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ArribaAbajoActo III


Escena primera

 

Un salón en casa del PRESIDENTE.

 
 

El PRESIDENTE.-El Secretario WURM.

 

EL PRESIDENTE.-  Mal negocio es este, en verdad.

WURM.-  Lo que yo temía, señor. La opresión irrita, sin convertirlas, a las naturalezas exaltadas.

EL PRESIDENTE.-  ¡Cuánta confianza tenía en este proyecto! Me decía: cuando la niña esté deshonrada, él, en su calidad de oficial, se verá obligado a retirarse.

WURM.-  Claro que sí, mas para esto era necesario primero deshonrarla.

EL PRESIDENTE.-  Sin embargo, ahora que reflexiono serenamente sobre lo ocurrido, veo que no debía permitir que se me impusiera. Nunca pudo dirigirme en serio semejante amenaza.

WURM.-  No lo crea Vuecencia. La pasión irritada no retrocede ante ninguna locura. Vuecencia mismo me habló de la falta de respeto del Mayor y de la resistencia que oponía a ser dirigido. Ya lo creo. Las ideas que ha mamado en la Academia no me complacen del todo ciertamente. Porque, vamos a ver, ¿qué valen estos fantásticos sueños de grandeza de alma y nobleza personal en una corte, entre gentes, cuya mayor sabiduría debe consistir sin duda en humillarse y engrandecerse hábilmente según las ocasiones? Es muy joven y arrebatado todavía para resignarse a subir por el camino lento y tortuoso de los amaños, y sólo despertará su ambición, cuanto le parezca aventurado y grande.

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EL PRESIDENTE.-   (Con enfado.) ¿Qué tienen que ver tales observaciones con nuestro asunto?

WURM.-  Señalan la herida y tal vez el remedio. Nunca, en ningún caso era oportuno, permítame Vuecencia que se lo diga, tomar por confidente a un hombre de ese carácter, o convertirle en enemigo. Mira con horror los medios de que se valió Vuecencia para encumbrarse. La piedad filial ha detenido tal vez hasta ahora la lengua del traidor, pero dele Vuecencia ocasión de soltarla... y veremos. Si Vuecencia combate con mano fuerte sus pasiones, y le da lugar a creer que cesó de ser para él un padre tierno, triunfarán en su ánimo sus deberes de buen ciudadano. ¡Vaya que fue capricho ofrecer a la justicia víctima tal, bastante por sí sola para arrastrar a su pérdida a su mismo padre.

EL PRESIDENTE.-  ¡Wurm! ¡Wurm!... V. me lleva al borde de un abismo.

WURM.-  Yo sacaré a Vuecencia de él. ¿Puedo hablar con libertad?

EL PRESIDENTE.-   (Sentándose.)  Como un condenado a su compañero de condena.

WURM.-  Entonces, perdóneme Vuecencia. ¿No debe Vuecencia a la flexibilidad del cortesano la posición de presidente? pues ¿por qué no usar de la misma como padre? Recuerdo todavía con qué cordialidad invitó Vuecencia a una partida de juego a su predecesor y a beber una botella de Borgoña, departiendo amigablemente, la misma noche en que debía volar la mina y saltar por los aires el buen hombre. ¿Por qué revelará Fernando el nombre del rival? Nunca debió saber que yo conocía sus amores. Bien pudo Vuecencia dirigirse a la niña para ir destruyendo sordamente esa novela, y conservar al propio tiempo el afecto de Fernando. Con esto obraba como el general prudente que no ataca al enemigo en el corazón de su ejército, sino que siembra la discordia en las filas.

EL PRESIDENTE.-  ¿Y cómo hacerlo?

WURM.-  Del modo más sencillo. No se perdió la partida todavía. Reprima Vuecencia por algún tiempo el afecto de padre, sin intentar medirse con una pasión, que no hará más que crecer con los obstáculos, y déjeme a mí el cuidado de empollar el gusano que ha de roerla.

EL PRESIDENTE.-  Curioso estoy...

WURM.-  O yo comprendo mal el barómetro del alma, o los celos de Fernando son tan terribles como su amor. Hagamos nacer las sospechas... verosímiles o no. Basta una miajita de levadura para que fermente y se destruya todo.

EL PRESIDENTE.-  ¿Pero dónde hallaremos la levadura?

WURM.-  Ya estamos. Ante todo, dígame, ¿qué riesgo corre como se prolongue la obstinación del Mayor? ¿qué importancia tiene para Vuecencia que se termine esa novela con la muchacha, o se concluya el enlace con lady Milford?

EL PRESIDENTE.-  ¿Y me lo preguntas, Wurm? Pierdo mi influencia si no se casa con Milady, y arriesgo mi vida si fuerzo la voluntad del Mayor.

WURM.-   (Alegremente.)  Entonces, hágame el favor de escucharme. Con el mayor emplearemos la astucia; con la niña, el poder. Le dictamos un billete amoroso dirigido a una tercera persona, y hacemos luego que caiga en manos del muchacho.

