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La jurdana

- I -

                              ArribaAbajoEra un día crudo y turbio de febrero
  que las sierras azotaba
  con el látigo iracundo
  de los vientos y las aguas
Unos vientos que pasaban restallando
  las silbantes finas alas
Unos turbios, desatados aguaceros,
  cuyas gotas aceradas
descendían de los cielos como flechas
y corrían por la tierra como lágrimas.
Como bajan de las sierras tenebrosas
las famélicas hambrientas alimañas,
por la cuesta del serrucho va bajando
  la paupérrima jurdana...
Lleva el frío de las fiebres en los huesos,
lleva el frío de las penas en el alma,
  lleva el pecho hacia la tierra,
  lleva el hijo a las espaldas
Viene sola, como flaca loba joven
por el látigo del hambre flagelada,
con la fiebre de sus hambres en los ojos,
con la angustia de sus hambres en la entraña.
Es la imagen del serrucho solitario
de misérrimos lentiscos y pizarras;
es el símbolo del barro empedernido
de los álveos de las fuentes agotadas
  Ni sus venas tienen fuego,
  ni su carne tiene savia,
  ni sus pechos tienen leche,
  ni sus ojos tienen lágrimas
Ha dejado la morada nauseabunda
donde encueva sus tristezas y sus sarnas,
donde roe los mendrugos indigestos,
  de dureza despiadada,
cuando torna de la vida vagabunda,
con el hijo y los mendrugos a la espalda,
y ahora viene, y ahora viene de sus sierras
a pedirnos a las gentes sin entrañas
el mendrugo que arrojamos a la calle
si a la puerta no lo pide la jurdana.
 

- II -

   ¡Pobre niño! ¡Pobre niño!
Tú no ríes, tú no juegas, tú no hablas,
porque nunca tu hociquillo codicioso
  nutridora leche mama
  de la teta flaca y fría,
álveo enjuto de la fuente ya agotada.
Te verías, si te vieras, el más pobre
de los seres de la tierra solitaria.
No envidiaras solamente al pajarillo
que en el nido duerme inerte con la carga
  de alimentos regalados
  que calientan sus entrañas,
envidiaras del famélico lobezno
los festines que la loba le depara,
si en la noche tormentosa con fortuna
da el asalto a los rediles de las cabras...
Estos días que en la sierra se embravecen,
  por la sierra nadie vaga...
Toda cría se repliega en las honduras
  de cubiles o cañadas,
  de calientes blandos nidos
o de enjutas oquedades subterráneas.
Tú solito, que eres hijo de un humano.
maridaje del instinto y la desgracia,
vas a espaldas de tu madre recibiendo
las crueles restallantes bofetadas
de las alas de los ábregos revueltos
  que chorrean gotas de agua.
  Tú solito vas errante
con el sello de tus hambres en la cara,
con tus fríos en los tuétanos del cuerpo,
con tus nieblas en la mente aletargada
  que reposa en los abismos
  de una negra noche larga,
sin anuncios de alboradas en los ojos,
orientales horizontes de las almas
 

- III -

   Por la cuesta del serrucho pizarroso
va bajando la paupérrima jurdana
con miserias en el alma y en el cuerpo,
con el hijo medio imbécil a la espalda...
Yo les pido dos limosnas para ellos
  a los hijos de mi patria:
¡Pan de trigo para el hambre de sus cuerpos!
¡Pan de ideas para el hambre de sus almas!



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Nocturno montañés

                                           A J. Neira Cancela

                             ArribaAbajoEl oro del crepúsculo
  se va tomando plata,
y detrás de los abismos que limita
con perfiles ondulantes la montaña,
va acostándose la tarde fatigosa
precursora de una virgen noche cálida,
una noche de opulencias enervantes
y de místicas ternuras abismáticas,
una noche de lujurias en la tierra
por alientos de los cielos depuradas,
una noche de deleites del sentido
depurado por los ósculos del alma...
  A ocaso baja el día
rodando en oleadas
y los ruidos de los hombres y las aves,
a medida que el crepúsculo se apaga,
va cayendo mansamente en el abismo
del silencio que de música empapa.
 
   Las penumbras de los valles misteriosos
van en ondas esfumando las gargantas,
van en ondas esfumando las colinas,
van en ondas escalando las montañas;
y el errático murciélago nervioso
raudo cruza, raudo sube, raudo baja,
con revuelo laberíntico rayando
las purezas del crepúsculo de plata.
     Con regio andar solemne
  la noche se adelanta,
y en el lienzo de los cielos infinitos,
y en las selvas de las tierras perfumadas,
van surgiendo las estrellas titilantes,
van surgiendo las luciérnagas fantásticas.
 
