|
La muerte con sus soplos heladores |
|
apagó unos amores |
|
que fueron viva y rutilante llama; |
|
y la copa de hiel de mis dolores |
|
me hizo decir: «¡Feliz el que no ama!» |
|
|
|
Y huí cobardemente, |
|
vertiendo sangre de la abierta herida, |
|
en busca de un rincón -¡pobre demente!- |
|
donde no hubiera amor y hubiera vida. |
|
*** |
|
En un repliegue de la sierra brava |
|
la pobre choza del pastor estaba, |
|
y del rústico albergue en los umbrales |
|
una pobre mujer canturreaba |
|
dulcísimas tonadas guturales. |
|
|
|
Un angelillo humano |
|
que estatuilla de bronce parecía, |
|
fruto de sierra vigoroso y sano, |
|
escuchaba el salvaje canto llano |
|
de la ruda mujer, y se dormía... |
|
|
|
Y un hombre gigantesco, otra escultura |
|
de faz de bronce y de mirada dura, |
|
un solitario de la sierra brava, |
|
un hijo de los riscos, |
|
con traje de pellejo que exhalaba |
|
efluvios de varón y olor de apriscos, |
|
al niño, embebecido, contemplaba; |
|
|
|
y de sus ojos el mirar ceñudo, |
|
a medida que plácido se hundía |
|
en aquel idolillo hermoso y rudo, |
|
se iba quedando ante el amor desnudo |
|
y en caricia ideal se convertía... |
|
¡Era un nido de amores |
|
la choza de los rústicos pastores! |
|
*** |
|
En la cumbre del páramo vacío |
|
vi la fábrica ingente de un convento, |
|
y a acogerme corrí dentro el sombrío |
|
grandioso monumento. |
|
|
|
Y en las penumbras vanas |
|
de sus místicas cárceles oscuras, |
|
una legión de vírgenes humanas, |
|
blanca bandada de palomas puras, |
|
los ojos elevando a las alturas, |
|
que sus castas miradas atraían, |
|
con plañideras voces temblorosas |
|
cantaban y decían: |
|
-¡Jesús! ¡Jesús!... ¡Te adoran tus esposas! |
|
¡Tus esposas te adoran!... -repetían. |
|
*** |
|
Crucé meditabundo |
|
la llanura monótona y desierta..., |
|
un pedazo de mundo |
|
donde la vida se imagina muerta. |
|
Era un silencio como el mar profundo, |
|
era un ambiente de infinita calma, |
|
era un dogal para la asfixia hecho, |
|
era una pena que mataba el alma, |
|
era una angustia que mataba el pecho. |
|
|
|
Solo en la lejanía |
|
un minúsculo punto se movía... |
|
tal vez un hombre que escapó al desierto, |
|
cobarde, como yo, y allí vivía |
|
porque todo en redor estaba muerto. |
|
Busqué su compañía, |
|
como un marido derrotado, el puerto; |
|
era un gañán que araba |
|
la tierra fértil de la gris llanura |
|
que yo me imaginaba |
|
páramo estéril, infecunda grava, |
|
polvo de sepultura... |
|
|
|
Y con una tristísima dulzura |
|
que convidaba a padecer dolores, |
|
vibró la voz del rudo campesino |
|
y este cantar de amores |
|
llevó la brisa hasta el lugar vecino: |
|
|
Te quiero más que a mi vida, |
|
|
más que a mi padre y mi madre, |
|
|
y si no fuera pecado, |
|
|
más que a la Virgen del Carmen. |
|
|
|
¡Aquí no hablan de amor! -dije a las puertas |
|
del de los muertos olvidado asilo; |
|
y por sus calles frías y desiertas, |
|
triste vagué, pero vagué tranquilo. |
|
|
|
Y en losas sepulcrales, |
|
y en coronas, y en urnas funerales, |
|
y en criptas que guardaban los despojos |
|
de olvidados mortales. |
|
«¡Amor, amor, amor!», leían mis ojos, |
|
¡Mentira! -dije, ¡Soledad y olvido! |
|
Los vivos, ¿dónde están? ¡Están viviendo!... |
|
|
|
Y de allá, del rincón más escondido, |
|
