Escena primera
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Un salón en casa del PRESIDENTE.
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El PRESIDENTE.-El Secretario WURM.
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EL PRESIDENTE.-
Mal
negocio es este, en verdad. |
WURM.-
Lo que yo temía,
señor. La opresión irrita, sin convertirlas,
a las naturalezas exaltadas. |
EL PRESIDENTE.-
¡Cuánta
confianza tenía en este proyecto! Me decía:
cuando la niña esté deshonrada, él,
en su calidad de oficial, se verá obligado a retirarse.
|
WURM.-
Claro que sí, mas para esto era necesario
primero deshonrarla. |
EL PRESIDENTE.-
Sin embargo, ahora
que reflexiono serenamente sobre lo ocurrido, veo que no
debía permitir que se me impusiera. Nunca pudo dirigirme
en serio semejante amenaza. |
WURM.-
No lo crea Vuecencia.
La pasión irritada no retrocede ante ninguna locura.
Vuecencia mismo me habló de la falta de respeto del
Mayor y de la resistencia que oponía a ser dirigido.
Ya lo creo. Las ideas que ha mamado en la Academia no me
complacen del todo ciertamente. Porque, vamos a ver, ¿qué
valen estos fantásticos sueños de grandeza
de alma y nobleza personal en una corte, entre gentes, cuya
mayor sabiduría debe consistir sin duda en humillarse
y engrandecerse hábilmente según las ocasiones?
Es muy joven y arrebatado todavía para resignarse
a subir por el camino lento y tortuoso de los amaños,
y sólo despertará su ambición, cuanto
le parezca aventurado y grande. |
EL PRESIDENTE.-
(Con
enfado.) ¿Qué tienen que ver tales observaciones con
nuestro asunto? |
WURM.-
Señalan la herida y tal
vez el remedio. Nunca, en ningún caso era oportuno,
permítame Vuecencia que se lo diga, tomar por confidente
a un hombre de ese carácter, o convertirle en enemigo.
Mira con horror los medios de que se valió Vuecencia
para encumbrarse. La piedad filial ha detenido tal vez hasta
ahora la lengua del traidor, pero dele Vuecencia ocasión
de soltarla... y veremos. Si Vuecencia combate con mano fuerte
sus pasiones, y le da lugar a creer que cesó de ser
para él un padre tierno, triunfarán en su ánimo
sus deberes de buen ciudadano. ¡Vaya que fue capricho ofrecer
a la justicia víctima tal, bastante por sí
sola para arrastrar a su pérdida a su mismo padre.
|
EL PRESIDENTE.-
¡Wurm! ¡Wurm!... V. me lleva al borde
de un abismo. |
WURM.-
Yo sacaré a Vuecencia de
él. ¿Puedo hablar con libertad? |
EL PRESIDENTE.-
(Sentándose.)
Como un condenado a su compañero de condena. |
WURM.-
Entonces,
perdóneme Vuecencia. ¿No debe Vuecencia a la flexibilidad
del cortesano la posición de presidente? pues ¿por
qué no usar de la misma como padre? Recuerdo todavía
con qué cordialidad invitó Vuecencia a una
partida de juego a su predecesor y a beber una botella de
Borgoña, departiendo amigablemente, la misma noche
en que debía volar la mina y saltar por los aires
el buen hombre. ¿Por qué revelará Fernando
el nombre del rival? Nunca debió saber que yo conocía
sus amores. Bien pudo Vuecencia dirigirse a la niña
para ir destruyendo sordamente esa novela, y conservar al
propio tiempo el afecto de Fernando. Con esto obraba como
el general prudente que no ataca al enemigo en el corazón
de su ejército, sino que siembra la discordia en las
filas. |
EL PRESIDENTE.-
¿Y cómo hacerlo? |
WURM.-
Del
modo más sencillo. No se perdió la partida
todavía. Reprima Vuecencia por algún tiempo
el afecto de padre, sin intentar medirse con una pasión,
que no hará más que crecer con los obstáculos,
y déjeme a mí el cuidado de empollar el gusano
que ha de roerla. |
EL PRESIDENTE.-
Curioso estoy...
|
WURM.-
O yo comprendo mal el barómetro del alma,
o los celos de Fernando son tan terribles como su amor. Hagamos
nacer las sospechas... verosímiles o no. Basta una
miajita de levadura para que fermente y se destruya todo.
|
EL PRESIDENTE.-
¿Pero dónde hallaremos la levadura?
|
WURM.-
Ya estamos. Ante todo, dígame, ¿qué
riesgo corre como se prolongue la obstinación del
Mayor? ¿qué importancia tiene para Vuecencia que se
termine esa novela con la muchacha, o se concluya el enlace
con lady Milford? |
EL PRESIDENTE.-
¿Y me lo preguntas,
Wurm? Pierdo mi influencia si no se casa con Milady, y arriesgo
mi vida si fuerzo la voluntad del Mayor. |
WURM.-
(Alegremente.)