   Lentamente, como alientos misteriosos,
de los senos de los bosques se levantan
brisas frescas que estremecen el paisaje
con el roce de las puntas de sus alas,
preludiando rumorosas en las frondas
las nocturnas melancólicas tonadas,
la que vibran los pinares resinosos,
la que zumban las robledas solitarias,
la que hojean los maizales susurrantes,
la que arrullan las olientes pomaradas...
  y aquella más poética
  que suena en las entrañas,
la que viene sin saber de donde viene,
la que suena sin sonoras asonancias,
¡la que arranca la divina poesía
de las fibras más vibrantes de las almas!
 
   De los coros rumorosos de la noche,
de los senos de las flores fecundadas,
al sentido vienen músicas que engríen,
al sentido vienen poemas que embriagan....
es la hora de los grandes embelesos,
es la hora de las dulces remembranzas,
es la hora de los éxtasis sabrosos
que aproximan la visión paradisíaca,
es la hora de los cálidos amores
de los hijos, de la esposa y de la Patria...
¡El momento más fecundo de la carne
y el momento más fecundo de las almas!
     Tendido en lecho húmedo
  de hierbas aromáticas,
he bebido la ambrosía de la noche
sobre el lomo de la céltica montaña.
 
   Más arriba, los luceros de diamantes;
más arriba, las estrellas plateadas;
más arriba, las inmensas nebulosas
infinitas, melancólicas, arcanas...;
más arriba, Dios y el éter...; más arriba,
 
   Dios a solas en la gloria con las almas....
¡con las almas de los buenos que la tierra
fecundaron con regueros de sus lágrimas!
 
   Más abajo, las robledas sonorosas;
más abajo las luciérnagas fantásticas;
más abajo, los dormidos caseríos;
más abajo, las riberas arrulladas
por el coro de bichuelos estivales,
por el himno ronco y fresco de las aguas,
por el sordo rebullir de los silencios
que parece el alentar de las montañas...
     Los hombres todos duermen,
  las horas solas pasan,
y ahora, salen mis secretos sentimientos
del encierro perennal de mis entrañas,
y ahora salen mis recónditas ideas
a esparcirse en las regiones dilatadas
donde el choque con los hombres no las hiere,
donde el roce con los fangos no las mancha,
donde juegan, donde ríen, donde lloran,
donde sienten, donde estudian, donde aman...
Ellas pueblan los abismos de los cielos
y en efluvios sutilísimos se bañan,
ellas oyen el silencio de los mundos,
ellas miden sus grandezas soberanas,
ellas suben y temblando se aproximan
a las puertas diamantinas de un alcázar,
y algo entienden de una música distante
que estremece, que embelesa, que embriaga,
y algo sienten de una atmósfera sin peso
que parece delicioso lecho de almas...
¡Oh nostalgias del espíritu que ha visto
los linderos aún sellados de su patria!
¡Oh grandezas de las noches religiosas
que aproximan las divinas lontananzas!
.........................................................
     Se asoma blanca y tímida
  la dulce madrugada;
palidecen las estrellas del Oriente
y se enfrían los alientos de las auras,
se recogen los misterios de la noche,
las luciérnagas suavísimas se apagan
y los libres sueños amplios de mi mente
se repliegan en la cárcel de mi alma...
 
   Y honda y queda en sus arrullos iniciales,
y habladora cuando el mundo se levanta,
y opulenta en las severas plenitudes
de su música de oro y rica casta,
  se derrama por los campos
  la canción de la mañana.


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Sortilegio

                             ArribaAbajoUna noche de sibilas y de brujos
y de gnomos y de trasgos y de magas;
una noche de sortílegas diabólicas;
una noche de perversas quirománticas,
  y de todos los espasmos,
  y de todas las eclampsias
y de horribles hechiceras epilépticas,
y de infames agoreras enigmáticas;
una noche de macabros aquelarres,
y de horrendas infernales algaradas
y de pactos, y de ritos, y de oráculos
y de todas las diabólicas vesanias,
por horrendos peñascales que blanquean,
a los rayos de una enferma luna pálida,
con la fiebre de la hembra, la celosa,
va delante de la vieja nigromántica.
Como sombras del abismo se detienen
a la orilla de rugiente catarata.
  Es la hora de los ritos,
  es la hora de las cábalas,
es la hora del horrible sortilegio,
es la hora del conjuro de las aguas.
 
   La sortílega se inclina sobre ellas;
la celosa la contempla muda y pálida.
  ¡No está Dios en la celosa,
no está Dios en la sortílega satánica!
 
   Sobre el lecho de las aguas espumantes
la agorera traza el signo de la cábala
murmurando la diabólica salmodia
con horrendas, con sacrílegas palabras:
¡Aah!... en las nieblas... ¡Aah!... en la espuma
¡Aah!... en los aires... ¡Aah!... en las aguas...
¡Aah!... en las brumas... ¡Aah!... en el tiempo.
¡Surge pronto!... ¡Surge y habla!
 
