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Bosquejo histórico de Niebla

Antonio Delgado





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Reverere gloriam veterem, et hanc ipsam senectutem, quae in homine venerabilis, in urbibus sacra est.

Plinio el menor, libro VIII, epíst. 24.                


La historia de los pueblos que traen un solo origen, han estado unidos por una común creencia religiosa, han sido regidos bajo un solo sistema legislativo, y en donde por consecuencia participan sus habitantes de unas mismas costumbres, es fácil de averiguar, se comprende con exactitud, y ofrece pocos inconvenientes el describirla; mas cuando las naciones se han formado de hombres de distinta procedencia y opuestos entre sí por religión, temperamento y costumbres, para conocer su historia necesítase avanzar á descubrir las tendencias y necesidades de cada uno de los pueblos, de donde procedían sus pactos y relaciones sociales y sus varias vicisitudes, hasta que llegaron á formar un cuerpo   —485→   homogéneo. Esta es la causa de haber sido tan difícil conocer la historia de España, y darle su verdadero colorido, y esta lo es también porque creyeran necesario nuestros más ilustrados príncipes crear con esta ínclita Academia un centro de conocimientos y de doctrina, donde dilucidándose minuciosamente los hechos parciales del variado territorio de la Península, pudiera llegar el día de conocer á fondo el conjunto, y explicar así los extraordinarios fenómenos de nuestra creación nacional. De aquí también proviene la necesidad que se advierte de estudiar la historia de nuestro país, no solo en las antiguas crónicas, y en los más recomendables compiladores, sino en las memorias parciales que nos han transmitido las costumbres, las leyes y los hechos gloriosos de cada territorio, ó de cada pueblo que figuró de alguna manera en aquellos remotos tiempos. Creo por lo mismo que conociendo la Academia la importancia de estos trabajos, se dignará recibir este ligero bosquejo de la historia particular de Niebla, que si bien no ha sido de las más notables poblaciones de España, fué capital de un distrito considerable y teatro constante de los trastornos políticos que por espacio de tantos años le han afligido.

Para ello, no seguiré el ejemplo de aquellos, que guiados del prurito de ensalzar los pueblos que describen sobre los demás, se remontan á tiempos cuya historia es un caos, y han caído en errores y desvaríos que condena la sana crítica, y no merecen la atención de este ilustrado Cuerpo; sino que fundaré mis investigaciones en datos conocidos, de fuente pura, y en documentos y preciosas antigüedades que conservamos. Presentaré además estos trabajos con la mayor claridad y precisión que me sea posible; y para ello, después de describir la situación geográfica de Niebla, y de detallarla conforme á la que presenta, dividiré su historia en cuatro partes. Comprenderá la primera desde los tiempos primitivos hasta que terminó la dominación de los romanos; la segunda, su historia civil y eclesiástica durante la de los pueblos bárbaros del Norte; la tercera tratará de su historia árabe y en la cuarta y última la conquista por las armas de Castilla, y vicisitudes posteriores hasta su estado actual. Y como en estas diferentes épocas ha tenido distintas denominaciones, las encabezaré con la que durante ellas fué conocida.

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Descripción de Niebla

Se halla situada 12 leguas al O. de Sevilla y 5 al E. de Huelva, sobre el camino de comunicación entre ambas ciudades. Está cercada de muros de sillería y argamasa, bastante elevados y flanqueados de muchas torres cuadradas de construcción morisca, con cinco entradas, que se denominan puertas de Sevilla, del Socorro, del Buey, del Agua, y Postigo del arrabal. El Río Tinto, dicho por los romanos Urium, por ventura se llamó así porque el agua de este río quema las hierbas y pastos de sus orillas cuando sale de madre, y mata los peces. Nace de las minas de cobre de Río Tinto y sus aguas van cargadas de vitriolo. Según Conde los Árabes le llamaron del Árabe (assakia), Acequia; pero con más razón creemos lo llamarían del Árabe (azzedch) Vitriolo; y de aquí su nombre del Acige, como en el día se dice. El río baña y defiende estos muros al levante de la ciudad, tres leguas antes de su confluencia con el Odiel en la ría de Huelva, y una antes de que sea navegable. Un prolongado puente de fábrica sólido, y que participa del gusto arquitectónico de varios tiempos, atraviesa el mencionado río medio tiro de fusil al E. de la población. Las murallas de esta ocuparán medio cuarto de legua de circunferencia; y dentro de su recinto, formando parte de la misma muralla mirando al N. está la antígua alcazaba de los árabes, y formidable fortificación y palacio de los condes de Niebla en tiempos posteriores. Más hacia el N. y lindante con las murallas del castillo está el arrabal, que consiste en dos ó tres calles cortas, aunque en lo antiguo se extendía considerablemente ocupando acaso un territorio mayor que el de la ciudad, según los vestigios que aún se reconocen. Niebla está construída sobre una altura, y en territorio pedregoso, de aspecto árido y de escasa vegetación; por manera que todo este conjunto de muros, ruinas y secos pizarrales ofrecen al viajero una vista triste y lánguida por extremo. En efecto, al que después de haber gozado del plantío variado del fértil Aljarafe, venga á cruzar el Tinto por aquella ennegrecida   —487→   puente, y á tender su vista por entre silenciosas ruinas hacia los altos y obscuros muros de aquel pueblo infeliz, quedará melancólicamente sorprendido; y á las gratas ideas de animación y de vida sucederán en su ánimo otras angustiosas que le revelen la fugaz existencia de los hombres, de los pueblos, y de sus grandezas. Solo bajo el aspecto arqueológico puede caberle distracción, porque encontrará por do quiera restos de lo que Niebla fué un día. Transportándose al tiempo del poder feudal de sus antiguos condes, aquellos altos muros, torres espesas y huecas, derruídas barbacanas y revellines le recordarán cuando desde ellas, orgullosos de su poder y señorío, dictaban la ley de su voluntad á toda Andalucía. Las antiguas mezquitas, su puente, acueductos y otros monumentos no menos curiosos le hablarán de la noble é ilustrada población yemaníe, que durante la dominación agarena pobló su distrito; y algunos otros monumentos, no menos notables, le harán conocer que aquel pueblo fué en épocas remotas capital de un distrito considerable y punto militar de importancia. Hijos de aquel país, hemos visitado y estudiado con admiración sus ruinas, y registrado con afán sus archivos, á fin de poder presentar el resultado de nuestras investigaciones. Pasemos á conocer su historia en las épocas en que la hemos dividido.




