Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

¿Por qué?

                                ArribaAbajoAquella flor anónima
de pétalos iguales
que sola está en el páramo
de grises pizarrales,
¿por qué ha nacido allí?
 
   Y aquella moza rústica
que a ser esclava aspira
de aquel pastor selvático
que, huraño y torvo, mira,
¿por qué lo adora así?
***
   ¿Por qué mete el cernícalo
su nido en la hendidura
y el colorín minúsculo
lo guarda en la espesura
del viejo carrascal?
 
   ¿Por qué las oropéndolas
lo cuelgan del encino
y aquellos otros pájaros
sotiérranlo en el fino
tapiz del arenal?
***
   ¿Por qué a la loba escuálida
creó Naturaleza
vecina de la tórtola
que arrulla en la maleza
la calma del cubil?
 
   ¿Por qué son hermosísimos
los blancos recentales?
¿Por qué tan torvos y hórridos,
por qué tan desleales
la hiena y el reptil?
***
   ¿Por qué vivirá errático,
sin nido, el necio cuco?
¿Por qué será el polícromo
vistoso abejaruco
tan áspero cantor?
 
   ¿Por qué de dulce música
tesoro tal Dios guarda
para el pardillo mísero,
para la alondra parda
y el pardo ruiseñor?
***
   ¿Por qué destila bálsamos
el mísero cantueso
que vive en las estériles
calvicies de aquel teso
paupérrimo vivir?
 
   ¿Por qué las pomposísimas
peonías fastuosas
producen esas fétidas
grasientas grandes rosas
de enfático vestir?
***
   ¿Por qué vierten las víboras
ponzoñas dañadoras?
¿Por qué las beneméritas
abejas labradoras
producen rica miel?
 
   ¿Por qué si bajan límpidas
a un labio que sonría
las gratas puras lágrimas
que arrancan la alegría
también saben a hiel?
***
   ¿Por qué?... Curioso espíritu,
no quieras indagarlo,
ni en tristes secas fórmulas
pretendas encerrarlo
si no quieres llorar.
 
   Misterios que sois únicos
divinos bebederos
de encantos sabrosísimos:
¡tocaros es perderos!
¡Viviros es gozar!


ArribaAbajo

Amor

                                ArribaAbajoLa muerte con sus soplos heladores
apagó unos amores
que fueron viva y rutilante llama;
y la copa de hiel de mis dolores
me hizo decir: «¡Feliz el que no ama!»
 
   Y huí cobardemente,
vertiendo sangre de la abierta herida,
en busca de un rincón -¡pobre demente!-
donde no hubiera amor y hubiera vida.
***
   En un repliegue de la sierra brava
la pobre choza del pastor estaba,
y del rústico albergue en los umbrales
una pobre mujer canturreaba
dulcísimas tonadas guturales.
 
   Un angelillo humano
que estatuilla de bronce parecía,
fruto de sierra vigoroso y sano,
escuchaba el salvaje canto llano
de la ruda mujer, y se dormía...
 
   Y un hombre gigantesco, otra escultura
de faz de bronce y de mirada dura,
un solitario de la sierra brava,
un hijo de los riscos,
con traje de pellejo que exhalaba
efluvios de varón y olor de apriscos,
al niño, embebecido, contemplaba;
 
   y de sus ojos el mirar ceñudo,
a medida que plácido se hundía
en aquel idolillo hermoso y rudo,
se iba quedando ante el amor desnudo
y en caricia ideal se convertía...
¡Era un nido de amores
la choza de los rústicos pastores!
***
   En la cumbre del páramo vacío
vi la fábrica ingente de un convento,
y a acogerme corrí dentro el sombrío
grandioso monumento.
 
   Y en las penumbras vanas
de sus místicas cárceles oscuras,
una legión de vírgenes humanas,
blanca bandada de palomas puras,
los ojos elevando a las alturas,
que sus castas miradas atraían,
con plañideras voces temblorosas
cantaban y decían:
-¡Jesús! ¡Jesús!... ¡Te adoran tus esposas!
¡Tus esposas te adoran!... -repetían.
***
   Crucé meditabundo
la llanura monótona y desierta...,
un pedazo de mundo
donde la vida se imagina muerta.
Era un silencio como el mar profundo,
era un ambiente de infinita calma,
era un dogal para la asfixia hecho,
era una pena que mataba el alma,
era una angustia que mataba el pecho.
 