Entonces, hágame el favor de escucharme. Con el mayor
emplearemos la astucia; con la niña, el poder. Le
dictamos un billete amoroso dirigido a una tercera persona,
y hacemos luego que caiga en manos del muchacho. |
EL PRESIDENTE.-
¡Qué
locura! ¡Como si ella pudiera resolverse tan pronto a firmar
su sentencia de muerte! |
WURM.-
Lo hará, si puedo
yo manejarme libremente. Conozco a fondo su excelente corazón,
que tiene dos puntos vulnerables; por ellos asaltaremos su
conciencia; el uno, el amor a su padre; el otro, el amor
a Fernando. Damos de lado a éste, y obramos así
con más osadía por lo que respeta al músico.
|
EL PRESIDENTE.-
Veamos. |
WURM.-
Por lo que Vuecencia
me contó de lo ocurrido en la casa, nada tan fácil
como amenazar al padre con una causa criminal. En cierto
modo, la persona del privado y guarda-sellos es la representación
del Príncipe; ofender a uno, es atentar a la majestad
del otro. Por lo menos yo, con ese espantajo que me encargo
de ajustar, hago pasar al pobre diablo por el ojo de una
aguja. |
EL PRESIDENTE.-
Pero la causa no podría
formalizarse. |
WURM.-
Ni mucho menos... sólo
lo bastante para poner en apuros a la familia. Ponemos a
la sombra al padre, y si a mano viene, para aumentar la inquietud,
a la madre también; luego se amenaza con la acusación
capital, el cadalso, la prisión perpetua, y establecemos
por condición única, para alcanzar la libertad,
que la muchacha escriba la carta. |
EL PRESIDENTE.-
Bien,
bien, comprendo. |
WURM.-
Ella ama a su padre con pasión,
por decirlo así... Viéndole en peligro de perder
la vida, o cuando menos la libertad...; atenta a los reproches
de su conciencia...; en la imposibilidad de poseer al Mayor...;
luego, perturbada, de lo cual me encargo... no falla; caerá
en el garlito. |
EL PRESIDENTE.-
Pero mi hijo lo sabrá
todo al instante, y se pondrá más furioso que
nunca. |
WURM.-
Descuide Su Excelencia. No se pondrá
en libertad ni al padre, ni a la madre, sin haber hecho jurar
antes a toda la familia que guardarán el secreto y
que confirmarán nuestra superchería. |
EL PRESIDENTE.-
¡Un
juramento! ¿Y qué podemos esperar de un juramento,
imbécil? |
WURM.-
Nada, si se tratara de nosotros;
todo, de esa ralea de gente... Vea Vuecencia cómo
de ese modo alcanzamos todos nuestro objeto. La niña
pierde el amor de Fernando, y la reputación. El padre
y la madre van resignándose poco a poco, subyugados
por una aventura de esa especie, y al fin les parecerá
en mí un acto de conmiseración el rehabilitar
a su hija, ofreciéndole mi mano. |
EL PRESIDENTE.-
(Riendo
y moviendo la cabeza.) ¡Ah pícaro!... Me confieso
vencido... Ardid de una sutileza satánica, a fe mía...
El discípulo sobrepuja al maestro. Sepamos ahora a
quién debe dirigirse el billete. ¿Con quién
haremos que sospechen que tiene tratos? |
WURM.-
Necesariamente
con uno que deba ganarlo todo, o perderlo todo con la resolución
de Fernando. |
EL PRESIDENTE.-
(Después de reflexionar
un instante.) Sólo conozco al Mariscal, para el caso.
|
WURM.-
(Encogiéndose de hombros.) No me enamoraría
mucho que digamos, si fuera yo Luisa Miller. |
EL PRESIDENTE.-
¿Y
por qué no? Te admiro, a fe. Deslumbradores trajes...
oliendo a almizcle y a esencias..., por cada necia palabra,
un puñado de oro... ¿no basta eso para corromper la
delicadeza de una muchacha de baja estofa? ¡Ay amigo!...
Los celos no reparan en pelillos... Mando buscar al Mariscal.
(Llama.) |
WURM.-
Mientras Vuecencia le habla y enjaula
al músico, voy a extender el billetito. |
EL PRESIDENTE.-
(Se
acerca al pupitre.) Me lo traerás cuando esté
concluido. (WURM se va. El PRESIDENTE se sienta a la mesa.
Sale un criado. El PRESIDENTE se levanta y le da un papel.)
Inmediatamente, esta orden de prisión al tribunal,
y vaya otro a decir al Mariscal que tenga la bondad de venir
aquí. |
EL CRIADO.-
Su Excelencia se apea del
coche en ese instante. |
EL PRESIDENTE.-
Mejor que mejor.
Dirás que sean ejecutadas sus órdenes con precaución
y sin hacer ruido. |
EL CRIADO.-
Está bien. |
EL
PRESIDENTE.-
¿Oyes?... sin ruido. |
EL CRIADO.-
Está
bien.... (Se va.) |
Escena II
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El PRESIDENTE.- El MARISCAL
de la corte.
