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ArribaAbajoTradición oral, literatura e historia, ida y vuelta

César Eduardo Quiroga Salcedo


En 1988, la Academia Argentina de Letras conmemoró el primer centenario de la muerte de Sarmiento. A través de un volumen a cargo de Enrique Anderson Imbert, se reunieron cuarenta artículos de exquisita factura sobre Sarmiento y su obra. Con buen criterio, la Academia escogió para la presentación de ese volumen, a don Eduardo Leovino Brizuela, correspondiente por San Juan, e ilustre antecesor, como antes lo había sido el poeta don Antonio de la Torre. De ese volumen, he tomado dos trabajos: «Sarmiento y el cantar tradicional a la muerte del General Juan Facundo Quiroga», de Juan Alfonso Carrizo, y «Una anécdota de Facundo Quiroga», de María Rosa Lida.

En 1993, recibimos la visita de don Manuel Alvar, a poco de concluir su período como Director de la Real Academia Española de la Lengua, período tan fructífero para los estudios lexicográficos como en pro de un espíritu hispanoamericanista. Regresábamos de encuestar en Villa Mercedes, al norte de Jáchal, a Federico Doril Carrizo, cuando nos sorprendió con una extraña observación que cambió el rumbo de nuestras investigaciones, incluso, en mucho de mi vida y quizás, en la de mis colegas del INILFI. Nos preguntó sencillamente por qué motivo no habíamos incluido en nuestros proyectos, a la sazón el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Cuyo, la provincia de La Rioja. Quedamos absortos y desnortados, aludimos al Cuyo histórico, al reciente Nuevo Cuyo de cuño político económico pero, a la postre, guardamos silencio. Y después modificamos el proyecto en aceptación de la inspirada sugerencia.

En alguno de los doce viajes de campo a esa provincia, cierto día nos tocó alojarnos en la modesta casa de un ganadero de Olpas, en la Esquina de la Barrera. Muy al atardecer, próximo al disco brillante de la represa de nuestros anfitriones, Juan Ontiveros y Ramona Tapia, advertí una pequeña apacheta de ladrillos y remate de cruz, alumbrada   —194→   con una vela. La rústica construcción cobijaba un esqueleto y hueserío que doña Ramona había rejuntado piadosamente cuando cavaban la represa, recipiente de vida de ellos y del ganado. Ánima al que ella ahora dedicaba oraciones y que había sido de un montonero muerto en batalla y sepultado allí en tiempos pasados. Pocos más eran los datos que doña Ramona conocía y había reunido, a lo que sumaba su experiencia religiosa de recibir sus pedidos en forma cumplidora. En cuanto al resto, todo lo cubría el manto del enigma, con oscuro tiempo y circunstancias. Ramona Tapia les confiere aún el respeto debido a las ánimas protectoras.

Como Olpas dista unas seis leguas de Olta y de Loma Blanca, allí donde El Chacho fue degollado en 1862, supuse que se trataba de un montonero de Peñaloza, quizás de un malherido en la batalla de Caucete. Sin embargo, el enigma me fue resuelto no hace mucho. Consultando el Legajo 14 de La Rioja, Encuesta de 1921, donde Jacinta Almonacid, maestra de la Chimenea (camino intermedio entre Olpas y Olta), transcribe el relato de una mujer de 65 años en el que se rememora la batalla de Olpas, de 1865, entre los unitarios del cruel Linares y los federales de Salazar. Por el croquis, dibujado y coloreado cuidadosamente, no dudo que se trate del lugar donde se alumbra aquella apacheta y donde los dos bandos riojanos se destrozaron enfurecidos. La informante recordaba que, niña de diez años, ella y su primo gritaban: «¡Viva!», sintiendo algunas veces el silbido de las balas que pasaban por encima de la casa3.

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No es éste el único caso en que un silencioso maestro rural, encuestador de ocasión, pudo recuperar un testimonio oral que completa los baches menores de la historia, o que sostiene con su escrito sucesos antiguos que enraízan a los pequeños pueblos. La misma Encuesta de 1921 nos revela un hecho insólito ocurrido en otro pueblo de los Llanos riojanos, en Tello, a unas 25 leguas de San Juan, protagonizado por un insólito ciego de las Chimbas. De aquel minúsculo personaje que transitó nuestras calles, hace ya más de un siglo, tenemos una impresión plástica a través de un triste cuadro conservado decorosamente por el Museo Gnecco de San Juan, ornado por mano anónima, quizás por el italiano Bruzzoti, quien a fines del siglo XIX recalaba en San Juan como maestro de pintura de las niñas de la sociedad de esta ciudad andina.

Cuenta, en Tello, el maestro Pedro Fuentes que aquel ignoto ciego recorría, como siempre, los solitarios campos llanistos rogando pan y limosneando, conducido en un par de burros a los que ponía rumbo un pícaro lazarillo. Cierta vez, el muchacho recibió como regalo -según el relato- unos pasteles fritos que el hambre del joven lo impulsó a saborear sin convidarle al amo ciego. Sin embargo, el sutil chimbero percibió las frituras por un olorcillo que el viento favorable le llevaba hasta sus narices. Entonces, entre el ciego y su lazarillo, se produjo un delicioso diálogo que pinta de cuerpo entero al par de solitarios, perseguidos por el hambre y la miseria, hundidos en un bosque silencioso de montes inhabitados. Descubierto el gañán en su bribonada, se produce la dura escena en la que el lazarillo se desquita haciendo saltar al ciego una acequia imaginaria donde no hay agua ni existe regadío, de manera que el no vidente salta al vacío y se rompe la cara contra un algarrobo.