EL PRESIDENTE.-  ¡Qué locura! ¡Como si ella pudiera resolverse tan pronto a firmar su sentencia de muerte!

WURM.-  Lo hará, si puedo yo manejarme libremente. Conozco a fondo su excelente corazón, que tiene dos puntos vulnerables; por ellos asaltaremos su conciencia; el uno, el amor a su padre; el otro, el amor a Fernando. Damos de lado a éste, y obramos así con más osadía por lo que respeta al músico.

EL PRESIDENTE.-  Veamos.

WURM.-  Por lo que Vuecencia me contó de lo ocurrido en la casa, nada tan fácil como amenazar al padre con una causa criminal. En cierto modo, la persona del privado y guarda-sellos es la representación del Príncipe; ofender a uno, es atentar a la majestad del otro. Por lo menos yo, con ese espantajo que me encargo de ajustar, hago pasar al pobre diablo por el ojo de una aguja.

EL PRESIDENTE.-  Pero la causa no podría formalizarse.

WURM.-  Ni mucho menos... sólo lo bastante para poner en apuros a la familia. Ponemos a la sombra al padre, y si a mano viene, para aumentar la inquietud, a la madre también; luego se amenaza con la acusación capital, el cadalso, la prisión perpetua, y establecemos por condición única, para alcanzar la libertad, que la muchacha escriba la carta.

EL PRESIDENTE.-  Bien, bien, comprendo.

WURM.-  Ella ama a su padre con pasión, por decirlo así... Viéndole en peligro de perder la vida, o cuando menos la libertad...; atenta a los reproches de su conciencia...; en la imposibilidad de poseer al Mayor...; luego, perturbada, de lo cual me encargo... no falla; caerá en el garlito.

EL PRESIDENTE.-  Pero mi hijo lo sabrá todo al instante, y se pondrá más furioso que nunca.

WURM.-  Descuide Su Excelencia. No se pondrá en libertad ni al padre, ni a la madre, sin haber hecho jurar antes a toda la familia que guardarán el secreto y que confirmarán nuestra superchería.

EL PRESIDENTE.-  ¡Un juramento! ¿Y qué podemos esperar de un juramento, imbécil?

WURM.-  Nada, si se tratara de nosotros; todo, de esa ralea de gente... Vea Vuecencia cómo de ese modo alcanzamos todos nuestro objeto. La niña pierde el amor de Fernando, y la reputación. El padre y la madre van resignándose poco a poco, subyugados por una aventura de esa especie, y al fin les parecerá en mí un acto de conmiseración el rehabilitar a su hija, ofreciéndole mi mano.

EL PRESIDENTE.-   (Riendo y moviendo la cabeza.) ¡Ah pícaro!... Me confieso vencido... Ardid de una sutileza satánica, a fe mía... El discípulo sobrepuja al maestro. Sepamos ahora a quién debe dirigirse el billete. ¿Con quién haremos que sospechen que tiene tratos?

WURM.-  Necesariamente con uno que deba ganarlo todo, o perderlo todo con la resolución de Fernando.

EL PRESIDENTE.-   (Después de reflexionar un instante.) Sólo conozco al Mariscal, para el caso.

WURM.-   (Encogiéndose de hombros.) No me enamoraría mucho que digamos, si fuera yo Luisa Miller.

EL PRESIDENTE.-  ¿Y por qué no? Te admiro, a fe. Deslumbradores trajes... oliendo a almizcle y a esencias..., por cada necia palabra, un puñado de oro... ¿no basta eso para corromper la delicadeza de una muchacha de baja estofa? ¡Ay amigo!... Los celos no reparan en pelillos... Mando buscar al Mariscal.  (Llama.) 

WURM.-  Mientras Vuecencia le habla y enjaula al músico, voy a extender el billetito.

EL PRESIDENTE.-   (Se acerca al pupitre.) Me lo traerás cuando esté concluido.  (WURM se va. El PRESIDENTE se sienta a la mesa. Sale un criado. El PRESIDENTE se levanta y le da un papel.)  Inmediatamente, esta orden de prisión al tribunal, y vaya otro a decir al Mariscal que tenga la bondad de venir aquí.

EL CRIADO.-  Su Excelencia se apea del coche en ese instante.

EL PRESIDENTE.-  Mejor que mejor. Dirás que sean ejecutadas sus órdenes con precaución y sin hacer ruido.

EL CRIADO.-  Está bien.

EL PRESIDENTE.-  ¿Oyes?... sin ruido.

EL CRIADO.-  Está bien....  (Se va.) 



Escena II

 

El PRESIDENTE.- El MARISCAL de la corte.

 

EL MARISCAL.-   (Con trazas de estar muy atareado.)  En passant entré, caro amigo. ¿Cómo va?... ¿Qué tal?.. Esta noche... la grande ópera Dido... fuegos artificiales magníficos... toda una ciudad incendiada... ¿V. irá a ver el incendio, verdad?

