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ArribaAbajo Don Félix Coluccio57

Pedro Luis Barcia


La Academia Argentina de Letras, por decisión unánime de sus integrantes, ha querido rendir homenaje al profesor don Félix Coluccio, en estos sus primeros floridos noventa años de vida -cumplidos el 23 de agosto de este año-, por la proficua labor realizada en varios campos del saber, articulados por sus intereses intelectuales, en los que ha sabido trabajar paciente e incesantemente, con provecho manifiesto para la cultura argentina e hispanoamericana. En nombre de los señores académicos y en el mío propio, quiero darle nuestra más cálida bienvenida en su visita a esta Casa y manifestarle nuestra satisfacción por su presencia en esta sesión de la Corporación.

En la actualidad Coluccio es el decano de los folklorólogos de nuestro país y uno de los más respetados del continente americano. En los últimos años han arreciado, diría, los merecidos reconocimientos por su valiosa contribución a la investigación y difusión de las diversas formas de la cultura popular, de nuestro país y de los pueblos de América, hermanados por tradición y lengua. Especialistas de Cuba, Brasil, Chile, Paraguay concuerdan en señalar los aportes valiosos de este hombre de la cultura que ha consagrado toda su vida, como si fuera una misión, al estudio de las manifestaciones populares de los pueblos hispanoamericanos. Allí está la nómina -y a ella refiero para no ser prolijo- de los premios recibidos a lo largo de su existencia que testimonian lo que digo.

La Academia le está particularmente reconocida inicialmente por dos de sus libros ya clásicos en el campo de nuestra lexicografía: el Diccionario folklórico argentino, permanentemente perfeccionado y   —382→   ampliado en las varias ediciones que ha alcanzado, y el Diccionario de voces y expresiones argentinas, que ha conocido igual expansión enriquecedora con el tiempo. Nuestra labor en la Comisión del Habla de los Argentinos, considera de continuo estas dos fuentes léxicas de Coluccio y sus referencias figuran en los registros de nuestro Diccionario del habla de los argentinos, en proceso de elaboración. Su nombre sale al ruedo en los asientos y cédulas que elabora nuestro Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas con destino a la consideración del Cuerpo. Una tercera obra, recientísima, ya es también objeto de nuestra atención: el Diccionario folklórico de la flora y la fauna de América, instrumento útil para definir los vocablos que corresponden a los dos ámbitos del título.

Coluccio, en su activa labor de diccionarista, ha aportado también, a lo largo de los años un conjunto estimable de otras obras del género: Vocabulario geográfico, Diccionario geológico minero, Diccionario del folklore americano, Diccionario de creencias y supersticiones argentinas y americanas, Diccionario de juegos infantiles latinoamericanos.

Toda su obra responde a una doble motivación. En primer lugar, un interés, natural, entusiasta, sostenido, hondo por las formas y expresiones de la cultura del pueblo: sus danzas, fiestas, devociones, relatos, juegos, supersticiones, creencias, tradiciones, vocablos y dichos. Toda esa rica y compleja constelación que constituye lo que se llama el imaginario cultural popular. Él ha prestado ojo y oído apetentes, casi diría golosos, a las manifestaciones de la cultura ágrafa, sabia, milenaria y funcional, que sabe asistir a las necesidades básicas del hombre en el seno de la sociedad folk. Ese conjunto que constituye lo que denominamos folclore y que, como lo ha expuesto sobria y fundadamente Bruno Jacovella, constituye una forma de humanismo sin letras, que dota al hombre de pueblo -que el pueblo se crea- de canto y cuento, de baile y diversión, de toda una hagiografía y una canonización ingenuas y fervorosas para su sentimiento religioso; que lo estimula y expresa en sus movimientos elementales, en su dormir y despertar, en sus labores de cosecha y de siembra, de bordar y tejer; que le hace expedita, cuando es pequeño, la articulación de la palabra con los destrabalenguas y le aguza el ingenio con las adivinanzas; que cifra en el refrán la experiencia centenaria y lo ofrece a sus hijos en   —383→   forma de «filosofía vulgar», como llamaba a su tratado sobre ellos el notable humanista Juan de Mal Lara. Este ámbito de la cultura popular es la cancha en que se expande el ánimo ferviente de don Félix.

