Escena primera
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LUISA, sentada sin decir palabra en un rincón oscuro,
reclinando la frente en la mano.- Tras largo y profundo silencio,
MILLER se acerca trayendo una linterna, mira en torno suyo
inquieto sin ver a LUISA, y luego deja el sombrero y la linterna
encima de la mesa.
|
MILLER.-
Tampoco está aquí...
tampoco. He recorrido todas las calles, me avisté
con todos mis amigos, a todas puertas llamé, y en
ninguna parte han visto mi hija. (Pausa.) ¡Paciencia, desdichado
padre!... Aguardemos hasta mañana; tal vez lleve el
río el cadáver de mi única hija. ¡Oh
Dios! Si mi corazón la amara con tal idolatría
que... Duro es el castigo... Padre Omnipotente... harto duro.
No quiero murmurar, pero el castigo es bien duro. (Se echa
en una silla, traspasado de dolor.) |
LUISA.-
(Desde
el rincón.) Haces bien, pobre anciano; aprende a sufrir
todavía. |
MILLER.-
(Levantándose.) ¿Estás
aquí, hija? ¿Estás aquí? ¿Por qué
sola y a oscuras? |
LUISA.-
No estoy sola; entre tinieblas
veo mejor lo que más me complace. |
MILLER.-
¡Dios
te libre de ello! Sólo el gusano roedor de la conciencia
está en vela como el búho. Los culpables y
los malos huyen de la luz. |
LUISA.-
También la
eternidad, padre mío, habla a las almas desvalidas.
|
MILLER.-
¡Hija mía! ¡Hija mía! ¿qué
dices? |
LUISA.-
(Levantándose, se acerca.) Ya
sabes, padre mío, qué penoso combate hube de
sostener. Dios me concedió la fortaleza; el combate
ha terminado. Suelen decir que nuestro sexo es débil,
frágil; no lo creas, padre mío. Una araña
nos asusta, y ahogamos en nuestros brazos, como por juego,
el monstruo de la destrucción. Óyeme, padre;
tu Luisa está contenta. |
MILLER.-
¡Ay, hija de
mi alma! Más quisiera que llorases. |
LUISA.-
¡Cómo
he de aventajarle en astucia, padre mío!... ¡cómo
engañaré al tirano!... El amor es más
listo que la maldad, y más osado también. ¡Oh!
Esto no lo sabía el hombre ese, muy engalanado con
su siniestra condecoración al pecho!... Mientras sólo
tienen que ver con la cabeza, son muy hábiles; pero
cuando tratan de prender al corazón, los malos se
vuelven tontos. ¿Creyó rematar su maldad con un juramento?
Un juramento ata a los vivos, pero la muerte rompe las cadenas
de hierro. Fernando conocerá a su Luisa. ¿Quieres
encargarte de ese billete, padre?... ¿serás tan bueno?...
|
MILLER.-
¿A quién va dirigido, hija mía?
|
LUISA.-
¡Vaya una pregunta! El recuerdo de él
no cabe en el infinito, ni en mi corazón juntos...
¿A quién puedo escribir, sino a él? |
MILLER.-
(Inquieto.)
Oye, Luisa; voy a abrir la carta. |
LUISA.-
Como quieras,
padre mío, pero nada adelantas con ello. Estas líneas
no tienen vida y sólo resucitan a los ojos del amor.
|
MILLER.-
(Lee.) «Fernando, eres víctima de la
traición. Una maldad sin ejemplo rompió el
vinculo de nuestros corazones. Terrible juramento ata mi
lengua, y tu padre apostó en todas partes espías...
Pero Si te sobra el valor, amor mío... conozco un
sitio, donde ningún juramento podrá detenernos,
ni habrá espías que nos oigan.» (MILLER se
detiene y la contempla con severa mirada.) |
LUISA.-
¿Por
qué me miras así? Prosigue, padre mío.
|
MILLER.-
«Pero será necesario que tengas bastante
valor, para entrar en una ruta sombría, donde sólo
te alumbre Dios y tu Luisa. Para llegar allí, basta
con que seas todo amor, y dejes a tu espalda tus esperanzas
y tus impetuosos deseos. No necesitarás más
que tu corazón. ¿Quieres? Ponte en camino cuando den
las doce de la noche en el reloj de los Carmelitas... Si
tienes miedo... cesa de llamar fuerte a tu sexo. Una doncella
te habrá abochornado.» (MILLER deja la esquela, fija
con dolor la mirada delante de él; luego se vuelve
hacia ella y le dice con voz cascada y tierna.) ¿Qué
sitio es ese, hija mía? |
LUISA.-
¿No lo sabes,
padre? ¿Realmente no lo sabes? Es raro. Harto bien descrito
está para dar con él. Fernando le hallará.
|
MILLER.-
¡Hum! Habla más claro. |
LUISA.-
No
sé cómo llamarle con un nombre grato... No
te espantes, padre mío, porque le dé uno odioso...
Ese lugar... ¡ah!... ¿por qué el amor no le dio nombre?
El más bello le daría yo. Este lugar, padre
mío... deja que lo diga todo... se llama la tumba.
|
MILLER.-
(Echándose en una silla.) ¡Oh Dios
mío! |
LUISA.-
(Corre a él y le sostiene.)
No, padre mío; el nombre sólo es lo que causa
terror. Sin él, conviértese la tumba en lecho
nupcial, donde la aurora despliega sus doradas cortinas y
esparce sus guirnaldas la primavera. Sólo a un pecador
llorón pudo ocurrírsele representar la muerte
con un esqueleto, cuando es tierno niño de sonrosado
rostro como el dios del amor, y menos falaz que él;
genio silencioso y compasivo que ofrece su brazo al fatigado
peregrino, y le sube por las gradas del tiempo hasta el palacio
de eterno esplendor, donde le hace un amistoso saludo y desaparece.
|
MILLER.-
¿Qué proyecto es el tuyo, hija mía?