EL PRESIDENTE.-  Bastantes fuegos artificiales tengo en casa, que amenazan arrojar por los aires mi poder... Llega V. en la mejor ocasión, Mariscal, para darme un consejo, y ayudarme en una empresa que puede llevarnos adelante a ambos o arruinarnos completamente. Siéntese V.

EL MARISCAL.-  Me asusta V., mi buen amigo.

EL PRESIDENTE.-  Pues, como decía..., llevarnos adelante o arruinarnos del todo. V. conoce mi proyecto de boda de Milady con el Mayor, y comprende V. que es indispensable para asegurar la fortuna de ambos... Pues todo va a llevárselo la trampa, Kalb; Fernando no quiere.

EL MARISCAL.-  ¡Cómo que no quiere! ¡Cómo que no quiere!... Si he anunciado la boda a toda la corte... y no se habla de otra cosa.

EL PRESIDENTE.-  Pues corre V. el riesgo de pasar a los ojos de todos por un atolondrado... Ama a otra.

EL MARISCAL.-  Se burla V. ¿Y qué obstáculo es ese?

EL PRESIDENTE.-  Para aquel testarudo un obstáculo invencible.

EL MARISCAL.-  Pero ¿cómo?... ¿Será tan loco que así dé un puntapié a la fortuna?

EL PRESIDENTE.-  Pregúnteselo V. y ya verá lo que contesta.

EL MARISCAL.-  Pero, ¡mon Dieu! ¿qué puede contestar?

EL PRESIDENTE.-  Que está resuelto a denunciar al mundo entero el crimen con el cual nos encumbramos, exhibir nuestros falsos documentos, y entregarnos a los dos a la justicia...; esto puede contestar.

EL MARISCAL.-  ¿Está V. loco?

EL PRESIDENTE.-  Esto ha contestado, y estaba ya dispuesto a ejecutarlo. Con pena he logrado disuadirle, prometiéndole absoluta sumisión. ¿Qué dice V. a esto?

EL MARISCAL.-   (Atontado.)  Digo que no lo entiendo.

EL PRESIDENTE.-  Pase esto; hay más. Mis espías acaban de anunciarme que el copero mayor, Bock, debe pedir la mano de Milady.

EL MARISCAL.-  ¿Pero V. me vuelve loco? ¿Qué está V. diciendo? ¿Bock?... ¿qué está V. diciendo? ¿Sabe V. que somos mortales enemigos? ¿Sabe V. por qué?

EL PRESIDENTE.-  Esta es la primera noticia.

EL MARISCAL.-  Amigo, va V. a saberlo, y a buen seguro que se estremecerá V.: V. recordará el baile de la corte... hace de esto como veinte y un años... V. sabe... el baile aquel en que se danzó a la inglesa por primera vez, y el conde de Meerschaum se fue con el dominó hecho una lástima con las gotas de cera ardiendo que caían de las arañas... ¡si debe V. acordarse!...

EL PRESIDENTE.-  ¿Quién puede olvidar tamañas cosas?

EL MARISCAL.-  Ahora viene lo bueno. ¿Ve V?... Con la agitación de la danza, la princesa Amalia perdió la liga... Todos, como V. ya puede figurarse, nos pusimos en movimiento buscándola... Bock y yo, que éramos todavía gentil-hombres de cámara... recorrimos a gatas la sala entera buscando la liga... Al fin, la veo... Bock lo advierte... se echa sobre mí, me la arranca de las manos... ¿qué tal?... la presenta a la Princesa y me sopla las gracias... ¿qué tal, eh?

EL PRESIDENTE.-  ¡Impertinente!

EL MARISCAL.-  Y me sopla las gracias... Mire V., estuve a punto de enfermar. Nunca se vio maldad como esa. Por fin, me sereno, me acerco a Su Alteza, y le digo: Señora, Bock ha sido bastante afortunado para presentar la liga a Vuestra Alteza Real, mas quien la encontró el primero, goza en silencio y se calla.

EL PRESIDENTE.-  ¡Bravo, Mariscal, bravísimo!

EL MARISCAL.-  Y se calla. Pero he de guardar odio eterno a Bock, hasta el día del juicio final... ¡Bajo y rastrero adulador!... Y no fue esto solo... Cabalmente cuando nos arrojamos al suelo en busca de la liga, Bock me echó encima los polvos del lado derecho de la peluca, y héteme confuso el resto del baile.

EL PRESIDENTE.-  Y este será el hombre que casará con la Milford, y llegará a ser el primer personaje de la corte.

EL MARISCAL.-  Me parte V. el corazón de una puñalada... Será... será... ¿Por qué? No veo qué necesidad haya de ello.

EL PRESIDENTE.-  Porque mi Fernando no quiere, y no se presenta ningún otro.