1. Primeras edades. Época romana

Muchos apreciadores de los estudios históricos que han publicado sus trabajos, sino directamente, por incidencia han tratado de Niebla y todos le dan un origen remotísimo. Ya desde el tiempo del Rey Don Alonso el Sabio se estimaba como la más antigua ciudad de España y remontándose á aquellas tradiciones fabulosas de que solo conjeturas pueden aprovecharse. Alfonso X escribió1 «que después de la gran seca que duró 26 años, é las gentes de España, que eran derramadas por diversas partes del   —488→   mundo, supieron que mejoraba, tornaron á ella; y en toda España non fallaron árbol verde, salvo algunos pocos granados é olibos en la Rivera del Ebro y de Guadalquivir; é así cada uno de los nuevamente venidos á España comenzó á poblar donde más le placía, como no había quien gelo embargase; é la primera Villa, que fué poblada después de este tan maravilloso caso, fué Niebla; é así poco á poco se fué poblando la tierra.»

Aunque esta narración no esté sujeta á la más acertada crítica, dedúcese desde luego que Niebla ha sido siempre reputada como una de las más antiguas ciudades de España. El rastro más seguro para buscar su origen debe encontrarse en la denominación que llevó en la época más antigua; y esta, según mi opinión, fué la de Ilipa; nombre que llevaron otros pueblos andaluces, y que revela su origen turdetano.

Imaginó Bernardo de Alderete2 que á Niebla y su territorio, se han de referir los conocidos versos de Avieno3:


Regio omnis inde maxime herbosa est;
Nebulosa juge his incolis convexa sunt,
Coactus aër atque crassior dies,
Noctisque more ros frequens.



Cierto que la región, descrita por estos versos, está comprendida entre el Guadiana (Hiberus) y el Guadalquivir (Tartessus): pero ni Niebla se dijo por lo nebulosa, como condición de su clima, ni á lo sumo cumple deducir de las historias fenicias y púnicas, que consultó Avieno, sino que la región fué ambicionada desde muy antiguo por diversas gentes explotadoras del cobre.

Esta opinión de Alderete que algunos siguieron, está reñida con la crítica, porque no procuró investigar con detención la etimología de Niebla, cuya derivación viene tan marcada en los geógrafos ó historiadores, que desde la edad romana sin interrupción se suceden.

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La falsa crónica del arcipreste Julián Perez quiso que se llamara en lo antiguo Hienippa4. Este error es tan craso que no merece se le desvanezca; y á decir verdad, basta solo para demostrar la falsedad de aquel escrito.

El Dr. Rodrigo Caro5, D. Nicolás Antonio6, el infatigable Maestro Flórez7 y otros muchos convienen en que se llamó Elepla ó Elipla, admitiendo la común permutación de la I en E; y desde luego esta aserción está fundada no solo en la fácil y conocida corrupción de esta palabra hasta la de Niebla, como iremos demostrando, sino también en que siempre la misma derivación ha sido reconocida desde el siglo IX de la Era Cristiana, en que escribió Eulogio Cordubense, y en el XIII en que extendió la historia de España el Arzobispo D. Rodrigo, hasta nuestros días; los cuales al hablar de Niebla le dieron constantemente el nombre de Elepla, por manera que nunca perdió este nombre latino, aunque en aquellos siglos se le diese por los árabes que la ocupaban otro diverso y predecesor del de Niebla.

A pesar de la opinión respetable de estos escritores, dado que la vemos conocida con el nombre de Elepla en los documentos expresados, y en otros del tiempo de la dominación visigótica, y con el nombre de Ilipla en medallas anteriores á la edad de Augusto, creemos que su nombre verdadero no fué Elepla ni Ilipla, sino el de Ilipula y el de Ilipa, porque Elepla, como se escribió en los cánones de los concilios, provino de Ilipla, que es como se usó en las antiguas medallas; Ilipla es lo mismo que Ilipula sincopando la u; é Ilipula es el diminutivo de Ilipa.

Ejemplos de estos diminutivos adoptados á los nombres de las ciudades se encuentran, para distinguir entre sí las que llevaban una misma denominación; y así en la Bética hubo una Obuleula de Obulco y Rómula de Roma; y nada extraño fuera hubiese Ilipas que se llamasen Ilipulas para diferenciar, en lugar de agregarles un adjetivo; manera más expresiva y cómoda de usar para   —490→   los que se preciaban como nuestros antiguos andaluces de correctos en la dicción.

Los geógrafos antiguos que describieron el territorio de la Bética, han hecho mención de pueblos que se llamaron Ilipa, Iulipa, Ilipula Laus, Ilipula magna, Ilipula minor é Illipula, y algunos historiadores han mencionado también diferentes Ilipas; porque no puede creerse fueron una misma, en razón de la diversa posición que aparece ocuparon. Y como hubo varios pueblos con estos nombres, para evitar confusiones, preciso será demostrar de paso la situación de cada uno de ellos, á fin de dejar en claro cuando aquellos quisieron tratar de Niebla.

