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ArribaAbajoV. Santa María la Real de Sangüesa

Pedro de Madrazo


Confió en la sesión última nuestro dignísimo Director á mi celo, más diligente que ilustrado, el encargo de proponer á la Academia qué puede contestarse al Sr. Director general de Instrucción pública que nos pide informe acerca del valor histórico de la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa; y debo manifestar con llaneza, que aunque la Comisión de monumentos de Navarra y el señor cura párroco de Santa María, a cuya iniciativa se debe la formación de este expediente, me designen como depositario de interesantes noticias, son tan escasas las recogidas por mí y publicadas en mi obra sobre Navarra, que difícilmente lograré entretener breves instantes el bien prevenido ánimo de este docto cuerpo.

Creo, pues, que puede servirse la Academia concretar su consulta á la sucinta exposición siguiente:

El templo de Santa María la Real de Sangüesa, acerca de cuyo valor histórico pide informe la Dirección general de Instrucción pública á esta Real Academia, existía ya en la época por todos conceptos memorable en que uno de los reyes de más privilegiado temple militar que registran los anales de nuestra gloriosa reconquista, ceñía á sus sienes las coronas reunidas de Aragón y de Pamplona. No solo se erguía la iglesia con su ingente chapitel sobre la orilla izquierda del río Aragón en tiempos de D. Alonso el Batallador, sino que descollaba sobre las torres del amurallado recinto de los palacios y fortaleza de aquel preclaro monarca, ocupando en ellos un gran patio; sin que sea posible en el estado actual de las ruinas de la regia vivienda, determinar otra cosa más que la antigüedad de ambas construcciones, porque de aquellos palacios y fortaleza solo quedan hoy en pié unos cuantos torreones cuadrangulares de color tostado, que se prolongan desde la lengua del río por detrás del ábside de la iglesia á gran distancia hacia el interior de la ciudad.

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El diligente analista de Navarra copió un instrumento del archivo de Sangüesa por el cual consta: que en el mes de Diciembre de 1131, de regreso D. Alonso Sánchez de su belicosa expedición contra el cruel y ambicioso Guillermo, Duque de Aquitania y de Poitiers, y de la costosa expugnación de Bayona, hallándose en la villa de Tiermas, hizo donación á Dios y á la iglesia de San Juan Bautista del Hospital de Jerusalén, y á los caballeros de él y á los pobres que allí se sustentaban, de su palacio, pegante á la puente de Sangüesa, con algunas yugadas de tierra, que señala en Uncastillo y Sos; y les donó también la iglesia de Santa María que estaba dentro del patio del rey al principio del Burgo nuevo de Sangüesa, con todas las décimas y primicias y demás derechos que le pudiesen tocar, y además la décima de los hornos y baños del rey y de la lezda de la carne de aquel Burgo nuevo.

Era, pues, la actual iglesia de Santa María de Sangüesa parte integrante del palacio y fortaleza que tenían los reyes de Pamplona -que hasta D. Sancho el Sabio no tomaron el nombre de reyes de Navarra- en el siglo XII, en aquella hermosa ribera del río Aragón, donde desde el año 1132 empezó á crecer la nueva población ó burgo nuevo de Sangüesa, merced á las exenciones y privilegios que á los pobladores francos de la vecina y enriscada Rocaforte -Sangüesa la vieja- otorgó el rey Batallador para que se estableciesen en la tierra llana al amparo de los caballeros Hospitalarios. Por haber pertenecido al palacio del rey D. Alonso Sánchez, y quizá de sus predecesores, le quedó á la iglesia el nombre de Santa María la Real: advocación que por idéntico motivo se perpetúa en otras iglesias de Navarra, en Olite, en Tafalla, en Estella, etc.

El precioso documento citado es el único que hasta ahora ha salido á luz relativamente á la historia de Santa María la Real de Sangüesa, pero él por sí solo basta á justificar el interés histórico del vetusto monumento. Porque dejando á un lado la gran importancia que ofrece para la historia del arte un templo de tan remota fecha, y ante el cual, por el extraño maridaje de varios estilos exóticos manifiestos en su arquitectura y en su imaginería, una voz interna nos denuncia la intervención de manos francesas y se despiertan en la mente los recuerdos de todas las   —66→   grandezas y todos los infortunios que gozó y sufrió Navarra bajo la reiterada influencia de la nación vecina, á quien debió caudillos y regidores, legisladores y príncipes, desde el siglo IX hasta el XV; es lo cierto que si damos valor histórico á los antiguos monumentos no por lo que son en su materia y forma, sino por los hombres que con ellos convivieron y por los hechos memorables á que sirvieron de teatro ó de que fueron mudos testigos, habremos forzosamente de atribuirlo inmenso á esa hermosa reliquia de la vasta construcción palatina donde se albergó, y donde quizá elevó preces al Altísimo en acción de gracias por sus continuas victorias contra los infieles, uno de los reyes más grandes que ilustraron el trono de Pamplona.

El interés que produce toda obra humana de remota fecha se gradúa bajo tres aspectos: hay monumentos informes de las pasadas edades que permanecen en pie á pesar de la acción incesante del hombre que trastorna la superficie de la tierra, y esos nos interesan solo por ser antiguos; hay otros que á su diuturnidad reunen, ora la bella forma, ora una extrañeza que incita al estudio, y en estos el interés toma carácter artístico; otros por fin, á su antigüedad y condiciones estéticas más ó menos comprensibles, juntan la importancia que da siempre á las grandes moles inertes el llevar adheridos recuerdos de hechos señalados ó de preclaros varones, que son, merced á la virtud aumentativa del tiempo y de la tradición, colosales figuras de númenes protectores de que la humanidad se enorgullece, y estos revisten el prestigio venerando que llevan en sí todas las cosas dignas de la admiración y del culto de los pueblos civilizados. A esta última categoría pertenece el antiguo templo objeto de este informe, y desde este punto de vista, es indudable que la Iglesia de Santa María la Real de Sangüesa ha de aparecer bajo todos conceptos digna de que sea declarada oficialmente lo que ya de por sí es, á saber, un insigne monumento histórico y artístico á la par.

La Academia en su sabiduría acordará si debe ó no elevarse al Gobierno este dictamen.

Madrid, 7 de Diciembre de 1888.

Pedro de Madrazo



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