Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


Abajo

Cantar de cantares de Salomón

Fray Luis de León

Javier San José Lera (Ed. lit.)




ArribaAbajoPrólogo

Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor, ni al amor hay cosa más natural que volver al que ama en las condiciones e ingenio del que es amado. De lo uno y de lo otro tenemos clara experiencia. Cierto es que Dios ama, y cada uno que no esté muy ciego lo puede conocer en sí por los señalados beneficios que de su mano continuamente recibe: el ser, la vida, el gobierno della y el amparo de su favor, que en ningún tiempo ni lugar nos desampara. Que Dios se precie más de esto que de otra cosa, y que le sea propio el amor entre todas sus virtudes, vese en sus obras, que todas se ordenan a solo este fin, que es hacer repartimiento y poner en posesión de sus grandes bienes a las criaturas, haciendo que su semejanza de Él resplandezca en todas, y midiéndose a sí a la medida de cada una de ellas para ser gozado de ellas: que, como dijimos, es obra propia y natural del amor.

Señaladamente se descubre este beneficio y amor de Dios en el hombre, al cual crio al principio a su imagen y semejanza, como otro Dios, y a la postre se hizo Dios a la figura y usanza suya, volviéndose hombre últimamente por naturaleza, y mucho antes por trato y conversación, como se ve claramente por todo el discurso y proceso de las Sagradas Letras; en las cuales, por esta causa, es cosa maravillosa el cuidado que pone el Espíritu Santo, a fin de que no nos extrañemos de Él que nos ama infinitamente, en conformarse con nuestro estilo, remedando nuestro lenguaje e imitando en sí toda la variedad de nuestro ingenio y condiciones: hace del alegre y del triste, muéstrase airado, y muéstrase arrepentido, amenaza a veces y a veces se vence por mil blanduras; no hay afición ni cualidad tan propia a nosotros y tan extraña a él en que no se transforme; y todo esto a fin de que no nos extrañemos de Él y que, o por agradecimiento, o por afición o por vergüenza, hagamos lo que nos manda, que es aquello en que consiste toda nuestra felicidad y buena andanza. De semejantes argumentos y muestras están llenas las historias sagradas, los sermones y oraciones proféticas, los versos y canciones del salmista, y así mismo los consejos de la Sabiduría; y finalmente toda la vida y doctrina de Jesucristo, luz y verdad y todo el bien y esperanza nuestra.

Pues entre las otras obras y tratados divinos, uno es la Canción suavísima que Salomón, profeta y rey, compuso, en la cual, debajo de una égloga pastoril más que en ninguna otra escritura, se muestra Dios herido de nuestros amores con todas aquellas pasiones y sentimientos que este afecto suele y puede hacer en los corazones humanos más blandos y más tiernos: ruega y llora, y pide celos; vase como desesperado, y vuelve luego, y variando entre esperanza y temor, alegría y tristeza, ya canta de contento, ya publica sus quejas, haciendo testigos a los montes y a los árboles de ellos, a los animales y a las fuentes, de la pena grande que padece. Aquí se ven pintados al vivo los amorosos fuegos de los demás amantes, los encendidos deseos, los perpetuos cuidados, las recias congojas que el ausencia y el temor en ellos causan, juntamente en los celos y sospechas que entre ellos se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros, mensajeros del corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamientos, que unas veces van vestidos de esperanza, otras de temor, otras de tristeza o alegría; y, en breve, todos aquellos sentimientos que los apasionados amantes probar suelen, aquí se ven tanto más agudos y delicados, cuanto más vivo y acendrado es el divino amor que el mundano, y dichos con el mayor primor de palabras, blandura de requiebros, extrañeza de bellas comparaciones que jamás se escribió ni oyó. A cuya causa la lección deste libro es dificultosa a todos y peligrosa a los mancebos, y a los que aún no están muy adelantados y muy firmes en la virtud; porque en ninguna escritura se exprimió la pasión del amor con más fuerza y sentido que en ésta; y así, acerca de los hebreos no tienen licencia para leer este libro y otros algunos de la ley los que fueren menores de cuarenta años. Del peligro no hay que tratar: la virtud y valor de Vuestra Merced nos hace bien seguros; la dificultad, que es mucha, trabajaré yo de quitar cuanto alcanzaren mis fuerzas, que son bien pequeñas.

Cosa sabida y confesada por todos es que en estos Cantares, como en persona de Salomón y de su esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de amorosos requiebros, explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el entrañable amor que siempre tuvo a su Iglesia, con otros misterios de gran secreto y de gran peso. En este sentido que es espiritual no tengo que tocar, que de él hay escritos grandes libros por personas santísimas y muy doctas que, ricas del mismo espíritu que habló en este libro, entendieron gran parte de su secreto, y como lo entendieron lo pusieron en sus escrituras, que están llenas de espíritu y de regalo. Así que en esta parte no hay que decir, o porque está ya dicho, o porque es negocio prolijo y de grande espacio. Solamente trabajaré en declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas, al parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su esposa. Que será solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro; que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no por eso carece de grandes dificultades, como luego veremos.

Porque se ha de entender que este libro en su primera origen se escribió en metro, y es todo él una égloga pastoril, adonde con palabras y lenguaje de pastores, hablan Salomón y su esposa, y algunas veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de aldea. Hace dificultoso su entendimiento, primeramente, lo que suele poner dificultad en todos los escritos adonde se explican algunas grandes pasiones o afectos, mayormente de amor, que, al parecer, van las razones cortadas y desconcertadas; aunque, a la verdad, entendido una vez el hilo de la pasión que mueve, responden maravillosamente a los afectos que exprimen, los cuales nacen unos de otros por natural concierto. Y la causa de parecer así cortadas, es que en el ánimo enseñoreado de alguna vehemente afición, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede decir tanto como se siente, y aun eso que se puede no lo dice todo, sino a partes y cortadamente, una vez el principio de la razón, y otras el fin sin el principio; que así como el que ama siente mucho lo que dice, así le parece que, en apuntándolo, está por los demás entendido; y la pasión con su fuerza y con increíble presteza le arrebata la lengua y corazón de un afecto en otro; y de aquí son sus razones cortadas y llenas de oscuridad. Parecen también desconcertadas entre sí, porque responden al movimiento que hace la pasión en el ánimo del que las dice, la cual quien no la siente o ve, juzga mal de ellas; como juzgaría por cosa de desvarío y de mal seso los meneos y movimientos de los que bailan el que viéndolos de lejos no oyese ni entendiese el son a quien siguen; lo cual es mucho de advertir en este libro y en todos los semejantes.

Lo segundo que pone oscuridad es ser la lengua hebrea en que se escribió, de su propiedad y condición lengua de pocas palabras y de cortas razones, y esas llenas de diversidad de sentidos; y juntamente con esto por ser el estilo y juicio de las cosas en aquel tiempo y en aquella gente tan diferente de lo que se platica agora; de do nace parecernos nuevas y extrañas, y fuera de todo buen primor las comparaciones de que usa este libro, cuando el Esposo o la Esposa quiere más loar la belleza y gentileza de las facciones del otro, como cuando compara el cuello a una torre, y los dientes a un rebaño de ovejas, y así otras semejantes. Como a la verdad cada lengua y cada gente tenga sus propiedades de hablar, adonde la costumbre usada y recibida hace que sea primor y gentileza, lo que en otra lengua y a otras gentes pareciera muy tosco, y así es de creer que todo esto que agora, por su novedad y por ser ajeno de nuestro uso tanto nos ofende y desagrada, era todo el buen hablar y toda la cortesanía de aquel tiempo entre aquella gente. Que claro es que Salomón era no solamente muy sabio, sino rey e hijo de rey, y que cuando no lo alcanzara por letras y por doctrina, por la crianza sola y por el trato de su corte y casa supiera hablar su lengua mejor y más cortésmente que otro ninguno.

Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una es volver en nuestra lengua palabra por palabra el texto de este libro; en la segunda, declaro con brevedad no cada palabra por sí, sino los pasos donde se ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin que quede claro su sentido así en la corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo todo entero, y después de él su declaración.

Acerca de lo primero procuré conformarme cuanto pude con el original hebreo, cotejando juntamente todas las traducciones griegas y latinas que hay, que son muchas, y pretendí que respondiese esta interpretación con el original, no sólo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en muchas cosas. De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les parezca que en algunas partes la razón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo, y que no hace correa el hilo del decir, pudiéndola hacer fácilmente con mudar algunas palabras y añadir algunas otras. Lo cual yo no hice por lo que he dicho, y porque entiendo ser diferente el oficio del que traslada, mayormente escrituras de tanto peso, del que las explica y declara. El que traslada ha de ser fiel y cabal y, si fuere posible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones que son y tienen las originales, sin limitallas a su propio sentido y parecer, para que los que leyeren la traslación puedan entender toda la variedad de sentidos a que da ocasión el original si se leyese, y queden libres para escoger de ellos el que mejor les pareciere. Que el extenderse diciendo, y el declarar copiosamente la razón que se entiende, y con guardar la sentencia que más agrada, jugar con las palabras añadiendo y quitando a nuestra voluntad, eso quédese para el que declara, cuyo propio oficio es; y nosotros usamos de él después de puesto cada un capítulo en la declaración que se sigue. Bien es verdad que trasladando el texto, no pudimos tan puntualmente ir con el original; y la cualidad de la sentencia y propiedad de nuestra lengua nos forzó a que añadiésemos alguna palabrilla, que sin ella quedara oscurísimo el sentido; pero éstas son pocas, y las que son van encerradas entre dos rayas de esta manera [ ].

Vuestra Merced recibirá en todo esto mi voluntad, que lo demás a mí no me satisface mucho, ni curo que satisfaga a otros; bástame haber cumplido con lo que se me mandó, que es lo que en todas las cosas más pretendo y deseo.






ArribaAbajo Cantar de cantares

Propiedad es de la lengua hebrea doblar así una misma palabra, cuando quiere encarecer alguna cosa o en bien o en mal. Así que decir Cantar de Cantares es lo mismo que solemos decir en castellano cantar entre cantares, es hombre entre hombres, esto es, señalado y eminente entre todos, y más excelente que otros muchos. Entendemos de esto, que mostró la riqueza de su amor y regalos el Espíritu Santo más en este Cantar que en otro alguno.

Pues dice así:


ArribaAbajo Capítulo primero

1. (ESPOSA:) Béseme de besos de su boca; que buenos [son] tus amores más que el vino.

2. Al olor de tus ungüentos buenos, [que es] ungüento derramado tu nombre; por eso las doncellas te amaron.

3. Llévame en pos de ti, correremos. Metiome el rey en sus retretes: regocijarnos hemos y alegrarnos hemos en ti, acordarnos hemos; membrársenos han tus amores más que el vino. Las dulzuras te aman.

4. Morena yo, pero amable, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón.

5. No me miréis que soy algo morena, que mirome el sol; los hijos de mi madre porfiaron y forcejaron contra mí; pusiéronme [por] guarda de viñas. La mi viña no guardé.

6. ¡Enséñame, Amado de mi alma, dónde apacientas!, dónde sesteas al mediodía; porque seré yo como descarriada entre los ganados de tus compañeros.

7. (ESPOSO:) Si no te lo sabes, ¡oh hermosa entre las mujeres!, salte [y sigue] por las pisadas del ganado, y apacentarás tus cabritos junto a las cabañas de los pastores.

8. A la yegua mía en el carro de Faraón te comparo, amiga mía.

9. Lindas [están] tus mejillas en las perlas, tu cuello en los collares.

10. Cercillos de oro te haremos esmaltados de plata.

11. (ESPOSA:) Cuando estaba el rey en su reposo, mi nardo dio su olor.

12. Manojuelo de mirra el mi amado a mí; morará entre mis pechos.

13. Racimo de Cofer mi amado a mí, de las viñas de Engedon.

14. (ESPOSO:) ¡Ay, cuán hermosa, amiga mía, cuán hermosa! Tus ojos de paloma.

15. (ESPOSA:) ¡Ay, cuán hermoso, amado mío y [también] dulce! Nuestro lecho florido.

16. Las vigas de nuestra casa de cedro, el techo de ciprés.


ArribaAbajoDeclaración

1. Béseme de besos de su boca.

Ya dije que todo este libro es una égloga pastoril, en que dos enamorados, Esposo y Esposa, a manera de pastores se hablan y se responden a veces. Pues entenderemos que en este primer capítulo comienza a hablar la Esposa, que habemos de fingir que tenía a su amado ausente, y estaba de ello tan penada, que la congoja y deseo la traía muchas veces a desfallecer y desmayarse. Como parece claro por aquello que después, en el proceso de su razonamiento, dice, cuando ruega a sus compañeras que avisen al Esposo, de la enfermedad y desmayo en que está por sus amores, y por el ardiente deseo que de velle tiene. Que es efecto naturalísimo del amor, y nace de lo que se suele decir comúnmente, que el ánima del amante vive más en aquel a quien ama que en sí mismo. Por donde, cuanto el amado más se aparta y ausenta, ella, que vive en él por continuo pensamiento y afición, y le va siguiendo, tanto menos comunica con su cuerpo, y, olvidándose de él, le deja desfallecer y desampara y forceja por desatársele totalmente si le fuese posible; y no puede tan poco que, ya que no rompa las ataduras, no las enflaquezca sensiblemente; de lo cual dan muestra la amarillez del rostro, y la flaqueza del cuerpo, y desmayos del corazón, que proceden de este enajenamiento del alma. Que es también todo el fundamento de aquellas quejas de que siempre usan los aficionados, y los poetas las encarecen y suben hasta el cielo, cuando llaman a lo que aman «alma suya», y publican haberles sido robado el corazón, tiranizada su libertad, puestas a saco-mano sus entrañas. Que no es encarecimiento o manera de bien decir, sino verdad que pasa así, por la manera que tengo dicha; y así la propia medicina de esta afición, y lo que más en ella se pretende y desea es cobrar cada uno que ama su alma, que siente serle robada; la cual, porque parece tener su asiento en el aliento que se coge por la boca, de aquí es el desear tanto y deleitarse los que se aman en juntar las bocas y mezclar los alientos, como guiados por esta imaginación y deseo de restituirse en lo que les falta de su corazón, o acabar de entregarlo del todo.

