- I - |
|
Era un día crudo y turbio de febrero |
|
|
que las sierras azotaba |
|
|
con el látigo iracundo |
|
|
de los vientos y las aguas |
|
Unos vientos que pasaban restallando |
|
|
las silbantes finas alas |
|
Unos turbios, desatados aguaceros, |
|
|
cuyas gotas aceradas |
|
descendían de los cielos como flechas |
|
y corrían por la tierra como lágrimas. |
|
Como bajan de las sierras tenebrosas |
|
las famélicas hambrientas alimañas, |
|
por la cuesta del serrucho va bajando |
|
|
la paupérrima jurdana... |
|
Lleva el frío de las fiebres en los huesos, |
|
lleva el frío de las penas en el alma, |
|
|
lleva el pecho hacia la tierra, |
|
|
lleva el hijo a las espaldas |
|
Viene sola, como flaca loba joven |
|
por el látigo del hambre flagelada, |
|
con la fiebre de sus hambres en los ojos, |
|
con la angustia de sus hambres en la entraña. |
|
Es la imagen del serrucho solitario |
|
de misérrimos lentiscos y pizarras; |
|
es el símbolo del barro empedernido |
|
de los álveos de las fuentes agotadas |
|
|
Ni sus venas tienen fuego, |
|
|
ni su carne tiene savia, |
|
|
ni sus pechos tienen leche, |
|
|
ni sus ojos tienen lágrimas |
|
Ha dejado la morada nauseabunda |
|
donde encueva sus tristezas y sus sarnas, |
|
donde roe los mendrugos indigestos, |
|
|
de dureza despiadada, |
|
cuando torna de la vida vagabunda, |
|
con el hijo y los mendrugos a la espalda, |
|
y ahora viene, y ahora viene de sus sierras |
|
a pedirnos a las gentes sin entrañas |
|
el mendrugo que arrojamos a la calle |
|
si a la puerta no lo pide la jurdana. |
|
|
- II - |
|
¡Pobre niño! ¡Pobre niño! |
|
Tú no ríes, tú no juegas, tú no hablas, |
|
porque nunca tu hociquillo codicioso |
|
|
nutridora leche mama |
|
|
de la teta flaca y fría, |
|
álveo enjuto de la fuente ya agotada. |
|
Te verías, si te vieras, el más pobre |
|
de los seres de la tierra solitaria. |
|
No envidiaras solamente al pajarillo |
|
que en el nido duerme inerte con la carga |
|
|
de alimentos regalados |
|
|
que calientan sus entrañas, |
|
envidiaras del famélico lobezno |
|
los festines que la loba le depara, |
|
si en la noche tormentosa con fortuna |
|
da el asalto a los rediles de las cabras... |
|
Estos días que en la sierra se embravecen, |
|
|
por la sierra nadie vaga... |
|
Toda cría se repliega en las honduras |
|
|
de cubiles o cañadas, |
|
|
de calientes blandos nidos |
|
o de enjutas oquedades subterráneas. |
|
Tú solito, que eres hijo de un humano. |
|
maridaje del instinto y la desgracia, |
|
vas a espaldas de tu madre recibiendo |
|
las crueles restallantes bofetadas |
|
de las alas de los ábregos revueltos |
|
|
que chorrean gotas de agua. |
|
|
Tú solito vas errante |
|
con el sello de tus hambres en la cara, |
|
con tus fríos en los tuétanos del cuerpo, |
|
con tus nieblas en la mente aletargada |
|
|
que reposa en los abismos |
|
|
de una negra noche larga, |
|
sin anuncios de alboradas en los ojos, |
|
orientales horizontes de las almas |
|
|
- III - |
|
Por la cuesta del serrucho pizarroso |
|
va bajando la paupérrima jurdana |
|
con miserias en el alma y en el cuerpo, |
|
con el hijo medio imbécil a la espalda... |
|
Yo les pido dos limosnas para ellos |
|
|
a los hijos de mi patria: |
|
¡Pan de trigo para el hambre de sus cuerpos! |
|
¡Pan de ideas para el hambre de sus almas! |
A J. Neira Cancela
|
|
El oro del crepúsculo |
|
|
se va tomando plata, |
|
y detrás de los abismos que limita |
|
con perfiles ondulantes la montaña, |
|
va acostándose la tarde fatigosa |
|
precursora de una virgen noche cálida, |
|
una noche de opulencias enervantes |
|
y de místicas ternuras abismáticas, |
|
una noche de lujurias en la tierra |
|
por alientos de los cielos depuradas, |
|
una noche de deleites del sentido |
|
depurado por los ósculos del alma... |
|
|
A ocaso baja el día |
|
rodando en oleadas |
|
y los ruidos de los hombres y las aves, |
|
a medida que el crepúsculo se apaga, |
|
va cayendo mansamente en el abismo |
|
del silencio que de música empapa. |
|
|
|
Las penumbras de los valles misteriosos |
|
van en ondas esfumando las gargantas, |
|
van en ondas esfumando las colinas, |
|
van en ondas escalando las montañas; |
|
y el errático murciélago nervioso |
|
raudo cruza, raudo sube, raudo baja, |
|
con revuelo laberíntico rayando |
|
las purezas del crepúsculo de plata. |
|
|
Con regio andar solemne |
|
|
