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III. El supuesto retrato de Hugo de Moncada

Pedro de Madrazo


El ponente que suscribe entiende que para contestar al oficio del Excmo. Sr. Marqués de Barzanallana, Presidente de la Junta Iconográfica, recibido en Agosto último, podría servirse la Academia aprobar el siguiente dictamen, si otra cosa no acordara en su alta sabiduría.

«Al Excmo. Sr. Presidente de la Junta Iconográfica:

»Excmo. Sr.: En 1.º de Agosto último manifestó V. E. á esta Real Academia que D. Bernabé Francisco Romeo había acudido á esa Junta de su digna presidencia solicitando se le adquiriese, con destino á la Galería Iconográfica Nacional, un retrato que posee de Hugo de Moncada; y que la expresada Junta había acordado oir á esta Academia acerca de la autenticidad y del valor material de dicho retrato, con todo lo que sobre el particular se le ofreciese.

Posteriormente, y transcurrido ya el período de vacaciones de este Cuerpo literario, entregó en la Secretaría del mismo el mencionado Sr. Romeo unos papeles, en que consigna prolijas observaciones encaminadas á describir un bulto yacente de alabastro, algo mutilado en su parte inferior, señalar su procedencia, y demostrar su autenticidad como efigie del famoso virrey de Sicilia y de Nápoles, muerto en combate naval contra franceses y venecianos en 1528.

La Academia se ha hecho cargo de las observaciones del señor Romeo, ha pasado á examinar el supuesto retrato de D. Hugo de Moncada, que siendo, como queda dicho, estatua de un sepulcro destruido, no podía ser cómodamente transportado á la casa donde celebra sus sesiones: y dirá ahora á V. E. con imparcialidad la impresión que el estudio de aquella escultura le ha producido, y las dudas que abriga respecto del personaje que representa.



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El Sr. Romeo ha traido á Madrid la estatua desde la suprimida Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes de la provincia de Huesca, sacándola de un enterramiento ruinoso. Que esta figura es la de un magnate del tiempo de los Reyes Católicos, ó de los primeros años del reinado de Carlos V, no cabe negarlo; lo atestiguan la forma de su armadura, su birrete, su espada, el manto ú hopalanda echado sobre sus hombros y abierto en los costados dejando libres los brazos; el corte de su cabello, su cara toda afeitada. Es también innegable que el sujeto efigiado era hombre de cuerpo robusto y de más que mediana estatura, tal como describe á Hugo de Moncada, Gaspar de Baeza, que de mancebo pudo quizá conocerle personalmente.

Pero lo que no aparece demostrado, á pesar de las abundantes y agudas conjeturas del Sr. Romeo, deducidas del asiduo estudio que ha hecho de los historiadores castellanos y aragoneses, es que el preclaro capitán de quien se trata, haya tenido en Italia ni en España sepulcro con estatua yacente.

Murió Hugo de Moncada en el combate naval que sostuvo contra Nicolás Lomelín y Felipín Doria en las aguas de Salerno; recibió allí «una pelota de arcabuz en el brazo derecho y otra de falconete en el muslo izquierdo» y créese que cayó al mar, como aseveran los historiadores franceses. Pero Gaspar de Baeza da á entender que su cadáver fué recobrado, y añade en el capítulo último de su historia: «el cuerpo de D. Hugo fué llevado á la ciudad de Amalfi y sepultado en la iglesia de San Andrés, de donde fué traído á Valencia del Cid y sepultado en Nuestra Señora del Remedio.» De este breve texto lo único que se colige es que el cuerpo de Hugo de Moncada, no su estatua, fué lo que vino de Amalfi á Valencia.

