Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


Abajo

Buscando a Azorín por La Mancha

Ramón Fernández Palmeral



Portada




ArribaAbajo Notas para un prólogo

Con motivo del I Centenario de la publicación de La ruta de don Quijote, de José Martínez Ruiz (Azorín), uno de los libros más leídos y traducidos del maestro de Monóvar, creí que la mejor forma de celebrar esta efeméride era visitar los mismos lugares de La Mancha que él recorriera entre los días 4 a 25 de marzo de 1905. Por ello me propuse hacer el viaje acompañado de mi esposa Julia Hidalgo durante los días 10 al 12 de mayo de este 2005, que además celebramos el IV Centenario de la publicación de la I Parte del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ocasión que creí tan irrepetible y única que no dudamos en ponernos en camino. Salir de los libros para entrar en los lugares míticos y venerables de una Mancha que nada tiene que ver con los descritos por Azorín, y menos aún con los inventados por Cervantes, a través de su narrador Cide Hamete Benengeli, y de otros narradores más.

La idea de publicar el resultado de nuestro viaje en Internet se la propuse a mi amigo Luis Alonso director de Monòver punto com, quien sin dilaciones por su parte aceptó mi propuesta inmediatamente, lo cual supone un estímulo muy elogiable, y que he de agradecerle. A nuestro regreso y conforme escribía las crónicas y las ilustraba con fotografías que había hecho en ese safari literario y fotográfico más los dibujos míos se los fui enviando en grupos de cuatro crónicas, excepto los últimos que fueron tres, y los publicó a lo largo de los meses de junio y julio como crónicas de viajes por entregas.

La acogida fue buena, también me pidió autorización Eusebio García del Castillo Jerez para publicarlas en sus páginas Mi Ciudad Real, que las ha publicado con otro diseño. Además, y como resultado de estas publicaciones, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes en su sección dedicada al IV Centenario me publico en junio mi libro ilustrado Encuentros en el IV Centenario, lo que supuso un importante reconocimiento a mi trabajo cervantino. Más no puedo olvidarme de la revista Baquiana de Miami en los Estados Unidos, que a través de su directora Maricel Mayor, confiando mis trabajos me pidió un ensayo: «Cervantes y la filosofía española», que se publicó en mayo.

Y después de esta aventura, Buscando a Azorín por La Mancha publicada en Internet, quedaba la necesaria publicación en papel tangible. Creo que Internet contribuye a la divulgación global de las noticias; sin embargo, el papel es un testigo ineludible, que da fe del tiempo; libros como cuerpos en las bibliotecas constituyen idea de lo real y consistencia de lo físico, de lo duradero y de lo íntimo que no pude ser sustituido por las nuevas tecnologías.

Alicante, 30 de junio 2005

El Autor






ArribaAbajoCarta para Azorín

Señor Azorín:

Mucho ha cambiado La Mancha desde su visita en la quincena del mes de marzo de aquel lejano año jubilar de 1905. Ahora vivimos en el 2005, y se cumple el I Centenario de aquel viaje, ¿recuerda? Aquellas quince crónicas de encargo que le hizo don José Ortega Munilla, director de El Imparcial, para dar testimonio en fe de la presencia vigente del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en el III Centenario. Ahora, para conmemorar este I Centenario me he propuesto recorrer los mismos lugares que usted pisara hace un siglo, y, de alguna forma crédula, tal vez ingenua, dejar testimonio de la situación actual, o como se dice ahora: «tomarle el pulso» a La Mancha, una Mancha que se ha engalanado para también celebrar el IV Centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote. Será un viaje literario en el que me he propuesto buscar las huellas y vestigios que usted nos legara, maestro de las letras; el recuerdo difícil en el rescoldo ya aventado tras las palabras escritas. Mucho pueden cambiar sus gentes, la economía y el paisaje, pero los santos lugares de jote permanecerán ubicados e inamovibles en los mismos sitios inmortales descritos por Cervantes.

Para empezar a buscarle nada mejor que visitar el lugar de su nacimiento: Monóvar, una villa en el Alto Vinalopó de Alicante, una localidad industrial y laboriosa casi colindante con La Mancha. Luego, desde ahí, su villa natal, visitaremos y disfrutaremos de los lugares de privilegio que aparecen descritos en su libro La ruta de don Quijote, pues ya quisieran muchos americanos o japoneses, por poner un ejemplo, poder verlos, tocarlos y pisarlos como yo lo voy a hacer ahora, a paso lento, con paradas atentas y poder oír los mismos bronces que oyera usted.

Seguiremos los pasos que usted nos marca en su libro de La ruta..., en la edición de José María Martínez Cachero, Cátedra, Madrid, 1995, aunque hemos de adaptarnos al itinerario de una salida desde Alicante y no desde Madrid. En adelante anotaré páginas de esta edición.

Desde Monóvar iremos a Ruidera, entraremos en la Cueva de Montesinos. «Y como la cueva está cerca, baja usted a la cueva. ¿No se atreverá usted? No estará muy profunda». ¿Recuerda usted, señor Azorín, fueron las recomendaciones que Ortega Munilla le hizo, en casa de éste, cuando le dio las directrices para el viaje a La Mancha y además le entregó un revólver chiquito: «En todo viaje hay una legua de mal camino»? Un viajero que pretendía visitar España en el siglo XVIII preguntó: ¿cuántos hombres armados necesito para viajar a España? Yo iré armado de lápiz, papel y cámara de fotos.

Será mi propósito bajar a la cueva aunque me rompa la prótesis de la rodilla. Desde Ruidera será lo más afortunado acercarnos a Argamasilla de Alba: según todos los eruditos, este es el lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme... porque parece ser que Cervantes estuvo preso en la casa o cueva de Medrano, donde empezó a escribir el Quijote, y no quiso nombrar la localidad como venganza a esa indisposición transitoria de su infortunio carcelario, según se cuenta la leyenda popular a causa de un «piropo de más dirigido a la sobrina de un tal don Rodrigo de Pacheco». En 1972 se declaró Monumento Histórico Artístico. El hecho de prisión de Cervantes en este lugar tiene sus reservas, que comentaremos en su momento. Luego haremos nuestra visita a Villanueva de los Infantes, capital de los Campos de Montiel, para ver la casa del Caballero del Verde Gabán. Haremos una salida a Puerto Lápice como mandan los reglamentos de los nuevos caballeros motorizados, a Villarta y Alcázar, ambas de San Juan, nos acercaremos a los molinos del Campo de Criptana o tierra de los Sanchos, para ir desde allí al Toboso y Puerto Lápice. Y por qué no, al final de nuestro viaje acercarnos a la Biblioteca Nacional de Madrid, y visitar la «Sala Miguel de Cervantes» para ver qué podemos encontrar.

Usted, señor Azorín, llega a una conclusión muy veraz, y que ha servido de provecho a muchos epígonos: la de que una obra de arte literaria no es ni su contenido ni la historia, sino una estética, la forma en que se cuenta, o sea, el estilo personal. Las características del periodismo de Investigación se reflejan al comentar la obra de Cervantes, a cuyos personajes de El Quijote, usted le da un tratamiento de realidad absoluta: aquí estuvo, aquí se sentó, aquí le golpearon, por aquí pasó, aquí están sus huellas... Es la transformación de una obra ficticia a la historia real. Los manchegos creemos que don Quijote existió realmente, bien como novelación, de una realidad, o realidad de una novelación. Y este estilo, certero, conciso, detallista, le da una importancia literaria a la realidad verdadera porque la realidad total no existe, sino la verdad parcial, la historia contada y desechando otras realidades, porque la selección es ya una manipulación, el punto de vista, que a los cervantistas nos llena de alegría, porque vemos a don Quijote no como a un personaje literario, sino el mito que toma cuerpo y vida por el estilo de un autor ágil e imaginativo.

También he de decirle que este libro suyo tuvo sus detractores, entre ellos el insigne cervantista Francisco Rodríguez Marín (tomo la nota de Cachero, pág. 46): «tentativas baladíes en que no hay ni pizca de cervantinismo». No estoy de acuerdo con esta aseveración de Rodríguez Marín porque usted salió de los libros en 1905 a recorrer a pie la ruta de don Quijote, viaja con su maleta de cartón, su capa y recado para escribir, nos enseña a ver, y que es posible la novela y el viaje, donde todo cabe. Anteriormente, muy pocos viajeros españoles recorrieron nuestra geografía, que siempre tuvimos que conocer España por los viajeros extranjeros, y usted nos enseña que para investigar a Miguel de Cervantes es necesario salir de nuestras bibliotecas y emprender el camino, comportar la aventura. Me da el tufo de que no han sido los libros de viajes los preferidos por los lectores españoles.

Me queda una pregunta: ¿por qué duró usted tan sólo 56 días en El Imparcial? Quizás porque se metió usted con el hambre del campo andaluz, o hubo otras razones políticas. Pero lo bueno de este libro es que usted marcó el principio de una nueva estética de hacer periodismo, donde se mezcla el diario íntimo con la crónica de viajes, la crítica literaria, la historia y el contacto directo con los habitantes a través del diálogo.



Ilustración: «Azorín 1904»




ArribaAbajoCasa-Museo de Azorín en Monóvar

Señor Azorín:

Cuando mi mujer preparaba las maletas, yo metí unos libros que nos iban a acompañar.