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-¡Oh! ¿Nués tan de güen olfato?, ¿por qué no olfateó el tronco? -exclamó con sorna el [pillo] del gañán4.


No sabemos qué pasó después, pero lo podemos imaginar.

Fuerza es no escapar al recuerdo de aquella otra imborrable escena del Lazarillo de Tormes de 1554, que devoramos con fruición en la juventud, ni es posible escabullirnos a la búsqueda de relaciones entre aquel texto de sólo ocho años antes de la fundación de San Juan y éste del ciego de las Chimbas, perdido en un burro, en el monte llanista de fines del siglo XIX. ¿Es que el maestro Fuentes habrá copiado o transliterado o atribuido la escena del anónimo genio salmantino a este remoto ciego de las Chimbas, o acomodado el relato español a moldes criollos, por no serlo a lo divino? Todo es posible, pero antes de avanzar hacia otros campos, debemos recordar que Tello, el escenario del suceso protagonizado por aquel ciego de las Chimbas, se encuentra a unas ocho leguas de San Antonio, localidad donde nació don Juan Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos.

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En un breve como erudito trabajo sobre el Facundo, de Sarmiento, María Rosa Lida relaciona admirablemente antiguas tradiciones folclóricas hindúes con conocidas anécdotas de Quiroga, incorporadas en 1845 en Civilización y barbarie. La estudiosa parte del texto que narra la artimaña sagaz de que usó Facundo para descubrir a un miliciano ladrón, el caso de aquel que, dominado por el convencimiento de la magia de Quiroga, terminó por cortar su varita de mimbre para no ser descubierto en su hurto. María Rosa Lida hilvana el relato con antiguas fuentes hindúes que pudieron ingresar a la Península Ibérica por secretos caminos bajo el envoltorio de cuentos populares que los portugueses habrían rescatado de sus colonias asiáticas de la India y que transportadas a la Península, llegaron también a España y a las Indias lusitanas. Una entre tantas de esas consejas habría sido la anécdota en la que Lázaro de Tormes hace golpear al ciego contra el toro de piedra. «¿Cómo y olistes la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole!», le gritó vengativamente Lázaro al ciego ensangrentado. Casi un calco de la protesta del Lázaro criollo al pobre ciego de las Chimbas, a casi tres siglos de distancia. No escapamos a las dificultades de unir dos textos tan lejanos porque se trata de un mismo motivo folclórico producido en dos extremos del globo, aparentemente sin relación alguna: la India y los Llanos de La Rioja5.

En cuestión de secretas relaciones y pasaje de tradiciones orales, los caminos suelen ser secretos, o más secretos que el de las influencias de uno a otro escritor. No sería tan alocado pensar en influencias de algún lusitano afincado en las regiones Guyanas, por cuanto en el siglo XVIII, los archivos coloniales nos muestran listas donde aparecen ciudadanos portugueses, tal como lo señalan los trabajos de los historiadores sanjuaninos. Así, por ejemplo, Ana Fanchín menciona el caso del enriquecido mercader de apellido Courtiñas, involucrado en el comercio trasandino:

modificado más tarde por Cortinas, quizás por error tipográfico, o porque él y sus descendientes procuraron disimular su origen portugués6.


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Lo cierto es que Sarmiento, proclive a la barbarie de los campos, no pocas veces se valió de las modalidades de transmisión de esos hombres sin instrucción que él mismo ilustró con pintura indeleble, en los casos del gaucho malo, del baqueano, del cantor y de Calívar, como rastreador. La figura del rastreador por excelencia es la que Sarmiento nos ha rescatado del olvido, y no la de otros textos, muchos de ellos excelentes, como los de Mansilla o los del francés constructor de la «Zanja» de Alsina, Alfred Ebelot, en La Pampa7.

Ya en 1939 Juan Alfonso Carrizo8 mostró de manera indudable cómo Sarmiento había trabajado con las tradiciones populares durante su exilio chileno, en este caso, para relatar aspectos de la vida de Facundo Quiroga. El ejemplo que no deja lugar a dudas es aquel dramático fragmento en que el sanjuanino relata los últimos instantes de la vida de Facundo y su asesinato en Barranca Yaco. Para esto, Carrizo se valió del apoyo de cantares anónimos que él mismo había recopilado en Salta, en 1930, y demuestra la perfecta paráfrasis de uno y otro texto, el dramático de Sarmiento y el poético y ceñido del romance anónimo, al que Sarmiento sigue a pie juntillas.

Carrizo enfrenta ambos textos encolumnados: el romance hispano criollo, de excelente factura, a la derecha, y la narración de Sarmiento a la izquierda. A través de este artificio, el recopilador catamarqueño deja en evidencia el grado de aceptación y respeto con que Sarmiento acogía las fuentes populares, orales o escritas, poéticas o anecdóticas. Así, por ejemplo, Sarmiento se vale de un sistema de encuestas para conocer, reforzar y corroborar aspectos de la vida del General riojano. Si Quiroga fue asesinado en 1835, esto es diez años antes de la edición del Facundo, evidentemente no existía hasta el momento una bibliografía a la que pudiera hacer referencia, por lo que el escritor se   —199→   valió de estratagemas de relevamiento etnográfico. Así nos lo comenta, acerca del episodio que narra la crueldad del caudillo, quien en su juventud castigaría a su padre, le quitaría el dinero que necesitaba, por deudas de juego, y le incendiaría la casa:

A esta época se refiere un suceso que está muy valido y del que nadie duda. Sin embargo, en uno de los manuscritos que consulto, interrogado su autor sobre este mismo hecho, contesta: «que no sabe que Quiroga haya tratado nunca de arrancar a sus padres dinero por la fuerza»; y contra la tradición constante, contra el asentimiento general, quiero atenerme a este dato contradictorio.


