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ArribaAbajo Recepción del académico de número don Pedro Luis Barcia53


ArribaAbajo Discurso de recepción

Ofelia Kovacci


Tengo el agrado de abrir la sesión número 1129.ª de esta Academia, de carácter público, convocada para la incorporación formal del doctor Pedro Luis Barcia como académico de número.

El doctor Barcia fue elegido por el Cuerpo académico en la sesión 1109.ª, del 17 de abril de 2000. Se le asignó el sillón número 22, puesto bajo el patrocinio de uno de los clásicos de nuestras letras: «Juan Cruz Varela», que habían ocupado sucesivamente los académicos Roberto F. Giusti, Elías Carpena y Ángel Mazzei.

Nacido en Entre Ríos, donde cursó el bachillerato, se afincó luego en La Plata, en cuya Universidad cursó el profesorado en Letras, y en 1974 obtuvo el Doctorado con una tesis dirigida por el doctor don Ángel Battistessa. La tesis versó sobre una obra del siglo XIV, los Proverbios morales del Rabí Sem Tob y, a pesar de que el jurado recomendó su publicación,   —98→   por los avatares cíclicos de diversa índole que atraviesan las Universidades, el texto apareció fragmentado, aunque se lo cita internacionalmente como autoridad acerca de don Sem Tob de Carrión.

La vocación del doctor Barcia por las letras ha estado siempre consagrada a la enseñanza y a la investigación, y -como suele suceder- cada una de estas actividades ha influido en la otra. Ejerció la docencia en la Universidad de La Plata, desde ayudante alumno hasta adjunto de Literatura Medieval en la cátedra de don Ángel Battistessa y de Literatura Argentina, en la de don Juan Carlos Ghiano, profesores que fueron también ilustres miembros de la Academia Argentina de Letras. Barcia trabajó, además, muchos años en el Instituto del Idioma, que dirigía Battistessa y funcionaba en la Casa de Enrique Larreta por convenio entre la Ciudad de Buenos Aires y el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. Años después, ganó por concurso el cargo de profesor titular de Literatura Argentina I en la Universidad de La Plata, donde continúa enseñando. También ha sido allí director del Instituto de Literatura Argentina e Iberoamericana.

El recorrido de la bibliografía del doctor Barcia, centrada principalmente en el estudio de la literatura, revela en su labor de investigador un amplio espectro de intereses, varios de los cuales se han mantenido a lo largo de los años. Así lo muestran su temprano ensayo Lugones y el ultraísmo, publicado por la Universidad de La Plata en 1966, seguido de estudios de literatura medieval española: El Mester de Clerecía para el Centro Editor de América Latina en 1967, y Análisis de «El Conde Lucanor» para la misma editorial en 1968, año en que también ve la luz el primer tomo de su recopilación con estudio preliminar y notas de Escritos dispersos de Rubén Darío (Recogidos de periódicos de Buenos Aires). «La Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata -advertía Juan Carlos Ghiano, que   —99→   era director del Instituto de Literatura Argentina e Hispanoamericana- ha querido colaborar en la tarea hispanoamericana de completar [la publicación de] la obra de Darío», por lo que dio apoyo económico durante dos años al entonces ayudante de cátedra, Pedro Luis Barcia, para preparar con paciente trabajo este libro. El segundo tomo apareció en 1977.

En ese año 1977, por sus notables antecedentes, el doctor Barcia ingresó en la Carrera del Investigador del CONICET, que lo apoya desde entonces en su actividad, efectuada casi sin respiro, hoy en la categoría de investigador principal. Dije «casi sin respiro», y el aserto puede comprobarse en lo que sigue (limitándome casi exclusivamente a sus libros). Retomó la figura de Lugones en la edición de Las fuerzas extrañas, en 1981; y en la línea de búsqueda de textos no conocidos, publicó Fray Mocho desconocido en 1979 y Cuentos desconocidos de Leopoldo Lugones en 1982. Además de sus asiduas visitas de investigación a nuestra biblioteca, la relación del doctor Barcia con la Academia Argentina de Letras cobró otra perspectiva cuando la Institución publicó en 1976, en la Serie Clásicos Argentinos, su compilación Prosas, de Rafael Obligado, acompañada de un extenso y exhaustivo prólogo. Poco más tarde, en 1981, al cumplirse medio siglo de su fundación, la Academia otorgó al doctor Barcia el Premio Internacional Cincuentenario por su edición crítica de La lira argentina. O colección de las piezas poéticas dadas a la luz en Buenos Aires durante la guerra de su independencia con estudio preliminar y vocabulario de argentinismos, obra que también apareció en la Serie Clásicos Argentinos de la Academia en 1982. La tercera colaboración del doctor Barcia en la Serie se concretó en 1983, con su compilación y estudio preliminar de Prosas, de Enrique Banchs.