-Cariño, no metas ahí esos libros que me vas a ensuciar la ropa, aquí tienes la bolsa de las zapatillas, y ahí en un lado metes los libros y cuanto de escribanía llevas.

-Tienes toda la razón, soy un descuidado -ella siempre tiene la razón, sobre todo cuando me entra la amnesia los días previos a cualquier viaje. Los libros que llevo son cuatro: un Quijote, La Ruta djote, una Guía del Quijote titulada Las Rutas de don Quijote de Antonio Aradillas, que documenta la historia de toda La Mancha, más una guía de carreteras que no puede faltar, amén de cámaras fotográficas, bloc de dibujos y escribanía.

Una mañana de mayo mi mujer y yo salimos sobre las nueve horas, el cielo mostraba ese azul cobarde y cobalto, limpio, característico del levante marino, ese azul comestible que nos regalan los cielos y no merecemos. Mi mujer se santiguó como de costumbre cada vez que se sube al Nissan. Tomamos la Avenida Orihuela que ella sola se convierte en autovía de Madrid A-31, que también llaman la E-7, antigua N-330, amplias curvas en subida hacia la meseta nos elevan por un valle de tierras grises y manchones verdes del cultivo de la vid de parra, hasta Elda, donde hay una salida a la derecha, se pasa por debajo de autovía, hay una rotonda, y ya ves el cartel de Monòver a 8 kilómetros, que así es como se escribe Monóvar en valenciano. Esta es una zona valenciano-parlante (perteneció a la Corona de Aragón) pero no son cerrados, es decir que si tú les hablas en castellano, ellos cambian el registro sin ningún problema, son gente amable y hospitalaria. Esta provincia alicantina tiene sus parcelas de habla valenciana y otras de habla castellana (el artículo 3 de nuestra Constitución, dice que el castellano es la lengua oficial del Estado...). Por ello, yo prefiero decir castellano en lugar de español, que es la acepción recomendada desde 1926 por la Real Academia de la Lengua, criterio ya defendido en 1931 por Ortega y Gasset y Unamuno. En 1978, algunos senadores propusieron que se dijera «castellano o español». Las lenguas vernáculas son una riqueza cultural, el catalán incluye dos variables: el valenciano y el mallorquín. Se ha discutido en las Cortes Valencianas si el nombre del idioma de la comunidad valenciana es el valenciano o el catalán, cuestión ésta que no ha quedado a gusto de todos.

Ya estamos en Monóvar: dista a 34 kilómetros de Alicante, situado en 38,430 latitud N y 0,830 longitud O, a 341 metros de altitud, tiene 12.077 habitantes según el censo de 2002. Entramos en la ilustre villa siguiendo la calle Mayor, que es principal. Nos llevaba hacia la parte alta de la ciudad; pasada la iglesia tuvimos que preguntar a una mujer con su carrito de la compra que pasaba por la acera, cerca del Ayuntamiento, donde estaba su Casa-Museo. «Siga pasada la obra y allí verá una plaza, está cerca». La gente es amable, atenta y hospitalaria. Subí por la calle Argentina y aparqué en una plaza amplia, cerca de un buzón amarillo de correos, desde donde se ve la torre de una iglesia; cerca está la calle Salamanca.

Una vez en la acera de los números pares, en el número 6, aparece la fachada ocre de la casa que fue de sus padres, la lápida o placa de mármol que dice Casa-Museo de Azorín, a mi izquierda, si miro a la puerta de frente está el símbolo de la CAM Cultura (el triángulo y el cuadrado inscrito en un círculo), institución bancaria que la adquirió y rehabilitó respetando la fachada y el interior, la buhardilla, despachos de su padre, salones y que se inauguró el 10 de mayo de 1969. La calle tiene calzada y aceras, pero es estrecha y no se puede aparcar, sólo es transitable de paso, y el silencio fluye de aquí para allá, el incorrupto e impenetrable balcón de donde cuelga una especie de auca o cartel que anuncia la exposición Cervantes y Azorín. No acuden las voces de los murmullos de los vecinos, el maullar de los gatos ni el pasar de los carros porque ya no hay carros sino carritos de la compra donde el cartero lleva su mercancía de cartas: va sin uniforme ni gorra de plato ni usa la trompetilla.

Está dirigida la Casa Museo por el erudito azoriniano don José Payá Bernabé, secretario Enrique y una azafata con traje azul pespuntado, amable y discreta. La casa se ha convertido en un centro de cultura, lugar y foro obligado para los azorinianos de corazón, que deseen investigar su vida y obra. Creo que usted no se ha de preocupar por la conservación y persistencia de su legado literario y personal, está en buenas manos. Nos informan en un folleto que la casa fue residencia de la familia Martínez-Ruiz desde 1876. Cuando José Martínez Ruiz se trasladó a ella tenía tres años de edad. La casa perteneció a Loreto Ruiz, tía de la madre doña María Luisa Ruiz, legataria del testamento de su tía. Allí vivieron sus hermanos, Amparo y Amancio, hasta 1961. Cuando entramos, hay un porche o saloncito con vitrinas de exposiciones, frente sube una escalera con pasamanos de madera, a la derecha sala de exposiciones con un busto suyo en una urna de cristal, a la izquierda la sala de reuniones, auditorio y oficinas.

La azafata nos invitó a una visita guiada de las dos plantas de casa, del despacho del padre y de la biblioteca de la buhardilla, donde por suerte además está el cuarto de aseo porque tuve que hacer uso de él, porque las ganas de orinar me aprietan cuando menos falta hace. La biblioteca está ordenada, no se preocupe señor Azorín, todos los libros están muy bien conservados y guardados, hay vitrinas con manuscritos, libros abiertos, recortes de prensa...

Qué lejos quedaron los invencibles días de su infancia y juventud, días de desafueros y colegios de escolapios en Yecla descrito en La Voluntad, explicada por la introducción de E. Inman Fox, en la edición de Castalia, 1989. También me gustaría saber por qué razón emotiva en Confesiones de un pequeño filósofo no hay mención a sus queridos progenitores: don Isidro y a doña María Luisa; no nombra a este pueblo lleno de encanto y de historia latente, perceptible, constada y aclimatada al esfuerzo del trabajo. En cambio, sí nos traslada sus melancolías del colegio de los escolapios de Yecla, esa Yecla murciana de su adolescencia.

Tuvimos la suerte de poder saludar a don José Payá, un hombre activo, de ojos vivos tras las gafas, charlamos sobre mis intenciones de escribir un libro con ilustraciones que titularía Buscando a Azorín por La Mancha, le entusiasmó la idea, yo le regalé mi libro Encuentros en el IV Centenario, y en un cambio muy ventajoso para mí, me dio una bolsa grande de papel, la cual llenó de libros y anales azorinianos editados por la CAM, el patrocinador de esta Casa-Museo, que me llenó una antigua y desea satisfacción por ver lo que tanto había oído y leído durante años sobre su obra. Pero también he de resaltar que el Ayuntamiento de Monóvar con su alcalde Salvador Poveda, y el Concejal de Cultura Miguel Salvador, convencidos de la universalidad de su nombre y la publicidad que, constantemente, le da a su pueblo, contribuyen en todos sus medios presupuestarios a su realce y a promocionar su nombre.

Entre los anales azorinianos estaba el número 2, donde hallé un artículo que me ilustró sobre lo que yo buscaba, titulado «La ruta de don Quijote», pp. 145-146, firmado precisamente por el ya aludido José Payá Bernabé, en cuyo artículo se cometan dos ediciones sobre su libro La ruta de don Quijote. La primera es la edición que hizo el editorial Rembrant, Alicante, 1982, con prólogo de Santiago Riopérez Milá, autor de Azorín íntegro, y además biógrafo, ilustrada con aguafuertes el magnífico dibujante Agustín Redondela, una edición para bibliófilos, numerada de 236 ejemplares, 139 puestos a la venta. Otra edición que se comenta es la de Letras Hispánicas, Madrid, 1984, de José María Martínez Cachero, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Oviedo, donde aparece una bibliografía crítica muy completa.

En la Casa-Museo conocí las últimas dos ediciones homenajes sobre su libro La ruta..., para conmemorar el I Centenario de su publicación, una de la Universidad Castilla-La Mancha ilustrada con fotos de época de La Mancha con Introducción de Esther Almarcha, catedrática en la Universidad de Ciudad Real e Isidro Sánchez. Otra edición conmemorativa es la que ha tenido el acierto de editar la Diputación de Alicante con introducción de José Ferrándiz Lozano, periodista y especialista en la vida y obra de Azorín, con ilustraciones de Joan Castejón. Diputación que promueve cada año el Premio Azorín de novela, en colaboración con la editorial Planeta.