Del examen prolijo de aquellos geógrafos é historiadores deduzco que hubo una Ilipa próxima á Sevilla y sobre el Guadalquivir la cual Morales situó en Peñaflor, Flórez y nuestro contemporáneo Cortés y López en Cantillana, separándose de Rodrigo Caro. Éste en sus adiciones á la Corografía del convento jurídico de Sevilla, la redujo con mucho acierto á Alcalá del Río; lugar que demuestra su antigüedad por los numerosos vestigios que por doquiera se observan, y por las muchas inscripciones y medallas que allí se han encontrado. Creo que esta fué la principal Ilipa de la Bética por su importancia en el comercio del Guadalquivir, y aunque de origen común á las demás, mereció que en parangón con ellas conservase inalterable su nombre primitivo sin modificarlo ni calificarlo por exceder á las otras en grandeza y consideración. A esta Ilipa deben atribuirse las medallas que dicen ILIPENSE, y que traen por emblema espigas y un sábalo, signos que indican la fertilidad en granos de su territorio y su posición sobre el Guadalquivir, donde tanto abundan aquellos sabrosos peces.

Otra Ilipa creyeron Morales, Tamayo de Vargas y otros que existió en la Lusitania, próxima á la Beturia, y donde en el día está Zalamea de la Serena; la cual ha demostrado cumplidamente D. Nicolás Antonio que se llamó Iulipa; y esta aclaración conviene hacerla para demostrar que la Lusitania no tuvo pueblo de este nombre.

El itinerario del emperador Antonino sitúa también otro pueblo con el nombre de Ilipa en el camino de Cádiz á Córdoba, la   —491→   cual8 no puede confundirse con otra que también cita el mismo itinerario, y que reducimos á Niebla, como se dirá.

De dos Ilipulas hablan los geógrafos antiguos que el Sr. Cortés cree pertenecieron al convento jurídico de Ecija (Astigitanus). Estas fueron Ilipula magna é Ilipula minor. La primera presume estuvo situada en las inmediaciones de Granada; la segunda donde ahora Paul en las Alpujarras, y da para fundar su opinión razones de bastante peso.

Veamos ahora cómo mencionan los geógrafos antiguos á Niebla. Tolomeo el geógrafo habla de ella bajo el nombre de Nombre griego (Illipula), colocándola al O. de Sevilla á 6º de longitud y 38 de latitud. Esta posición no conviene exactamente con la de Niebla; mas no deja duda que el geógrafo quiso hablar de ella, por cuanto á que en este territorio no había otro pueblo con quien equivocarla, y porque es tan corta la diferencia que aparece entre esta Illipula de Tolomeo y la moderna Niebla que correspondería su localidad un poco más al N. y en territorio del término de la misma, donde no aparecen restos de población romana, sino la sierra agria ó inhabitable que llaman de Rite. Vemos, pues, por este autor que se llamó en su tiempo Illipula ó Ilipula, como se corrige; denominación que conviene perfectamente con la opinión que llevamos expuesta.

Pero no fué este el único geógrafo que citó también á Niebla en tiempo de romanos. Al designarse en el itinerario9 mandado formar de orden del emperador Autonino el camino desde las bocas del Guadiana á Dlérida, dirigiéndolo tortuosamente para   —492→   salvar los estorbos naturales de la Sierra Morena y buscar estaciones cómodas para la tropa, la menciona también, pero bajo el nombre de Ilipa, colocándola á 30 millas de Onuba (Huelva), á 21 de Tucci, despoblado de Tejada, en el término de Escacena del Campo. La situación de esta Ilipa conviene perfectamente con la de Niebla. Aunque solo dista de Huelva 5 leguas y las 30 millas dan mayor distancia, es preciso considerar que el camino no lo llevaban recto, sino que pasaba á Beas (Viae), donde aún se conocen restos de la antigua calzada romana; y de allí, salvando los inconvenientes que ofrecía el terreno pantanoso de las inmediaciones de Trigueros10, lo llevaban por las faldas de la Sierra dando la vuelta por encima del nacimiento de la Vívera (Anicoba), arroyos Bayejo y del Puerco hasta Onoba (Huelva), en cuyo rodeo invertían necesariamente las indicadas 30 millas, que el itinerario señala. La distancia que pone de 21 millas hasta Tucci (Tejada) también conviene con las 4 leguas cortas que dista de Niebla, y el camino lo dirigían atravesando el Tinto por su puente y siguiendo la orilla izquierda del mismo río, por donde hoy pasa la vereda llamada de la carne; de manera que esta Ilipa de Antonino no deja duda fué nuestra Niebla, y así lo han reconocido los más aventajados escritores que se han dedicado á estos estudios11.

Plinio también, al mencionar las ciudades más célebres que existían en la Bética, entre el Guadalquivir y el Océano, y se hallan situadas en el interior, menciona á Ilipula quae Laus, adjetivo que algunos han querido entender como sinónimo de «la alabada»; más el Sr. Pérez Bayer creyó que Laus provenía de la palabra fenicia luz (allozo, almendro), en cuyo caso serviría para demostrar que en aquel paraje se daba bien este árbol. Si tal fuese esta calificación, viene bien á Niebla, porque en su término se   —493→   cría el almendro, y apenas se encuentra cerca donde no se halle, ni huerto donde deje de cultivarse. Además, si Plinio como vemos citó en su descripción de la Bética casi todos los pueblos de alguna importancia, de creer es que no omitiría esta Ilipa ó Ilipula mediterránea y situada entre el Betis y el mar Océano, siendo tan conocida en su tiempo por encontrarse sobre una vía militar, siendo así que trató de las demás que llevaban el mismo nombre, dando á cada una su epíteto respectivo.