   La agorera se detuvo contemplando
la corriente de la linfa como estática.
-¿No veis nada? -murmuraba la celosa.
-¡No veo nada!... ¡No veo nada!...
¡Aah!... en las nieblas... ¡Aah!... en la espuma
¡Aah!... en los aires... ¡Aah!... en las aguas...
 
   Y quedóse de repente muda y quieta
la espantosa nigromántica,
-¿No veis nada? -murmuraba la celosa
con la fiebre de la hembra en la mirada-.
¿No veis nada? -repetía.
-Sí..., ya veo..., Espera..., calla...
Una joven en un lecho suspirando
por el hombre a quien espera enamorada.
¡Oh, qué hermosa!... Tiene el seno descubierto.
-¿Y sabéis cómo se llama?
  -Pues se llama...
¡Aah!... en las nieblas... ¡Aah!... en la espuma.
¡Aah!... su nombre... ¡Mariana!
 
   La celosa dio un gemido horripilante,
-sigue viendo..., sigue viendo... -murmuraba.
 
   Ahora un hombre enamorado
se le acerca... Ella lo llama...
-¿Con qué nombre?
  -No lo entiendo.
-¿Con qué nombre?
  -Espera y calla.
¡Aah!... en las nieblas... ¡Aah!... en la espuma.
¡Aah!... en los aires... ¡Aah!... en las aguas...
Con el nombre de Fernando lo ha llamado,
y él la dice que la ama...
  -¡Que la ama!...
La celosa llenó el aire con los timbres
de una horrenda desgarrante carcajada
y acercándose a los bordes del abismo
se arrojó tras el infierno de las aguas.
 
   Que las brujas la llevaron una noche
las comadres de la aldea murmuraban,
y era cierto... y era cierto
¡Que lo dijo la perversa nigromántica!


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Las canciones de la noche

- I -

                              ArribaAbajoUna noche rumorosa y palpitante
de húmedas aromáticas cargada;
una noche más hermosa que aquel día
que nació con un crepúsculo de nácar,
y medió con un incendio del espacio
y expiró con un ocaso de oro y grana...
Una tibia clara noche melodiosa,
impregnada de dulzuras elegíacas
que caían mansamente de los cielos
en los rayos de la dulce luna blanca,
  por el seno de los montes
  triste y solo yo vagaba
  con el alma más vacía
  que el abismo de la nada.
Y los coros rumorosos de la noche
con su música de oro me cantaban
  la canción de la tristeza
  de la almas solitarias.
Yo era un hongo de los valles de la vida,
  yo el cadáver de mi raza
yo una sombra que pasaba por el mundo
sin dejarle ni la huella de mis plantas,
ni los trozos de mi carne redivivos,
ni la imagen de mi alma en otras almas,
  ni los nidos de mis goces,
  ni los charcos de mis lágrimas...
  Yo era sombra, yo era muerte,
yo era estéril movimiento sin sustancia...
y por eso los rumores musicales
de la noche misteriosa me cantaban
  la canción de la tristeza,
ruin idioma de las almas solitarias.
 

- II -

   Otra noche, tan hermosa como aquella,
de armonía y de aromas empapada;
otra pura, casta noche, rutilante,
presidida por solemne luna diáfana
que inundaba los espacios infinitos
con el polvo de su mansa luz fantástica,
  triste y solo, como siempre,
por el seno de los montes yo vagaba,
y la puerta de la choza de un cabrero
se empaparon mis pupilas fatigadas
en la mística visión de un niño hermoso
  que dormido y solo estaba
  sobre una cama de hierbas
  que tiñó agosto de plata.
¡Oh, qué hermoso, qué sereno, qué divino!
  Era el ángel, era el alma
  de la choza miserable
  de la choza solitaria.
  ¡No era mío, no era mío!,
era el beso de las almas que se enlazan.
  ¡Era el premio merecido
  por los seres que se aman!
¡Cuánto diera por tocarle aquella frente
y besarle la carita sonrosada!
¡Qué tranquilo! Los rumores de los montes
con magnífica armonía le arrullaban,
y las brisas de la noche misteriosa
le tocaban con la punta de las alas,
y los rayos amorosos de la luna
le caían como besos en la cara.
  Yo me puse de rodillas
ante el ángel de la choza solitaria
  cual sediento caminante
  que se inclina sobre el agua,
y al amado, como hambriento ladronzuelo
que a unos pobres la limosna les robara,
puse el beso más sublime de mi vida
  sobre aquella frente blanca.
  ¡No era mío, no era mío!,
pero el beso me quemaba en las entrañas,
y la noche se me puso más hermosa,
  con el ritmo de la vida
  la canción de la esperanza.
  ¡Yo sentía, yo vivía,
  yo quería, yo esperaba!
  Si tuviera el cuerpo herido,
  si tuviera muerta el alma,
  no sintiera ni los besos de la vida
  ni el placer de derramarla...
¡Dios que creas! ¡Dame dichas como aquellas
  de la choza solitaria!
........................................................
 
