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ArribaAbajoLiteratura de Mendoza. Espacio, historia, sociedad60

Gloria Videla de Rivero


Presentaré hoy el libro Literatura de Mendoza. Espacio, historia, sociedad61, del cual han aparecido dos tomos; el primero de ellos fue editado en el año 2000; y el segundo, en enero del 2002. Se trata de dos volúmenes colectivos por mí coordinados, que van concretando un proyecto de investigación amplio, de historia y crítica literaria, siempre susceptible de futuras ampliaciones, pero que pensamos cerrar con un tercer volumen, en el que entregaremos conclusiones generales y diseñaremos las grandes líneas de sentido y de estilo, constantes y variables que se configuran en las manifestaciones literarias de Mendoza, seleccionadas desde los ángulos analíticos que hemos privilegiado. Los coautores de los libros son todos miembros del Centro de Estudios de Literatura de Mendoza (CELIM): Marta Castellino, Gustavo Zonana, Fabiana Varela, Hebe Molina y Dolly Sales de Nasser.

En 1978, cuando me hice cargo de la cátedra de Literatura Argentina Siglo XX, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, elaboré un proyecto tendiente a intensificar el estudio de la literatura de Mendoza. De él surgieron varias publicaciones, entre ellas la edición de las Poesías completas, de Alfredo Bufano (1983)62 y la Contribución para una bibliografía de la literatura de Mendoza (1984)63. A partir de este impulso, en 1988 se creó el Centro   —292→   de Estudios de Literatura de Mendoza (CELIM), que funciona bajo mi dirección en la sede de la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, con un amplio proyecto de investigación y docencia.

Esta etapa abierta en 1988 ha sido pródiga en publicaciones, la mayoría aparecidas con el sello editorial del CELIM, algunas con el apoyo coeditorial de otras entidades de la Universidad, como la Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, la Editorial de la Universidad Nacional de Cuyo (EDIUNC); o de entidades de la provincia, como Ediciones Culturales de Mendoza o la Junta de Estudios Históricos de Mendoza. La lista de títulos es amplia, pero mencionaré sólo la revista Piedra y Canto; Cuadernos del Centro de Estudios de Literatura de Mendoza, de la cual han aparecido seis volúmenes de alrededor de trescientas páginas cada uno. A través de ella hemos publicado artículos y notas sobre autores y textos mendocinos, documentos, entrevistas y recopilaciones bibliográficas.

Pero consideramos, además, que era necesario ofrecer, grupalmente, enfoques que fueran configurando de modo más orgánico aportes para una historia de la literatura de Mendoza. Por ello, elegimos un ángulo de estudio que ofrece vetas interesantes y fecundas para calar con profundidad en nuestra materia literaria: «Espacio, historia y sociedad en la literatura de Mendoza», enfoque que se abre al interés de otras disciplinas, como la historia, la geografía o la antropología.

Para lograr nuestros objetivos en el primer volumen, se seleccionaron textos que van desde el siglo XVII hasta fines del XX, aunque predominaron los del pasado siglo. Se analizaron las crónicas de Ovalle y Lizárraga, del siglo XVII; relatos de viajeros del siglo XIX; obras de Manuel Olascoaga (de comienzos del XX, pero aún, con la fuerte impronta del siglo anterior); textos de Juan Alberto Castro, de Alfredo Bufano, de Miguel Martos, de Lucio Funes, publicados entre la década del veinte y la del cuarenta del siglo XX, y la última obra de Abelardo Arias aparecida en 1995: Él, Juan Facundo. Personalidades políticas del siglo XIX y principios del siglo XIX, parajes característicos, como El Challao o Puente del Inca, se estudiaron en el primer tomo según las representaciones peculiares de cada texto y en función de su papel para la conformación de la memoria cultural de Cuyo.

