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ArribaAbajoCampo de Criptana, tierra de gigantes

Señor Azorín:

Land of Giants... «There they discovered thirty or forty windmills that can be found in field...» For many specialists in Cervantes and historians, the great writer was... No se preocupe usted, que seguimos por la ruta de Don Quijote. Así empieza el catálogo que le dieron a mi mujer en las oficinas de Información y Turismo del Campo de Criptana, se ve que le vieron cara de turista, no sé cómo sucedió esta equivocación, si ella es de piel canela morena como las mujeres de Vandalia por no decir de Andalucía: tiene los ojos marrones como la banda magnética de la tarjetas de crédito y el pelo una veces negro, otras con mechas, otras como la mermelada del albaricoque, castaño o caoba, con el brillo de las plis de las peluquerías.

De Alcázar de San Juan a Campo de Criptana hay ocho kilómetros. Por fin tomamos la N-420, la travesía pasa por la zona sur de campo de Criptana, sólo había que buscar el letrero que indica: Molinos de Viento. Cuando lo vimos encaramos el coche por una cuesta hacia lo que se conoce como cerro de la Paz en el Albaicín de Criptana, como el barrio morisco de Granada. Aunque me recuerde que Cervantes no tenía muy buen concepto de ellos: «y de los moros no se podía esperar verdad es alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas» (II, 20).

Usted le dedica a Criptana las crónicas XI y XII. Pasa desde la crónica X de la Cueva de Montesinos a Campos de Criptana: «He llegado a Criptana hace dos horas; a lo lejos, desde la ventanilla del tren, yo miraba la ciudad blanca, enorme, asentada en una ladera, iluminada por los resplandores rojos, sangrientos, del crepúsculo». Efectivamente Campo de Criptana tiene estación de ferrocarril, la que va dirección Valencia y Alicante. Usted ha emprendo una «caminata por la carretera adelante, hacia el lejano pueblo... Yo iba embozado en mi capa lentamente, como un viandante, cargado con el peso de las desdichas». Usted pregunta por la fonda, una fonda que no tiene nombre; le indican una casa que es vetusta, tiene un escudo, de piedra las jambas y el dintel de la puerta. Alguien ha llamado a gritos a ¡Sacramento!, a ¡Tránsito!, a ¡María Jesús! Y a la vez le pide que se siente, no hay luz porque la «echan muy tarde», después le han dado la habitación, «la de dentro»; ha salido la luz de la palmatoria, le ayuda a ver la cena; ya de noche, con una luna suave, siente un placer íntimo, cuando escucha el ladrido plañidero de los perros. Yo pregunté por la fonda, pero nadie me dio norte.

Usted sube con don Jacinto por callejuelas empinadas hasta lo alto donde, para no variar, «los molinos surgen vetustos». Nos cuenta lo que dice la guía de Richard Ford en su Handbook for traveller in Spain. Que los molinos se implantaron en La Mancha en 1575. Nos habla usted de una senda por donde van las mujeres enlutadas para besarle los pies al Cristo de Villajos. Villajos se sitúa a unos cuatro kilómetros hacia el Norte, lugar ocupado desde tiempos remotos por el hombre. Aparece en el documento citado en 1162 con Chitrana, Kero y Attires como propiedad de la Orden de San Juan. En Criptana hay otras tres ermitas famosas: la de San Isidro, la de la Virgen de Criptana y de la Paz, que lleva el nombre del cerro del Albaicín.

Por las callejas estrechas, pendientes y retorcidas del casco viejo, logré meter el coche y llegar hasta la cumbre de la Paz, al placer de los vientos dormidos. Este barrio es como un libro abierto del Quijote, donde el callejero tiene nombres como: Senda de los Molinos, Dulcinea, Vizcaíno, Don Quijote, Gigante Briareo. Aparqué al final de una calle, del error me pareció ver la de Alfonso Quijana, en lugar de Alonso, quizás este Alfonso era el hermano de don Quijote y padre de la sobrina Antonia Quijana. Una vez bajados del coche, las calles no tienen aceras, subimos unos escalones y ya vemos no treinta o cuarenta molinos sino una docena de molinos. «En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero: -La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque vez allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas...» (I, 8). Hemos entrado en la más famosa de las ficciones del Quijote, sobre todo por la maestría de la fuerza del diálogo y la puesta en escena, el humor, y sentido de la verosimilitud, que ya Cervantes, seguramente, había leído en Tirant lo Blanc (1490) de Joanot Martorell (libro salvado por el cura y el barbero del escrutinio) o de Orlando furioso (1516) de Ludovico Ariosto, cuyo héroe es torpe, tímido e irritable, por lo que Cervantes también pudo haberle titulado a su libro El hidalgo furioso.

El molino llamado Sardinero, con su palo gobierno anclado al suelo; desde allí, al otro lado norte, vemos unos diez o doce molinos; las fotos salieron muy bien en el cerro de la Paz donde se encuentra la ermita de la Virgen de la Paz. Los turistas eran grupos de jóvenes españoles, que se fotografiaban en unas siluetas de madera pintadas y descabezadas con la figura de don Quijote y Sancho, donde no me pude aguantar las ganas de hacerme una foto, que por arte de encantamiento o de algún mago malandrín he salido con mi cabeza repetida. El Cerro de la Paz cumplía la función de avanzadilla del Castillo de Criptana, surgido con la repoblación en el siglo XIII; atrajo a la población circundante, tal vez debido a lo saludable y ventajoso de sus aguas y sus aires. El nombre de Campo de Criptana está probado documentalmente a comienzos del siglo XIV.