(Cap. V, «Vida de Juan Facundo Quiroga»)                


El apego de Sarmiento a las tradiciones populares no le impidió hacer sus propias requisitorias. No sabemos si se trata del mismo informante de antes, pero más adelante, sostiene:

Un hombre iletrado, un compañero de infancia y de juventud de Quiroga que me ha suministrado muchos de los hechos que dejo referidos me incluye en su manuscrito, hablando de los primeros años de Quiroga, estos datos curiosos: «que no era ladrón antes de figurar como hombre público -que nunca robó, aún en sus mayores necesidades- [...] -que tenía mucha aversión a los hombres decentes- [...] - que no sólo quería infundir miedo sino aterrar, para lo que hacía entender a hombres de su confianza, que tenia agoreros o era adivino [...]».


(Cap. V, «Vida de Juan Facundo Quiroga»)                


En efecto, en la Introducción a la primera edición del Facundo, sarmiento expresa:

Necesítase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que lo forman, buscar en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que están pegados9.


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La imagen del caudillo riojano que ha dado vuelta al mundo es la que Sarmiento nos presenta en su Facundo. La ha logrado a través de una treintena de anécdotas, escogidas entre muchas otras, con mano sagaz.

Es inagotable el repertorio de anécdotas de que está llena la memoria de los pueblos con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienen un sello de originalidad que les daban ciertos visos orientales, cierta cultura de sabiduría salomónica en el concepto de la plebe.


No es extraño que la sociedad misma deposite el caudal de sus tradiciones sobre los hombres de enorme desempeño público. El mismo Sarmiento lo reconoce diciendo:

Acaso es ésta una de esas idealizaciones, con que la imaginación poética del pueblo embellece los tipos de la fuerza brutal, que tanto admira; acaso la historia de los grillos (de Quiroga preso en San Luis) es una traducción argentina de la quijada de Sansón, el Hércules hebreo.


(Cap. V, «Vida de Juan Facundo Quiroga»)                


Esas anécdotas son parte de cientos de relatos, al decir de Sarmiento, que él escogió, seleccionó y preparó ordenadamente con el fin de presentar al caudillo regional y, a través de él, denostar al porteño Rosas, que era su verdadero político. Y ésas son las anécdotas que han corrido por nuestras mentes infantiles y juveniles, y por las de los estudiosos del mundo para plasmar una imagen vigorosa de la personalidad de Quiroga. El Facundo que conforma nuestro imaginario no es el de Paoli o el de los historiadores más pulcros, sino el de Sarmiento, quien fundió los elementos populares de la tradición oral de ese momento, para luego, con su genio poderoso, erigir la sombra, ya inmortal, de Juan Facundo Quiroga.

De Facundo se refieren hoy varias anécdotas, muchas de las cuales lo revelan todo entero.


(Cap. V, «Vida de Juan Facundo Quiroga»)                


La faceta de Facundo Quiroga es lo suficientemente compleja como para que otros autores hayan rescatado aspectos parciales de este hombre, que en un período de la historia argentina se convirtió en   —201→   árbitro de la política nacional y referente insustituible de la región de Cuyo. Cuando los historiadores actuales buscan los ingredientes necesarios para conformar la historia regional, admiten circunstancias cambiantes, algunas políticas y otras administrativas, que llevan a un concepto dinámico de regionalidad, no una estructura rígida. Y ha sido justo Facundo Quiroga el personaje que aglutinó la cuyaneidad en la que cupo el Cuyo histórico y La Rioja en el período de nuestra conformación republicana. De esa manera, es fácil comprender que la cuentística de Juan Draghi Lucero, escritor mendocino, recogió tradiciones populares como las incorporadas en el cuento «Los tres ladrones». Fue tanta la temeridad de Caco, Quico y el Tercer Ladrón «que vez pasada le habían robado todititas las joyas a la señora del Brigadier General», a quien después, durante unas cuadreras, le alzaron una ponchada de monedas de apuestas. Draghi Lucero se encarga de mostrar la figura del Gran Quiroga junto al aparcero don Félix Aldao, y las altas sumas de dinero que jugaban a las patas de sus caballos: mil patacones, mil libras esterlinas. Al final del cuento, al caudillo, que según la versión de Sarmiento, era un hombre rústico de la campaña, lo vemos entrar en la Iglesia Matriz, encabezando el cortejo con relevante urbanidad:

Se formó una lucida comitiva encabezada pon el Brigadier General y su señora. Seguían muchas niñas ricas, vistiendo sedas preciosas y los mozos más rendidos del pueblo [...] ¡Si aquello parecía una gloria!


Durante el festejo, en casa de la novia:

Marido y mujer bailaron «El sombrerito» y, luego, el Brigadier General y su señora se remecieron hasta más no poder en las mudanzas del «Sereno»10.


Quince años antes, el médico mendocino Carlos Ponce había presentado la estampa de un militar despiadado (Facundo, a nuestro parecer), que toma mate con bombilla de plata mientras manda que le   —202→   toquen el violín a un mulato, quien salva su vida por la dureza exagerada de su bocio11.

