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ArribaAbajoNecrología


ArribaAbajo Discurso en el sepelio de la doctora Ofelia Kovacci, Presidenta de la Academia Argentina de Letras

Pedro Luis Barcia


Con profundo dolor pero con la seguridad de que descansa en Dios, en una paz merecida por una vida plena de frutos y signada por el ánimo de donación, en nombre de la Mesa Directiva, de la totalidad de los académicos de la Corporación y del personal de la Academia Argentina de Letras, despedimos hoy a la que fuera nuestra Presidenta doctora Ofelia Kovacci.

Se va de entre nosotros dejando el legado valioso y vario de una fecunda labor realizada a lo largo de una vida consagrada al estudio, la investigación, la docencia y la animación de proyectos e instituciones, como la nuestra, a la que supo insuflar su espíritu de diálogo y participación.

Su tesis doctoral se orientó al campo literario: La pampa a través de Ricardo Güiraldes; y permaneció en los estudios literarios con su trabajo: Espacio y tiempo en la fantasía de Adolfo Bioy Casares, ambos editados por la Universidad de Buenos Aires, prolongándose a lo largo de la década del Sesenta, con la publicación de varias ediciones prologadas y anotadas de clásicos españoles: Manrique, Cervantes, Garcilaso, Bécquer.

Desde entonces, su orientación virará hacia los rumbos preferentes de los estudios gramaticales y lexicográficos en los que llegará a ser una autoridad indiscutida.

Por largos años se consagró a la elaboración de manuales de Castellano (1962-3) y de Lengua y literatura (1982), y las Antologías en correlación, en los cuales se formaron varias generaciones de jóvenes argentinos, y de los que nos valimos para organizar nuestras clases   —452→   los docentes inexperimentados, apoyados en la claridad expositiva de aquellos textos y en la acertada y oportuna ejemplificación escogida. En arduos, si no confusos, momentos de cambio del paradigma gramatical, los manuales de la doctora Kovacci trajeron sensatez y acuidad a los planteos renovadores. Fuimos claros y efectivos gracias al apoyo que ellos nos brindaron. Por ello quedamos vitaliciamente deudores de aquella contribución, a veces olvidada por muchos en la trajinada sucesión de los tiempos. Nuestras primeras lecciones, al frente del aula, las dictamos apoyados en aquellos tres volúmenes y la condigna antología, de tapas deslucidas, a un solo color, tan distantes de las cautivadoras y policromas de las actuales que represan en su interior un cajón de sastre, con propuestas extraviantes para la enseñanza idiomática. Vaya nuestra gratitud para quien tanto nos secundó y orientó con su obra didáctica trabajada con una neta voluntad de servicio pedagógico, voluntad asistencial que será una de las constantes de toda la vida y obra de la autora.

Luego vendrá la etapa de los trabajos de alto nivel, que habrán de asegurarle un sitio destacado entre los especialistas del mundo hispánico, tales como los Estudios gramaticales (1986) y los dos tomos de El comentario gramatical (1990 y 1992).

A ello deben sumarse, entre muchas otras publicaciones, trabajos sobre las categorías gramaticales, lexicografía, sobre el habla porteña y correntina etc. Y labores de dirección de equipos de investigación, como los del Atlas lingüístico antropológico de la República Argentina o el Estudio coordinado de la norma lingüística culta de las principales ciudades de Hispanoamérica.

En 1987 fue electa académica de número de nuestra Corporación y dictó su conferencia de incorporación en 1989. En 1995 será elegida Vicepresidenta de la Academia; luego ocupará la Presidencia al fallecer el doctor Raúl Castagnino, hasta 1999 en que será elegida Presidenta, y renovada su designación el corriente año.

Dirigió el Boletín de la Academia y, espaciadamente, fue publicando valiosos trabajos suyos en él. Tuvo un activo desempeño, además, como colaboradora de la Asociación de Academias de la Lengua, en la preparación de documentos, del Diccionario de la lengua, recientemente editado, y en el Diccionario panhispanoamericano de dudas, en proceso de elaboración.