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EL MARISCAL.-
(Con trazas de estar muy
atareado.) En passant entré, caro amigo. ¿Cómo
va?... ¿Qué tal?.. Esta noche... la grande ópera
Dido... fuegos artificiales magníficos... toda una
ciudad incendiada... ¿V. irá a ver el incendio, verdad?
|
EL PRESIDENTE.-
Bastantes fuegos artificiales tengo
en casa, que amenazan arrojar por los aires mi poder... Llega
V. en la mejor ocasión, Mariscal, para darme un consejo,
y ayudarme en una empresa que puede llevarnos adelante a
ambos o arruinarnos completamente. Siéntese V. |
EL
MARISCAL.-
Me asusta V., mi buen amigo. |
EL PRESIDENTE.-
Pues,
como decía..., llevarnos adelante o arruinarnos del
todo. V. conoce mi proyecto de boda de Milady con el Mayor,
y comprende V. que es indispensable para asegurar la fortuna
de ambos... Pues todo va a llevárselo la trampa, Kalb;
Fernando no quiere. |
EL MARISCAL.-
¡Cómo que
no quiere! ¡Cómo que no quiere!... Si he anunciado
la boda a toda la corte... y no se habla de otra cosa. |
EL
PRESIDENTE.-
Pues corre V. el riesgo de pasar a los
ojos de todos por un atolondrado... Ama a otra. |
EL MARISCAL.-
Se
burla V. ¿Y qué obstáculo es ese? |
EL PRESIDENTE.-
Para
aquel testarudo un obstáculo invencible. |
EL MARISCAL.-
Pero
¿cómo?... ¿Será tan loco que así dé
un puntapié a la fortuna? |
EL PRESIDENTE.-
Pregúnteselo
V. y ya verá lo que contesta. |
EL MARISCAL.-
Pero,
¡mon Dieu! ¿qué puede contestar? |
EL PRESIDENTE.-
Que
está resuelto a denunciar al mundo entero el crimen
con el cual nos encumbramos, exhibir nuestros falsos documentos,
y entregarnos a los dos a la justicia...; esto puede contestar.
|
EL MARISCAL.-
¿Está V. loco? |
EL PRESIDENTE.-
Esto
ha contestado, y estaba ya dispuesto a ejecutarlo. Con pena
he logrado disuadirle, prometiéndole absoluta sumisión.
¿Qué dice V. a esto? |
EL MARISCAL.-
(Atontado.)
Digo que no lo entiendo. |
EL PRESIDENTE.-
Pase esto;
hay más. Mis espías acaban de anunciarme que
el copero mayor, Bock, debe pedir la mano de Milady. |
EL
MARISCAL.-
¿Pero V. me vuelve loco? ¿Qué está
V. diciendo? ¿Bock?... ¿qué está V. diciendo?
¿Sabe V. que somos mortales enemigos? ¿Sabe V. por qué?
|
EL PRESIDENTE.-
Esta es la primera noticia. |
EL MARISCAL.-
Amigo,
va V. a saberlo, y a buen seguro que se estremecerá
V.: V. recordará el baile de la corte... hace de esto
como veinte y un años... V. sabe... el baile aquel
en que se danzó a la inglesa por primera vez, y el
conde de Meerschaum se fue con el dominó hecho una
lástima con las gotas de cera ardiendo que caían
de las arañas... ¡si debe V. acordarse!... |
EL PRESIDENTE.-
¿Quién
puede olvidar tamañas cosas? |
EL MARISCAL.-
Ahora
viene lo bueno. ¿Ve V?... Con la agitación de la danza,
la princesa Amalia perdió la liga... Todos, como V.
ya puede figurarse, nos pusimos en movimiento buscándola...
Bock y yo, que éramos todavía gentil-hombres
de cámara... recorrimos a gatas la sala entera buscando
la liga... Al fin, la veo... Bock lo advierte... se echa
sobre mí, me la arranca de las manos... ¿qué
tal?... la presenta a la Princesa y me sopla las gracias...
¿qué tal, eh? |
EL PRESIDENTE.-
¡Impertinente!
|
EL MARISCAL.-
Y me sopla las gracias... Mire V., estuve
a punto de enfermar. Nunca se vio maldad como esa. Por fin,
me sereno, me acerco a Su Alteza, y le digo: Señora,
Bock ha sido bastante afortunado para presentar la liga a
Vuestra Alteza Real, mas quien la encontró el primero,
goza en silencio y se calla. |
EL PRESIDENTE.-
¡Bravo,
Mariscal, bravísimo! |
EL MARISCAL.-
Y se calla.