la noche se adelanta, |
|
y en el lienzo de los cielos infinitos, |
|
y en las selvas de las tierras perfumadas, |
|
van surgiendo las estrellas titilantes, |
|
van surgiendo las luciérnagas fantásticas. |
|
|
|
Lentamente, como alientos misteriosos, |
|
de los senos de los bosques se levantan |
|
brisas frescas que estremecen el paisaje |
|
con el roce de las puntas de sus alas, |
|
preludiando rumorosas en las frondas |
|
las nocturnas melancólicas tonadas, |
|
la que vibran los pinares resinosos, |
|
la que zumban las robledas solitarias, |
|
la que hojean los maizales susurrantes, |
|
la que arrullan las olientes pomaradas... |
|
|
y aquella más poética |
|
|
que suena en las entrañas, |
|
la que viene sin saber de donde viene, |
|
la que suena sin sonoras asonancias, |
|
¡la que arranca la divina poesía |
|
de las fibras más vibrantes de las almas! |
|
|
|
De los coros rumorosos de la noche, |
|
de los senos de las flores fecundadas, |
|
al sentido vienen músicas que engríen, |
|
al sentido vienen poemas que embriagan.... |
|
es la hora de los grandes embelesos, |
|
es la hora de las dulces remembranzas, |
|
es la hora de los éxtasis sabrosos |
|
que aproximan la visión paradisíaca, |
|
es la hora de los cálidos amores |
|
de los hijos, de la esposa y de la Patria... |
|
¡El momento más fecundo de la carne |
|
y el momento más fecundo de las almas! |
|
|
Tendido en lecho húmedo |
|
|
de hierbas aromáticas, |
|
he bebido la ambrosía de la noche |
|
sobre el lomo de la céltica montaña. |
|
|
|
Más arriba, los luceros de diamantes; |
|
más arriba, las estrellas plateadas; |
|
más arriba, las inmensas nebulosas |
|
infinitas, melancólicas, arcanas...; |
|
más arriba, Dios y el éter...; más arriba, |
|
|
|
Dios a solas en la gloria con las almas.... |
|
¡con las almas de los buenos que la tierra |
|
fecundaron con regueros de sus lágrimas! |
|
|
|
Más abajo, las robledas sonorosas; |
|
más abajo las luciérnagas fantásticas; |
|
más abajo, los dormidos caseríos; |
|
más abajo, las riberas arrulladas |
|
por el coro de bichuelos estivales, |
|
por el himno ronco y fresco de las aguas, |
|
por el sordo rebullir de los silencios |
|
que parece el alentar de las montañas... |
|
|
Los hombres todos duermen, |
|
|
las horas solas pasan, |
|
y ahora, salen mis secretos sentimientos |
|
del encierro perennal de mis entrañas, |
|
y ahora salen mis recónditas ideas |
|
a esparcirse en las regiones dilatadas |
|
donde el choque con los hombres no las hiere, |
|
donde el roce con los fangos no las mancha, |
|
donde juegan, donde ríen, donde lloran, |
|
donde sienten, donde estudian, donde aman... |
|
Ellas pueblan los abismos de los cielos |
|
y en efluvios sutilísimos se bañan, |
|
ellas oyen el silencio de los mundos, |
|
ellas miden sus grandezas soberanas, |
|
ellas suben y temblando se aproximan |
|
a las puertas diamantinas de un alcázar, |
|
y algo entienden de una música distante |
|
que estremece, que embelesa, que embriaga, |
|
y algo sienten de una atmósfera sin peso |
|
que parece delicioso lecho de almas... |
|
¡Oh nostalgias del espíritu que ha visto |
|
los linderos aún sellados de su patria! |
|
¡Oh grandezas de las noches religiosas |
|
que aproximan las divinas lontananzas! |
|
......................................................... |
|
|
Se asoma blanca y tímida |
|
|
la dulce madrugada; |
|
palidecen las estrellas del Oriente |
|
y se enfrían los alientos de las auras, |
|
se recogen los misterios de la noche, |
|
las luciérnagas suavísimas se apagan |
|
y los libres sueños amplios de mi mente |
|
se repliegan en la cárcel de mi alma... |
|
|
|
Y honda y queda en sus arrullos iniciales, |
|
y habladora cuando el mundo se levanta, |
|
y opulenta en las severas plenitudes |
|
de su música de oro y rica casta, |
|
|
se derrama por los campos |
|
|
la canción de la mañana. |
|
Una noche de sibilas y de brujos |
|
y de gnomos y de trasgos y de magas; |
|
una noche de sortílegas diabólicas; |
|
una noche de perversas quirománticas, |
|
|
y de todos los espasmos, |
|
|
y de todas las eclampsias |
|
y de horribles hechiceras epilépticas, |
|
y de infames agoreras enigmáticas; |
|
una noche de macabros aquelarres, |
|
y de horrendas infernales algaradas |
|
y de pactos, y de ritos, y de oráculos |
|
y de todas las diabólicas vesanias, |
|
por horrendos peñascales que blanquean, |
|