¡trajo el aire un acento dolorido |
|
de humano pecho que se abrió gimiendo!, |
|
era una pobre anciana que tenía |
|
calentura de amor con desvarío |
|
y ante un sepulcro frío, |
|
temblando de dolor, así decía: |
|
-¡No estás solo, hijo mío! |
|
¡Te acompaña el dolor del alma mía! |
|
*** |
|
Pasé después por la gentil pradera |
|
y vi las dulces retozonas luchas |
|
del terreno precoz con la ternera; |
|
y en la fría corriente regadera |
|
vi los saltos nerviosos de las truchas, |
|
y rasando los prados amarillos, |
|
unidas vi volar dos mariposas, |
|
y de floridas zarzas espinosas, |
|
posados en los móviles arquillos, |
|
abiertos los piquillos |
|
y tendidas las alas temblorosas, |
|
volaban, sin volar, los pajarillos..., |
|
y las brisas errantes que pasaban |
|
en sus alas llevaban |
|
ritmos de vida, música de amores, |
|
aromas de salud, polen de flores... |
|
¡Yo me embriagué! Las puertas del sentido |
|
y del alma las puertas, |
|
tomé a poner frente al vivir abiertas, |
|
llamé al amor y me entregué rendido. |
|
|
|
Y la sombra querida |
|
que en el sepulcro abandoné en mi huida, |
|
surgiendo luminosa, |
|
surgiendo agradecida, |
|
me dijo que el amor era la cosa |
|
más bella de la vida; |
|
me dijo que el amor era más fuerte, |
|
más grande que la muerte; |
|
me dijo que las almas que se adoran |
|
el roto lazo de su unión no lloran, |
|
porque el beso ideal de la constancia |
|
se lo dan a través de los abismos |
|
de la tumba, del tiempo y la distancia; |
|
me dijo que la vida en el desierto |
|
es cobarde vivir de un vivo muerto; |
|
me dijo que a lo largo del camino |
|
de un hondo amor a quien hirió el destino |
|
las penas son ternuras, |
|
las nostalgias del bien son poesía, |
|
las lágrimas tranquilas son dulzura, |
|
la soledad del alma es compañía... |
|
|
|
Y me dijo también: «La vida es bella, |
|
si en ella descubrieses, tras mi huella, |
|
la honda belleza de que está nutrida |
|
y me quieres amar.... ama la vida |
|
que a Dios y a mí nos amarás en ella.» |
- I - |
|
He dormido en la majada sobre un lecho de
lentiscos |
|
embriagado por el vaho de los húmedos apriscos |
|
y arrullado por murmullos de mansísimo rumiar. |
|
He comido pan sabroso con entrañas de camero |
|
que guisaron los pastores en blanquísimo caldero |
|
suspendido de las llares sobre el fuego del hogar. |
|
|
|
Y al arrullo soñoliento de monótonos hervores, |
|
he charlado largamente con los rústicos pastores |
|
y he buscado en sus sentires algo bello que decir... |
|
¡Ya se han ido, ya se han ido! ¡Ya no encuentro en la
comarca |
|
los pastores de mi abuelo, que era un viejo patriarca |
|
con pastores y vaqueros que rimaban el vivir! |
|
|
|
Se acabaron para siempre los selváticos juglares |
|
que alegraban las majadas con historias y cantares |
|
y romances peregrinos de muchísimo sabor. |
|
Para siempre se acabaron los ingenuos narradores |
|
de las trágicas leyendas de fantásticos amores |
|
y contiendas fabulosas de los hombres del honor. |
|
|
|
¡Ya se han ido, ya se han ido! Los que habitan sus
majadas, |
|
ya no riman, ya no cantan villancicos y tonadas |
|
y fantásticas leyendas que encantaban mi niñez. |
|
Han perdido los vigores y las vírgenes frescuras |
|
de los cuerpos y las almas que bebieron aguas puras |
|