Finalizada la visita cultural quedaba la visita sobre la piel de la ciudad, patearla, pues el turista tiene que mover la parte ósea, bielas mojadas en líquido sinovial, lo mejor para enfriar el motor humano es tomar unos vinos, como allí lo más cercano era el Casino que tanto usted nombró en sus escritos. A buen paso, aunque tengo los huesos hechos a la pena y al flagelo de la artrosis, alcancé la iglesia parroquial. La farmacia ha dejado de ser botica. Doña Laura, la viuda del señor del mármol Ignacio Villacastín, pasa conduciendo su propio coche. No sé si usted sabe que hace más de treinta años que las mujeres aprendieron a conducir sus propios automóviles, son cocheras. Ahora Monóvar tiene un floreciente negocio del mármol, construcción, tienen azulejos, fortuna y más Mercedes. Esther y Natalia vestidas con pantalones vaqueros cortos de pirata, pasean con carritos de la mano, van a la compra, al mercadillo de los martes, porque los martes tienen licencia los mercaderes «de bastimentos» que autorizó Sancho en su ínsula de Barataria, para vender al pormenor en sus puestos de ropa barata, zapatos y demás verduras.

Y el reloj de la torre de la iglesia, monstruo devorador de las horas y del tiempo insobornable, marca las once, ya no tocan a cada hora del día y de la noche que usted, cuenta en el capítulo XV «La misteriosa Elo» de su libro Confesiones de un pequeño filósofo cuando pregunta: «¿Por qué tocan las campanas a todas horas llamando a misas, a sufragios, a novenas, a rosarios, a procesiones, de tal modo que los viajantes de comercio llaman a Yecla la ciudad de las campanas?» . El camarero de la cafetería Azorín, C/ Juan Carlos I, con cierto aire de mestizaje debía ser un aimara de los que últimamente han tomado asiento en esta España de acogida y sueños de fortuna. El llamado vino del país tiene la denominación de origen: Alicante. La familia Poveda es una saga de vinicultores. Famoso es Cantaluz, Viña Vermeta Reserva del 78, el Rosella rosado de monastrel botella estilo de Rhin, y el más famoso de todo es el dulzón de Fondillón, el cual, y según el saber popular es enviado una caja a la Casa Real por Navidad. En Xiri, o rincón del sibarita en Monòver, utilizan los tomates secos para aderezar los guisos, los secan a la antigua: partidos por la mitad rociados con sal los ponen sobre cañizos hasta que el sol extrae el agua.

Después de percibir a través de mi indocto paladar las turbias imágenes de las tierras medias y altas del Vinalopó, y esas esencias a fruta y canela de un vino amplio en boca y madera nueva, de la que hablan los enólogos, se hicieron las once y media de la mañana y con urgencia tomamos de nuevo la autovía A-31. Recordé que una vez fui a comer a una aldea que creo está hacia Pinoso que se llama Chinorlet en la CV-83, y allí aparecimos una vez un grupo de 4 matrimonios, era una casona más de huéspedes que restaurante, donde nos sirvieron la especialidad: arroz con conejo y caracoles en una paellera amplia y extensa paila con un dedo escaso de grosor de arroz con azafrán de hebra de la Solana. Este tipo de arroz tiene sus secretos, y perdón por mi atrevimiento gastronómico, reside en que después de ser cocido en leña pasa por el horno. Buen precio, buen servicio y sobre todo familiar y cercano, sales con esa sensación de haberte ganado a un amigo, y no hay nada para presumir de hombre mundano como conocer a los maîtres, restauradores o cocineras mayores del Reino de Valencia. Porque si vienes un domingo a comer sin la reserva previa, te quedas sin comer o a la luna de Valencia.

No se puede decir que se conoce un lugar hasta que te has casado en él, pero si este negocio matrimonial no es posible, al menos, párate a comer y a beber sus caldos de la zona, tomar unas fotos, y sobre todo oír lo que la gente te tenga que contar por boca, un viajero es como un testigo ocular, o diplomático que informa de sus reuniones y contactos sin preceptos que cumplir, sin censurar costumbres.



Ilustración: «Casa-Museo Azorín»




ArribaAbajoDe Monóvar a las Lagunas de Ruidera

Señor Azorín:

Hemos salido de Monóvar por la carretera comarcal hasta tomar la autovía A-31 o E-7 en Elda dirección Villena. Pasado el túnel ya empiezan a verse los aparatosos molinos de energía eólica o aerogeneradores, que no son molinos de viento, en la provincia de Albacete, en el término de Caudete. Diversos colectivos almanseños se han unido para denunciar los «destrozos» que la energía eólica está ocasionado en la Sierra de Oliva y Cerro de Santa Bárbara. Aseguran que la flora y la fauna están sufriendo las consecuencias de las escombreras ilegales y la apertura de pistas. Asimismo, estos colectivos añaden que, además del medio ambiente, están sufriendo los restos arqueológicos de la zona.

Aparece Almansa embarazada por su castillo; luego Albacete, que es la ciudad más poblada de La Mancha. En la circunvalación tomamos el desvío a Manzanares por la N-430, y en la primera gasolinera de los Hnos. Segovia S.L. llené el depósito por lo que pudiera pasar. El gasolinero con gafas no hacía más que sonsacarme mi procedencia, por simple curiosidad policial. La llanura se nos abría en un campo de trigo candeal en crecimiento de unos veinte centímetros de alto, que el viento «maricote» del oeste, ligero y agradable peinaba los trigos aterciopelados, verdes, amarillentos. La carretera es una línea recta que pasa por Barrax, Munera, Socuéllamos y Ossa de Montiel. La carretera se convierte en una lenta travesía con badenes artificiales o bandadas de barreamiento para los velocistas. Allí hay un desvío hacia las Lagunas de Ruidera pero optamos por continuar y seguir por la N-430, donde se inicia una serie de curvas a ambos lados de la dirección tomada (izquierdas y derecha), en prolongadas bajadas que nos indica el inicio de una depresión en el terreno, empieza a cuajar el verde vejiga de los carrascales en el monte bajo, y algún que otro pino y espesea el encinar.

Los álamos que en la primavera sueltan su pelusa blanca nos anuncian el pueblo de Ruidera, situado en el kilómetro 409. Es el primer pueblo de la provincia de Ciudad Real, a la derecha una gasolinera o estación de servicios Cinco Hermanos y más adelante el nuevo edificio de la Casa Consistorial que fue inaugurado el 7 de mayo de 1999 (esta fecha me trae recuerdos propios, porque yo nací un 7 de mayo de un año que no quiero acordarme) por el Presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha José Bono Martínez, y siendo alcalde Nemesio Chaparro Salinas. Frente al ayuntamiento se halla la iglesia con su torre campanario, paños laterales sostenidos por contrafuertes. A Ruidera llegó usted, señor Azorín, en el capítulo IX y X de su ya referido libro La ruta de Don Quijote, un día del mes de marzo de 1905, escribe:

«Después de las veinte horas de carro que la ida y la vuelta a Puerto Lápice suponen, hétenos aquí ya en la aldea de Ruidera -célebre por las lagunas próximas-, aposentados en el mesón de Juan, escribiendo estas cuartillas, apenas echado pie a tierra, tras ocho horas de traqueteo furioso y de tumbos y saltos en los hondos relejes del camino, sobre los pétreos alterones. Hemos salido a las ocho de Argamasilla». Es decir, que usted llegó a las cuatro de la tarde.

De Ruidera a Argamasilla hay exactamente 31 kilómetros, nos lo indica una señal de situación en la esquina de la bifurcación que se abre a nuestra derecha, con una serie de curvas hacia la laguna Cenagosa, donde hay un viejo molino de agua abandonado, casi como si pareciera los Batanes, narrado en el capítulo XX de la I parte. Es hora de buscar y preguntar por Azorín. La plaza de Ruidera tiene una fuente en el centro y se llama Plaza de Cervantes, hay una tienda de ultramarinos, una de venta de quesos Manchegos y dos bares. En la otra parte, cruzando la carretera una pizzería y un bar de desayunos y bocadillos, la tienda de recuerdos, también está la panadería con un amplio arcén que sirve de aparcamiento. Veo a un joven con gafas y dos bastones, se tambalea.

-Buenos días, ¿puedes decirme donde está el mesón de Juan?

-¿Cómo te llamas? -es su respuesta, y claro, yo he de identificarme porque de lo contrario el joven no parece dispuesto a hablar.

-Me llamo Ramón, ¿y tú cómo te llamas?

-Me llamo Vicente.

Y a la vez sonríe con una cara muy ancha. Es alto, moreno y de pelo rizado. Le digo que mi cojera parece más grave que la suya, porque los cojos estamos deseando que nos pregunten por nuestro mal, y él responde que lo suyo fue un accidente de tráfico: le atropelló un coche en la travesía, por eso hay tan altas y escabrosas bandas de barreamiento por el puente del Rey, que es lo primero que hubiera en Ruidera, y una fábrica de pólvora. Su problema físico es un problema de equilibrio, se le rompieron los huesos del oído interno que nos mantiene en equilibrio, llamados martillo, yunque, estribo, lenticular... Este tipo de lesiones son muy molestas, sobre todo por la noche a la hora de dormir. A mi amigo Juan Caminero le pasó algo parecido cuando le explotó un cohete cerca y le rompió el oído interno: le dieron por inútil, y lo pasa muy mal a la hora de dormir.

Siguiendo con mis investigaciones, me contó Vicente que no recuerda la existencia de un mesón que se llamara de Juan; la antigua posada estaba detrás de la gasolinera y se llamaba El Bautista, que ahora ya no existe, y en su lugar hay una pensión que se llama La Mancha, junto al nuevo edificio de un cine. Sin embargo, aquí, en esta calle que no tiene nombre, me parece encontrar el mesón de Juan que nombra usted en su libro (p. 120), porque podemos observar que el Bautista se llamara Juan: Juan el Bautista. Y con estos pequeños indicios hemos de conformarnos.