a los rayos de una enferma luna pálida, |
|
con la fiebre de la hembra, la celosa, |
|
va delante de la vieja nigromántica. |
|
Como sombras del abismo se detienen |
|
a la orilla de rugiente catarata. |
|
|
Es la hora de los ritos, |
|
|
es la hora de las cábalas, |
|
es la hora del horrible sortilegio, |
|
es la hora del conjuro de las aguas. |
|
|
|
La sortílega se inclina sobre ellas; |
|
la celosa la contempla muda y pálida. |
|
|
¡No está Dios en la celosa, |
|
no está Dios en la sortílega satánica! |
|
|
|
Sobre el lecho de las aguas espumantes |
|
la agorera traza el signo de la cábala |
|
murmurando la diabólica salmodia |
|
con horrendas, con sacrílegas palabras: |
|
¡Aah!... en las nieblas... ¡Aah!... en la espuma |
|
¡Aah!... en los aires... ¡Aah!... en las aguas... |
|
¡Aah!... en las brumas... ¡Aah!... en el tiempo. |
|
¡Surge pronto!... ¡Surge y habla! |
|
|
|
La agorera se detuvo contemplando |
|
la corriente de la linfa como estática. |
|
-¿No veis nada? -murmuraba la celosa. |
|
-¡No veo nada!... ¡No veo nada!... |
|
¡Aah!... en las nieblas... ¡Aah!... en la espuma |
|
¡Aah!... en los aires... ¡Aah!... en las aguas... |
|
|
|
Y quedóse de repente muda y quieta |
|
la espantosa nigromántica, |
|
-¿No veis nada? -murmuraba la celosa |
|
con la fiebre de la hembra en la mirada-. |
|
¿No veis nada? -repetía. |
|
-Sí..., ya veo..., Espera..., calla... |
|
Una joven en un lecho suspirando |
|
por el hombre a quien espera enamorada. |
|
¡Oh, qué hermosa!... Tiene el seno descubierto. |
|
-¿Y sabéis cómo se llama? |
|
|
-Pues se llama... |
|
¡Aah!... en las nieblas... ¡Aah!... en la espuma. |
|
¡Aah!... su nombre... ¡Mariana! |
|
|
|
La celosa dio un gemido horripilante, |
|
-sigue viendo..., sigue viendo... -murmuraba. |
|
|
|
Ahora un hombre enamorado |
|
se le acerca... Ella lo llama... |
|
-¿Con qué nombre? |
|
|
-No lo entiendo. |
|
-¿Con qué nombre? |
|
|
-Espera y calla. |
|
¡Aah!... en las nieblas... ¡Aah!... en la espuma. |
|
¡Aah!... en los aires... ¡Aah!... en las aguas... |
|
Con el nombre de Fernando lo ha llamado, |
|
y él la dice que la ama... |
|
|
-¡Que la ama!... |
|
La celosa llenó el aire con los timbres |
|
de una horrenda desgarrante carcajada |
|
y acercándose a los bordes del abismo |
|
se arrojó tras el infierno de las aguas. |
|
|
|
Que las brujas la llevaron una noche |
|
las comadres de la aldea murmuraban, |
|
y era cierto... y era cierto |
|
¡Que lo dijo la perversa nigromántica! |
- I - |
|
Una noche rumorosa y palpitante |
|
de húmedas aromáticas cargada; |
|
una noche más hermosa que aquel día |
|
que nació con un crepúsculo de nácar, |
|
y medió con un incendio del espacio |
|
y expiró con un ocaso de oro y grana... |
|
Una tibia clara noche melodiosa, |
|
impregnada de dulzuras elegíacas |
|
que caían mansamente de los cielos |
|
en los rayos de la dulce luna blanca, |
|
|
por el seno de los montes |
|
|
triste y solo yo vagaba |
|
|
con el alma más vacía |
|
|
que el abismo de la nada. |
|
Y los coros rumorosos de la noche |
|
con su música de oro me cantaban |
|
|
la canción de la tristeza |
|
|
de la almas solitarias. |
|
Yo era un hongo de los valles de la vida, |
|
|
yo el cadáver de mi raza |
|
yo una sombra que pasaba por el mundo |
|
sin dejarle ni la huella de mis plantas, |
|
ni los trozos de mi carne redivivos, |
|
ni la imagen de mi alma en otras almas, |
|
|
ni los nidos de mis goces, |
|
|
ni los charcos de mis lágrimas... |
|
|
Yo era sombra, yo era muerte, |
|
yo era estéril movimiento sin sustancia... |
|
y por eso los rumores musicales |
|
de la noche misteriosa me cantaban |
|
|
la canción de la tristeza, |
|
ruin idioma de las almas solitarias. |
|
|
- II - |
|
Otra noche, tan hermosa como aquella, |
|
de armonía y de aromas empapada; |
|
otra pura, casta noche, rutilante, |
|
presidida por solemne luna diáfana |
|
que inundaba los espacios infinitos |
|
con el polvo de su mansa luz fantástica, |
|
|
triste y solo, como siempre, |
|
por el seno de los montes yo vagaba, |
|
y la puerta de la choza de un cabrero |
|
se empaparon mis pupilas fatigadas |
|
en la mística visión de un niño hermoso |
|
|
que dormido y solo estaba |
|
|
sobre una cama de hierbas |
|
|
que tiñó agosto de plata. |
|
¡Oh, qué hermoso, qué sereno, qué divino! |
|
|
Era el ángel, era el alma |
|
|
de la choza miserable |
|
|
de la choza solitaria. |