   Y los coros musicales de la noche
no callaban, no callaban, no callaban...
 

- III -

   Y otra noche, de seguro tan hermosa
como aquellas ideales noches blancas,
arrulladas por el ritmo de los mundos
y pobladas de los sueños de las almas,
a la puerta de la choza miserable
del cabrero cuya dicha yo envidiaba,
  se quedaron medio ciegas
  mis pupilas espantadas;
  muerto estaba el pobre ángel
  de la choza solitaria,
  y su madre estaba loca,
  y su padre mudo estaba,
y los rayos elegíacos de la luna
le caían amorosos en la cara,
  su carita transparente,
que era blanca, que era blanca
como el ala de los cisnes del estanque
como el campo de la nieve inmaculada,
  como el seno de las vírgenes,
como el mármol de las tumbas y las aras.
Yo me puse de rodillas ante al ángel,
e inclinando la cabeza atormentada,
como víctima medrosa y dolorida
  que presenta el cuello al hacha,
puse el beso más amargo de mi boca
  sobre aquella frente blanca
  dura y fría como el mármol
de las rígidas estatuas funerarias.
  Yo sentí de repente
  se me helaron las entrañas.
Era el frío del terror a lo futuro
  quien me dio la puñalada;
era el miedo a los dolores infinitos
que los padres de aquel ángel destrozaban...
  Y gemí como un cobarde,
y gocé como un perverso sin entrañas
  con la muerte repentina
  de mi última esperanza,
que dejaba conjurados los peligros
que mi instinto de cobarde presagiaba.
  ¡Fuga estéril! ¡Tú iniciaste
el principio del reguero de mis lágrimas!
Todo el pecho de aquel ancho cielo plúmbeo
  gravitó sobre mi alma,
y dejómela el delito como antes,
más vacía que el abismo de la nada.
Y le dije a la armonía de la noche:
«No me cantes la canción de la esperanza:
canta el himno del dolor inapelable,
que es la carga ineludible de mi alma.»



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En la majada

(Coro de vaqueros)

VAQUEROS

                             ArribaAbajoLa alborada,
la alborada, la alborada va a venir.
No se puede con el frío de la helada
     dormir.
  ¡No se puede dormir!
  Se mete hasta los tuétanos
  el húmedo relente
  y el filo del carámbano
  parece que se siente
por la carne dolorida penetrar.
  Se hielan en los párpados
  las gotas de rocío,
  las mantas empandéranse
  y no quitan el frío;
este frío que nos hace tiritar.
 

MAYORAL

  ¡Arriba, muchachos!
  ¡Que va a amanecer
  y al chozo hoy los amos
  nos vienen a ver!
 

VAQUEROS

  La alborada,
la alborada por allí despuntará.
Ya la luna, melancólica, borrada,
     se va;
  ¡ya la luna se va!
  Pusiéronse ya pálidos
  el carro y las cabrillas;
  ya cantan en los árboles
  las tontas abubillas
la temprana monorrítmica canción.
  Calláronse los cárabos,
  y braman los becerros;
  las vacas, levantándose,
  sacuden los cencerros,
que resuenan como notas de un bordón.
  ¡Dolón! ¡Dolón!
  ¡Dolón! ¡Dolón!
 

MAYORAL

  ¡Aprisa, muchachos
  que va a clarear,
  y ya están las vacas
  queriendo marchar!
 

VAQUEROS

     La alborada,
la alborada por allí ya despuntó.
Su venida la alegría en la majada
  vertió.
  ¡La alegría vertió!
  Las vacas, relamiéndolos,
  sus chotos amamantan;
  allá en las vegas húmedas,
  las nieblas se levantan
y transponen de las cúspides a ras;
  la escarcha de los árboles
  el sol va derritiendo,
  y al suelo en puras lágrimas,
  deshechas van cayendo
con monótono dulcísimo compás.
  ¡Tas! ¡Tas!
  ¡Tas! ¡Tas!
........................................................
     Y a la vaca más lechera,
  que llamándonos espera,
  desde que al choto se acercó
  asaltamos de costado,
  el becerro por un lado,
  por el otro lado, yo.
         Y espumosa,
  mantecosa,
    bienoliente,
  sabrosa,
  bullente,
  jugosa,
  caliente,
  cual finísimo riel
de la ubre va fluyendo
  y en la cuerna va cayendo
  espumando,
  chispeando,
  humeando,
  leche dulce como miel...