Dentro de la continuidad de algunas líneas de investigación, como ya hemos señalado, uno de los intereses del doctor Barcia se dirige a la edición de clásicos argentinos, en particular   —100→   del siglo XX. Son ejemplos -la referencia no es exhaustiva- las ediciones con estudio preliminar y notas de Las fuerzas extrañas, de Leopoldo Lugones en 1981; Poesía (1924-1950) de Leopoldo Marechal en 1986; Las águilas, de Eduardo Mallea en 1987 y El espejo negro, de Leopoldo Lugones en 1988, todas aparecidas en Buenos Aires. La edición de Cuentos fantásticos, de Lugones, se publicó el mismo año 1988 en la prestigiosa editorial Castalia de Madrid. En esta también vieron la luz sendas ediciones con estudios y notas de El incendio y las vísperas, de Beatriz Guido, en 1989, de La trama celeste, de Adolfo Bioy Casares en 1990 y de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal en 1994. De Marechal, algo más tarde, Barcia publicó en Buenos Aires, con estudios de igual interés y jerarquía, Descenso y ascenso del alma por la belleza en 1995, y en Obras completas de Leopoldo Marechal, los tomos I, «La poesía»; II, «Los ensayos»; y V, «Los cuentos y otros escritos» en 1998. La colección Identidad Nacional, de la Secretaría de Cultura de la Nación, incluye sus ediciones de La ciudad encantada, de Ernesto Morales en 1994, de Folklore bonaerense, de Ventura Lynch, en 1995 y de Santos Vega o los mellizos de «La Flor», de Hilario Ascasubi en el mismo año; también en Buenos Aires, Barcia editó Obras poéticas, de Olegario Andrade en 1998, y en 1999, Cinco dandys porteños, de Pilar de Lusarreta.

Por otra parte, se observa, en esta trayectoria de estudios minuciosos y de ediciones fidedignas de nuestro académico, el cuidadoso y admirado seguimiento de autores, como es el caso de Lugones y Marechal. Las obras completas del primero, en 53 tomos, han comenzado a publicarse con su dirección: han aparecido los cuatro primeros volúmenes, y otros quince contendrán material inédito. Otro retorno singular en el interés literario del doctor Barcia se centra en Rubén Darío. Años después de su temprana recopilación de escritos dispersos del nicaragüense en 1968 y 1977, Barcia edita varias   —101→   obras, con estudios notables por su erudición y su sensibilidad: Marcha triunfal en 1995, año del centenario del poema, en cuyo prólogo también ofrece documentación sobre la experiencia vivida por el poeta en la isla Martín García, donde escribió la Marcha Triunfal; de 1996, es la edición crítica de Prosas profanas; de 1997, un opúsculo de sorprendente título: Rubén Darío, entre el tango y el lunfardo, donde se refiere a la reseña de Darío del libro El idioma del delito, de Antonio Dellepiane, y al empleo por el poeta de los términos entonces lunfardos «atorrante» y «farra», así como a la presencia de su obra en letras de tangos. De 1998, es Las repúblicas hispanoamericanas, recopilación de artículos escritos por Darío en París, en el Mundial Magazine entre 1911 y 1914. Las obras que acabo de mencionar fueron publicadas por la Embajada de Nicaragua en la Argentina. Además, el doctor Barcia es coordinador de la Edición Crítica Nicaragüense de las obras completas del poeta, auspiciada por la Fundación Internacional Rubén Darío, con sede en Managua: la edición alcanzará más de treinta volúmenes y está a cargo de especialistas de varios países. Por sus trabajos acerca de un poeta tan grande, el doctor Barcia ha sido galardonado en Nicaragua como «el mayor dariista argentino» por la Universidad de León.

La elección de temas y autores naturalmente responde, por lo general, al campo de las preferencias personales de un investigador. Sin embargo, también las vivencias de la propia historia motivan al estudioso. Así, no ha olvidado Barcia la figura de su maestro don Ángel Battistessa, como lo atestigua su libro Ángel J. Battistessa. Semblanza y bibliografía, de 1994.