¿Quieres atentar a tu vida? |
LUISA.-
No digas esto,
padre. ¿Será pecado, por ventura, abandonar una sociedad
que no me soporta, para volar al sitio, de donde no quiero
vivir desterrada por más tiempo? |
MILLER.-
El
suicidio, hija mía, es el pecado más espantoso
que pueda cometerse; el único que no admite el arrepentimiento,
porque la muerte y el crimen son obra de un solo instante.
|
LUISA.-
(Con espantados ojos.) ¡Horrible cosa!... Mas
no será tan pronto; me echaré al río,
y mientras me vaya sumergiendo, invocaré la misericordia
de Dios. |
MILLER.-
Es decir que te arrepentirás
del robo, en cuanto lo hayas puesto en seguro. ¡Ay hija mía!
Mira, no pretendas mofarte de Dios hoy que tanto necesitas
de su auxilio... ¡Oh qué camino llevas andado ya!...
Renunciaste a la oración, y Dios misericordioso te
retira su apoyo... |
LUISA.-
¿Pero es crimen amar, padre
mío? |
MILLER.-
Si amas a Dios, nunca tu amor
será un crimen... ¡Cómo me agobias de pena,
hija mía! ¡Me matas!... Pero no quiero agravar el
peso que te abruma. Ha poco hablaba, porque me figuré
que estaba solo... Tú me has oído... ¿por qué
ocultártelo por más tiempo? Fuiste mi ídolo.
Oye, Luisa; si aún te resta en tu corazón un
lugar para el amor de tu padre... tú lo fuiste todo
para mí. ¡Y ahora quieres aniquilar mi único
bien! ¡Voy a perderlo todo contigo! ¿Ves? empiezo a encanecer;
llega para mí el tiempo en que los padres recogen
el interés del capital que depositaron en el corazón
de sus hijos... ¿querrás tú hacer traición
a mis esperanzas?... ¿querrás arrebatar a tu padre
todo porvenir y todo bien? |
LUISA.-
(Besándole
la mano, con violenta emoción.) No, padre mío;
dejo este mundo con una gran deuda, y he de pagarla en la
eternidad con usura. |
MILLER.-
Mira no te engañes
en tus cálculos, hija mía. (Grave y solemnemente.)
¿Nos hallaremos de nuevo allí?... ¿Ves cómo
palideces?... Harto comprende mi Luisa, que no podré
ir a buscarla al otro mundo, porque no he de lanzarme a él
tan pronto, (LUISA cae en brazos de MILLER, sobrecogida de
terror. La estrecha con ardor contra su seno, y continúa
con voz suplicante.) ¡Oh hija mía!... ¡hija mía!...
¡tal vez caíste, estás perdida ya!... Medita
mis palabras. Vigilarte continuamente, me es imposible. Si
te salvo del puñal, te matarás con una aguja;
si te preservo del veneno, puedes estrangularte con un collar...
¡Luisa! ¡Luisa!... yo no puedo hacer más que advertirte...
¿Cómo quieres arriesgarte a que tu engañosa
ilusión se desvanezca a tus ojos, al llegar al terrible
paso que une el tiempo con la eternidad? ¿Cómo te
atreves a acudir a los pies de Aquel que todo lo sabe, y
a mentirle diciendo, mientras buscas con los ojos a tu ídolo
mortal: «Llego, Señor, por amor a Ti.» Y si el frágil
ídolo de tu imaginación, pobre gusano como
tú, acusa tu confianza de mentira, y somete tus esperanzas
fallidas al mismo Dios, que apenas osa implorar para sí
mismo; dime ¿qué pensarás entonces? (con mayor
expresión)... ¿qué pensarás entonces,
infortunada? (La abraza con fuerza, mirándola de hito
en hito, y luego la deja súbitamente.) Ya no sé
más. (Alzando la mano derecha.) Heme a tus plantas
¡justo Dios! nada puedo hacer por esta pobre alma. Ahora
haz lo que quieras. Ofrece a tu amante tamaño sacrificio
que ha de regocijar al infierno, y alejar de ti a los ángeles.
Ve; carga con tus pecados, con el último, el más
espantoso de todos, y si el peso es asaz ligero, mi maldición
va a completarlo... Ahí tienes un cuchillo... pásate
el corazón... y... (se aparta sollozando.) el de tu
padre. |
LUISA.-
(Se levanta y corre hacia él.)
Detente, padre mío. ¡Será la ternura yugo más
insoportable que la misma tiranía!... ¿Qué
debo hacer?... no puedo... ¿qué debo hacer? |
MILLER.-
Morir,
si los besos del Mayor son más ardientes que las lágrimas
de tu padre. |
LUISA.-
(Tras violenta lucha.) ¡Padre,
esta es mi mano!... Quiero... ¡Dios mío!... ¿qué
hago yo?... ¿qué es lo que quiero? Padre... te juro...
¡desdichada de mí!... De cualquier lado que me vuelva,
siempre culpable... Pues bien: padre, sea... ¡Fernando!...
Dios me ve... Perezca así su último recuerdo.
(Rasga la carta.) |
MILLER.-
(Ebrio de alegría,
se echa en sus brazos.) Es mi hija!... Mira; pierdes un amante,
pero haces feliz a un padre. (La abraza riendo y llorando
a la vez.) ¡Ay hija mía!... No merecí ciertamente
contar en mi vida un día como ese. Sólo Dios
sabe por qué, un canalla como yo, posee a este ángel...
a mi Luisa... ¡mi paraíso! ¡Dios mío! Poco
sé del amor, pero que sea un tormento renunciar a
él... harto lo comprendo. |
LUISA.-
Pero dejemos
este país, padre mío; dejemos esa ciudad, donde
mis compañeras se mofan de mí, y perdí
para siempre mi reputación... Vayámonos lejos,
bien lejos de estos lugares que me hablan con mil recuerdos
de mi felicidad perdida... Vayámonos tan lejos como
sea posible. |
MILLER.-
A donde quieras, hija mía.
En todas partes hay de qué comer, y gracias a Dios,
oídos para mi violón. Sí; abandonémoslo
todo. He de poner en música la historia de tu dolor,
y cantaré las querellas de una hija que desgarró
su corazón por hacer feliz a su padre. Con esa balada
iremos mendigando de puerta en puerta; ya verás qué
grata nos será la limosna de los que lloren oyéndonos.