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En el segundo volumen, se amplía este corpus tras incorporar el estudio, a mi cargo, de dos relatos de viajeros ingleses que -desde sus miradas europeas e imperiales- dejaron testimonio de nuestro paisaje, de nuestra historia y de nuestra sociedad: Roberto Proctor y Peter Schmidtmeyer, que pasaron por nuestra provincia entre 1820 y 1824, cuando todavía las expresiones literarias cuyanas no habían alcanzado una madurez o difusión que les permitiera aportar por sí mismas estos testimonios. Estos relatos: Narraciones del viaje por la Cordillera de Los Andes (1825), de Proctor, y Viaje a Chile a través de Los Andes (1824), de Schmidtmeyer, están influidos por la obra del sabio naturalista Humboldt, por el romanticismo y por los intereses políticos y económicos de Inglaterra en nuestra América. Ambos permiten reconstruir un interesante momento de la vida mendocina e imaginar el cruce de los Andes a lomo de mula, que permitía una cuidadosa observación del paisaje, de su flora, de su fauna y de otros fenómenos naturales. El libro de Proctor nos ofrece estampas vívidas de una ciudad que él considera bella «por el contraste que ofrece con la tristeza e identidad de las pampas». San Martín es, en el relato, un ser viviente, querido y respetado por los mendocinos, con autoridad moral sobre la sociedad -según Proctor- para respaldar ideas liberales y progresistas. Mendoza aparece en ambos relatos como una pequeña ciudad de costumbres apacibles, con algunos sencillos refinamientos en sus clases superiores, cordiales y hospitalarias. Los textos brindan, además, un valioso material para indagar la índole y los posibles patrones estructurales del género «relato de viajes».

El terremoto que destruyó la ciudad en 1861 ya pudo ser narrado y poetizado por escritores afincados en Mendoza o en otros lugares del país, particularmente, en Buenos Aires. Brindamos en este tomo dos capítulos, escritos por Fabiana Varela, que analizan una importante selección de los principales textos sobre el terremoto, ya en prosa, ya en verso. La mayoría proceden de escritores letrados, como Juan Gregorio, Félix Frías, Santiago de Estrada, Paul Groussac, Cristóbal Campos, Calíbar, Olegario V. Andrade, en el siglo XIX y Juan Draghi Lucero, Miguel Martos o Abelardo Arias, en el siglo XX. Algunas veces, los textos proceden de cantores populares, transmitidos por tradición oral desde el siglo XIX hasta el XX, cuando fueron fijados en el Cancionero popular cuyano por Juan Draghi Lucero, aunque un   —294→   examen pormenorizado permite captar un vaivén, un tránsito complejo entre lo popular y lo letrado. Estos testimonios registran la dramática secuencia de los hechos que conformaron la catástrofe: la tarde tranquila, el sorpresivo ruido ensordecedor, el brusco movimiento oscilatorio, la destrucción completa, el silencio seguido de ruidos aterradores, el incendio, el desborde de las aguas, los saqueos. Pero también enuncian el triunfo de la vida a través de la voluntad de reconstrucción de los mendocinos. Uno de los méritos de estos dos capítulos es la labor hemerográfica previa a la sistematización y al análisis e interpretación de los textos, realizada por la autora en el periódico decimonónico El Constitucional (1852-1884), o por quienes proporcionan algunas otras fuentes (Beatriz Curia, Juan Draghi Lucero, entre otros), procedentes de archivos o de la tradición oral.

