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Călin, el loco

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

Érase una vez un emperador que tenía tres hijas y eran tan hermosas que al sol podías mirar, pero a ellas no. Y bien, dos eran hermosas, pero la belleza de la mediana era indescriptible. Cuántos hijos de emperadores y de generales pidieron sus manos, el emperador no quiso darlas. Una tarde llegaron tres jóvenes y las pidieron, pero él no quiso darlas. Entonces ellos salieron afuera y uno de ellos empezó a silbar hasta que se hizo una nube grande y ya no se vieron más ni a ellos ni a las chicas. Las raptaron.

Entonces el emperador anunció al país, que quién encontrara a las chicas, se las daría como esposas. En aquel pueblo del emperador había un hombre y tenía tres hijos. Dos eran como eran, pero uno era tonto, estaba en la ceniza y se llamaba Călin, el loco. Y dijeron aquellos dos hermanos: Vamos también nosotros a buscar a las chicas del emperador. Y Călin dijo: Voy también yo con vosotros. Y aquellos dos le dijeron: vamos. Y el emperador dijo que a los que fueran tras sus hijas les daría dinero para los gastos y trajes de repuesto. Ellos hicieron un arco y dijeron que hasta donde lo lanzaran, hasta donde llegara, allá descansarían. Lo arrojó el mayor y marcharon unos dos días hasta que llegaron. Lo tiró también el mediano y la misma distancia recorrieron. Y cuando lo arrojó Călin, el loco, la marcha fue de tres meses, día y noche, y entonces llegaron. Ellos yendo por el camino prepararon también pedernales y eslabones. Y apenas consiguieron encender un poco de fuego. Y dijeron así entre ellos para vigilar el fuego uno de ellos cuando dormirán los otros dos, que si se apaga el fuego les cortarán la cabeza del que tuviera que vigilarlo.

Se acostaron los dos y el mayor se quedó vigilando. A media noche se oyó un rugido terrible. Era un dragón con tres cabezas.

-¿Cómo pudiste pisar a las tierras ancestrales de mi padre sin permiso de nadie? Vamos a luchar.

-¡Vamos!

Y luchó con él, y luchó hasta que mató al dragón, e hizo de sus tres cabezas tres almiares de carne. Y se despertaron los otros dos.

-Mirad, vosotros dormisteis, en cambio yo, mirad qué lucha tuve -a la siguiente noche el mediano tenía que quedarse de guarda. De nuevo sobre la media noche se oyó un rugido.

-¿Cómo pudiste pisar a las tierras ancestrales de mi padre sin permiso de nadie? -Este tenía cuatro cabezas.

-Vamos a luchar.

-¡Vamos!

Y lo mató también a este e hizo cuatro almiares de carne de sus cabezas. Cuando se despertaron empezaron a pensar que le tocaría a Călin, el loco, vigilar bien el fuego. La tercera noche había llegado. De nuevo sobre la media noche se oyó un griterío grande. Un dragón había con ocho cabezas.

-¡Vamos! -dijo Călin, el loco, porque el dragón era maravilloso, también lo sabía él- vamos a luchar.

-¡Vamos!

La lucha fue encarnizada intentando que no le diera el dragón. Le corta Călin, el loco una oreja y salpicó una gota de sangre con la que se apagó el fuego. Y así por entre la oscuridad siguieron luchando hasta que al final lo mató Călin, el loco, e hizo ocho almiares de carne. ¿Qué iba a hacer ahora él? El fuego se había apagado. Lo cogió él y marchó triste por entre el bosque y llegó a un árbol alto y se encaramó a su cima y vio a lo lejos en el horizonte un fuego. Bajó y echó a andar hacia allá y se encontró a un hombre por el camino.

-Buenas noches.

-Igualmente.

-¿Pero quién eres?

-Yo soy Por la tarde.

Călin, el loco, lo cogió y lo ató a un árbol codo con codo. Continuó él un buen trozo y se encontró con un hombre.

-Buenas noches.

-Igualmente.

-Pero ¿quién eres?

-Yo soy Media noche.

Cogió también a aquel y lo ató a un árbol. Continuó él adelante y encontró a otro hombre.

-Buenas noches.

-Igualmente.

-Pero ¿quién eres?