Pero he de guardar odio eterno a Bock, hasta el día
del juicio final... ¡Bajo y rastrero adulador!... Y no fue
esto solo... Cabalmente cuando nos arrojamos al suelo en
busca de la liga, Bock me echó encima los polvos del
lado derecho de la peluca, y héteme confuso el resto
del baile. |
EL PRESIDENTE.-
Y este será el hombre
que casará con la Milford, y llegará a ser
el primer personaje de la corte. |
EL MARISCAL.-
Me parte
V. el corazón de una puñalada... Será...
será... ¿Por qué? No veo qué necesidad
haya de ello. |
EL PRESIDENTE.-
Porque mi Fernando no
quiere, y no se presenta ningún otro. |
EL MARISCAL.-
¿Pero
no sabe V. modo de obligar al Mayor, por desesperado y extraño
que sea? ¿Qué habrá desagradable en el mundo
que no nos parezca excelente para echar a ese maldito Bock?
|
EL PRESIDENTE.-
Sólo conozco un medio, y este
depende de V. |
EL MARISCAL.-
¿Depende de mí?
y es... |
EL PRESIDENTE.-
Malquistar al Mayor con su
amada. |
EL MARISCAL.-
¿Malquistarle?... ¿Qué
quiere V decir?... ¿Qué puedo hacer? |
EL PRESIDENTE.-
Todo
se habrá salvado desde el momento en que le cieguen
algunas sospechas con respecto a la niña. |
EL MARISCAL.-
Que
sospeche que roba, por ejemplo. |
EL PRESIDENTE.-
¡Ca...
hombre!... ¡Cómo podría creerlo!... que mantiene
relaciones con otro. |
EL MARISCAL.-
¿Y este otro? |
EL
PRESIDENTE.-
Sería V. |
EL MARISCAL.-
¡Cómo!...
¿Yo?... ¿Es noble ella? |
EL PRESIDENTE.-
Esto poco importa.
¡Vaya una ocurrencia!... La hija de un músico. |
EL
MARISCAL.-
Una niña del estado llano... Entonces,
eso no puede ser... ¡Cómo! |
EL PRESIDENTE.-
¡Cómo
que no puede ser!... ¿Se burla V.? ¿A quién se le
ocurre enterarse de la genealogía de una muchacha
bonita? |
EL MARISCAL.-
Pero observe V... un hombre casado...
¿y mi reputación en la corte? |
EL PRESIDENTE.-
Esto
es otra cosa. Perdone V. No sabía que fuera más
importante para V. una reputación sin tacha, que tener
influencia. Doblemos la hoja. |
EL MARISCAL.-
Póngase
V. en mi lugar, barón. No lo entendía así.
|
EL PRESIDENTE.-
(Con frialdad.) No, no; le sobra a
V. la razón. Fuera de que me siento fatigado y dejaré
que ruede la bola. Mil parabienes al primer ministro Bock.
Otros Estados hay en el mundo. Presentaré mi dimisión
al Duque. |
EL MARISCAL.-
¿Y yo? A V. fácil es
hablar así... un sabio, pero yo... ¡mon Dieu! ¿qué
soy, si Su Alteza me abandona? |
EL PRESIDENTE.-
Un dicho
de ayer; la moda del año pasado. |
EL MARISCAL.-
¡Oh
caro! ¡oh queridísimo amigo! por Dios le ruego que
abandone su propósito, y haré cuanto V. guste.
|
EL PRESIDENTE.-
¿Quiere V. prestar su nombre para un
rendez-vous que dará a V. la Miller? |
EL MARISCAL.-
Juro
a Dios que lo prestaré. |
EL PRESIDENTE.-
¿Y dejará
V. caer ese billete, en ocasión en que pueda verlo
el Mayor? |
EL MARISCAL.-
En la parada, por ejemplo,
donde podré soltarlo como por casualidad, sacándome
el pañuelo del bolsillo. |
EL PRESIDENTE.-
Y se
hará V. el enamorado delante del Mayor, ¿verdad?
|
EL MARISCAL.-
¡Mort de ma vie...! Ya verá V.
cómo le caliento las orejas, y le enseño a
ese caballerete el modo de birlarme la novia. |
EL PRESIDENTE.-
Eso
marcha a maravilla. Hoy escribiremos el billete. Pásese
V. por mi casa esa tarde a recogerlo, y a preparar el bromazo
conmigo. |
EL MARISCAL.-
En cuanto haya hecho diez y
seis visitas de mucha importancia. Perdone V. si me voy ahora.
(Se va.) |
EL PRESIDENTE.-
(Llama.) ¡Mariscal!... Confío
en su habilidad. |
EL MARISCAL.-
Ah! mon Dieu!... ya
me conoce V. |
Escena IV
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Aposento en casa MILLER.
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LUISA.- FERNANDO.
|
LUISA.-
Cesa, te ruego; ya no espero un solo día
de felicidad; todas mis esperanzas han fallido. |
FERNANDO.-
Pues
las mías han aumentado. Mi padre está furioso
y va a dirigir contra nosotros todas sus baterías,
con lo cual me forzará a obrar como un hijo sin entrañas.
¿Qué me importa mi deber filial? La rabia y la desesperación
me arrancarán el terrible secreto de su asesinato,
y el hijo entregará al padre en manos del verdugo.