Pero, además de estas expresiones literarias, la tradición oral recupera escenas que merecen un reconocimiento semejante a las anécdotas recopiladas por Sarmiento.

De nuestras clases de Historia Argentina, en el Colegio Nacional de San Juan (1954-1957), fueron inolvidables aquellas en las que Horacio Videla nos leía los capítulos de sus libros de próxima publicación. Cierta vez, nos deleitó con la anécdota de un almuerzo en ocasión de una fecha patria, al que asistió en carácter de vicegobernador de San Juan. En tal circunstancia, tal como el mismo Videla lo manifestó, algún miembro del protocolo fraguó una estratagema de modo que le sentó junto a sí a su enemigo político, el Dr. Federico Cantoni. Las diferencias de edades, el respeto mutuo y la solemnidad del caso los llevaron a conversar, a estos aparentes contrincantes, primero, del tiempo; después, de cuestiones frívolas; y a la postre, de la historia regional. Cantoni, médico y ex gobernador, amante de la figura de Sarmiento, interrogó a Videla, joven historiador, sobre el conocimiento que él tenía acerca del casamiento de Benavides y del comienzo del exilio de Sarmiento a raíz del último ejemplar de El Zonda.

Cantoni contó a Videla, y éste nos transmitió: Facundo Quiroga hacía revista de las tropas de San Juan, mirando con fijeza soldado a soldado, escudriñando hasta los últimos rincones del pensamiento de cada hombre. Al finalizar la revista, llamó al gobernador -posiblemente Gregorio Quiroga Carril- para preguntarle por la situación y los problemas de un oficial alto y apuesto, que dirigía uno de los escuadrones. El gobernador repuso que se trataba de Nazario Benavides, que era buen militar y que ningún problema le aquejaba. Tiene un problema -insistía Quiroga-. Y lo hizo traer hasta su tienda. Minutos después, un hombre alto y fornido se cuadró y pidió permiso al General. Quiroga escasamente lo saludó, caminando en círculo hasta que se puso frente a Benavides y, mirándolo fijo, le lanzó la pregunta.

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-¿Qué problema tiene, Oficial?

-Ninguno, mi General.


Volvió a mirarlo Quiroga:

-¿Estás enamorado?


Rojo en sangre, repuso Benavides:

-Sí, mi General.

-La niña te corresponde.

-Sí, mi General.

-Los suegros no te quieren.

-No, mi General.

-Mañana te casas.


Y al día siguiente, teniendo a Facundo Quiroga por padrino y testigo, casó Nazario Benavides con Telésfora Borrego, de la que vivió enamorado y como fiel y tierno amante.

Esta anécdota, que se compadece parcialmente con la historiografía regional, no aparecerá en Retablo sanjuanino, obra que a la sazón Videla preparaba y publicó en 1956. Pero leemos en el Tomo IV, de su Historia de San Juan, bajo el epítome «Casamiento: leyenda y realidad», el texto pulido de la versión de la leyenda sin mencionar el episodio con Federico Cantoni. A la cabeza del relato, que corresponde a la leyenda, Horacio Videla expresa:

Cierta relación conocida por tradición rodea de singular encanto a la boda. Según esa página no escrita en las memorias lugareñas, al regresar Facundo Quiroga a San Juan, [...]12.


Por su parte, de la documentación publicada sobre el caudillo manso se desprende que ese casamiento ocurrió el 25 de octubre de 1833, que hubo suspensión del trino:

proclamado por el ilustrísimo y reverendísimo señor Obispo Taumasense, Dr. Don Fray Justo Santa María de Oro,


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que el padre de la novia no estuvo presente por haber finado; que la suegra, doña María de los Ángeles Cano, debió abrir su casa para la ceremonia íntima, y que

fueron padrinos y testigos presenciales, el Señor General Brigadier, Don Juan Facundo Quiroga y Doña Felipa Cano y Castro, y para que conste lo firmo.


Y firma el cura José Manuel Eufrasio de Quiroga Sarmiento13.

La donosura verbal y de gestos con que Horacio Videla relató esta anécdota nos impulsó a requerirle nuevos relatos de nuestra historia íntima, a lo que el profesor accedió con beneplácito. Después de darnos pinceladas de la ciudad antigua, del lugar donde estaba la Casa de Gobierno, frente a la plaza principal, y del solar donde residía Benavides, nos ilustró en las relaciones de amistad entre las hermanas de Sarmiento y Telésfora Borrego de Benavides. A ella acudieron , llorosas, doña Paula y sus hijas, para salvar al indomable periodista de veintiocho años, aquel que ya con dieciséis años obligó a bajar la vista al propio gobernador Manuel Quiroga14. Telésfora recibió amorosamente al marido que regresaba de la Casa de Gobierno, a escasos quinientos metros, y mientras se aligeraba del uniforme militar, lo requería suavemente:

-¿Me puedes conceder un favor?

-Siempre lo he hecho, ¿qué quieres?

-Necesito que me lo concedas previamente y después te digo qué es.


En esta compulsa verbal en la que debatían qué era primero, si el consentimiento anticipado del Gobernador o el contenido de lo concedido, vencido don Nazario por el amor a su mujer, aceptó lo que viniese, sentado sobre su cama, sacándose las botas.

-Bueno, mujer. Concedido. ¿Qué es?

-Que lo dejes salir a Dominguito.