Su ciudad de adopción, La Plata, le suscitó asimismo estudios minuciosos: en 1982, publicó el libro La Plata vista por los viajeros; de 1994, es Pedro Henríquez Ureña y la Argentina. En este trabajo Barcia trata la trayectoria, la obra y la personalidad del ilustre filólogo y ensayista dominicano   —102→   («Don Pedro» para sus discípulos y sus compatriotas), quien dejó una huella imborrable en la Argentina, principalmente como profesor -mejor, como maestro- en el Instituto del Profesorado y la Universidad de Buenos Aires, y en el Colegio Nacional y la Universidad de La Plata, donde desarrolló intensa actividad durante un cuarto de siglo hasta su muerte repentina en 1946, en el tren que debía llevarlo a dictar su clase a La Plata. Barcia que, por razones cronológicas, no lo conoció personalmente, se refiere, basado en abundantísima documentación, a la relación de Henríquez Ureña con la Argentina y dedica varios capítulos centrales a sus «actividades y ocios platenses». Este libro fue publicado en Santo Domingo con el auspicio de la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos de la República Dominicana, la que además distinguió a su autor designándolo presidente de la Comisión Argentina de Homenaje a Pedro Henríquez Ureña por el cincuentenario de su muerte. En la Semana de Homenaje efectuada en 1996, en Santo Domingo, Barcia trató el tema «Pedro Henríquez Ureña y los debates de la revista Sur».

También la patria chica del doctor Barcia, Entre Ríos, tuvo su recuerdo e indirecto homenaje en un breve libro de 1996: El nicaragüense Tomás de Rocamora fundador y gobernador de pueblos en el Río de la Plata, libro publicado también por la Embajada de Nicaragua en la Argentina. Es que don Tomás de Rocamora, que había nacido en la ciudad de Granada, en la entonces Gobernación de Nicaragua, estando al servicio de los virreyes del Río de la Plata, fundó las ciudades de Gualeguaychú, Gualeguay y Concepción del Uruguay en la actual provincia de Entre Ríos. Gualeguaychú es precisamente la ciudad natal del doctor Barcia y, desde 1996, hermana de la nicaragüense Granada. Además, tanto en las conversaciones comunes como en las sesiones de la Academia, el doctor Barcia aporta su conocimiento del habla de su provincia (así como, claro está, de otros registros muy variados, que   —103→   van del coloquial porteño al gauchesco); en el caso de las sesiones, lo hace con feliz resultado para nuestro Registro del habla de los argentinos. Pero no sólo es filológica su intención: también aporta la gracia del giro provinciano, el humor a flor de labios o la fina ironía que hace sonreír. Con esto quiero decir que la capacidad inagotable de trabajo del doctor Barcia y su saber, que nunca es seca erudición, se manifiestan constantemente en esta Academia en beneficio de los trascendentes trabajos sobre nuestra habla y nuestra literatura.

El más reciente libro de Barcia, de 1999, es Historia de la historiografía literaria argentina. Desde los orígenes hasta 1917, es decir, desde La Argentina, de Martín del Barco de Centenera hasta la Historia, de Ricardo Rojas. Con documentación impecable Barcia inaugura con todo rigor una historia literaria argentina que, a la vez, busca definir cuestiones fundamentales, entre ellas: qué es tal historia literaria, cómo se organiza, a qué canon responde, en qué criterios se basa la periodización. Leamos un pasaje del libro, en el que se revela la complejidad del tema:

Una primera cuestión que se les plantea a los historiógrafos rioplatenses en su terreno de estudio es la existencia o no del sujeto llamado «literatura argentina». Este problema ha pervivido, como cuestionamiento interesante, desde Juan Cruz Varela hasta fines de siglo; incluso será renovado por algunos críticos en el seno del siglo XX y caricaturizado por la broma de Paul Groussac respecto del esfuerzo de Ricardo Rojas en la elaboración de sus densos cuatro tomos de historia literaria argentina, cuando lo elogió por el virtuosismo de componer tan abultado tratado sobre materia inexistente.


(p. 314)                


Dentro de ese marco historiográfico, más recientemente aún -en 2001-, también Barcia descubre, en un artículo titulado «Los protocuentos en la Argentina (1555-1602)», narraciones   —104→   de ficción intercaladas en crónicas históricas o de otra índole: desde el cuento hallado en el texto de los Comentarios de Pero Hernández, contador y secretario de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y otro incluido en el Derrotero, de Ulrico Schmidl, hasta el género rastreado en La Argentina, de Barco de Centenera. Se trata del anticipo de una investigación en marcha de un tema, hasta hoy, no explorado sistemáticamente.