-Yo soy Madrugada.

Ató también a aquel. Él lo ató, porque le daba miedo que no se hiciera de día.

Por fin llegó él allá. Allá había un hoyo grande y una caldera con un par de peroles grandes, y dentro hervían unas dos o tres vacas y alrededor de las trébedes se cocía una torta. Y a su alrededor dormían doce dragones y dos dragonas, sus madres.

Călin, el loco, cogió dos tizones en un cascajo y un carbón en la pipa y, marchándose, justo le vino así un olor bueno de comida, y tomando un trocito una gota de agua hervida cayó en la oreja de un dragón y él gritó tremendamente haciendo que todos se despertaran y cogieran a Călin, el loco.

Y quisieron matarle y él dijo:

-Les ruego a ustedes, déjenme que soy hombre pobre -pero ellos dijeron así:

-Si tú nos traes a la Chica del emperador Rojo, nosotros te dejaremos.

Y él dijo:

-Pero por qué no la cogéis vosotros, que sois más y más fuertes.

-Pero nosotros somos espíritus impíos y el emperador tiene un gallo y un perro. Nosotros cuando nos acercamos a su palacio, el gallo canta y el perro ladra y nosotros tenemos que huir. Pero tú puedes mejor, que eres hombre terrenal.

Pero Călin, el loco, astuto:

-Vengan también ustedes conmigo, que yo soy hombre terrenal y el perro no ladrará, ni el gallo cantará.

Pero Călin, el loco, miró y vio a un mozo como él atado codo con codo de un árbol, y cuando vio que se marchaba Călin, el loco, él se apresuró tan tremendamente que se arrancó los brazos del árbol y huyó.

Y ellos marcharon, marcharon hasta que llegaron a la puerta del emperador. Y era una puerta grande de hierro, por la que nadie excepto Călin, el loco, era capaz de traspasarla. Y él se encaramó a la puerta y dijo a los dragones:

-Vamos que os cojo uno por uno de la cabellera y os meto en el patio -y les cogió todos uno por uno y con la espada les cortó la cabeza hasta que cortó todas. Y entró en el patio, y el emperador, de la estupenda muralla y puerta que tenía, las puertas estaban todas abiertas. Călin, el loco, subió arriba por las escaleras y las escaleras eran de oro batidas con diamante, y entró en la casa donde dormía la chica. Había luna y esplendor afuera y la luna iluminaba la habitación donde dormía la chica. La chica era tan hermosa que era indescriptible. Călin, el loco, la besó y le cogió el anillo de la mano y se fue.

Cuando llegó a los dragones decapitados, les cortó las puntas de las lenguas a los doce y las puso en el pañuelo y pasó la puerta y continuó su camino. Marchó hasta que llegó a la caldera. Pudo coger a una dragona y la cortó, pero la otra escapó. Cogió con el dedo pequeño la torta y sobre los otros la caldera con la carne y en un cascajo un poco de fuego y siguió su camino.

Y llegó a la Madrugada y le dio un trozo de carne y un trozo de torta, lo desató y le dijo: ¡puedes irte!

Y siguió su camino -llegó a la Media noche y también le dio a aquel un trozo de carne y un trozo de torta y también liberó a aquel.

Cuando llegó a Por la tarde, ya estaba casi muerto desde que lo había atado. Le dio también a aquel un trozo de carne y un trozo de torta y le dijo:

-¡Vete en paz!

Cuando llegó, no acabó de encender el fuego y ya el sol ahora estaba en lo alto. Sus hermanos habían dormido tanto que se habían hundido una braza en la tierra. Cuando se despertaron dijeron:

-¡Oye, Călin, el loco! Larga ha sido esta noche.

Pero Călin, el loco, nada les contó de lo que le había sucedido por la noche. Se prepararon de nuevo para partir y lanzó otra vez Călin, el loco, el arco y marcharon así hasta el Bosque de oro. Cuando llegaron allá les dijo Călin, el loco, así:

-Hermanos, vosotros no podéis pasar este bosque. Haceos vosotros una cabaña aquí y quedaos y yo me voy solo.

De este modo él marchó. Cuando llegó al medio del bosque de oro, la chica grande del emperador hacía la comida a su dragón.