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La presea

- I -

                              ArribaAbajoAl señor de Salvatierra,
don Diego Alvar de León,
mancebo en la paz prudente
como en guerra lidiador,
requiere con estas letras,
que honor de sangre dictó,
la que es hija bien nacida
del señor de Monleón:
 
   «De aquella ciudad de Baza
que el moro ha tiempo ocupó
asaz tristes nuevas vienen
para el castellano honor,
que así puro siempre ha sido
como la llama del sol.
Cabe aquellos fuertes muros
que en vano abatir trató
la nuestra aguerrida hueste
con asaltos de león,
defiéndese la morisca
tal como tigre feroz
que entre las garras oprime
la corza que aprisionó.
 
   El nuestro rey Don Fernando,
el grande, el conquistador,
el que la cruz lleva enhiesta
sobre el morado pendón,
desde Medina del Campo
para Jaén se partió
con la nuestra amada reina,
la de noble corazón;
y haciendo alarde de gente
que el llamamiento acudió,
allega al cerco de Baza
gente de cuenta y valor
que no es bien que aquella joya
desde solar español
cautiva en manos de infieles
Castilla la pierda y Dios.
 
   Yo vos requiero por ésta,
don Diego Alvar de León,
porque siendo vos tan caro
como decís el mi amor,
a los sus requerimientos
esquivo no seréis vos.
Y ya que al mi amor queréis
que le ponga precio yo,
decirvos he, buen mancebo,
que vale más su valor
que la vuestra Salvatierra
y el mi fuerte Monleón;
que vale un joyel que quiero
en mis bodas lucir yo,
hecho de piedras preciosas
que arranque vuestro valor
del puño del rico alfanje
de algún árabe feroz
de aquellos que en Baza fincan
con mengua del nuestro honor.
 
   Esto tan solo vos digo,
don Diego Alvar de León:
En Baza está la presea,
y en el mi castillo, yo.»
 
   Así doña Luz, la hija
del señor de Monleón,
escribe y manda sus letras
con un jinete veloz
al señor de Salvatierra,
que arde por ella en amor.
 

- II -

   Por los campos castellanos,
cargada de majestad,
pasando va dulcemente
la tarde primaveral;
una tarde tibia y pura
que infunde al ánimo paz
con los amables silencios
de su dulce resbalar,
con las tristezas que embeben
y las tristezas que dan
los montes rubios teñidos
en oro crepuscular.
Allá por aquel camino
que viene del Endrinal
y va a las fuertes murallas
de Monleón a rasar,
cabalgan a media rienda
con apostura marcial
hasta cuarenta lanceros
formando apretado haz,
cuyo avanzar vigoroso
la tierra hace trepidar.
 
   Al frente del haz guerrero
cabalga firme y audaz
el señor de Salvatierra
sobre alterado alazán
de rica sangre española
tan fiera como leal,
negras pupilas de toro,
que radian ferocidad,
eréctil musculatura
que treme al manotear,
relincho de agudo timbre,
clarín de guerra en la paz,
crines blondas que lo ciegan,
curvas que gracia le dan,
casco duro, piel nerviosa
y amplia traza escultural;
con un alentar de fuego
como hálito de volcán,
con un marchar armonioso
que encanto a los ojos da,
con un galopar hermano
del más veloz huracán.
 
   Cabe los muros se paran
de la mansión señorial,
dorada con oro viejo
del cielo crepuscular.
Alza don Diego los ojos,
que avaros de luz están,
y déjalos casi ciegos
la luz de aquella beldad.
Tal como imagen hermosa
compuesta en dorado altar,
en un ajimez dorado
la hermosa doncella está.
 
   -¡En Baza está la presea!
-gritó la dama al galán.
Y así contestó el mancebo:
-¡Y en Baza mi honor está!
 
   Y saludando rendido,
con apostura marcial,
al frente de sus lanceros,
partió el gentil capitán.
Cerró el ajimez la dama
y el sol ocultó su faz....
y como todo oscurece
cuando los soles se van,
sobre el alma del guerrero
cayó una noche ideal,
y sobre el campo tranquilo
cayó una noche de paz...
¡Plegue a Dios que dos auroras
las tomen pronto a ahuyentar!
 

- III -

   Es sangrienta la defensa,
sangriento el asalto es,
que están adentro los tigres
de ágil cuerpo y alma infiel,
y afuera están los leones
que asaltan con altivez;
y adentro batirse saben,
y afuera saben vencer;
y a aquellos la rabia enciende,
y a apuestos la intrepidez...
¡Hermosa ciudad de Baza:
caro tu rescate es!
 
   Acosados una tarde
por nuestro ejército fiel,
salieron los defensores
a sucumbir o a vencer,
ardiendo en rabia de locos,
ardiendo en sangrienta sed.
 