EL MARISCAL.-  ¿Pero no sabe V. modo de obligar al Mayor, por desesperado y extraño que sea? ¿Qué habrá desagradable en el mundo que no nos parezca excelente para echar a ese maldito Bock?

EL PRESIDENTE.-  Sólo conozco un medio, y este depende de V.

EL MARISCAL.-  ¿Depende de mí? y es...

EL PRESIDENTE.-  Malquistar al Mayor con su amada.

EL MARISCAL.-  ¿Malquistarle?... ¿Qué quiere V decir?... ¿Qué puedo hacer?

EL PRESIDENTE.-  Todo se habrá salvado desde el momento en que le cieguen algunas sospechas con respecto a la niña.

EL MARISCAL.-  Que sospeche que roba, por ejemplo.

EL PRESIDENTE.-  ¡Ca... hombre!... ¡Cómo podría creerlo!... que mantiene relaciones con otro.

EL MARISCAL.-  ¿Y este otro?

EL PRESIDENTE.-  Sería V.

EL MARISCAL.-  ¡Cómo!... ¿Yo?... ¿Es noble ella?

EL PRESIDENTE.-  Esto poco importa. ¡Vaya una ocurrencia!... La hija de un músico.

EL MARISCAL.-  Una niña del estado llano... Entonces, eso no puede ser... ¡Cómo!

EL PRESIDENTE.-  ¡Cómo que no puede ser!... ¿Se burla V.? ¿A quién se le ocurre enterarse de la genealogía de una muchacha bonita?

EL MARISCAL.-  Pero observe V... un hombre casado... ¿y mi reputación en la corte?

EL PRESIDENTE.-  Esto es otra cosa. Perdone V. No sabía que fuera más importante para V. una reputación sin tacha, que tener influencia. Doblemos la hoja.

EL MARISCAL.-  Póngase V. en mi lugar, barón. No lo entendía así.

EL PRESIDENTE.-   (Con frialdad.) No, no; le sobra a V. la razón. Fuera de que me siento fatigado y dejaré que ruede la bola. Mil parabienes al primer ministro Bock. Otros Estados hay en el mundo. Presentaré mi dimisión al Duque.

EL MARISCAL.-  ¿Y yo? A V. fácil es hablar así... un sabio, pero yo... ¡mon Dieu! ¿qué soy, si Su Alteza me abandona?

EL PRESIDENTE.-  Un dicho de ayer; la moda del año pasado.

EL MARISCAL.-  ¡Oh caro! ¡oh queridísimo amigo! por Dios le ruego que abandone su propósito, y haré cuanto V. guste.

EL PRESIDENTE.-  ¿Quiere V. prestar su nombre para un rendez-vous que dará a V. la Miller?

EL MARISCAL.-  Juro a Dios que lo prestaré.

EL PRESIDENTE.-  ¿Y dejará V. caer ese billete, en ocasión en que pueda verlo el Mayor?

EL MARISCAL.-  En la parada, por ejemplo, donde podré soltarlo como por casualidad, sacándome el pañuelo del bolsillo.

EL PRESIDENTE.-  Y se hará V. el enamorado delante del Mayor, ¿verdad?

EL MARISCAL.-  ¡Mort de ma vie...! Ya verá V. cómo le caliento las orejas, y le enseño a ese caballerete el modo de birlarme la novia.

EL PRESIDENTE.-  Eso marcha a maravilla. Hoy escribiremos el billete. Pásese V. por mi casa esa tarde a recogerlo, y a preparar el bromazo conmigo.

EL MARISCAL.-  En cuanto haya hecho diez y seis visitas de mucha importancia. Perdone V. si me voy ahora.  (Se va.) 

EL PRESIDENTE.-   (Llama.) ¡Mariscal!... Confío en su habilidad.

EL MARISCAL.-  Ah! mon Dieu!... ya me conoce V.



Escena III

 

El PRESIDENTE.-WURM.

 

WURM.-  Ya están presos sin ruido el maestro y su mujer. ¿Vuecencia quiere leer la carta?

EL PRESIDENTE.-   (Después de haberla leído.) Muy bien, muy bien, mi querido secretario... El Mariscal se tragó también el anzuelo. Veneno como ese, puede emponzoñar la misma salud. Ahora vete a disponer el ánimo del padre, y a calentarle los cascos a la niña.  (Se van por diverso lado.) 



Escena IV

 

Aposento en casa MILLER.

 
 

LUISA.- FERNANDO.

 

LUISA.-  Cesa, te ruego; ya no espero un solo día de felicidad; todas mis esperanzas han fallido.

FERNANDO.-  Pues las mías han aumentado. Mi padre está furioso y va a dirigir contra nosotros todas sus baterías, con lo cual me forzará a obrar como un hijo sin entrañas. ¿Qué me importa mi deber filial? La rabia y la desesperación me arrancarán el terrible secreto de su asesinato, y el hijo entregará al padre en manos del verdugo. El trance es extremo, como es, fuerza que sea, para decidir a mi amor a ese paso de gigante. ¡Oye, Luisa! Surge en mi ánimo un pensamiento grande, inmenso, como mi pasión. ¡Los dos unidos por el amor!... ¿No se halla en eso el cielo entero?... ¿Tienes necesidad de algo más?