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Escena II
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Dichos.- FERNANDO.
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LUISA.-
(Repara en
él, y se echa en brazos de MILLER, lanzando un grito.)
¡Dios mío!... él aquí... ¡Estoy perdida!
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MILLER.-
¿Dónde?... ¿Quién? |
LUISA.-
(Le
muestra al MAYOR, volviendo el rostro, y se agarra con fuerza
a su padre.) ¡Él! ¡Él mismo!... Alerta, padre;
viene a matarme. |
MILLER.-
(Mirando al MAYOR y retrocediendo.)
¿Usted aquí, barón? |
FERNANDO.-
(Se acerca
lentamente, se detiene delante de LUISA y fija en ella penetrante
mirada. Después de una pausa.) ¡Vaya!... He sorprendido
tu conciencia. Mil gracias. Tu confesión es terrible,
pero pronta y segura... y me evita muchos tormentos. Buenas
noches, Miller. |
MILLER.-
Pero, en nombre del cielo
¿qué quiere V., Barón? ¿Que le trae a V. aquí?
¿Por qué esta sorpresa? |
FERNANDO.-
Recuerdo
que hubo un tiempo en que se contaban todos los segundos
del día, y el deseo de verme suspendía el corazón
al péndulo del reloj, y se espiaban sus latidos hasta
que yo llegaba. ¿Cómo es que ahora mi visita sorprende
de tal modo? |
MILLER.-
Vaya V. con Dios, Barón.
Si queda aún en su pecho una chispa de caridad, y
no quiere matar de pena a quien dice amar, salga V. inmediatamente.
El día que puso V. el pie en esta casa, la abandonó
para siempre la bendición, y trajo V. la desventura
donde reinaba el contento. ¿No está V. satisfecho
todavía? ¿Quiere V. ahondar las heridas que hizo a
mi hija la desgracia de conocer a V.? |
FERNANDO.-
¡Oh
padre admirable! Vengo precisamente a traer a tu hija una
alegre noticia. |
MILLER.-
Nuevas esperanzas, sin duda,
y con ellas nueva desesperación. Ve, ¡mensajero de
desgracia! tu cara perjudica la mercancía. |
FERNANDO.-
Por
fin logré cuanto deseaba. Lady Milford, que era el
más terrible obstáculo a mi amor, acaba de
abandonar ese país; mi padre por su parte aprueba
mi elección. El destino cesa de perseguirnos, y brilla
la estrella de ventura en el horizonte... Vengo, pues, a
cumplir mi promesa y a conducir al altar a mi amada. |
MILLER.-
¿Oyes,
hija? ¿Oyes cómo se burla de tus esperanzas fallidas?
¡Oh! En verdad, Barón, que es bello espectáculo
ese... ¡ver al seductor añadiendo al delito el sarcasmo!
|
FERNANDO.-
Piensas que me chanceo. Juro por mi honor,
que es tan cierto lo que digo como el amor de mi Luisa, y
estoy dispuesto a sostener mis palabras, del mismo modo que
Luisa sus juramentos. No sé que haya algo más
sagrado... ¿Dudáis todavía?... ¡Cómo
el júbilo no colora las mejillas de mi linda esposa!...
es raro. Sin duda aquí la mentira es moneda corriente,
cuando se concede tan poco crédito a la verdad. Si
desconfiáis de mis palabras, daréis fe al menos
a este testimonio escrito. (Echa a LUISA la carta dirigida
al MARISCAL. LUISA la abre, y cae al suelo pálida
como la muerte.) |
MILLER.-
(Sin mirarla.) ¿Qué
significa eso, Barón?... No le comprendo a V. |
FERNANDO.-
(Llevándole
junto a LUISA.) Ella me ha comprendido mejor. |
MILLER.-
(Cayendo
junto a ella.) ¡Oh Dios!... ¡hija mía! |
FERNANDO.-
Pálida
como la muerte. Así me agrada como nunca tu hija.
Jamás estuvo tan bella tu honrada y piadosa hija,
como así... con esta figura de cadáver. El
soplo del juicio final, que borra el barniz de toda mentira,
le arrebató el afeite con que engañara esta
criatura artificiosa a los mismos ángeles... Muéstrase
ahora en su mayor belleza, y tal como es... Déjeme
V. que la bese. (Intenta acercarse a ella.) |
MILLER.-
¡Atrás!...
¡sal de aquí!... No te atrevas con su padre. ¡Pobre
hija mía! No pude preservarla de tus caricias, pero
la defenderé de tus ofensas. |
FERNANDO.-
Anciano,
¿qué pretendes? Nada tengo que ver contigo. No te
entrometas, pues, en un juego perdido a todas luces. Pero
quizá estás más enterado de lo que supongo.
Dime ¿prestaste a la niña la experiencia de tus setenta
años para sus galanteos? ¿Has manchado tus canas con
oficios de tercero?... ¡Oh!... si no fuere así, desdichado
anciano, baja la frente y muere... es tiempo todavía.
Duérmete en brazos de sueño delicioso, balbuceando:
¡Cuán feliz padre fui!... Más tarde, quizá
arrojarías a su antro infernal a esta ponzoñosa
víbora, maldijeras el bien que te dio y el que le
diste, y bajarías a la tumba blasfemando de Dios.
(A LUISA .) Habla, desdichada. ¿Escribiste esta carta? |
MILLER.-
(A
LUISA.) ¡Por el cielo!... ¡hija mía!... no olvides...
no olvides... |
LUISA.-
¡Aquella carta, padre mío!
|
FERNANDO.-
¿Por qué cayó en tan malas
manos?... ¡Ah! bendita sea la casualidad, que acertó
esta vez más que la razón, y fue más
hábil que los mismos habilidosos... ¿Casualidad dije?