|
|
¡No era mío, no era mío!, |
|
era el beso de las almas que se enlazan. |
|
|
¡Era el premio merecido |
|
|
por los seres que se aman! |
|
¡Cuánto diera por tocarle aquella frente |
|
y besarle la carita sonrosada! |
|
¡Qué tranquilo! Los rumores de los montes |
|
con magnífica armonía le arrullaban, |
|
y las brisas de la noche misteriosa |
|
le tocaban con la punta de las alas, |
|
y los rayos amorosos de la luna |
|
le caían como besos en la cara. |
|
|
Yo me puse de rodillas |
|
ante el ángel de la choza solitaria |
|
|
cual sediento caminante |
|
|
que se inclina sobre el agua, |
|
y al amado, como hambriento ladronzuelo |
|
que a unos pobres la limosna les robara, |
|
puse el beso más sublime de mi vida |
|
|
sobre aquella frente blanca. |
|
|
¡No era mío, no era mío!, |
|
pero el beso me quemaba en las entrañas, |
|
y la noche se me puso más hermosa, |
|
|
con el ritmo de la vida |
|
|
la canción de la esperanza. |
|
|
¡Yo sentía, yo vivía, |
|
|
yo quería, yo esperaba! |
|
|
Si tuviera el cuerpo herido, |
|
|
si tuviera muerta el alma, |
|
|
no sintiera ni los besos de la vida |
|
|
ni el placer de derramarla... |
|
¡Dios que creas! ¡Dame dichas como aquellas |
|
|
de la choza solitaria! |
|
........................................................ |
|
|
|
Y los coros musicales de la noche |
|
no callaban, no callaban, no callaban... |
|
|
- III - |
|
Y otra noche, de seguro tan hermosa |
|
como aquellas ideales noches blancas, |
|
arrulladas por el ritmo de los mundos |
|
y pobladas de los sueños de las almas, |
|
a la puerta de la choza miserable |
|
del cabrero cuya dicha yo envidiaba, |
|
|
se quedaron medio ciegas |
|
|
mis pupilas espantadas; |
|
|
muerto estaba el pobre ángel |
|
|
de la choza solitaria, |
|
|
y su madre estaba loca, |
|
|
y su padre mudo estaba, |
|
y los rayos elegíacos de la luna |
|
le caían amorosos en la cara, |
|
|
su carita transparente, |
|
que era blanca, que era blanca |
|
como el ala de los cisnes del estanque |
|
como el campo de la nieve inmaculada, |
|
|
como el seno de las vírgenes, |
|
como el mármol de las tumbas y las aras. |
|
Yo me puse de rodillas ante al ángel, |
|
e inclinando la cabeza atormentada, |
|
como víctima medrosa y dolorida |
|
|
que presenta el cuello al hacha, |
|
puse el beso más amargo de mi boca |
|
|
sobre aquella frente blanca |
|
|
dura y fría como el mármol |
|
de las rígidas estatuas funerarias. |
|
|
Yo sentí de repente |
|
|
se me helaron las entrañas. |
|
Era el frío del terror a lo futuro |
|
|
quien me dio la puñalada; |
|
era el miedo a los dolores infinitos |
|
que los padres de aquel ángel destrozaban... |
|
|
Y gemí como un cobarde, |
|
y gocé como un perverso sin entrañas |
|
|
con la muerte repentina |
|
|
de mi última esperanza, |
|
que dejaba conjurados los peligros |
|
que mi instinto de cobarde presagiaba. |
|
|
¡Fuga estéril! ¡Tú iniciaste |
|
el principio del reguero de mis lágrimas! |
|
Todo el pecho de aquel ancho cielo plúmbeo |
|
|
gravitó sobre mi alma, |
|
y dejómela el delito como antes, |
|
más vacía que el abismo de la nada. |
|
Y le dije a la armonía de la noche: |
|
«No me cantes la canción de la esperanza: |
|
canta el himno del dolor inapelable, |
|
que es la carga ineludible de mi alma.» |
- I - |
|
Al señor de Salvatierra, |
|
don Diego Alvar de León, |
|
mancebo en la paz prudente |
|
como en guerra lidiador, |
|
requiere con estas letras, |
|
que honor de sangre dictó, |
|
la que es hija bien nacida |
|
del señor de Monleón: |
|
|
|
«De aquella ciudad de Baza |
|
que el moro ha tiempo ocupó |
|
asaz tristes nuevas vienen |
|
para el castellano honor, |
|
que así puro siempre ha sido |
|
como la llama del sol. |
|
Cabe aquellos fuertes muros |
|
que en vano abatir trató |
|
la nuestra aguerrida hueste |
|
con asaltos de león, |
|
defiéndese la morisca |
|
tal como tigre feroz |
|
que entre las garras oprime |
|
la corza que aprisionó. |
|
|
|
El nuestro rey Don Fernando, |
|
el grande, el conquistador, |
|
el que la cruz lleva enhiesta |
|
sobre el morado pendón, |
|
desde Medina del Campo |
|
para Jaén se partió |
|
con la nuestra amada reina, |
|
la de noble corazón; |
|
y haciendo alarde de gente |
|
que el llamamiento acudió, |
|
allega al cerco de Baza |
|
gente de cuenta y valor |
|
que no es bien que aquella joya |
|
desde solar español |
|