En la tienda de souvenirs está Teresa, la mujer de Sancho Barbero, y su hija Marcela, porque como usted dice en su libro esto es «tierra de Sanchos». Compramos unas figuritas metálicas de don Quijote y Sancho por 4 euros, unas postales, unos cuadernos y algunas cosas más. La mujer de Sancho se llamaba Teresa, unas veces se apellida Panza y otras Cascajo; tenía el matrimonio un hijo llamado Sancho y María Sancha. Para la tercera salida Sancho convence a su mujer prometiéndole que le traería otros cien escudos como los ya entregados, y ella, mujer práctica y realista, le dice a su marido que le pidiera un salario a don Quijote, y éste que no tenía ni un pelo de tonto; le respondió que no recordaba haber leído que ningún caballero andante haya señalado salario a su escudero, y no tenía ejemplos para saber cuánto cobraba un escudero al mes o cada año. Más o menos, le dice que eran premiados con una ínsula, pero nada de soltar blanca, como buen político y diplomático estudiaría el tema. Porque jamás habrá oído usted decir un no claro y rotundo a un político, pues estos se escapan por las ramas a los tejados, por si luego han de arrepentirse de la huida. «Porque más vale buena queja que mala paga» (II, 7).

En la crónica XII, nos habla usted de «Los Sanchos de Criptana». Discretos amigos de Criptana tanto o más que los discretos y amables académicos de Argamasilla. Aquí vuelve a la ringla de dar nombres ya tópicos en sus recursos literarios, y que recibió el improperio de Unamuno en carta del 14-V-1907). Los Sancho Panza de Criptana quieren representar el espíritu práctico, bondadoso y agudo del sin par Sancho. Y es don Bernardo, el farmacéutico y músico, el autor de un himno a Cervantes que tocará en el armónium de la ermita.

Aquí arriba junto a los molinos de viento con sombreros picudos como embudos metálicos, descubrí o vi la luz al enigma del logotipo del IV Centenario, unas aspas en X y debajo QVI-xote en castellano antiguo, dividido en dos partes como en la primera edición del Quijote. Las aspas representan el velamen de un molino de viento. He podido averiguar que los autores del logotipo son Nicolás Reyners, Alberto Salván y Francisco Villar, de 2.º de Diseño Gráfico del Instituto Europeo Di Design de Madrid. Escuelas de diseño de doce países presentaron sus propuestas.

Cada molino tiene su nombre y su alma, como los tendría un gigante; son diez y se llaman: Lagarto, que guarda un museo dedicado a aperos de labranza; Culebro, dedicado a Sara Montiel; Infante; Poyatos, donde se encuentra la oficina de turismo; Burleta; Pilón, dedicado al vino; Vicente Huidobro; Cariari; Inca Garcilaso (hombre, aquí tenemos a un poeta); El Sardinero conserva la maquinaria original. Los molinos tienen tres plantas llamadas silos. Para saber de los molinos de viento en el mundo hay que visitar la página de la biblioteca del Tío Kinke.

Los molinos de España son construcciones del siglo XVI, posiblemente con patente de los Países Bajos. Son maquinarias inauditas, vivas; cada pieza, cada tabla, cada rueda tiene su nombre propio. Algunos son tan conocidos como las aspas, vela, palo del freno, palo del gobierno, borriquillo, pero otros tan desconocidos como rueda catalina, contrapeso del alivio, guitarra o husillo de la interna. Y además hay registrados doce nombres para las diferentes direcciones de donde sopla el viento, lo que se llama Vientos del Molino. Me hubiera gustado mucho encontrar un molino con su nombre, señor Azorín, pero no lo tiene, se han olvidado de reconocer que este pueblo es conocido en el mundo literario gracias a las referencias que usted hizo en La ruta...

Entramos en el molino dedicado a Sara Montiel, siempre tan bellísima, como sacada de un encantamiento de belleza. Cuadros, retratos, mantillas, Tiene otros pisos, pero yo no subía arriba.

Si don Quijote murió, Sancho no, y permanece aquí vivo, entre esta gente, laboriosa, amable, hospitalaria y viticultora. En las Relaciones Topográficas de Felipe II (1575) se le adjudican unos mil vecinos y en el primer decenio del siglo XVII alcanzó una población entre mil trescientos y mil quinientos vecinos. Actualmente tiene unos 14.000 habitantes. Hay una Asociación que se llama «Hidalgos Amigos de los Molinos» cuya presidenta es Dolores Martínez de Madrid Ortiz.

Cervantes hizo morir a su héroe para que no hubiera tercera parte, sin embargo, Filleau de Saint-Martín (París 1678), que hizo una traducción bastante libre, eliminando todo aquello que pecara contra el decoro, cambió los dos últimos capítulos de la Segunda Parte, donde don Quijote no muere, y le permitió escribir una Tercera Parte en 1695, con variantes y sentido comercial, que es una actitud de los ilustrados ante el Quijote. Más tarde llegaron los románticos alemanes que descubrieron en el Quijote valores metafísicos y casi un modelo filosófico.

Usted le pregunta al ilustre y heroico manco en su artículo «El secreto de Miguel», publicado en Ahora, en 1935:

«Te has ufanado siempre de ser un hombre de teatro. Tenías mucha razón. El Quijote es la novela de un hombre de teatro. Con el arte de interesar al público de modo tan extraordinario, tu novela había de alcanzar un gran éxito».

Usted tiene parte de razón, uno de los secretos de El Quijote es su puesta en escena de los personajes, y Criptana, con sus molinos de verdad y no de viento ni de aire, es uno de los escenarios más impresionantes y célebres de la coreografía de los gigantes en danzas desaforadas.

Ahora toca tomar el camino a Puerto Lápice.



Ilustración: «Campo de Criptana»




ArribaAbajoEl Toboso de mis amores

Señor Azorín:

Como su viaje en marzo de 1905 le llevó desde Campo de Criptana al Toboso, sería negligente por mi parte saltarme «la gran ciudad de El Toboso», y como en este viaje no vamos a desplazarnos a ella, voy a recordar otro viaje anterior que hicimos, mi mujer y yo, al domicilio de la sin par Dulcinea, princesa de La Mancha, emperatriz de los caballeros andantes; una metrópolis que, no sé muy bien dónde he leído, se salvó de la destrucción por las tropas napoleónicas en 1809, por ser, precisamente, la patria de Dulcinea, romántico proceder del invasor francés, un indulto a un personaje literario que trasciende a la realidad cruel de la historia. Sin embargo, a pesar de todo este bagaje entre la historia y la ficción, El Toboso aún no figura en el catálogo del los Conjuntos Histórico-Artísticos, y eso que sus ediles y amigos del saber no paran de organizar actividades culturales.

