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1906


Cingor Apollinea victricia tempora lauro
   Et sensi exsequias funeris Ipse mei.
Decursusque virum notox mihi donaque regum;
   Cunctaque per titulus oppida lecta suos;
Et quo me officcio portaverit illa iuventus,
    Quae fuit ante meum tam generosa torum;
Denique laudari sacrato Caeseris ore
   Emerui lacrimas elicuique Deo.
Ovidio.                






- I -

   «¡Oh, captain! Oh, my captain!», clamaba Whitman.
¡Oh! gran Capitán de un mundo  10
nuevo y radiante, yo qué diría
sino «¡mi General!» en un grito profundo
¡que hiciera estremecerse las ráfagas del día!

    Gran Capitán de acero y oro,
gran General que amaste en la acción y el sueño  15
de Psiquis el decoro,
el único tesoro
que en Dios agranda el átomo de este mundo pequeño.
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- II -

    A la sabia y divina Themis
colocaron las Parcas, según Píndaro,  20
en un carro de oro para ir hacia el Olimpo.
Que las tres viejas misteriosas
hayan parado en un momento
-el instante de un pensamiento-
el trabajo continuo de sus manos,  25
cuando, de un lauro y una palma
precedida, ha pasado el alma
de Aquel que los americanos
miraron hace tiempo trasladado y fundido
en el metal que vence la herrumbre del olvido.  30
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- III -

    Es de todos los puntos de nuestra tierra ardiente
que brota hoy de los vibrantes pechos
voz orgullosa o reverente
para el que siendo un alma de todo un continente,
defendió, Cincinato sabio y Catón prudente,  35
todas las libertades y todos los derechos.

   Pues él era el varón continental. Y era
el amado Patriarca continental. ¡Patriarca
que conservó en sus nobles canas la primavera,
que soportó la tempestad más dura,  40
y a quien una paloma llevó una rosa al arca,
rosa de porvenir, rosa divina,
rosa que dice el alba de América futura,
de la América nuestra de la sangre latina!
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- IV -

    Jamás se vieron una lealtad mayor  45
que la del León italiano
al amigo de América que amó en fraterno amor.
¡De Garibaldi y Mitre las dos diestras hermanas
sembraron la simiente de encinas italianas
y argentinas que hoy llenan la tierra de rumor!  50
A ambos cubrió la gran sombra del Dante,
y en el Dante se amaron. En el vasto crisol
se encontraron un día dos almas de diamante
hechas de libertad y nutridas de sol.


- V -

    ¡Cóndor, tú reconoces esos sagrados restos!  55
¡Oh, tempestad andina, tú sabes quién es él!
Doncellas de las pampas, rellenad vuestros cestos
de las más frescas flores y de hojas de laurel.

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- VI -

    De las fechas de púrpura de la Historia Argentina,
del fulgor de sus glorias, de su guerrero horror,  60
de todo ello se enciende tu apoteosis divina
hecha de patrio fuego y universal amor.

   Cristal y bronce el verbo y de cristal tu idea,
tuviste el equilibrio que mantiene en sí mismo,
y ajeno a los halagos de la nocturna Dea,  65
subiste a las alturas sin miedo del abismo.

   «Los dioses y los hombres tienen un mismo origen»,
dice el lírico. Y sabe que el orbe entero gira
por las manos supremas que un plan supremo rigen
como los sacros dedos el alma de la lira.  70
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    Cuando hay hombres que tienen el divino elemento
y les vemos en cantos o en obras traspasar
los límites de la hora, los límites del viento,
los reinos de la tierra, los imperios del mar,

   ¡sepamos que son hechos de una carne más pura;  75
   sepamos que son dueños de altas cosas, y los
que encargados del acto de una ciencia futura
tienen que darle cuenta de los siglos a Dios!


- VII -

    De la magnífica marea
hecha de sombra, hecha de idea,  80
que sube del mar popular,
asciende a tus conquistas sumas
el perfume de las espumas
de ese inmenso y terrible mar.
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    Pues tu pueblo te ama, austero  85
y pensativo caballero
que hiciste del deber tu cruz,
y a quien el arcángel ardiente
de la guerra besó en la frente
dejando una estrella de luz.  90

    ¡Cuántas veces tu diestra augusta,
cuántas tu palabra robusta
conjurara la tempestad!
¡Cuántas salvaste la bandera,
y cuántas la Argentina fuera  95
por ti sacra a la Humanidad!

