluida expresión, iba respondiendo en verso a las cuestiones. Hasta que llegó el turno de un letrado escarnecedor que le preguntó «qué era metempsicosis», a lo que, después de dos rasguidos lentos y luego de componer la garganta, como es de uso payadoresco, don Gabino le espetó, con habilidad criolla para hurtar el bulto:


Al que me mete en psicosis
le digo en estilo vario,
por qué al mandar la palabra
no me mandó el diccionario.



En un nivel coloquial, los argentinos llamamos al diccionario «mataburros», así, en plural. Esta vigésima segunda edición incluye el vocablo por vez primera y señala en el artículo correspondiente que el ámbito geográfico de uso de «mataburros» comprende también a Costa Rica, Honduras, Uruguay, Cuba y Venezuela y adelanta la marca de «festivo». Entre nosotros es un instrumento para desasnar a los muchachos, o no tan muchachos, es decir: «hacerle perder a alguien la rudeza, quitarle la rusticidad mediante la educación». Es una útil herramienta   —328→   educativa, voz y concepción de las que participamos con media docena de países hermanos en la lengua.

La elaboración del lexicón es una tarea siempre abierta, perfectible, mejorable. Pueden señalarse, por supuesto, desacuerdos y consignarse algunas objeciones a vocablos, acepciones, y soluciones de algunas cuestiones de procedimiento. La Academia misma asienta las deudas que aun están insatisfechas respecto de algunos aspectos léxicos. Pero la tarea se lleva adelante basada en el lema corporativo medieval: «Todo lo sabemos entre todos y todo lo podremos entre todos». Porque es de todos el interés por el bien común, y uno de los bienes que tenemos en común con la gran comunidad hispanohablante es el idioma. La lengua es pontonera: nos da unidad, nos facilita el diálogo, la comprensión, la tolerancia, la convivencia, el comercio de toda índole entre los pueblos. Favorece el desarrollo de todas las virtudes cívicas de la democracia. Nadie es libre si no sabe expresar lo que piensa y siente y es cautivo de sus limitaciones comunicativas.

Para usar una lúcida expresión titular de una conferencia de Paul Valéry, nos urge «la política del espíritu», en cuya implementación la lengua cumple un papel radical. Se nos plantea, como dice Pedro Salinas, «la enorme responsabilidad de una sociedad humana que deja al individuo en estado de incultura lingüística». Porque, dice el poeta, «el hombre se posee en la medida en que posee la lengua»31.

La libertad de palabra es un derecho reconocido en las democracias, pero para el discapacitado expresivo es impracticable. Queda relegado, minusválido en su derecho. El no saber expresarse genera una dolorosa desigualdad entre los ciudadanos. Y para su conocimiento y consolidación de la lengua, esta obra que hoy presentamos, este Diccionario que edita Espasa, significa un instrumento fundamental, esto es, de fundamento. Se constituye en un atlante, más aun, en Atlas mismo, que sostiene todo un mundo cultural, en las constelaciones de vocablos que atesora sobre sus espaldas, vocablos gracias a los cuales el espíritu del hombre reflexiona, se hace más preciso, más matizado y calibrado, adecuado a cada contexto, a cada interlocutor.

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En fin: se hace más hombre, se humaniza por medio de la expresión y de la comunicación. Celebrémoslo y agradezcámoslo.