Usted le dedica dos crónicas a El Toboso, la XIII y la XIV en su maravilloso y comentado libro, que ya dijera José María Valverde que usted era «el mejor crítico de la obra cervantina». En la primera crónica nos narra que llega a El Toboso en un carrito: volvemos a las refutaciones del medio de transporte que es la clave de todo viaje. Si usted llegó a Criptana en tren y se desplaza de Criptana a El Toboso en carrito, ¿dónde alquiló el carrito? Hubo de ser en Criptana, pero no nos dice nada sobre un nuevo carretero, o ¿acaso usted nos habla de un carrito conceptual como una continuación a las crónicas anteriores?, para que el lector ingenuo, no atento a sus juegos malabares, haga una elipsis o una asociación libre sin pararse a pensar en la logística, tan necesaria y precisa en los libros de viajes, como el caso del francés Pierre Loti, que no equivoca los medios de transporte en sus infinitos viajes alrededor del mundo, porque en realidad no los nombra.

En la crónica XIII usted entra en El Toboso: «El Toboso ya es nuestro. Las ruinas de paredillas, de casas, de corrales han ido aumentando; veis una ancha extensión de campo llano cubierta de piedras grises, de muros rotos, de vestigios de cimientos. El silencio es profundo; no descubrís un ser viviente; el reposo parece que se ha solidificado». Una descripción injusta de El Toboso como un pueblo triste y muerto, la iglesia con «la torre cuadrada, recia, amarillenta, de la Iglesia y las techumbres negras de las casas», nos habla de una ermita ruinosa, negra, entre árboles escuálidos, para llegar a la síntesis de que en este pueblo reine toda «la tristeza de la Mancha».

Era media noche más o menos cuando Don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en El Toboso, cuando el pueblo era un remanso de sosegado silencio, no se oía ni el ladrido de los perros, el rebuzno de un jumento, el gruñir de los puercos ni el mayar o maullar de los gatos, cuando le pidió a Sancho que le guiara al palacio de Dulcinea. «Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra [si era la medianoche poca sombra podía dar la torre], y vio una gran torre, y luego conoció que tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: -Con la iglesia hemos dado, Sancho» (II, 9). Esta famosa frase no tiene segunda intención ni puede tenerla, como escribe Martín Riquer y también Francisco Rico, y sólo quiere significar que en vez de dar con el alcázar o palacio de Dulcinea han dado con el edificio de la iglesia. Porque la iglesia es el eje central de este pueblo como de tantos otros de La Mancha, que como un faro/torre y con el lenguaje de sus campanas anuncia los acontecimientos más puntuales de una sociedad rural, desde un nacimiento, a un sepelio, una fiesta o las llamadas a misa.

La nota de Martín Riquer dice:

«No obstante, esta frase, desfigurada de cómo la escribió Cervantes ("Con la Iglesia hemos topado") ha venido a significar que no es conveniente que en los asuntos de uno se interponga a la Iglesia o sus ministros, a pesar que nada de esto estuviera en la intención de Cervantes». La realidad es que se ha convertido en frase proverbializada para indicar un enfrentamiento con una autoridad de la que hay que cuidarse. Porque evidentemente el diálogo «quijotesanchesco» no continúa por estos derroteros, aunque le maldiga con «-Maldito sea de Dios, mentecato!», al equivocarse Sancho por tomar una callejuela sin salida buscando el supuesto palacio.

A pesar de que es evidente que nombra la iglesia con minúscula, lo cual identifica a un edificio y no a la Iglesia con mayúsculas como entidad religiosa. No era posible otro sentido, sino el panegírico, porque como dice la Aprobación de la Segunda parte de Don Quijote, escrita por el censor y capellán toledano El Maestro Josef de Valdivielso, y firmado en Madrid, a 17 de marzo de 1615, escribe: «no contiene cosa contra nuestra fe católica, ni buenas costumbres».

No nos habla usted del convento de las Trinitarias Recoletas. Unos párrafos más adelante: «La sensación de abandono y de muerte que antes os sobrecogiera, acentuase ahora por modo doloroso a medida que vais recorriendo estas calles y aspirando este ambiente». Nos dice que la calle principal se llama del Diablo, y no es verdad. Nos dice que la mansión de la más admirable de todas las princesas manchegas es una «almazara prosaica», en la nota 37 de la edición José María Martínez Cachero, aclara: «A la almazara en que Azorín vio convertida [en] la supuesta casa de Dulcinea de El Toboso, ha sucedido en días más recientes la instalación de una biblioteca cervantina, con mobiliario y objetos típicos de la Mancha». Sin embargo, a mi entender hay un error, ya que esta biblioteca cervantina está frente a la iglesia y se denomina Centro Cervantino y es, hoy día, un Museo de ediciones de El Quijote que abrió sus puertas en 1983; no tiene pinta de haber sido una almazara.

La historia de El Toboso se remonta a tiempos ibéricos y romanos, fue musulmana hasta las Navas de Tolosa en 1212. Formó parte del Común de la Mancha (1353). En 1531, la emperatriz Isabel (esposa de Carlos V, la mujer más bella de su tiempo), le concede el privilegio de Villa, quedando el término del Toboso reducido a 223 kilómetros cuadrados. Tiene 2.069 habitantes en el censo de 2001 y esta a 635 metros de altitud. En el Toboso hay otra famosa Isabel Fernández Morales, «Ama» de la hospedería La Casa de la Torre; dice Antonio Aradillas que la casa tiene un pozo con la misma profundidad de la altura de la torre de la iglesia. ¿Cuánto miden? Cada nueve de octubre (onomástica del bautismo de Cervantes), es fiesta de guardar en La Casa de La Torre, se otorga el título de Dulcinea a la mujer que más se haya distinguido en difundir la obra cervantina. Y a «Media noche era en filo, poco más o menos» (II, 9), es ocasión de rondar a Dulcinea, con guitarras y poesía por las calles que llevan nombres de poetas españoles.