cautiva en manos de infieles |
|
Castilla la pierda y Dios. |
|
|
|
Yo vos requiero por ésta, |
|
don Diego Alvar de León, |
|
porque siendo vos tan caro |
|
como decís el mi amor, |
|
a los sus requerimientos |
|
esquivo no seréis vos. |
|
Y ya que al mi amor queréis |
|
que le ponga precio yo, |
|
decirvos he, buen mancebo, |
|
que vale más su valor |
|
que la vuestra Salvatierra |
|
y el mi fuerte Monleón; |
|
que vale un joyel que quiero |
|
en mis bodas lucir yo, |
|
hecho de piedras preciosas |
|
que arranque vuestro valor |
|
del puño del rico alfanje |
|
de algún árabe feroz |
|
de aquellos que en Baza fincan |
|
con mengua del nuestro honor. |
|
|
|
Esto tan solo vos digo, |
|
don Diego Alvar de León: |
|
En Baza está la presea, |
|
y en el mi castillo, yo.» |
|
|
|
Así doña Luz, la hija |
|
del señor de Monleón, |
|
escribe y manda sus letras |
|
con un jinete veloz |
|
al señor de Salvatierra, |
|
que arde por ella en amor. |
|
|
- II - |
|
Por los campos castellanos, |
|
cargada de majestad, |
|
pasando va dulcemente |
|
la tarde primaveral; |
|
una tarde tibia y pura |
|
que infunde al ánimo paz |
|
con los amables silencios |
|
de su dulce resbalar, |
|
con las tristezas que embeben |
|
y las tristezas que dan |
|
los montes rubios teñidos |
|
en oro crepuscular. |
|
Allá por aquel camino |
|
que viene del Endrinal |
|
y va a las fuertes murallas |
|
de Monleón a rasar, |
|
cabalgan a media rienda |
|
con apostura marcial |
|
hasta cuarenta lanceros |
|
formando apretado haz, |
|
cuyo avanzar vigoroso |
|
la tierra hace trepidar. |
|
|
|
Al frente del haz guerrero |
|
cabalga firme y audaz |
|
el señor de Salvatierra |
|
sobre alterado alazán |
|
de rica sangre española |
|
tan fiera como leal, |
|
negras pupilas de toro, |
|
que radian ferocidad, |
|
eréctil musculatura |
|
que treme al manotear, |
|
relincho de agudo timbre, |
|
clarín de guerra en la paz, |
|
crines blondas que lo ciegan, |
|
curvas que gracia le dan, |
|
casco duro, piel nerviosa |
|
y amplia traza escultural; |
|
con un alentar de fuego |
|
como hálito de volcán, |
|
con un marchar armonioso |
|
que encanto a los ojos da, |
|
con un galopar hermano |
|
del más veloz huracán. |
|
|
|
Cabe los muros se paran |
|
de la mansión señorial, |
|
dorada con oro viejo |
|
del cielo crepuscular. |
|
Alza don Diego los ojos, |
|
que avaros de luz están, |
|
y déjalos casi ciegos |
|
la luz de aquella beldad. |
|
Tal como imagen hermosa |
|
compuesta en dorado altar, |
|
en un ajimez dorado |
|
la hermosa doncella está. |
|
|
|
-¡En Baza está la presea! |
|
-gritó la dama al galán. |
|
Y así contestó el mancebo: |
|
-¡Y en Baza mi honor está! |
|
|
|
Y saludando rendido, |
|
con apostura marcial, |
|
al frente de sus lanceros, |
|
partió el gentil capitán. |
|
Cerró el ajimez la dama |
|
y el sol ocultó su faz.... |
|
y como todo oscurece |
|
cuando los soles se van, |
|
sobre el alma del guerrero |
|
cayó una noche ideal, |
|
y sobre el campo tranquilo |
|
cayó una noche de paz... |
|
¡Plegue a Dios que dos auroras |
|
las tomen pronto a ahuyentar! |
|
|
- III - |
|
Es sangrienta la defensa, |
|
sangriento el asalto es, |
|
que están adentro los tigres |
|
de ágil cuerpo y alma infiel, |
|
y afuera están los leones |
|
que asaltan con altivez; |
|
y adentro batirse saben, |
|
y afuera saben vencer; |
|
y a aquellos la rabia enciende, |
|
y a apuestos la intrepidez... |
|
¡Hermosa ciudad de Baza: |
|
caro tu rescate es! |
|
|
|
Acosados una tarde |
|
por nuestro ejército fiel, |
|
salieron los defensores |
|
a sucumbir o a vencer, |
|
ardiendo en rabia de locos, |
|
ardiendo en sangrienta sed. |
|
|
|
Ante los mismos reales |
|
se traba el combate aquel |
|
en que el oído ensordece, |
|
los turbios ojos no ven, |
|
y la cólera es demencia, |
|
y es el ardor embriaguez, |
|
y es la sangre lava roja |
|
que quema hasta enloquecer, |
|
y es un rayo cada ataque, |
|
y un bloque cada hombre es, |
|
y el herir es siempre hondo |
|
y es mortal siempre el caer... |
|
|
|
Espanto pone a los ojos |
|
y el alma pena cruel |
|
ver tantos mozos gentiles |
|
en tierra muertos yacer; |
|
tantos nobles caballeros, |
|
dechados de intrepidez, |
|
luchando tan mal heridos |
|
que pronto habrán de caer, |
|
cristianos, por Dios muriendo; |
|
y españoles, por el rey; |
|
caballeros, por su dama; |
|
guerreros, por honra y prez. |
|