También los historiadores hacen mención de Niebla bajo el nombre de Ilipa. El erudito Celario en su Geografía antigua cita el pasaje de Tito Livio, donde dice que Publio Escipión Násica, hijo de Gneyo y Propretor de la Hispania ulterior, venció á poca distancia de Ilipa á los lusitanos; y cree que esta Ilipa fué la misma á quien llamó Tolomeo Ilipula, y dejamos reducida á Niebla12. También D. Nicolás Antonio, Rodrigo Caro y nuestro Cortés, son de la misma opinión; y así parece, por cuanto á que hallándose Escipión en el interior de la Bética, cuando supo que los lusitanos intentaban saquear los pueblos de aquella provincia, les salió al encuentro, y venció sobre Ilipa; y siendo Niebla el pueblo de dicho nombre más próximo á la Lusitania, de creer es que en sus inmediaciones se diera esta batalla.

La numismática antigua española, también se ha enriquecido con las medallas acuñadas en Niebla bajo la denominación de Ilipla. Todas las que he visto tienen el tamaño de un as de los de los mejores tiempos de la República romana; y por el anverso representan un jinete corriendo con lanza en ristre, y debajo el signo numérico A y una media luna. Por el reverso tiene el nombre del pueblo entre dos espigas, escrito así ILIPLA. La forma de la P es igual á la que usaron los romanos en el segundo siglo anterior al nacimiento de J. C.; por lo que es de presumir que ya en aquellos tiempos tenía este pueblo tanta consideración que acuñaba para su tráfico moneda. Ambrosio de Morales dijo haber visto una medalla en que leyó MVN·ELEPLA. Creemos que se   —494→   equivocó, porque nadie sino él ha tenido á la vista aquel monumento. El P. Flórez en sus medallas (tomo III, página 139) publica otra medalla donde se ven estos caracteres FICPM, que con incertidumbre atribuye también á Ilipa. Bastan para nuestro propósito las acuñaciones seguras, de las que llevo hecho mérito.

Vemos por la relación de los geógrafos é historiadores antiguos, y por esta medalla que Niebla se llamó por los romanos Ilipa, Ilipula é Ilipla; y esta variedad de nombres es la que acaso ha dado lugar á disputas entre nuestros arqueólogos, atribuyendo todos aquella variedad á equivocaciones, y solo reconociéndolo bajo el nombre de Ilipla ó de Elepla. Insisto en mi opinión; y creo que en aquel tiempo usaron promiscuamente los romanos de los nombres de Ilipa y de Ilipula, éste como diminutivo para distinguirla de la otra Ilipa que estaba sobre el Guadalquivir. Creo también que el nombre de Ilipla fué el mismo Ilipula sincopado; y presumo que se llamó así hasta la época de la irrupción de los bárbaros del Norte, que convirtiendo la I en E la llamaron Elepla. Estas observaciones son obvias; y presumo por lo mismo que merecerán á la Academia más concepto que el atribuir á yerros esta diferencia de nombres que se le dan por nuestros antiguos geógrafos, y arguyen indudablemente una fundación remotísima.

La terminación de la voz Ilipa da á conocer su antigüedad. Según la opinión de algunos escritores, esta voz es híbrida ó de origen fenicio y griego compuesta de Ili (río) y de pol (ciudad); de manera que uniendo ambas palabras, formaban una con la que, indicaron á los pueblos situados sobre río; circunstancia que cuadra perfectamente á Niebla, que, como llevamos dicho, está situada á las orillas del río Tinto, que es el antiguo Orium ó Urium. Que llevase una denominación de origen fenicio13, no tiene nada   —495→   de extraño por cuanto á que, segun Tolomeo, Plinio y otros, el territorio donde Niebla estaba situada, pertenecía á la Turdetania, ó sea á los Turios ó Tirios que moraban entre el Betis y el Anas; por manera que el origen de este pueblo viene de los Tirios ó Fenicios, que en tiempos muy remotos poblaron la Bética, y cuya invasión ha dado lugar á la fábula ó tradición de la venida de Hércules y combate con los Geriones. Es indudable que la civilización y cultura que (según los escritores antiguos) tenían los Turdetanos, era debido á su origen y al frecuente trato y relaciones mercantiles que los unían á las metrópolis de donde procedían; civilización y cultura que se remonta á épocas muy remotas, por cuanto á que cuando la conquista de los romanos se suponía tenían leyes en verso de una antigüedad increíble.

El Sr. Pérez Quintero en su Beturia vindicada creyó que el territorio conocido bajo el citado nombre de Beturia alcanzaba á todo el litoral comprendido entre los ríos Betis y Anas. Para que esta opinión fuese seguida, era preciso dar una interpretación violenta al texto de Plinio. Menciona este geógrafo la mayor parte de las ciudades de la Betica, y de los territorios notables en que estaba dividida, y después dice: Quæ autem regio a Baeti ad fluvium Anam tendit extra praedicta, Baeturia appellatur, in duas divisa partes totidemque gentes: Celticos qui Lusitaniam attingunt... Turdulos qui Lusitaniam et Tarraconensem accolunt.

La interpretación genuina de este texto es que la región que se extiende entre el Guadalquivir y el Guadiana, fuera de los territorios y ciudades expresadas, se llama Beturia, y como llevaba ya citada toda la parte litoral y aun mediterránea de la Bética que ocupaban los Turdetanos, claro es que solo le restaba describir la región más septentrional comprendida entre los ríos mencionados. Divídela entre dos clases de gentes, Célticos y Túrdulos: aquellos confinantes con la Lusitania, dependientes del convento jurídico de Sevilla, y estos con la Tarraconense, y pertenecientes al de Córdoba. Creemos por lo mismo que la antigua Beturia tenía límites muy marcados, y comprendía toda la parte septentrional de la Bética, tirando una línea desde que el Chanza desagua   —496→   en el Guadiana hasta las sierras septentrionales de Córdoba, en cuyos territorios estaban comprendidos Nertobriga (cerca de Fregenal), Segeda (Zafra), Arucci (Aroche) y otros. Sin embargo es exacto cuanto dice respecto al origen de la denominación de Beturia, pues era compuesta de los nombres de los ríos Baetis y Urium, porque se extendía sobre la corriente septentrional del primero, y sobre el nacimiento del segundo. No es nuestro propósito extender á más las investigaciones sobre este extremo, sino en cuanto baste indicar que Ilipa ó Elipla no pertenecía á la Beturia, y no era por lo mismo de origen céltico.