La segunda motivación que anima a Coluccio es una imbatible voluntad de servicio. Investiga, estudia, rastrea, compulsa en repositorios y bibliotecas; y explora, viaja, visita, entrevista, en el duro y gustoso trabajo de campo, para comunicar a sus hermanos lo que ha hallado, para difundir lo encontrado. Ha sido un serio investigador y un ameno y cálido comunicador, dos cualidades que no siempre se allegan en buena hermandad en el hombre.

He notado que los folclorólogos, en general, -habrá sus soberbiosos, con los que no he tropezado aún-, tienen un firme sentido de la humildad. Pienso en Ambrosetti, Lafone Quevedo, Juan Alfonso Carrizo, Augusto Raúl Cortázar, el mencionado Jacovella, esa mujer excepcional que fue doña Berta Vidal de Battini y tantos más. Es posible que este rasgo espiritual provenga del contacto con el hombre de pueblo y con sus lenguajes culturales y, claro, con la tierra misma, humus, que es la raíz del vocablo «humilde». Muy diferente suele ser la actitud de los hombres de letras, que tenemos un agudo sentido de la autoría y de la rúbrica con que sellamos cada frase que mal ordenamos. La lección de la cultura del hombre ágrafo perteneciente a una comunidad folk es salutífera para nosotros, los letrados.

Don Félix Coluccio ratifica lo que vengo diciendo. Además es hombre sereno, conciliador, de consejo, generoso en el elogio y nunca cicatero ni esquinado a la hora de animar a alguien al trabajo o en la estimación de la labor hecha por otros. Lo sé por experiencia. Cuando organicé el plan del centenar de obras que habrían de constituir la Biblioteca de la Cultura Argentina -y que por avatares editoriales no superó la decena- hallé en don Félix un entusiasta animador. Su prédica permanente, casi diaria, me mantenía en la acción y evitaba, con llamados insistentes y cotidianos, que cayera en el desánimo, frente a los tropiezos propios de estos proyectos y los amaños del editor. Lo que me sorprendía es que había asumido el proyecto como si fuera empresa cultural propia y con generosidad me espoleaba el espíritu cuando me lo sospechaba alicaído. Hacía causa común en todos los esfuerzos. Y, sin averiguar ni importarle el cobro de su labor, me   —384→   entregó su hermoso libro Las devociones populares, como antes prologara los clásicos de Amaro Villanueva: El mate y el Arte de cebar y su lenguaje, que fueron la simpática y valiosa presencia de Coluccio en aquella colección.

Destacan dos notas esenciales de su espíritu: su vigorosa esperanza, su virtuosa tonicidad para entusiasmarse con proyectos y planes que se le propongan, y su capacidad de trabajo a la que ni el tiempo ni los años ni las dolencias han logrado hacerle mella. Sorprende, gratifica y es en verdad envidiable, oírle hablar, con apasionada ilusión, de la obra que está diseñando o de la que tiene entre manos, en pruebas de página que revisa y castiga con juvenil aplicación.

La bibliografía de su obra que se ha preparado, como otra contribución a nuestro homenaje, nos exime de abundar en comentarios sobre su producción. Obras son amores. Y en su bibliografía están aquellas nacidas de éstos, de sus persistentes amores.

Coluccio ha sido maestro de generaciones. Nunca escatimó su tiempo o su esfuerzo para acudir al menor reclamo de un discípulo o de un grupo de estudio del más apartado lugar del país. Allá fue siempre con su optimismo casi avasallante de puro corajudo y recio que es.

Esa generosidad, ese ánimo de donación, los puso en su vida, en su docencia y en su obra escrita, que es y será su mejor legado para todos. Don Félix, agradecemos, en nombre de la Academia, de nuestra Presidenta, lamentablemente ausente, su presencia entre nosotros, que nos honra, y muy especialmente, las buenas y valiosas letras de sus libros sobre aquellos que no saben leer o escribir, pero a los cuales usted les ha brindado todo su respeto intelectual en la laboriosa y bien granada tarea de sus escritos.

Dejo el uso de la palabra al señor académico don José Edmundo Clemente, no sin antes reiterar nuestra gratitud y desearle más larga vida y fructuosa labor para beneficio de todos.