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Mereció el reconocimiento de varias Academias hermanas, que la designaron miembro correspondiente: como la del Uruguay, de Chile, de la Academia Norteamericana de la Lengua.

En fin, toda su labor y desempeño ha redundado en favor del prestigio de nuestra Casa.

Quisiera hacer sitio a un par de recuerdos personales. El primero, fue la doctora Kovacci quien me recibió formalmente cuando me incorporé a la Academia, con una generosidad de estimativa que me benefició, al tiempo que me honraba.

El segundo recuerdo: trabajé junto a la doctora Kovacci en la Comisión de Filología, Lingüística y Literatura del CONICET a lo largo de toda una década. Incluso, aun seguíamos ahora, ella como Presidenta y yo como Vicepresidente, de dicha Comisión. Ello me habilita para estimarla en varios aspectos, intelectuales, éticos, espirituales manifiestos en los modos y actitudes de la labor cotidiana, en los pequeños gestos de cada día que son los rasgos que revelan la íntima índole de las personas, y no los discursos efectistas de ocasión.

Lo primero que debo resaltar en su fisonomía espiritual es la sostenida coherencia que mantuvo, casi diría inquebrantable, entre sus dichos y sus hechos. Su palabra jamás fue desmentida por su acción. Lo segundo es la lúcida ecuanimidad para estimar proyectos, propuestas, trabajos y méritos, en una búsqueda permanente de objetividad en todas las cuestiones que abordaba. Jamás hacía acepción de personas. Si combatía con firmeza una cuestión metodológica o una teoría infundamentada, respetaba a fondo a quienes las sustentaban.

Fue una persona de hondas convicciones éticas, ajena a las conveniencias y oportunidades que suelen tentar a tantos en nuestro medio intelectual.

Nunca trabajó pro domo sua. Por el contrario, su generosidad sin ruidos ni alharacas, se entregó a quien la necesitara: colegas, discípulos, alumnos. No escatimó su tiempo, brindándolo a revisar informes, compulsar planes de investigación, analizar proyectos, corregir artículos y trabajos.

Si se me pidiera que cifrara en una frase su modalidad de acción, recurriría a la frase latina: Suaviter in modo, fortiter in re, es decir que era delicada y atemperada en las formas y maneras con que se expresaba y trataba las cuestiones, pero se sustentaban en una fortaleza   —454→   inamovible de base. Jamás levantaba la voz, como quien está muy seguro de que la razón es más poderosa que los tonos y los énfasis para persuadir a las personas. He sido testigo de su actitud serena e íntegra en situaciones muy tensas y difíciles, a veces hasta escandalosas, planteadas entre personas e intereses, y siempre supo mantener el gobierno de sí, el señorío sobre sus expresiones y gestos y la decisión equitativa.

Fue una mujer de consejo por su inteligencia ponderada, sensata y prudente.

Trabajó siempre, desde joven, y los últimos años de su vida, de su actividad plena, los brindó a la Academia, de la que supo ser la primera Presidenta en su historia. Incluso, pocos días antes de su hospitalización, los dedicó a la celebración entusiasta y animosa de los setenta años de la Corporación que ella presidía con digna eficacia y autoridad reconocida.

En esta dolorosa y sentida despedida, en nombre de cuantos represento, directivos, académicos, personal de la Casa, quisiera retraer aquí aquellos versículos del poema alefático del libro de los Proverbios, dedicados a la mujer de excelencia, que es lo que la doctora Kovacci encarnó:


Una mujer de carácter, ¿dónde hallarla?
Es mucho más preciosa que una perla. [...]
Lo que dice es siempre muy juicioso,
tiene el arte de trasmitir la piedad.
Atenta siempre de su mundo,
no es de aquellas que comen sin trabajo.
¡Reconózcanle el trabajo de sus manos:
un público homenaje merecen sus obras!


(30, vv. 10, 26-27, 30-31).                


Dios, que es Padre justo y amoroso, la tendrá junto a sí por la eternidad, como premio merecido por una vida de recta moral, de trabajo fecundo y de generosa caridad intelectual.

Que así sea. Descanse en la paz del Señor.