Más bien puede creerse llevaría este territorio otro nombre, que nos han revelado ladrillos antiguos que se encontraron en la villa de La Palma á fines del siglo anterior. Tenían en el canto labrado en caracteres inversos estas palabras PALMA VRIANORVM. Por más diligencias que hemos practicado, no se han podido haber ninguno de estos ladrillos; y aunque la noticia nos provino de personas doctas y verídicas, y sobre su autenticidad no nos cabe duda, tenemos el disgusto de no comprobarla con uno de aquellos monumentos. Es sin embargo muy posible que la región de origen púnico, comprendida entre la desembocadura del Baetis y del Anas, conocida bajo la denominación genérica de Turdetania, se llamase Uriana, y sus habitantes Urianos, nombre también combinado del de los ríos Anas y Urium.

Desgraciadamente son estos los únicos datos que los geógrafos é historiadores nos han transmitido para conocer ó deducir la historia de Niebla desde su antigua creación hasta la invasión de los bárbaros del Norte y caída del imperio romano. Nada más hemos podido averiguar, y será preciso recurrir á otros monumentos que la casualidad nos ha conservado. Trataremos, señores, de dos piedras escritas de aquellos remotos tiempos que allí se encuentran14.

Es la primera una basa de estatua con inscripción dedicatoria que dice así:

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Inscripción latina

Esta inscripción la publicó Caro15 con las lagunas que aparecen; y aunque la hemos examinado alguna vez con detención nada hemos podido adelantar á lo escrito, salvo alguna pequeña corrección. Presumimos debe completarse así:

Minervae sacrum. Marcus Curtius, Marci filius, Quirina, Longinus, Alontigiensis, Decurio Ilipulitanus, procurator bonorum augustorum, editis per biduum circiensibus ob honorem decurionatus, de sua pecunia, dono dedicavit.



A pesar de la mala conservación de este monumento, se consiguen algunos nuevos datos para aclarar, ó aumentar la historia de Niebla.

1.º Que en esta ciudad consagraron culto público á Minerva, y nada extraño fuera que siguiendo la costumbre de los pueblos importantes sujetos á la dominación romana, tuviera en una de sus entradas templo dedicado á esta diosa. Induce además á creer que el culto de las letras no estaba descuidado por sus moradores, cuando uno de sus magistrados ofrecía esta dedicatoria y estatua á la divinidad protectora del saber.

2.º Confirma el dicho de los geógrafos antiguos, dándonos á conocer el pueblo de Alontigi, que algunos reducen á Moguer y otros á la villa de Almonte; y nosotros presumimos que se encuentran sus ruinas donde ahora el convento extinguido de Morañina,   —498→   próximo á este último pueblo. Este fué el OLONTIGI de Pomponio Mela, que llamó Plinio Alontigi, y que en sus medallas ofrece la variable leyenda OLONT, LONT y OLVNT. Si para la inscripción lapídea se prefiere el suplemento AL[OSTIGI]ENSIS, diríamos que Longino era natural de Aznalcázar, donde se presume con fundamento que estuvo Alostigi16.

3.º Que Niebla estuvo regida por decuriones, á ejemplo de otros municipios de la Bética, lo cual parece ser importante, por cuanto á que para su gobierno municipal adoptaron aquellos habitantes un régimen parecido al de las colonias romanas.

4.º Afirma nuestra opinión de que en aquellos tiempos remotos llevó Niebla el nombre de Ilipula ó de Ilepula, lo que da lugar á creer la mala conservación de la segunda I que parece ser E, y diríamos á eso que antes de la invasión de los Godos principiaron á usar de la permutación de ambas letras.

5.º Que entre los festejos públicos que este magistrado hizo en honor de haber recibido este cargo, fué el de hacer ejecutar juegos circenses; lo cual supone la existencia de un circo, en donde se ejercitaría la ligereza de los buenos caballos que se dan en las dehesas de Niebla.

Se encuentra este monumento frente al castillo de los Condes de Niebla, sirviendo de pedestal á una cruz. De su carácter paleográfico presumimos fué erigido en el segundo siglo de la Era cristiana.

La segunda inscripción que se encuentra entre las ruinas de Niebla merece por su elegancia, objeto, carácter paleográfico y otras circunstancias, la particular inspección de este ilustre Cuerpo.

Dice así:


TERRENVM · CORPVS · COELESTIS · SPIRITVS · IN · ME ·
QVO · REPETENTE · SEDEM · NVNC · VIVIMVS · ILLIC ·
ET · FRVITVR · SVPERIS · AETERNA · IN · LVCE · FABATVS ·



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Caro la publicó añadiendo que, según el libro intitulado Epigrammata vetera, tenía por título el siguiente:

IVLIA · MARCELLA · CLODIO · FABATO
· MARITO

Añadió que no lo encontró en la lápida y presumía le faltaba una buena parte. El abate Masdeu la publicó también17 colocándola entre las inscripciones cristianas de tiempo incierto18. Admira cómo estos eruditos anticuarios, especialmente el primero, que la vió según él mismo confiesa, no hubieran sobre ella disertado con extensión y pasase por alto su carácter paleográfico, que es el dato único que presenta esta clase de monumentos para revelar la época en que se labraron, y que por cierto en esta inscripción, unido á su contexto, le dan toda la importancia que á muestra vista tiene. Prescindiendo del laconismo y lenguaje   —500→   elegante que la suponen de los tiempos mejores del Imperio romano, tiene la circunstancia de estar escrita en la clase de caracteres que se usaron en el que medió desde Trajano hasta los Antoninos; por manera que revela desde luego que se dedicó en el segundo siglo de la Era cristiana; y esta circunstancia notable la presenta como uno de los más preciosos monumentos que se conservaron del tiempo de los romanos, puesto que en aquellos hexámetros aparece un pensamiento filosófico, ajeno de las creencias mitológicas del paganismo y solo entonces sostenido por los discípulos de los apóstoles. Hé aquí su traducción:

En cuerpo terrenal celeste espíritu

He sido; al cielo he vuelto; vivo y gozo

De la luz sempiterna; yo, Fabato.