¡Oh! si no mueren los pájaros sin que Dios quiera,
¿por qué no intervendrá también en la
obra de desenmascarar a un demonio? Habla, ¿escribiste esa
carta? |
MILLER.-
(A LUISA, suplicante.) Firmeza, hija
mía, firmeza. Un sí de tu boca, y todo habrá
terminado. |
FERNANDO.-
¡Caso más gracioso! ¡También
engañado el padre, todos engañados!... ¡Miradla
ahí, a la indigna! ¡Hasta su lengua se niega a pronunciar
esta última mentira!... Jura por Dios, por la terrible
verdad, ¿escribiste esa carta? |
LUISA.-
(Tras violenta
lucha, mirándoles repetidamente, dice al fin con firmeza.)
Yo la he escrito. |
FERNANDO.-
(Detiénese con
espanto.) ¡Luisa! no. Mientes, como hay Dios. ¡Cuántas
veces la inocencia, en el potro, se confiesa culpable de
crímenes que no ha cometido! ¡Hice mi pregunta con
tal violencia!... ¿Verdad, Luisa, que has contestado porque
mi pregunta te pareció violenta? |
LUISA.-
He
confesado la verdad. |
FERNANDO.-
No; repito que no;
tú no has escrito la carta. Esa no es tu letra, y
aunque lo fuese, más fácil es contrahacer la
letra que perder un corazón. Dime la verdad, Luisa,
pero no... no lo hagas. Si dices que sí, estoy perdido.
Miente, Luisa, miente. ¡Ah! ¡si pudieras, si pudieras mentir
con esa cara angelical; persuadir a mis oídos y a
mis ojos, más que debieras engañar indignamente
mi corazón! ¡Oh Luisa! Ya podía entonces la
verdad ser desterrada del mundo y bajar el derecho la altiva
frente con mojigangas y piruetas de palaciego. (Con voz temblorosa.)
¿Escribiste esta carta? |
LUISA.-
Juro a Dios, y por
la eterna verdad, que sí. |
FERNANDO.-
(Después
de una pausa, con muestras de profundísimo dolor.)
¡Ah mujer!... ¡mujer!... El semblante que ahora me muestras...
Promételes con él el cielo, y no has de hallar
comprador ni aun entre los condenados. ¡Si supieras lo que
fuiste para mí, Luisa!... ¡Imposible!... no... no
has sabido nunca lo que eras para mí. Decir todo...
¡mezquina, débil palabra! pero la misma eternidad
no basta a contestarla... abarca la creación entera.
¡Todo! ¡Y mofarse así criminalmente de esta palabra!
¡Oh! ¡es horrible! |
LUISA.-
Ya lo oyó V., señor
de Walter; yo misma me condeno. Salga V. de esa casa, donde
fue tan desgraciado. |
FERNANDO.-
Bien, bien; estoy tranquilo.
También de una comarca, azotada de la peste, se dice
que está tranquila. Estoy tranquilo. (Tras breve instante
de reflexión.) Una súplica, Luisa, la última.
Mi frente arde; necesito refrescar; ¿quieres servirme un
vaso de limonada? |
Escena V
|
|
MILLER que vuelve.-
FERNANDO.
|
MILLER.-
Pronto estará V. servido,
Barón. Allí tiene V. llorando a la pobre criatura,
que parece que se muere. Lágrimas le dará a
V. a beber con la limonada. |
FERNANDO.-
Mejor; así
no hubiera más que lágrimas. A propósito...
hemos hablado hace poco de música; Miller (saca una
bolsa) , le debo a V. todavía... |
MILLER.-
¡Cómo!
¡cómo! Deje V., Barón, ¿qué se ha figurado
V. de mí? Está en buenas manos... no me sonroje
V. No ha de ser esta la última vez que nos veamos,
si Dios quiere. |
FERNANDO.-
¡Quién sabe! Tómala,
para el caso de que vivamos o nos muramos. |
MILLER.-
(Sonriendo.)
Cuanto a lo último, Barón, me parece que no
hay por qué temer, tratándose de V. |
FERNANDO.-
Pero
puede ser. ¿No has visto morir algunos, en la flor de su
edad, jóvenes y niñas hijos de la esperanza,
desvanecida ilusión de sus padres? Un rayo, a veces,
acaba con la vida, cuando no pudieron ni el tiempo ni el
dolor... Tu Luisa tampoco es inmortal. |
MILLER.-
¡Dios
me la dio! |
FERNANDO.-
Te repito que no es inmortal.
Pues la quieres como a las niñas de tus ojos, con
alma y vida, sé previsor, Miller. Sólo al jugador
desesperado se le ocurre ponerlo todo a una carta, y el mundo
moteja de imprudente al mercader que fía toda su fortuna
a un solo navío. Óyeme; acuérdate de
mi consejo. ¿Por qué no tomas ese dinero, vamos a
ver? |
MILLER.-
¡Cómo, caballero! ¡todo ese enorme
bolsón!... ¿En qué está V. pensando?
|
FERNANDO.-
¡Pues!... en mi deuda. (Echa la bolsa encima
de la mesa, y se esparraman las monedas.) No he de guardar
eso eternamente. |
MILLER.-
(Estupefacto.) ¡Cómo!
¡Dios mío!... Eso no es plata. (Se acerca a la mesa,
y exclama con espanto.) ¡Por el cielo, Barón!... ¿qué
está V. haciendo?... ¿qué se propone V.? V.
se equivoca, sin duda. (Junta las manos.) O estoy embrujado,
o así Dios me condene, lo que tengo es oro, oro de
ley. ¡Oh, no... no has de cogerme, Satanás. |
FERNANDO.-
¡Estás
bebido! |
MILLER.-
¡Mil rayos!... ¿Pero no ve V. eso?...
oro. |
FERNANDO.-
Y bien ¿qué? |
MILLER.-
¡Pero
con cien mil diablos!... Ruego a V. por Cristo que me diga...
¡oro! |
FERNANDO.-
¡Realmente!... ¡Cosa inaudita! |
MILLER.-
(Después
de una pausa, dirigiéndose a él conmovido.)