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Inútiles fueron las protestas de Benavides, que acababa de fumar el destierro de Sarmiento. Pero al final, con la cabeza entre las manos, dijo:

-Y ahora tengo que buscar a ese joven... ¿Y dónde estará Dominguito?

-Ahí, debajo de la cama.


A poco de narrarnos esta anécdota, en Retablo sanjuanino resumió el suceso en la palabra permitido al decir que Sarmiento «dejando al paso por Zonda, en permitido exilio, su frase eterna grabada en las rocas del Cerro Blanco On ne tue pas les idées», página 155, relato que incluyó prolijamente en 1976, bajo el epítome «Destierro y epílogo», corrigiendo la sentencia francesa (On ne tue point les idées, páginas 169 y 170), pero sin mencionar la fuente.

En realidad, no conocemos el origen de estos dos relatos, que no pudieron llegar a Federico Cantoni por su propia tradición familiar, puesto que sus padres no eran criollos, sino inmigrantes italianos que se afincaron en San Juan durante la segunda mitad del siglo XIX. No obstante, sabemos por nuestra tradición familiar, las encumbradas relaciones de los tres hermanos médicos y el respeto concedido por los adversarios políticos hacia estos inteligentes profesionales, como ocurrió con la familia del ex gobernador Pedro Doncel y los hijos de Enrique Schade, el ingeniero que Sarmiento trajo de Alemania para elaborar el primer mapa de San Juan.

De la Encuesta Folclórica, de 1921, se rescatan también escenas que no responden a una tendencia determinada (favorable o contraria), sino que se limitan a testimoniar cuadros históricos con mayor o menor virtuosidad literaria. Así, por ejemplo, el legajo 10 de la escuela Los Sarmientos, de Chilecito, presenta a un Facundo de mágicas apariciones:

Cuando Quiroga fue derrotado en San Juan, los unitarios riojanos creían que no volvería a La Rioja y un viejecito mendigo les cantaba: «Alilita y alilando -que Quiroga viene llegando». Al oírlo los unitarios se reían; al poco tiempo de este anuncio entró Quiroga a La Rioja, tomándolos de sorpresa. (Narrada por Isabel B. de Luna, noventa años)15.


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Sin embargo, en otras ocasiones, Facundo retorna a su ciudad, antes de que se extinga el humo de su derrota en la Tablada, y reaparece vengativo en plena ciudad de La Rioja. La maestra Carrizo Pelliza transcribe el siguiente relato que titula: «Facundo derrotado y la vidalita unitaria».

Con motivo de la derrota de Quiroga en La Tablada en una de las principales casas de esta ciudad se festejaba esto, como una esperanza de libertad, del brutal que se había adueñado de los destinos de la Provincia, con una fiesta íntima. Unos guitarreros entonaban esta vidalita de ocasión:


«Religión o muerte - vidalitá
Dice tu pendón
Tú robas y matas - vidalitá
Y es tu religión».

En este momento, preséntase a la fiesta un paisano emponchado y con el sombrero metido hasta las orejas; se acerca a los jóvenes cantores y con voz suplicante les pide continúen, pues su presencia inusitada los había hecho callar. Aquellos continuaron:


«Tigre de los Llanos - vidalitá
vándalo feroz.
Tú robas y matas - vidalitá
Y es tu religión».

En eso Quiroga, que es el emponchado, descubriéndose y dándose a conocer de improviso, se desató en tan groseras y terribles amenazas de venganza y muerte, que todos quedaron anonadados de terror. Jamás se imaginaron que el «Tigre de los Llanos» se encontraba tan cercano a ellos, pues lo creían restableciendo y organizando las fuerzas, para un nuevo ataque. Todos los presentes, momentos antes tan alegres y animados, demuestran en sus rostros la sorpresa y el terror, todo aquel grupo de familias fue allí mismo asesinado entre los gritos de terror angustiante que lanzaban las damas pidiendo misericordia, los clamores de las víctimas que caían y las salvajes carcajadas de los esbirros que herían. Las damas escaparon milagrosamente de esta brutal carnicería, por encontrarse entre ellas la que había despertado en el corazón del Tigre una pasión volcánica16.


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Lo que aquella maestra capitalina no llegó a saber era lo relativo al autor de esta vidalita, posiblemente un enemigo personal de Facundo, de acuerdo con la noticia que recogemos de su colega E. Arturo Herrera. Se trataría del unitario don José Patrocinio del Moral, de Aimogasta, Departamento de Araujo, de aquel mismo que después, en 1865, aparece castigado con el degüello a cargo de impíos sicarios federales17. He aquí el texto de la denominada «Composición para Quiroga (Juan Facundo)»:

Don José Patricio del Moral, disgustado con Quiroga, le compuso esta Vidalita:


«Marchemos, marchemos,
No seamos tan viles.
Vamos a matar
Al Tigre de Atiles (pequeño pueblo de La Rioja).
¡Religión o muerte!
Dice tu pendón.
Saqueas y matas
Y es tu religión.
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Que padres e hijos,
esposos y hermanos,
has formado presas
Tigre de los Llanos»18. (Región de La Rioja).


Frente a Facundo, visto coma personaje intolerante, hay relatos que lo presentan aceptando las reglas de juego del habla popular, como en el caso de la anécdota donde las homonimias son aprovecha das por un paisano avivado. El hombre especula con un juego de palabras, que, a pesar de que Quiroga lo advierte tardíamente, queda inmovilizado en esa trampa verbal tendida:

Un paisano fue a vender a Quiroga una media de trigo, entendiéndose por ello en aquella época, media carga con trigo. Y se la presentó a Quiroga a pesar de que sus compañeros lo atemorizaban diciéndole que sería castigado. Quiroga, al ver que el paisano tenía razón, la recibió, pagándola como si fuera una media carga19.