Actualmente Ruidera es un pueblo turístico, próspero, con hoteles, restaurantes, albergues juveniles, que ninguno lleva su nombre. Al final del pueblo y antes de llegar al puente del Rey, se encuentra el desvío señalizado con un Stop, y carteles a la izquierda: Las Lagunas de Ruidera y Cueva de Montesinos, es la carretera comarcal 650, de borne amarillo, a tres kilómetros bordeando el margen de la laguna del Rey y La Colgada, llegamos al Hotel/Restaurante La Colgada, que recibe el mismo nombre que la laguna. El hotel se ha remodelado y por lo tanto se ve nuevo, limpio, tiene cafetería y comedor, aunque se construyó sobre el año 1976. La recepcionista es una chica joven, usa gafas; el camarero luce un tatuaje de un ancla en el brazo derecho; un fornido y barrilete joven de bigote, fue el mismo que hace años nos atendiera, en mi primer viaje, hace años, a la Cueva de Montesinos. Hospedado en la habitación 409, primer piso sin ascensor, la ventana se abre a la paz de la laguna quieta, mansa, espejo del cielo y de los frondosos choperales, olmos y álamos.

Comida en el restaurante, los problemas que tuvimos fueron: primero mucho ruido, sí, ruido porque había más de 50 colegiales de una excursión comiendo y no paraban de hablar, jugar y de gritar, lo que reconforma es que son incipientes cervantistas: la comida muy buena, sin embargo la carta de vinos a un precio prohibitivo, no entiendo cómo en una región como Castilla-La Mancha los vinos en los restaurantes están tan caros entre 18 a 20 euros la botella, por eso pedimos el vino de la casa, un Valdepeñas desconocido que no había forma de bebérselo, pero me negué a gastarme 20 euros para un menú de 12 euros, y tuve que pedir una cerveza y dejar tres cuartos de botella de aquel brebaje tintorro o tintote. Durante los tres días que estuve en La Mancha se celebró FENAVIN (Feria Nacional del Vino) en el Palacio de la Granja de Ciudad Real, donde se ha debatido sobre todos los aspectos del cultivo, producción y exportación, y el desequilibrio entre el precio que los agricultores reciben por la uva y lo que paga el consumidor, sin embargo, he llegado a la misma conclusión que algunos gastrónomos recomiendan: «En el restaurante el vino de la casa y el de reserva en tu casa».



Ilustración: «Aerogeneradores en Sierra de Oliva»




ArribaAbajoEn la Cueva de Montesinos

Señor Azorín:

Por la tarde tocaba visitar la Cueva de Montesinos, ya le dije que iríamos. Recordamos mi mujer y yo que hace años hicimos una excursión a esta misma cueva, pero en otras condiciones, donde tuvimos que pagar la novatada; ahora hemos llegado en coche. La carretera ha sido ensanchada, en el cruce para Ossa de Montiel y Ermita de San Pedro hay un cruce, y hay que tomar la derecha, muy cerca; a cien metros hay una explanada y un cartel que lo indica, donde han erigido una escultura moderna de hojalata oxidada de don Quijote y Sancho montados sobre Rocinante y el jumento. Al entrar al recinto, a la derecha se levanta una caseta de madera de Información y Turismo y un guía que te acompaña si los pides, y además te proporciona una linterna para poder hacer un poco de espeleología. De Ruidera a la cueva contabilicé 12 kilómetros.

Ahora, 10-05-2005, la boca de la cueva nos parece más pequeña; rodeado del mismo encinar, hay unos asientos de madera y un cartel indicador de la fauna de la cueva y su historia, con las diferentes especies de murciélagos que la habitan. Cuando menos nos lo esperábamos salió de la cueva y por sorpresa un fotógrafo con su cámara reflex, en vez de grajos como cuenta Cervantes: «... salieron por ella infinidad de grandísimos cuervos y grajos, tan espesos y con tanta priesa, que dieron con don Quijote en el suelo». (Cap. XXII, II parte).

-¿Cómo está la bajada? -pregunté medroso.

-Bien, se puede bajar, hay escalones, ¿quiere que le ayude?

-No, gracias, muy amable.

Bajamos mi mujer y yo a la cueva, despacio, con lento cuidado de no resbalar; hay unos escalones en el terreno y es fácil su bajada, entre los grandes bloques de piedras caídos por desprendimiento que originaron la boca que está a nivel del suelo. No vimos el hornillo de cerámica que dice el cartel que es romano. Llevaba abierto La ruta..., por capítulo X, «La cueva de Montesinos», donde efectivamente como dice usted en su libro «es preciso sortear por entre ellos para bajar a lo profundo». Empecé buscando los letreros esculpidos que usted vio: «Miguel Yáñez, 1854», «Enrique Alcázar, 1851», «Domingo Carranza, 1870», «Mariano Merlo, 1883». Lamentablemente el tiempo, el humo de las hogueras de algún pastor, el de los hachones de los visitantes, han destruido estos carteles; ahora se leen otros. Son los llamados ahora graffiti, en todos los monumentos aparecen como una señal de auxilio, una profanación de lo sagrado, una estupidez de las almas pequeñas que necesitan dejar una marca para ser recordados. Desde este punto intermedio, más sima que cueva, se pueden ver mazacotes de murciélagos colgados desde los techos cerca de las estalactitas: el Myotis myotis o ratonero y el Rhinolophus ferrum equinum o de herradura, suelen vivir de diez a doce años, se orientan y localizan a sus presas emitiendo ultrasonidos por la boca y la nariz, en lo que se llama ecolocación; suelen emigrar.

Desde este punto recordé mis años mozos de espeleólogo en el grupo GEMA de Málaga, donde estuve unos cuatro años, recorrimos todas y cada una de las cuevas y simas de esa provincia. En la sima que llaman «La Mujer», cerca del albergue del Torcal de Antequera, en el laberinto cárstico o kárstico, estuve a punto de tener un accidente trágico, y me salvé gracias a la mano que me echó mi amigo y compañero apodado «El Güito», que en el argot caló significa «tener huevos» y él los tenia bien puestos.

Los dos capítulos que cuenta la hazaña espeleológica de Don Quijote son el 22 y 23 de la II Parte del Quijote, donde se cuenta que don Quijote compró cien brazas de cuerda. Se cuenta en el capítulo 22 del Quijote, que a primeras horas de la tarde llegaron a la cueva de Montesinos, don Quijote, el estudiante y Sancho, cortadas las malezas que ocultaban la entrada de la cueva, ataron fuertemente a Don Quijote y comenzaron a bajarle. Cuando el estudiante y Sancho se quedaron sin cuerda esperaron un rato y comenzaron a subir a Don Quijote. Hasta las ochenta brazas de cuerda no empezaron a notar peso en la cuerda y cuando a las diez brazas vieron a Don Quijote dormido, que tras despertarse comenzó a contar lo que había visto, y que Sancho no creyó. En este capítulo he hallado algunos faltas de equipo, Don Quijote baja por una cuerda, bien, pero no llevaba luminaria: tea, antorchas o hachones, pero hemos de entender que toda esta maravillosa novela no es una crónica del mundo real, sino una visión a través de la imaginación y la fantasía de un indiscutible adalid de la literatura fantástica.

Y cuando don Quijote salió de la cueva contó que en ella había visto al primo y amigo de Montesinos, Durandarte, el cual yacía en carne y hueso en un sepulcro de mármol debido a un encantamiento del mago Merlín. Belerma, dama de Durandarte, se deshace en lágrimas en la tumba del amado y recibe el corazón de su amado de mano de Montesinos. Su escudero, Guadiana, fue convertido en río y otros muchos amigos y parientes de Durandarte y las hijas de Ruidera convertidos en lagunas.

En estos dos capítulos se cuenta la hazaña espeleológica de Don Quijote, porque en la época inquisitorial y supersticiosa de Cervantes, el hecho de bajar a una cueva era una verdadera proeza, no había medios técnicos para descender a ellas, y además, la gente, sumamente supersticiosa, temía encontrarse al diablo en los infiernos cavernarios.

Cuando Don Quijote sale de la cueva, cree haber pasado dentro tres días con sus noches, cuando en realidad permaneció cerca de una hora, lo que se llama en literatura, según Jean Ricardou, tiempo de la ficción y tiempo de la narración. Ya conocemos la narración, ahora analicemos la capacidad creativa y artística de Cervantes cuando es capaz de imaginar un mundo de fantasías por lo que se conoce como tiempo real de la novela y tiempo de la historia. Los tiempos de la novela son tres: el de la aventura, el de la escritura y el de la lectura.

Llegó un autobús de escolares, zagalones mal educados, y se acabó el encanto del paisaje quijotesco y azoriniano. Visitar la cueva ya no es lo que era cuando la visitó don Quijote, o usted mismo, señor Azorín y un servidor hace ya muchos años. Pero sin duda alguna allí en la cueva estaba su inmortal presencia, suya y la de don Quijote.