   Solo en la lejanía
un minúsculo punto se movía...
tal vez un hombre que escapó al desierto,
cobarde, como yo, y allí vivía
porque todo en redor estaba muerto.
Busqué su compañía,
como un marido derrotado, el puerto;
era un gañán que araba
la tierra fértil de la gris llanura
que yo me imaginaba
páramo estéril, infecunda grava,
polvo de sepultura...
 
   Y con una tristísima dulzura
que convidaba a padecer dolores,
vibró la voz del rudo campesino
y este cantar de amores
llevó la brisa hasta el lugar vecino:
     Te quiero más que a mi vida,
  más que a mi padre y mi madre,
  y si no fuera pecado,
  más que a la Virgen del Carmen.
 
   ¡Aquí no hablan de amor! -dije a las puertas
del de los muertos olvidado asilo;
y por sus calles frías y desiertas,
triste vagué, pero vagué tranquilo.
 
   Y en losas sepulcrales,
y en coronas, y en urnas funerales,
y en criptas que guardaban los despojos
de olvidados mortales.
«¡Amor, amor, amor!», leían mis ojos,
¡Mentira! -dije, ¡Soledad y olvido!
Los vivos, ¿dónde están? ¡Están viviendo!...
 
   Y de allá, del rincón más escondido,
¡trajo el aire un acento dolorido
de humano pecho que se abrió gimiendo!,
era una pobre anciana que tenía
calentura de amor con desvarío
y ante un sepulcro frío,
temblando de dolor, así decía:
-¡No estás solo, hijo mío!
¡Te acompaña el dolor del alma mía!
***
   Pasé después por la gentil pradera
y vi las dulces retozonas luchas
del terreno precoz con la ternera;
y en la fría corriente regadera
vi los saltos nerviosos de las truchas,
y rasando los prados amarillos,
unidas vi volar dos mariposas,
y de floridas zarzas espinosas,
posados en los móviles arquillos,
abiertos los piquillos
y tendidas las alas temblorosas,
volaban, sin volar, los pajarillos...,
y las brisas errantes que pasaban
en sus alas llevaban
ritmos de vida, música de amores,
aromas de salud, polen de flores...
¡Yo me embriagué! Las puertas del sentido
y del alma las puertas,
tomé a poner frente al vivir abiertas,
llamé al amor y me entregué rendido.
 
   Y la sombra querida
que en el sepulcro abandoné en mi huida,
surgiendo luminosa,
surgiendo agradecida,
me dijo que el amor era la cosa
más bella de la vida;
me dijo que el amor era más fuerte,
más grande que la muerte;
me dijo que las almas que se adoran
el roto lazo de su unión no lloran,
porque el beso ideal de la constancia
se lo dan a través de los abismos
de la tumba, del tiempo y la distancia;
me dijo que la vida en el desierto
es cobarde vivir de un vivo muerto;
me dijo que a lo largo del camino
de un hondo amor a quien hirió el destino
las penas son ternuras,
las nostalgias del bien son poesía,
las lágrimas tranquilas son dulzura,
la soledad del alma es compañía...
 
   Y me dijo también: «La vida es bella,
si en ella descubrieses, tras mi huella,
la honda belleza de que está nutrida
y me quieres amar.... ama la vida
que a Dios y a mí nos amarás en ella.»


ArribaAbajo

Idilio

                                ArribaAbajoLa pulida paverilla
-¡un capullo de amapola!-
huelga con el paverillo
en la linde de la hoja.
La pavada anda buscando
hormiguitas y langostas
en los cercanos baldíos,
que no tienen otra cosa.
Sentada está la pavera
del lindón sobre la alfombra,
y el pavero de rodillas,
como adoran los que adoran.
Ella ha juntado en el halda,
donde los tallos les corta,
un montón de bien cerrados
capullitos de amapola.
Sin romperlo, en sus dedillos
uno coge cuidadosa
y se lo muestra al muchacho
preguntando: «¿Fraile o monja?»
Y esperando se le queda
¡más picaresca y más mona!...
El capullo será fraile
si tiene rojas las hojas,
pero si las tiene blancas,
el capullo será monja.
Y estático el paverillo,
con ojazos interrogan,
contempla el misterio, y duda,
y se agita, y se emociona,
y mira luego a la niña
que lo apremia, que lo azora,
y lleno del hondo pánico
que presiente la derrota,
se lanza a dar la respuesta
como el que a morir se arroja.
Y apenas ha dicho: «¡Fraile!»
con la voz un poco ronca,
rompe la niña el capullo
y exclama entre risas: «¡Monja!»
Y apenas ha dicho el niño:
«¡Monja!», con voz temblorosa,
«¡Fraile!», le grita riéndose
la paverilla burlona...
 