   Ante los mismos reales
se traba el combate aquel
en que el oído ensordece,
los turbios ojos no ven,
y la cólera es demencia,
y es el ardor embriaguez,
y es la sangre lava roja
que quema hasta enloquecer,
y es un rayo cada ataque,
y un bloque cada hombre es,
y el herir es siempre hondo
y es mortal siempre el caer...
 
   Espanto pone a los ojos
y el alma pena cruel
ver tantos mozos gentiles
en tierra muertos yacer;
tantos nobles caballeros,
dechados de intrepidez,
luchando tan mal heridos
que pronto habrán de caer,
cristianos, por Dios muriendo;
y españoles, por el rey;
caballeros, por su dama;
guerreros, por honra y prez.
¡Morir de muerte gloriosa
nacer en la Historia es!
 
   En lo recio de la lucha
combate un moro cruel,
que por sus ricos arreos
y su bravura también,
capitán el más famoso
de los de Baza ha de ser.
Al punto viole don Diego,
y así se dirige a él,
como león que de pronto
la presa buscando ve.
Correr el moro lo ha visto
y entre su gente romper,
así como si rompiera
por bosques de frágil mies.
 
   Tal como los bravos toros
que antes del duelo cruel
de hito en hito se contemplan
con ojos que apenas ven,
y como nubes preñadas,
de rayos chocan después,
así los dos capitanes
viniéronse a acometer,
astillas hechas dejando
las lanzas bajo sus pies
y mal por don Diego herido
del brazo moro el corcel.
 
   Alfanje y espada vibran
sobre crujidos de arnés,
truenos estos de la nube
y aquellos rayo cruel,
combate don Diego herido
y herido el moro también,
y éste no quiere rendirse,
y aquél no sabe ceder,
y muertos ya los caballos,
prosigue la lucha a pie.
 
   De pronto el bravo don Diego,
cual si en su mente al caer
alguna amante memoria
doblara su intrepidez,
así como un torbellino
de incontrastable poder
cayó sobre el bravo moro,
que herido rodó a sus pies
gimiendo: «¡Noble cristiano!
¡Solo es vencer tu vencer!
¡Toma el alfanje de un hombre
vencido sólo una vez!»
 

- IV -

   Sobre las torres de Baza
que alumbra radiante el sol,
tremola al beso del viento
nuestro morado pendón.
 
   En un salón del castillo
donde el rey lo aposentó,
cabe el rey está expirando
don Diego Alvar de León
de las sangrientas heridas
que en el combate ganó.
 
   El rey ha escrito una carta
que don Diego le dictó,
y con estas sus palabras
entrégala a un servidor:
«A los lanceros que trajo
don Diego Alvar de León
dais este alfanje, que todos
custodiarán con amor,
y estas letras, y que cumplan
lo que en ellas se ordenó.»
........................................................
 
   Y una tarde, una doliente
tarde de invierno, sin sol,
oscura como el que llevan
de luto enhiesto pendón,
aquellos veinte lanceros
que de Baza el rey mandó
llegando van al famoso
castillo de Monleón.
Desde un ajimez, al verlos
la dama que le cerró
la tarde aquella de mayo
que tuvo radiante sol,
al interior del castillo
llorando se retiró,
y al poco rato, enlutada,
del castillo en un salón,
una joya y estas letras
de sus manos recogió:
 
   «A doña Luz de Mendoza,
el mi más amable amor,
desde el castillo de Baza,
que ya la Cruz coronó,
por la misma mano escrita
de nuestro rey y señor
esta carta vos envía
don Diego Alvar de León,
que en duro trance de muerte
decirvos pretende adiós.
 
   »Con estas letras, señora,
lleva un leal servidor
la venturosa presea
que hubiese prendido yo
sobre el vuestro noble pecho
del lado del corazón,
para que vieran mis ojos
sobre tal cielo tal sol.
Dios y el vuestro amor, señora
hanme dado grande honor
de que mi vida al tablero
por Él pusiera y por vos;
y fuera yo mal nacido
y mal caballero yo
si desta merced no fuese
rendido conocedor.
 
   »Mi feudo de Salvatierra
queda, doña Luz, por vos,
que así a nuestro rey placióle
cuando dispúselo yo;
y ya que a Dios no pluguiera
la nuestra feliz unión
luzcan en la misma piedra
por siempre juntos los dos,
el vuestro blasón honrado
y el mi preciado blasón.
 
   »No derraméis de los ojos
llanto que no empuje amor,
porque si solo lo empuja
tristeza del corazón
que en el honor no repara
del que por éste finó,
fuera un llorar muy menguado
que lastimase el honor.
 