-¡Buen día, chica de emperador!

-Igualmente, Călin -loco-. De tu nombre oí, pero verte nunca te vi, pero huye que si viene el dragón te mata.

-Pero ¿cuánto come tu dragón?

La chica dijo:

-Cuatro hornos de pan, cuatro vacas fritas y cuatro barriles de vino.

Dice:

-Déjame ver a mí, ¿lo podré comer?

Se pone Călin, el loco, y come todo.

Entonces viene también el dragón.

-¡Buen día, malvado dragón!

-Igualmente, Călin -loco.

-Vine para coger a la chica. Así que venga, vamos a luchar.

-Espera que coma algo.

-Pero qué -dice-, yo te comí la comida.

-Tanto mejor -dice-, así yo soy ágil y tú eres pesado.

Y empezaron a luchar y a luchar -y lo mató Călin, el loco-. Al final dijo a la chica:

-Quédate aquí, que yo me voy a liberar a tus dos hermanas -y marchó. Llega a la mitad del bosque de plata.

La chica mediana hacía la comida también. Pero él cuando la vio cayó rendido de amor.

-¡Bueno día, chica de emperador!

-Igualmente, Călin -loco-. De tu nombre oí, pero verte nunca te vi.

Pero también Călin, el loco, era hermoso y a la chica le resultó agradable. Y la chica le dijo:

-¡Huye que si viene el dragón te mata!

-Y ¿cuánto come el dragón?

-Ocho hornos de pan, ocho vacas fritas y ocho barriles de vino.

-Trae aquí, ¿lo podré comer? -Y comió todo. He aquí que viene también el dragón.

-¡Buen día, malvado dragón!

-Gracias, Călin -loco.

-Vamos a luchar.

-Espera que coma algo.

-¡Que yo te comí la comida!

-Me será más fácil la lucha.

Y empezaron, lucharon y lucharon -y lo mató Călin, el loco.

Pero tan amada le resultó la chica, que la cogió con él al bosque de cobre. Cuando llegaron al medio del bosque, también allí hacían que comer. Aquella no le conocía, pero viéndole con su hermana entendió.

-¿Dónde está tu dragón?

-Cazando, Călin -loco-. Pero ¡huye que te mata!

-¿Cuánto come él?

-Doce hornos de pan, doce vacas fritas y doce barriles de vino.

-Deja que vea, ¿lo comeré?

Come Călin, el loco, come, hasta que un barril de vino no lo puede beber y dice así:

-El dragón es un barril más grande y fuerte que yo.

Y de repente viene el dragón.

-Buen día, malvado dragón.

-Igualmente, Călin -loco.

-Vine para coger a la chica.

-Ya pero a la chica no la coges.

-¡Vamos a la lucha!

-Solo espera que coma algo.

-¡Yo la comida te la he comido!

-Yo voy a ser más ágil, tú más pesado. Vamos a la lucha.

-¡Vamos!

Se lucha, se lucha, y casi no puede con el dragón.

Dice el dragón:

-Vamos, yo me convertiré en una llama roja, tú harás una llama verde.

Pero él con eso se equivocó porque la llama roja es más débil, la llama verde es más fuerte.

Y de repente pasó por arriba una corneja.

Y le dijo el dragón:

-Corneja, corneja, mójate tu ala en el agua y apaga esta estaca verde.

Y Călin, el loco, dijo:

-Emperador muy alto, moja tu ala en el agua y apaga esta estaca roja.

La corneja cuando oyó -sabes tú-, subió y se alejó. Después de que la mojó, empezó a picotearla, y tanta sangre empezó a correr que le llegó hasta la rodilla.

De allí él se cogió a las chicas y partió.

Llegaron al bosque de oro y cogió también a la mayor y marchó hasta llegar a sus hermanos.

Y dijo así:

-Hermanos, a estas dos cogerlas vosotros, pero la mediana es mía -y se acostó a dormir.

Y los hermanos se aconsejaron esto: como matarle no se puede, le podían cortar las piernas y quitarle las chicas y llevarlas al emperador y decir que ellos las habían rescatado.

Le cortaron las piernas cuando dormía, cogieron a las chicas y se marcharon (tan cansado estaba por la lucha, que no sintió cuando le cortaron las piernas).