Queda entendido de esto con cuánta razón la Esposa, para reparo de su alma y corazón, que le faltaba por la ausencia de su Esposo, pide para remedio sus besos, diciendo: Béseme de besos de su boca. Que es decir, «vivido he hasta agora y sustentádome con vanas esperanzas; visto he muchas promesas de su venida, y muchos mensajes recibido; mas ya el ánimo desfallece y el deseo vence; sola su presencia y el regalo de sus dulces besos es lo que me puede guarecer. Mi alma está con él y yo estoy sin ella hasta que la cobre de su graciosa boca, donde está recogida». Y no hay que pedille vergüenza en este caso, que el mirar en estos achaques es de flaqueza de aflicción: que el amor grande y verdadero rompe con todo y muéstrase tan razonable y conforme al entendimiento del que ama, que no le da lugar para imaginar que a nadie le pueda parecer otra cosa.

Dice, pues: Béseme de besos de su boca; que, atenta la propiedad de su original, se diría bien en castellano: Béseme con cualesque besos; en que da a entender lo mucho que desea la presencia de su Esposo y lo mucho en que la precia, pues para la salud de su desmayo, que es tan grande, no pide besos sin cuenta, sino cualesque besos.

Que buenos son tus amores más que el vino. Viene esto bien a propósito de su desmayo, cuyo remedio suele ser el vino. Como si imaginásemos que sus compañeras se lo ofrecían, y ella lo desecha y responde: «El verdadero y mejor vino para mi remedio, sería ver a mi Esposo». Así que, conforme a lo que se trata, la comparación hecha del vino al amor es buena; demás de que en cualquier otro caso es gentil y propia comparación, por los muchos efectos en que el uno y el otro se conforman. Natural es al vino, como se dice en los Salmos y en los Proverbios, el alegrar el corazón, el desterrar de él todo cuidado penoso, y el henchille de ricas y grandes esperanzas; hace osados, seguros, lozanos, descuidados de mirar en muchos puntos y respetos a aquellos a quien manda; que todas ellas son también propiedades del amor, como se ve por la experiencia de cada día, y se podría probar con muchos ejemplos y dichos de hombres sabios, si para ello nos diera lugar la brevedad que tenemos prometida.

Dice más adelante:

2. Al olor de tus ungüentos buenos.

Conviene a saber, volveré en mí y sanaré, que está falta o queda corta esta sentencia, como dicha de persona apasionada, enferma y que le falta el aliento.

Ungüentos buenos llama lo que en nuestra lengua decimos «aguas de olor o confecciones olorosas», que todo viene bien en el desmayo que hemos dicho, para cuyo remedio se suele usar de cosas semejantes. Así que todo es demostración y encarecimiento de lo mucho que ama y puede con ella su Esposo, porque es como si dijese: «Si yo viese a quien amo, con la fragancia de sus olores tornaría en mí». Declara cuán grande sea ésta, y por eso añade:

Que es ungüento derramado tu nombre. Derramado quiere decir, según la propiedad de la palabra hebrea a quien responde, «repartido en vasos» o «mudado de unas bujetas en otras», porque entonces se esparce más su buen olor. Tu nombre no quiere decir tu fama, como algunos entienden y como se suele entender en otros lugares, porque eso viene fuera de lo que se trata; quiere decir el nombre con que es llamado cada uno. Así que dice: «llámaste "olor esparcido"», que es decir, «es tal y trasciende tanto tu buen olor que podemos justamente llamarte, no oloroso, sino el mismo olor esparcido». Que es manera usada en la Sagrada Escritura y en otras lenguas, en la cosa de que uno es loado o vituperado ponelle nombre de ella, para mostrar que la posee en sumo grado, y no así como quiera, como parece claro acerca de San Mateo, adonde Cristo a Simón, el principal apóstol, para demostración de su firmeza y constancia le puso por nombre Cefas, que quiere decir «piedra».

Mas porque no parezca que la afición engaña a la Esposa y que no es ella sola a quien parece esto, añade luego:

Por tanto las doncellicas te aman, las cuales propiamente se pierden por todo lo que es hermoso, oloroso y gentil.

3. Llévame en pos de ti; correremos.

Puédese entender esto como cosa que está junta con la razón ya dicha, de arte que de todo ello resulte esta sentencia de la Esposa al Esposo: «Ven, y llévame en pos de ti con el olor de tus olores, que es tan grande que aficiona a todos, que seguirte he corriendo». O decir que es razón por sí distinta de todo lo arriba dicho; en la cual explica con nuevo encarecimiento el deseo que tiene de verse con su Esposo; pues estando enferma y sin fuerzas, dice que le seguirá corriendo si la quisiese llevar consigo.

Metiome el rey en sus retretes. ¡Cuán natural es esto del amor, imaginar que pasa ya lo que se desea, y tratar como de cosa hecha de lo que pide la afición! Porque dijo que si el Esposo la llamase, así se iría corriendo en pos de él, ya imagina que la lleva y la mete en su casa, donde le hace grandes regalos. Y así dice metiome, que según el uso de la lengua hebrea, aunque muestra tiempo pasado, se pone por lo que está por venir, para mostrar la certidumbre y firme esperanza que se tiene de que será. Así que meterme ha el rey. Olvidose de la persona de pastora en que hablaba, y así llámale por su nombre, que siempre el amor trae consigo estos descuidos; o por ventura, es propiedad de aquella lengua, como lo es de la nuestra, todo lo que se ama con extremado y tierno amor llamarlo así: mi Rey, mi Bien, y semejantemente.

En sus retretes, esto es, en todos sus secretos, dándome parte de todas sus cosas, que es prenda certísima del amor. Declárase esto en lo que se sigue:

Regocijarnos hemos, alegrarnos hemos en ti. En ti, esto es, juntamente contigo.

Membrársenos han tus amores, más que el vino: las dulzuras te aman. Muestra por el efecto el exceso de los regalos y placeres que ha de recibir en el retrete de su Esposo, porque dice le quedarán impresas en la memoria más que ningún otro placer ni contento. En este lugar hay diferencia entre los que escriben, así en la traslación como en la declaración de él. Y nace todo el pleito de la palabra hebrea semanéja, que yo trasladé dulzuras, lo cual propiamente suena derechezas; y aunque suena así, dicen algunos hombres doctos en aquella lengua, que cuando está junta con esta palabra yáin que significa «el vino», le da título de bueno y preciado, como si dijésemos tal que justamente y con derecho se bebe. Y tienen algunos lugares de la Escritura que ayudan a este parecer, y de aquí son diferentes los pareceres. San Jerónimo sigue el sonido de la voz, y así traslada: las derechezas o los derechos, esto es, los justos y buenos, te aman. Siguiendo esta letra quiere decir: «acordareme de tus amores, esto es, el que tú me tienes y yo te tengo, de tu trato y conversación blanda, regalada, amorosa, más que de ningún otro placer o alegría»; que todas ellas se entienden por el vino, por el alegría y placer grande que pone en los corazones de los que usan de él. Y da luego la razón que tiene de preciar en tanto los amores de su Esposo y de acordarse de ellos diciendo: «Las dulzuras o derechezas te aman, que es decir, todo lo que es bueno, dulce y apacible te cerca y te abraza; estás cercado de dulzuras y eres acabado y perfecto en todas tus cosas». La traslación de otros dice así: membrársenos han tus amores más que al vino. Más que al [vino] preciado te aman [las doncellicas]. De arte que, según esto, en diciendo membrarsenos han tus amores, se hace punto, y lo que se sigue todo es mostrar la Esposa que no es ella sola de este parecer, en querer y preciar tanto a su Esposo, pues que aficiona a todas las doncellas generalmente.

Puédese a mi juicio leer aún de otra manera, y no menos acertada, que es ésta: Membrarémonos, y poner luego punto, como se ve en su lengua original; y seguir luego: Tus amores, mejores que el vino dulce o preciado, te aman; esto es, te hacen amable; y la causa es porque son más dulces y deleitosos que la misma dulzura y deleite que, como he dicho, se declara en el vino. Y según esta manera, en la primera palabra, membrarémonos, o acordarémonos, que, al parecer, queda así desacompañada, se encierra un accidente muy dulce y muy natural en los que bien se quieren, cuando acontece verse después de alguna larga ausencia; que se cuentan el uno al otro con todo el mayor encarecimiento que saben la pena y dolor en que por esta causa han vivido. Así que la Esposa, como había dicho que se vería en el secreto de su Esposo, se alegraría y regocijaría juntamente con él, añade convenientemente lo que por orden natural de afición se sigue después del regocijo de la primera vista: Acordarnos hemos, esto es, contaremos tú a mí y yo a ti lo mucho que en esta ausencia habemos padecido; traeremos a la memoria nuestras ansias, nuestros deseos, nuestros recelos y temores.

Pues quede de aquí que esta razón, por cualquier manera que se entienda, va llena de ingenio y de gentileza y de una afición blandísima.

4. Morena yo, pero amable, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón.

Bien se entiende del salmo 44, adonde a la letra se celebran las bodas de Salomón con la hija del rey Faraón, que es, como he dicho, la que habla aquí en persona de pastora, y en figura de la Iglesia, que era no tan hermosa en el parecer de fuera, cuanto en lo que encubría de dentro: porque allí se dice: «La hermosura de la hija del rey está en lo escondido». Pues responde agora a lo que le pudieran oponer los que la veían tan confiada del amor que le tenía su Esposo, siendo al parecer morena y no tan hermosa; que siempre en esto tiene gran recato el amor. Dice, pues: «Yo confieso que soy morena, pero en todo el resto soy hermosa y bella y digna de ser amada, porque debajo de este mi color moreno está gran belleza escondida». Lo cual cómo sea, decláralo luego por dos comparaciones:

Soy, dice, como las tiendas de Cedar, y como los tendejones de Salomón. Cedar llama a los alárabes, porque descienden de Cedar, el hijo segundo de Ismael. Que es gente movediza que no vive en ciudades, sino en el campo, mudándose en cada un año donde mejor les parece; y por eso vive siempre en tiendas hechas de cuero o de lienzo, que se pueden mudar ligeramente. Así que es la Esposa en hermosura muy otra de lo que parece, como las tiendas de los alárabes, que por defuera las tiene negras el aire y el sol a que están puestas, mas dentro de sí encierran todas las alhajas y joyas de sus dueños, que son muchas y ricas. Y como los tendejones de que suele usar en la guerra Salomón; que lo de fuera es de cuero para defensa de las aguas, mas lo de dentro es de oro y seda y hermosas bordaduras, como suelen ser los de los otros reyes.

Esto es cuanto a la letra; que según el sentido que principalmente pretende el Espíritu Santo, clara está la razón, porque la Iglesia, esto es, la compañía de los justos, y cualquiera de ellos tiene el parecer de fuera moreno y feo, por el poco caso y poca cuenta, o por mejor decir, por el grande mal tratamiento que el mundo les hace; que, al parecer, no hay cosa más desamparada, ni más pobre y abatida, que son los que tratan de bondad y virtud, como a la verdad estén queridos y favorecidos de Dios y llenos en el alma de incomparable belleza.

5. No me desdeñéis si soy morena, que mirome el sol.

Responde esto bien al natural de las mujeres, que no saben poner a paciencia todo lo que les toca en esto de la hermosura. Que según parece, bien pagada quedaba esta pequeña falta de color con las demás gracias que de sí dice la Esposa, aunque en ello no hablara más; pero como le escuece, añade diciendo y muestra que esa falta no le es así natural que no tenga remedio, sino venida acaso, por haber andado al sol, y aun eso no por culpa suya, sino forzada contra su voluntad por la porfía de sus hermanos. Y así dice:

Los hijos de mi madre porfiaron [encendidos] contra mí; pusiéronme por guarda de viñas; la mi viña no guardé. Donde dice mi viña, en el hebreo tiene doblada la fuerza, que dice [mía, remía], dando a entender cuán suya propia es, y cuanto cuidado debe tener de ella, como si dijera: «la mi querida viña o la viña de mi alma», que por tal es en la estima de las mujeres todo lo que toca a su buen parecer y gentileza. Dice que no guardó su viña porque se olvidó de sí, y de lo que tocaba a su rostro, por entender en guardar las viñas ajenas en que sus hermanos la habían ocupado por fuerza. Y no se ha de entender que esto pasó así por la hija de Faraón que habla aquí, que siendo hija de rey no es cosa verosímil ni de creer, sino presupuesta la persona que representa y a quien imita hablando, que es de pastora, la más propia y más gentil disculpa y color que podía dar a su mal color, decir que había andado en el campo al sol, forzada de sus hermanos, que, como pastores, eran gente tosca y de mal aviso.

En el sentido del espíritu es grande verdad decir que sus hermanos le hicieron esta fuerza, porque ningún género de gente es más contrario y perseguidor de la verdadera virtud que los que la profesan en solos los títulos y apariencias de fuera; y los que nos son en mayor deuda y obligación, esos las más veces experimentamos por mayores y más capitales enemigos.

6. Enséñame, ¡oh Amado de mi alma!, dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía.

Disculpada su color, torna a hablar con su Esposo, y no pudiendo sufrir más dilación, desea saber dónde está con su ganado, porque se determina de buscarle, que el verdadero amor no mira en puntillos de crianza, ni en pundonores, ni espera a ser convidado primero, antes él se convida y él se ofrece. Y aunque había llamado la Esposa al Esposo para su remedio, y no le responde, no por eso se entibia o le desdeña y hace caso de honra, antes crece de nuevo más, y pues él no viene, ella determina de ir en su busca. Y puédese entender esto en dos maneras: o que sea un mostrar al Esposo lo mucho que quisiera saber de él para seguirle, y excusarse que, si no lo hace, es por no andar vagueando perdida de monte en monte, como si dijese: «¡Ojalá yo supiera, amor mío, o tú me lo hubieras dicho, dónde estás con tu ganado, que fuera luego allá!; mas, si no lo hago, es por no andar de cabaña en cabaña preguntando por ti a los pastores». O entendamos, y esto es lo más natural, que pide al Esposo le haga saber, o por sí o por otro alguno, dónde ha de sestear al mediodía, que luego se ira allá.

