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ArribaAbajoPresentación del académico de número don Isidoro Blaisten

Rodolfo Modern


La Academia Argentina de Letras se complace, por mi intermedio, en recibir a un escritor relevante que es, también, un auténtico artista del lenguaje, según dictamen de críticos y lectores. Su obra publicada, que se inició curiosamente con un libro de poemas, Sucedió en la lluvia, en 1965, abarca treinta y siete años pródigos en premios municipales y nacionales, además del «Esteban Echeverría» por su obra narrativa, y el Konex de platino. Más allá de nuestras fronteras, ha sido traducido al francés, al inglés, al alemán, al hebreo y al serbio. La nómina de estos antecedentes valiosos no lo dice todo respecto a lo que interesa esencialmente, a la inusual calidad de su escritura, a la variedad de sus abordajes, a su compromiso por reproducir, de una manera propia, ese tipo de realidad que es capaz de percibir, asimilar y transformar en beneficio del lector.

Blaisten ha sido encasillado como humorista y, para ciertas mentalidades, eso puede sonar a una especie de capitis diminutio velada. Pero, aunque es, antes que nada y fundamentalmente, un cuentista que sabe, en sus propias palabras, que «el cuento es una línea recta y corta ente dos necesidades, la del emisor y la del receptor», y que «quien lee un cuento busca una sensación rápida, intensa y duradera», como también que «el cuento reemplaza la extensión por la tensión», su sustancia revela con diversas modalidades, un enfoque y desenvolvimiento de carácter indudablemente humorístico. Y esta manera de ver y reproducir la realidad no inferioriza, sino todo lo contrario, puede reflejarse en nombres que definen una literatura, como los de Cervantes y Shakespeare. Y quienes creen que lo profundo se da solamente a través del ceño contraído, los labios cerrados, el aire solemne y el gesto adusto, se equivocan lamentablemente. Al revés, el humorismo, se ha dicho tantas veces, es una cosa seria. Sobre todo, por sus consecuencias.   —168→   Porque si bien se mira, detrás de la risa o la sonrisa acecha, en muchas ocasiones, el llanto. Pero el decoro y hasta el buen gusto exigen huir, por lo menos, de lo melodramático. En nuestro país, no podemos eludir ciertos aspectos de Sarmiento, el ademán común de la generación del 80, Eduardo Wilde incluido, a Fray Mocho y a Roberto Payró, a Arturo Cancela, a Borges y Cortázar, como también a dos notables escritores que fueron miembros de número de nuestra Academia, Conrado Nalé Roxlo y Marco Denevi. Todos ellos buscaron la sonrisa cómplice del lector, el guiño a fin de lograr ese entendimiento que va más allá de las palabras. Y, básicamente, para no aburrir, para entretener en el mejor de los sentidos.

Isidoro Blaisten ha adquirido, mediante una práctica exitosa, cuyos libros más notables son, posiblemente, las colecciones de cuentos tituladas Cerrado por melancolía, Dublín al sur, Carroza y reina, y Al acecho, un concepto claro y hondo acerca de lo que el humorismo significa. Así señala con agudeza que

el humorismo es la penúltima etapa de la desesperación. [...] ante el estupor que provoca la incorregible estupidez humana, el humor impone su desmesura. Entonces el humor es una infracción, pero de alguna manera nos está ofreciendo un ordenamiento del caos, quizá la única forma de salvación, la del absurdo.



Y, como ha pensado seriamente en su aptitud, que también es vocación, puede afirmar:

que el humor, como la poesía, da lugar a la metáfora. El humor es siempre una metáfora, la intuición que establece el nexo entre dos imposibles. Enlaza dos ideas imposibles y las formas visibles. Es un dictamen de belleza que encierra en su mecanismo poético el júbilo del descubrimiento.



Me agradaría destacar en este lúcido análisis los términos «desesperación», «estupidez» (de la que Aldous Huxley decía que debía considerarse como un pecado capital más), «desmesura», «infracción», «caos», «salvación» y «absurdo». En una definición ceñida de lo indispensable, pero donde nada falta, Blaisten ha dado en el clavo.

