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ArribaAbajo Palabras de la Directora de la Escuela de Letras3

Beatriz Bixio


En primer lugar quiero agradecer, en el nombre de docentes y alumnos de la Escuela de Letras, y en el mío propio, a los miembros de la Academia Argentina de Letras que desinteresadamente han aceptado la invitación que les hiciéramos. Es un honor para nosotros recibir hoy a la Academia Argentina de Letras, prestigiosa institución que reúne a tan importantes poetas, narradores, críticos y estudiosos de la lengua.

Asimismo, agradezco a la Agencia Córdoba Cultura del Superior Gobierno de la Provincia de Córdoba, en las personas del licenciado Pablo Canedo, Presidente de la Agencia Córdoba Cultura, del Arq. Adolfo Sequeira, Director de Letras y Promoción del Pensamiento y del licenciado Pablo Boetsch, Director de la Biblioteca Córdoba. Conjuntamente hemos trabajado para asegurar que este encuentro se concrete.

La sola mención de la expresión «Academia de Letras» actualiza la vieja dicotomía entre la libertad y la norma, dicotomía que a su vez remite a la de las dos fuerzas que condicionan el dinamismo de toda lengua: las fuerzas   —262→   centrípetas y las centrífugas, o la fuerza del intercambio y el espíritu de campanario, como gustaba denominarlas Saussure.

Por un lado, el particularismo, el regionalismo, y por el otro, la necesidad de intercomunicación. Se trata de fuerzas opuestas, antagónicas, y el exacto equilibrio entre ambas es difícil de determinar.

En otras palabras, por una parte, reconocemos el valor social de las variaciones de lengua, en tanto se trata de derechos específicos, a los que llamamos derechos lingüísticos de las minorías, derechos lingüísticos que también lo son educativos, jurídicos, sociales e incluso históricos; reconocemos también el valor identitario de estas variaciones en tanto actúan como componentes, a la vez que asiento, de las identidades sociales y regionales. Sabemos que la lengua compartida genera sentimientos de pertenencia a un grupo, de compenetración con sus pautas, valores e intereses. Finalmente, reconocemos su valor estético, pues en ellas se encuentra plasmada la experiencia, la fuerza de la creación en tanto las vivencias, las interacciones y las pasiones más estructurantes para los sujetos han sido objetivadas en alguna variedad de lengua -no olvidemos que todos hablamos, que todos hemos aprendido en el seno de una familia y de una comunidad un dialecto sociorregional y que a la lengua estándar no la habla nadie, que es una abstracción, un constructo teórico.

Y sin embargo, por otro lado, reconocemos la necesidad de asegurar la comunicación, función por excelencia de la lengua para algunos lingüistas. Pero paralelamente a este valor casi utilitario -o funcional- de la lengua común, vehicular, quiero destacar otro, el valor social, pues también sabemos que así como el habla de las minorías puede ser el lugar en el que se asienta la solidaridad e identificación endogrupal, ésta puede ser también el anclaje de la   —263→   marginación y de la exclusión social, el diacrítico de la posición de subordinación de un sujeto o grupo.

Y si el objetivo es que los intelectuales coadyuven al desarrollo social con sus reflexiones y sus investigaciones, indudablemente ésta no es una decisión secundaria: son tan determinantes los prejuicios sociales asociados a ciertas modalidades socio-regionales de lengua que no se debe desear sino que los sujetos aprendan, conozcan y sean partícipes de la norma general, una norma que no implica la suspensión de la propia sino su superposición con el carácter de un registro más, el oficial.

En este sentido, la labor de una Academia de Letras no es secundaria. Más allá de asegurar la intercomprensión entre todos los habitantes de un país, un continente, o una comunidad lingüística aún más amplia, también, al normativizar homogeneiza en sentido positivo, al dar la posibilidad de una lengua común, casi neutra (no diría correcta) que suspende las evaluaciones sociales peyorativas y prejuiciosas que se asientan sobre modos diferenciales de habla y que se proyectan especularmente a sus hablantes.

En esta doble tensión del campanario y del intercambio, en esta agonística, pareciera que se desarrolla la actividad de las Academias de la Lengua y, no casualmente, también la producción literaria que, en los intersticios de esta lid, puede «engañar» al lenguaje, desamarrarse de él y «decir» el mundo desde la metáfora.

En nombre propio y de docentes y alumnos de la Escuela de Letras les agradezco, doy la bienvenida y les deseo vivamente que la estada de cada uno de ustedes en Córdoba les resulte grata.