Alguna tradición popular salva un aspecto particular del carácter de Quiroga, que no admitía que se dudara de su palabra. Lo que ofrecía, era otorgado, y lo cumplía, como en el caso de la media carga de trigo, pero castigaba a quien pusiese en duda la veracidad de su palabra. He aquí la escena transcripta por el maestro Carlos Gallo, en Sanagasta:

Varios ancianos que conocieron personalmente a Quiroga refieren algunos episodios que ponen de relieve la franqueza y decisión de carácter del caudillo. He aquí el episodio siguiente: un haraposo limosnero se acercó humildemente a Quiroga pidiéndole una limosna, a lo que respondió Facundo dirigiéndose al pordiosero:

-Piensa cinco minutos, pidiéndome lo que tú quieras; estoy dispuesto a darte lo que me pidas, con la condición terminante de que nunca más te acerques a mis puertas. Caso contrario, recibirás una formidable paliza. El pobre limosnero, lejos de aprovechar la franca generosidad de Quiroga, pidió dos reales. El caudillo agregó:

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-Tomá los dos reales y no te olvides de lo que te dije.

Transcurrido un año, el limosnero volvió al domicilio de Quiroga pidiendo socorro, pero le hizo dar una regia paliza diciéndole:

-Quiroga promete y cumple.

Facundo Quiroga tenía en su daga la siguiente inscripción: «No me vendo, ni me doy; sólo de mí mismo soy»20.


De la misma manera, tres estrofas en redondilla conforman una copla anónima que nos presenta al Tigre, dormido aparentando ser cordero (que se las «echa de cordero»), a los pies de una triste Severa, desconocida muchacha de pueblo, codiciada de sus enamorados, tal vez fruto del amor no consentido. La copla figura bajo el título de «Un verso de Quiroga»:



Que triste está la Severa,
cabizbaja, congojada,
con su cabeza apoyada
sobre un sillón de madera.
En sus pies está tendido
un hombre de hechura fiera.
Quiere echarla de cordero
cuando es el Tigre temido.
Delgada de cuerpo y talle,
con su modito inocente,
era el imán de las gentes
cuando salía a la calle21.


Quiroga respetaba al enemigo valiente, pero despreciaba profundamente, con ímpetu dantesco, a los cobardes y a los traidores, como en el caso del cura Aráoz, tío de Aráoz de Lamadrid, en Tucumán. He aquí la anécdota:

Después de una gran batalla librada contra el Gral. Aráoz de Lamadrid, el Gral. Quiroga entra vencedor en la ciudad de La Rioja y publica un   —210→   bando en el que daba plazo de veinticuatro horas para que los vecinos fugitivos vinieran a reclamar sus haciendas, de lo contrario, éstas quedarían en poder del fisco. Los únicos en presentarse fueron el Comandante Díaz y el cura Aráoz, tío de Lamadrid. Quiroga se adelantó al Comandante y con términos graves le dijo:

-¿Por qué viene Ud. tan tarde, Comandante?

El Comandante Díaz, que era valiente, le contestó sin inmutarse: -Porque lo he acompañado a mi jefe hasta ponerse en salvo y, una vez cumplido con él, vengo a cumplir con V. E., que tiene mi espada. Quiroga, que era fácil de cautivar con rasgos de esta índole, tendiole la mano conmovido.

-Guarde su espada, Comandante; así me gustan, los hombres ¡valientes! Disponga como quiera de su hacienda y de su espada. En la guarnición nadie lo molestará...

Y dirigiéndose al cura Aráoz, díjole sonriendo:

-¿Cómo? ¿todavía vive Ud.?

El cura, que era un miedoso y deseaba congratularse con el General, le respondió amilanado.

-Yo siempre he sido afecto a V. E., y si no, que lo diga el capellán Ibarra (del ejército de Quiroga) que por su intermedio le comunicaba a V. E. la debilidad de las fuerzas de mis sobrinos.

-¡Pues, precisamente, por eso, su sobrino debió haberlo fusilado!22


Del mismo modo que despreciaba a los traidores, Facundo Quiroga respetaba sinceramente a los hombres honrados y valientes, aunque a veces gastaba las bromas más crueles y lacerantes, como las teatralizaciones de fusilamientos o degolladuras y para solazarse con el espectáculo. A través de este montaje, Facundo observaba el comportamiento de las personas enfrentadas a una muerte segura, ignorantes de la farsa. He aquí la chanza que le jugó al vecino Robles, pobre y cargado de hijos, que fue a hacerle una gauchada.

Un día que el General don Juan Facundo Quiroga saboreaba el indispensable mate de la mañana en su cuartel de Ariles, y en medio de sus jefes y oficiales que comentaban con prudente familiaridad los episodios más salientes de la última campaña, fue interrumpida la conversación por el oficial de guardia que, pidiendo permiso al general, le dijo:

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-Ahí hay un paisano que desea hablar con V. E. -Hágalo pasar.

Un hombre joven, pobremente vestido, de fisonomía franca y altiva, se presenta y le dice:

-Buenos días, mi General.

-Adelante amigo. ¿Quién es Ud.?