¡Morir de muerte gloriosa |
|
nacer en la Historia es! |
|
|
|
En lo recio de la lucha |
|
combate un moro cruel, |
|
que por sus ricos arreos |
|
y su bravura también, |
|
capitán el más famoso |
|
de los de Baza ha de ser. |
|
Al punto viole don Diego, |
|
y así se dirige a él, |
|
como león que de pronto |
|
la presa buscando ve. |
|
Correr el moro lo ha visto |
|
y entre su gente romper, |
|
así como si rompiera |
|
por bosques de frágil mies. |
|
|
|
Tal como los bravos toros |
|
que antes del duelo cruel |
|
de hito en hito se contemplan |
|
con ojos que apenas ven, |
|
y como nubes preñadas, |
|
de rayos chocan después, |
|
así los dos capitanes |
|
viniéronse a acometer, |
|
astillas hechas dejando |
|
las lanzas bajo sus pies |
|
y mal por don Diego herido |
|
del brazo moro el corcel. |
|
|
|
Alfanje y espada vibran |
|
sobre crujidos de arnés, |
|
truenos estos de la nube |
|
y aquellos rayo cruel, |
|
combate don Diego herido |
|
y herido el moro también, |
|
y éste no quiere rendirse, |
|
y aquél no sabe ceder, |
|
y muertos ya los caballos, |
|
prosigue la lucha a pie. |
|
|
|
De pronto el bravo don Diego, |
|
cual si en su mente al caer |
|
alguna amante memoria |
|
doblara su intrepidez, |
|
así como un torbellino |
|
de incontrastable poder |
|
cayó sobre el bravo moro, |
|
que herido rodó a sus pies |
|
gimiendo: «¡Noble cristiano! |
|
¡Solo es vencer tu vencer! |
|
¡Toma el alfanje de un hombre |
|
vencido sólo una vez!» |
|
|
- IV - |
|
Sobre las torres de Baza |
|
que alumbra radiante el sol, |
|
tremola al beso del viento |
|
nuestro morado pendón. |
|
|
|
En un salón del castillo |
|
donde el rey lo aposentó, |
|
cabe el rey está expirando |
|
don Diego Alvar de León |
|
de las sangrientas heridas |
|
que en el combate ganó. |
|
|
|
El rey ha escrito una carta |
|
que don Diego le dictó, |
|
y con estas sus palabras |
|
entrégala a un servidor: |
|
«A los lanceros que trajo |
|
don Diego Alvar de León |
|
dais este alfanje, que todos |
|
custodiarán con amor, |
|
y estas letras, y que cumplan |
|
lo que en ellas se ordenó.» |
|
........................................................ |
|
|
|
Y una tarde, una doliente |
|
tarde de invierno, sin sol, |
|
oscura como el que llevan |
|
de luto enhiesto pendón, |
|
aquellos veinte lanceros |
|
que de Baza el rey mandó |
|
llegando van al famoso |
|
castillo de Monleón. |
|
Desde un ajimez, al verlos |
|
la dama que le cerró |
|
la tarde aquella de mayo |
|
que tuvo radiante sol, |
|
al interior del castillo |
|
llorando se retiró, |
|
y al poco rato, enlutada, |
|
del castillo en un salón, |
|
una joya y estas letras |
|
de sus manos recogió: |
|
|
|
«A doña Luz de Mendoza, |
|
el mi más amable amor, |
|
desde el castillo de Baza, |
|
que ya la Cruz coronó, |
|
por la misma mano escrita |
|
de nuestro rey y señor |
|
esta carta vos envía |
|
don Diego Alvar de León, |
|
que en duro trance de muerte |
|
decirvos pretende adiós. |
|
|
|
»Con estas letras, señora, |
|
lleva un leal servidor |
|
la venturosa presea |
|
que hubiese prendido yo |
|
sobre el vuestro noble pecho |
|
del lado del corazón, |
|
para que vieran mis ojos |
|
sobre tal cielo tal sol. |
|
Dios y el vuestro amor, señora |
|
hanme dado grande honor |
|
de que mi vida al tablero |
|
por Él pusiera y por vos; |
|
y fuera yo mal nacido |
|
y mal caballero yo |
|
si desta merced no fuese |
|
rendido conocedor. |
|
|
|
»Mi feudo de Salvatierra |
|
queda, doña Luz, por vos, |
|
que así a nuestro rey placióle |
|
cuando dispúselo yo; |
|
y ya que a Dios no pluguiera |
|
la nuestra feliz unión |
|
luzcan en la misma piedra |
|
por siempre juntos los dos, |
|
el vuestro blasón honrado |
|
y el mi preciado blasón. |
|
|
|
»No derraméis de los ojos |
|
llanto que no empuje amor, |
|
porque si solo lo empuja |
|
tristeza del corazón |
|
que en el honor no repara |
|
del que por éste finó, |
|
fuera un llorar muy menguado |
|
que lastimase el honor. |
|
|
|
»Maguer la memoria mía |
|
rompa el vuestro corazón, |
|
así verteréis el llanto |
|
que vos arranque el dolor |
|
como yo vierto mi sangre, |
|
sin plañir lamentación, |
|
porque firmeza y no cuitas |
|
nos piden Dios y el amor. |
|
¡Adiós, y guardad el mío |
|
donde el vuestro llevo yo, |
|
que así os lo pide expirando |
|
don Diego Alvar de León!» |
|
|
|
De esta manera muy triste |
|
la hermosa dama leyó |