Y no estorba a esto que, estando el Esposo, como presuponemos que está, ausente, ni podía oír sus ruegos de la Esposa, ni satisfacer a su voluntad; porque en el verdadero y vivo amor pasan siempre mil imposibilidades semejantes: que con la ardiente afición se ocupan así y se ciegan los sentidos, que engañándose juzgan como por posible y hacedero todo lo que se desea. Y así por una parte habla la Esposa a su Esposo como si le tuviese presente y la viese y oyese; y por otra, no sabe dónde está y ruégale que se lo diga, porque si no ella está determinada, como quiera que sea, de buscarle, en lo cual podría haber inconveniente de perderse.

Y por eso añade que porque andaré yo descarriada entre los ganados de tus compañeros. Donde decimos descarriada o descaminada, otros trasladan arrebozada, porque la palabra hebrea a quien responde, sufre lo uno y lo otro. Y decir arrebozada, es decir, mujer ramera, o deshonesta y perdida, porque éste era el traje de las tales entre aquella gente, como se entiende del capítulo 38 del Génesis, cuando Thamar, puesta en semejante hábito, hizo creer a Judá, su suegro, que era ramera.

De la una manera y de la otra hace buen sentido, porque dice: «Yo me determino de buscarte; pero no es justo que ande descaminada, y como si fuese alguna desvergonzada o deshonesta; y por tanto conviene que sepa yo dónde tú estás».

Hasta aquí ha dicho la Esposa. Agora habla el Esposo, y responde a esto postrero diciendo:

7. Si no te lo sabes, hermosa entre las mujeres, salte y sigue las pisadas del ganado, y apacentarás tus cabritos junto a las cabañas de los pastores.

No puede sufrir un corazón generoso que, quien le ama pene mucho tiempo por él; y por eso le dice, entendiendo que su Esposa lo desea, que siga las huellas del ganado, que por ellas le hallará.

Si no te lo sabes: el te abunda y está de sobra. Propiedad es de la lengua hebrea, como en la nuestra decimos no sabes lo que te dices, y otras tales; y de no advertir a esto, vino que algunos trasladaron en este lugar si no te sabes o te conoces, etc., como si la Esposa no supiera de sí y preguntara por sí, lo cual, como se ve, va muy ajeno del propósito que se trata. Porque la Esposa no se desconoce a sí misma, antes se reconoce muy bien, como habemos visto, conoce ser morena y tostadilla del sol. Lo que siente es tener ausente a su Esposo, y lo que desea es saber de él, y así le ruega que se lo diga. Y a esta pregunta y ruego responde el Esposo, y dice: Si no te lo sabes, esto es, si no sabes dónde estoy.

Hermosa entre las mujeres, es decir, más hermosa que todas.

El hebreo dice otiah que es la postrera parte del pie, que en español llamamos carcañal; y, poniendo el nombre de la causa a su efecto, en este lugar valdría tanto como decir la huella, lo cual puede tener dos entendimientos: que siga el Esposo a su Esposa, o que siga la huella que hallará del ganado, que pasó ya; o que vaya en pos de sus cabritos de ella, los cuales, por la costumbre de otras veces o por el amor o instinto natural que los guía a sus madres, (habemos de entender que, como se suele hacer, habían quedado encerrados en casa y el Esposo traía las madres paciendo por el campo) la pondrían do su Esposo.

Y así añade: Y apacentarás tus cabritos junto a las cabañas de los pastores; que es decir te llevarán donde les lleva a ellos su amor y adonde tienen su pasto, que es lugar donde yo estoy con los demás pastores. Apacientas tus cabritos. Gentil decoro es decir cabritos, porque ordinariamente las mujeres, por ser más delicadas, no las ponen en recios trabajos: si el marido cava, ella quita las piedras; si poda, ella sarmienta; si siega, ella hacina; y así si el marido trae el ganado mayor, ella suele trae el menudo.

El sentido espiritual es decir el Esposo que siga, para hallarle, la huella del ganado, para avisar a las almas de los justos que le desean de dos cosas muy importantes: la una, que para hallar a Dios, aun en las cosas brutas y sin razón, tenemos bastante guía, que, como lo dice en el salmo 18, la grandeza y lindeza del cielo, las estrellas con sus movimientos en tal diversidad, tan concertadas y con tanta orden; los días y las noches con las mudanzas y sazones de los tiempos que siempre vienen tan a tiempo, nos dicen a voces quién sea Dios, para que no quede disculpa ninguna a nuestro descuido. La otra, que el camino para hallar a Dios y la virtud no es el que cada uno por los rincones quisiere imaginar y trazar para sí, sino el trillado ya y usado por el bienaventurado ejemplo de infinitas personas santísimas y doctísimas que nos han precedido.

8. A la yegua mía en el carro de Faraón te comparo yo, amiga mía.

Con la gentil presencia de su Esposa, concibe el Esposo nuevas llenas de amor, que le hacen dar muestra, por galanas comparaciones, de lo bien que le parece. Hermosa cosa es y llena de gentil brío una yegua blanca y bien enjaezada, cuales son las que hoy día los señores usan en los coches; pues muestra el Esposo en esto la lozanía y gallardía de ver a su Esposa. Y dice en carro de Faraón, significando por él al rey, la tierra y reino de Egipto, cuyos reyes se llaman así, que quiere decir tanto como vengadores y restauradores, que los antiguos ponían nombre a los ministros de la república, a cada uno conforme a la obra de su oficio. Pues hase de entender que en aquel tiempo eran muy preciados los carros que se hacían en Egipto, y las yeguas para ellos traídas de allá, como parece del libro tercer libro de los Reyes; y Salomón, que es el que habla aquí, como rey riquísimo, tenía en abundancia grande las mejores de todas estas cosas, porque él enviaba por ellas y el rey de Egipto se las enviaba y presentaba.

Ya otra vez he comenzado a decir (y quedará de aquí dicho para otros muchos lugares donde es menester adelante) que aunque toda esta plática que pasa entre Salomón y su Esposa, es como si pasase entre pastor y pastora, pero algunas veces se olvidan de lo que representan y hablan como quien son, como en este lugar, do dice ser suya la yegua, muestra tener coches traídos de Egipto, con gentiles yeguas que los guíen, lo cual no cabe en persona de pastor; como, al revés, otras veces digan cosas ajenas por el cabo ajenas de sus personas, y muy conformes con la afición y pasión que explican y el estilo pastoril que siguen.

9. Lindas tus mejillas en las perlas; tu cuello en los collares.

En las perlas; la palabra hebrea, que es torim, es de varia y dudosa significación. Unos dicen que significa perlas o aljófar enhilado; otros, cadenas de oro delgadas; otros, tortolicas hechas de bulto; y otros dicen que son hilos o torzales que cuelgan. Paréceme que he visto en pinturas y figuras antiguas, en el tocado de las mujeres, en el remate de la toca, si no es lo que cae sobre las orillas desde el principio de las sienes para atrás, cuelgan unos como rapacejos largos hasta la mitad algo más del carrillo. Y, según esto, podemos concertar toda esta diferencia, diciendo que éstos, las personas ricas y principales, las usaban de aljófar o perlas menudas, puestas en hilos o cadenillas delgadas de oro; y que los cabos, así de los unos como de los otros, se remataban en algunos brinquiños o piñas de oro pequeñas, hechas en forma de tortolillas o de otras cosillas semejantes; de arte que torim sea propiamente rapacejos.

Pues como si imaginásemos que la Esposa estaba tocada así, dice el Esposo: «¡Cuán lindas se descubren tus mejillas entre las perlas, y tu cuello entre los collares!»; esto es, estáte bien y hermoséate maravillosamente este traje, que es, como dijo uno en una poesía: «Un bello manto una beldad adorne». Y es esto propio de las que son hermosas, que todo cuanto se ponen les está bien, les dice como cosa nacida y hecha para su ornamento y servicio; como, al revés, las feas, mientras más se aderezan y atavían, parecen peor.

Aunque es verdad que decir en las perlas o entre las perlas da ocasión a otro sentido que, a mi juicio, viene bien a propósito, diciendo, no que la Esposa tenía algunos de estos arreos que añadiesen a su hermosura, sino que, al revés, estaba desnuda de ellos, y con todo esto, al parecer y dicho del Esposo, sin comparación estaba muy más hermosa que otra que los tuviese. Porque así, como ya dijimos, en la propiedad de la lengua original, hermosa entre las mujeres es tanto como decir más hermosa que todas las mujeres; así decir lindas tus mejillas entre las perlas, sea como si dijese «más linda que todas las perlas y aljófares que a otras hermosean, y tu cuello, sin joyeles, es más bello que todas las joyas que suelen hermosear y adornar los de las demás mujeres, esto es, tu belleza vence a otra cualquier belleza, o sea natural o ayudada con artificio».

10. Zarcillos de oro te haremos con remates de plata.

A lo que decimos responde en el original la misma palabra ya dicha; y así otros trasladan tortolillas, otros cadenillas, es lo que hemos dicho. Y promete el Esposo de mandar hacer las dichas tórtolas y dárselas a la Esposa, o porque le estaban bien, si decimos que usaba de ellas; o, si no las usaba ni tenía, por que las usase y con ellas pareciese mejor. Y viene bien en este lugar significar tórtolas esta palabra, porque es muy usado entre enamorados, en los servicios que hacen a sus amados, darles algunas cosas que tengan sombra y significación de sus afectos; unos de amor, otros de desamor y desesperación, otros de desvíos, y algunos otros de celos. Esto hácenlo escribiendo en los tales dones algunos motetes o letras que tengan el nombre de lo que ellos quieren dar a entender, o poniendo figuras o color alguno que dé a conocer lo que ellos sienten.

Pues así promete el Esposo de dar a la Esposa de aquellos torzalejos de oro en figura de tórtolas, y que tengan los remates, que es el pico y las uñas, de plata; porque demás de ser el presente hermoso con en esta hechura, da a entender el afecto del Esposo, que es un amor perfecto, puesto para siempre en una persona, como lo es el que dos tórtolas, macho y hembra, se tienen entre sí, que, como se escribe, es tan fiel que, muerto el uno, el otro se condena a perpetua viudez.

11. Cuando estaba el rey en su recostamiento, mi nardo dio su olor.

Responde la Esposa, y en caso de querer bien a su Esposo y demostrarle la afición de su corazón con todas las buenas palabras que el amor puede y sabe, no le quiere dar la ventaja; y así, al principio del amor tierno, cuenta un gran regalo que hizo a su Esposo, cuando estaba, dice, el rey en su reposo.

Cuando estaba, dice, esto es, cuando estuviere, según la propiedad hebrea que hemos dicho, el rey en su reposo. La palabra hebrea, que es mesab, quiere decir recostamiento o en derredor, que, según los doctores hebreos, en este lugar es lo mismo que convite, porque, conforme al uso antiguo, comían recostados y puestos a la redonda porque era así la forma de las mesas.

Nardo es una raíz bien olorosa que ahora se trae de la India de Portugal, de la cual escribe Plinio y Dioscórides, que es conocida y usada en las boticas. Y de ésta principalmente y de otras cosas aromáticas se solía hacer una suave y gentil confección de suave olor con que se rociaban la cabeza y manos los antiguos, que los griegos llaman nardina, y los hebreos, por el mismo nombre de la raíz, la dicen néred. Galeno hace mención de ella; y en el Evangelio de San Juan se dice que la Magdalena derramó un bote de nardo preciosísimo sobre la cabeza y cara de Jesucristo.

Juntamente con esto se ha de advertir que entre la gente hebrea se usaba rociar con este licor a los convidados, cuando eran personas ricas y principales, o a quien se deseaba y debía hacer todo regalo y servicio, por ser cosa de grande precio y estima, demás de ser muy suave y apacible. Como parece claramente en el capítulo séptimo de San Mateo, donde, defendiendo Cristo a la mujer pecadora que, puesta a sus pies, los lavó con lágrimas y los roció con este ungüento, dice al fariseo que le había convidado a comer: «Esta ha hecho lo que tú debías de hacer en ley de buena razón y costumbre, y no lo hiciste. Convidásteme, dice, y no rociaste mi cabeza con ungüento oloroso, y ésta roció mis pies». Con esto quedan claras las palabras de la Esposa, que hacen significación del gran gozo y contento que tiene en sí, por el servicio que ha de hacer a su Esposo: hizo «cuando estaba, dice, el mi rey en su banquete, yo le rocié todo con los mis olores». Y por esto dice que el nardo dio su olor, el cual entonces se siente más cuando el licor se esparce.

12. Manojuelo de mirra el mi Amado a mí, morará entre mis pechos.

Como es cosa hermosa y amada de las doncellas un ramillete de flores, o de otras cosas semejantes olorosas, que lo traen siempre en las manos y lo llegan a las narices, y por la mayor parte le esconden entre sus pechos, lugar querido y hermoso, tal dice que es para ella su Esposo, que por el grande amor que le tiene le trae siempre delante de sus ojos, puesto en sus pechos y asentado en su corazón.

Mirra es un árbol pequeño que nace en Arabia, en Egipto y Judea, el cual, hiriendo su corteza a ciertos tiempos, destila la que llamamos mirra; las hojas y flor de este árbol huelen muy bien, y de éstas habla la Esposa.