-Soy Pedro Robles, para servirle a Ud.

-¿Qué se le ofrece?

-Señor, esta mañanita, cuando volví del campo, encontré en la calle este paquete con ocho onzas de oro y conversando de esto con mi compadre Juan Pablo me dijo: «Esas onzas de oro han de ser del General porque anoche estuvo jugando en tal parte y ha ganado mucho. De seguro él las perdió». Y aquí vengo a entregárselas mi General.

El General contestó:

-Bueno amigo, ponga ese dinero sobre la mesa y dígame, ¿Ud. es rico?

No, señor, soy muy pobre.

-¿Cuántos hijos tiene? -Cinco, señor.

-¿Con qué mantiene a su familia?

-Señor, soy trenzador y además traigo leña del campo y la vendo, y así vamos pasando la vida como Dios nos ayuda.

-Bueno, pase un momento al patio hasta que lo despache.

Sale el paisano a esperar lo que tuviera que ordenarle Quiroga. Éste llama a un oficial y le da órdenes en voz baja. Inmediatamente se forma una compañía en el patio del cuartel y el capitán ordena atar las manos a la espalda del reo Robles y conducirlo al lugar de ejecución. El pobre Robles, con el estupor consiguiente, se resiste, protesta, pregunta qué hizo él para que lo maten, quiere hablar a Quiroga, pero el capitán ordena la marcha y el inocente reo es conducido a la plataforma de enfrente y sentado en un banquillo.

Quiroga sale con su Estado Mayor a presenciar la ejecución. Quieren vendarle los ojos a Robles, pero él se opone diciendo:

-¡No preciso, tiren así nomás! Quiero mirarle la cara a Quiroga para ver si no tiene vergüenza de pagarme así el servicio de devolverle lo que perdió.

Quiroga lo miró intensamente como con cariño y luego, con sonrisa sarcástica, dijo:

-No amigo, todavía no le pagaré, pero luego verá.

Entonces los tiradores se adelantaron, los fusiles buscan el pecho del pobre Robles y suena la descarga. Robles se desploma... y Quiroga   —212→   suelta una sonora carcajada que su Estado Mayor acompaña con una sonrisa mezcla de risa y de pena.

La descarga se hizo con pólvora sola, pero la impresión fuerte, y cruel hasta lo brutal, había desmayado a Robles. ¡Broma de tigre que hasta jugando hiere! Vuelto en sí Robles en el cuartel, dispuso Quiroga que se le prodigase toda clase de cuidados y atenciones, y se le diese de almorzar espléndidamente. Cuando estuvo repuesto del todo, Robles fue llamado por el General y le dijo:

-Venga, amigo, traiga esa mano honrada y perdóneme el mal rato que le di y que Ud. ha afrontado como hombre. ¡Así me gustan los gauchos! Pero óigame lo que le voy a decir. El susto que le he dado ha sido para que aprenda a no ser zonzo. ¿Ud. Creía que el General Quiroga se iba a morir de hambre si Ud. no le devolvía esas ocho onzas de oro? ¿No le hacían falta a Ud. para darles pan a sus hijos? ¿Quién le reclamó esa miseria para que venga tan apurado a devolverla? Cuando halle plata de pobres, entonces debe ir al trote a entregarla porque esos la precisan para vivir. Pero otra vez que encuentre dinero de ricos y sepa yo que ha ido a buscarlos para devolverlo, entonces le aseguro que la descarga no será con pólvora sola. Entonces, mi amigo, hágame el favor de llevar ese oro que tanto mal le ha hecho. El capitán que lo fusiló le entregará una vaca para cada uno de sus cinco hijos y, cuando precise una ayuda, acuérdese de que Juan Facundo Quiroga protege siempre al gaucho honrado23.


Este episodio del falso fusilamiento de Robles y la estratagema para enseñar a no ser zonzo es, quizás, la raíz de muchos de los personajes bandidos de la historia nacional. Cada uno de ellos representa cuadros de una procesión dionisíaca o pasos de autos sacramentales medievales en tierras del Nuevo Mundo. Pero si consideramos estas anécdotas para enmarcar la pedagogía abrupta del caudillo, que pretendían la formación del carácter del pueblo según los raptos de las circunstancias, deberemos aceptar que esta modalidad se encontraba en la ribera opuesta a la de Sarmiento y de los que buscaban educar al pueblo a través de otras normas y del convencimiento racional.

Quiero cerrar los cuadros con este grotesco banquete de manteles, que habría sucedido en alguna residencia sanjuanina, hacia 1827 ó 1828:

  —213→  

Banquete de manteles

El General Facundo Quiroga vino por vez primera a San Juan en enero de 1827, y desde su llegada a esta ciudad, inició una serie de atrocidades, befando a la población digna de ser tratada de mejor suerte. No obstante, es a San Juan a la que trató mejor.

La mayor parte de los actos inarmónicos contra la urbanidad y la moral se hallan referidos por don Domingo Faustino Sarmiento en su inmortal libro El Facundo.

El que voy a referir es puramente tradicional, lo he oído varias veces, siendo la última persona que me lo ha referido, el teniente coronel don Francisco Magín Guerrero, que a su vez, lo ha oído su madre, señora respetable, nacida en 1818 y mimó a la edad de 86 años y 6 meses.

Es como sigue: cierto día el General Quiroga invitó a varias personas para obsequiarlas con un banquete; deseaba humillarlas y burlarse de ellas, para lo cual les hizo sentar a la mesa, ricamente aderezada, con excepción de no haber colocado manteles; en cuanto a lo demás, nada había que no revelara corrección, ornato y suntuosidad.