Es verdad que Vargas Ponce en su Vida de D. Hugo de Moncada, que según los eruditos colectores de los Documentos inéditos para la Historia de España existe original en el Depósito hidrográfico, dice de una manera explícita que el Obispo de Tarazona y Canciller del reino de Valencia, D. Guillén Ramón, tio de D. Hugo, hizo trasladar el cadaver de este al delicioso y renombrado convento de Nuestra Señora del Remedio, suntuosa fundación suya, en el año 1537, y que allí yacían sus restos en

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un magnífico mausoleo de alabastro al lado del Evangelio del altar mayor. Mas prescindiendo de que la mera palabra mausoleo solo indica sepulcro lujoso, sin que se entienda de precisión que lleva en sí figura yacente, es indudable que Vargas Ponce pecó algo de ligero al hacer semejante descripción, porque, en primer lugar, no fué el tío de D. Hugo, sino su hermano D. Guillón quien le dió sepultura en Valencia en la iglesia de los Trinitarios Calzados, por otro nombre Nuestra Señora del Remedio, y en segundo lugar, el tal magnífico mausoleo de alabastro se reducía á una sencilla lápida en que se recopilaban los títulos y calidad del héroe y la ocasión de su gloriosa muerte, en este elegante epígrafe:

Contra saevam gallorum tyranidem Parthenopem cum regno servans navali praelio, invicto animo dimicans pro P. Libertate, pro Caesare, pro nomine tandem, occubuit gloriose Dom. Hugo à Monte Catino. Vió y copió esta lápida el diligente D. Antonio Ponz en su Viaje de España: el cual dice que estaba colocada junto al altar de la capilla del lado del Evangelio, debajo de una imagen de Nuestra Señora. Y como en esta misma capilla se hallaba el mausoleo del noble Conde D. Juan de Moncada y de su mujer la Marquesa de Villarragut, monumento costeado por aquel D. Guillén Ramón de Moncada, Obispo de Tarazona, y que podía en efecto ser considerado como obra suntuosa, dado que presentaba los bultos yacentes de los dos esposos, de bella escultura, es muy posible que Vargas Ponce confundiese las especies y tuviera en la mente este enterramiento, ó bien el del duque D. Gastón de Moncada, que existía también con su estatua á la izquierda del presbiterio, cuando escribió lo que se acaba de recordar, sobre la sepultura de D. Hugo en Nuestra Señora del Remedio de Valencia.

Difícil es, pues, demostrar que el enterramiento de este personaje en España contuviese su efigie en estatua sobrepuesta, pero es todavía más ardua empresa, aun admitiendo que tuviera estatua yacente, el probar que este enterramiento efigiado fué extraído del templo de Nuestra Señora del Remedio de Valencia y llevado á la Cartuja de las Fuentes de la provincia de Huesca. Esto pretende, sin embargo, el Sr. Romeo con ingeniosas inducciones

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que no pueden admitirse sin hacer violencia al buen sentido. No se aduce el menor testimonio histórico en que se consigne semejante translación. Los Moncadas, dice el Sr. Romeo, principalmente D. Francisco, Marqués de Aytona y de la Puebla de Castro en el Alto Aragón, que casó en 1622 con Doña Margarita de Castro y Aragón, y que era general de D. Juan de Austria, el bastardo de Felipe IV, cuando este tenía por confesor al P. Morlanes y Gómez, Prior de la Cartuja de las Fuentes, fueron grandes protectores de las Cartujas de Val de Cristo y de Porta Cœli; y siendo así ¿qué mucho que el Marqués referido favoreciera á la Cartuja de Las Fuentes después de casado con Doña Margarita? Pudo también trasladar á esta Cartuja el sepulcro de D. Hugo el mencionado Prior Morlanes; pudo verificarlo otro Prior, el P. Anadon, confesor también del Infante y amigo del Marqués de Aytona; pudieron finalmente ser los autores del hecho cuya confirmación se busca, ya D. Pedro Moncada, fraile y seis meses Obispo de Gerona, ya el famoso Cardenal Belluga y Moncada, Visitador de la Orden, canónigo y Obispo de Cartagena, y gran protector de cartujos.-Pero nada de esto lleva al ánimo desapasionado el menor convencimiento faltando una base documental concreta, y faltando sobre todo la verosimilitud de unas translaciones de todo punto inusitadas. Mudar un enterramiento de una capilla á otra, trasladarlo de un templo á otro, son cosa no frecuente, mas al cabo no del todo desconocida. Mediando un grande interés histórico ó arqueológico, se concibe, verbigracia, que el sepulcro de D. Jaime el Conquistador fuera trasladado de Poblet á Tarragona; pero arrancar un sepulcro de una localidad para llevarlo, ya por mar, ya por tierra, á más de 60 leguas de distancia, y separarlo de los otros enterramientos que constituyen un gran panteón de familia, solo por ilustrar con él una Cartuja pobre, y no siendo por otra parte una obra insigne que pudiera justificar por su mérito el gasto que tal operación representa, parece cosa muy poco verosímil. Menos verosímil es todavía que el monumento viniese de Amalfi.