de veneros naturales de exquisita limpidez. |
|
|
|
¡Ya no riman, ya no cantan! Ya no piden al viajero |
|
que les cuente la leyenda del gentil aventurero, |
|
la princesa encarcelada y el enano encantador. |
|
Ya no piden aquel cuento de la azada y el tesoro, |
|
ni la historia fabulosa de la guerra con el moro, |
|
ni el romance tierno y bello de la Virgen y el pastor. |
|
|
|
¡He dormido en la majada! Blasfemaban los pastores |
|
maldiciendo la fortuna de los amos y señores |
|
que habitaban los palacios de la mágica ciudad; |
|
y gruñían rencorosos como perros amarrados |
|
venteando los placeres y blandiendo los cayados |
|
que heredaron de otros hombres como cetros de la paz. |
|
|
- II - |
|
Yo quisiera que tomaran a mis chozas y casetas |
|
las estirpes patriarcales de selváticos poetas, |
|
tañedores montesinos de la gaita y el rabel, |
|
que mis campos empapaban en la intensa melodía |
|
de una música primera que en los senos se fundía |
|
de silencios transparentes, más sabrosos que la miel. |
|
|
|
Una música tan virgen como el aura de mis montes, |
|
tan serena como el cielo de sus amplios horizontes, |
|
tan ingenua como el alma del artista montaraz, |
|
tan sonora como el viento de las tardes abrileñas, |
|
tan süave como el paso de las aguas ribereñas, |
|
tan tranquila como el curso de las horas de la paz. |
|
|
|
Una música fundida con balidos de corderos, |
|
con arrullos de palomas y mugidos de terneros, |
|
con chasquidos de la onda del vaquero silbador, |
|
con rodar de regatillos entre peñas y zarzales, |
|
con zumbidos de cencerros y cantares de zagales, |
|
¡de precoces zagalillos que barruntan ya el amor! |
|
|
|
Una música que dice cómo suenan en los chozos |
|
las sentencias de los viejos y las risas de los mozos, |
|
y el silencio de las noches en la inmensa soledad, |
|
y el hervir de los calderos en las lumbres pavorosas, |
|
y el llover de los abismos en las noches tenebrosas, |
|
y el ladrar de los mastines en la densa oscuridad. |
|
|
|
Yo quisiera que la musa de la gente campesina |
|
no durmiese en las entrañas de la vieja hueca encina |
|
donde, herida por los tiempos, hosca y brava se encerró. |
|
Yo quisiera que las puntas de sus alas vigorosas |
|
nuevamente restallaran en las frentes tenebrosas |
|
de esta raza cuya sangre la codicia envenenó. |
|
|
|
Yo quisiera que encubriesen las zamarras de pellejo |
|
pechos fuertes con ingenuos corazones de oro viejo |
|
penetrados de la calma de la vida montaraz. |
|
Yo quisiera que en el culto de los montes abrevados, |
|
sacerdotes de los montes, ostentaran sus cayados |
|
como símbolos de un culto, como cetros de la paz. |
|
|
|
Yo quisiera que vagase por los rústicos asilos, |
|
no la casta fabulosa de fantásticos Batilos |
|
que jamás en las majadas de mis montes habitó, |
|
sino aquella casta de hombres vigorosos y severos, |
|
más leales que mastines, más sencillos que corderos, |
|
más esquivos que lobatos, ¡más poetas, ¡ay!, que yo! |
|
|
|
¡Más poetas! Los que miran silenciosos hacia Oriente |
|
y saludan a la aurora con la estrofa balbuciente |
|
que derraman, sin saberlo, de la gaita pastoril, |
|
son los hijos naturales de la musa campesina |
|
que les dicta mansamente la tonada matutina |
|
con que sienten las auroras del sereno mes de abril. |
|