   ¡Está más torpe el muchacho!
¡La niña tanto lo azora!...
¡Y luego, es tan misterioso
un capullo de amapola!...
¡Como que yo no diría
jamás ni fraile ni monja!...


ArribaAbajo

Elegía

- I -

                                ArribaAbajoNo fue una reina
de las de España,
fue la alegría
de una majada.
 
   Trece años cumple
para la Pascua
la cabrerilla
de Casablanca.
Su pobre madre
sola la manda
todas las tardes
a la majada.
Lleva ropilla,
lleva viandas
y trae jugosa
leche de cabras.
Vuelve de noche,
porque es muy larga,
porque es muy dura
la caminada
para un asnillo
que apenas anda.
 
   ¡Qué miedo lleva!
Pero lo espanta
con el sonido
de sus tonadas.
Canta con miedo,
de miedo canta.
¡Son tan profundas
las hondonadas
y tan espesas
todas las matas!...
¡Son tan horribles
las noches malas,
cuando errabundas
aullando vagan
lobas paridas
por las cañadas
con unos ojos
como las brasas!...
¡Son tan medrosas
las noches claras
cuando en los charcos
cantan las ranas,
cuando los búhos
ocultos graznan,
cuando hacen sombra
todas las matas
y se menean
todas las ramas!...
 
   Los viejos hombres
de la majada
la quieren mucho
porque es tan guapa,
porque es tan buena,
porque es tan sabia.
Pero a un despierto
zagal de cabras,
que cumple trece
para la Pascua,
no sé con ella
lo que le pasa,
que algunas veces,
al contemplarla,
se pone trémula
su cara pálida
y entre sus párpados
tiemblan dos lágrimas...
 
   Nadie ha sabido
que la regala
dijes y cruces
de Alcaravaca
de bien pulido
cuerno de cabra.
 
   Cuando ella viene
con la vianda
¡le da más gusto!...
¡Le da más ansia,
le da más pena,
cuando se marcha!...
¡Como que toda
la noche pasa
llorando quedo
sobre la manta
sin que lo sepan
en la majada!
 

- II -

   ¡Ay pobre madre,
cómo gritaba,
despavorida,
desmelenada!
¡Ay los cabreros
cómo lloraban,
apostrofando,
ciegos de rabia!
¡Cómo corrían
y golpeaban
con los cayados
peñas y matas!
¡Y eran muy pocas
todas las lágrimas
que de los ojos
se derramaban!
¡Y eran pequeñas
todas las ansias
y las torturas
de las entrañas!
¿Quién nunca ha visto
desdicha tanta?
¡La cabrerilla
de Casablanca
por fieros lobos,
¡ay!, devorada!
Sangre en las peñas,
sangre en las matas,
¡la virgencita,
desbaratada!
¡Toda en pedazos
sobre la grava:
los huesecitos
que blanqueaban,
la cabellera
presa en las matas,
rota en mechones
y ensangrentada!...
¡Los zapatitos,
las pobres sayas
todas revueltas
y desgarradas!...
 
   Loca la madre,
qué miedo daba
de ver los rayos
de sus miradas,
de oír los timbres
de sus palabras,
y el cabrerillo
de la majada
mudo y atónito
tremiendo estaba
con los ojazos
llenos de lágrimas,
despavorido
como zorzala
de un aguilucho
presa en las garras.
¿Cómo los árboles
no se desgajan?
¿Cómo las peñas
no se quebrantan,
y no se enturbian
las fuentes claras
y no ennegrecen
las noches blancas?
Ya vienen hombres
con unas andas,
con unos paños,
con una sábana;
los despojitos
en ella guardan
y se los llevan
a Casablanca.
 
   Y al cabrerillo
nadie lo llama,
pero él camina
tras de las andas
mirando a todos
con la mirada
de herido pájaro
que en torno vaga
de los verdugos
que le arrebatan
el dulce nido
donde habitaba.
¡Ay virgencita
de Casablanca!
¡Ay cabrerillo
de la majada!
 