Ilustración: «Cueva de Montesinos»




ArribaAbajoLos «Ruideritos»

Señor Azorín:

Después de nuestra aventura espeleológica en la mítica cueva de Montesinos, como le tenía prometido, la luz sobre las lagunas recibía la tarde con los brazos abiertos del crepúsculo. Pasamos por el hotel, nos aseamos y nos cambiamos la ropa deportiva por otra más acorde con la propia de un paseo por la hidalga ciudad de Villanueva de los Infantes, que es Conjunto Histórico-Artístico desde 1975. Hacer turismo y mendrugar una merienda cena, este es el destino de los huéspedes, pero antes de partir pasamos otra vez por Ruidera (no he dicho que dista 260 kilómetros de Alicante, y tiene 610 habitantes en el censo de 1998), para comprar algunos dulces como regalos, y alguna que otra sorpresa local.

Nos acercamos para ver la Iglesia. La puerta cerrada al peregrino. Le preguntamos a una mujer vestida de luto descolorido, a la antigua usanza de los pueblos castellanos.

-Buenas tardes, ¿a qué hora abren la Iglesia?

-Solamente los días de la «cataquesis» -y siguió su camino.

Entramos en la panadería situada en la misma acera de la Iglesia, atraído por una ventana con cristal, más que escaparate vetusto, casi amontonado, donde se anunciaban los «ruideritos» que nos llamó la atención. Ya teníamos algo para regalos y sorprender a los amigos. En la puerta había dos mujeres lugareñas y un hombre labrador, hablando pausadamente, dueños de todo el tiempo del mundo.

-Póngame medio kilo de «ruideritos» para probarlos, unas mantecadas, unas magdalenas y un poco de carne de membrillo.

-¡Tienen buena cara! -agregó mi mujer al dependiente que no hablaba. Al momento salió un hombre delgado de la trastienda, moreno y dispuesto a dar todo tipo de explicaciones como un cicerone de la mercadería. Parecía ser el propietario porque tenía cara nocturna de panadero. ¿Es Juan, es Antonio, es Diego?

-Sí que son buenos, pero los «ruideritos» ya no son lo que eran antes, porque ahora, la harina viene de Alemania -nos dijo tan fresco el panadero dicharachero y con ganas de hablar.

-¿Cómo se hacen? -preguntó mi mujer, a la que le salió su vena confitera, porque además hace los bizcochos con almendras mejores del universo habitado.

-Tienen harina de trigo duro, manteca de cerdo ibérico, azúcar de salobreña, levadura de pan, huevo de gallinas felices y algún secreto más que no puedo revelar -o, pudo decir: no quiero revelar, le pasaba como a Cervantes: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme». Aquí en La Mancha la gente usa lo de acordarse a voluntad.

-¿De Alemania, la harina? Con todos los trigos que hay en Castilla -refunfuñó mi mujer a la vez que tocó los «ruideritos», que estaban un poco secos, según ella.

-Pues sí, señora, hoy en día todo viene de Alemania, los «ruideritos» ya no son lo que eran por culpa de las máquinas de amasar. Antes se amasaba en artesa a puño y tenía su punto de masa...

Esto de amasar me recordó un verso de Miguel Hernández, el XXII (Panadero) de Perito en lunas (1933), donde escribe los versos Aunque púgil combato, trigo; / ya cisne de agua Perito en lunas en rolde. Y aquí en estos versos gongorinos y herméticos del oriolano queda escrita la metáfora de la harina, que unida al hipérbaton de los huevos más la azúcar convertida en polvo de lunas, salen los amorosos y exquisitos «ruideritos».

El joven dependiente, presunto sordomudo, aunque lo entendía todo, el panadero no le daba cuartel, mientras con un lápiz sumó la cuenta sobre un papel de una libreta, al estilo de las antiguas tiendas de pueblo, como mi tía Salvadora en Frigillana, que todavía sigue haciendo las cuentas a mano sobre el papel engrasado de envolver los embutidos con unos números grandísimos, porque asegura que las máquinas de calcular se pueden equivocar, pero ella no.

Había también en la panadería de Juan, de Antonio, de Diego, una tienda de ultramarinos, y a la salida, puestas como cebo a las delicadas narices finas, con toda alevosía, había una caja cuadrada de madera con un olor a arencas que quitaba el sentido. «¡Esto sí que es cosa buena, planchaditas con su chorrito de aceite y su pan recién hecho», comenté al panadero, y él reconoció: «pero ya nos son la arencas de antes que venían en herradas». No me enteré qué era una herrada hasta que lo miré en el diccionario, es una especie de cubo de madera o barrica para conservar las arencas. «¿Pero las arencas no viene de Alemania?», dejé caer la ironía; al panadero dicharachero, dispuesto y socarrón no había forma de sorprenderle porque tenía respuesta a todas las preguntas. Mi mujer me sentenció: «no se te ocurra comprar arencas que tú tienes la tensión alta y el colesterol».

Entando en la plática de los arenques de Ruidera, a eso que volví a ver a Vicente con sus muletas y sus gafas, le fui a saludar con entusiasmo de antiguo vecino, de quien lleva allí toda la vida, pero pasó de largo sin decirme nada porque ya no me recordaba o no quiso acordarse, porque aquí puedes decidir si acordarte o no acordarte de algo. A mí me gustan los pueblos vetustos y sus gentes con conversación larga, hablar como un andaluz abierto y descosido y no pasar por mudo, o sin historia. Juan, Antonio, Diego, me contó la historia de Vicente que nosotros ya sabíamos. En la calle y en el mismo lugar seguía las dos mujeres y el hombre labrador hablando.

-¿Cómo está la carretera para Villanueva de los Infantes?

-La carretera de los Infantes la acristianaron para esto del Centenario y está mejor que los «ruideritos».



Ilustración: «Plaza de Cervantes en Ruidera»




ArribaAbajoDe Ruidera a Villanueva de los Infantes

Sr. Azorín:

Tomamos la carretera de los Infantes, que lo de Villanueva le sobra, por la N-430 hasta un cruce que hay en Casas Blancas, antes de llegar a Alhambra, por una carretera solitaria, la CM-3129, el paisaje es de tierras rojijas que como usted sabe por eso le llaman Alhambra, que es un nombre árabe, como la Alhambra de Granada de los nazaríes que le llamaban «La roja» por el color de las tierras del cerro donde se aloja. (Quién dice si Cide Hamete Benegell o Berenjena como le llamaba Sancho, no era de Alhambra). Los eruditos y discretos especialistas de la ruta de don Quijote sitúan en este pueblo, de semejanza nazarí, en las bodas del rico Camacho con Quiteria, relatadas en los capítulos 19-21 de la 2.ª parte. Se pasa por el centro del vetusto pueblo de Carrizosa (la aldea de Basilio, cap. 21, 2.ª parte), situado en una especie de charnela por donde pasa el arroyo de Cañamares, la travesía tiene una curva a la derecha, continúan las tierras rojizas de labrantío, buena tierra sobre ondulaciones y algún otero sobre el que aparecen los restos arqueológicos de una especie de torre, restos de lo que fue un molino de viento, manchas de viejos olivos y viñedos, sobre todo viñas que han empezado a enseñar sus verdes pámpanos como billetes verdes, porque no sé el precio de la uva al viticultor pero el vino embotellado es oro tinto.

Ya entramos en los Infantes, cruzamos sus calles en las que se aprecian las piedras nobles, monacales, aristocráticas de palacios, conventos e iglesias, piedras cenobita de arenisca rojiza, bermellones, ocres, todas ellas convertidas en arte, piedras apretadas, quietas, hechas a besos de cinceles. El origen de la villa en romano. El Infante don Enrique de Aragón le concedió la Carta Puebla en 1421, y se independizó de Montiel, y en honor de sus hermanos los Infantes don Juan y don Pedro, recibió el nombre de «Los Infantes» en 1480, y en 1491 se le dio el de Villanueva de los Infantes. Su censo siguió creciendo hasta sobrepasar los 5.000 habitantes a mediados del siglo XVI. Esto le valió a Felipe II para proclamarla capital del Campo de Montiel en 1573 tanto política como eclesiásticamente, y capital de Gobernación de la Orden de Santiago, influyendo considerablemente en el Campo de Montiel y zonas de Albacete, Murcia y Jaén durante toda la Edad Moderna. En el censo de 1998 tiene 5.801 habitantes.

Estos datos históricos más las cinco citas que hace Cervantes del Campo de Montil en El Quijote han valido a algunos investigadores para considerarla el enigmático lugar de La Mancha. En este IV Centenario se está hablando de Villanueva de los Infantes en detrimento de Argamasilla. Por los datos aportados es evidente que esta ciudad ya se llamaba así un siglo después cuando se escribió El Quijote. Además si el Caballero del Verde Gabán era de aquí, no podía ser también don Quijote y Sancho.

Cruzamos longitudinalmente la villa hasta llegar cerca del parque de la Constitución que fue remodelado en 2002, donde se ve una Ermita del Santísimo Cristo. Aparqué el coche junto al monumento dedicado a don Francisco de Quevedo y Villegas, señor de La Torre de Francisco Abad que murió aquí el 8 de septiembre de 1645 en el convento de Santo Domingo, aunque fue enterrado en la Iglesia de San Andrés, capilla de los Bustos. Desde luego que yo, ahora, a los Infantes la bautizaría como la Deseada (aquí desea uno vivir).