|
ante los veinte lanceros, |
|
ante su padre y señor. |
|
Prendióse el joyel precioso |
|
del lado del corazón, |
|
guardó en el seno la carta |
|
y así diciendo acabó: |
|
«¡Lanceros de Salvatierra! |
|
|
|
Esta noche en Monleón, |
|
y a Salvatierra conmigo |
|
mañana, al salir el sol. |
|
Al salir el sol mañana |
|
vos dejo, buen padre, a vos. |
|
Labrad pronto cabe el nuestro |
|
de Salvatierra el blasón. |
|
Eso vos manda, leales, |
|
y esto vos ruega, señor, |
|
la viuda del valiente |
|
don Diego Alvar de León.» |
|
De los cuerpos y las almas de mis hijos |
|
yo soy cuna, yo soy tumba, yo soy patria; |
|
yo soy tierra donde afincan sus amores, |
|
yo soy tierra donde afincan sus nostalgias, |
|
yo soy álveo que recoge los regueros |
|
de sudores que fecundan mis entrañas, |
|
|
yo soy fuente de sus gozos |
|
|
yo soy vaso de sus lágrimas... |
|
|
|
Yo el calvario de sus bárbaras caídas, |
|
yo el oriente de sus tenues esperanzas, |
|
yo la carga de sus días mal vividos |
|
y el insomnio de sus noches abreviadas, |
|
yo el tesoro de sabroso pan moreno |
|
que las manos honradísimas amasan |
|
|
de los hijos bien nacidos |
|
|
y la esposa bien amada. |
|
|
|
Yo quisiera que los gérmenes fecundos |
|
que sotierran en mis áridas entrañas, |
|
vigorosos y prolíferos se hinchasen, |
|
y pletóricos de vida reventaran, |
|
y paridos de mis senos a la vida, |
|
por mi haz se derramasen en cascadas |
|
|
que espumaran en agosto |
|
|
oro rubio sobre plata... |
|
|
|
Pero yo soy un decrépito ya estéril, |
|
sin las vírgenes frescuras de las savias, |
|
que mis bellas primaveras de otros días |
|
encendieron y cuajaron en sustancias, |
|
¡en sustancias de la vida que rebosan |
|
porque hierven, porque sobran, porque matan |
|
|
si cuajando en otras vidas |
|
|
sus esencias no derraman! |
|
|
|
De la vida que me dio Naturaleza |
|
me sorbieron esas vírgenes sustancias, |
|
que en la mano pedigüeña de mis hijos |
|
yo vertía en creaciones espontáneas. |
|
El tesoro de mis senos ya está pobre, |
|
seco el álveo que la linfa refrescaba... |
|
|
¡No pidáis pan al hambriento |
|
|
ni al sediento pidáis agua! |
|
|
|
Ya están hondos, ya están hondos los filones |
|
del tesoro que mi seno os regalaba; |
|
con la punta de esas rejas no se topan, |
|
con gemidos y sudores no se ablandan... |
|
Ya mis senos no son cuna de semillas |
|
que en fecundo limo virgen germinaran: |
|
|
¡Son sepulcros de simientes |
|
|
en el polvo sepultadas! |
|
|
|
Y es preciso que renazcan, que rebullan, |
|
que revivan en mi hondura nuevas savias, |
|
que me enciendan fructuosas concepciones, |
|
que me alegren florescencias soberanas, |
|
que me engrían madureces olorosas |
|
de cosechas opulentas bien gozadas... |
|
|
¡Hizo Dios así a Natura: |
|
|
grande y fértil, bella y sana! |
|
|
|
Pero quiero que los hijos del trabajo |
|
no derritan de su carne las sustancias |
|
en la vieja brega estéril que me oprime, |
|
en la ruda brega torpe que los mata... |
|
No con riegos de sudores solamente |
|
se conquistan y enriquecen mis entrañas. |
|
|
¡Hace falta luz fecunda! |
|
|
¡Sol de ideas hace falta! |
|
|
Un secreto vida mía; |
|
|
pero quiero que no llores |
|
si te digo que la adoro con el alma, |
|
si te digo que del todo no soy tuyo, |
|
|
si te digo que me ama |
|
una sombra peregrina de mujer irrealizable |
|
que mi espíritu ha creado porque nunca pudo hallarla |
|
en la vasta muchedumbre de adorables criaturas |
|
por los ámbitos del mundo derramadas. |
|
|
Tú no sabes |
|
que en mis días de mortales desalientos pavorosos |
|
y en las horas tan vacías de mis noches solitarias, |
|
cuando el mundo me abandona, |
|
cuando duermen los que aman, |
|
cuando sólo tengo enfrente los asaltos del hastío, |
|
|
cuando el alma, |
|
cuando el alma combate afligida |
|
con el ansia de todas las ansias, |
|
con el peso de todas las dudas, |
|
con las sales de todas las lágrimas, |
|
con el fuego de todas las fiebres, |
|
con el hipo de todas las náuseas, |
|
la impalpable vaga sombra femenina misteriosa |
|
como nuncio de consuelos que los cielos me enviaran, |
|
|
|
viene a verme con las alas extendidas, |
|
viene a verme cual paloma enamorada, |
|
y disipa en mi cerebro la pesada calentura |
|
con el roce de las puntas de sus alas..., |
|
|
¡con el roce de las puntas |
|
|
de sus alas nacaradas! |
|
*** |
|
|
|