- III -

   Su padre silba,
su padre llama,
porque el muchacho
deja las cabras
junto a las siembras
abandonadas
y en los jarales
oculto pasa
tardes enteras,
largas mañanas...
¿Qué es lo que hace?
¿Por qué se guarda?
Pues es que a solas
las horas pasa,
pule que pule,
taja que taja,
llora que llora,
ciego de lágrimas...,
que dos veneras
finas prepara
de bien pulido
cuerno de cabra,
porque una noche
quiere llevarlas
al campo santo
de Casablanca...



ArribaAbajo

Los pastores de mi abuelo

- I -

                                ArribaAbajoHe dormido en la majada sobre un lecho de lentiscos
embriagado por el vaho de los húmedos apriscos
y arrullado por murmullos de mansísimo rumiar.
He comido pan sabroso con entrañas de camero
que guisaron los pastores en blanquísimo caldero
suspendido de las llares sobre el fuego del hogar.
 
   Y al arrullo soñoliento de monótonos hervores,
he charlado largamente con los rústicos pastores
y he buscado en sus sentires algo bello que decir...
¡Ya se han ido, ya se han ido! ¡Ya no encuentro en la comarca
los pastores de mi abuelo, que era un viejo patriarca
con pastores y vaqueros que rimaban el vivir!
 
   Se acabaron para siempre los selváticos juglares
que alegraban las majadas con historias y cantares
y romances peregrinos de muchísimo sabor.
Para siempre se acabaron los ingenuos narradores
de las trágicas leyendas de fantásticos amores
y contiendas fabulosas de los hombres del honor.
 
   ¡Ya se han ido, ya se han ido! Los que habitan sus majadas,
ya no riman, ya no cantan villancicos y tonadas
y fantásticas leyendas que encantaban mi niñez.
Han perdido los vigores y las vírgenes frescuras
de los cuerpos y las almas que bebieron aguas puras
de veneros naturales de exquisita limpidez.
 
   ¡Ya no riman, ya no cantan! Ya no piden al viajero
que les cuente la leyenda del gentil aventurero,
la princesa encarcelada y el enano encantador.
Ya no piden aquel cuento de la azada y el tesoro,
ni la historia fabulosa de la guerra con el moro,
ni el romance tierno y bello de la Virgen y el pastor.
 
   ¡He dormido en la majada! Blasfemaban los pastores
maldiciendo la fortuna de los amos y señores
que habitaban los palacios de la mágica ciudad;
y gruñían rencorosos como perros amarrados
venteando los placeres y blandiendo los cayados
que heredaron de otros hombres como cetros de la paz.
 

- II -

   Yo quisiera que tomaran a mis chozas y casetas
las estirpes patriarcales de selváticos poetas,
tañedores montesinos de la gaita y el rabel,
que mis campos empapaban en la intensa melodía
de una música primera que en los senos se fundía
de silencios transparentes, más sabrosos que la miel.
 
   Una música tan virgen como el aura de mis montes,
tan serena como el cielo de sus amplios horizontes,
tan ingenua como el alma del artista montaraz,
tan sonora como el viento de las tardes abrileñas,
tan süave como el paso de las aguas ribereñas,
tan tranquila como el curso de las horas de la paz.
 
   Una música fundida con balidos de corderos,
con arrullos de palomas y mugidos de terneros,
con chasquidos de la onda del vaquero silbador,
con rodar de regatillos entre peñas y zarzales,
con zumbidos de cencerros y cantares de zagales,
¡de precoces zagalillos que barruntan ya el amor!
 
   Una música que dice cómo suenan en los chozos
las sentencias de los viejos y las risas de los mozos,
y el silencio de las noches en la inmensa soledad,
y el hervir de los calderos en las lumbres pavorosas,
y el llover de los abismos en las noches tenebrosas,
y el ladrar de los mastines en la densa oscuridad.
 
   Yo quisiera que la musa de la gente campesina
no durmiese en las entrañas de la vieja hueca encina
donde, herida por los tiempos, hosca y brava se encerró.
Yo quisiera que las puntas de sus alas vigorosas
nuevamente restallaran en las frentes tenebrosas
de esta raza cuya sangre la codicia envenenó.
 
   Yo quisiera que encubriesen las zamarras de pellejo
pechos fuertes con ingenuos corazones de oro viejo
penetrados de la calma de la vida montaraz.
Yo quisiera que en el culto de los montes abrevados,
sacerdotes de los montes, ostentaran sus cayados
como símbolos de un culto, como cetros de la paz.
 