13. Racimo de Cofer mi Amado a mí.

Gran diferencia hay en averiguar qué árbol sea este que aquí se llama cofer, el cual unos trasladan cipro, como es San Jerónimo, y entiende por él un árbol llamado así, y no a la isla de Chipre, como algunos incongruentemente declaran. Otros trasladan alcanfor o alheña; otros dicen que es un cierto linaje de palma. Cierto es ser especie aromática y muy preciosa, y entre tanta diversidad, lo más probable es ser hoy el cipro árbol de olorosísimo olor, de quien hacen mención Plinio y Dioscórides, el cual crece en Palestina, en Engaddi, que es lugar junto al mar Muerto, como se lee en Josefo, donde hay las vides que llaman el bálsamo, y por esto añade en las viñas de Engaddi.

Responde el Esposo, y dice:

14. ¡Ay, cuán hermosa, Amiga mía! Tus ojos de paloma.

Todo esto es como una amorosa contienda en la cual cada uno procura de aventajarse al otro en decirle amores y requiebros. Loa, pues, la hermosura de la Esposa, que, a su parecer, era sumamente bella, y declara ser grande su belleza, usando de esta repetición de palabras, que es común en la Escritura, diciendo: Hermosa eres, Amiga mía, hermosa eres; como si dijera: Hermosa, hermosísima eres.

Y porque una gran parte de la hermosura está en los ojos, que son espejo del alma y el más noble de sus sentidos, y que ellos solos, si son feos, bastan para afear el rostro de una persona por más gentiles facciones que tenga, por eso particularmente, después de haber loado la belleza de su Esposa en general, dice de sus ojos que son como de paloma. Las que vemos por acá no los tienen muy hermosos, pero sonlo de hermosísimos las de tierra de Palestina, que, como se sabe por relaciones de mercaderes y por unas que traen de Levante, que llaman tripolinas, son muy diferentes de las nuestras, señaladamente en los ojos, porque los tienen grandes y llenos de resplandor y de un movimiento bellísimo, y de un color extraño que parece fuego vivo.

15. ¡Ay, qué hermoso, Amado mío!

Responde la Esposa y págale en la misma moneda a su Esposo, conociendo y publicando la hermosura que hay en él; y porque la belleza está asentada no solamente en la exterior muestra de la buena proporción de los miembros y escogida pintura de naturales colores, mas también y principalmente tiene su silla en el alma, y porque esta parte de la hermosura del alma se llama gracia, y se muestra de fuera y se da a entender en los movimientos de la misma ánima, como son andar, mirar, hablar, reír, cantar, y los demás, los cuales todos en lengua toscana generalmente se llaman belleza, de tal manera que sin esta la otra del cuerpo es una frialdad sin sal y sin gracia, y menos digna de ser amada que lo es una imagen, como se ve cada día; y así por esta causa la Esposa para loar perfectamente a su Esposo le dice: Y tú, hermoso.

En el hebreo está una palabra en estos dos lugares del Esposo y de la Esposa, que en latín se interpreta ecce, y es voz que en esta parte da muestra de grande afecto y regocijo del que habla; como uno que, estando contemplando la beldad de su amada, no cabe en sí ni puede detener el ímpetu de la alegría que le bulle dentro, y dice: «¡Ay, cómo eres hermosa!» u otra tal razón del impetuoso afecto; la cual no se puede pintar al vivo con la escritura, porque el dibujo de la pluma sólo llega a lo que puede trazar la lengua, la cual es casi muda cuando se pone a declarar alguna gran pasión. Y es como si dijera: «Amado mío, no eres hermoso solamente, sino también dulce, y tú no solo, sino todas tus cosas: la casa rica y hermosamente edificada, la cama florida; al fin, todo es lindo y tú más que ello».

Y en decir también nuestro lecho florido, como encubiertamente le convida a que se venga a estar con ella, que es deseo que se sigue ordenadamente después del bien que concibió de su Esposo, en decir aquellas palabras: ¡Ay, qué hermoso eres, Amado mío! El teco de ciprés las tablas o artesones que cargan sobre las vigas, que eran, según dicen, de cedro.

En el espíritu de la letra se declara el deseo de las ánimas que aman a Dios, pero son imperfectas en la virtud, porque desean traerle y gozarle en su casa y en su lecho, esto es, donde tienen su descanso y sus riquezas y su contento; mas llámalas Dios y procura sacallas de este regalo, como adelante veremos.






ArribaAbajo Capítulo segundo

1. (ESPOSA:) Yo rosa del campo y azucena de los valles.

2. (ESPOSO:) Como azucena entre espinas, así mi Amiga entre las hijas.

3. (ESPOSA:) Cual el manzano entre los árboles silvestres, así mi Amado entre los hijos; a la sombra del que deseé; senteme, y su fruta dulce a mi garganta.

4. Metiome en la cámara del vino; la bandera suya en mí [es] amor.

5. Esforzadme, rodeadme de vasos de vino; cercadme de manzanas, que enferma estoy de amor.

6. La izquierda suya debajo de mi cabeza, y su derecha me abrace.

7. (ESPOSO:) Conjúroos, hijas de Jerusalén, por las cabras, o por los ciervos monteses del campo, si despertáredes o velar hiciéredes a la Amada hasta que quiera.

8. (ESPOSA:) Voz de mi Amado [se oye]. Helo, veisle, viene atravancando por los montes y saltando por los collados.

9. Semejante es mi Amado a la cabra montés, o ciervecito. Helo [ya está], tras nuestra pared, acechando por las ventanas, mirando por los resquicios.

10. Habló mi Amado, y díjome: Levántate, Amiga mía, galana mía, y vente.

11. Ya ves; pasó la lluvia y el invierno fuese.

12. Los capullos de las flores se muestran en nuestra tierra; el tiempo del cantar es venido; oída es la voz de la tórtola en nuestro campo.

13. La higuera brota sus higos, y las pequeñas uvas dan olor. Por ende, levántate, Amiga mía, hermosa mía, y ven.

14. Paloma mía, puesta en las quiebras de la piedra, en las vueltas del caracol, descubre tu vista, hazme oír la tu voz; que la tu voz dulce y la tu vista amable.

15. (ESPOSO:) Prendedme las raposas pequeñas, destruidoras de viñas, que la nuestra viña está en cierne.

16. (ESPOSA:) El Amado mío para mí, yo para él que se apacienta entre las azucenas.

17. Hasta que sople el día y las sombras huigan; tórnate, semejante, Amado mío, a la cabra, o al corzo sobre los montes de Bethel.


ArribaAbajoDeclaración

Prosiguen en el principio de este capítulo el Esposo y la Esposa en su amorosa porfía de loarse el uno al otro cuanto más pueden, y después en el proceso refiere algunas cosas la Esposa, que ya en los pasados días le habían acontecido con su Esposo.

1. Yo rosa del campo.

Estas palabras están así que se pueden entender indiferentemente del uno de los dos; pero más a propósito es que las diga la Esposa, que, por ser mujer, tiene más licencia para loarse, y que vengan dependientes y hagan una sentencia con lo que acaba de decir en el fin del primer capítulo: Nuestro lecho florido y nuestra casa de ciprés. Añade: Yo rosa del campo, por que todo ello convide y persuada más a que el Esposo la ame más y acompañe y en ningún tiempo la deje.

Yo rosa del campo: la palabra hebrea es jabachélet, que, según los más doctos en aquella lengua, no es cualquiera rosa, sino una cierta especie de ellas en la color negra, pero muy hermosa y de gentil olor. Y viene bien que se compare a ésta, porque, como parece en lo que habemos dicho, la Esposa confiesa de sí que, aunque es hermosa, es morena.

Azucena de los valles. Esto dice la Esposa del Esposo, como si más claro dijese: «Yo soy rosa del campo, y tú, Esposo mío, lilio del valle». En lo cual muestra cuán bien diga la hermosura del uno con la belleza del otro, y que, como se dice de los desposados, son para en uno; como lo son la rosa y el lilio, que juntos crece la gentileza de entrambos y agradan a la vista y dan olor más que cada uno por sí. Demás que siendo entrambas rústicas flores, cuadra bien la una con la otra, que la una es rosa del campo y la otra lilio de los valles, donde la naturaleza es la hortelana, que por estar el lugar más húmedo, está más fresco y de mejor parecer.

Lo que traducimos azucena o lilio, en el hebreo está sosanot, que quiere decir flor de seis hojas. Cuál sea o cómo se llama acá no está bien averiguado, ni va mucho en ello, y de aquí es que a las veces la llamamos azucena, a las veces alhelí, o violeta.

2. Como azucena entre espinas.

Muchas veces se ve que una yerba buena crece más cercada de espinas u otras yerbas que si estuviese sola, y esto es lo que se halla por experiencia; y la razón de esto es, lo uno, por natural apetito que las plantas tienen de gozar del sol; y lo otro, que las yerbas circunstantes le hacen sombra al pie y le conservan en frescura y humedad; y de aquí viene a ser mayor su crecimiento. Demás de esto, la flor que nace entre las espinas es tanto más amada y preciada cuanto son más aborrecibles las espinas entre que nace; y de la fealdad de las unas viene a descubrirse más la hermosura de las otras. Presupuesto esto, consiente el Esposo en lo que la Esposa dice de sí misma; y añade tanto más cuanto se echa más de ver y descubre la rosa entre las espinas que entre otras cosas. Así que, en decir esto, no sólo dice ser hermosa como rosa entre otras, sino así hermosa que sola ella es rosa; porque las demás en su comparación parecen espinas.

Lo que dice entre las hijas, es como decir entre todas las doncellas, por propiedad de aquella lengua, que, cuando pone esta palabra así a solas, habla de las doncellas solas, y que cuando le añade otra, como hijas de Jerusalén, significa todas las mujeres de aquella tierra, siquiera sean casadas, siquiera sean doncellas. Pues es doncella la Esposa; y de las mujeres las doncellas tienen su hermosura más entera y más hermosa, y entre todas ellas la Esposa es la que vence.

En el espíritu de esta letra digno es de considerar que la Iglesia es rosa entre espinas, y no rosa cultivada y regalada, porque no es obra de los hortelanos del mundo, sino flor que crece y se sustenta por sola la influencia del cielo, como dice San Pablo: «Yo planté y Apolo fue el que regó; pero sólo Dios fue el que os sacó a luz y a crecimiento». Y está cercada de espinas esta rosa por la muchedumbre de las diversas sectas de infidelidad y herejías y supersticiosas creencias que en derredor de ella están, las cuales procuran ahogalla. Pero firme y segura es la promesa del Señor, y entre esos golpes, mientras mayores fueren, tanto más centelleará la luz de la verdad.

3. Como el manzano entre los árboles silvestres y campesinos.

Tan grande ventaja haces tú a los demás hombres. Hermoso árbol es un manzano lleno de hoja y cargado de fruta; y en esto la Esposa da mayor loor al Esposo del que ella había recibido; que él la comparó a la azucena, que es cosa hermosa, pero de poco o ningún fruto; y el manzano, a que ella le comparó, tiene lo uno y lo otro.

Lleva adelante esta comparación, y como suele un árbol grande y verde, con la hermosura de su fruta y frescura de sus hojas, convidar a los que le ven a reposar debajo de su sombra, deseé, dice, conviene a saber, reposar. Senteme, esto es, conseguí el fin de mi deseo.

Y su fruta dulce a mi garganta, en que se declara una posesión entera y perfecta.

Y, como en decir esto tornase a la memoria el tiempo pasado de aquellos sus primeros y más dulces amores, sigue el hilo del pensamiento y cuenta con grandes gracias y blanduras de afectos mucha parte de sus accidentes: la posesión de sí, que le dio el Esposo; cómo ella se le desmayó entre los brazos; los regalos que recibió de él, estando así desmayada, con otras cosas de grande afición, terneza y blandura. Y así dice:

4. Metiome en la cámara del vino.

Ya dijimos que en el vino se declara en la Escritura todo lo que es deleite y alegría. Así que entrar en la cámara del vino es aposentarse y gozar, no por partes, sino enteramente, de toda el alegría mayor; que, cuanto toca a la Esposa, consistía en los grandes regalos y muestras de entrañable amor que recibía de su Esposo.

Y, por tanto, añade: la bandera suya en mí, amor. Que se puede sentir en dos maneras: traer bandera, en la propiedad hebrea, como después veremos, es señalarse alguno y aventajarse en aquello de que se trata; como es señalado el alférez que la lleva entre todos los de aquel escuadrón. Y según esto quiere decir: «enriqueció al Esposo mi alma de alegría, hízola señora de un invencible contento, y esto porque en ninguna cosa quiso señalarse y aventajarse tanto como en amarme».

O digamos, y es lo mejor, que la Esposa diga o dice: «metiome en la bodega del vino y yo le seguí; que como los soldados siguen su bandera, así la bandera que a mí me lleva tras sí y a quien yo sigo es el su amor. De donde se sigue que cualquiera que no está fuera de seso de hombre, ame a quien sabe que le ama, y amándole, que se fíe de él, y fiándose, que se deje llevar sin sospecha y sin recelo por donde el otro quisiere; porque el amor siempre es puerto de la confianza, y el que es amado entiende bien que el que le ama no le lleva sino adonde le cumple para su provecho. Y eso es lo que dice la Esposa, que, sabiendo ella cómo su Esposo la amaba se dejó llevar y guiar de este amor segura; y su Rey y Esposo que la llevaba la metió en la bodega, donde le hizo particulares mercedes y beneficios, que fueron una nueva yesca para acrecentalle el amor; que cierto es que los dones y beneficios, aunque no son causa del nacimiento del verdadero amor todas las veces, a lo menos son parte de su crecimiento, y son como el mantenimiento con que se sustenta y conserva.