Como dije, en esta reseña es imposible mencionar siquiera tantos temas de los que Barcia se ha ocupado en libros y en una larga serie de artículos. Pero quisiera referirme brevemente a otra faceta del pensamiento y la actividad creadora de nuestro colega: su participación en tres tomitos colectivos -de 1996, 1997 y 1998- que apuntan a la integración del saber, en particular de la lengua y la literatura con la matemática, allegadas y asociadas en el ámbito de la educación. En uno de los tomos, La matemagia del laberinto (título que convoca a esa convivencia de los saberes), con «Elementos de laberintología», Barcia esboza un tratado de la figura del laberinto en sus dimensiones, materia, origen y efectos, funciones, forma y estructura, alude a imágenes del laberinto en el mundo y, naturalmente, a la concepción de Borges54. Este trabajo contiene un capitulillo sobre «Laberinto y educación», donde Barcia dice:

Las preposiciones cambian las proposiciones. La educación en el laberinto, el laberinto de la educación y la educación por el laberinto. La educación en el laberinto alude a ella en el contexto sociocultural en que hoy se encuentra. [...] El laberinto de la educación alude a la propia   —105→   realidad en que se halla extraviada ella [...] sin atinar siempre con salidas eficientes. Centraré mi atención en la tercera proposición: la educación por el laberinto. El laberinto como símbolo educativo.

El laberinto es una experiencia problemática, esto es, que nos propone una dificultad u obstáculo que se alza ante nosotros. El laberinto es una adecuada imagen de lo que es un problema [...]. La construcción formal del laberinto propone una oportunidad de progresar, como progresa el caminante por sus galerías [...]. Entre tantos sentidos que atribuimos a la forma laberíntica, bien puede ser una imagen de la paideia, o del camino progresivo del conocimiento: problema, pasos de la investigación, ensayos y descartes, solución final.


(pp. 29-31)                


He aquí el juego con las palabras y con conceptos para ahondar en un problema vital de nuestra época y nuestra sociedad.

La jerarquía intelectual del doctor Barcia es reconocida ampliamente en el país y en el exterior. Además de su labor en la Universidad de La Plata, actualmente es director de Investigación de la Universidad Austral, director de su Doctorado en Ciencias de la Información y director del Instituto de Estudios Americanistas «Julián Cáceres Freyre» de la misma Universidad. Es profesor honorario de la Universidad Nacional de Formosa y miembro académico de la Universidad de Montevideo. Dirige doctorandos en Universidades argentinas y del exterior (Montevideo, Gales, Navarra, etc.). Es miembro de número de la Academia Sanmartiniana, del Instituto Nacional Belgraniano y del Instituto de Estudios Históricos Urquiza. Integra el Consejo Asesor de importantes revistas nacionales y del exterior, y colabora en otras tantas del país y de Barcelona, Madrid, Nueva Delhi, Macerata. Colaboró en el Tomo VI de la Nueva historia de la Nación Argentina, de la Academia Nacional de la Historia,   —106→   con el capítulo «La cultura y sus ámbitos». La Encyclopédie Philosophique Universelle de Presses Universitaires de France ha incluido artículos escritos por el doctor Barcia sobre cultura y literatura argentina.

El Instituto Nacional Sanmartiniano le ha otorgado su máxima distinción: las «Palmas Sanmartinianas». Ha recibido el Premio Esteban Echeverría en la categoría Ensayo, otorgado por Gente de Letras, y el Laurel de Plata del Rotary Club de Buenos Aires, concedido a la personalidad distinguida de 1996.

La reseña precedente apenas da una idea aproximada de la obra de Barcia. Quedaría mucho por decir de ella, de sus aportes, de su personalidad. Sólo agregaré que lo conozco personalmente desde hace más de diez años, cuando integramos una de las tantas comisiones evaluadoras en el CONICET, que varias veces ha presidido. En esa tarea de gran responsabilidad, he podido conocer su sentido ético en la objetividad con que siempre ha procedido, basado en el equilibrio del juicio -invariablemente fundado en hechos comprobables- y en la delicadeza con que en toda circunstancia, aunque más aún ante una evaluación desfavorable, se ha expresado sobre el trabajo y jamás sobre la persona del autor, al que, por el contrario, ha sugerido métodos y formas de mejorar la labor de investigación.

El tema propuesto para su disertación académica de hoy se entronca con el de la obra por la que esta Academia le otorgó el Premio del Cincuentenario, sobre el estudio de clásicos de nuestra literatura del siglo XIX, también -como sabemos- publicado en esta Casa. Su discurso corroborará lo que he tratado de decir, y sin duda, iluminará facetas que quedaron sin mencionar siquiera. Nos hablará con su erudición auténtica, su galanura en el decir y, sin duda, su apasionamiento por lo que ha sido su objeto de estudio en hondura.

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Señor académico Pedro Luis Barcia: en nombre del Cuerpo académico y en el propio, le doy la bienvenida formal a la Academia Argentina de Letras y como testimonio, recibirá el diploma y la medalla que acreditan su incorporación vitalicia a ella.