Otros dos capítulos del libro son dedicados a autores representativos de una línea temática que constituye una constante en la literatura de Mendoza: la sátira social (para la que la historiografía literaria mendocina ha acuñado el rótulo de «sociología criolla»). En el capítulo «La sociedad política mendocina según la pluma de Leopoldo Zuloaga», Hebe Beatriz Molina estudia un conjunto de textos de este autor decimonónico: «El gobierno de Nazar», «La logia civitista», entre otros (ambos del siglo XIX, aunque se trabaja sobre una edición póstuma, aparecida en 1927). Marta Castellino, a su vez, estudia la obra de Alejandro Santa María Conill: Flechas de papel, de 1953, que recoge textos publicados en periódicos, en 1938. En el primer tomo, habíamos analizado otra de las manifestaciones de la crítica política: la novela Ranita, de Juan Alberto Castro, que satiriza con poco disimulo la época del lencinismo (una rama local del Radicalismo). El capítulo que analiza los textos de Zuloaga brinda, además, datos biográficos y contextuales que contribuyen al conocimiento del autor y su tiempo. Zuloaga critica mediante la sátira a los gobiernos decimonónicos de Laureano Nazar y de Emilio Civit. Si bien este escritor tiene ingenio, una pluma fluida y buena inspiración para versificar, la inmediatez de la pasión política, el combate a personas con nombre y apellido (apenas disimulados en la segunda versión de La logia civitista, que deviene logia gubernista) le quitan universalidad y vuelo estético. Pienso, por ejemplo, contrastivamente, en el Tirano Banderas, de Valle Inclán, o en El Señor Presidente, de Miguel Ángel   —295→   Asturias, que -aunque puedan tener modelos individuales- retratan innominadamente a todos los tiranos y denuncian los vicios generales de la política latinoamericana.

En cambio, Alejandro Santa María Conill, con certero instinto estético, desdibuja en Flechas de papel (como también lo hizo en su novela La ciudad de barro) a los personajes de carne y hueso a quienes satiriza, aunque podamos inferir laboriosa e hipotéticamente, por medio del cotejo con datos históricos, algunos de sus modelos. Por ello resulta muy útil el cuidadoso rastreo hemerográfico realizado por la autora del capítulo, en periódicos de los años treinta del pasado siglo, así como los detallados datos biográficos y contextuales que nos brinda, que serán una contribución cuando llegue la hora de hacer una historia de la literatura mendocina, más amplia y actualizada con respecto a las ya existentes. Se completa el estudio con un análisis textual que examina los recursos propios de la sátira en la conformación de los textos. Por Flechas de papel, desfilan distintos tipos humanos, que personifican defectos humanos generales o específicamente provincianos, satirizados por medio de una serie de procedimientos, tales como la hipérbole, la reducción, la ironía o la animalización.

Dos novelas de Abelardo Arias, Álamos talados y La viña estéril, brindan un excelente material literario para el análisis del paisaje, las costumbres y la conformación social del sur mendocino (San Rafael). La autora estudia los diferentes modos que asume la descripción del paisaje sanrafaelino, desde el mero marco geográfico de la acción hasta la dimensión simbólica, pasando por una serie de grados de compromiso con el carácter y los sentimientos de los personajes. En este capítulo se observa, además, cómo las dos novelas textualizan la problemática social del momento, la reacomodación de criollos e inmigrantes en los espacios sociales y el surgimiento de la sociedad moderna y tecnológica, organizada en torno a la producción, en reemplazo de la sociedad tradicional, organizada en torno a la parentela. Agudo observador del espacio social mendocino, Abelardo Arias ha sabido representar el conflicto entre la cosmovisión modernizados versus la tradicional. Su propuesta apunta sutilmente, a través de la resolución de la trama y de los conflictos entre personajes, a asumir la incorporación de lo nuevo sin olvidar los valores humanistas de la sociedad tradicional.