En efecto, la estatua que se supone de D. Hugo, de ejecución artística adocenada, está muy lejos de ser obra de ninguno de aquellos eximios escultores que produjo Italia en el siglo de Alejandro

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VI, Julio II y León X, y en el caso de que al ilustre Moncada se le labrara en la iglesia de San Andrés de Amalfi enterramiento digno, cual correspondía á tan esclarecido capitán, émulo de Gonzalo de Córdoba y del Marqués del Vasto, de García de Paredes y de los Colonnas, lo probable es que su estatua fuese encomendada á cualquier discípulo sobresaliente de los Donatellos y Ghibertis, quizá al mismo Sansovino: y en la estatua que hemos visto y estudiado no hay rastro alguno de tan grandiosas escuelas.

Pero es el caso que no consta que á nuestro héroe se le hiciese en Italia enterramiento de carácter artístico. Conviene recordar las palabras textuales de Gaspar de Baeza. «Fué llevado á la ciudad de Amalfi. y sepultado en la iglesia de San Andrés, de donde fué después traído á Valencia del Cid y sepultado en Nuestra Señora del Remedio.» Nada de esto, repetimos, indica erección de monumento escultural, ni suntuoso ni humilde, ni allá en Italia ni acá en España.

Que Ponz no vió en la iglesia de Nuestra Señora del Remedio de Valencia monumento efigiado de Hugo de Moncada, queda ya demostrado. Que lo viera Vargas Ponce tampoco aparece escrito, pues el mausoleo á que alude no implica estatua yacente. El Sr. Romeo, reconociendo que este último procedió con error, supone que el bulto fué llevado á la Cartuja Oscense antes del viaje de Ponz por España; pero ya se ha visto que esta conjetura carece de base respetable.

No habiendo, pues, medio de reconocer la estatua propiedad del Sr. Romeo como retrato auténtico del famoso capitán tantas veces nombrado ¿no parece más verosímil ver en ella la efigie de algún otro personaje de su tiempo, obra de mano española, y no por cierto de un Bartolomé Ordoñez ni de un Damián Forment, sino de un profesor de segunda ó tercera jerarquía, y ejecutada para esa misma Cartuja de las Fuentes de la provincia de Huesca? Los Condes de Sástago fueron en 1507 los fundadores de esa Cartuja, y cuando D. José María Quadrado viajaba por Aragón para escribir el precioso tomo que consagró á esta provincia en la obra de los Recuerdos y Bellezas de España, sus bultos aún subsistían en aquel templo. ¿No será acaso un Conde de Sástago

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el personaje traído de la Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes por el Sr. Romeo?

Adviértase una coincidencia singular. Según un curioso documento del archivo de la Cámara de Comptos824 de Navarra, el alabastro de Sástago en la provincia de Zaragoza debía de ser reputado como excelente para la escultura. El rey D. Carlos III, llamado el Noble, contrató en 1416 con el maestro mazonero de facer imágenes, Juan de Lome, que fuese en persona á las canteras de Sástago á escoger el alabastro de que había de labrar su enterramiento y el de su padre Carlos el Malo. Consérvase el magnífico sepulcro del rey noble en el coro de la Catedral de Pamplona, y la materia de que está hecho, muy semejante á un purísimo mármol blanco, es de todo punto igual á la que se empleó en la estatua objeto del presente informe. Si por ventura eran propiedad de los Condes de Sástago aquellas canteras en el siglo XV, ¿no merecería esta circunstancia ser tenida en cuenta al investigar la representación auténtica de la obra que nos ocupa?

En resumen: la Academia entiende que no hay hasta ahora fundamento bastante para estimar como efigie auténtica del célebre Hugo de Moncada la estatua ofrecida por el Sr. Romeo para la Galería Iconográfica Nacional.»

Madrid, 16 de Noviembre de 1887.

PEDRO DE MADRAZO.



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