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El presente académico (que con esta distinción quizás juzgue, aunque erróneamente, que se trata de un rasgo humorístico más queda vida le ha otorgado) no escapa a la realidad, al mundo real. Pero prefiere encararla, impregnarse de sus jugos y aromas, confrontarla con otro tipo de realidad que nada tiene que ver con la de los artistas incapaces de alejarse del ombligo propio y sacar conclusiones en la representación trabajada de los fenómenos que la vida (y la vida del lenguaje) ofrecen. Sólo que estas conclusiones son tácitas, hay que leerlas al margen o en las entrelíneas. Y, mediante su certero poder de observación y su prodigioso dominio de las palabras, donde la mirada y el oído son sus órganos de percepción naturales, puede desenmascarar y exhibir, mediante esa desmesura que nombra, las infinitas capas de estupidez que la idiosincrasia humana alberga y que convierte, en sus choques y contrastes, el mundo en un caos. Para eso están las exageraciones evidentes, las repeticiones de giros idiomáticos, los juegos con las significaciones, la esgrima de ataques y defensas, los diálogos llenos de lugares comunes o asombrosamente incisivos, la presentación con sordina del ridículo y la desesperación y, está de más decirlo, la terapéutica ausencia de toda moralina. Es que el humorista, para Blaisten, es un hombre que comprende, que tiene la piel muy sensible y vibra en la vulnerabilidad de los afectos. De otro modo, nuestro académico sería distinto tras haber recorrido tantos oficios a partir de su primera juventud. Pero a no engañarse. Isidoro Blaisten ha penetrado en el universo de la calle, la conoce en lo que es, pero no es solamente hombre de calle, allí donde aprendió y ejerció tantos oficios. Es también hombre de libros, de muchos libros, sabe perfectamente lo que es la alta cultura, y aun con la sonrisa a flor de labios, no la oculta. Lo que lo indigna y denuncia, pero siempre lejos de la agresión, la malevolencia o el resentimiento, es la falsedad del barniz, la fuga de la realidad, la máscara del fingimiento, la pirueta del disimulo o la desfachatez de la mentira.

En la poblada tribu de los escritores, los de probado nivel humorístico no abundan. En parte, porque un tratamiento serio o patético del tema puede resultar una tarea más fácil o más directa. En parte, también, porque la inteligencia del humorista, que debe ser por fuerza considerable, se halla orientada en un sentido peculiar. El humorista que es Blaisten, y que son sus hermanos de cualquier latitud, percibe con nitidez   —170→   los rasgos de la realidad aparente y procede, con cuidado y sutileza, a desmontarla. O dicho de otra manera, realiza una doble operación mental para poner al descubierto el fenómeno cuestionado, para exponerlo a la sensibilidad intelectual de su lector. En la ironía, el recurso se advierte más claramente y, por lo general, quienes desdeñan o se niegan a comprender su valor, que es un esfuerzo para la recuperación de la salud psicofísica, suelen tirar a tontos, cuando no a estólidos mentales o sensibles. Y, lo que es de esperar, obran en consecuencia.

Por lo demás, Blaisten, que se inició públicamente como poeta, no reniega de este género. Muy por el contrario. Lo conceptúa como el más alto, como de otra naturaleza dentro de las especies de la literatura, y confiesa que continúa en el ámbito privado escribiendo poesía, aunque se resiste a darla a conocer. Esperamos que, alguna vez, se despoje de falsos pudores y la muestre. Porque quien escribe como Blaisten tampoco puede excluir su prosa de las reglas que comprometen a un juego virtuoso y que dicen mucho acerca del valor y sentido que el autor otorga a la palabra. Y que supone sobrada decantación, corrección y vigilancia acerca de los efectos por lograr. Escuchemos este párrafo:

Pigüé, con sus achiras y su trigo chuzo y sus chalchaleros en las carchapayas y el chingolo chapaleando en la laguna y el rezo del mamboretá. Pigüé con sus piquillines silenciosos y el grito del chajá destruyendo el vaho de las heladas. Pigüé quieto y solitario y el silbo de la cachila ente las matas achaparradas del mburucuyá.