Ahora bien, ¿quién dudará del contexto de este epigrama que el pensamiento filosófico que envuelve está conforme con el espíritu religioso del Cristianismo, y con las creencias de la bienaventuranza para las almas exentas de pecado? ¿Podría creerse gentil faltándole la común dedicatoria de Diis Manibus sacrum, usado casi siempre por los paganos, y á más de la forma y gusto propio de los politeistas? Es para nosotros incuestionable que Fabato fué un cristiano del segundo siglo de la era de Jesucristo; y de aquí deducimos que desde esta época, por cierto muy anterior á haberse generalizado la religión cristiana en las provincias sujetas á Roma, ya era conocida en Niebla19. Como tal tuvo   —501→   esta inscripción nuestro erudito historiador Masdeu, pero la colocó en tiempo incierto, porque no la vió, ni aun copiada con exactitud; de otra manera bien seguro es le hubiera dado la importancia con que la recomendamos á este ilustre Cuerpo.

Esta lápida está empotrada en el muro exterior de la parroquia de San Martin, dando frente á la calle Real; es apaisada y tendrá un pie de ancho y un palmo de alto; está orlada con una media caña y se conserva en perfecto estado. El carácter de letra, ni participa de la forma cuadrada y angulosa de las del siglo de Augusto, ni de las estrechas y prolongadas de la decadencia del imperio, ni menos de los rasgos extravagantes y gusto corrompido que principió á usarse en el cuarto y quinto siglo.

Además, si esta inscripción contuvo el encabezamiento y dedicatoria que dice el autor del Epigrammata vetera, es otro nuevo comprobante de pertenecer al tiempo que suponemos. Julia Marcela y Clodio Fabato son dos nombres propios, puramente romanos, que no habían sufrido aún las alteraciones de los últimos tiempos de Roma, y la sencillez y elegancia de la dedicatoria desdice del estilo inflado y redundante que se usó para esta clase de monumentos en aquellos siglos de decadencia.

Por otro dato, no menos auténtico é importante, se demuestra que en Niebla existieron cristianos durante la época romana. Al concilio Eliberitano asistió y firmó en él el presbítero Restituto de Elepel. No es dudoso que el Elepel fuese una abreviatura de Elepulense ó Eleplense, ni menos ofrece dificultad que en el tiempo en que se celebró este concilio principiara á permutarse la I de Ilipla en la E de Elepla. Este es dato también importante respecto á la importancia de Niebla en los primeros años del siglo IV; no debe dudarse fuera entonces capital de un considerable distrito.

Resumiendo pues cuanto llevamos dicho en orden á la época más remota de la historia de Niebla, dejamos con aquellos datos geográficos ó históricos probado, que dicha población fué de origen Turdetano y que su fundación si bien no se atribuye á la época remotísima que menciona la historia general del rey Don Alonso, debió haber sido cuando los primeros Tirios ó Fenicios aportaron á las costas de España, y poblaron la parte más rica y   —502→   feraz de la Bética, También dejamos expuesto que desde aquellos remotos tiempos fué Niebla punto militar de importancia como lugar avanzado para sujetar á los pueblos bárbaros que habitaban en la Lusitania, y para proteger el comercio que se hacía por la costa inmediata; que posteriormente fué estación militar marcada por los antiguos itinerarios; que se llamó Ilipa, Ilipula ó Ilipla, usando los autores antiguos y los monumentos que de aquella época se conservan con variedad de estos nombres; que tributó culto público á Minerva, dando á conocer su tendencia al estudio de las letras; y por último que apenas el cristianismo principió á extenderse por España cuando ya en Niebla contaba prosélitos esta verdadera creencia, mostrándolo un monumento auténtico, que sale comprobado en el hecho de haber asistido el presbítero Restituto al concilio Eliberitano. Pasemos por lo tanto á proseguir su historia en el segundo período en que la hemos dividido.




2. Elepla. Dominación visigoda

Cuando se viciaron los principios constituyentes del imperio romano, y los adelantados de las provincias arrogándose la augusta dignidad de Césares usurpaban el dictado de Emperadores, el insubordinado ejército era quien disponía de la suerte del país. Así el imperio se fraccionaba, y el Senado y pueblo romano si alguna vez quisieron presentarse con su prestigio y poder, fué para mostrar su postración y debilidades. Aprovechando estos desórdenes los bárbaros del Norte, ya como aliados ó ya como conquistadores, inundaban con sus hordas las provincias del Mediodía de la Europa, asolando las ciudades más insignes, no dejando pueblo que no fuese saqueado, campo por talar, ni aldea que no fuese presa por las llamas. Esta lucha devastadora alcanzó á su vez á la Península donde entraron y la ocuparon gentes de distinto origen; pero después luchando constantemente entre sí para devorar más á su sabor la presa, al paso que se aniquilaban y destruían mutuamente, concluyeron con lo poco que restaba de las primeras invasiones, y este conjunto informe de pueblos de distintas procedencias, y de tendencias más ó menos agrestes,   —503→   unidos á los indígenas formaron una sola nación bajo la dependencia de un monarca electivo. Pero aunque esta catástrofe todo lo destruyó, quedó sin embargo un centro de acción, una égida protectora para los desvalidos, una autoridad patriarcal, los obispos y los párrocos, que en cada distrito y en cada pueblo templaban la saña y ambición de los vencedores, dulcificaban sus costumbres, y los ligaban á los vencidos por medio de amonestaciones, hijas del Evangelio.