5. Rodeadme de vasos de vino.

La flaqueza del corazón humano no tiene fuerzas para sufrir ningún extremo de alegría o de dolor, ninguna extremada afición, siquiera esta sea de tristeza, siquiera de dolor o alegría. Pues así con el sobrado gozo que recibió con los favores de su Esposo, se desfalleció la Esposa. Y por estas palabras pidió el remedio a su desfallecimiento; en que declaró su mal con mayor gracia que si por claras palabras explicara el gozo de esta manera: «Vencido de gozo el corazón y el deseo, hállome desmayada. Esforzadme con buenos vinos y cosas olorosas para que revoque el corazón en su fuerza y torne en sí el enfermo con tales socorros». Y así, en decir esforzadme se da a entender el desfallecimiento de su fuerza, que se iba a caer, y lo que dice que está enferma, no es la enfermedad propia del cuerpo, sino una grave aflicción del ánima, que la aflige de alguna cosa y de aquí se sigue el desfallecer el cuerpo. Así declaran la palabra hebrea asisot los más doctos en aquella lengua, aunque el texto vulgar traslada flores.

Lo uno y lo otro es cosa de recreación para el que está enfermo; aunque los vasos de vidrio aquí hanse de entender llenos de vino, como lo advierten los escritores, para que con su olor y sabor tornase en sí el corazón desmayado.

6. La izquierda.

Prosigue la enamorada Esposa demandando socorros para su desmayo. El natural remedio para los que se desmayan de amores es verse juntos y asidos a los que aman y que les muestren favor y señal de amor; porque de allí les viene su trabajo, y de lo mismo les ha de venir su remedio y descanso. Y así la Esposa, estando ya caída en el desmayo, pide a su Esposo que se llegue a ella, y la sustente y ciña con sus brazos. Y no fue en esto negligente el Esposo en lo que dice la Esposa, que el Esposo, visto su desmayo, acudió luego y la tomó en sus brazos; que se hace, conforme ella pide, poniendo el brazo izquierdo debajo de la cabeza, y abrazando con el brazo derecho. Porque es natural después del desmayo seguirse el sueño, con que torna en sí y se repara la virtud cansada con la pasada lucha

7. Conjúroos.

Hemos de entender que se le adurmió en los brazos la Esposa; y él, poniéndola en el lecho mansamente guárdale el sueño, como es propio del amor; y dice que se volvió a los circunstantes, y los conjuró por lo que más quieren, que le guarden el sueño y la dejen reposar.

Estas personas a quien conjura eran las compañeras que se finge aquí traía consigo la Esposa, y éstas eran cazadoras, según parece en la conjuración que el Esposo les hace; y es muy conforme a la imaginación que se prosigue en este libro, porque de la Esposa, pastorica, las compañeras han de ser rústicas y que tengan ejercicio en el campo, como es ser pastoras y cazar. Este era uso de la tierra de Asia, principalmente hacia Tiro y en aquellas comarcas de Judea, que las vírgenes se ejercitasen en la caza; y así las requiere y juramenta el Esposo, diciendo: «Ruégoos hijas de Jerusalén, así os vaya bien en la caza, así gocéis de las ciervas y hermosas cabras monteses, que no despertéis a mi Amada, hasta que ella de suyo despierte».

Esta es comunísima costumbre de todos los buenos autores, y aun de todas las gentes, loar la felicidad o desgracia del estudio o ejercicio del otro, cuando le quieren rogar algo o le desean mal; como a uno que estudia le decimos: «Así os haga Dios un gran letrado»; y a uno que pretende dignidad: «Así os veáis un gran señor»; y al marinero: «Así os dé Dios buenos viajes»; y en esta manera en todos los demás.

8. Voz de mi Amado se oye.

Es el cuidado del amor tan grande y está también tan en vela en lo que desea, que de mil pasos lo siente, entre sueños lo oye y tras los muros lo ve. Finalmente, es de tal naturaleza el amor, que hace obras en quien reina, diversas mucho de la común experiencia de los hombres; y por esto los que no sienten tal efecto en sí no creen, o les parecen milagros o, por mejor decir, locuras, ver y oír las tales cosas en los enamorados. Y de aquí resulta que los autores que tratan de amor son mal entendidos y juzgados por algunos autores de devaneos y disparates. Por lo cual un antiguo poeta de nuestra nación, muy enamorado y muy honesto, hizo el principio de sus canciones diciendo en su lengua esta misma sentencia:


No vea mis escritos quien no es triste,
o quien no ha estado triste en tiempo alguno.



Así que las extrañas cosas que sienten, dicen y hacen los que aman, no se pueden entender de los libros de amor; de donde será forzoso que muchas cosas de este libro sean oscuras, así al expositor de él como a los demás que en el divino amor están fríos y tibios; y, por el contrario, será muy claro todo al que tuviere en sí la sentencia de esta obra, y ninguna cosa le parecerá imposible ni disparatada.

Vemos aquí que la Esposa, cansada del trabajo pasado, está durmiendo, y con todo eso, en el punto que su Esposo habla, siente su voz y la conoce sin errarla, y se avisa de su venida, diciendo: Voz de mi Amado se oye. Bien muestra en la manera de las palabras así cortadas el alboroto de su corazón. Esto pasó así, y la Esposa lo relata agora que el Esposo, con el cuidado de su enfermedad, volvió luego a ver si reposaba y hacerle compañía y, si quisiese esforzarse, a convidalla se saliese al campo, que por ser el principio de la primavera, ya está fresco y muy florido y le sería gran remedio para su tristeza y enfermedad. O digamos que fue como sueño o imaginación, que, a causa de grande amor, la Esposa se fingió a sí misma, pareciéndole que veía ya a su Esposo y le hablaba; como es cosa natural a los que aman o tratan de algún negocio avisadamente, traerles los sueños imaginaciones semejantes; pues agora, como he dicho, va refiriendo lo que entonces vio y habló medio entre sueños por las mismas palabras que he dicho. Pues dice: veisle, viene atravesando por los montes y saltando por los collados.

9. Semejante es mi Amado a la cabra montesa, o ciervecico. Helo ya está tras nuestra pared, acechando por las ventanas, mirando por los resquicios.

Propio es de los que sueñan o imaginan con desatino alguna cosa, antojárseles que ven así lo ausente y que está lejos, como lo cercano y presente, juntando cosas diferentes y de diversos tiempos, como si todo fuese un mismo negocio. Está en su lecho desmayada la Esposa, y parécele que ve a su Esposo venir volando por los montes y por los collados, como si fuese una cabra o un corzo, animales ligerísimos.

Es prestísimo Dios en dar favor a los suyos.

Veisle, ya está tras la pared, acechando por las ventanas, descubriéndose por las celosías: Todo este mostrarse, esconderse, no entrar de rondón, sino andar acechando ora por una parte, ora por otra, es natural de los muy requebrados; y son unos regalos y juegos graciosísimos del amor, que es como una prueba del mutuo amor que se tienen los amantes, lo cual se pone aquí con gran propiedad y hermosura de palabras. Así que, cuando ella lo ve por entre las puertas, él de presto se quita de allí y corre a mostrarse por las saeteras de la casa; y de allí, siendo visto, se muda a las rejas y se asoma un poco, y así de un lugar en otro, y en todos ella le sigue y alcanza con la vista. Y esto es muy común acá, cuando uno se esconde, burlando, decirle el otro: «¡Ah! Bien te veo la cabeza; veo agora los ojos por entre las puertas. ¡Oh!, que ya se ha quitado. Helo, helo allí, por la ventana asoma». Y, como hemos visto, estas cosas, aunque parecen niñerías, no lo son en los amantes, porque ellos estiman unas cosas de que los otros hacen poco caso; y las cosas en que otro se recrea o precia, a ellos dan fastidio.

Mostrándose por las ventanas. En la propiedad de su lengua se toca en estas palabras una gentil comparación, que en nuestra lengua no se siente. Donde decimos mostrándose, la palabra hebrea es mechich, que viene de chich, que es propiamente el mostrarse la flor cuando brota, o de otra manera se descubre. Pues como suelen los claveles asomar por los agujeros pequeños de los encañados que los cercan, así imagina y dice que el Esposo, más que el clavel y que la rosa bella se descubría, ya por una parte, ya por otra.

10. Hablado ha mi Amado, y díjome.

Cuenta lo que le dijo, o por mejor decir, soñó que le decía su Esposo: Levántate, Amiga mía, galana mía y vente [11.] Ya ves; pasó el invierno, cesó la lluvia, fuese. [12.] Descubre flores la tierra. Los capullos de las flores se muestran; el tiempo del cantar es venido; oída es la voz de la tórtola en nuestro campo. [13.] La higuera brota sus higos, y las uvas pequeñas dan olor. Por ende, levántate, Amiga mía, hermosa mía, y vente. Y haciendo de todo una sentencia seguida, convida en este lugar a la Esposa al gozo de sus amores; y porque él anda en el campo, que es lugar para el amor mejor que otro, pídele que se salga a él, poniéndole para movella el amor que la tiene en regaladas palabras de Amiga y de galana; y la sazón del verano, que es tiempo fresco y apacible, y muy aparejado para tratar amores, y así dice: Levántate, amiga mía, galana mía, y vente. En decir levántate, se entiende que estaba acostada y indispuesta; y así le dice que se esfuerce y se salga con él para su salud a gozar de la hermosura y frescor del campo, a que tienen natural afición los corazones enamorados; que con la nueva venida del verano, estaba deleitosísimo, lo cual pinta poéticamente por apacibles rodeos y deseos.

Dice pues: Ya ves, pasó el invierno, pasó la lluvia, fuese, etc. Todas son condiciones de la primavera. El tiempo de cantar (que es el mes de marzo o abril) es venido; La voz de la tortolilla, (que es ave que suele venir con el verano, como las golondrinas) es oída en nuestro campo.

Las uvas pequeñas dan olor; esto es, están, como decimos en español, en cierne. Y haciendo de todo una sentencia seguida, será como si dijese: «Levántate, amor mío, de ahí donde estás en tu cama acostada, y vente; no tengas temor a la salida, porque el tiempo está muy gracioso; el invierno con sus vientos y sus fríos, que te pudiera fatigar, ya se fue; el verano, como se ve por todas sus señales, es ya venido; los árboles se visten de flores, las aves entonan sus músicas con nueva y más suave melodía; y la tortolica, ave peregrina, que no invierna en nuestra tierra, es venida a ella y la hemos oído cantar; la higuera brota ya sus higos, las vides tienen pámpanos y huelen a su flor; de manera que por todas las señas se descubre ya el verano; la sazón es fresca y el campo está hermoso; todas las cosas favorecen a tu venida y ayudan a nuestro amor, y parece que la naturaleza nos adereza y adorna el aposento. Por eso, levántate, Amiga mía, y vente».

14. Paloma mía, puesta en las quiebras de la piedra, en las vueltas del caracol, etc.

Todas son palabras de amor y de requiebro, que, continuando su cuento, dice la Esposa haber dicho el Esposo. Declara, pues, en esto el Esposo a la Esposa la condición de su amor, y cómo se ha de haber con él en este oficio de amarlo, y trae para ello una gentil semejanza de las palomas, cuya propiedad sabida, quedará claro este lugar.

Hanse de tal manera las palomas en su compañía que, desque una vez se hermanan dos, macho y hembra, para vivir juntas, jamás deshacen la compañía, hasta que el uno de ellos falta; y tal, que no la basta el amor y lealtad que de naturaleza le tiene, sino que también sufre muchas riñas e importunos celos del marido. Porque esta ave es la que mayores muestras de celos da, y así, en viniendo de fuera, luego hiere con el pico a su compañera, luego la riñe, y con la voz áspera da grandes indicios de su sospecha, cercándola muy azorado y arrastrando la cola por el suelo; y a todo esto ella está muy paciente, sin se mostrar áspera. Y estas aves, entre todos los animales brutos, muestran más claro el amor que se tienen ser de grande fuerza, así por el andar siempre juntos y guardarse la lealtad el uno al otro y con gran simplicidad, como por los besos que se dan y los regalos que se hacen después de pasadas aquellas iras.

Pues de esta manera misma notifica el Esposo a la Esposa que se han de haber entrambos en el amor; y así le dice: «Ven acá, compañera mía, que ya es tiempo que juntemos este dulce desposorio; sabed que yo soy palomo, y vos habéis de ser paloma; y paloma no de otro palomo, sino paloma mía y Amada mía, y yo Amado y compañero vuestro. Este amor ha de ser firme para siempre, sin que cosa alguna jamás lo disminuya; y con todo eso yo os tengo de pedir celos. Y porque, aunque haya muchas palomas en un lugar, cada par vive por sí, ni ella sabe el nido ajeno ni el palomo extraño le quita el suyo, es razón que nosotros nos apartemos a nuestra posadilla aparte. Por eso, veníos al campo, paloma mía; aquí en esta peña hay unos agujeros muy aparejados para nuestra habitación; aquí hay unas cuevas en esta barranca alta; aquí me mostraron los palominos vuestra vista, aquí os oiga yo cantar, que aquí me agradáis y en esta soledad vuestra vista me es muy bella, y vuestra voz suavísima».

Dice: Paloma en las quiebras de la piedra, porque en semejantes lugares las palomas bravas suelen hacer su asiento. Aunque en lo que dice, en los escondrijos del paredón, hay deferencia, que algunos trasladan en las vueltas del caracol. Por lo uno y por lo otro se entiende un edificio antiguo y caído, como suele haber por los campos, donde las palomas y otras aves acostumbran hacer nido.

15. Prendedme las raposas pequeñas destruidoras de las viñas; que la nuestra viña está en flor, pequeñas uvas.

Estas palabras se pueden entender, o que las diga el Esposo o que las diga la Esposa. Declarémoslas primero en persona de la Esposa, y después seguiremos el otro sentido.