LUISA.-  Detente; ni una palabra más. Tiemblo de lo que vas a decir.

FERNANDO.-  Si nada aguardamos del mundo, ¿a qué mendigar su sufragio? ¿por qué arriesgarse donde no hay nada que ganar, y mucho que perder? ¿No brillarán tus ojos con el mismo fulgor, reflejados en la corriente del Rhin, o del Elba, o del mar Báltico? Mi patria está para mí, donde mi Luisa me ame. La huella de tus pies en la arena del desierto, es de mayo precio para mí, que las catedrales de mi país. ¡Cómo echar de menos el esplendor de las ciudades! Donde quiera que vayamos, Luisa mía, hemos de ver salir y ponerse el sol; espectáculo ante el cual palidecen las maravillas del arte. No hemos de rogar a Dios en el templo, pero la noche extenderá en torno su religioso horror, y la mudable luna nos exhortará a la penitencia, y una iglesia de estrellas rogará con nosotros. Serán interminables nuestros coloquios amorosos; sí, una sonrisa de mi amada puede dar asunto a ellos por un siglo. Hasta que sepa qué es de esta lágrima, durará el sueño de mi vida.

LUISA.-  ¿Y no tienes otro deber que tu amor?

FERNANDO.-   (Abrazándola.)  El más sagrado consiste en alcanzar tu reposo.

LUISA.-   (Con seriedad.) Entonces, cállate y déjame... Mi padre no posee más que a su hija única... mi padre, que mañana cumplirá sesenta años, y se ve perseguido por la venganza del tuyo.

FERNANDO.-   (Con viveza.) Se vendrá con nosotros. Ya ves; no queda ya obstáculo alguno, querida Luisa. Corro a cambiar en oro, cuanto tengo de precioso, y tomaré al propio tiempo anticipada una cantidad de dinero de mi padre. Despojar al ladrón, es lícito; fuera de que ¿no son sus tesoros el precio de la sangre de la patria? Esta noche, a la una, vendrá un carruaje; os meto en él y huimos.

LUISA.-  Seguidos de la maldición de tu padre... maldición esta, ¡insensato! que en los mismos labios del asesino es oída del cielo; maldición que ha de perseguirnos como sombra implacable, para echarnos de un mar a otro mar... No, amor mío. Si es fuerza cometer un crimen para que seas mío, me siento aún con fuerzas para perderte.

FERNANDO.-   (Inmóvil, balbuceando con sombrío ademán.)  ¿Verdad?

LUISA.-  ¡Perderte!... ¡Qué horrible pensamiento!... Tan espantoso es que palideciera la misma dicha al concebirlo... ¡Fernando!... ¡Perderte!... Mas no se pierde sino lo que se ha poseído, y tú perteneces a tu condición. Mis pretensiones eran sacrílegas y las abandono temblando.

FERNANDO.-   (Con el semblante demudado, y mordiéndose el labio inferior.) ¿Las abandonas?

LUISA.-  No; mírame, querido Walter; no te muerdas el labio. Oye; deja que reanime con tu ejemplo tu espirante valor; deja que sea la heroína en esa crisis... y devuelva a los brazos de su padre al hijo extraviado, y renuncie a un enlace que hace imposible el estado de la sociedad, y que subvertiría el orden eterno, el orden general. Yo soy la culpable, yo, que concebí temerarios e insensatos deseos...; mi desgracia es mi castigo... Pero déjame la tierna y lisonjera ilusión de que soy yo quien hace un sacrificio. ¿Quieres envidiarme esta dicha?  (FERNANDO, distraído como está, coge colérico un violín, e intenta tocarlo. Luego rompe las cuerdas, echa al suelo el instrumento, y suelta una carcajada.) Walter... ¡Dios mío! ¿qué haces?... serénate... Ese instante reclama firmeza; es la hora de la separación... Eres hombre de corazón, querido Walter, lo conozco... Tu amor es ardiente como la vida; sin límites, como el infinito... Concédelo a noble y digna criatura... no tendrá que envidiar a las más felices.  (Reprimiendo sus lágrimas.)  No has de verme más... La pobre niña engañada en sus esperanzas, llorará su dolor entre cuatro paredes, sin que nadie cuide de sus lágrimas... Mi porvenir es vacío y muerte... pero de cuando en cuando, aspiraré todavía las marchitas flores del pasado.  (Vuelve el rostro y le tiende la mano temblorosa.) Adiós, señor Walter.

FERNANDO.-   (Volviendo en sí.) Voy a fugarme, Luisa. ¿De veras no quieres seguirme?

LUISA.-   (Se sienta en el fondo y oculta el rostro entre las manos.) Mi deber me ordena quedarme y sufrir.