|
|
¡Más poetas, más poetas! Los artistas inconscientes |
|
que se sientan por las tardes en las peñas eminentes |
|
y modulan sin quererlo, melancólico cantar, |
|
son las almas empapadas en la rica poesía |
|
melancólica y süave que destila la agonía |
|
dolorida y perezosa de la luz crepuscular. |
|
|
|
¡Más poetas, más poetas! Los que riman sus sentires |
|
cuando dentro de las almas cristalizan en decires |
|
que en los senos de los campos se derraman sin querer, |
|
son los hijos elegidos que desnudos amamanta |
|
la pujanza brava musa que al oído solo canta |
|
las sinceras efusiones del dolor y del placer. |
|
|
|
¡Más poetas! Los que viven la feliz monotonía |
|
sin frenéticos espasmos de placer y de alegría |
|
de los cuales las enfermas pobres almas van en pos, |
|
han saltado, sin saberlo, sobre todas las alturas |
|
y serenos van cantando por las plácidas llanuras |
|
de la vida humilde y fuerte que cantando va hacia Dios. |
|
|
|
¡Que reviva, que rebulla por mis chozos y casetas |
|
la castiza vieja raza de selváticos poetas |
|
que la vida buena vieron y rimaron el vivir! |
|
¡Que repueblen las campiñas de la clásica comarca |
|
los pastores y vaqueros de mi abuelo el patriarca |
|
que con ellos tuvo un día la fortuna de morir! |
|
El huerto que heredé de mis mayores |
|
no tiene bellas flores |
|
de efímero vivir ni tenues frondas; |
|
tiene hiedra sagrada |
|
de hojas perennes y raíces hondas; |
|
fresca niñez y ancianidad honrada. |
|
|
|
Una bíblica higuera |
|
lo llena todo con su copa oscura, |
|
y una fuente con rica regadera, |
|
que música me da, le da frescura. |
|
|
|
Lo poco que en el mundo me ha quedado |
|
lo tengo en este huerto, |
|
siempre al estruendo mundanal cerrado, |
|
siempre a la voz de mi sentir abierto. |
|
En medio está enclavado |
|
del árido desierto, |
|
triste vivienda de la grey humana |
|
que duda de la tierra prometida, |
|
cada vez más lejana, |
|
cada vez hacia Oriente más hundida... |
|
|
|
Yo, cuando el sol del arenal me ciega |
|
y en fuerza de mirar siento borrosa |
|
la visión luminosa |
|
donde parece que jamás se llega... |
|
Cuando el sudor anega |
|
mis doloridos empañados ojos, |
|
cuando me hieren los aceros fríos |
|
de punzantes abrojos, |
|
cuando me azotan los hermanos míos |
|
que me encuentro de frente en el desierto, |
|
vertiendo sangre a ríos |
|
y lágrimas a mares, torno al huerto. |
|
|
|
Mi padre se sentaba en esta piedra, |
|
que coronó de hiedra |
|
la mano santa de mi santa madre... |
|
Fue un altar al amor en roca dura |
|
con dosel de verdura, |
|
trono de patriarca con mi padre |
|
y urna de santa con mi madre pura. |
|
|
|
Ya está solo el edén. Todo es desierto. |
|
Detrás de mis santísimos ancianos |
|
saliendo han ido del sagrado huerto |
|
mis amantes dulcísimos hermanos... |
|
¡Los he visto morir, y yo no he muerto! |
|
|
|
¡Jamás he comprendido |
|
por qué Dios ha querido |
|
que el vástago más ruin y débil sea |
|
el último habitante de este nido. |
|
Querrá Dios encerrarme |
|
tal vez para ganarme, |
|
porque en estas sagradas espesuras, |
|
donde pasos al cielo son los días, |
|
yo no puedo sentir cosas impura, |
|
yo no puedo soñar cosas impías. |
|
|
|
He nacido en amenas, |
|
castizas y santísimas comarcas |
|
y corre por mis venas |
|