Caballero, le prevengo a V. que soy un hombre honrado...
un buen hombre; si intenta V. hacer de mí su cómplice
para una mala acción... porque harto sabe Dios que
no se gana honradamente tanto dinero. |
FERNANDO.-
(Conmovido.)
Tranquilízate, querido Miller; ganado tienes hace
tiempo ese dinero. Dios me libre de querer comprar con él
tu conciencia. |
MILLER.-
(Saltando como un loco.) ¡Entonces
es mío! ¡Mío por la voluntad de Dios! (Corre
hacia la puerta gritando.) ¡Mujercita mía! ¡hija mía!
¡Victoria!... venid acá. (Vuelve.) ¡Dios de bondad!
Pero ¿cómo ha sido que posea de repente ese monstruoso
tesoro? ¿cómo lo he merecido? ¿cómo lo he ganado?
|
FERNANDO.-
No ciertamente con tus lecciones de música,
Miller... Con ese oro te pago (se detiene sobrecogido de
espanto), te pago... (con dolor.) el desdichado ensueño
que por espacio de tres meses debí a tu hija. |
MILLER.-
(Apretándole
la mano.) Si fuera V. un pobre plebeyo como nosotros, y mi
hija no le amara a V., le juro que la mataba. Mas ahora que
yo lo poseo todo, y V. nada, menester será que yo
le restituya tanta dicha... ¡Eh! |
FERNANDO.-
Déjate
de esto, mi buen amigo; parto al instante; en el país
donde cuento establecerme, no tiene curso esa moneda. |
MILLER.-
(Con
la vista fija en el dinero, alborozado.) Entonces es mío...
es mío. Pero siento que V. se vaya... Ya verá
V. lo que voy hacer a ahora. ¡Cómo voy a ver colmados
mis deseos! (Se quita el sombrero y lo echa al aire.) Váyanse
a paseo mis lecciones de música; voy a fumar tabaco
de los Tres Reyes n.º 5, y el diablo me lleve si en el teatro
vuelvo a sentarme en el paraíso. (Hace que se va.)
|
FERNANDO.-
Aguarde V. Cállese y métase
los cuartos en el bolsillo. Nada diga V. esa noche, y hágame
el favor de no dar más lecciones de música.
|
MILLER.-
(Con entusiasmo creciente le tira de la levita,
y le dice con alegría.) Caballero, ¡y mi hija! (Le
suelta.) Verdad que no se adquiere con el dinero la honra;
no, no se adquiere con dinero. Lo mismo da que coma patatas
o que coma perdices; cuando estoy harto, harto estoy, y ese
redingote puede ir tirando mientras no tenga agujeros. A
mí unos guiñapos me bastan. Toda esa bendición
de Dios debe recaer sobre mi hija, a qué quieres,
boca. |
FERNANDO.-
¡Oh!... calla, calla. |
MILLER.-
(Siempre
entusiasmado.) Aprenderá el francés a la perfección,
a cantar, a bailar el minué; pero de modo que se hablará
de ella en los periódicos. Gastará gorro como
la hija del consejero, y una falda con cola, como dicen,
y ha de hablarse de la hija del músico en cuatro leguas
a la redonda. |
FERNANDO.-
(Le coge la mano, vivamente
agitado.) Cállate, cállate por Dios vivo; cállate
por hoy siquiera. Es lo único que te pido en recompensa.
|
Escena VII
|
|
FERNANDO y LUISA.
|
|
(LUISA vuelve con paso lento,
deja la luz encima de la mesa, se sienta en extremo opuesto
al MAYOR, cabizbaja, y mirándole de vez en cuando
con cierta timidez. Él permanece en pie al otro lado,
fija la vista en el aire. Larga pausa.)
|
LUISA.-
¿Quiere
V. acompañarme, señor Walter?... voy a tocar
un poco el piano. (Le abre. FERNANDO no contesta. Pausa.)
Me debe V. una partida de desquite al ajedrez. ¿Quiere V.
jugarla, señor Walter? (Nueva pausa.) ¿Sabe V., señor
Walter, que he empezado ya a bordar para V. la cartera que
le prometí? ¿Quiere V. ver el dibujo? (Nueva pausa.)
¡Ah, qué desgraciada soy! |
FERNANDO.-
(Irónicamente.)
Puede ser. |
LUISA.-
No es culpa mía, señor
Walter, si sostengo tan mal la conversación. |
FERNANDO.-
(Aparte,
con amarga sonrisa.) ¡Y qué puedes hacer ¡infeliz!
con mi extremada reserva! |
LUISA.-
Ya sabía yo
que no congeniaríamos más. Por eso me asusté,
lo confieso, cuando hizo V. salir a padre. Me parece que
ese momento ha de sernos insoportable a ambos, y si V. lo
permite, iré a buscar algunos amigos míos...
|
FERNANDO.-
Sí, hazlo. Yo iré también
por algunas amigas. |
LUISA.-
(Mirándole confusa.)
¡Señor Walter! |
FERNANDO.-
(En tono sarcástico.)
Por mi honor, que me parece esta la más ingeniosa
salida que pueda ocurrírsele a nadie en semejante
situación. Tomaremos a risa esa entrevista, y divertiremos
las penas del amor con algunas galanterías. |
LUISA.-
Parece
que está V. de buen humor, señor Walter. |
FERNANDO.-
¡Y
tanto!... Capaz soy de divertir hasta a los chicuelos de
la calle. Dígote, Luisa, que tu ejemplo me sirve de
lección. Has de ser mi institutriz. ¿Qué locos,
verdad los que hablan de amor eterno?... ¡Pues digo!... La
eterna uniformidad repugna. En el variar está el gusto.
Daca esa mano, Luisa; soy de los tuyos. Eche cada cual por
su lado, y corramos de aventura en aventura, rodando por
el cieno. ¿Quién me dice que no recobre en algún
burdel la tranquilidad perdida? Mira, quizá después
de nuestras calaveradas, volveremos a vernos tan campantes.