Ufana, pues, la Esposa y muy regalada con los favores y dulces palabras que le acaba de decir su querido, viene en este lugar a ser movida de un afecto que es muy común a los regalados, en teniendo delante de sí a quien les ama y regala. Declararlo hemos por este ejemplo: cuando una madre estando ausente de su niño, y en viniendo luego pide por él y le llama y abraza, mostrándole aquella ternura de regalo que le tiene, lo primero que él hace es quejarse de quien le ofendió en su ausencia, y con unos graciosos puchericos relata, como puede, su injuria y pide a la madre que le vengue. Lo mismo hace una esposa o mujer casada, que mucho ama a su marido y le ha tenido ausente, que luego se regala quejándose de las desgracias que en su ausencia le han sucedido. Este afecto muestra aquí la Esposa, luego que se ve acariciada y regalada con el llamar de su Esposo, y en lo demás que le dijo. Quéjase de la cosa que más le ofende, y es que como ella tenía una viña, que arriba hemos visto, la cual preciaba mucho y veía que las viñas estaban en cierne y comenzaba a quedar limpio el agraz, tiene gran temor que las raposas se la echen a perder; y quejándose de la mala casta dañadora, demanda socorro al Esposo y a los pastores, sus compañeros, diciendo: Cazadme las raposas pequeñas.

Y en decir pequeñas, guarda bien la propiedad de la naturaleza; porque cuando las viñas están en agraz, y antes que comiencen a madurar, entonces las raposillas de las camadas se crían, y éstas hacen después muchos daños a las viñas, porque son muchas y van juntas, y como por su poca fuerza no se atreven a hacer mal y salto en los ganados pequeños, ni en las gallinas, ni en las otras cosas que los raposos viejos cazan y destruyen, vanse a las viñas, donde hay menos concurso de hombres y de perros, y ellas son menos vistas por la espesura de las hojas y pámpanos, y hacen mucho daño; y por eso pide la Esposa que las prendan y maten y esto ahora que son aún pequeñas, que será más fácil que después. Y así dice las raposas; y declarándose más, añade: las raposas pequeñas.

Porque dijo que su viña estaba en cierne, y con esto se acordó del daño y mal que, estando en tal sazón, podrían hacer en ellas las raposas; o porque como se imagina, en este intermedio, alguna corriendo le pasó por delante, parécele a la Esposa que deja el Esposo su plática y va tras la raposa diciendo a voces a sus compañeros: «¡A la raposa, a la raposa!, que son destrucción de las viñas, y la nuestra está en flor»; y como le ve ir, ruégale que se vuelva luego, diciendo

16. El Amado mío es mío, y yo soy suya, que apacienta entre las azucenas.

El Amado mío y yo a él. Es manera de llamar, como si dijese. «Amador y Amado mío, tú que apacientas entre las azucenas tu ganado hasta la tarde, vuélvete luego volando como un corzo».

Algunas palabras de éstas no carecen de oscuridad.

17. Hasta que sople el día y las sombras huyan.

Algunos entienden por esto el tiempo de la mañana, otros el mediodía; y los unos y los otros se engañan, porque así la verdad de las palabras como el propósito a que se dicen declaran el tiempo de la tarde; porque siempre, al caer del sol, se levanta un aire blando, y las sombras que al mediodía estaban como quedas, al declinar de él crecen con tan sensible movimiento, que parece que huyen. Por donde los Setenta Intérpretes dijeron bien en este lugar: Hasta que se muevan las sombras. Como también dijo el poeta, significando la misma sazón de tiempo: «Maioresque cadunt altis de montibus umbrae» (Virgilio, Égloga I).


[Y ya las sombras caen de las montañas
más largas, y convidan al sosiego]



Sobre los montes de Bether. Bether, es nombre propio de monte así llamado, o el epíteto general de todos los montes; porque Bether quiere decir división, y por la mayor parte los montes dividen entre unas y otras tierras; así que decir montes de Bether es como decir montes divididores.

Y con estas palabras tornó en sí la Esposa, y viéndose sola y conociendo su engaño, hace lo que en el capítulo siguiente prosigue, diciendo:






ArribaAbajo Capítulo tercero

1. (ESPOSA:) En el mi lecho en las noches busqué al que ama mi alma; busquele y no le hallé.

2. Levantarme he agora, y cercaré por la ciudad, por las plazas y lugares anchos, buscaré al que ama mi alma; busquele, y no le hallé.

3. Encontráronme las rondas que guardaban la ciudad. Pregunteles: ¿Visteis, por ventura, al que ama mi alma?

4. A poco que me aparté de ellas [anduve] hasta hallar al que ama mi alma. Asile, y no le dejaré hasta que le meta en la casa de la mi madre, y en la cámara del que me engendró.

5. Ruégoos, hijas de Jerusalén, por las cabras o por los ciervos del campo, que no despertéis ni hagáis velar el Amor hasta que quiera.

6. (CORO DE PASTORES:) ¿Quién es esta que sube del desierto como columna de humo, de oloroso perfume de mirra e incienso, y todos los polvos olorosos del maestro de olores?

7. Veis, el lecho de Salomón; sesenta de los más valientes de Israel están en su cerco.

8. Todos ellos tienen espadas y son guerreadores sabios, la espada de cada uno sobre su muslo por el temor de las noches.

9. Litera hizo para sí Salomón de los árboles del Líbano.

10. Las columnas hizo de plata, su recodadero de oro, la silla de púrpura y, por el entremedio, amor por las hijas de Jerusalén.

11. Salid y ved, hijas de Sión, al rey Salomón con corona con que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón.


ArribaAbajoDeclaración

1. En el mi lecho en las noches.

Natural conocida cosa es a las mujeres desposadas que bien aman a sus esposos, que en faltándoles de noche de su casa, les viene mala sospecha, o que no les aman o que aman a otras; y algunas hay que les da tanto atrevimiento esta pasión, que les hace querer tener en todo tiempo presente al que aman, y en las noches mucho más; parte, porque como el sosiego de la noche de su natural desembaraza los sentidos de otras cosas que los distraen, ocúpase el ánima toda en el pensamiento del que ama y enciéndese más el amor; y parte porque crecen los celos pensando que se ayuda de la noche para alguna travesura; y los recelos de temer no le acontezca algún peligro de los muchos que suelen acaecer y acarrean las tinieblas. Esta pena que es mezclada de amor y celos escarba el corazón y le abrasa tanto que llega algunas veces a sacar a una pobre, flaca y temerosa mujer de su casa, que olvidando su temor y condición, de noche y a solas, ronda las calles y plazas, y no se satisface con menor diligencia. La cual pasión vehemente se declara en esta letra, además de los ejemplos que cada día se ven de esto.

Y porque, como hemos dicho, el amor bueno ni teme peligro ni para en ningún inconveniente, dice:

Levantarme he agora, y cercaré por la ciudad y plazas y por los lugares anchos buscaré al que ama mi alma. Búsquele, y no le hallé.



Lugares anchos llama a los públicos, que por el mayor concurso de gentes se edifican siempre más anchos y espaciosos que los otros. Cuenta en esto Salomón no lo que en hecho pasó por su Esposa, que no es cosa que pudo pasar, sino lo que podía acontecer, y está bien que acontezca a una persona común como una pastora perdida de amores por su pastor, cuyas palabras imita; que es una ficción muy usada entre poetas decir, como he dicho, no lo que se hace, sino lo que el afecto de que hablan pide que se haga, fingiendo para ello personas que con más encarecimiento y más al natural lo podían hacer. Y así lo hace aquí Salomón.

Levantarme he. Gran fuerza de amor es ésta, que ni la noche, ni la soledad, ni los atrevimientos de hombres perdidos, que en tales tiempos y lugares suelen tomar licencia pudo estorbar a la Esposa de que no buscase a su deseo.

Según el espíritu, se entiende de aquí el engaño de los que piensan hallar a Dios, descansando, y lo mucho a que se ha de arriesgar el que de veras le busca.

Dice:

2. Encontráronme los guardas, los guardas que rondan la ciudad.

No se espanta ni se enflaquece el amor por ningún poder humano; y el que es verdadero no trata de encubrirse de nadie, ni de buscar colores para que los otros no lo entiendan; y así la Esposa, en viendo a las rondas, les pregunta: ¿Visteis por ventura al que ama mi alma? Vense aquí dos muy grandes efectos de amor: el uno, que ya queda dicho, que no se recata de nadie ni se avergüenza de mostrar su pasión. El otro es una graciosa ceguedad que trae consigo, y es general en todo grande afecto, en pensar que con decir «¿visteis a quien amo?», estaba ya entendido por todos como por ella quién era aquel por quien preguntaba.

No dice lo que respondieron, de donde se entiende no le haber dado buen recaudo a su pregunta; porque las gentes, divertidas en varios y diversos pensamientos, como son los públicos, saben poco de esto que es amor con verdad; y porque, según la verdad del espíritu que aquí se pretende, toda la alteza del saber y prudencia humana, en cuya guarda y conservación viven los hombres, jamás alcanzaron a dar ciertas nuevas de Jesucristo.

3. A poco que me aparté de ellas anduve hasta que hallé al Amado de mi alma.

No pierde la esperanza el amor, aunque no halle nuevas de lo que busca y desea, entonces se enciende más; y así la Esposa anduvo, y halló por sí lo que no supieron mostrarle las otras gentes. Y dice que le halló a poco tiempo que se apartó de las rondas de la ciudad; que, según el espiritual sentido, es cosa de grande admiración y de considerar, que antes le había buscado mucho y no le halló, y en apartándose de las guardas y de la ciudad luego le halló. En que se entienden que en las cosas más desesperadas y cuando todo el saber e industria humana se confiesa por más rendida, está Dios más presto aparejado para nuestro favor. Y juntamente con esto se ve la razón por qué muchos buscan a Cristo muy luengamente por muchos días y con grandes trabajos no lo hallan, hallándolo otros con más brevedad; que es porque le buscan, no donde Él está y no le hallan los ostros ni quiere, sino donde ellos gustan de hallarle, sirviéndole en aquellas cosas de que ellos más gustan y les coge más en gracia, por ser conformes a sus inclinaciones y particulares juicios.

Asile, y no le dejaré hasta que le meta en casa de la mi madre, y en la cámara del que me engendró. No es amor el que viendo al fin de su deseo, en alcanzando la voluntad del que ama se entibia y desfallece, que el bueno y verdadero de allí crece hasta venir a su más alto y perfecto grado; lo cual se declara en la casa de la Esposa, y en la cámara de su nacimiento, esto es, reposo y perfecta posesión que trae consigo el acabado y perfecto y encendido amor. Llama a su casa, no suya, sino de su madre, y cámara de la que la engendró, imitando en esto la común manera de hablar de las doncellas, que se usa también en nuestra lengua castellana, como se ve en diversos cantares.

4. Conjúroos, hijas de Jerusalén.

Esto dice aquí la Esposa con palabras semejantes a las que el Esposo antes había dicho. Hablando de ellas entendemos que era de noche, y le traía, después de muy buscado, para que reposase en su casa, y así ruega a la gente de ella que no le quiebren el sueño.

5. ¿Quién es esta que sube?

Desde aquí hasta el fin del capítulo hablan los compañeros del Esposo, festejando con voz de admiración y de loor a los nuevos casados; que es declarar el alegría de los ciudadanos de Jerusalén, y las palabras que conforme a ello se pudieron decir, cuando la hija de Faraón entró la primera vez en la ciudad y se casó con Salomón.

Así que esto no trae mucha dependencia con lo de arriba, antes parece que Salomón aquí, respondiendo al cuento que llevaba enhilado, se pone a relatar cosas diferentes de aquellas, o ya muy pasadas, que suelen dar mucha gracia a las escrituras semejantes de ésta. Si no queremos decir que todo lo que se ha dicho hasta aquí responde al tiempo que medió entre los conciertos hasta que se celebraron las bodas de los reyes; en el cual, como suele acaecer, es de creer que hubo muchas demandas y respuestas de la una parte a la otra, muchos deseos, nuevos afectos y nuevos sentimientos, los cuales se han declarado hasta aquí por la figura y rodeos que habemos dicho y visto.

Pues dice: ¿Quién es esta que sube del desierto? Porque los había muy grandes entre Egipto, de donde venía la Esposa, y la tierra de Judea; porque se finge, como dicho es, que ella vido a su Esposo en el campo, y de allí vienen juntos, que, como después diremos, muchas veces el campo es llamado desierto.

Como columna de humo: cosa sabida es, así en la Escritura Sagrada como por las profanas, que la gente de Palestina y de sus provincias comarcanas, por la calidad de la tierra, usaban de muchos y preciosos olores. Pues compara a la Esposa a la columna de humo, que llama al humo así por la semejanza que tiene con ellas, cuando de algún perfume o de otra cosa que se queme, sube en alto seguido y derecho. Con la cual comparación no la loa tanto de bien dispuesta y de gentil cuerpo, que esto más adelante se hace copiosamente, cuanto de la fragancia y excelencia de olor que trae consigo, y que iguala al más preciado y mejor perfume. Y así dice: Como columnas de humo oloroso y oloroso perfume de mirra.

6. ¿Veis, el lecho suyo, que es el de Salomón?

Deja de decir de la Esposa, y vuelve a loar el palacio y atavíos de cama y doseles de Salomón, que es desconcierto que da mucha gracia en semejantes poesías; porque responde a la verdad de lo que acontece a los miradores de semejantes fiestas, que pasan la vista y los ojos de unas en otras cosas muy diversas, sin guardar en esto ninguna orden ni concierto; y como el gusto y sabor de mirar les desconcierta los ojos, así el alboroto del corazón alegre, cuando declara por palabras su regocijo y trae sin orden ninguna a la boca mil diferencias de cosas, por eso dice: Veis el lecho de Salomón, que es decir riquísimo y hermosísimo. Y que para muestra de grandeza y para mayor seguridad de los que en él descansan, velan junto a él mucha gente de armas, como es costumbre de reyes, y así dice:

7. Sesenta poderosos en su cerco; de los más poderosos de Israel; todos ellos tienen espadas y son guerreadores sabios; esto es, saben de guerra, que es decir son escogidos en fuerzas y saben de armas, y son bien proveídos de ellas y diestros en ellas para defenderse.