sangre de venerables patriarcas |
|
que me legaron enseñanzas buenas, |
|
huerto, escudo, solar y oro en sus arcas. |
|
Mas, en mi estéril soledad hundido, |
|
Amor me ha visitado. Amor me ha herido, |
|
y hervor de sangre que mi cuerpo inunda |
|
dice que no he nacido |
|
para morir estéril junto al nido |
|
de una raza fecunda. |
|
|
|
Dondequiera que estés, mujer hermosa, |
|
predestinada esposa, |
|
que merezcas posar aquí tu planta, |
|
que merezcas sentarte en esta piedra |
|
que coronó de hiedra |
|
la mano de una santa, |
|
ven al huerto querido, |
|
y a la sombra de Dios, Padre del mundo, |
|
pondremos cama nueva al viejo nido |
|
que mi sangre y mi Dios quieren fecundo. |
|
|
|
El Cielo todavía |
|
no ha otorgado a mis ojos el consuelo |
|
de deber tu hermosura, ¡oh Virgen mía!; |
|
pero te adoro en el azul del cielo, |
|
y en el tranquilo resbalar del día, |
|
y en el silencio de la noche oscura, |
|
y en la quietud del huerto sosegado, |
|
y en el recuerdo de la gente pura |
|
que me lo hizo sagrado. |
|
|
|
Te adoro en la memoria |
|
de aquella santa de sencilla historia |
|
que la tierra del huerto que he heredado |
|
santificó con su adorable planta |
|
y el dulce ambiente nos dejó inundado |
|
de perfumes de santa. |
|
|
|
Ven, casta Virgen, al reclamo amigo |
|
de un alma de hombre que te espera ansiosa |
|
porque presiente que vendrán contigo |
|
el pudor de la Virgen candorosa, |
|
la gravedad de la mujer cristiana, |
|
el casto amor de la leal esposa |
|
y el pecho maternal que juntos mana |
|
leche y amor para la prole sana |
|
que a Dios le place alegre y numerosa. |
|
|
|
¡Dios que lo escuchas!, acelera el día, |
|
porque es tu sol incubador y hermoso, |
|
y la noche es estéril y sombría, |
|
la vida breve, el corazón fogoso, |
|
sensible el alma mía, |
|
soberano el Amor fructuoso |
|
y Tú eres Padre del inmenso mundo |
|
e hijo yo soy del mundo vigoroso |
|
que te plugo crear grande y fecundo. |
|
|
|
Alegra mi desierto |
|
con ruido de vivir cuyo concierto |
|
pueda sonarte a coro de angelillos... |
|
Ya ves que entre las hiedras encubierto |
|
hay un nido minúsculo en mi huerto |
|
con siete pajarillos... |
- I - |
|
Antes de que el poeta alce su canto |
|
a un santo amor a quien le debe tanto, |
|
dejad que el hijo que lo santo siente, |
|
comience haciendo, con respeto santo, |
|
la señal de la cruz sobre su frente. |
|
Siempre la sello con el signo eterno |
|
cuando al borde me inclino |
|
del mar inmenso del amor divino |
|
o del torrente del amor materno. |
|
La cuerda del laúd ruda y bravía, |
|
que los canta con mísera armonía, |
|
debiera ser el llamamiento muda, |
|
porque la mano que lo pulsa es mía, |
|
porque la cuerda que responde es ruda, |
|
y el salmo santo de las cosas santas |
|
debe bajar de alturas celestiales |
|
con letras de seráficas gargantas |
|
y acentos de laúdes edeniales. |
|
|
|
Por eso, cuando canto, |
|
con pálido decir y acento oscuro, |
|
el amor de aquel Dios, tres veces santo, |
|
o el de aquella mujer, tres veces puro...; |
|
cuando hallar he creído |
|
con mi canción el amoroso emblema |
|
y la recito de esperanza henchido, |
|
me desgarran el alma y el oído, |
|
las míseras estrofas del poema; |
|
rompo el laúd, que acompañó mi canto, |
|
y digo con la voz de la amargura: |