Estaremos hechos unos esqueletos, eso sí, pero hemos
de reconocernos, como en las comedias, por el pelaje, que
no puede negar ningún individuo de la caterva. Verás
cómo vamos a averiguar entonces que de la infamia
y el hastío resulta cierto bienestar, cierta armonía,
que en vano intenta lograr la mayor ternura. |
LUISA.-
¡Ah
mancebo!... Te abruma la desgracia, y ¿quieres ahora empeñarte
en merecerla? |
FERNANDO.-
(Colérico, murmura
entre dientes.) ¿Quién, te dijo que sea desgraciado?
Porque lo que es tú, eres muy mala para sentir una
emoción... ¿cómo puedes hablar de la ajena?
¿Desgraciado, dices? Esta sola palabra podría resucitar
mi furor en la misma tumba. ¡Pues no sabía que había
de ser desgraciado!... ¡Mil rayos! Lo sabía y me hace
traición... Ves, serpiente... esto era lo único
que podía salvarte... Tú misma pronuncias tu
sentencia. Hasta ahora pudiste salir ilesa, atribuyendo tu
crimen a la ignorancia; por mi desprecio, casi escapabas
a mi venganza. (Coge el vaso con viveza.) Así, no
fue tanta tu ligereza... no fuiste tan tonta... eres un demonio.
(Bebe.) Esta limonada está sosa como tu alma. Pruébala.
|
LUISA.-
¡Oh cielos! No sin razón temía
esta escena. |
FERNANDO.-
(En tono imperioso.) Pruébala.
(LUISA coge el vaso con pesar y bebe. Apenas lo lleva a los
labios, FERNANDO palidece y corre de súbito a refugiarse
en el fondo del aposento.) |
LUISA.-
Pues está
buena. |
FERNANDO.-
(Sin volverse y estremeciéndose.)
Que aproveche. |
LUISA.-
(Deja el vaso encima de la mesa.)
¡Ah!... si supiera V., Walter, cuán cruelmente me
insulta. |
FERNANDO.-
¡Hum! |
LUISA.-
Tiempo vendrá,
Walter... |
FERNANDO.-
(Acercándose.) ¡Oh! nada
tenemos que hacer ya con el tiempo. |
LUISA.-
...En que
la noche de hoy pesará sobre su corazón. |
FERNANDO.-
(Empieza
a pasearse a grandes pasos y con viva inquietud. Se quita
la banda y la espada y las echa al suelo.) ¡Adiós,
servicio de la corte! |
LUISA.-
¡Dios mío!...
¿Se siente V. indispuesto? |
FERNANDO.-
Tengo calor...
y una opresión... Quiero ponerme a mis anchas. |
LUISA.-
Beba
V., beba V.; esa bebida le refrescará un poco. |
FERNANDO.-
Verdad...
Y tiene buen corazón la perdida. Todas son así.
|
LUISA.-
(Echándose en sus brazos con amor.)
¡Hablar así a tu Luisa, Fernando! |
FERNANDO.-
(Rechazándola.)
Aparta, aparta; lejos de mí tus hechiceros ojos...
Sucumbo... Ven revestida de tu monstruoso horror, ¡serpiente!...
arrójate sobre mí... ¡reptil!... Despliega
a mis ojos tus repugnantes anillos; yergue tu cabeza... Muéstrate
tan horrible como fuiste al vomitarte el abismo... Que no
te vea al menos convertida en ángel... en ángel...
¡Es tarde!... Ahora, fuerza será aplastarte como una
víbora... o la desesperación... ¡Por piedad!
|
LUISA.-
¡Oh!... ¡Haber llegado a tal extremo! |
FERNANDO.-
(Mirándola
de soslayo.) Que esta hermosa obra del Supremo Artista...
¡quién lo hubiera creído!... ¡quién
debía creerlo!... (Le coge la mano, y la eleva al
cielo.) ¡Oh Dios mío!... no quiero preguntarlo...
pero ¿por qué tal veneno en tan bello vaso?... ¿Cómo
puede mostrarse el vicio con esa dulzura celestial?... ¡Oh!...
Es raro. |
LUISA.-
(Aparte.) ¡Oír eso, y verse
forzada a callar! |
FERNANDO.-
¡Y esta voz tan dulce
y melodiosa!... ¡Cómo las rotas cuerdas producen tan
puro sonido! (Contemplándola con amor.) Tan bella,
tan proporcionada, tan divinamente perfecta!... ¡Obra de
Dios, en un hora propicia!... Diríase que el mundo
sólo había sido creado para que Dios acabara
esa obra maestra. ¡Y sólo había de errar en
el alma que le diera! ¿Podía dejar sin defecto esta
maravilla? Quizá advertido de que el cincel había
producido un ángel, se apresuró a darle un
corazón tanto peor. |
LUISA.-
¡Criminal obstinación!
Antes que confesar su culpa, se atreve con el cielo. |
FERNANDO.-
(Echándose
llorando en los brazos de LUISA.) Luisa, por última
vez, por última vez, como el día de nuestro
primer beso, cuando balbuceaste el nombre de Fernando, y
tus labios encendidos dijéronme por vez primera:...
tú... ¡oh, pareciome que aquel instante encerraba
el germen de un gozo inefable, infinito, como el capullo,
la flor. La eternidad se extendía sobre nuestras cabezas,
cual hermoso día de mayo; como amantes esposos, millones
de años, risueños dorados, se deslizaban a
nuestra vista... Entonces ¡cuán feliz era! ¡Oh Luisa,
Luisa, Luisa! ¿Por qué has obrado así conmigo?
|
LUISA.-
No llore V., Walter, no llore V. Ese dolor
sería más justo que el arrebato. |
FERNANDO.-
Te
engañas. Estas no son lágrimas; no el cálido
y delicioso rocío que fluye como un bálsamo
sobre las heridas del alma, y renueva la sensibilidad...
mis lágrimas, frías y solitarias, son el terrible,
el eterno adiós a mi amor. (Con espantosa solemnidad
y dejando caer la mano sobre la cabeza de LUISA.) ¡Llanto
que vierto por tu alma, Luisa; por Dios mismo, cuya bondad
infinita erró esta vez y pierde la más bella
de sus obras! ¡Oh!... Parece como que la creación
entera debiera cubrirse de duelo y turbarse con lo que pasa.