   »Maguer la memoria mía
rompa el vuestro corazón,
así verteréis el llanto
que vos arranque el dolor
como yo vierto mi sangre,
sin plañir lamentación,
porque firmeza y no cuitas
nos piden Dios y el amor.
¡Adiós, y guardad el mío
donde el vuestro llevo yo,
que así os lo pide expirando
don Diego Alvar de León!»
 
   De esta manera muy triste
la hermosa dama leyó
ante los veinte lanceros,
ante su padre y señor.
Prendióse el joyel precioso
del lado del corazón,
guardó en el seno la carta
y así diciendo acabó:
«¡Lanceros de Salvatierra!
 
   Esta noche en Monleón,
y a Salvatierra conmigo
mañana, al salir el sol.
Al salir el sol mañana
vos dejo, buen padre, a vos.
Labrad pronto cabe el nuestro
de Salvatierra el blasón.
Eso vos manda, leales,
y esto vos ruega, señor,
la viuda del valiente
don Diego Alvar de León.»



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La canción del terruño

                              ArribaAbajoDe los cuerpos y las almas de mis hijos
yo soy cuna, yo soy tumba, yo soy patria;
yo soy tierra donde afincan sus amores,
yo soy tierra donde afincan sus nostalgias,
yo soy álveo que recoge los regueros
de sudores que fecundan mis entrañas,
  yo soy fuente de sus gozos
  yo soy vaso de sus lágrimas...
 
   Yo el calvario de sus bárbaras caídas,
yo el oriente de sus tenues esperanzas,
yo la carga de sus días mal vividos
y el insomnio de sus noches abreviadas,
yo el tesoro de sabroso pan moreno
que las manos honradísimas amasan
  de los hijos bien nacidos
  y la esposa bien amada.
 
   Yo quisiera que los gérmenes fecundos
que sotierran en mis áridas entrañas,
vigorosos y prolíferos se hinchasen,
y pletóricos de vida reventaran,
y paridos de mis senos a la vida,
por mi haz se derramasen en cascadas
  que espumaran en agosto
  oro rubio sobre plata...
 
   Pero yo soy un decrépito ya estéril,
sin las vírgenes frescuras de las savias,
que mis bellas primaveras de otros días
encendieron y cuajaron en sustancias,
¡en sustancias de la vida que rebosan
porque hierven, porque sobran, porque matan
  si cuajando en otras vidas
  sus esencias no derraman!
 
   De la vida que me dio Naturaleza
me sorbieron esas vírgenes sustancias,
que en la mano pedigüeña de mis hijos
yo vertía en creaciones espontáneas.
El tesoro de mis senos ya está pobre,
seco el álveo que la linfa refrescaba...
  ¡No pidáis pan al hambriento
  ni al sediento pidáis agua!
 
   Ya están hondos, ya están hondos los filones
del tesoro que mi seno os regalaba;
con la punta de esas rejas no se topan,
con gemidos y sudores no se ablandan...
Ya mis senos no son cuna de semillas
que en fecundo limo virgen germinaran:
  ¡Son sepulcros de simientes
  en el polvo sepultadas!
 
   Y es preciso que renazcan, que rebullan,
que revivan en mi hondura nuevas savias,
que me enciendan fructuosas concepciones,
que me alegren florescencias soberanas,
que me engrían madureces olorosas
de cosechas opulentas bien gozadas...
     ¡Hizo Dios así a Natura:
  grande y fértil, bella y sana!
 
   Pero quiero que los hijos del trabajo
no derritan de su carne las sustancias
en la vieja brega estéril que me oprime,
en la ruda brega torpe que los mata...
No con riegos de sudores solamente
se conquistan y enriquecen mis entrañas.
  ¡Hace falta luz fecunda!
  ¡Sol de ideas hace falta!


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Confidencias

                             ArribaAbajoUn secreto vida mía;
  pero quiero que no llores
si te digo que la adoro con el alma,
si te digo que del todo no soy tuyo,
  si te digo que me ama
una sombra peregrina de mujer irrealizable
que mi espíritu ha creado porque nunca pudo hallarla
en la vasta muchedumbre de adorables criaturas
por los ámbitos del mundo derramadas.
  Tú no sabes
que en mis días de mortales desalientos pavorosos
y en las horas tan vacías de mis noches solitarias,
   cuando el mundo me abandona,
   cuando duermen los que aman,
cuando sólo tengo enfrente los asaltos del hastío,
  cuando el alma,
   cuando el alma combate afligida
   con el ansia de todas las ansias,
   con el peso de todas las dudas,
   con las sales de todas las lágrimas,
   con el fuego de todas las fiebres,
   con el hipo de todas las náuseas,
la impalpable vaga sombra femenina misteriosa
como nuncio de consuelos que los cielos me enviaran,
 