Entramos en la iglesia de Santo Domingo. Dentro no había ni un alma, nunca mejor dicho: la foto que le hice a una estela de nombres medievales no salió por falta de luz o encantamiento.

Pero como el motivo de nuestro viaje era buscar sus huellas, señor Azorín, y a la vez, también las de don Quijote, tomamos la calle central peatonal llamada de Cervantes, una calle comercial, locales de souvenirs, palacios y la casa del Caballero del Verde Gabán. Aquí me hizo mi mujer una fotografía, no pudimos entrar al impedirlo una puerta cerrada, y además es propiedad particular, lo dice el letrero en metacrilato que hay en la puerta. En la fachada de la casa es de piedra arenisca rojiza de la zona, tiene una puerta nueva de doble hoja, enmarcada entre dos columnas empotradas con capiteles erosionados, escudo en el dintel que no puedo describir porque no soy heraldista; hay un amplio bacán que toma ángulo recto hacia la esquina de la calle Jacinto Benavente, alero amplio en el tejado y una robustez nueva. Aquí estuvo don Quijote y Sancho, y aquí mismo, ahora, 400 años después estoy yo profanando un lugar casi sagrado y que además pinto Doré.

Por un momento quiero acordarme, nos vamos a detener, porque quiero retroceder por el túnel del tiempo novelesco y el real, simbiosis que no se puede experimentar con tanta nobleza y dignidad que aquí, por asombroso que sea. Esta casa la describe Cervantes en el Capítulo 18 de la 2.ª parte, cuando llegó don Quijote con Sancho acompañados del dueño de la casa don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, al que encontraron en el camino después de una lid con el caballero del bosque. Invitación que les hizo don Diego con la inequívoca pretensión de que don Quijote desengañara o desencantara a su hijo en la fantasía de ser un poeta. La descripción de la casa por Cervantes es la siguiente:

«Halló don Quijote ser la casa de don Diego de Miranda ancha como de aldea; las armas, empero, aunque de piedra tosca, encima de la puerta de la calle; la bodega, en el patio; la cueva, en el portal, y muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso...» (Cap. 18, 2.ª p.).

Desde luego, ahora, estoy seguro de que el gran ilustrador francés Gustavo Doré no vio esta casa porque el dibujo que realizó de su patio interior es la de un palacio.

Las tinajas toboseñas, ya fueron descritas en el siglo XVI, según don Martín Riquer.

Aquí vivía el matrimonio de don Diego de Miranda, rico labrador, con doña Cristina y con su hijo don Lorenzo, «estudiante de poesía» en Salamanca y que quería dedicarse a ser poeta, lo cual daba quebraderos de cabeza a su padre. (El narrador del Quijote equivoca al lector en el número de hijos, porque cuando en el diálogo de auto-presentación que hace don Diego de Miranda en el cap. 16, escribe: «... paso la vida con mi mujer, y con mis hijos...» en plural, cuando en el mismo capítulo dice: «tengo un hijo [...] será de edad de diez y ocho años». Porque Cervantes, como decía don Diego de Clemencín, no tenía costumbre de repasar sus escritos.

Madre e hijo salen a recibirles: al padre y a los dos personajes cuyas presencias habían sido ya escritas en El Ingenioso Hidalgo con Quijote de Mancha, según el bachiller Sansón Carrasco (cap. II, 2.ª parte). Don Quijote, ayudado por su escudero, se desarmó y «quedó en valones [calzones al estilo de Valonia] y en jubón de camuza, todo bisunto [sangriento] con la mugre de las armas». A «fuerza de adulación», don Lorenzo de Miranda recitó a don Quijote versos glosados y un soneto, la insistencia propia del novel ante el consagrado maestro. Lorenzo dice del Caballero de la Triste figura que «él es un loco bizarro», «un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos». En realidad don Quijote va tomando cordura en la II Parte: recordemos que es un loco que muere cuerdo. Habla don Quijote de los premios literarios, y ya entonces tenía las mismas sospechas y opiniones de tongo que hoy en día:

«... el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero a esta cuenta será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades...».

En la casa de don Diego de Miranda comieron, y pasaron cuatro días como huéspedes bien recibidos, don Quijote y Sancho.

Usted dio una conferencia en el Ateneo, en el mes de abril, con el título: Don Quijote en casa del caballero del Verde Gabán. Esta conferencia aparecerá en la recopilación de artículos Lecturas españolas, Madrid, 1912, y Con Cervantes, 1947 y Con permiso de los cervantistas (Biblioteca Nueva, 1948), donde nos habla de este caballero propietario de esta casa de los Infantes, en dos artículos: «La entrevista» y «En casa de Miranda». En la cabecera escribe usted:

«Este es el trabajo que ha escrito Azorín para que sea leído aquí, en el Ateneo, con motivo del centenario del Quijote. No tiene importancia; carece de trascendencia; el autor no puede meterse en disquisiciones hondas, porque sabe muy pocas cosas». Firmado Azorín. Usted habla de sí mismo en tercera persona, lo cual es llamativo.

En la explicación de la conferencia, dice usted que Lorenzo es un mozo absurdo y fantástico, su padre no ha podido hacer nada para que estudiara leyes, «esto le granjea nuestra más calurosa simpatía». ¿Por qué le causa a usted simpatía Lorenzo? Quizás porque es la misma estampa que usted, que no acabó leyes en Valencia como su padre quería, y acabó siendo tratante de palabras. Y ve usted en Don Diego a don Isidro Martínez, con el mismo problema de hijo que no saca los estudios de Derecho. Sin duda alguna don Isidro, como don Diego, no estaba contento con la decisión tomada por su hijo en ser poeta, cuando asegura en un diálogo: «tengo un hijo, que, a no tenerle, quizás me juzgara por más dichoso de lo que soy; y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera» (Cap. 16, 2.ª parte). Sin embargo, Lorenzo de Miranda no estudiaba leyes en Salamanca sino «las lenguas latina y griega», y no quería estudiar otras ciencias.

«Don Diego, su padre, no ha podido hacer que se aplique a más provechosas y sólidas especulaciones; pero hasta ahora sus ímpetus, sus gustos, sus tendencias, se hallaban reprimidas, tenidas por el ambiente sosegado y regular de esta vivienda...». Al final de la conferencia hay una defensa de los ideales ante los prosaicos:

«¿Qué creéis que importa más para el aumento y grandeza de las naciones: estos espíritus solitarios, errabundos, fantásticos y perseguidores del ideal, o estos otros prosaicos, metódicos, respetuosos con las tradiciones, amantes de las leyes, activos, laboriosos y honrados, mercaderes, industriales, artesanos y labradores?»

La grandeza del Quijote es la capacidad humana de presentarnos problemas de antaño que son vigentes actualmente, porque los hijos «son pedazos de la entraña de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean».

En el artículo «La entrevista», usted nos cuenta:

«La entrevista que han celebrado Don Quijote y Lorenzo de Miranda se ha desenvuelto, como decimos ahora, en un ambiente de entera cordialidad. No faltaba más sino que hubiera sido de otro modo. Ocurre con Don Quijote que, siendo un hombre de acción, es, en ocasiones, un intelectual; no retrocedamos ante este sustantivo moderno».

En «La casa de Miranda», usted se refiera, sin duda a la casa de don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, aunque no le nombre, y nos cuenta:

«La casa de Miranda es bonita; lo dice todo el mundo; no podemos nosotros menos de asentir; asentimos, desde luego, con mucho gusto. ¿Y cómo nos describe Cervantes la casa de don Diego de Miranda? No nos da de la casa sino cuatro rasgos. Y no nos da más porque, en puridad, no puede darnos más. Y no puede darnos más porque el arte, en su tiempo, no lo permite».

En la calle Cervantes se abren puertas de tiendas de souvenirs, son típicas las figuras de don Quijote y Sancho de hierro con pie como si fueran pisapapeles, valen de 25 a 30 euros. Hay que empezar a comprar recuerdos. Seguimos por la barroca fachada de la Encarnación, hasta el final, donde a la derecha aparece una farmacia que fue botica desde finales el siglo XIX. Allí se abre la Plaza Mayor, cuadra, con soportales con arcos neoclásicos, bancos de piedra donde se sienta doña Julia, doña Paquita, con niños que juegan a montar en bicicleta.

Lo que más llama la atención del viajero ya cansado de caminar a cojetadas, es ver la torre y la puerta de la parroquia de San Andrés, soberbia catedral con puerta enmarcada en grandioso arco de medio punto, y ante el paño de la catedral un monumento dedicado al patrón Santo Tomas de Villanueva (1486-1555), cuando el santo murió mandó repartir entre los pobres todo el dinero que había en su casa. La patrona es la Virgen de las Angustias. Junto al Ayuntamiento hay una tienda con venta de prensa. Compré La Tribuna del día 10, número 5.260. En primera página FENAVIN (Feria del vino) promete; en la foto vemos al presidente regional: José María Barreda, brinda junto a Manuel Juliá, Clementina Díez de Baldeón, Ángel Amador, Mercedes Gómez, Nemesio de Lara y Francisco Gil Ortega. El vino es sin duda la mayor riqueza de la Mancha, 600.000 hectáreas de viñedo lo que supone el 50% de la superficie nacional. También aparece en la portada la muerte, siempre lamentable, de un trabajador en Daimiel de 55 años al caer de un andamio de cuatro metros de altura.