Espectáculo común ver cómo sucumben
los hombres y pierden su alma; mas cuando la peste diezma
a los mismos ángeles del cielo, es fuerza que la naturaleza
entera suelte un grito de consternación. |
LUISA.-
Walter,
¡por Dios, no extreme V. las cosas! Me siento con fuerzas
como la que más, mas sólo para soportar una
prueba humana... Dos palabras y separémonos. Horrible
suerte introdujo cierta confusión en el lenguaje de
V. Si pudiera hablar, Walter, podría decirte cosas...
podría... Pero la suerte cruel ata mi lengua y mi
amor, y me veo obligada a dejarme tratar por ti como una
perdida. |
FERNANDO.-
¿Te sientes bien, Luisa? |
LUISA.-
¿A
qué esa pregunta? |
FERNANDO.-
Porque sentiría
por ti, que te fueras de ese mundo con la mentira en los
labios. |
LUISA.-
Por Dios le ruego... Walter. |
FERNANDO.-
(Víctima
de violenta agitación.) No, no; esta venganza sería
demasiado satánica; no, Dios me libre de ello. No
quiero extremar la venganza más allá de la
tumba. Luisa, ¿has amado al Mariscal? Mira que no saldrás
de esta sala. |
LUISA.-
Pregunte V. cuanto se le antoje;
yo no he de contestar una palabra. (Se sienta.) |
FERNANDO.-
Piensa
en tu alma, Luisa... ¿has amado al Mariscal? Mira que no
saldrás de esta sala. |
LUISA.-
No diré
una palabra. |
FERNANDO.-
(Se arroja a sus pies vivamente
conmovido.) Luisa, ¿has amado al Mariscal?... Antes que se
extinga esta luz, habrás comparecido ante Dios. |
LUISA.-
(Levantándose
con espanto.) ¡Jesús mío!... ¿Qué es?...
¡Ah! ¡Qué mal me siento! (Cae sobre la silla.) |
FERNANDO.-
Ya...
¡Oh mujeres, eterno enigma! Vuestros frágiles miembros
soportan el crimen que devora a la humanidad en sus raíces,
y un miserable grano de arsénico os derriba al suelo.
|
LUISA.-
¡El veneno!... ¡el veneno!... ¡Dios mío!
|
FERNANDO.-
Temo que sí. Tu vaso de limón
fue sazonado en el infierno. Con beberlo, bebiste la muerte.
|
LUISA.-
¡La muerte! ¡la muerte!... ¡Dios de misericordia!...
Estaba envenenado el vaso... la muerte... ¡Ten piedad de
mi alma, Dios mío! |
FERNANDO.-
Eso es lo esencial.
También yo se lo pido. |
LUISA.-
Y mi madre...
mi padre... ¡Salvador del mundo!... Mi pobre padre perdido...
¿No hay salvación?... ¡Tan joven y no hay salvación,
y será forzoso partir! |
FERNANDO.-
No hay salvación.
Es forzoso partir. Pero tranquilízate, pues haremos
el viaje juntos. |
LUISA.-
¿Tú también,
Fernando? ¿Te has envenenado, Fernando... por tu propia mano?
¡Oh Dios, perdónale... Dios de clemencia, libértale
de ese pecado! |
FERNANDO.-
Cuida de arreglar tus cuentas
con Dios... me temo que no se hallen en muy buen estado.
|
LUISA.-
¡Fernando!... ¡Fernando!... Ahora ya no puedo
callarme... La muerte... la muerte rompe todo juramento...
Fernando... No existe criatura más desgraciada que
tú en el mundo... Muero inocente, Fernando. |
FERNANDO.-
(Con
espanto.) ¿Qué dice?... En tan supremo instante no
se miente. |
LUISA.-
Yo no miento nunca, no miento nunca.
Sólo he mentido una vez en mi vida... ¡Ah! siento
cundir por mis venas frío glacial... Cuando escribí
la carta al señor... |
FERNANDO.-
¡Ah! ¡la carta!...
Dios sea alabado. Recobro toda mi firmeza. |
LUISA.-
(Se
le entorpece la lengua, y se le envaran los dedos.) Esta
carta... Prepárate a oír una abominable palabra...
Escribió mi mano lo que reprobaba mi corazón...
tu padre la dictó. (FERNANDO, inmóvil y como
petrificado, tras breve pausa, cae de golpe como herido del
rayo.) ¡Oh deplorable error!... Fernando... Violentaron mi
voluntad... tu Luisa hubiera preferido la muerte... pero
mi padre... el peligro... obraron con traición. |
FERNANDO.-
(Con
acento terrible.) ¡Gracias, Dios mío!... No siento
aún el efecto del veneno. (Tira de la espada.) |
LUISA.-
(Flaqueando
cada vez más.) ¡Oh desdicha! ¿Qué pretendes
hacer? Es tu padre. |
FERNANDO.-
(En un acceso de rabia.)
¡Asesino, y padre de un asesino! Es fuerza que sea de la
partida, para que Dios castigue sólo al culpable.
(Hace que se va.) |
LUISA.-
¡Dios moribundo perdonó!...
¡Perdón por ti y por él! (Muere.) |
FERNANDO.-
(Se
vuelve, repara en su último movimiento, y cae de rodillas
delante de ella.) Detente, detente... ¡No me huyas, ángel
del cielo! (Coge su mano y la deja caer.) ¡Fría, fría
y húmeda!... Voló su alma. (Se levanta.) Dios
de mi Luisa... perdón, perdón por el más
insensato asesino... Esta fue su última plegaria.
¡Qué hermosa y hechicera! La muerte enternecida respetó
su adorado rostro. ¡Ah!... No era una máscara su dulzura,
pues subsiste después de muerta. (Pausa.) ¿Pero cómo?...