El trance es extremo, como es, fuerza que sea, para decidir
a mi amor a ese paso de gigante. ¡Oye, Luisa! Surge en mi
ánimo un pensamiento grande, inmenso, como mi pasión.
¡Los dos unidos por el amor!... ¿No se halla en eso el cielo
entero?... ¿Tienes necesidad de algo más? |
LUISA.-
Detente;
ni una palabra más. Tiemblo de lo que vas a decir.
|
FERNANDO.-
Si nada aguardamos del mundo, ¿a qué
mendigar su sufragio? ¿por qué arriesgarse donde no
hay nada que ganar, y mucho que perder? ¿No brillarán
tus ojos con el mismo fulgor, reflejados en la corriente
del Rhin, o del Elba, o del mar Báltico? Mi patria
está para mí, donde mi Luisa me ame. La huella
de tus pies en la arena del desierto, es de mayo precio para
mí, que las catedrales de mi país. ¡Cómo
echar de menos el esplendor de las ciudades! Donde quiera
que vayamos, Luisa mía, hemos de ver salir y ponerse
el sol; espectáculo ante el cual palidecen las maravillas
del arte. No hemos de rogar a Dios en el templo, pero la
noche extenderá en torno su religioso horror, y la
mudable luna nos exhortará a la penitencia, y una
iglesia de estrellas rogará con nosotros. Serán
interminables nuestros coloquios amorosos; sí, una
sonrisa de mi amada puede dar asunto a ellos por un siglo.
Hasta que sepa qué es de esta lágrima, durará
el sueño de mi vida. |
LUISA.-
¿Y no tienes otro
deber que tu amor? |
FERNANDO.-
(Abrazándola.)
El más sagrado consiste en alcanzar tu reposo. |
LUISA.-
(Con
seriedad.) Entonces, cállate y déjame... Mi
padre no posee más que a su hija única... mi
padre, que mañana cumplirá sesenta años,
y se ve perseguido por la venganza del tuyo. |
FERNANDO.-
(Con
viveza.) Se vendrá con nosotros. Ya ves; no queda
ya obstáculo alguno, querida Luisa. Corro a cambiar
en oro, cuanto tengo de precioso, y tomaré al propio
tiempo anticipada una cantidad de dinero de mi padre. Despojar
al ladrón, es lícito; fuera de que ¿no son
sus tesoros el precio de la sangre de la patria? Esta noche,
a la una, vendrá un carruaje; os meto en él
y huimos. |
LUISA.-
Seguidos de la maldición de
tu padre... maldición esta, ¡insensato! que en los
mismos labios del asesino es oída del cielo; maldición
que ha de perseguirnos como sombra implacable, para echarnos
de un mar a otro mar... No, amor mío. Si es fuerza
cometer un crimen para que seas mío, me siento aún
con fuerzas para perderte. |
FERNANDO.-
(Inmóvil,
balbuceando con sombrío ademán.) ¿Verdad?
|
LUISA.-
¡Perderte!... ¡Qué horrible pensamiento!...
Tan espantoso es que palideciera la misma dicha al concebirlo...
¡Fernando!... ¡Perderte!... Mas no se pierde sino lo que
se ha poseído, y tú perteneces a tu condición.
Mis pretensiones eran sacrílegas y las abandono temblando.
|
FERNANDO.-
(Con el semblante demudado, y mordiéndose
el labio inferior.) ¿Las abandonas? |
LUISA.-
No; mírame,
querido Walter; no te muerdas el labio. Oye; deja que reanime
con tu ejemplo tu espirante valor; deja que sea la heroína
en esa crisis... y devuelva a los brazos de su padre al hijo
extraviado, y renuncie a un enlace que hace imposible el
estado de la sociedad, y que subvertiría el orden
eterno, el orden general. Yo soy la culpable, yo, que concebí
temerarios e insensatos deseos...; mi desgracia es mi castigo...
Pero déjame la tierna y lisonjera ilusión de
que soy yo quien hace un sacrificio. ¿Quieres envidiarme
esta dicha? (FERNANDO, distraído como está,
coge colérico un violín, e intenta tocarlo.
Luego rompe las cuerdas, echa al suelo el instrumento, y
suelta una carcajada.) Walter... ¡Dios mío! ¿qué
haces?... serénate... Ese instante reclama firmeza;
es la hora de la separación... Eres hombre de corazón,
querido Walter, lo conozco... Tu amor es ardiente como la
vida; sin límites, como el infinito... Concédelo
a noble y digna criatura... no tendrá que envidiar
a las más felices. (Reprimiendo sus lágrimas.)