Al final de esta crónica, usted nos contará la leyenda en boca de los toboseños, de la dueña de la casa de la supuesta Dulcinea doña Aldonza Zarco de Morales, pero no se llamaba Aldonza sino Ana Martínez de Zarco Morales, ahí el nombre de Dulcinea (Dulce Ana). El viajero puede visitar tres museos: La Casa-Museo de Dulcinea, el Centro Cervantino y el Museo de Humor-Gráfico Dulcinea, con una colección de ilustraciones humorísticas cedidas por el dibujante gráfico Mena, Mingote y otros dibujantes, en una casa manchega rehabilitada. La Casa de Dulcinea es realmente lo más conocido, casa de labor manchega pero de algún hidalgo o caballero, no pechero, que se construyó en el siglo XVI con planta rectangular y dos alturas, con una tercera en la parte central a modo de torreón, fachada de piedras y portada adintelada que se remata con cornisa y dos escudos, sillares en las esquinas. Al interior en la planta baja ofrece la típica estructura de un antiguo caserón manchego con cocina y dependencias de labor, huerto trasero, pozo, y dormitorios en el segundo piso, y una redistribución de enseres para recrear la época. Alberga un Museo quijotesco, decorado al estilo manchego de la época con techos de visibles vigas de madera, chimenea y enseres domésticos. Hay que pagar un óbolo para visitar el interior del museo.

Hemos de recordar por obligación algunos párrafos de la carta de un enamorado: De don Quijote a Dulcinea: «El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene [esta es una fórmula ya usada en la Galatea]. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento...» (I, 25).

Nos habla usted de los Miguelistas del Toboso, que no son otros sino aquellos que creen que el abuelo de Miguel era del Toboso, y donde aparece en escena don Silverio el maestro, a quien usted le dedicó su libro La ruta...: «Al gran hidalgo don Silverio, residente en la noble, vieja, desmoronada y muy gloriosa villa de El Toboso; porta autor de un soneto a Dulcinea...». La crónica XIV la dedica íntegramente a describir y a conversar don Silverio, el tipo más clásico de hidalgo que ha encontrado en tierras manchegas, y nos dirá que existe una afinidad entre él y los muros en ruinas del Toboso, y que tiene la idea de que Miguel de Cervantes era de Alcázar, por la teoría ya desechada del alcazareño don Francisco Lizcano. Don Silverio tiene un pleito con los frailes y una colmena con una ventanita de cristal por donde puede verse trabajar a las abejas, y por dos veces se aferra en afirmar que el abuelo de Miguel era del Toboso. También lo reafirma doña Pilar, una dama manchega, tan española, discretísima y afable que sirve un «brebaje amoroso».

-¿Sabes tú qué es un brebaje amoroso? -pregunto a mi mujer con discretas palabras, por si acaso se pone en alerta amorosa.

-Eso será una manzanilla con miel y jalea real, ya que don Silverio tiene una colmena. Y además si se le echa una ramita de menta o hierbabuena ya tienes un té moruno. Y si no tienen hierbabuena pues sirve también la hierba-luisa.

Esta señora doña Pilar aparece y desaparece en la crónica como las manchas de alcohol en la camisa. Tanto si Cervantes era de Alcalá o de Alcázar, usted arremete contra los académicos o eruditos, siempre orgullosos e impertinentes, a los que considera «un poder oculto, poderoso y tremendo». Por qué quitarle a los del Toboso la creencia de que aquí han vivido parientes de Cervantes cuando hay una casa que llaman La casa de Cervantes, con un escudo de familia o de armas con los símbolos heráldicos: Dos ciervas en campo duermen, / la una pace, la otra duerme; / la que pace, paz augura; / la que duerme, la asegura.

Y mi mujer me pegunta con La ruta... en la mano:

-Si Miguel no era del Toboso sino de Alcázar, según don Silverio, y el padre de Miguel se llamaba Rodrigo y el abuelo Juan, ¿por qué Azorín adjudica lo de «Los Miguelistas» a los del Toboso? No lo entiendo. Lo lógico hubiera sido llamarles pajes de la princesa de La Mancha.

-No le des más vueltas, una rosa es una rosa -me pongo rilkeriano-, que esto de «cervantear» conduce a inventar y polemizar. Esto es porque si los de Argamasilla son Académicos, los de Criptana son Sanchos, pues los de El Toboso sería Miguelistas, pero como ha resultado ser de la complutense ciudad, quiere que la familia de Cervantes sea de allí.

-De acuerdo, bien. ¿Y qué importancia tiene esto, qué cualidad peculiar es esta tontería? Lo importante, creo, es el viaje, el camino.

El abuelo paterno de Miguel se llamaba Juan Cervantes, y según los más rancios eruditos como Nicolás Díaz de Benjumea el abuelo paterno era de Galicia, corregidor en Osuna, cuyo apellido se nombra en honra en los anales de las guerras contra los «moros en España»; ahora, según Andrés Trapiello era cordobés, estudió leyes, llegó a teniente corregidor y se instaló en Alcalá de Henares. Escribe este autor, que en 1819 Navarrete publicó Vida de Cervantes, acompañado de documentos ilustrativos, que fijan la opinión de que Miguel nació en Alcalá de Henares, calle Imagen, pero no fue hasta 1858 cuando se declaró oficialmente la villa complutense como patria de Miguel de Cervantes. Porque si el Miguel de Alcázar nació y fue bautizado en 1558 no pudo ser soldado en Lepanto en 1571. Por el origen del abuelo se cree que Cervantes era converso de origen judío, de ahí que siempre se la adjudicaran contaduría y recaudaciones, cosa de judío es contar maravedíes y buscar la x, porque donde hay una x hay matemáticas. Y por esto no le dejaron pasar a las Indias con arreglo a las Leyes de Ovando que no daban salvoconducto a converso, bien de origen morisco o judío.