Esto es para un oído más o menos adiestrado una fiesta de sonoridades, cadencias y sonrisas. Y Blaisten la ofrece a raudales con sus descripciones, que van mucho más allá de la simple travesura.

No todos sus cuentos son decididamente humorísticos. Los hay serios, graves, casi trágicos, porque el ánimo del escritor no está siempre dispuesto para la sonrisa. Melancolía, nostalgia, lamento por el despilfarro y fracaso de tantas existencias forman también parte de su vasto repertorio. Pero aun allí siempre hay una nota de distensión, porque la risa y la sonrisa abren el mundo al mundo, lo hacen participativo y múltiple, en tanto que el llanto y el lamento encierran al sujeto, lo confinan dentro de los límites de su propia cárcel.

Blaisten posee, además, otra de las virtudes propias del cuentista consumado. Además de la tensión a la que él mismo alude como   —171→   ingrediente necesario del cuento, está su sentido de suspenso, que narraciones como «Al acecho» ponen de manifiesto, los remates imprevisibles o sorpresivos, los rasgos del personaje a través de la palabra pronunciada, sus gestos y, asimismo, las acotaciones que definen un clima. Y también, la captación y devolución de un variado espectro lingüístico capaz de caracterizar individuos, clases sociales y la cultura que les es inherente. Léase a tal efecto «Carroza y reina», una desopilante mitificación de San Juan y Boedo, lugar que tan entrañablemente Blaisten conoce y describe. El disparate, la sucesión de acciones y reacciones sin un sentido coherente revelan con trazos exagerados, pero no absolutamente imposibles, el caos que la realidad ofrece sin pausa.

Es que un humorista como Isidoro Blaisten, maestro asimismo del monólogo, según lo revelan «Mishiadura en Aires» y «El total», maestro también en la presentación de personajes, como el arquitecto Leisajovich, apunta, a través de la sonrisa, a un propósito tan alto como noble. Aspira, a contrario sensu, y mediante la denuncia de la irracionalidad y del desequilibrio inherentes a tantos comportamientos humanos, a la instalación de una porción de racionalidad, a un restablecimiento, aunque fuera precario, del equilibrio que el género humano parece haber perdido en sus relaciones con los demás y consigo mismo. Blaisten sostiene y cito, que el humor «es una aristocracia del alma». Puede ser, porque la relativa escasez de humoristas calificados así lo demuestra. Pero lo que está fuera de discusión es que el humorismo, además de la emisión de un juicio que no termina en la mutilación o en la aniquilación, supone una forma expresiva superior, no sólo de comprensión acerca de lo que somos, sino también de paz y, a través de la efímera palabra, de piedad por eso mismo que también somos, en un camino, aunque frágil, hacia cierto tipo de redención, de ésa que tanta falta hace.

El estatuto que gobierna la composición y los fines de la Academia Argentina de Letras exige que sus miembros sean argentinos (y Blaisten lo es, tanto que nació en Concordia, Entre Ríos, y la concordia define la línea de su vida), como también que sea portador de una obra en la que se haya «distinguido especialmente en el cultivo de las letras o en estudios relacionados con nuestro idioma». Este segundo requisito también lo cumple cabalmente. Y hay otro más, uno tácito, sin el cual la Corporación   —172→   viviría una existencia menos plena. La Academia Argentina de Letras pretende también que sus miembros sean, fundamentalmente, buenas personas. En el caso de Isidoro Blaisten, el requisito se ha cumplido. Pues, además de su condición de creador de ficciones memorables (para usar una palabra predilecta del repertorio borgiano), Isidoro Blaisten es una buena persona. Señor académico Isidoro Blastein, sea usted bienvenido a esta Casa que, con toda justicia, es también la suya.