¿Por qué no siento nada? Tal vez me salve la fuerza
de mi juventud. ¡Oh pena inútil!... No es esto lo
que quiero. (Coge el vaso.) |
Escena última
|
|
FERNANDO,
El PRESIDENTE, WURM y algunos criados se precipitan en la
sala con espanto seguidos de MILLER, pueblo y ALGUACILES
que se quedan en el fondo.
|
EL PRESIDENTE.-
(Con la
carta de FERNANDO en la mano.) ¿Qué significa esto,
hijo mío?... Jamás creyera... |
FERNANDO.-
(Arrojando
el vaso a sus pies.) Pues mira. ¡Asesino! |
EL PRESIDENTE.-
(Tambaleándose.
Los demás, espantados. Terrible silencio.) ¡Hijo mío!
¿Por qué has hecho esto? |
FERNANDO.-
(Sin mirarle.)
Sí; realmente. Debía preguntar antes al hombre
de Estado, si el golpe se conformaba con sus designios. La
cábala que había de romper los lazos de nuestros
corazones, por medio de los celos, estaba admirablemente
urdida, lo confieso. ¡Calculado por quien lo entiende! Lástima
que el amor enfurecido no obedece a tales resortes, como
un maniquí. |
EL PRESIDENTE.-
(Mirando a los que
le rodean.) No habrá quien llore por un padre sin
consuelo? |
MILLER.-
(Dentro.) ¡Dejadme entrar! ¡Por
Dios!... ¡dejadme! |
FERNANDO.-
Esta muchacha es una
santa... otro debe quejarse por ella. (Abre la puerta a MILLER,
que entra con el pueblo y la policía.) |
MILLER.-
(Con
horrible angustia.) ¡Hija mía! ¡hija mía! Envenenada...
dicen... ¡Has sido arrebatada! Hija, ¿dónde estás?
|
FERNANDO.-
(Le lleva entre el cadáver de LUISA
y El PRESIDENTE.) Yo soy inocente. Agradécelo a éste.
|
MILLER.-
(Cayendo al suelo.) ¡Jesús! |
FERNANDO.-
Sólo
te diré breves palabras, padre, que ya empiezan a
valer algo para mí. Mi vida me ha sido pérfidamente
robada, y robada por ti. ¿Cómo me presentaré
ante el tribunal de Dios? Tiemblo de ello. Y sin embargo,
yo no he sido nunca un miserable. Sea la que fuere mi sentencia,
no recaiga, por Dios, sobre ella sola... Pero he cometido
un asesinato, (con terrible acento.) un asesinato, del que
tú no querrás que responda yo solo ante el
Juez Supremo. Echo solemnemente sobre ti la mayor y más
espantosa parte de culpa. Cuida tú de justificarte
a tu modo. (Llevándole junto a LUISA.) ¡Bárbaro!...
goza del fruto de tu habilidad. La muerte ha escrito tu nombre
sobre este rostro, y el ángel exterminador lo leerá
en él. Así turbe tu sueño y tire las
cortinas de tu alcoba, cuando duermas, visión parecida
a esta mujer. Así se te aparezca cuando espires y
disipe en tus labios tu última plegaria! ¡Así
la veas junto a la tumba cuando resucites, y junto a Dios
cuando vaya a juzgarte! (Se desmaya: los criados le sostienen.)
|
EL PRESIDENTE.-
(Con violenta emoción elevando
las manos al cielo.) ¡Oh Dios mío!... no me pidas
cuentas de estas almas a mí, no... no a mí,
sino a este hombre. (Señalando a WURM.) |
WURM.-
¿A
mí? |
EL PRESIDENTE.-
A ti, maldito, a ti, Satanás...
Tú me diste este endiablado consejo... tú debes
responder de él. Yo me lavo las manos. |
WURM.-
¿Yo?
(Con risa espantosa.) Pues está gracioso, está
gracioso. Ahora averiguo cómo se agradecen los favores
entre los condenados... ¿Yo?... ¡Imbécil!... ¡canalla!...
¿Era por ventura mi hijo? ¿Era yo tu amo?... ¿Yo debo responder?
Por este cadáver que hiela la sangre, juro que acepto
esta responsabilidad. Quiero perderme, pero te perderás
conmigo. ¡Vamos allá! Ve gritando por las calles ¡al
asesino! y despierta a la justicia. Aquí, alguaciles...
Atadme y llevadme fuera; voy a denunciar secretos que erizarán
los cabellos de quien los oiga. (Intenta irse.) |
EL PRESIDENTE.-
(Deteniéndole.)
No lo harás ¡insensato! |
WURM.-
(Golpeándole
la espalda.) ¡Vaya si lo haré!... camarada... ¡vaya
si lo haré! Soy loco... es verdad... pero a ti lo
debo... voy a obrar como loco. Vamos cogiditos del brazo
al cadalso, al infierno. ¡Cuánto me lisonjea condenarme
contigo! (Se lo llevan.) |
MILLER.-
(Que durante esta
escena habrá permanecido con la cabeza apoyada en
el seno de LUISA, absorto en su mudo dolor, se levanta rápidamente
y arroja la bolsa a los pies del MAYOR.) ¡Envenenador!...
Guarda tu dinero maldito: ¿querías así comprarme
mi hija? (Se va precipitadamente.) |
FERNANDO.-
(Sollozando.)
Seguidle; está desesperado; devolvedle ese dinero,
precio de mi gratitud. ¡Luisa! ¡Luisa!... voy... ¡Adiós!...
Déjame espirar en ese altar. |
EL PRESIDENTE.-
(Volviendo
de su estupor.) ¡Hijo mío!... ¿No volverás
tus ojos un instante a un padre desesperado? (El MAYOR estará
junto a LUISA.) |
FERNANDO.-
Esta postrer mirada pertenece
al Dios de misericordia. |
EL PRESIDENTE.-
(Cae a sus
pies víctima de horrible tortura.) Dios y los hombres
me abandonan; ¿no volverás a mí tus ojos para
darme un postrer consuelo? (FERNANDO le tiende la mano, él
se levanta.) ¡Me ha perdonado! (A los demás.) Ahora
soy vuestro prisionero. (Se va seguido de la policía.
Cae el telón.)
|