   Yo quisiera que vagase por los rústicos asilos,
no la casta fabulosa de fantásticos Batilos
que jamás en las majadas de mis montes habitó,
sino aquella casta de hombres vigorosos y severos,
más leales que mastines, más sencillos que corderos,
más esquivos que lobatos, ¡más poetas, ¡ay!, que yo!
 
   ¡Más poetas! Los que miran silenciosos hacia Oriente
y saludan a la aurora con la estrofa balbuciente
que derraman, sin saberlo, de la gaita pastoril,
son los hijos naturales de la musa campesina
que les dicta mansamente la tonada matutina
con que sienten las auroras del sereno mes de abril.
 
   ¡Más poetas, más poetas! Los artistas inconscientes
que se sientan por las tardes en las peñas eminentes
y modulan sin quererlo, melancólico cantar,
son las almas empapadas en la rica poesía
melancólica y süave que destila la agonía
dolorida y perezosa de la luz crepuscular.
 
   ¡Más poetas, más poetas! Los que riman sus sentires
cuando dentro de las almas cristalizan en decires
que en los senos de los campos se derraman sin querer,
son los hijos elegidos que desnudos amamanta
la pujanza brava musa que al oído solo canta
las sinceras efusiones del dolor y del placer.
 
   ¡Más poetas! Los que viven la feliz monotonía
sin frenéticos espasmos de placer y de alegría
de los cuales las enfermas pobres almas van en pos,
han saltado, sin saberlo, sobre todas las alturas
y serenos van cantando por las plácidas llanuras
de la vida humilde y fuerte que cantando va hacia Dios.
 
   ¡Que reviva, que rebulla por mis chozos y casetas
la castiza vieja raza de selváticos poetas
que la vida buena vieron y rimaron el vivir!
¡Que repueblen las campiñas de la clásica comarca
los pastores y vaqueros de mi abuelo el patriarca
que con ellos tuvo un día la fortuna de morir!



ArribaAbajo

Tradicional

                                ArribaAbajoEl huerto que heredé de mis mayores
no tiene bellas flores
de efímero vivir ni tenues frondas;
tiene hiedra sagrada
de hojas perennes y raíces hondas;
fresca niñez y ancianidad honrada.
 
   Una bíblica higuera
lo llena todo con su copa oscura,
y una fuente con rica regadera,
que música me da, le da frescura.
 
   Lo poco que en el mundo me ha quedado
lo tengo en este huerto,
siempre al estruendo mundanal cerrado,
siempre a la voz de mi sentir abierto.
En medio está enclavado
del árido desierto,
triste vivienda de la grey humana
que duda de la tierra prometida,
cada vez más lejana,
cada vez hacia Oriente más hundida...
 
   Yo, cuando el sol del arenal me ciega
y en fuerza de mirar siento borrosa
la visión luminosa
donde parece que jamás se llega...
Cuando el sudor anega
mis doloridos empañados ojos,
cuando me hieren los aceros fríos
de punzantes abrojos,
cuando me azotan los hermanos míos
que me encuentro de frente en el desierto,
vertiendo sangre a ríos
y lágrimas a mares, torno al huerto.
 
   Mi padre se sentaba en esta piedra,
que coronó de hiedra
la mano santa de mi santa madre...
Fue un altar al amor en roca dura
con dosel de verdura,
trono de patriarca con mi padre
y urna de santa con mi madre pura.
 
   Ya está solo el edén. Todo es desierto.
Detrás de mis santísimos ancianos
saliendo han ido del sagrado huerto
mis amantes dulcísimos hermanos...
¡Los he visto morir, y yo no he muerto!
 
   ¡Jamás he comprendido
por qué Dios ha querido
que el vástago más ruin y débil sea
el último habitante de este nido.
Querrá Dios encerrarme
tal vez para ganarme,
porque en estas sagradas espesuras,
donde pasos al cielo son los días,
yo no puedo sentir cosas impura,
yo no puedo soñar cosas impías.
 
   He nacido en amenas,
castizas y santísimas comarcas
y corre por mis venas
sangre de venerables patriarcas
que me legaron enseñanzas buenas,
huerto, escudo, solar y oro en sus arcas.
Mas, en mi estéril soledad hundido,
Amor me ha visitado. Amor me ha herido,
y hervor de sangre que mi cuerpo inunda
dice que no he nacido
para morir estéril junto al nido
de una raza fecunda.
 