Ilustración: «Iglesia San Antonio Abad (El Toboso)»




ArribaAbajoEn el Centro Cervantino

Señor Azorín:

Era el mes de septiembre del año pasado (2004), cuando visitamos «la gran ciudad», El Toboso, último de los pueblos de Toledo limitando con Albacete, acompañado como siempre por la mujer de mis amores, y más todavía en esta villa de famosos brebajes amorosos y filtros encantadores, y sin cuyos consejos prácticos, opiniones y gran sutileza para observar lo invisible, el resultado de estos viajes literarios no serían para mí tan amenos e inspiradores desde otros puntos de vista, ni en el tono de realidad cierta y verdadera que observo. Veníamos de visitar Toledo por la carretera N-301 por Ocaña, Corral de Almaguer, Quintanar de la Orden hasta El Toboso; no hay carretera más monótona, con más toboganes (Toboso y toboganes), es un tiro de línea, cansada, tiesa, de dos carriles. Ahora se construye una autovía Madrid-Albacete. La N-301 va descendiendo lenta y suavemente desde Montes de Toledo hacia Albacete; uno adivina desde muy lejos la proximidad de los pueblos por las altas torres de sus Iglesias que son como el gigante Polifemo con su ojo de reloj, son soberbios faros/linternas en La Mancha que orientan al navegante de esta pampa más que estepa, verde, dehesas, arbolada y con rebaños de ovejas en los barbechos.

El Toboso, hoy día, es una próspera localidad, de calles limpias y con rincones llenos de encanto y silencio, con fachadas de recuperadas piedras con puertas castellanas. A finales de septiembre las viñas regalan sus racimos de oro, un tractor con su remolque pasa lento con cajas verdes con las uvas tintas, es tiempo de vendimia, «floresta, encinas o selva». Las manchas de pinos y encinas conceden sus sombras. Frente a la iglesia parroquial de San Antonio Abad, con dos portadas renacentistas y una torre herreriana (se cuenta que las campanas proceden de la Iglesia de Pedro Muñoz, se las trajeron debido a una peste en 1410 que acabó con esta población), se encuentra la plaza cuadrada y amplia, limpia y con las esculturas plásticas herradas de un don Quijote arrodillado sobre la rodilla izquierda, en la mano una lanza y no el corazón que suplica los amores de Dulcinea de El Toboso, figuras rodeadas por una cadena de espaciosas argollas. He de lamentar que no pude leer el nombre del autor.

Quedé muy impresionado, encantado (nunca mejor dicho), satisfecho de la visita al Centro Cervantino. Una remodelación que conserva la fachada con puerta adintelada de piedra en arco de medio punto, sin noble escudo de armas. Tiene planta baja y un primer piso donde se encuentra la Casa de Cultura. Como ya he dicho abrió sus puestas en 1983, donde hay una biblioteca única, colección de ediciones de todo el mundo. Fue su alcalde don Jaime Martínez-Pantoja Morales a quien se le ocurrió la idea en 1927 de pedir a cada embajador destacado en España un ejemplar editado en su país y firmado. Hoy es doña Natividad Martínez su mentora, y alcaldesa, una mujer que no para y quiere a su pueblo en lo más alto de su nobleza.

A la entrada se abre una oficina de información, donde una amable chica, Trinidad, Rosario, Milagro o Virtudes, te ofrece una entrada. Es una chica de buen ver, morena, manchega con la que hablo y pregunto.

-¿Exactamente qué hay aquí?

-Se exhiben más de 300 ediciones del Quijote en casi todas las lenguas cultas -nos expuso la chica con voz manchega casi familiar-, muchas de ellas firmadas por Jefes de Gobierno y de Estado, y dedicados al Toboso. Hay ediciones muy antiguas y valiosas. De la primera edición de Juan de la Cuesta se conserva un facsímil. Y una reimpresión de la primera edición inglesa traducida por Shelton. Y aún pueden contabilizarse ediciones antiguas como la de Bruselas de 1706.

-Yo soy el autor de un libro sobre el Quijote -interrumpí imprudente y presuntuoso mientras mi mujer me miraba abochornada- y os lo voy a mandar.

La chica sonrió con cierto aire como si yo me burlara de ella, porque yo llevaba aspecto de deportista lesionado más que de aficionado cervantista.

-Usted lo manda y ya decidirán por quien corresponda.

-Desde luego Rámon (me llama Rámon y no Ramón, en agudo), las cosas que se te ocurren -me regañó mi mujer.

Entré al interior del museo, quedé asombrado, absorto ante tantas ediciones raras, ilustraciones de todos los estilos, cuadros en las paredes. Una escalera que baja a una especie de sótano, donde hay una mesa y una escultura de bronce. Hay ediciones hasta en lengua celta de los irlandeses. Una verdadera joya cervantina, que no se puede explicar, porque hay que venir a verla, sentirla, convencerse de que lo que aquí cuento no es nada comparable con lo que puede percibir un cervantista.

Hay un programa en la Universidad A&M de Texas dirigido por el Dr. Fred Jehle, entre cuyos objetivos destacan la publicación de la Cervantes International Bibliography Online, y el Anuario Bibliográfico Cervantino en la Internet, las primeras bibliografías completas de estudios, ediciones y traducciones de las obras de Cervantes. Señor que tendrá que venir a El Toboso.

Nada más llegar a Alicante, con toda mi ingenuidad y sueños envié dos ejemplares por correo de mi raro libro Encuentros en el IV Centenario que tiene prólogo de Manuel Parra, dedicados: uno para el Centro Cervantino y otro para la alcaldesa, ya que esta edición no venal la he hecho para agasajar a mis amigos y conocidos. Una mañana recibí una gran alegría cuando vi en mi buzón el sobre con el sello de la Alcaldía de El Toboso, me parecía mentira, estaba datada en El Toboso el 20 de octubre de 2004, como demuestro en la fotografía adjunta con permiso de la alcaldía. Es una de las cartas que más me han alegrado recibir, y eso que he recibido muchas cartas agradeciéndome la recepción de mi libro de autoridades principales, de Castilla-La Mancha y Madrid, Instituto Cervantes y Universidades, etc., pero ninguna me llegó tan honda como ésta, que me decía que mi libro pasaba a los fondos bibliográficos de la Biblioteca del Centro de Estudios Cervantinos.