De madrugada se despertó él. Se vio sin piernas. ¿Qué hacer? Se las habían llevado de allá, porque de lo contrario se las hubiera vuelto a poner él mismo debido a que tenía muchos poderes.

Y marchó él despacito y entró en el bosque de oro. Fue unos tres días y unas tres noches y llegó a un palacio, tan hermoso era, que no podías soportar mirarlo. Y oyó una canción tan luctuosa, que se le rompió el corazón. Fue él despacito y subió por las escaleras aquellas y vio allí al mozo al que le había roto las manos el dragón.

-¡Buen día, valiente!

-Te lo agradezco, Călin -loco-, ¿qué te ha pasado?

Y él comenzó a decir todo lo que le había pasado.

-¡Vamos seamos hermanos de sangre!

-¡Vamos!

-¿Y quién eres? -le preguntó Călin, el loco.

-Yo -dijo-, soy un hijo de emperador y los bosques estos han sido todos de mi padre y nos los robaron los dragones; desde que mataste a los dragones, ahora de nuevo somos nosotros los dueños, y yo porque no tengo manos vivo aquí. Yo sin manos, tú sin pies, vamos a vivir bien.

Călin, el loco, coge con las manos el cuello del hijo del emperador y pasearon por el bosque. Así, un día, oyeron un crujido en las hojas. Su hermano de sangre dijo así:

-Yo me acercaré despacito y lo dejaré y tú lo cogerás con las manos.

Dejándolo libre, cogieron a la dragona escapada y dijo así:

-Hazme a mí piernas y a este brazos, o te matamos.

Y la dragona dijo:

-Mira, a una braza de distancia hay un charco, métete allí y saldrás con piernas y el otro con brazos.

Y Călin, el loco, pícaro:

-Métete tú primero.

-Eh... ¡meteos vosotros!

Y Călin, el loco, rompió una ramita verde la mojó en el agua aquella y la sacó seca, y empezó a golpearla, porque quiso secarles.

-Te ruego no me pegues, porque hay a la derecha otro charco.

Călin, el loco, metió una ramita seca y la sacó verde y se metió él allí y salió con piernas y el otro con brazos. Y mataron a la dragona porque sabían que en cualquier momento iba a hacer daño.

De allá ellos marcharon y de nuevo dijo Călin, el loco, así:

-Ahora yo me voy a buscar a mi esposa, pero primero voy a un sitio, al que te conté yo -a la chica del emperador Rojo.

Y empezaron a ir. Yendo ellos por un bosque, cerca del patio del emperador, recogió Călin, el loco, un pañuelo de avellanas. Llegando a la puerta oyó un bramido grande. Ellos estaban vestidos con pantalones campesinos populares y con pellico y calentados con un cinto. La anciana de la puerta es de los nuestros:

-¡Buenas tardes, tía!

-¡Igualmente, valiente mozo!

-¿Pero qué sucede aquí, qué se oye?

-Se casa la chica del emperador.

-¿Con quién se casa?

-El cocinero, que mató a doce dragones.

Pero Călin, el loco, le dijo así a la anciana:

-Tía, he aquí te doy un cacillo de monedas, para que me hagas lo que te voy a decir.

-Te lo haré valiente mozo.

Él cogió el pañuelo con las avellanas. Era pañuelo de los nuestros -negro con florecillas alrededor- y puso el anillo en medio y dijo así:

-Lleva, tía, y pon delante del emperador, aunque te echen a empujones, tú métete como sea.

La anciana se fue y entró a codazos allá, lo puso en la mesa, y salió. Cuando le dio Călin, el loco, el cacillo de monedas, ella se alegró tremendamente... porque ella con todo lo que había tenido en su vida, pero ni lo vio.

El emperador al coger el pañuelo derramó las avellanas sobre la mesa y quedó el anillo en el medio. La chica dijo:

-Mira, padre, mi anillo, que no se sabe cómo lo he perdido.

El emperador empezó a gritar:

-¿Quién trajo el pañuelo con las avellanas?