   viene a verme con las alas extendidas,
   viene a verme cual paloma enamorada,
y disipa en mi cerebro la pesada calentura
con el roce de las puntas de sus alas...,
  ¡con el roce de las puntas
  de sus alas nacaradas!
***
    ¡Oh qué sueños!
  Yo soñaba
que esa sombra nebulosa de mujer irrealizable
que mi espíritu refresca con el toque de sus alas;
   ¡de unas alas como aquellas que perdimos
  las criaturas humanas!,
en un cuerpo como el tuyo, con hechuras milagrosas
  encarnara.
  ¡Sueños locos!
Dios no quiere que en la vida cristalicen
esas sombras de los mundos de la nada:
Dios no quiere que la aroma de la idea,
condensada por anhelos de quien ama,
caiga dentro de ese vaso peregrino
  de viviente forma humana.
  Dios no quiere,
Dios no quiere que yo sea todo tuyo,
porque quiso que te viera y que te amara,
  y no quiso darte algo
  que necesita mi alma
  para que entera en la tuya
  pudiera yo derramarla
***
     Pero yo te quiero mucho,
de otro modo que a esa aérea femenina sombra vaga
que disipa en mi cerebro las ardientes calenturas
con el toque misterioso de sus alas.
     Para ti son los impulsos
más robustos de mi cuerpo y de mi alma,
  las miradas de mis ojos,
que en los tuyos derretidas se derraman,
las caricias de mis manos que te buscan
y el aliento de mi boca que te abrasa,
  y en los besos de mis labios,
y el ardiente palpitar de mis entrañas.
     Para ti mi compañía
  por la senda de la vida solitaria,
el apoyo y la defensa de mi brazo vigoroso,
los alientos de mi pecho, recipiente de tus lágrimas,
y el cariño serio y hondo del esposo enamorado
  que en sus hijos te idolatra...,
¡en sus hijos cuyas vidas son estrofas del poema
que el esposo enamorado, rendidísimo, te canta!
 
  Para ella...
los delirios de la mente soñadora,
los sentires melancólicos del alma,
los pensares exquisitos y sutiles,
  las poéticas nostalgias...,
los estériles poemas de la lira,
¡de la pobre lira bárbara!,
  los hastíos taciturnos
y las hambres de ideales que me arañan
  ¡unas hambres de ideales
  que me arañan en el alma!
Sí; las flores y los frutos y las savias de mi vida
  para ti, que eres humana:
  los aromas, para ella,
que es fantástica figura de los mundos de la nada.
  ¡Oh mujer, el Hombre es tuyo!
  ¡Tuyo el Poeta, oh fantasma!


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Acuérdate de mí

                              ArribaAbajoCuando tiendas tu vista por las cumbres
de esas sombrías y gigantescas sierras
que estas tierras separan de esas tierras,
  acuérdate de mí;
que yo también, cuando los ojos fijo
en esas altas moles silenciosas,
me paro a meditar en muchas cosas...
  ¡y a recordarte a ti!
 
   Cuando hondas ansias de llorar te ahoguen
cuando la pena acobardarte quiera,
resígnate al dolor con alma entera
  ¡y acuerdáte de mí!,
que yo también cuando en el alma siento
algo que se me sube a la garganta,
¡sé resignarme con paciencia tanta,
  que te admirara a ti!
 
   Cuando te creas en el mundo solo
y juzgues cada ser un enemigo,
¡acuerdáte de Dios y de este amigo
  que te recuerda a ti!
Y esa doliente soledad sombría
poblárase de amor en un instante
si en Dios llegas a ver un Padre amante,
  ¡y un buen hermano en mí!
 
   Si del trabajo la pesada carga
y lo áspero y lo largo del camino
te hicieran renegar de tu destino.
  ¡acuérdate de mí!
Porque soy otro hijo del trabajo
que, sin temor a que la senda es larga,
llevando al hombro, como tú, mi carga,
  ¡voy delante de ti!
 
   Si del demonio tentación maldita
o el mal consejo del amigo insano
te pusieran al borde del pantano,
  ¡acuérdate de mí!
Y piensa un poco lo que tú perdías
y piensa un poco lo que yo sufriera
si donde otros se hundieron, yo te viera
  ¡también hundirte a ti!
 
   Y si te cierra la desgracia el paso
sin llegar a la hermosa lontananza
donde tú tienes puesta la esperanza,
  ¡acuérdate de mí!
¡Acaso yo tampoco haya llegado
donde me dijo el corazón que iría!
¡Y esta resignación del alma mía
  te da un ejemplo a ti!
 
   Si vacila tu fe (Dios no lo quiera)
y vacila por débil o por poca,
pídele a Dios que te la dé de roca,
  ¡y acuérdate de mí!;
que yo soy pecador porque soy débil,
pero hizo Dios tan grande la fe mía,
que, si a ti te faltara, yo podría
  ¡darte mucha fe a ti!
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