-Tengo hambre. Tú mucho monumento y mucha foto, pero las piedras, las iglesias, los soportales, no alimentan.

Se quejó mi mujer de cierto apetito crepuscular, aunque ella es de poco comer, por eso mantiene el tipo y la figura de figurín.

-Anda, pregunta tú donde hay una cafetería que esté bien.

Una amable chica de los Infantes, hospitalaria, porque iba vestida de enfermera, nos estuvo indicando varios lugares cercanos, y nos mandó a la plaza de San Juan donde está el monumento a Quevedo. Allí hay varios bares de pueblo, donde todos los clientes son varones. Tomamos una merienda cena en la terraza de un bar con pizzas. Las gentes son muy mirones porque no están muy acostumbrados a ver a dos turistas comiendo «ruideritos», detrás de unas pizzas.

No vi en los locales nombres dedicados a usted, señor Azorín, sin embargo, ha quedado engrandecido el nombre del Caballero del Verde Gabán, gracias a usted.

Al anochecer, porque en este mes de mayo los días son largos, regresamos por la misma carretera al Hotel la Colgada. Lo ideal hubiera sido pasar por Villahermosa, donde se cuenta que camino de Montiel don Quijote alanceó a las ovejas, y desde allí regresar a Ruidera, pero tal vez uno se va volviendo precavido porque siempre puede haber una legua de mal camino, sobre todo de noche.



Ilustración: «Casa del Caballero del Verde Gabán»




ArribaAbajoLas Lagunas de Ruidera

Señor Azorín:

Por la noche estuve tomando notas para no olvidarme de lo vivido. Estuve leyendo algunos capítulos anteriores al Caballero del Verde Gabán. De repente empecé a desternillarme de risa.

-¿De que te ríes tú solo? Los tontos se ríen solos.

-Es que estoy leyendo lo de la aventura de los leones del Quijote. Uno de los episodios más humorísticos del libro.

-Escúchame: estaba Sancho comprando requesones a unos pastores, y como no tenía donde meterlos los iba guardando en la celada de don Quijote. Cuando escuchó que su amo le llamaba a toda prisa para que le trajera la celada que llevaba el escudero, puesto que vio a un carro que venía con banderas reales, y presagió una nueva aventura, y como Sancho no tuvo tiempo de sacar los requesones de la celada, se lo dio como estaba. Y don Quijote sin echar de ver lo que la celada tenía dentro se la encajó en la cabeza, y como los requesones se exprimieron comenzaron a correr el suero por el rostro y barba de don Quijote, y preguntó: «¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos, o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza?»

Mi mujer también se tronchaba de risa. Además la aventura de los leones hambrientos cuando pide al leonero que abra la jaula es de un valor temerario más que de cordura.

Estuve escribiendo notas aisladas, sentado al borde de la cama mientras miraba por la ventana a la laguna de La Colgada, sobre cuyo espejo se reflejaba una luna pequeña y creciente, alta y lejana sobre el horizonte montañoso de unos cerros leves, un tajo de sandía blanca. La luz selenita llegaba hasta el embarcadero, tres patos navegan hasta la orilla, uno se queda picoteando al borde de la tierra, los otros dos se van hacia la cascada; como el otro pato no regresa se vuelven hacia él, y educados y vigilantes le esperan a que termine de picotear.

«Y le enseñaron las lagunas de Ruidera, famosas asimismo en toda La Mancha y aún en toda España...» (Cap. 21, 2.ª parte de El Quijote). Este eslogan encabeza el Catálogo sobre el Parque Natural de Lagunas de Ruidera, de Andrés Naranjo Moya, Impreso y Diseño: Gráfica Tomelloso, S.L. (2002), que con primorosas y educativas ilustraciones, lo incorporo desde ahora a mis libros guías, y ya van cinco. Muchas veces, señor Azorín, tengo dudas de si el artículo «la» que precede a Mancha va con mayúscula o con minúscula, usted lo escribe con minúscula, yo he optado por la mayúscula, no obstante, creo, que esta ambigüedad necesita un congreso lingüístico o al menos una tesis doctoral.

El silencio es comestible: «un silencio profundo, un silencio ideal, un silencio que os sosiega los nervios y os invita al trabajo, un silencio que Cervantes califica de "maravilloso" y que dice que es lo que más ha sorprendido a Don Quijote, reina en toda la casa». Usted se refiere al capítulo 18 de la 2.ª parte en Don quijote en casa del caballero del Verde Gabán, «pero de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos». A veces, nos da miedo el silencio porque oímos el fluir de nuestra sangre al paso latir por los oídos, en lo que se llama tinnitus (ruidos en los oídos), y es que yo padezco eternos ruidos a los que no hago caso. En estos parajes lacustres deslizada entre exquisitos y penitentes chopos, álamos u olmos, la paz casi molesta tanto como un mal poema. Un enjambre de mosquitos volaban al trasluz.

Dormí de un tirón. Desperté cuando las del alba serían; con la luz del amanecer hice unas fotos desde la ventana: la luz reflejaba con ganas de romper el cascarón del ocaso aún casi cerrado, la bóveda del universo. En el cielo había unas nubes ligeras de mantequilla quietas en el horizonte. Lo primero que hice fue bajar al parking, junto a la carretera, para ver si estaba mi Nissan Almera. Es un gasoil, una maravilla de los hijos del sol naciente, me da la sensación de que en el motor hay cientos de japoneses trabajando para mí solo. Antes de desayunar hice un breve recorrido por los alrededores, por el llamado barrio de Pesadores; bajé por unas escaleras a una abandonada central eléctrica de Fenosa. Al borde de una, dos, tres cataratas de unos diez metros de altas, contemplo el matrimonio de un álamo unido a una jacarandá florecida en violeta que a la vez había metido un mazacote de raíces en el agua y parecía un malecón o embarcadero natural.

Tomé notas de la flora autóctona de un cartel informativo de los que hay por el parque, al borde de las carreteras. Crecen los olmos (Ulmus campestris) y el álamo blanco (Pupulus alba), el chopo (Pupulus so) fue introducido con fines maderables, y la repoblación con pinos carrascos (Pinus halepensis), resistentes a la sequía para proteger las vaguadas ante la erosión, junto a la encina, al coscoja, el enebro, el espino, aliagas, romeros, sabinas, abetos o cipreses. La vegetación de los pantanos o palustre, crece con los miedos como crecen las sombras oscuras del destino: son los carrizos (Phragmites australis), espadañas (Thypha syp), masiegas (Claudium mariscus) y juncos.

Las Lagunas de Ruidera componen un Parque Natural formado un conjunto de una, dos, tres, cuatro... hasta quince lagunas entrelazadas por canalillos, cascadas, saltos o nacimientos, de formas elípticas, circulares o fiordos de aguas transparentes, de un cromatismo variable entre la gama de los colores esmeraldas, zafiros, perlas, azules, pardos... hábitat de una flora y fauna variada. El silencio es tan callado que se oye, quien tenga oídos, el crecer de la hierba, cortado por el vuelo de los vencejos, algún pitirrojo o la aleta de algún pez que corta el agua y produce ondas concéntricas. Es uno de los parajes más bellos de España. Las lagunas se llaman: Blanca, Conceja, Tomilla, Tinaja, San Pedro, Redondilla, Lengua, Santos Morcillo, Salvadora, Batana, Colgada (la más grande), Del Rey, Cueva Morenilla, Coladilla, Cenagosa. Aunque se llaman Lagunas de Ruidera al parque natural colindan los términos de Villahermosa, Ossa de Montiel, Ruidera, Alhambra y Argamasilla de Alba.

Como pueden observar existe la laguna que se llama Batana. ¿No será acaso que aquí hubo un batán con seis mazos?, tal y como se relata en el capítulo XX, de la primera parte del Quijote. Un episodio de miedo subjetivo de Sancho más que un miedo real y cierto. Usted nos contó la historia de un poeta X en el artículo n.º 5 titulado «El batán» -que me he permitido numerar-, de su libro recopilación Con permiso de los cervantistas (1948). Nos cuenta la historia del poeta X, que enamorado del lugar que creía posible la aventura del batán, construyó uno igual de seis mazos, donde poder «enfundir» paños día y noche. Y como no tenía paños se hizo de una piara de trescientas «cabezas lanares» para obtener lana fina, más que la lana churra. Allí era feliz, pero el poeta X tuvo la tentación de hacer un viaje a Madrid para «desgarrarse de su idea» y luego nos deja usted en ascuas, en la duda de si el poeta volvió o no volvió a los batanes. Seguro que estaban en esta laguna.

Sobre las nueve regresé a la habitación 409, para avisar a mi mujer de que bajara para desayunar. No podíamos perder mucho tiempo, teníamos muchos lugares de La ruta de don Quijote por visitar.

El camarero del ancla tatuada en el brazo, un hombre fuerte de unos cincuenta años, es diligente, ya afable, ya diligente, ya atento, que acaba de abrir la cafetería. Somos los primeros clientes y los únicos. No yo paro de hablarle, de sacarle alguna palabra que no sea la del servilismo debido al cliente.