FERNANDO.-  Me engañas, sierpe; alguna otra razón te encadena aquí.

LUISA.-   (Con profundo dolor.) Créalo V. al menos; esto le hará quizá menos desgraciado.

FERNANDO.-  ¡El glacial deber junto al ardiente amor!... ¡No me dejo alucinar por ese cuento de niño! Un amante te encadena... ¡Ay de ti y ay de él, si se confirman mis sospechas!  (Se va corriendo.) 



Escena V

 

LUISA, sola. Permanece inmóvil y sin decir palabra, sentada en una silla; luego se levanta, y mira en torno suyo como asustada.

 

LUISA.-  ¿Dónde estarán mis padres? Padre prometió volver a los pocos minutos, y hace ya cinco horas mortales que está fuera... Si le habrá ocurrido algo... ¡Ay qué emoción!... ¿Por qué me sentiré tan oprimida?  (WURM entra en la sala, y se queda en el fondo sin que ella le vea.) Esto no es nada... fantasmas de mi imaginación, que engendró el insomnio. Una vez se apoderó del ánimo el espanto, los ojos se fingen espectros donde quiera.



Escena VI

 

LUISA y el secretario WURM.

 

WURM.-   (Acercándose.) Buenas tardes señorita.

LUISA.-  ¡Dios mío!... ¿Quién habla aquí?  (Se vuelve, ve al secretario y retrocede asustada.)  ¡Horror!... ¡Ciertos eran mis presentimientos! Van a realizarse fatalmente.  (Al secretario mirándole con desprecio.)  ¿Busca V. sin duda al Presidente? Ya no está aquí.

WURM.-  No, señorita; venía por V.

LUISA.-  Entonces me sorprende que no fuera V. a la plaza del mercado.

WURM.-  ¿Por qué debía ir cabalmente allí?

LUISA.-  A sacar a su novia de la picota.

WURM.-  ¡Qué injusta sospecha, señorita Miller!

LUISA.-   (Interrumpiéndole.)  ¿En qué puedo servir a V.?

WURM.-  Vengo con recado de su padre.

LUISA.-  ¿De mi padre?... ¿Y dónde está ahora?

WURM.-  Donde no quisiera.

LUISA.-  Por Dios, hable V... ¡lo que presiento!... ¿Dónde está padre?

WURM.-  En la cárcel, ya que desea V. saberlo.

LUISA.-   (Alzando los ojos al cielo.) Esto más... esto más... ¿En la cárcel?... ¿Y por qué?

WURM.-  Por orden del Duque.

LUISA.-  ¡Del Duque!

WURM.-  Por el desacato que cometió con Su Majestad, en la persona de su representante.

LUISA.-  ¡Cómo! ¡Cómo!... ¡Dios poderoso!

WURM.-  Ha resuelto castigar al culpable.

LUISA.-  Esto me faltaba... Después de mi pasión por el Mayor, quedaba aún una emoción violenta para mi alma, y no se me había de excusar... ¡Un desacato! ¡Oh Providencia celeste!... salva, salva mi vacilante fe!... ¿y Fernando?

WURM.-  Casará con lady Milford, o será maldecido y desheredado.

LUISA.-  ¡Horrible alternativa!... Y sin embargo, él es más feliz que yo... no tiene padre que perder... Verdad que harto castigo es no tenerlo. ¡Mi padre culpable de lesa majestad!... mi amante, maldito, desheredado, forzado a casar con Milady... ¡magnífico! Una infamia perfecta, es también una perfección... No; falta algo todavía. ¿Dónde está mi madre?

WURM.-  En la galera.

LUISA.-   (Con sonrisa de dolor.) Así; obra completa... Ahora, soy libre... sin deber alguno... privada de toda dicha, y también de toda pena... abandonada por la Providencia... Ya no tengo necesidad de nada.  (Pausa.)  ¿Tiene V. que anunciarme algo más? Hable V.; estoy dispuesta a oírlo todo.

WURM.-  Sabe V. cuanto ha ocurrido.

LUISA.-  No; ¿qué puede ocurrir todavía?  (Mira al secretario de arriba abajo.) ¡Pobre hombre!... ¡qué triste oficio estás haciendo!... Imposible es que te haga feliz... Terrible cosa es hacer la desgracia de los demás, pero más terrible todavía anunciársela, lanzar el canto siniestro del búho, y seguir plantado aquí mientras el corazón tembloroso mana sangre atravesado por el dardo de hierro de la necesidad, viendo cómo llega a dudar de Dios un cristiano... ¡Dios del cielo! Mas que te valiera cien mil escudos cada lágrima de angustia..., no quisiera hallarme en tu lugar... ¿Qué puede ocurrir todavía?

WURM.-  No lo sé.

LUISA.-  No quiere V. saberlo. Niéganse los labios a pronunciar el terrible mensaje; pero en la calma sepulcral de tu rostro, aparece a mis ojos el espectro. ¿Hay más? Dijo V. hace poco que el Duque pensaba castigar al culpable. ¿Quién es el culpable para V.?