No has de verme más... La pobre niña engañada
en sus esperanzas, llorará su dolor entre cuatro paredes,
sin que nadie cuide de sus lágrimas... Mi porvenir
es vacío y muerte... pero de cuando en cuando, aspiraré
todavía las marchitas flores del pasado. (Vuelve el
rostro y le tiende la mano temblorosa.) Adiós, señor
Walter. |
FERNANDO.-
(Volviendo en sí.) Voy a fugarme,
Luisa. ¿De veras no quieres seguirme? |
LUISA.-
(Se sienta
en el fondo y oculta el rostro entre las manos.) Mi deber
me ordena quedarme y sufrir. |
FERNANDO.-
Me engañas,
sierpe; alguna otra razón te encadena aquí.
|
LUISA.-
(Con profundo dolor.) Créalo V. al menos;
esto le hará quizá menos desgraciado. |
FERNANDO.-
¡El
glacial deber junto al ardiente amor!... ¡No me dejo alucinar
por ese cuento de niño! Un amante te encadena... ¡Ay
de ti y ay de él, si se confirman mis sospechas! (Se
va corriendo.) |
Escena VI
|
|
LUISA y el
secretario WURM.
|
WURM.-
(Acercándose.) Buenas
tardes señorita. |
LUISA.-
¡Dios mío!...
¿Quién habla aquí? (Se vuelve, ve al secretario
y retrocede asustada.) ¡Horror!... ¡Ciertos eran mis presentimientos!
Van a realizarse fatalmente. (Al secretario mirándole
con desprecio.) ¿Busca V. sin duda al Presidente? Ya no está
aquí. |
WURM.-
No, señorita; venía
por V. |
LUISA.-
Entonces me sorprende que no fuera V.
a la plaza del mercado. |
WURM.-
¿Por qué debía
ir cabalmente allí? |
LUISA.-
A sacar a su novia
de la picota. |
WURM.-
¡Qué injusta sospecha,
señorita Miller! |
LUISA.-
(Interrumpiéndole.)
¿En qué puedo servir a V.? |
WURM.-
Vengo con
recado de su padre. |
LUISA.-
¿De mi padre?... ¿Y dónde
está ahora? |
WURM.-
Donde no quisiera. |
LUISA.-
Por
Dios, hable V... ¡lo que presiento!... ¿Dónde está
padre? |
WURM.-
En la cárcel, ya que desea V.
saberlo. |
LUISA.-
(Alzando los ojos al cielo.) Esto
más... esto más... ¿En la cárcel?...
¿Y por qué? |
WURM.-
Por orden del Duque. |
LUISA.-
¡Del
Duque! |
WURM.-
Por el desacato que cometió con
Su Majestad, en la persona de su representante. |
LUISA.-
¡Cómo!
¡Cómo!... ¡Dios poderoso! |
WURM.-
Ha resuelto
castigar al culpable. |
LUISA.-
Esto me faltaba... Después
de mi pasión por el Mayor, quedaba aún una
emoción violenta para mi alma, y no se me había
de excusar... ¡Un desacato! ¡Oh Providencia celeste!... salva,
salva mi vacilante fe!... ¿y Fernando? |
WURM.-
Casará
con lady Milford, o será maldecido y desheredado.
|
LUISA.-
¡Horrible alternativa!... Y sin embargo, él
es más feliz que yo... no tiene padre que perder...
Verdad que harto castigo es no tenerlo. ¡Mi padre culpable
de lesa majestad!... mi amante, maldito, desheredado, forzado
a casar con Milady... ¡magnífico! Una infamia perfecta,
es también una perfección... No; falta algo
todavía. ¿Dónde está mi madre? |
WURM.-
En
la galera. |
LUISA.-
(Con sonrisa de dolor.) Así;
obra completa... Ahora, soy libre... sin deber alguno...
privada de toda dicha, y también de toda pena... abandonada
por la Providencia... Ya no tengo necesidad de nada. (Pausa.)
¿Tiene V. que anunciarme algo más? Hable V.; estoy
dispuesta a oírlo todo. |
WURM.-
Sabe V. cuanto
ha ocurrido. |
LUISA.-
No; ¿qué puede ocurrir
todavía? (Mira al secretario de arriba abajo.) ¡Pobre
hombre!... ¡qué triste oficio estás haciendo!...
Imposible es que te haga feliz... Terrible cosa es hacer
la desgracia de los demás, pero más terrible
todavía anunciársela, lanzar el canto siniestro
del búho, y seguir plantado aquí mientras el
corazón tembloroso mana sangre atravesado por el dardo
de hierro de la necesidad, viendo cómo llega a dudar
de Dios un cristiano... ¡Dios del cielo! Mas que te valiera
cien mil escudos cada lágrima de angustia..., no quisiera
hallarme en tu lugar... ¿Qué puede ocurrir todavía?
|
WURM.-
No lo sé. |
LUISA.-
No quiere V.
saberlo. Niéganse los labios a pronunciar el terrible
mensaje; pero en la calma sepulcral de tu rostro, aparece
a mis ojos el espectro. ¿Hay más? Dijo V. hace poco
que el Duque pensaba castigar al culpable. ¿Quién
es el culpable para V.? |
WURM.-
No quiera V. saberlo.