Niebla en esta época calamitosa padeció todos los horrores de la guerra, y protegida unas veces por los restos del poder de Roma, presa en otras de los bárbaros, al cabo desde el reinado de Leovigildo dependió consecutivamente de los reyes visigodos hasta la invasión de los árabes. Fué capital de distrito, residió en ella un Obispo con jurisdicción propia, dependiente empero del metropolitano de Sevilla. Tuvo sus Condes ó jefes de la fuerza militar, y se denominaba Elepla.

El P. Flórez20 trató de la iglesia Eleplense, y menciona los obispos que se sabe ocuparon aquella sede. Resulta de los datos aducidos por aquel célebre escritor que al concilio III Toledano, celebrado en el año 559, concurrió Basilio obispo de Elipla ó Eliplense, en donde precedió á veintitres obispos; por manera que como firmaban siempre por orden de rigorosa antigüedad, es de suponer que fué consagrado muchos antes. Este mismo obispo concurrió al concilio de Sevilla del año 590, presidido por San Leandro y firmó en quinto lugar. De estos hechos debemos deducir que la religión católica era la dominante en Niebla cuando los reyes godos y su corte eran arrianos, puesto que Basilio ocupó la sede antes de que Recaredo recibiese el bautismo.

Ignórase quién sucedió á este obispo hasta que aparece Juan que concurrió al concilio IV de Toledo, celebrado en 633, en que acompañó á su metropolitano Isidoro Hispalense. El P. Flórez presumió que fué consagrado en 620, porque no concurrió al concilio de Sevilla del año 619 sin duda porque estaba la iglesia   —504→   vacante. Tuvo la honra de haber sido consagrado por aquel célebre Doctor de la Iglesia, con quien en adelante le unieron estrechos lazos de amistad, por cuanto á que consta le asistió en su tránsito con el obispo Eparcio de Itálica. En el canon del concilio VI Toledano, celebrado en el año 638 aparece firmó Juan, habiéndolo hecho el décimo; más al VII que se celebró en la misma Toledo en Octubre de 646 no pudo concurrir, pero asistió en su nombre un diácono llamado Clemente, el cual suscribió el primero después de los presbíteros.

Hubo de sucederle Servando, de quien presume el mismo Flórez que fué consagrado en 647. Este obispo concurrió al concilio VIII de Toledo de 653.

Geta fué algunos años después obispo de Elepla. Asistió como tal al concilio XII de Toledo, celebrado en 681 y suscribió el octavo entre los sufragáneos. También aparece que autorizó los concilios XIII y XIV de los de la misma Toledo, celebrados en el año 683 y siguiente.

El último obispo de Niebla, cuyo nombre nos han conservado los historiadores fué Papulo, que firmó en el concilio XVI Toledano, reunido en 693; y puede ser que alcanzase la irrupción de los árabes en España.

Estos son los únicos datos que encontramos para formar la cronologia de dichos prelados, que en aquellos tiempos ejercían un verdadero poder moderador entre los nobles y el pueblo, entre los propietarios y los siervos, entre el monarca y sus electores y súbditos, entre cristianos y judíos, romano-iberos y visigodos.

Las crónicas antiguas nos han conservado el límite jurisdiccional de estos obispados. Dicen del de Niebla: Haec teneat, de Sena usque Datam, de Alisa usque Cortesam. Por más que hemos procurado inquirir la situación de estos puntos, no ha sido posible reducirlos exactamente para llegar á conocer la extensión del obispado de Elepla. Solo sí es presumible que confinase con el de Asido (Medina Sidonia) por el punto de Sena, en razón á que este mismo término se da á este otro obispado así: de Busa usque Senam. Este punto debe suponerse próximo á la desembocadura del Guadalquivir, y sería por lo tanto su límite meriodional. El Cortesa parece que tiene alguna analogía con Corticata (Cortegana)   —505→   pueblo antiguo situado en las sierras de Aroche; y tal vez la diferencia consista en equivocaciones de pluma. Ya que no sea así, debe advertirse que por el mismo punto existen varios pueblos y aldeas que principian con corte, como Corterangel, Cortelasor, Cortelana, y otros, pero ya que no sea posible por la denominación de estos puntos conocer la limitación del obispado, recurrimos á otros datos para saber su extensión ó importancia. El metropolitano de Sevilla se llamó de la Bética, porque comprendía bajo su jurisdicción los obispados en que se dividía aquella provincia: por lo mismo el de Niebla no pudo salir de los límites de ella. Los pueblos situados á la orilla derecha del Guadalquivir dependieron del obispo de Itálica y del de Niebla. Por algunos cánones se sabe que el término del primero se extendía desde el aljarafe de Sevilla hasta bien entrada Sierra Morena; por manera que debió restar á Niebla toda la, parte occidental de la Bética, llamada antes Turdetania, y la Beturia céltica; es decir, que se extendía por todo lo que pertenece á la nueva provincia de Huelva, con más todos los pueblos del Alentejo de Portugal de la orilla izquierda del Guadiana correspondientes en lo antiguo á la Bética y convento jurídico de Sevilla. Puede afirmarse que la extensión jurisdiccional de este obispado alcanzaba á 300 leguas cuadradas de 20 al grado, circunstancia por la cual debió haber sido considerado y poderoso, pero como esta designación está fundada en presunciones más ó menos probables, pueden hacerse las modificaciones convenientes con mayor copia de datos.