|
|
|
¡Señor a quien soñé: Tú eres más santo! |
|
¡Mujer de quien nací: tú eres más pura! |
|
|
- II - |
|
La he visto arrodillada |
|
junto a la cuna del enfermo hijo, |
|
fija en el ángel la febril mirada |
|
y en Dios clemente el pensamiento fijo. |
|
La carita de nácar y de rosa |
|
era un montón de podredumbre horrendo, |
|
que la zarpa asquerosa |
|
de horrible enfermedad iba pudriendo. |
|
Pero la mano valerosa y fuerte |
|
de la amorosa madre dolorida |
|
daba un toque de vida |
|
sobre cada mordisco de la muerte; |
|
y aquella ardiente boca |
|
de la sublime enamorada loca, |
|
que respiraba lumbre |
|
de amorosa materna calentura, |
|
besaba la espantosa podredumbre |
|
con locos arrebatos de ternura... |
|
|
|
Sudor vertiendo y devorando hieles, |
|
yo la vi resignada |
|
al yugo de las bregas más crueles |
|
como una res atada. |
|
La vi en el crudo y frío, |
|
turbio y callado amanecer de enero, |
|
yerta junto al helado lavadero |
|
en las gélidas márgenes del río. |
|
Hacia el bosque sombrío |
|
la vi subir por los barrancos rojos; |
|
la vi bajar de las agrestes faldas, |
|
desgarrando sus plantas los abrojos, |
|
desgarrando la leña sus espaldas... |
|
Y en la espinosa vía |
|
que sube y baja de las agrias crestas, |
|
yo la he visto caer, como caía |
|
Cristo divino con la cruz a cuestas. |
|
Yo la he visto dejar su pobre casa |
|
cuando julio cruel ciega los ojos, |
|
bruñe los cielos y la tierra abrasa, |
|
y en los ardientes áridos rastrojos |
|
disputando su presa a las hormigas, |
|
yo la he visto buscar unas espigas |
|
perdidas entre sábanas de abrojos. |
|
Yo la he visto cargada, |
|
camino de la vega, con la azada, |
|
delante de un verdugo |
|
que a la humana legión desheredada |
|
disputaba a pellizcos un mendrugo, |
|
y en el hijito el pensamiento fijo, |
|
iba la mártir amarrada al yugo, |
|
pues solo de su sangre con el jugo |
|
la mártir amasaba el pan del hijo. |
|
|
|
Yo la he visto bajar a los fangales |
|
donde el hijo infeliz se revolcaba |
|
donde las alas de su amor manchaba |
|
con el lobo de amores criminales. |
|
Era una noche brava, |
|
sin luz y fría como el alma loca |
|
de aquel hijo perdido, |
|
que al antro infame a derramar ha ido |
|
baba de impío de la torpe boca, |
|
fango de amor del corazón podrido, |
|
una noche de aquellas |
|
en que, al verse tal vez más ofendido, |
|
vela Dios las estrellas, |
|
y no le queda al hombre |
|
otra luz que el fulgor de las centellas |
|
y el de la fe en el nombre |
|
del Dios que vibra justiciero en ellas |
|
Noches para el hogar, que nadie sabe |
|
si en una de ellas estará dispuesto |
|
que el mundo frágil espantado acabe, |
|
y del naufragio en el momento grave, |
|
el que no esté en su hogar no está en su puesto. |
|
Y en una de esas de terrores llenas, |
|
noches que zumban como el mar airado |
|
el látigo de acero de las penas |
|
echó a la madre de su hogar honrado. |
|
|
|
Al hijo desmandado |
|
iba a llamar con doloroso acento |
|
al antro tenebroso donde, hambriento, |
|
encueva sus miserias el pecado. |
|
Detúvose a la puerta, |
|
muerta de angustias y de espanto muerta; |
|
zumbaba loca la feroz orgía, |
|
botaba la borrasca en las alturas, |
|
y otra más brava, sin rugir, vertía |
|
sobre el alma turbiones de amarguras. |
|