Cartas como estas recompensan todos los gastos, viajes, horas en la carretera, hoteles, fondas y restaurantes, tertulias y búsquedas de conversación, horas en los libros y en el ordenador y en el estudio de dibujo, porque «A la larga o la corta el galgo a la liebre alcanza».

Salimos de El Toboso, un pueblo que no tiene nada de oso, pero nosotros tomamos una carretera secundaria hasta Venta de don Quijote para tomar de nuevo la rectilínea N-301 para alcanzar la Autovía A-31 en la Roda para Albacete y Alicante. Desde Tomelloso a Venta de don Quijote hay cinco kilómetros, todos son viñas, madre, todo son viñas, unos labradores vendimiaban, ¿serán para las famosas bodegas de Campos de Dulcinea? Pasamos muy despacio junto a las tres labradoras, tenían caras de ecuatorianas, las Indias nos han conquistado ahora a nosotros. Encinas y algunos pinos nos brindaban sus sombras, pero la venta son cuatro casas abandonadas, caserones, tapias, a las que sólo les queda el nombre y una fachada descarnada. ¿No serás acaso este el lugar que hallaron «una floresta o bosque, donde don Quijote se emboscó en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a Dulcinea» (II, 9).

Los problemas del campo han sido siempre para llorar, primero que no llueve lo suficiente, y por lo tanto los campos manchegos no tienen todo el agua que quisieran para cambiar el monocultivo de secano como la vid y el olivo por los de regadíos como el maíz, que están agotando los pozos; luego la falta de mano de obra indígena, y hay que echar mano a los inmigrantes, que tienen dificultades para la regulación de la residencia y trabajo (las solicitudes en Ciudad Real fueron 2.502 rumanos, 1.049 ecuatorianos, 636 bolivianos, 431 colombianos). Suben los jornales y la uva no se paga al precio que corresponde a los muchos gastos que tienen de labranza, abonos, jornales, recolección, seguros, contribuciones, etc., a pesar de los esfuerzos de la Confederación de Cooperativas. Este invierno fue muy frío, hubo heladas que afectó al olivar, la organización agraria Asaja se movilizó para paliar los daños del sector.

Otra de las riquezas de La Mancha es la cinegética de la caza menor y mayor. Se ha convertido en un campo minado de vainas y de cartuchos de plástico cuando en monterías, gancho, batida, aguardo o espera, ojeo, al paso o puesto fijo, perdiz con reclamo y zapeo o gancho de conejos, el cazador está obligado a recoger las vainas de los cartuchos usados antes de retirarse del puesto, pero no se hace; a este paso, el cazador va a tener que necesitar un caddy o recoge cartuchos como en los campos de golf. Don Alonso Quijano, o Quejada o Quijada, era «amigo de la caza», antes de dedicarse a la caballería andante, después como «se daba en leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza». A mí me da que pensar que Alonso Quijano era aficionado a la caza con galgos. Ahora la ley obliga a ponerles un microchip a los perros de caza. ¿A donde vamos a llegar?, se quejan los cazadores de perros. No lo veo mal porque es necesario controlar al dueño del perro más que al perro en sí. En la caza con galgos dos perros persiguen a una liebre. Un juez y los observadores deciden finalmente cuál de los dos galgos ha sido el más habilidoso. Muchos dueños ahorcan a sus galgos y luego ni siquiera se molestan a descolgar sus cadáveres, que dejan colgando en los árboles como cementerios caninos.

Pasamos por la circunvalación de Mota del Cuervo, luego por Minaya, destaca la torre de la Iglesia como un ojo de Polifemo en la mitad de la llanura, es un campo donde se cultiva el maíz. Luego la Roda, Albacete y Almansa, embarazada por su castillo.

Estos días en que me he puesto al ordenador para recordar mis andanzas por La Mancha, e ir echando la llave a esta aventura buscándole por la quijotesca nación he tenido ocasión de leer una semblanza sobre usted que ha escrito Jesús Marchamalo en su artículo «Azorín, monóculo y bastón», aparecido en Monòver punto com, que me llamó la atención y lo voy a recoger: «Cumplidos ya los ochenta, Azorín salía cada mañana de su casa para dar un paseo. Siempre vestido como para ir de boda, y con un porte aristocrático se paraba en los semáforos, inmóvil, tieso como un palo con su sombrero y su bastón, como si fuera una estatua de sí mismo».



Ilustración: «Centro Cervantino»




ArribaAbajoCamino a Puerto Lápice

Señor Azorín:

Eran las 2,30 de la tarde del día 11 de mayo, hora de comer, porque en estos viajes literarios también se come y se bebe amén de otras necesidades fisiológicas. Cuando bajamos del Cerro de la Paz, buscamos un lugar para saciar la bilis; sin embargo la carretera nos echó fuera de Campo de Criptana y otra vez de vuelta regresamos a Alcázar; buscamos un famoso restaurante que se llama «La Mancha», de cocina regional. Tras varias vueltas por jardines y calles lo encontramos, y para nuestro lamento se hallaba cerrado, así que continuamos nuestra carretera N-430, ya cerca de unas lagunas medio desecadas, y en el primer restaurante que vimos y que merecía la pena entramos, se llama «Hotel Barataria», como la ínsula que gobernó Sancho. Tiene dos comedores, uno de manteles de hilo y servilletas en las copas.

Las ventas en tiempo de don Quijote eran abundantes. Documentadas están las ventas del Molinillo, del Alcalde y Venta Tejeda, ventas citadas en las Novelas ejemplares, puesto que el viajero de aquellos tiempos tenía que hacer muchas jornadas. Las ventas fueron estudiadas por Astrana Marín.