WURM.-  No quiera V. saberlo.

LUISA.-  Óyeme; sin duda aprendiste con el verdugo; si no, ¿por dónde sabes tú el modo de aplicar el hierro a los fracturados miembros, y mantener suspendido sobre el corazón el golpe mortal? ¿Qué le espera a mi padre? Las palabras que tú pronuncias sonriendo, traen la muerte consigo. ¡Cómo descubrir lo que me ocultas! Habla; descarga sobre mí el peso que debe aplastarme. ¿Qué le espera a mi padre?

WURM.-  Una causa criminal.

LUISA.-  ¿Y qué es esto? yo no sé nada, soy muy simplona, y no comprendo vuestros terribles latinajos. ¿Qué es una causa criminal?

WURM.-  Una causa en que se ventila la vida o la muerte.

LUISA.-   (Con firmeza.)  Gracias.  (Se va corriendo hacia el cuarto contiguo.) 

WURM.-   (Perplejo, sin moverse.)  ¿A dónde va V.?... ¿Intentará esa loca...? ¡Diablo!... No se atreverá... Corro tras ella... soy responsable de su vida.  (En actitud de seguirla.) 

LUISA.-   (Vuelve a salir, con una manteleta.)  Dispénseme V., señor secretario; voy a cerrar la puerta.

WURM.-  ¿A dónde va V. con tanta prisa?

LUISA.-  A casa el Duque.

WURM.-  ¿Cómo?... ¿A dónde?  (La detiene, asustado.) 

LUISA.-  A casa el Duque... ¿Lo oye V.?... A casa el Duque, que quiere que sentencien a mi padre. Digo mal, no lo quiere él, no; sino algunos infames. Él sólo intervendrá en ese proceso de lesa majestad, para poner su real firma.

WURM.-   (Suelta una carcajada.)  ¿A casa el Duque?

LUISA.-  Ya me figuro de qué se ríe V. ¿Que no hallaré quien me compadezca, verdad? ¡Dios de misericordia! ¡que sólo seré oída con aversión! Ya me han dicho que los grandes no saben ni quieren saber lo que es la desgracia; mas yo se lo diré, yo les pintaré todas sus mortales angustias, con gemidos que les penetrarán hasta el tuétano. Y cuando vea erizarse sus cabellos, he de gritarles para terminar, que también llega para ellos el estertor de la agonía, y que el día del juicio final pasarán por la misma criba los reyes y los mendigos.  (Hace que se va.) 

WURM.-   (Con fingido afecto y mala intención.)  Sí; vaya V., vaya V.; es lo mejor que puede V. hacer. Yo le aconsejo que vaya, y aseguro a V. que el Duque la recibirá muy bien.

LUISA.-   (Se detiene de súbito.)  ¿Qué dice V.? ¿V. mismo me lo aconseja?  (Vuelve.)  ¡Hum! ¿qué resuelvo? Cuando éste me lo aconseja, malo será. ¿De dónde saca V. que el Príncipe me recibirá bien?

WURM.-  ¡Toma!... No ha de hacerlo gratis.

LUISA.-  ¿Gratis? ¿Y qué valor puede dar a un acto de humanidad?

WURM.-  La linda pedigüeña es precio bastante...

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LUISA.-   (Estupefacta, lanzando un grito)  ¡Justo Dios!

WURM.-  Supongo que tratándose de la salvación de un padre, no le parecerá V. caro.

LUISA.-   (Paseándose a largos pasos fuera de sí.)  Sí, sí; es cierto. A vuestros nobles los propios vicios, como ejércitos de querubines, les mantienen separados de la verdad. ¡Dios venga en tu socorro, padre mío! Tu hija puede morir, pero no pecar por ti.

WURM.-  Singular noticia para el pobre hombre abandonado... Pues mi Luisa me ha perdido, me decía, ella me salvará. Voy a llevarle la contestación de V., señorita.  (Hace que se va.) 

LUISA.-   (Corre hacia él y le detiene.)  Aguarde V. ¡Un poco de paciencia! Qué listo anda ese demonio, en cuanto se trata de desesperar a un hombre. Pues le perdí, debo salvarle. Hable V..., aconséjeme V. ¿Qué puedo hacer?

WURM.-  No hay más que un medio.

LUISA.-  Veamos este medio.

WURM.-  Su padre de V. lo desea también.

LUISA.-  ¡Mi padre!... el medio...

WURM.-  Es fácil, me parece.

LUISA.-  Nada me parece tan difícil como la deshonra.

WURM.-  Si V. desea devolver la libertad al Mayor...

LUISA.-  ¡Hacer que no me ame! Se chancea V. ¿Depende de mí, por ventura, cuando fui yo la solicitada?

WURM.-  No quería decir esto, señorita. Es menester que el Mayor se retire espontánea y voluntariamente.