|
LUISA.-
Óyeme; sin duda aprendiste con el verdugo;
si no, ¿por dónde sabes tú el modo de aplicar
el hierro a los fracturados miembros, y mantener suspendido
sobre el corazón el golpe mortal? ¿Qué le espera
a mi padre? Las palabras que tú pronuncias sonriendo,
traen la muerte consigo. ¡Cómo descubrir lo que me
ocultas! Habla; descarga sobre mí el peso que debe
aplastarme. ¿Qué le espera a mi padre? |
WURM.-
Una
causa criminal. |
LUISA.-
¿Y qué es esto? yo no
sé nada, soy muy simplona, y no comprendo vuestros
terribles latinajos. ¿Qué es una causa criminal?
|
WURM.-
Una causa en que se ventila la vida o la muerte.
|
LUISA.-
(Con firmeza.) Gracias. (Se va corriendo hacia
el cuarto contiguo.) |
WURM.-
(Perplejo, sin moverse.)
¿A dónde va V.?... ¿Intentará esa loca...?
¡Diablo!... No se atreverá... Corro tras ella... soy
responsable de su vida. (En actitud de seguirla.) |
LUISA.-
(Vuelve
a salir, con una manteleta.) Dispénseme V., señor
secretario; voy a cerrar la puerta. |
WURM.-
¿A dónde
va V. con tanta prisa? |
LUISA.-
A casa el Duque. |
WURM.-
¿Cómo?...
¿A dónde? (La detiene, asustado.) |
LUISA.-
A
casa el Duque... ¿Lo oye V.?... A casa el Duque, que quiere
que sentencien a mi padre. Digo mal, no lo quiere él,
no; sino algunos infames. Él sólo intervendrá
en ese proceso de lesa majestad, para poner su real firma.
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WURM.-
(Suelta una carcajada.) ¿A casa el Duque? |
LUISA.-
Ya
me figuro de qué se ríe V. ¿Que no hallaré
quien me compadezca, verdad? ¡Dios de misericordia! ¡que
sólo seré oída con aversión!
Ya me han dicho que los grandes no saben ni quieren saber
lo que es la desgracia; mas yo se lo diré, yo les
pintaré todas sus mortales angustias, con gemidos
que les penetrarán hasta el tuétano. Y cuando
vea erizarse sus cabellos, he de gritarles para terminar,
que también llega para ellos el estertor de la agonía,
y que el día del juicio final pasarán por la
misma criba los reyes y los mendigos. (Hace que se va.)
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WURM.-
(Con fingido afecto y mala intención.)
Sí; vaya V., vaya V.; es lo mejor que puede V. hacer.
Yo le aconsejo que vaya, y aseguro a V. que el Duque la recibirá
muy bien. |
LUISA.-
(Se detiene de súbito.) ¿Qué
dice V.? ¿V. mismo me lo aconseja? (Vuelve.) ¡Hum! ¿qué
resuelvo? Cuando éste me lo aconseja, malo será.
¿De dónde saca V. que el Príncipe me recibirá
bien? |
WURM.-
¡Toma!... No ha de hacerlo gratis. |
LUISA.-
¿Gratis?
¿Y qué valor puede dar a un acto de humanidad? |
WURM.-
La
linda pedigüeña es precio bastante... |
LUISA.-
(Estupefacta,
lanzando un grito) ¡Justo Dios! |
WURM.-
Supongo que
tratándose de la salvación de un padre, no
le parecerá V. caro. |
LUISA.-
(Paseándose
a largos pasos fuera de sí.) Sí, sí;
es cierto. A vuestros nobles los propios vicios, como ejércitos
de querubines, les mantienen separados de la verdad. ¡Dios
venga en tu socorro, padre mío! Tu hija puede morir,
pero no pecar por ti. |
WURM.-
Singular noticia para
el pobre hombre abandonado... Pues mi Luisa me ha perdido,
me decía, ella me salvará. Voy a llevarle la
contestación de V., señorita. (Hace que se
va.) |
LUISA.-
(Corre hacia él y le detiene.)
Aguarde V. ¡Un poco de paciencia! Qué listo anda ese
demonio, en cuanto se trata de desesperar a un hombre. Pues
le perdí, debo salvarle. Hable V..., aconséjeme
V. ¿Qué puedo hacer? |
WURM.-
No hay más
que un medio. |
LUISA.-
Veamos este medio. |
WURM.-
Su
padre de V. lo desea también. |
LUISA.-
¡Mi padre!...
el medio... |
WURM.-
Es fácil, me parece. |
LUISA.-
Nada
me parece tan difícil como la deshonra. |
WURM.-
Si
V. desea devolver la libertad al Mayor... |
LUISA.-
¡Hacer
que no me ame! Se chancea V. ¿Depende de mí, por ventura,
cuando fui yo la solicitada? |
WURM.-
No quería
decir esto, señorita. Es menester que el Mayor se
retire espontánea y voluntariamente. |
LUISA.-
No
lo hará. |
WURM.-
V. se lo figura. No se habría
dirigido ciertamente a V., si no contara V. con eficaces
recursos. |
LUISA.-
¿Puedo forzarle a que me aborrezca?
|
WURM.-
Probaremos. Siéntese V. |
LUISA.-
(Confusa.)