Los maestros de ceremonias dijeron que había sido la anciana que estaba en la puerta. Rápidamente gritaron que trajeran a quién lo había traído. Cogieron a Călin, el loco, y entró. Pero el novio, el gitano, estaba sobre tres almohadas de puf. Cuando estaba Călin, el loco, en el umbral de la puerta, una almohada cayó bajo el gitano. Cuando estuvo en el medio de la casa, cayó la segunda y el gitano dijo: en voz baja, no me eches por tierra. Cuando estuvo al lado del emperador, cayó también la tercera almohada, porque al gitano no le correspondía ese sitio.

Dijo el emperador:

-¿Cómo, valiente mozo, el anillo de mi chica llegó a ti?

-¡Emperador Altísimo! -y empezó a contarle la historia.

Pero el gitano dijo:

-Por qué dices mentiras, yo maté a los dragones.

Y Călin dijo:

-Emperador, que traigan a todos los dragones, para que veas que tengo las puntas de las lenguas.

Los trajo y realmente no las tenían. Entonces él las sacó y se las mostró.

Entonces el emperador gritó que le trajeran el caballo mejor del establo y ató al gitano a la cola del caballo, y le puso también un saco de nueces y arreó al caballo... Dónde cae la nuez, cae también un trocito del gitano.

Ahora el emperador dijo:

-A partir de ahora, valiente mozo, serás mi yerno.

Pero Călin dijo:

-No, emperador, que a mí otra me gusta, pero yo tengo un hermano de sangre aquí conmigo, también hijo de emperador, que la tome él.

Y lo trajo, aunque la chica hubiera querido mejor a Călin, el loco; sin embargo, le aceptó porque el otro también era adecuado. E hizo una boda tremenda que duró unas tres semanas, luces, músicos, ¿qué no había?

Y allá dijo Călin, el loco:

-Ahora me voy a encontrar a la mía.

Cuánto lloraban ellos y empeñaba, pero no pudo convencerlo de que se quedara. Y se marchó. Cuando llegó él a la casa de su padre, había un palacio enorme, y una piara de cerdos que cuidaba un muchacho de unos siete años. Desde que le cortaron las piernas habían pasado unos ocho años.

-Bueno día, muchacho.

-Igualmente, señor.

-¿Quién vive en este palacio?

-Unos valientes mozos, que salvaron a las chicas del emperador, que habían raptado los dragones.

-¿Cómo viven ellos, con qué chicas se casaron?

-El grande se casó con la chica grande, el mediano se casó con la pequeña.

-¿Y la mediana?

-A ella la pusieron a guardar la ratería.

-¿Y tú de quién eres?

-Mi madre dice que soy de Călin, el loco, quién será aquel.

Pero él cuando oyó esto, solo su corazón lo sabía, vamos, que me perdone tu madre, ¡honrada tu cara! era suyo.

-Le ruego, señor, ayúdame a quitar los cerdos de allí.

Iban los cerdos iban, cuando una marrana no quiso entrar.

Călin, el loco, pegó como loco a la marrana. Ella empezó a gritar corriendo, todos los cerdos tras ella. Cuando lo oyeron salieron afuera y empezaron a gritar, ¿quién está allí golpeando a los cerdos? Călin, el loco, entró en el palacio. Ellos cuando lo vieron, le conocieron. Se levantaron veloces y se arrodillaron ante él.

-Perdónanos hermano, que reconocemos el error.

Pero Călin dijo así:

-No, hermanos, hagamos una bola de hierro y nos pondremos los tres juntos, y así haremos una cruz. La tiráis uno de vosotros a lo alto, que ella sepa al cual caer, aquel es culpable.

Y la tiró a lo alto, y cayó a los dos y le hizo en mil pedazos.

Y él hizo una boda tremenda... Pero él no era tan duro de corazón como para castigarles, como aquellos le hicieron, él los quería igual que a sus cuñadas. E hizo un baile tremendo y estaba también yo allá... y ellos hicieron una olluela de panetela y me la dieron afuera. Y a mí me sentó mal, y me fui al establo y me elegí un caballo con silla de oro, con el cuerpo de acero, con los pies de cera, con la cola de cañamazo, con la cabeza de col, con los ojos de cizaña, y partí por un cerro pedregoso: los pies se hundían, su cola crepitaba, los ojos tronaban. Cabalgué por una varita y te dije una mentira, cabalgué por una cancela y te conté la historia entera.

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