Desde qué tiempo principió la erección de este obispado, y la de los demás, es cuestión espinosa y muy debatida. Según Rasis y las antiguas crónicas españolas tuvieron principio durante el imperio de Constantino el Grande. Un códice antiguo dice: «Caesar Constantinus Imperii sui quarti anno, cum esset in Hispania, convocatis ejus Episcopis totam provinciam in sex archiepiscopatus partitus est, discrevitque omnes peculiaribus Diocesibus, et finibus contineri; prima Sedes est Narbo, secunda Tarraco, tertia Bracara, quarta Spalis, quinta Emerita, sexta Toletum;» y después designando en particular los sufragáneos dice: «Provintia Betica: Spalis metropolis, Italica, Elipla, Astigi, Corduba, Egabro, Eliberi, Malaca, Asidona, Tucci.» Algo dudosa   —506→   es en nuestro concepto esta división de obispados del tiempo de Constantino, porque se advierte cierto carácter sistemático, que no correspondía al estado naciente de la Iglesia católica, por extendida y respetada que fuese. Es también falsa la venida de Constantino á España, y pudieran hacerse bajo estos conceptos argumentos para desvirtuar aquel relato; mas de todas maneras no cabe duda que hubo designación de obispados, y que estos tuvieron diócesis señaladas desde el quinto siglo de la Era cristiana, puesto que en un Concilio de Sevilla muy antiguo se trató de una cuestión de límites sobre si un pueblo correspondía á la Iglesia Astigitana, ó á la Italicense; y esta cuestión debía necesariamente haberse apoyado en un señalamiento anterior. No es este punto sino para tratarlo por incidencia y reservarlo para los que se dediquen al estudio severo de la historia eclesiástica de España. Volvamos á nuestro propósito.

Poco dicen los historiadores del estado particular de las provincias durante la dominación de los príncipes visigodos y nada de Niebla. Ningún monumento se conserva de aquellos tiempos; y así solo trataremos de un hecho histórico, ocurrido en los últimos años de la época visigoda y primeros de la invasión agarena.

Sería probablemente Papulo obispo de Niebla cuando llegó á ocupar el solio de Recaredo el infeliz rey D. Rodrigo. La convulsión política que había precedido á la elección de este monarca, en la que fueron desairados los hijos de Witiza, le granjeó numerosos enemigos. Enervados los pueblos bajo el peso de la oligarquía militar, gravados con tributos insoportables, perdidas sus garantías municipales, y sin más apoyo que el que pudiera prestarle un clero ya corrompido y avariento, había caído en una abyección tal, que eran indiferentes á la suerte del país. Aprovechando ese estado deplorable los jefes de los ejércitos del Islam, victoriosos y dueños del África occidental, atraviesan el estrecho, y vencen y terminan con la dinastía visigoda en la desdichada batalla del Guadalete. Tarek ben Zeyad, vencedor en aquella jornada, siguió de cerca á los vencidos, y no paró hasta apoderarse de Toledo, corte y centro del poder de los visigodos.

Muza ben Nosseyr, gobernador árabe de la Mauritania por los califas del Oriente, sabedor de tan prósperos sucesos, quiso parcipar   —507→   de la gloria adquirida por su delegado Tarek, siguió su ejemplo; y desembarcando con ejército poderoso en las orillas del Guadalquivir se hizo dueño de Sevilla, y corriendo como una nube de fuego todos los pueblos occidentales de España, bien pronto lo fué también de Niebla, Beja y de otros considerables hasta que los moradores de Mérida contuvieron por algún tiempo su arrojo y valentía. Vueltos de su estupor y espanto, los pueblos vencidos, trataron de sacudir el yugo de los invasores. Consta de los escritores árabes y de las crónicas cristianas que los habitantes de Niebla y de Beja fueron los primeros para acometer esta arriesgada empresa. Después de haberse confederado, juntaron sus fuerzas, y las de los pueblos comarcanos, y cargaron sobre Sevilla. Los judíos y la guarnición árabe que dejó Muza para guarnecerla, opusieron resistencia, y las principales familias tampoco dieron su asentimiento á esta sublevación; mas el pueblo bajo inexperto, pero más apegado á su religión, á sus costumbres y á su independencia, alzó también el grito de la rebelión y abrió las puertas de la ciudad á los sublevados de Niebla y de Beja. Estos se apoderan de aquella, pasan á cuchillo la guarnición, y Sevilla y el Algarbe de España recobraron momentáneamente su independencia; mas como este esfuerzo carecía de plan, y no fué secundado, bien pronto una reacción violenta escarmentó á los rebeldes, y con ellos sufrieron todo el rigor de la venganza los tristes pueblos de donde procedían.

Varios soldados árabes de la guarnición de Sevilla, que pudieron escapar del furor del pueblo, y de los rebelados de Niebla, llegaron por caminos excusados á incorporarse con Muza, cuando éste se ocupaba del cerco de Mérida. Indignado de la traición de aquellos pueblos que antes le habían jurado obediencia y prestádose á partido bajo las condiciones del Islam, no titubeó un momento en mandar castigarlos severamente. Encargó á su hijo Abd-alaziz esta misión; el cual, acompañado de escogida caballería, cargó sobre Sevilla, en donde cumplió las órdenes de su padre y general, haciendo víctima de su saña no solo á los sublevados, sino hasta los principales de la ciudad, no obstante que estos se habían opuesto al levantamiento. Ocupada Sevilla de nuevo por los muslimes, Abd-alaziz cargó sobre los demás pueblos   —508→   sublevados. Resulta que Niebla fué cercada, tomada, y sus habitantes todos pasados á cuchillo, á pesar de la valerosa resistencia que sus moradores le opusieran. Niebla quedó desolada en el año 94 de la Él gira, que corresponde al 713 antes de J. C.

Así termina el desastroso período de la historia de esta ciudad desde la caída del imperio romano hasta la irrupción de los árabes. En todo este tiempo se llamó y fué conocida bajo el nombre de Elepla, y así se la reconoce en el texto de los concilios, salvo alguna pequeña incorrección de pluma. Fué durante la dominación de los príncipes visigodos capital de distrito y residencia de un obispo, y esta consideración conservó hasta que víctima de su constancia, de sus creencias é independencia, fué asolada y presa de las tropas aguerridas de los sucesores de Mahoma. Pasemos á inspeccionar su historia en esta última época.



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