Pues bien, estábamos sentados mi mujer y yo a la mesa del Restaurante Barataria, que no tiene nada de barato, cuando llegó el maître con el cartapacio de la Carta, que tenía cuatro o cinco páginas metidas en sus fundas de plásticos. Nosotros al Menú para no perder tiempo en que nos sirvieran. En una mesa de al lado estaban sentado tres hombres: uno de ellos era el patrón de los demás porque cuando sonaba el teléfono móvil no lo atendía directamente, sino que el segundo hombre recibía la llamada y le preguntaban si estaba o no, y luego se lo pasaba; el tercero se mostrada nervioso, intranquilo, miraba a todas partes como los flamencos, porque me dio la espina que era el guardaespaldas.

Leemos el menú: de primero paella, sopa de pastor o guisantes con jamón. Arroz no, que de paellas y calderos estamos hasta el pelo en Alicante. Yo de primero la sopa de pastor, a mi mujer le gustan las verduras, por lo tanto guisantes, y de segundo las chuletas de cordero al queso manchego con miel, y ella filetes de lomo.

-Hola; ¿de beber? -pregunta el camarero.

-Una cerveza sin alcohol, que tengo que conducir, y un mosto.

-Tú para qué le tiene que explicar al camarero si tienes o no que conducir -me regaña mi mujer-, parece como si quisieras justificar que no pides vino.

Me callé como un zorro, porque si hay algo que aprendí de mi abuelo es a no discutir con las mujeres, «sí buana y vengas aniversarios».

Enseguida sirvieron un pan tostado candeal y un bol de ajoaceite y tomate con aceite que fue liquidado en un momento, sin darle tiempo a que llegaran las bebidas.

-No comas tanto pan que es lo más barato -me indicó mi mujer. Pero yo seguí a lo mío, y no le quité ni las migajas.

En la típica gastronomía manchega son los tiznaos, migas de pastor, pistos, asados de cabritos, no puede faltar el queso con Denominación de Origen, los ajos, el azafrán ni el aceite, más la torta de pastor en los guisos, gazpachos como los que usted describe en el artículo: «Gazpachos», págs. 166-168 de La ruta... En algunos restaurantes figuran en la carta el salpicón y los duelos y quebrantos. Usted nos habló de diversos tipos de gazpachos: de los «ricos» con pollo, o perdiz, o conejo, o liebre. Los «pobres» son de collejas. Los gazpachos montareces son los que guisan los pastores en el monte. ¿Recuerda esta descripción en su libro Con permiso de los cervantistas? Hay un manchego instalado en la Costa Blanca, en Santa Pola, que ha inventado el gazpacho manchego con marisco, es decir, la carne se sustituye por bogavante, langostinos, tigres de Guardamar (precio prohibitivo), algún rape y una cabeza de gallineta, más la torta de pastor que no puede faltar; pues le puedo asegurar que es uno de los inventos culinarios, exportados de La Mancha, que más éxito tiene allí en la Costa Blanca.

De gastronomía nos habla el Quijote: «Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelo y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos». También nos habla de los vinos de Málaga y de Ciudad Real. Otro capítulo es el 20 de la II parte en las bodas de Camacho, donde cuenta que los cocineros y cocineras pasaban de cincuenta, todos limpios, todos diligentes y todos contentos.

Después de comer nos recomendaron los postres: Besos manchegos rodeados de nata y un caramelo en fideos. Yo pedí mi flan con nata, ella los besos. ¿Y los «ruideritos» no tendrán celos de estos postres que llaman repostería de autor? Al salir se quedó en el botellero el Estola 1999, etiqueta negra, cosecha excelente. Yo guardo en casa una pequeña colección de botellas por si llueve, eso lo decía mi abuelo paterno cuando vivía en el cortijo del Mayarín. Porque cuando llovía los peones no trabajaban en al campo y se refugiaban en su cortijo y claro, tenía que sacar el vino, aunque él tenía cosecha propia en un barril de muchas arrobas y no tenía problemas, era un tonel grande y negro que compró en Nerja a unos pescadores que se lo encontraron flotando en el mar.

He tomado el Nissan con cierta pereza, cierta pereza de conducir apenas recién comido sin una siesta, sin descansar. Seguimos la dirección Oeste, pasamos por Herencia, el pueblo que tiene fama de los mejores quesos manchegos de oveja, aunque tienen variadas industrias como se puede ver desde la carretera. Pasas por el centro del pueblo de Herencia. Hemos pasado por debajo de una autopista y hemos entrado ya al fin en Puerto Lápice, en el kilómetro 136 de la N-IV. El nombre de Puerto Lápice deriva de su característica geológica de ser tierra de piedra lapícea. Aquí estaban las quiterías o posadas o ventas de Puerto Lápice. Fue el rey Carlos III quien dio parroquia y juzgado a la villa en el año 1774, época en la que existían al menos cuatro ventas, testimonio de la importancia que siempre tuvo Puerto Lápice en la ruta Madrid-Andalucía. Ser paso natural fue causa de que las tropas napoleónicas causasen daños en muchas edificaciones en su camino invasor hacia el sur en el año 1812. En 1841 se creó el Ayuntamiento concediéndole el pequeño término del que hoy goza.

En su primera salida llegó don Quijote a una venta en Puerto Lápice cuando anochecía, después de caminar durante todo el día y que creyó castillo, y le pidió a quien creía ser el alcaide de la fortaleza que le armase cabalero como los caballeros andantes, ya que él era hidalgo; no era otro sino un ventero andaluz, socarrón, cuyo nombre no sabemos, de los de playa de Sanlúcar, no menos ladrón que caco, ni menos maleante que estudiante paje [estudiante fracasado], «era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor». En la puerta había dos distraídas mozas que le parecieron dos graciosas damas, cuando eran mozas del partido (rameras damas) (II, 2). Al final de este capítulo Cervantes comete el error de llamar al ventero «castellano ventero» cuando antes había dicho que era andaluz de las playas de Sanlúcar. En estos pasajes donde se mezcla ficción con crueldad se nos cuenta la realidad de toda una época, testigo de la vida miserable de una decadencia.