    ¡Cuántas evitaste los llantos,
la triste faz, los negros mantos
y el morder las manos de horror!
¡Cuántas con tus acentos grandes  100
apartaste sobre los Andes
nubes de trueno y de dolor!
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- VIII -

    ¡Ilustre abuelo!, partes, pero
cuando contempla el orbe entero
la obra en que hiciste tanto tú,  105
¡triunfo civil sobre las almas,
el progreso llena de palmas,
la libertad sobre el ombú!

    Tu gloria crece y se ilumina
en la República Argentina  110
con una enorme luz de sol,
y tu idea en el continente
ha derramado su simiente
en donde se habla el español.

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    Lleno de cívico decoro  115
y limpio de odio y de oro
hacia la eternidad te vas,
como un jefe amado y amante,
con las banderas por delante
y las bendiciones detrás.  120

    ¡Oh, Capitán! ¡Oh, General!;
jefe sereno e inmortal
que hacia la sombra te encaminas,
recibe el voto de los nobles
y la inclinación de los robles  125
y el saludo de las encinas.


- IX -

    Belgrano te saluda y San Martín y el mundo
americano. El alma latina te decora
con la palma que anuncia el porvenir fecundo,
y una guirnalda fresca y blanca, color de aurora.  130
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    Pues tú fuiste aquel fuerte que se reposó un día
después de los horrores terribles de la guerra,
hallando en los amores de la santa Armonía
la esencia más preciosa del zumo de la tierra.

    En el dintel de Horacio y en la dantesca sombra,  135
te vieron las atentas generaciones, alto,
fiel al divino origen del Dios que no se nombra,
desentrañando en oro y esculpiendo en basalto.

   Y para mí, Maestro, tu vasta gloria es ésa:
amar los hechos fugaces de la hora,  140
sobre la ciencia a ciegas, sobre la historia espesa,
la eterna Poesía más clara que la aurora.
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    Cuando, cual los centauros de metopas y estampas,
ibas en un revuelo de tempestad marcial,
bravo generalísimo, jinete de las pampas,  145
envuelto ya en el alba de un futuro real,

    quizás te acompañaba, junto al corcel guerrero,
la musa de tus años en flor; quizás entonces
pensabas en los épicos hexámetros de Homero,
sublimes como mármoles y eternos como bronces.  150

    Y luego ya en tus horas de Néstor Argentino,
sintiendo en ti la fuerza que las edades doma,
te acompañaba el soplo del rudo Gibelino
y Flacco te traía sus músicas de Roma.
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    Supiste que en el mundo los odios, la mentira,  155
los celos, las crueles insidias, los espantos,
se esfuman ante el alma celeste de la Lira
cine puebla el universo de estrellas y de cantos.

   ¡Gloria a ti sobre el sistro antiguo y sobre el parche
que ha sonado con duelo a tu fúnebre paso!  160
¡Gloria sobre el ejército que en lo futuro marche
con los ojos en ti como en el sol sin ocaso!

    ¡Gloria a ti que a Catón y a Marco Aurelio hubiste
rimando versos que eran siempre de cosas puras,
pues las Gracias brindaron a tu espíritu, triste  165
de pensar, los diamantes de sus minas obscuras!

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    ¡Gloria a ti que en tu tierra, fragante como un nido,
rumorosa como una colmena y agitada
como un mar, ofrendaste, vencedor del olvido,
paladín y poeta, un lauro y una espada!  170

    ¡Gloria a ti, pensativo de los grandes momentos,
para traer el triunfo del instante oportuno,
o cuando hechos relámpagos iban tus pensamientos
vibrando en tus vibrantes arengas de tribuno!

    ¡Ya tu imagen el útil del estatuario copia;  175
ya el porvenir te nimba con un eterno rayo;
las líricas victorias vierten su cornucopia,
la Fama el clarín alza que dora el sol de Mayo!
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    ¡Gloria a ti que, provecto como el destino plugo,
la ancianidad tuviste más límpida y más bella;  180
tu enorme catafalco fuera el de Víctor Hugo,
si hubiera en Buenos Aires un Arco de la Estrella!


- X -

    ¡Descansa en paz...! Mas no, no descanses. Prosiga
tu alma su obra de luz desde la eternidad,
y guíe a nuestros pueblos tu inspiración, amiga  185
de lo bello y lo justo, del Bien y la Verdad.

    ¡Tu presencia abolida, que crezca tu memoria,
alce tu monumento su augusta majestad;
y que tu obra, tu nombre, tu prestigio, tu gloria,
sean, como la América, para la Humanidad!  190