La espada de cada uno sobre su muslo, que es el asiento de la espada, por el temor de las noches, esto es, por los peligros que entonces suelen acontecer y se temen; para que se entiendan la mucha guarda que pone Dios en que nadie rompa el reposo de los que en él descansan.

8. Litera hizo para sí Salomón de maderas de Líbano.

9. Las columnas hizo de plata, su recodadero de oro, la silla de púrpura y, por el entremedio, amor por las hijas de Jerusalén.

Pensaba decir del trono real con palabras de regocijo y admiración. Como diciendo: pues ¿qué me diréis del trono que ha edificado para sí, en quien la hermosura compite con la riqueza, que todo él es hecho de plata y oro y de púrpura, por extraña labor y manera?

Lo que dice, y en medio cubierto con amor, la palabra, rachup, quiere también decir encendido; que es decir, todo él con hermosura y riqueza encendía en amor y codiciosa afición a las hijas de Jerusalén, esto es, a todos los ciudadanos de aquel lugar, que, mirando tan rica y excelente obra, la codiciaban.

Pero toda esta belleza era menos, a la que mostraba el señor de todas estas obras en sus vestidos y disposición. Y así dice:

10. Salid y ved, hijas de Sión, al rey Salomón con la corona con que le corona.

Corona significa «gracia»; en la Escritura Sagrada «reino y mando», por ser tal la insignia de los reyes. Dice que se la dio su madre, porque Bersabé, madre de Salomón, como parece en el segundo Libro de los Reyes, por su discreción y buena industria, alcanzó de David que, entre otros muchos hijos que tuvo, señalase por sucesor a Salomón en todos sus reinos y señoríos.

O corona es (y esto no me parece menos bien) todo género de atavío y traje galano y de buen parecer, y que agracia al que lo trae, como la guirnalda, que hace al que la trae en la cabeza agraciado. Como el mismo Salomón en el capítulo primero de los Proverbios, amonestando al mozo bozal a que diese atención y creyese a sus palabras, le dice que el hacello así le será «corona de gracias», conviene a saber, agraciada y hermosa para su cabeza; esto es, le estará tan bien al alma cuanto cualquiera otro traje hermoso al cuerpo, por galán y gentil que fuese. Pues cosa sabida es que el día de las bodas es el día de las galas.






ArribaAbajo Capítulo cuarto

1. (ESPOSO:) ¡Ay, qué hermosa eres, Amiga mía; ay, cuán hermosa! Tus ojos de paloma entre tus guedejas; tu cabello, como un rebaño de cabras que suben del monte Galaad.

2. Tus dientes como rebaño de ovejas trasquiladas que salen de bañarse, todas ellas con sus crías, [que] no hay machorra entre ellas.

3. Como un hilo de carmesí tus labios, y el tu hablar pulido; como cacho de granada tus sienes entre tus guedejas.

4. Como torre de David es tu cuello, fundada en los collados; mil escudos cuelgan de ella, todos escudos de poderosos.

5. Tus dos tetas como dos cabritos mellizos, que [están] paciendo entre azucenas.

6. Hasta que sople el día y las sombras huyan, voyme al monte de la mirra y al collado del incienso.

7. Toda eres, Amiga mía, hermosa, falta no hay en ti.

8. Conmigo del Líbano, Esposa, conmigo del Líbano te vendrás; y serás coronada desde la cumbre de Amaná, de la cumbre de Sanir y Hermón, de las cuevas de los leones y de los montes de las onzas.

9. Robaste mi corazón, hermana mía, Esposa; robaste mi corazón con uno de los tus ojos, en un sartal de tu cuello.

10. ¡Cuán lindos son tus amores! Más que el vino; olor de tus amores sobre todas las cosas aromáticas.

11. Panal que destila tus labios, Esposa; miel y leche está en tu lengua, y el olor de tus arreos, como el olor del incienso.

12. Huerto cercado, hermana mía, Esposa; huerto cercado, fuente sellada.

13. Tus plantas [son como] jardín de granadas con fruta de dulzuras; juncia de olor y nardo.

14. Nardo y azafrán, canela, con los demás árboles del Líbano; mirra y sándalo, con los demás preciados olores.

15. Fuente de huertos, pozo de aguas vivas y que corren del monte Líbano.

16. ¡Sus!, vuela, cierzo, y ven tú, ábrego y orea el mi huerto; y espárzanse sus olores.


ArribaAbajoDeclaración

1. ¡Ay, qué hermosa te eres, Amiga mía, ay, qué hermosa!

Este capítulo no trae dependencia alguna de lo que arriba se ha dicho, porque todo él es un loor lleno de requiebro y gracia que da el Esposo a su Esposa, particularizando todas sus facciones, encareciendo la hermosura de ellas por comparaciones diversas. En que hay gran dificultad, no tanto por ser la mayor parte ajenas y extrañas de nuestro común uso y estilo, y algunas de ellas contrarias, al parecer, de todo lo que quieren declarar. Si no es, como ya dije, que en aquel tiempo y en aquella lengua todas estas cosas tenían gran primor; como en cada tiempo y en cada lengua vemos mil cosas recibidas y usadas por buenas, que en otra lengua o en otro tiempo no las tuvieran por buenas. O decir, lo que tengo por más cierto, que, como todo este canto sea espiritual, y los miembros de la Esposa que en él se loan sean varias y diferentes virtudes que hay en los hombres justos, explicadas por miembros y partes corporales, la comparación, aunque desdiga de aquello de quien se hace al parecer, dice muy bien y cuadra mucho con la hermosura del ánimo que debajo de aquellas palabras se significa.

Pues comienza el Esposo como maravillándose de la excesiva hermosura de la Esposa, y diciendo una vez y repitiendo otra, por mayor confirmación y demostración de lo que siente: ¡Ay, qué hermosa eres, Amiga mía! ¡Ay, qué hermosa! Y porque no se pueda sospechar que la afición lo ciega, ni se satisface con decillo así a bulto, desciende en particular por cada cosa, y comienza por los ojos, que son, como dicen los sabios, donde más se descubre la belleza o torpeza del ánima interior, y por donde entre las personas más se comunica y enciende la afición.

Son, dice, como de paloma tus ojos. Ya dijimos la ventaja grande que hacen las palomas de aquella tierra a las de ésta, señaladamente en esto de los ojos, y como se ve en las que llamamos tripolinas, parece que les centellean como un vivo fuego y echan de sí sensiblemente unos rayos de resplandor; y ser así los de la Esposa, es decille lo que los enamorados a las que aman dicen comúnmente: que tienen llamas en los ojos y que con su vista les abrasan el corazón.

Entre tus guedejas. En la traslación y exposición de esto hay alguna diferencia entre los intérpretes. La voz hebrea chamah, que quiere decir «cabellos o cabellera», es propiamente la parte de los cabellos que cae sobre la frente y ojos, que algunas los suelen traer postizos, y en castellano se llaman lados. San Jerónimo, no sé por qué fin, entendió por esta voz «la hermosura encubierta», y así traduce: Tus ojos de paloma, demás de lo que está encubierto; en que no solamente va diferente del común sentido de los más doctos de esta lengua, pero también en alguna manera contradice a sí mismo, que en el capítulo 47 de Isaías, donde está la misma palabra, entiende por ella «torpeza y fealdad», y así la traduce.

Como quiera que sea, lo que he dicho es lo más cierto, y ayuda a declarar con mejor gracia el bien parecer de los ojos de la Esposa mostrándose entre los cabellos (algunos de los cuales desmandados de su orden los cubrían a veces) y con su temblor, les hacían parecer que echaban centellas de sí como dos estrellas. Y siendo, como se dice ser, los hermosos ojos, matadores y alevosos, dice graciosamente el Esposo que de entre los cabellos, como si estuvieran puestos en celada, le herían con mayor fuerza y más a su salvo hacían más ciertos sus golpes.

Dice más: Tus cabellos como un rebaño de cabras. San Pablo confiesa que el cabello en la mujer es una cosa muy decente y hermosa; cierto, es una gran parte de la que el mundo llama hermosura. Y por esto el Esposo, después de los ojos, ninguna cosa trata primero que del cabello, que cuando es largo y espeso y bien rubio, es lazo y gran red para los que se ceban de semejantes cosas. Lo que es de maravillar aquí es la comparación, que al parecer es grosera y muy apartada de aquello a que se hace. Fuera acertada si dijera ser como una madeja de oro, o que competían con los rayos del sol en muchedumbre y color, como suelen hacer nuestros poetas. En esto ya he dicho lo que siento y particularmente aquí digo que si se considera, como es razón, no carece esta comparación de gracia y propiedad, habido respeto a la persona que habla y a lo que especialmente quiere loar en los cabellos de esta Esposa. El que habla es pastor, y para haber de hablar como tal no puede ser cosa más a propósito que decir de los cabellos de su amada que eran como un gran hato de cabras, puestas en la cumbre de un monte alto; mostrando en esto la muchedumbre y color de ellos, que eran negros y relucientes como lo son las cabras que pacen en aquel monte. Señaladamente digo negros, porque de aquella color eran muy preciados entre las gentes de aquella tierra y provincia, como lo son ahora en muchas partes, según que diremos después. Pues dice así: como las cabras esparcidas por la cumbre del monte Galaad le adornan y hace que parezca bien, el cual sin ellas parece un peñasco seco y pelado, así los cabellos componen y hermosean su cabeza con gentil color y muchedumbre.

Semejante es la comparación que se sigue:

2. Tus dientes, como un hato de ovejas trasquiladas, que salen de bañarse.

Esta comparación, demás de ser pastoril, y por la misma causa muy conveniente a la persona que la dice, es galana y digna, de gran significación y propiedad al propósito a que se dice. La bondad y gentileza de los dientes está en que sean debidamente menudos, blancos, iguales y bien juntos, lo cual todo se pone en esta comparación como delante de los ojos: el estar juntos y ser menudos, en decir que son como un hato de ovejas, que van así, siempre apiñadas; la blancura, porque salen de bañarse; y la igualdad, en decir que no hay enfermiza ni estéril en ellas. Basta la fealdad sola de la boca para hacer fea a una mujer, aunque todo el rostro sea hermoso y la boca fea; ninguna cosa le afea más que los malos dientes. Así que en esta parte la Esposa queda bien loada.

Donde decimos trasquiladas la palabra hebrea es kechubot, que viene de kachab, que es cortar por regla y a la iguala, y así quiere decir trasquiladas a una misma medida y regla, y del todo iguales, que declara la igualdad de los dientes que he dicho, a que se compara el estar juntos y ser menudos, en decir que son como un hato de ovejas, que van así siempre juntas y apiñadas.

De los dientes sale a los labios, que para ser hermosos han de ser delgados, y que viertan sangre, lo cual así lo uno como lo otro declaró maravillosamente diciendo:

3. Como hilo de carmesí tus labios; añade luego, y el tu hablar polido.

Lo cual viene muy natural con los labios delgados, como cosa que se sigue una de otra. Porque, según dice Aristóteles, en las reglas de conocer calidades de un hombre por sus facciones, los labios delgados son señal de hombre discreto y bien hablado, y de dulce y graciosa conversación.

Como cacho de granada tus sienes entre tus guedejas.



Compara las sienes, que en una mujer hermosa lo suelen ser mucho, a cacho de granada, o por mejor decir, a granada partida, por la color de sus granos, que es mezclada de un blanco y de un colorado o encarnado muy sutil, cual es la color que se ve en las sienes delicadas y hermosas, que por la sutileza de la carne y cuero que hay en aquella parte y por las venas que a esta causa se juntan, se descubren más allí que en otra parte, se tiñe lo blanco y da gran contentamiento a los que la miran.

Las sienes en hebreo se llaman rakah, que es como decir flacas y delgadas, porque lo son más que ninguna otra parte del cuerpo.

Entre sus guedejas, esto es, que se descubren y echan de ver entre los cabellos.

4. Como torre de David.

Compara el cuello de la Esposa a una torre mostrando en esto que es largo y derecho y de buen aire, que es en lo que consiste ser hermoso.

Pero hay gran diferencia en lo que se le añade, puesta en el cerro o collado, que la palabra hebrea se declara diversamente por diversos autores. Unos dicen que es «collado o lugar alto»; otros, «cosa que enseña el camino a los que pasan»; y otros dicen ser lo mismo que «cerca o barbacana», y todo aquello con que se fortalece alguna cosa. Y cierto es que se halla en esta significación en el libro de Josué, en el capítulo once, adonde se dice que Josué dejó en pie no solo las ciudades que había conquistado por fuerza de armas, pero todas aquellas que estaban bien cercadas y fortalecidas, las cuales dicen por la palabra hebrea ya dicha.

Lo que a mí me parece más acertado en este lugar, para abrazar todas estas diferencias ya dichas, es trasladar así: Tu cuello como torre de David puesta en atalaya; que es decir en lugar alto y fuerte, y que sirve de descubrir los enemigos, si vienen, y mostrar el camino a los que pasan; y por el oficio de que sirve y el sitio que tiene, de necesidad ha de ser cosa fuerte. Dice de David, que es decir de las que edificó David. Y no hace la comparación en torre edificada en llano, sino en la que está puesta en atalaya y lugar alto, porque lo está así el cuello sobre los hombros.

Mil escudos cuelgan de ella, esto es, de la torre.

Todos escudos de valientes. Que es de gente de armas que está allí de guarnición. En esto de los escudos no es menester decir que se hace comparación al cuello o alguna parte de él, sino como hizo mención de la torre, es un divertirse a contar algunas condiciones de ella, aunque no venga mucho con el propósito que espiritualmente se trata; lo que es una cosa muy usada y muy graciosa en los poetas. Si no queremos decir que los escudos colgados de la torre responden a las cadenas y collares que hermoseaban el cuello de la Esposa, así como a la torre de los escudos.