LUISA.-  No lo hará.

WURM.-  V. se lo figura. No se habría dirigido ciertamente a V., si no contara V. con eficaces recursos.

LUISA.-  ¿Puedo forzarle a que me aborrezca?

WURM.-  Probaremos. Siéntese V.

LUISA.-   (Confusa.)  ¿Que proyecto llevas?

WURM.-  Siéntese V. y escriba. Aquí hay pluma, tintero y papel.

LUISA.-   (Se sienta, hondamente perturbada.) ¿Qué he de escribir, y a quién?

WURM.-  Al verdugo de su padre de V.

LUISA.-  ¡Ah!... ¡Cómo sabes poner el alma en un potro!  (Coge la pluma.) 

WURM.-   (Dictando.)  «Señor.»  (LUISA escribe con mano temblorosa.) «Tres insoportables días han trascurrido... han trascurrido.. sin que nos viéramos.»

LUISA.-   (Sorprendida suelta la pluma.) ¿A quién se dirige la carta?

WURM.-  Al verdugo de su padre de V.

LUISA.-  ¡Oh Dios mío!

WURM.-  «Culpe Vuecencia al Mayor... al Mayor, que me cela como un Argos.»

LUISA.-   (Levantándose.)   ¡Infamia como ella! ¿A quién va dirigida la carta?

WURM.-  Al verdugo de su padre de V.

LUISA.-   (Juntando las manos.) ¡No, no, no; esto es una tiranía! ¡Oh Dios! ¡castiga al hombre que te ofende, conforme a su humana condición; mas no me estreches con semejantes terrores, no me columpies entre la muerte y la infamia, no me arrojes en brazos de este demonio, ávido de sangre... Haga V. lo que guste; no escribiré esto jamás.

WURM.-   (Cogiendo el sombrero.) Como V. quiera, señorita; ni más ni menos de lo que a V. le plazca.

LUISA.-  ¡Que como me plazca, dice V.! ¡Bárbaro! ve, suspende a un desgraciado sobre el abismo del infierno, exige de él cualquier cosa, blasfema de Dios, y pregúntale después si le place... ¡Oh! Harto sabes que los impulsos naturales encadenan el alma. Ya todo me es igual; dicte V... En nada pienso ya... cedo a las artimañas del infierno.  (Se sienta por segunda vez.) 

WURM.-  «que... me cela constantemente como un Argos.» ¿Está?

LUISA.-  Siga, siga.

WURM.-  «Ayer el Presidente estuvo en casa. Había que ver al buen Fernando cómo forcejeaba para defender mi honor.»

LUISA.-  ¡Bien!... ¡bien!... ¡Magnífico! Siga V.

WURM.-  «Salí del paso, fingiendo un desmayo..., un desmayo porque no podía tener la risa.»

LUISA.-  ¡Oh cielos!

WURM.-  «Pero bien pronto se hará insoportable... insoportable esa máscara... Si pudiera escapar...»

LUISA.-   (Se detiene, se levanta, va y vuelve con la cabeza inclinada al suelo, como si buscara algo. Luego se sienta de nuevo y escribe.) «...pudiera escapar!»

WURM.-  «Mañana está de servicio. Aproveche Vuecencia el instante en que me dejará sola, y acuda al sitio que sabe.» ¿Está? «al sitio que sabe.»

LUISA.-  Está.

WURM.-  «Al sitio que sabe, en busca de su tierna Luisa.»

LUISA.-  Faltan las señas.

WURM.-  «Al Sr. Mariscal de Kalb.»

LUISA.-  ¡Oh Providencia! Nombre tan extraño a mi oído, como ajenas a mi corazón estas infames líneas.  (Se levanta, contempla en silencio el papel, lo entrega al secretario, y dice, falta de aliento.)  Tome V... mi nombre sin tacha, mi Fernando... toda la felicidad de mi vida, pongo en sus manos... Ya nada me queda.

WURM.-  ¡Oh! no desespere V., querida Luisa... me intereso vivamente por V... Tal vez... ¡quién sabe!... pasaría por alto ciertas cosas... en verdad... Vaya... que me da V. compasión.

LUISA.-   (Mirándole fijamente.) Basta, que va V. a manifestar un deseo horrible.

WURM.-   (Asiéndole la mano y pretendiendo besarla.) Supongamos que fuera esta linda mano... ¿Qué le parece a V., señorita?

LUISA.-   (Con grandeza y horror.) Había de estrangularte el día de la boda, y luego sufrir el tormento satisfecha.  (Hace que se va y vuelve.) ¿Hemos concluido, señor mío? ¿Puede emprender el vuelo la paloma?

WURM.-  Falta una pequeña formalidad, señorita. V. reconocerá conmigo, V. jurará que ha escrito la carta libremente, sin coacción de ningún género.

LUISA.-  ¡Oh Dios mío!... Y será sellada con tu nombre esta obra del infierno.  (WURM se va con ella.)