¡Oh qué sueños! |
|
|
|
Yo soñaba |
|
que esa sombra nebulosa de mujer irrealizable |
|
que mi espíritu refresca con el toque de sus alas; |
|
¡de unas alas como aquellas que perdimos |
|
|
las criaturas humanas!, |
|
en un cuerpo como el tuyo, con hechuras milagrosas |
|
|
|
encarnara. |
|
|
|
¡Sueños locos! |
|
Dios no quiere que en la vida cristalicen |
|
esas sombras de los mundos de la nada: |
|
Dios no quiere que la aroma de la idea, |
|
condensada por anhelos de quien ama, |
|
caiga dentro de ese vaso peregrino |
|
|
de viviente forma humana. |
|
|
|
Dios no quiere, |
|
Dios no quiere que yo sea todo tuyo, |
|
porque quiso que te viera y que te amara, |
|
|
y no quiso darte algo |
|
|
que necesita mi alma |
|
|
para que entera en la tuya |
|
|
pudiera yo derramarla |
|
*** |
|
|
Pero yo te quiero mucho, |
|
de otro modo que a esa aérea femenina sombra vaga |
|
que disipa en mi cerebro las ardientes calenturas |
|
con el toque misterioso de sus alas. |
|
|
|
|
Para ti son los impulsos |
|
más robustos de mi cuerpo y de mi alma, |
|
|
|
las miradas de mis ojos, |
|
que en los tuyos derretidas se derraman, |
|
las caricias de mis manos que te buscan |
|
y el aliento de mi boca que te abrasa, |
|
|
y en los besos de mis labios, |
|
y el ardiente palpitar de mis entrañas. |
|
|
Para ti mi compañía |
|
|
por la senda de la vida solitaria, |
|
el apoyo y la defensa de mi brazo vigoroso, |
|
los alientos de mi pecho, recipiente de tus lágrimas, |
|
y el cariño serio y hondo del esposo enamorado |
|
|
que en sus hijos te idolatra..., |
|
¡en sus hijos cuyas vidas son estrofas del poema |
|
que el esposo enamorado, rendidísimo, te canta! |
|
|
|
|
|
Para ella... |
|
los delirios de la mente soñadora, |
|
los sentires melancólicos del alma, |
|
los pensares exquisitos y sutiles, |
|
|
las poéticas nostalgias..., |
|
los estériles poemas de la lira, |
|
¡de la pobre lira bárbara!, |
|
|
los hastíos taciturnos |
|
y las hambres de ideales que me arañan |
|
|
¡unas hambres de ideales |
|
|
que me arañan en el alma! |
|
Sí; las flores y los frutos y las savias de mi vida |
|
|
para ti, que eres humana: |
|
|
los aromas, para ella, |
|
que es fantástica figura de los mundos de la nada. |
|
|
¡Oh mujer, el Hombre es tuyo! |
|
|
¡Tuyo el Poeta, oh fantasma! |
|
Cuando tiendas tu vista por las cumbres |
|
de esas sombrías y gigantescas sierras |
|
que estas tierras separan de esas tierras, |
|
|
acuérdate de mí; |
|
que yo también, cuando los ojos fijo |
|
en esas altas moles silenciosas, |
|
me paro a meditar en muchas cosas... |
|
|
¡y a recordarte a ti! |
|
|
|
Cuando hondas ansias de llorar te ahoguen |
|
cuando la pena acobardarte quiera, |
|
resígnate al dolor con alma entera |
|
|
¡y acuerdáte de mí!, |
|
que yo también cuando en el alma siento |
|
algo que se me sube a la garganta, |
|
¡sé resignarme con paciencia tanta, |
|
|
que te admirara a ti! |
|
|
|
Cuando te creas en el mundo solo |
|
y juzgues cada ser un enemigo, |
|
¡acuerdáte de Dios y de este amigo |
|
|
que te recuerda a ti! |
|
Y esa doliente soledad sombría |
|
poblárase de amor en un instante |
|
si en Dios llegas a ver un Padre amante, |
|
|
¡y un buen hermano en mí! |
|
|
|
Si del trabajo la pesada carga |
|
y lo áspero y lo largo del camino |
|
te hicieran renegar de tu destino. |
|
|
¡acuérdate de mí! |
|
Porque soy otro hijo del trabajo |
|
que, sin temor a que la senda es larga, |
|
llevando al hombro, como tú, mi carga, |
|
|
¡voy delante de ti! |
|
|
|
Si del demonio tentación maldita |
|
o el mal consejo del amigo insano |
|
te pusieran al borde del pantano, |
|
|
¡acuérdate de mí! |
|
Y piensa un poco lo que tú perdías |
|
y piensa un poco lo que yo sufriera |
|
si donde otros se hundieron, yo te viera |
|
|
¡también hundirte a ti! |
|
|
|
Y si te cierra la desgracia el paso |
|
sin llegar a la hermosa lontananza |
|
donde tú tienes puesta la esperanza, |
|
|
¡acuérdate de mí! |
|
¡Acaso yo tampoco haya llegado |
|
donde me dijo el corazón que iría! |
|
¡Y esta resignación del alma mía |
|
|
te da un ejemplo a ti! |
|
|
|
Si vacila tu fe (Dios no lo quiera) |
|
y vacila por débil o por poca, |
|
pídele a Dios que te la dé de roca, |
|
|
¡y acuérdate de mí!; |
|
que yo soy pecador porque soy débil, |
|
pero hizo Dios tan grande la fe mía, |
|
que, si a ti te faltara, yo podría |
|
|
¡darte mucha fe a ti! |