Entre los convidados reinaba la mayor alegría, éstos comen tranquilos, brindan por la salud del General, en la mayor concordia.

Se nota la falta de mantel, pero a nadie se le ocurre o se atreve a hacer notar la falta, no lo fuera a matar Quiroga, a quien todos temen y se guardarían de susceptibilizar.

Terminado el banquete se retiran contentos, aparentemente muy agradecidos o, en realidad, así lo era.

Poco tiempo después, Quiroga abandonó la culta ciudad y fue entonces cuando los caballeros asistentes al banquete, en sus alegres reuniones, refirieron que el General Quiroga era un gaucho bruto, puesto que los había invitado a un espléndido banquete y no había puesto un mantel en la mesa.

Como suele suceder, no con poca frecuencia, los chismosos no escasean. Y esta vez hubo uno de manera que, cuando Facundo volvió a San Juan, le comunicaron la manifestación hecha por los asistentes al célebre banquete.

Sabedor Quiroga de lo ocurrido, por segunda vez invita a los mismos, los hace sentar a la mesa, la cual está cubierta por un lujoso mantel y sobre éste, otros de igual clase, servilletas y el servicio de costumbre, como si se tratara de una excelente comida. Con seguridad les dice: «En la creencia de que ustedes fueran mis amigos, yo los invité a una comida; sé que han dicho que yo soy una gaucho bruto porque no había colocado manteles en la mesa. Yo recién había llegado a San   —214→   Juan, carecía de recursos para comprarlos o no tenía a quién pedírselos prestados y ésta es la razón por la cual no presenté manteles. Ahora van a comer manteles, porque si no...».

Mientras Quiroga hablaba con imponente calma, soldados armados de caballería, a una señal dada, penetraban en el corredor rodeando a los comensales. Es cuando dijo: «porque si no...», los soldados dan principio a desenvainar los sables afilados en ademán de combate para dar principio a un bárbaro crimen. Era sin duda peor que el convite del lobo, debió parecerles la sentencia de muerte y que había llegado el último momento de sus vidas; las sillas en que estaban sentados no eran otra cosa que los banquillos en los cuales serían bárbaramente ejecutados.

El dilema se definiría perfectamente: comen manteles o morir; sin pérdida de tiempo cada uno toma el cuchillo y tenedor respectivo, comienzan a cortar manteles y comer manteles, para salvar la vida del peligro tan inminente y amenazador.

Cuando Facundo estuvo satisfecho, páceles brindar por su felicidad, los despidió y al mismo tiempo les dijo: «Ahora vayan a contar y a reírse de mí, que ustedes son caballeros educados e inteligentes porque saben comer manteles».

Todos se retiraron silenciosos y felicitándose de haber escapado de las garras del Tigre24.


Hemos citado sólo un puñado de anécdotas recogidas de la tradición popular, tomadas de muy diversas fuentes, escritas y orales, provenientes de la literatura regional como de transcripciones logradas por maestros con motivo de la Encuesta Folclórica de 1921. El panorama de la vida de Facundo se ensancha, y los materiales permiten ahondar desde nuevas perspectivas aquí no analizadas.

Sin embargo, quedan algunas constantes seguras para futuros estudios, como es el hecho del fuerte acatamiento de parte de Sarmiento por la tradición popular, que a veces escudriñaba de la oralidad25 y, a veces, él mismo la promovía con encuestas personales o cuestionarios   —215→   que, alguna vez, había comenzado en Francia cuando fue pagado por el gobierno chileno para investigar los sistemas educativos europeos. Cuidadosas preguntas a maestros y alumnos conformaban el cuestionario por el que Sarmiento atisbaba no tanto propósitos inalcanzables y el desiderátum de los utópicos, sino los resultados y la eficiencia de los procedimientos26.

Si bien no es nuestro propósito ni enaltecer las prácticas de Facundo ni eludir los excesos del ímpetu sarmientino, pretendemos tomar de la tradición oral aquello de grande que despierte interés en los hombres cultos y sabios, y, en los poseedores de esa cultura, el reconocimiento de que poseen un resguardo futuro para enfrentar su vida. Si bien miramos, muchas de estas anécdotas aquí mencionadas se han repetido en la historia argentina de una u otra manera con personas, o con pueblos, o con variantes de circunstancias, que no cambian lo sustancial de los entramados de estos relatos. Porque, al decir de Sarmiento:

En la República Argentina, se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente, que sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos de la Edad Media; otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea27.


Porque los criollos ignoraron el caudal de saberes que tuvieron en sus cabezas; y nuestros hombres cultos, los unitarios de antaño (y también los de hogaño), los que miraron a Europa, ignoraron lo que tuvieron a sus pies, sus raíces. Por eso nosotros, los estudiosos, debemos tener una actitud perspicaz y, a la vez, respetuosa para sumergirnos en las aguas de las tradiciones, y extraer de ellas las perlas vivificantes que justifican nuestra idiosincrasia. Conocer y trasmitir con fidelidad lo que pobló los espíritus de nuestros antepasados, lo que alimenta el alma de nuestros criollos. Y dentro de este concepto   —216→   de lo criollo, incorporar las tradiciones y el sentir de los gringos e inmigrantes, que retoñaron nuestra intimidad de pueblo, con siglos de dolor y de saber tradicional no siempre escrito.