   Dondequiera que estés, mujer hermosa,
predestinada esposa,
que merezcas posar aquí tu planta,
que merezcas sentarte en esta piedra
que coronó de hiedra
la mano de una santa,
ven al huerto querido,
y a la sombra de Dios, Padre del mundo,
pondremos cama nueva al viejo nido
que mi sangre y mi Dios quieren fecundo.
 
   El Cielo todavía
no ha otorgado a mis ojos el consuelo
de deber tu hermosura, ¡oh Virgen mía!;
pero te adoro en el azul del cielo,
y en el tranquilo resbalar del día,
y en el silencio de la noche oscura,
y en la quietud del huerto sosegado,
y en el recuerdo de la gente pura
que me lo hizo sagrado.
 
   Te adoro en la memoria
de aquella santa de sencilla historia
que la tierra del huerto que he heredado
santificó con su adorable planta
y el dulce ambiente nos dejó inundado
de perfumes de santa.
 
   Ven, casta Virgen, al reclamo amigo
de un alma de hombre que te espera ansiosa
porque presiente que vendrán contigo
el pudor de la Virgen candorosa,
la gravedad de la mujer cristiana,
el casto amor de la leal esposa
y el pecho maternal que juntos mana
leche y amor para la prole sana
que a Dios le place alegre y numerosa.
 
   ¡Dios que lo escuchas!, acelera el día,
porque es tu sol incubador y hermoso,
y la noche es estéril y sombría,
la vida breve, el corazón fogoso,
sensible el alma mía,
soberano el Amor fructuoso
y Tú eres Padre del inmenso mundo
e hijo yo soy del mundo vigoroso
que te plugo crear grande y fecundo.
 
   Alegra mi desierto
con ruido de vivir cuyo concierto
pueda sonarte a coro de angelillos...
Ya ves que entre las hiedras encubierto
hay un nido minúsculo en mi huerto
con siete pajarillos...


ArribaAbajo

Amor de madre

- I -

                              ArribaAbajoAntes de que el poeta alce su canto
a un santo amor a quien le debe tanto,
dejad que el hijo que lo santo siente,
comience haciendo, con respeto santo,
la señal de la cruz sobre su frente.
Siempre la sello con el signo eterno
cuando al borde me inclino
del mar inmenso del amor divino
o del torrente del amor materno.
La cuerda del laúd ruda y bravía,
que los canta con mísera armonía,
debiera ser el llamamiento muda,
porque la mano que lo pulsa es mía,
porque la cuerda que responde es ruda,
y el salmo santo de las cosas santas
debe bajar de alturas celestiales
con letras de seráficas gargantas
y acentos de laúdes edeniales.
 
   Por eso, cuando canto,
con pálido decir y acento oscuro,
el amor de aquel Dios, tres veces santo,
o el de aquella mujer, tres veces puro...;
cuando hallar he creído
con mi canción el amoroso emblema
y la recito de esperanza henchido,
me desgarran el alma y el oído,
las míseras estrofas del poema;
rompo el laúd, que acompañó mi canto,
y digo con la voz de la amargura:
 
   ¡Señor a quien soñé: Tú eres más santo!
¡Mujer de quien nací: tú eres más pura!
 

- II -

   La he visto arrodillada
junto a la cuna del enfermo hijo,
fija en el ángel la febril mirada
y en Dios clemente el pensamiento fijo.
La carita de nácar y de rosa
era un montón de podredumbre horrendo,
que la zarpa asquerosa
de horrible enfermedad iba pudriendo.
Pero la mano valerosa y fuerte
de la amorosa madre dolorida
daba un toque de vida
sobre cada mordisco de la muerte;
y aquella ardiente boca
de la sublime enamorada loca,
que respiraba lumbre
de amorosa materna calentura,
besaba la espantosa podredumbre
con locos arrebatos de ternura...
 