5. Tus dos pechos, como dos cabritos mellizos, [que están] paciendo entre las azucenas.

No se puede decir cosa más bella ni más a propósito que comparar las tetas hermosas de la Esposa a dos cabritos mellizos, los cuales, demás de la ternura que tienen por ser cabritos y de la igualdad por ser mellizos, y demás de ser cosa linda y apacible, llena de regocijo y alegría, tienen consigo un no sé qué de travesura y buen donaire, con que llevan tras sí y roban los ojos de los que los miran, poniéndoles afición de llegarse a ellos y de tratarlos entre las manos; que todas son cosas muy convenientes y que se hallan así en los pechos hermosos a quien se comparan.

Dice que pacen entre las azucenas, porque con ser ellos lindos, así lo parecen más; y queda así más encarecida y más loada la belleza de la Esposa en esta parte.

6. Hasta que sople el día y huyan las tinieblas voyme.

Soplar el día y huir las sombras ya he dicho ser rodeo con que se declara la tarde. Pues dice ahora el Esposo que se va a tener la siesta y a pasar el día hasta la tarde entre los árboles de la mirra y del incienso, que es algún collado donde se crían semejantes plantas, que las hay muchas en aquella tierra. Y el decirle esto agora después de tantos y tan soberanos loores con que le ha loado, es convidalla abiertamente a que se vaya con él. Mas vuelve luego la afición y torna a loar las perfecciones de su Esposa, que son mudanzas muy propias de amor; y dice como en una palabra todo lo que antes había dicho por tantas y por en tan particular de toda su hermosura.

7. Falta no hay en ti.

Que aunque no lo dice por palabras, porque las de los muy aficionados siempre son cortas, dícelo con el afecto, y es como si dijese: ¿Mas cómo me apartaré de ti, Amiga mía, o cómo podré estar un punto sin tu presencia, que eres la misma belleza, y toda tú convidas y fuerzas a los que te ven a que se pierdan por ti? Por tanto, dice, vamos juntos, y si es grande atrevimiento y pido mucho en pedirte esto, tu extremada y jamás vista belleza, que basta a sacar de su seso a los hombres, me disculpa.

Demás de esto dice que nos volveremos juntos por tal y tal monte, donde verás cosas de gran contento y recreación para ti; que es aficionarla más a lo que pide con las buenas calidades del lugar, diciendo:

8. Conmigo del Líbano, Esposa, te vendrás.

Líbano aquí no es el monte así llamado, de donde se trajo la madera para el templo y casa de Salomón, de que se hace mención en los Libros de los Reyes, que este no estaba en Judea; sino es lo que en los mismos libros se llama saltus Libani, «el bosque del Líbano», llamado así por los reyes de Jerusalén, por alguna semejanza que tenía en árboles, o con alguna otra cosa, con aquel monte.

9. Robaste mi corazón, hermana mía.

También esto es a propósito de persuadille lo mismo: que se vaya con él por el amor que le tiene; y porque le es a él imposible hacer otra cosa, como aquel que está preso, y encadenado de sus amores. Que es como si dijese: «Pues yo soy tuyo más que mío, no es justo que te desdeñes de mi compañía; y si el campo y recreación con que te he convidado, no basta para que te quieras venir tras mí, sabe que yo no me puedo apartar de ti ni un solo punto, no más que de mi misma alma; la cual tienes en tu poder, porque con los ojos robaste mi corazón, y con la menor cadena de las que te adornan tu cuello, me tienes preso».

Y de aquí torna a relatar, loando y usando de comparaciones nuevas, las gracias y la hermosura de la Esposa; por el fin, ya dicho, que es demostrar que no puede ir sin ella, y obligarla así que le siga. Si no queremos imaginar y decir que salió ya y se fue con él, y así juntos y a solas y cogiendo el fruto de sus amores, encendido el Esposo, como es natural, con un nuevo y encendido y más vivo amor, y lleno de un increíble gozo, habla con mayor y más particular dulzura y regalo. Que esto experimentan cada día las almas aficionadas a Dios, que cuando por secreto e invisible amor les comunica su gracia, derretidas sus almas de amor, se requiebran con Él y se desentrañan, diciendole mil regalos y dulzuras de palabras.

Y esto viene muy bien con lo que se sigue:

10. ¡Cuán lindos son tus amores!

Que es como si junto con ellos y enterneciéndose en su amor, le dijese: «¡Hermana mía, querida y dulcísima Esposa!, más alegría me pone amarte, que es la que pone el vino a los que con más gusto le beben. Tus ungüentos y aceites, que son las algalias y los demás olores que traes contigo, vencen a todos los del mundo; en ti, y por ser tuyos, tienen un particular y aventajado olor. Tus palabras son todas miel, y tu lengua parece que anda bañada toda en leche y miel; y no es sino dulzura, gracia y suavidad todo lo que sale de tus labios. Hasta tus vestidos, demás que te están bien y adornan maravillosamente tu gentil persona, huelen tan bien y tanto, que pareces con ellos al bello monte Líbano, donde tanta frescura hay, así en la vista de las verdes y floridas plantas como en los suaves olores que el aire mezcla»; porque en aquel bosque, como hemos dicho, había plantas de grande y excelente olor. Que todo lo demás ya está declarado por lo que se ha dicho en otros lugares antes de éste.

Huerto cercado. Prosigue en su requiebro el rústico y gracioso Esposo, y aunque pastor, muestra bien la elocuencia que aprendió en las escuelas del amor. Así, con una semejanza y otra alaba la belleza extremada de su Esposa, y declara agora así enteramente y a bulto, toda su gracia, frescura y perfección, lo cual había hecho antes de agora, particularizando cada cosa por sí. Que dice que toda ella es como un jardín cerrado y guardado, lleno de mil variedades de frescas y preciosas plantas y yerbas, parte olorosas, parte sabrosas a la vista y a los demás sentidos; que es la cosa más cabal y más significante que se pudo decir en este caso, para declarar del todo el extremo de una hermosura llena de frescor y gentileza.

Y añade luego otra semejanza, diciendo que es así agradable y linda, como lo es y parece una fuente de agua pura y serena, rodeada de hermosas yerbas y guardada con todo cuidado, porque ni los animales ni otra alguna cosa la enturbie. Las cuales dos comparaciones propónelas desde el principio como en suma, y luego prosigue cada una de ellas por sí más extendidamente, diciendo:

12. Huerto cercado.

Huerto cercado, esto es, guardado de los animales, que no le dañen, y tratado con curioso cuidado; que donde no hay cerca, no se puede guardar jardín; ni menos al amor que vive sin aviso y sin recato no hay que pedille planta alguna ni raíz de virtud.

Hermana mía, Esposa, eres tú huerto cercado. Repítelo segunda vez para encarecer más la significación de lo que dice. Y fuente sellada, que es cercada con diligencia, para que nadie enturbie su claridad.

Tus plantas, esto es, las lindezas y grandezas innumerables que hay, Amiga mía, en este tu huerto que eres tú, son como jardín de granadas con frutos de dulzuras, que es decir dulces y sabrosas cuales son las granadas. Adonde también hay cipro y nardo con los demás árboles olorosos. Y pone un gran número de ellos, de arte que viene a ser un deleitoso jardín el cual pinta. Y tal dice que es su Esposa; tal su belleza y gracia; toda ella y por todas partes y en todas sus cosas, graciosa, amable y alindada, como es el jardín a que la compara; que ni hay en él parte desaprovechada ni por cultivar que no lleve algún árbol o yerba que la hermosee; ni de los árboles o yerbas que tiene, hay alguna que no sea de grande deleite y provecho, como diremos de cada una.

Que, según la verdad del espíritu, es mucho de advertir que en el justo y en la virtud están juntos provecho y deleite y alegría con todos los demás bienes, sin haber cosa que no sea de utilidad y valor; y que no sólo tiene y produce fruto que deleite el gusto y con que deleite su vista, sino también posee de hojas y olor de la buena fama con que recree y sirva al bien de su prójimo. Como lo declara maravillosamente el real profeta David en el primer salmo, adonde dice del justo que es como el árbol plantado en las corrientes de las aguas, que da fruto a su tiempo, que está siempre verde y fresco, sin secarse jamás la hoja. Y señaladamente es de advertir que todos estos árboles de que hace mención son de hermosa vista y excelente olor; por lo cual queda confundido el desatino de los que dicen que las ceremonias y obras exteriores no son necesarias con la fe, porque lo son mucho para la salud del alma del justo, con la fe que está escondida en ella y es gran disparate no hacer mucho caso de las buenas y loables obras y muestras de fuera, que son las hojas y el olor que edifica a los circunstantes.

Cipro. Dioscórides en el capítulo 41 del libro primero pone dos maneras de él: uno que se trae de la India oriental, es una raíz y semejante al jengibre, y de esto no se habla aquí. El otro, que es de quien aquí se hace mención, es un género de junco de alto dos codos, cuadrado o triangulado, que a la raíz tiene unas hojas largas y delgadas, y en lo alto hace una mazorca llena de menuda flor, y es aromático y de grandes provechos; críase junto a lagunas y lugares húmedos, y señaladamente se crían en Siria y en Cilicia, y en español llaman «juncia de olor» o «avellanado», y en latín iuncus odoratus.

Nardo; yerba es por el semejante olorosa y provechosa, de ella hay algunas diferencias; y una de ellas se da muy bien en Siria y Palestina, según dice Dioscórides. En España en algunas partes se llaman azúmbar.

Canela y cinamomo. Canela es lo que los griegos llaman casia. Galeno dice que el cinamomo tiene una suavidad de olor que no se puede explicar; y es cosa cierta que el cinamomo es una cosa más delicada en sabor y olor, y de más precio que la casia, aunque se parecen en muchas cosas; y lo uno y lo otro se trae hoy día de la India de Portugal, y según parece son diferencias de canela, mejor y más buena.

En el original hebreo, donde yo volví canela dice kaneh, que algunos trasladan calamus aromaticus, que es otra yerba diferente de la casia y del cinamomo, como parece por Dioscórides y por Plinio, que se da en Siria, semejante algo a la juncia de olor; que es más olorosa que ella, y, quebrada, no se troza, sino levanta astillas. El cinamomo que puse está en hebreo kinamón, que los doctores de la lengua dicen que es cinamomo.

Mirra tómase aquí por el árbol de donde se saca, del cual dice Plinio, es alto de cinco codos y algo espinoso, y herida su corteza destila de él una gota a quien se da el nombre del mismo árbol. Sándalo está en hebreo jalot, por donde algunos traducen áloe o acíbar, llevados del sonido de la voz; en lo cual se engañan grandísimamente, porque el acíbar no se cuenta entre los árboles, sino entre las plantas, y es una planta pequeña de un tronco y de una raíz y de las hojas gruesas, por lo cual otros traducen sándalo, que es un árbol hermoso y de buen olor y viene mejor con el intento de la Esposa que es hacer mención de todas las plantas olorosas y preciadas que suelen más hermosear un jardín muy gentil. Y así dice: Con todos los demás preciados olores.

Fuente de huertos. Había comparado el Esposo a su querida Esposa, no sólo a un lindo huerto, sino también a una pura y guardada fuente. Declara agora más esto segundo, especificando más las calidades de aquella fuente, y dice fuente de huertos; esto es, tan abundante y copiosa que de ella se saca por acequia agua para regar los huertos. Pozo de aguas vivas, esto es, no encharcado, sino que perpetuamente manan sin faltar jamás. Que corren del monte Líbano, que, como habemos dicho, es monte de grandes y lindas arboledas frescas, y muy nombrado en la Escritura; para que de esto se entienda que es muy dulce y muy delgada el agua de esta fuente de que habla, pues nace y corre por tales mineros.

Con lo cual queda pintada una fuente con todas sus buenas cualidades, de mucha agua, muy pura, muy sosegada, muy fresca y muy sabrosa, que jamás desfallece; para que de la lindeza de la fuente del jardín entendamos la extremada gentileza de la Esposa, que es como un jardín y una fuente.

16. ¡Sus, cierzo, y ven, ábrego!

Esto es un apóstrofe y vuelta poética muy graciosa, en la cual el Esposo, habiendo hecho mención y pintura de un tan hermoso jardín, como habemos visto, prosiguiendo en el mismo calor de decir, vuelve su plática a los vientos, cierzo y ábrego, pidiéndoles al uno que se vaya y no dañe y en este su lindo huerto; y al otro que venga y con su soplo templado y apacible lo recree y le mejore, y ayude a que broten las plantas que hay en él; que es bendecir a su Esposa y desear su felicidad y prosperidad. Lo cual es muy natural cuando se ve o se pinta con afición y palabras una cosa.

Según el espíritu, significa hacer Dios que cesen los tiempos ásperos y de tribulación, que encogen y como que marchitan la virtud, y enviar el temporal templado y blando de su gracia, en que las virtudes, que tienen raíces en el alma, suelen brotar en público para olor y buen ejemplo y provecho de sus próximos. Y así el Esposo, en diciendo que su Esposa es un jardín, añade y dice luego: «¡Ay! Dios me guarde el mi lindo jardín de malos vientos; y el amparo del cielo me lo favorezca, y no vea yo el rigor y el aspereza del cierzo»; que, como se ve, es un viento dañosísimo, y que por esta causa y por su demasiado rigor abrasa y quema los jardines y huertos. «Venga el ábrego, y sople en este huerto mío con airecito templado y suave, para que con el calor despierte el olor, y con el movimiento se lleve y derrame por mil partes, por manera que gocen todos de su suavidad y deleite». Y esta bendición es dicha así y muy graciosamente, por irse conforme a la naturaleza del huerto, de que se habla. Porque es regla que, cuando bendecimos o maldecimos, o aborrecemos alguna persona o cosa, la tal maldición o bendición ha de ser conforme a su oficio o naturaleza de la cosa. Conforme lo hizo David en aquella lamentación sobre la muerte de Saúl diciendo: «¡Oh montes de Gelboé!, estériles seáis sin ningún fruto ni planta; privados del beneficio del cielo, que ni rocío ni agua descienda sobre vosotros».





Indice Siguiente