El coro de las bestias blasfemaba, |
|
vibraba el antro, el huracán rugía. |
|
Dios relampagueaba |
|
y la vieja infeliz se estremecía. |
|
|
|
Estaba oyendo en el feroz concierto |
|
del hondo lupanar, negro y abierto, |
|
la loca voz del réprobo querido... |
|
¡Fuera menos dolor llorarlo muerto |
|
que llorarlo perdido! |
|
Y, acurrucada en la calleja oscura, |
|
como una pordiosera, |
|
transida de dolor con calentura, |
|
con frío de terror y faz de cera, |
|
parecía, velando en la negrura, |
|
la muda estatua del amor que espera |
|
la santa redención de un alma impura. |
|
Salieron de repente |
|
del tenebroso lupanar rugiente |
|
dos hombres ebrios, de mirada loca, |
|
que en la calle pararon frente a frente, |
|
la blasfemia en la boca |
|
y en la mano el cuchillo reluciente... |
|
Una sola embestida, |
|
un opaco rugido maldiciente, |
|
el estruendo mortal de una caída |
|
y un sordo surtidor de sangre hirviente |
|
brotando por la boca de una herida... |
|
|
|
Y otro grito vibrante, |
|
plañidero, feroz, dilacerante, |
|
del pecho débil de la madre fuerte, |
|
detuvo al asesino en el instante |
|
del blandir otra vez el humeante |
|
fino puñal sobre el rival inerte. |
|
|
|
Antes ebrio de vino, |
|
antes ebrio de rabia vengadora, |
|
y ebrio de sangre ahora, |
|
el bárbaro asesino, |
|
con la más espantosa de las sañas |
|
alza el puñal que ensangrentado oprime |
|
y lo hunde en las entrañas |
|
llenas de amor de la mujer sublime, |
|
y al caer la heroína sobre el hijo, |
|
que en el charco de sangre agonizaba, |
|
«¡Hijo del alma!», dijo |
|
con voz de mártir que a perdón sonaba. |
|
.......................................................... |
|
La sangre de la débil ancianita, |
|
cayendo sobre el pecho palpitante |
|
del hijo agonizante, |
|
como lluvia bendita, |
|
corrió caliente hacia la herida abierta, |
|
y el rojo raudalillo desatado |
|
que abierta halló del corazón la puerta, |
|
inundó el corazón del hijo amado. |
|
|
|
Las pupilas cuajadas |
|
de la víctima inerte, |
|
cargadas de dolor, de amor cargadas, |
|
hundieron en el cielo sus miradas. |
|
¡Y en él hundidas las dejó la muerte! |
|
........................................................ |
|
Brillaban las estrellas cual topacios |
|
en el húmedo azul de los espacios, |
|
que el soplo del Señor limpió de nubes, |
|
la borrasca pasó, reinó la calma, |
|
y, en su augusto callar, oyó mi alma |
|
que una gentil tropilla de querubes |
|
ante las puertas de oro |
|
del alcázar de Dios, cantaba a coro: |
|
«¡Señor, Señor! En el humano suelo |
|
de tu amor una chispa aun ha quedado |
|
que el alma de una madre trae al cielo |
|
la de un hijo infeliz regenerado!...» |
|
........................................................ |
|
Más sublime te he visto |
|
cuando salvas, ¡oh amor!, que cuando creas. |
|
¡Tú sabes ser como el amor de Cristo, |
|
pues sabes redimir! ¡Bendito seas! |
- I - |
|
Dos paisajes: el uno soñado |
|
|
y el otro vivido. |
|
|
|
¡Cuán amarga, sin sueños, me fuera |
|
|
la vida que vivo! |
|
...................................................... |
|
|
|
Era un trozo de tierra jurdana |
|
|
sin una alquería; |
|
era un trozo de mundo sin ruido, |
|
|
de mundo sin vida. |
|
|
|
Era un campo tan solo, tan solo |
|
|
como un cementerio, |
|