   Sudor vertiendo y devorando hieles,
yo la vi resignada
al yugo de las bregas más crueles
como una res atada.
La vi en el crudo y frío,
turbio y callado amanecer de enero,
yerta junto al helado lavadero
en las gélidas márgenes del río.
Hacia el bosque sombrío
la vi subir por los barrancos rojos;
la vi bajar de las agrestes faldas,
desgarrando sus plantas los abrojos,
desgarrando la leña sus espaldas...
Y en la espinosa vía
que sube y baja de las agrias crestas,
yo la he visto caer, como caía
Cristo divino con la cruz a cuestas.
Yo la he visto dejar su pobre casa
cuando julio cruel ciega los ojos,
bruñe los cielos y la tierra abrasa,
y en los ardientes áridos rastrojos
disputando su presa a las hormigas,
yo la he visto buscar unas espigas
perdidas entre sábanas de abrojos.
Yo la he visto cargada,
camino de la vega, con la azada,
delante de un verdugo
que a la humana legión desheredada
disputaba a pellizcos un mendrugo,
y en el hijito el pensamiento fijo,
iba la mártir amarrada al yugo,
pues solo de su sangre con el jugo
la mártir amasaba el pan del hijo.
 
   Yo la he visto bajar a los fangales
donde el hijo infeliz se revolcaba
donde las alas de su amor manchaba
con el lobo de amores criminales.
Era una noche brava,
sin luz y fría como el alma loca
de aquel hijo perdido,
que al antro infame a derramar ha ido
baba de impío de la torpe boca,
fango de amor del corazón podrido,
una noche de aquellas
en que, al verse tal vez más ofendido,
vela Dios las estrellas,
y no le queda al hombre
otra luz que el fulgor de las centellas
y el de la fe en el nombre
del Dios que vibra justiciero en ellas
Noches para el hogar, que nadie sabe
si en una de ellas estará dispuesto
que el mundo frágil espantado acabe,
y del naufragio en el momento grave,
el que no esté en su hogar no está en su puesto.
Y en una de esas de terrores llenas,
noches que zumban como el mar airado
el látigo de acero de las penas
echó a la madre de su hogar honrado.
 
   Al hijo desmandado
iba a llamar con doloroso acento
al antro tenebroso donde, hambriento,
encueva sus miserias el pecado.
Detúvose a la puerta,
muerta de angustias y de espanto muerta;
zumbaba loca la feroz orgía,
botaba la borrasca en las alturas,
y otra más brava, sin rugir, vertía
sobre el alma turbiones de amarguras.
El coro de las bestias blasfemaba,
vibraba el antro, el huracán rugía.
Dios relampagueaba
y la vieja infeliz se estremecía.
 
   Estaba oyendo en el feroz concierto
del hondo lupanar, negro y abierto,
la loca voz del réprobo querido...
¡Fuera menos dolor llorarlo muerto
que llorarlo perdido!
Y, acurrucada en la calleja oscura,
como una pordiosera,
transida de dolor con calentura,
con frío de terror y faz de cera,
parecía, velando en la negrura,
la muda estatua del amor que espera
la santa redención de un alma impura.
Salieron de repente
del tenebroso lupanar rugiente
dos hombres ebrios, de mirada loca,
que en la calle pararon frente a frente,
la blasfemia en la boca
y en la mano el cuchillo reluciente...
Una sola embestida,
un opaco rugido maldiciente,
el estruendo mortal de una caída
y un sordo surtidor de sangre hirviente
brotando por la boca de una herida...
 
   Y otro grito vibrante,
plañidero, feroz, dilacerante,
del pecho débil de la madre fuerte,
detuvo al asesino en el instante
del blandir otra vez el humeante
fino puñal sobre el rival inerte.
 
   Antes ebrio de vino,
antes ebrio de rabia vengadora,
y ebrio de sangre ahora,
el bárbaro asesino,
con la más espantosa de las sañas
alza el puñal que ensangrentado oprime
y lo hunde en las entrañas
llenas de amor de la mujer sublime,
y al caer la heroína sobre el hijo,
que en el charco de sangre agonizaba,
«¡Hijo del alma!», dijo
con voz de mártir que a perdón sonaba.
..........................................................
   La sangre de la débil ancianita,
cayendo sobre el pecho palpitante
del hijo agonizante,
como lluvia bendita,
corrió caliente hacia la herida abierta,
y el rojo raudalillo desatado
que abierta halló del corazón la puerta,
inundó el corazón del hijo amado.
 