-Nosotros venimos desde Alicante para hacer la ruta de don Quijote.

-Esta es la mejor fecha para venir a las lagunas -juzga el camarero que se llama Paco-. En invierno hace frío y en agosto no para uno de calor y la cantidad de gente que viene. Yo estuve trabajando en un pueblo costero de la Marina Alta, aquello sí que tiene turismo y buen ambiente.

-¿Entonces conocerás el Cabo de la Nao y San Antonio, la Isla de Portichol y playa de Granadellas?

-Pues claro, yo trabajé en la Costa Blanca, cerca de veinte años.

-He visto centrales eléctricas abandonadas de Fenosa -pregunté con curiosidad.

-Hace unos treinta años cerraron las fábricas de la luz. Hubo cinco centrales. Daban trabajo a muchas familias.



Ilustración: «Lagunas de Ruidera»




ArribaAbajoEl Castillo de Peñarroya

Señor Azorín:

Nuestra ruta quijotesca para el día 11 es salir de Ruidera hacia la Argamasilla de Alba por la carretera CM-3115, la señal de dirección marca 31 kilómetros de distancia. Tomadas las primeras curvas a la izquierda, ya en los extramuros aparecen unos laboriosos y cuidados huertos a la izquierda, debajo de la carretera donde ya aparecen unos labradores agachados con los almocafres arrancando la hierba que creció sin licencia; son Juan, Pedro, Antonio, unos hombres discretos, honrados y pegados al terruño porque una mano con callos es siempre un contrato garantizado. No es hora de regar porque el riego, por lo general, se hace al atardecer, cuando la tierra está descuidada, reposando, presta a dormir ante el rocío de la noche.

Empiezan las siniestras curvas, apenas hay tráfico, son las nueve y media de la mañana, el encinar va tomando su terreno y los acebuches que antes fueron olivos domesticados en el injerto y en la labor, la aceituna cornicabra -la segunda variedad más cultivada en lo que a número de hectáreas se refiere pero la tercera en producción-, se han comido el terreno. La cornicabra es una variedad de aceituna originaria del pueblo toledano de Mora, es la gran variedad manchega (Toledo y Ciudad Real). Es larga y puntiaguda, con forma de cuerno, de ahí la procedencia de su nombre. En ciertas zonas se le conoce como cornezuelo.

Por la carretera, a nuestra derecha, nos llamó la atención un bombo o casa antigua de piedras, mazacote, casi marjal, recia con una sola puerta y sin ventanas, que me recordó a las pallozas de el Bierzo o remontando más antiguo a los talayot prehistóricos de Baleares de una antigüedad del siglo VII antes de Cristo.

Llegamos al castillo de Peñarroya sobre las diez menos cuarto. La luz de la mañana nos traía recuerdos levantinos, hacía un poco de aire frescote, mi mujer se quedó dentro del coche porque decía que tenía frío. La luz era buena para dibujar. El castillo tiene unas amplias explanadas a ambos lados, donde aparcan autobuses. El castillo dista 12 kms. de Argamasilla.

Dentro del coche y antes de salir saco el libro de La ruta... En el capítulo IX, «Camino de Ruidera», de su ya reiterado libro -le llamaré de aquí en La ruta..., para abreviar-, nos habla usted del castillo de Peñarroya. Pero yo he viajado a la inversa, o sea, que usted venía de Argamasilla a Ruidera, y mi viaje es al revés, desde Ruidera a Argamasilla, que el orden no altera los factores del producto final de nuestro relato. Usted escribe:

«Son las diez y media; ante nosotros aparece, vetusto [he contado que esta palabra la usa usted 16 veces en este libro] y formidable, el castillo de Peñarroya [la nota 27 del la edición de Cátedra 214, nos amplía José María Martínez Cachero, que explica su historia]. Subimos hasta él. Se halla asentado en un eminente terraplén de montaña; aun perduran de la fortaleza antigua un torreón cuadrado, sólido, fornido, indestructible...».

Más adelante, en el mismo texto nos dice que el castillo de Peñarroya no encierra ningún recuerdo quijotesco, efectivamente en el Quijote no aparece el nombre de Peñarroya, las únicas peñas nombradas son Peña de Francis y Peña Pobre.

Tiesa se eleva una torre cuadrada sin matacanes que forman almenas y merlones, un poco más abajo se ve un tejado nuevo de una construcción más reciente. Desde el coche no se le ve la puerta de entrada, pero una vez el viajero se acerca, aparece la entrada franca, sin puerta que lo proteja. Dentro se ve la puerta de una casa sobre unos escalones: es verde, seguramente de algún guarda que no veo. Es sede de la Cofradía de Alabarderos de advocación a Nuestra Señora de Peñarroya. Entre los muros se refugia una capilla entre gruesos muros, cerrada con verja, segura por los siglos, la una imagen de un Cristo, pero no me gana mucho caso, porque yo en esto de la imaginería religiosa entiendo poco. Unos palomos ladrones con sus picos cortos y la protuberancias blancas de los orificios olfativos grandes, se refugian en una pequeña hornacina donde habita una pequeña campana solitaria, a modo de campanario, y en una tronera alto del adarve, entran y salen otros palomos de pechuga brillante. Estos palomos no paran con sus gorgoritos, con su grú-grú-grú, porque es tiempo de aparearse y no cejan en su empeño de cortejar a las palomas cansadas de decir «ahora no que me duele la cabeza».

Pasado el rastrillo, se llega al patio de armas por una especie de puerta, estamos rodeados por la muralla, desde la terraza, cuyas piedras del pretil que algunos desarmados derribaron se ven caídas sobre el terraplén. A mi izquierda aparece una especio de ermita / cueva artificial protegida por una verja de hierro, dentro hay un tesoro, un tesoro que reveló el moro Allen al capitán Alonso Pérez de Sarabia, cuando lo tomó el día 8 de septiembre de 1198. El moro dijo que sí les salvaban la vida contaría donde estaba el tesoro, se la perdonaron y el moro contó donde estaba el tesoro, un verdadero tesoro espiritual: la Virgen de Peñarroya, patrona de Argamasilla y de la Solana, amén de otras joyas materiales. La imagen actual es de piedra blanca que parece mármol de Macael en hornacina, custodiado por dos pergaminos del mismo material pétreo, un manuscrito que cuenta la historia del castillo y su leyenda mariana. Fue un castillo musulmán conquistado después por las órdenes militares de Santiago y San Juan.

Al borde mismo del castillo de Peñarroya, enfrente se ve la presa del pantano de Peñarroya al borde de agua, a pesar de la sequía. No se ven instalaciones hidroeléctricas, lo cual, evidentemente, es una pena: no aprovechar este «guadiano» salto de agua. La Confederación Hidrográfica española o aprovechamiento integral de los ríos, fue idea del Conde de Guadalhorce, que era el sevillano Rafael Benjumea y Berín (1876-1952), ministro de Fomento de la dictadura de Primo de Rivera ente 1926 y 1930. Aunque nada tiene que ver con esta presa, ni con el Canal del Gran Prior que riega las tierras de la Argamasilla dentro del plan Nacional Hidrográfico actual que es de la Ley 10/2001. Pero la historia del Canal del Gran Prior es mucho más antigua, y la escribió doña Pilar Serrano de Merchán, que por avatares de la vida es además secretaria de la sociedad cultural de «Los Académicos de la Argamasilla», pues bien en el capítulo 5, «Las Aguas», páginas 83-111, del libro La Argamasilla que nos precedió (1875-1923), Ediciones Soubriet, 2001, nos explica los avatares de las aguas regables y potables:

«Los conflictos surgen a partir de una Real Orden de 11 de junio de 1783, ya que en esta fecha se le autoriza al Infante don Gabriel, Gran Prior de la orden de San Juan, la construcción de un canal, derivado del río Guadiana Alto, que empezaba en el pantano o laguna de Miravetes -depósito de las aguas- y terminaba en río Záncara». El río Záncara es afluente del Cigüela, cerca de Villarta de San Juan.

Después, en 1841, llegó la desamortización, y el canal fue secuestrado a la orden de San Juan, y vendido, pero de esta historia casi cervantina no quiero ocuparme. Porque aquí en La Mancha, como ya he analizado antes, uno puede decidir acordarse o no acordarse de algo a voluntad, lo cual es una ventaja, un as en la manga ancha del recuerdo.

Abandonamos el castillo y tomamos dirección a la Argamasilla de Alba. Empiezan los cultivos de regadío gracias al canal. La carretera empezaba a llanear, hay un cruce que dice Tomelloso, pero nosotros lo pasamos de largo. Ya se ve en el llano Argamasilla, ya estamos cerca. ¿Me pregunto, existirá aún la vieja y amable fonda de la Xantipa que ponía de cenar duelos y quebrantos, salpicón o acaso alguna olla de algo más vaca que carnero? Aquella viuda de ojos grandes y unos labios abultados de la que usted nos habla al final del capítulo II y en el VI de La ruta... Ya estamos en la deseada Argamasilla: hay una rotonda, un Stop, un molino a la derecha, un don Quijote de pie, enfrente el símbolo de la ciudad: un Quijote y un Sancho cabalgando, y un letrero: En un lugar de la Mancha.



Indice Siguiente