La segunda vez que lleva a Puerto Lápice es después de la aventura de los molinos, donde había roto la lanza. Llega a Puerto Lápice junto a Sancho Panza «por ser lugar muy pasajero» al que ya había convencido en la codicia de una ínsula, o Lápiche como aparece escrito en su libro de La ruta..., en la aventura de los frailes de San Benito y con el vizcaíno del capítulo VIII de la I parte. Don Quijote creyó que los frailes eran encantadores que llevaban hurtada alguna princesa en un coche, donde en realidad viajaba una señora vizcaína hacia Sevilla escoltada por cuatro o cinco caballeros.

Usted nos da cuenta en las crónicas VII y VIII, de la llegada a Puerto Lápiche, y se hospeda en el Mesón de Higinio Mascaraque. Nos describe que «El puerto es un anchuroso paso que forma una depresión de la montaña; nuestro carro sube corriendo por el suave declive, muere la tarde...». Cuando mi mujer y yo llegamos a Puerto Lápice eran las cinco y diez de la tarde; cuando llegamos subimos hacia la derecha y dimos la vuelta en la explanada del Hotel Aprisco. Carretera N-IV, Km. 136. Un hotel de dos estrellas y restaurante; en la puerta, junto a los aparcamientos, hay una calesa antigua cubierta bajo una especie de pérgola. A lo mejor es el antiguo mesón de Higinio, pero ningún porteño lo sabe. ¿Sabía usted que el gentilicio de la gente de Puerto Lápice es porteños?

Usted toma contacto con José Antonio el médico de Puerto Lápice, estaba enfermo y los dolores iban purificando su carácter y además tiene el vicio de tipografía, «hace un periódico durante la semana lo escribe de puño y letra; luego, el domingo, lo lleva al casino; allí lo leen los socios y después me lo volvía a traer a casa para la colección».

El pueblo es alargado, longitudinal, construido a ambos lados de la N-IV, Km. 136, un puerto tan suave que no sé por qué le llaman puerto, quizás lo es si se viene de Arenas de San Juan. Tiene actualmente 1.049 habitantes (censo de 2001). No escuchamos al porquero que tocó el cuerno y creyó don Quijote que era un enano del castillo que hacía seña de su venida. Por este pueblo seguramente que Cervantes, gran viajero, había pasado y hospedado en alguna venta, bien camino a Madrid o a Esquivias (pueblo de la mujer al norte de Toledo) bien por el camino de Aranjuez o por Toledo. Ya que Aranjuez la nombró dos veces Cervantes, una en el Quijote y una en el Persiles y Segismunda, y que ya escribí sobre ello y sin ningún reconocimiento en las páginas de la Comisión del IV Centenario de Aranjuez.

Bajamos de nuevo hacia el centro la plaza del Ayuntamiento porticada. Seguimos bajando hasta aparcar en la puerta de la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Buen Consejo, desde donde se puede ver la fachada de la venta con alero y vimos un viejo portón, ya estamos en la venta de Don Quijote, una venta conservada como las antiguas ventas de La Mancha. La fachada encalada con portillo pintado en añil venta que lleva el nombre del Hidalgo, calle del Molino n.º 4, que fue construida en el siglo XVIII y reformada como sitio de comida y descanso, un monumento nacional, entramos, y a la derecha una tienda de souvenirs, a la izquierda un poyete de azulejos clásicos, diplomas, placas, recordatorios, y un azulejo conmemorativo de su inauguración tras la remodelación, donde me dice una foto, y otro azulejo como documento de este safari fotográfico.

Se accede al patio empedrado a través de un porche cubierto y sostenido por dos grandes pilares o columnas. Una vez dentro uno se emociona, se llena de encanto y retorna al pasado de los patios porticados con vigas de madera color almagra, patios de comedias, artes y letras, como el teatro de Almagro. A la izquierda se ve un carro vencido por los caminos, y al fondo, junto a un pozo con brocal y un abrevadero de piedra, nos vigila la figura metálica de Don Quijote velando las armas que tiene a sus pies: armadura y adarga. A quien le doy las buenas tardes a la vez que imprudentemente toco la armadura, y me llevo una sorpresa inaudita. Don Quijote me advierte enojado:

«-¡Oh, tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tomar las armas de más valeroso andante que jamás se ciñó espada! Mira bien lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento» (I, 3).

Después de este incidente me puse a tomar un dibujo, lo mejor era no enfrentarme a él, dicen que está falto de juicio. Entramos al Restaurante Típico, que es una vieja bodega que conserva grandes y oscuras tinajas, donde se puede comer en la bodega. En una pared leí un diploma del cocinero y mesonero mayor don José Luis Lerguburu Gutiérrez, que está considerado como el ventero oficial con atribuciones para ordenarte caballero, como ya lo hiciera con Miguel de la Quadra-Salcedo en el verano del 2003. En dicho restaurante me tomé un cortado por 1.20 euros, como en las mejores cafeterías de la Gran Vía, pero sin duda alguna con mejor decorado. Menos mal que yo siempre llevo bien herrada la bolsa.

Don Quijote, que era hidalgo, quiere ser nombrado caballero como los caballeros andantes, ascender en la escala social, por esa terquedad que es también un modelo de aspiración a un ideal ético y estético de vida que hacerse caballero andante para defender la justicia en el mundo, y busca aventuras peligrosas y sobrehumanas con dragones y gigantes para ser merecedor del amor de una dama principal, en lo que se llamaba amor cortés, es esta caso era la princesa Dulcinea, que Cervantes para burlarse de los amores platónicos del caballero la convierte en una aldeana llamada Aldonza Lorenzo, que era un nombre del que circulaban burlas y chismes muy populares.

Salimos de la venta y dimos un paseo por Puerto Lápice. En la calle del Molino hay otras ventas, bares, un pueblo que aprovecha el paso de turistas para ofrecerle historia y ensoñaciones.



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