   Las pupilas cuajadas
de la víctima inerte,
cargadas de dolor, de amor cargadas,
hundieron en el cielo sus miradas.
¡Y en él hundidas las dejó la muerte!
........................................................
   Brillaban las estrellas cual topacios
en el húmedo azul de los espacios,
que el soplo del Señor limpió de nubes,
la borrasca pasó, reinó la calma,
y, en su augusto callar, oyó mi alma
que una gentil tropilla de querubes
ante las puertas de oro
del alcázar de Dios, cantaba a coro:
«¡Señor, Señor! En el humano suelo
de tu amor una chispa aun ha quedado
que el alma de una madre trae al cielo
la de un hijo infeliz regenerado!...»
........................................................
   Más sublime te he visto
cuando salvas, ¡oh amor!, que cuando creas.
¡Tú sabes ser como el amor de Cristo,
pues sabes redimir! ¡Bendito seas!



ArribaAbajo

Dos paisajes

- I -

                              ArribaAbajoDos paisajes: el uno soñado
  y el otro vivido.
 
   ¡Cuán amarga, sin sueños, me fuera
  la vida que vivo!
......................................................
 
   Era un trozo de tierra jurdana
  sin una alquería;
era un trozo de mundo sin ruido,
  de mundo sin vida.
 
   Era un campo tan solo, tan solo
  como un cementerio,
donde más hondamente se sienten
  los hondos silencios.
 
   Madroñeras, lentiscos y jaras
  helechos y piedras,
madreselvas, zarzales y brezos,
  retamas escuetas...
 
   ¡La maraña revuelta y estéril
  que viste los campos
cuando no los fecunda y riegan
  sudores humanos!
 
   No tenían trigales las lomas,
  ni huertos las vegas,
ni sotillos las frescas umbrías,
  ni árboles la sierra...
 
   No tenían las rudas labores
  cantores humanos,
 
   ni el sabroso caer de las tardes
  cantores alados.
 
   No tenían ni puente el riachuelo,
  ni torre la aldea,
ni alegría de vida sus grises
  hórridas viviendas.
 
   A sus puertas holgaban desnudos
  niñitos hambrientos,
devorando sopores de muerte
  de alma y del cuerpo.
 
   Y unas ruines mujeres traían
  de pueblos lejanos
miserables mendrugos mohosos
  envueltos en trapos...
 
   Y unos hombres huraños y entecos
  la tierra arañaban
como ruines raposos sin presa
  que el páramo escarban.
 
   Y una sorda quietud imponente,
  grabándolo todo,
sobre el muerto vivir descargaba
  su losa de plomo...
 

- II -

   Era un trozo de tierra jurdana
  con una alquería:
era un trozo de mundo vibrante,
  de ruidos de vida.
 
   Era un campo de flores y frutos,
  con hombres y pájaros,
con caricias de sol y aguas puras,
  de limpios regatos.
 
   Olivares azules que escalan
  alegres laderas;
huertecillos con frutos de oro
  que engríen las vegas.
 
   Recortados, pequeños trigales;
  minúsculos prados
alamedas pomposas y viñas,
  sotos de castaños...
 
   Y la sierra gentil, más arriba,
  perdiendo asperezas...
¡sonriendo a medida que sube
  la vida por ella!
 
   Colmenares que zumban y labran,
  palomares blancos,
majadillas que alegran las cuestas
  sonoros rebaños...
 
   Carboneras humosas que fingen
  pequeños volcanes;
leñadores que cortan y cantan,
  que llevan y traen...
 
   ¡La visión de los campos incultos
  que ricos se tornan
si los baña del sol del trabajo
  la luz creadora!
 
   Y tenía ya puente el riachuelo,
  y torre la aldea,
y alegría de vida sus blancas
  y sanas viviendas.
 
   Y del útil saber en un templo
  limpio y diminuto,
y en el templo más grande y más sabio
  del campo fecundo,
 
   bando alegre de niños que un hombre
  discreto guiaba,
la salud y la vida bebían
  del cuerpo y del alma.
 
   Y unas madres con leche en sus pechos,
  y luz en la mente,
y en las caras morenas, dulzuras
  y risas alegres,
 
   amasaban el pan de los suyos,
  rezaban, bullían,
gobernaban la casa cantando,
  ¡cantando la vida!
 
   Y unos hombres briosos y cultos
  labraban los campos
con la sana alegría que infunden
  la paz y el trabajo.
 
   Y flotaba en los aires el ritmo
  gigante y oscuro
con que alienta la tierra fecunda
  preñada de frutos.
........................................................
 
   ¡Dos paisajes! El uno soñado
  y el otro vivido.
Del vivir al soñar, ¿hay distancia?
¡Pues amor cegará tal abismo!

Arriba