donde más hondamente se sienten |
|
|
los hondos silencios. |
|
|
|
Madroñeras, lentiscos y jaras |
|
|
helechos y piedras, |
|
madreselvas, zarzales y brezos, |
|
|
retamas escuetas... |
|
|
|
¡La maraña revuelta y estéril |
|
|
que viste los campos |
|
cuando no los fecunda y riegan |
|
|
sudores humanos! |
|
|
|
No tenían trigales las lomas, |
|
|
ni huertos las vegas, |
|
ni sotillos las frescas umbrías, |
|
|
ni árboles la sierra... |
|
|
|
No tenían las rudas labores |
|
|
cantores humanos, |
|
|
|
ni el sabroso caer de las tardes |
|
|
cantores alados. |
|
|
|
No tenían ni puente el riachuelo, |
|
|
ni torre la aldea, |
|
ni alegría de vida sus grises |
|
|
hórridas viviendas. |
|
|
|
A sus puertas holgaban desnudos |
|
|
niñitos hambrientos, |
|
devorando sopores de muerte |
|
|
de alma y del cuerpo. |
|
|
|
Y unas ruines mujeres traían |
|
|
de pueblos lejanos |
|
miserables mendrugos mohosos |
|
|
envueltos en trapos... |
|
|
|
Y unos hombres huraños y entecos |
|
|
la tierra arañaban |
|
como ruines raposos sin presa |
|
|
que el páramo escarban. |
|
|
|
Y una sorda quietud imponente, |
|
|
grabándolo todo, |
|
sobre el muerto vivir descargaba |
|
|
su losa de plomo... |
|
|
- II - |
|
Era un trozo de tierra jurdana |
|
|
con una alquería: |
|
era un trozo de mundo vibrante, |
|
|
de ruidos de vida. |
|
|
|
Era un campo de flores y frutos, |
|
|
con hombres y pájaros, |
|
con caricias de sol y aguas puras, |
|
|
de limpios regatos. |
|
|
|
Olivares azules que escalan |
|
|
alegres laderas; |
|
huertecillos con frutos de oro |
|
|
que engríen las vegas. |
|
|
|
Recortados, pequeños trigales; |
|
|
minúsculos prados |
|
alamedas pomposas y viñas, |
|
|
sotos de castaños... |
|
|
|
Y la sierra gentil, más arriba, |
|
|
perdiendo asperezas... |
|
¡sonriendo a medida que sube |
|
|
la vida por ella! |
|
|
|
Colmenares que zumban y labran, |
|
|
palomares blancos, |
|
majadillas que alegran las cuestas |
|
|
sonoros rebaños... |
|
|
|
Carboneras humosas que fingen |
|
|
pequeños volcanes; |
|
leñadores que cortan y cantan, |
|
|
que llevan y traen... |
|
|
|
¡La visión de los campos incultos |
|
|
que ricos se tornan |
|
si los baña del sol del trabajo |
|
|
la luz creadora! |
|
|
|
Y tenía ya puente el riachuelo, |
|
|
y torre la aldea, |
|
y alegría de vida sus blancas |
|
|
y sanas viviendas. |
|
|
|
Y del útil saber en un templo |
|
|
limpio y diminuto, |
|
y en el templo más grande y más sabio |
|
|
del campo fecundo, |
|
|
|
bando alegre de niños que un hombre |
|
|
discreto guiaba, |
|
la salud y la vida bebían |
|
|
del cuerpo y del alma. |
|
|
|
Y unas madres con leche en sus pechos, |
|
|
y luz en la mente, |
|
y en las caras morenas, dulzuras |
|
|
y risas alegres, |
|
|
|
amasaban el pan de los suyos, |
|
|
rezaban, bullían, |
|
gobernaban la casa cantando, |
|
|
¡cantando la vida! |
|
|
|
Y unos hombres briosos y cultos |
|
|
labraban los campos |
|
con la sana alegría que infunden |
|
|
la paz y el trabajo. |
|
|
|
Y flotaba en los aires el ritmo |
|
|
gigante y oscuro |
|
con que alienta la tierra fecunda |
|
|
preñada de frutos. |
|
........................................................ |
|
|
|
¡Dos paisajes! El uno soñado |
|
|
y el otro vivido. |
|
Del vivir al soñar, ¿hay distancia? |
|
¡Pues amor cegará tal abismo! |