¿Que proyecto llevas? |
WURM.-
Siéntese V. y escriba.
Aquí hay pluma, tintero y papel. |
LUISA.-
(Se
sienta, hondamente perturbada.) ¿Qué he de escribir,
y a quién? |
WURM.-
Al verdugo de su padre de
V. |
LUISA.-
¡Ah!... ¡Cómo sabes poner el alma
en un potro! (Coge la pluma.) |
WURM.-
(Dictando.) «Señor.»
(LUISA escribe con mano temblorosa.) «Tres insoportables
días han trascurrido... han trascurrido.. sin que
nos viéramos.» |
LUISA.-
(Sorprendida suelta la
pluma.) ¿A quién se dirige la carta? |
WURM.-
Al
verdugo de su padre de V. |
LUISA.-
¡Oh Dios mío!
|
WURM.-
«Culpe Vuecencia al Mayor... al Mayor, que me
cela como un Argos.» |
LUISA.-
(Levantándose.)
¡Infamia como ella! ¿A quién va dirigida la carta?
|
WURM.-
Al verdugo de su padre de V. |
LUISA.-
(Juntando
las manos.) ¡No, no, no; esto es una tiranía! ¡Oh
Dios! ¡castiga al hombre que te ofende, conforme a su humana
condición; mas no me estreches con semejantes terrores,
no me columpies entre la muerte y la infamia, no me arrojes
en brazos de este demonio, ávido de sangre... Haga
V. lo que guste; no escribiré esto jamás.
|
WURM.-
(Cogiendo el sombrero.) Como V. quiera, señorita;
ni más ni menos de lo que a V. le plazca. |
LUISA.-
¡Que
como me plazca, dice V.! ¡Bárbaro! ve, suspende a
un desgraciado sobre el abismo del infierno, exige de él
cualquier cosa, blasfema de Dios, y pregúntale después
si le place... ¡Oh! Harto sabes que los impulsos naturales
encadenan el alma. Ya todo me es igual; dicte V... En nada
pienso ya... cedo a las artimañas del infierno. (Se
sienta por segunda vez.) |
WURM.-
«que... me cela constantemente
como un Argos.» ¿Está? |
LUISA.-
Siga, siga.
|
WURM.-
«Ayer el Presidente estuvo en casa. Había
que ver al buen Fernando cómo forcejeaba para defender
mi honor.» |
LUISA.-
¡Bien!... ¡bien!... ¡Magnífico!
Siga V. |
WURM.-
«Salí del paso, fingiendo un
desmayo..., un desmayo porque no podía tener la risa.»
|
LUISA.-
¡Oh cielos! |
WURM.-
«Pero bien pronto
se hará insoportable... insoportable esa máscara...
Si pudiera escapar...» |
LUISA.-
(Se detiene, se levanta,
va y vuelve con la cabeza inclinada al suelo, como si buscara
algo. Luego se sienta de nuevo y escribe.) «...pudiera escapar!»
|
WURM.-
«Mañana está de servicio. Aproveche
Vuecencia el instante en que me dejará sola, y acuda
al sitio que sabe.» ¿Está? «al sitio que sabe.» |
LUISA.-
Está.
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WURM.-
«Al sitio que sabe, en busca de su tierna Luisa.»
|
LUISA.-
Faltan las señas. |
WURM.-
«Al Sr.
Mariscal de Kalb.» |
LUISA.-
¡Oh Providencia! Nombre
tan extraño a mi oído, como ajenas a mi corazón
estas infames líneas. (Se levanta, contempla en silencio
el papel, lo entrega al secretario, y dice, falta de aliento.)
Tome V... mi nombre sin tacha, mi Fernando... toda la felicidad
de mi vida, pongo en sus manos... Ya nada me queda. |
WURM.-
¡Oh!
no desespere V., querida Luisa... me intereso vivamente por
V... Tal vez... ¡quién sabe!... pasaría por
alto ciertas cosas... en verdad... Vaya... que me da V. compasión.
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LUISA.-
(Mirándole fijamente.) Basta, que va
V. a manifestar un deseo horrible. |
WURM.-
(Asiéndole
la mano y pretendiendo besarla.) Supongamos que fuera esta
linda mano... ¿Qué le parece a V., señorita?
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LUISA.-
(Con grandeza y horror.) Había de estrangularte
el día de la boda, y luego sufrir el tormento satisfecha.
(Hace que se va y vuelve.) ¿Hemos concluido, señor
mío? ¿Puede emprender el vuelo la paloma? |
WURM.-
Falta
una pequeña formalidad, señorita. V. reconocerá
conmigo, V. jurará que ha escrito la carta libremente,
sin coacción de ningún género. |
LUISA.-
¡Oh
Dios mío!... Y será sellada con tu nombre esta
obra del infierno. (WURM se va con ella.)
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