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En el último capítulo del libro: «La ciudad: fundaciones poéticas de la lírica mendocina», Gustavo Zonana analiza una recreación literaria de la fundación de la ciudad de Mendoza. La importancia de lo urbano en la identidad latinoamericana ha generado múltiples tradiciones literarias en la Argentina, entre ellas, la de textos líricos que recrean el episodio fundacional de las diversas ciudades argentinas, produciendo una importante serie de textos referidos a las fundaciones de Buenos Aires («La fundación mitológica de Buenos Aires», 1929, de Jorge Luis Borges), de Salta («Poema de la fundación de Salta», 1965, de Ignacio Anzoátegui), de San Luis («Digo a Juana Kolsay», 1972, de Antonio Esteban Agüero; «De como San Luis se hizo cierto», 1980, de Teresita Saguí), de Jujuy («Doble fundación de Jujuy», 1944, de Jorge Calvetti), entre otros. Los poemas fundacionales resaltan el simbolismo del origen y lo exponen como clave para entender el presente del sujeto evocador o de la ciudad misma. De los textos referidos a la fundación de la ciudad de Mendoza, el autor de este capítulo ha elegido el poema de Alfonso Sola González: «Pedro del Castillo funda Mendoza»; y agrega el estudio de otro poema del mendocino Abelardo Vázquez, quien realiza poéticamente una fundación utópica: la «Tercera fundación de Buenos Aires». El estudio de estos poemas permite ver cómo se articula la mencionada tradición nacional desde el espacio regional mendocino y señala convergencias y divergencias con respecto a la serie textual más amplia, referida a otras ciudades argentinas. El análisis de estos textos pondera el manejo poético de la materia histórica, el punto de vista escogido para la reconstrucción del hecho, el tratamiento del tiempo, la recuperación de los aspectos simbólicos del proceso de fundación. La recreación del episodio fundacional implica un diálogo del poeta con su ciudad, con la historia y con la tradición literaria. El análisis de Zonana muestra el papel generador de la «Fundación mitológica de Buenos Aires», de Jorge Luis Borges. Las fundaciones poéticas atienden especialmente a la revelación de claves esenciales de la ciudad: cómo es, por qué es así, qué incidencia ha tenido en la formación del sujeto que la evoca, cómo se ha establecido éste o su estirpe en ella, qué papel le cabe en la conformación de un ethos o de un proyecto individual o nacional.

A través de los estudios desplegados en los dos tomos de Literatura de Mendoza, ésta se abre como testimonio privilegiado para el   —297→   conocimiento del pasado regional, de sus tipos humanos, de sus personajes históricos, de sus características sociales y políticas, de sus costumbres y paisajes a través del tiempo.

Apuntamos a enriquecer la conciencia cultural de la región, pero también, nos proponemos contribuir al mejor conocimiento del sistema literario nacional y a reconocer los modos de relación e inserción de la literatura mendocina en el contexto nacional e internacional. Nuestro proyecto tiende a superar un concepto de región clusa o meramente periférica, si bien se constatan en su producción literaria modalidades lingüísticas propias y las marcas ya señaladas del paisaje, el folclore, la historia, las costumbres y la idiosincrasia de la región.

Para lograr nuestros objetivos, hemos trabajado coordinadamente realizando reuniones periódicas, con el fin de compartir criterios teórico-críticos. No obstante, aunque se establecieron algunos patrones comunes, los métodos críticos son variados ya que respetan la especificidad de los textos, los intereses individuales de los investigadores y tienen en cuenta el estado actual del desarrollo de nuestra historia literaria, entre otros condicionamientos. Uno de ellos es la dificultad que tendrán los lectores de nuestra obra crítica o historiográfica para acceder a muchos de los textos estudiados. Las obras de Manuel Olascoaga, Alfredo Bufano, Lucio Funes, de Juan Alberto Castro, por ejemplo, no se encuentran en librerías, sólo en las principales bibliotecas de Mendoza y, a veces, en ejemplares mutilados. Por ello, nos hemos detenido en aspectos descriptivos y hemos hecho síntesis argumentales para, a partir de ellas, emplear diferentes criterios de sistematización y análisis (comparatismo, estructuralismo, semiótica, historiografía literaria, estudios culturales, entre otros). Nos ha parecido servicial -en orden a una futura historia literaria- brindar datos biográficos y bibliográficos de los autores estudiados, a veces, procedentes de rastreos hemerográficos. En general, hemos evitado el abuso del metalenguaje crítico, con el objeto de llegar a lectores no especializados o procedentes de otras áreas del conocimiento, como la historia o la geografía. En todos los casos, nuestros métodos están guiados por una concepción humanista, que busca comprender al hombre a través del arte, en relación con su entorno físico, histórico y social, con sus condicionamientos ideológicos y su proyección espiritual.