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ArribaAbajoDe los ex votos

A AQUELLAS QUE ALGUNA VEZ AMÁRAMOS, A LA SORDINA «PIANÍSSIMO», EN LLAVE DE «FLIRT».


Utameris, amabilis esto.
OVIDIO. -Art Amat, II, 107.
               



ArribaAbajoRosa ígnea



    Su alma era la rosa de un jardín encantado,
las auras de los cielos la oreaban al pasar,
vírgenes misteriosas de rostro enmascarado,
con ojos incendiarios solíanla admirar.

   En las noches azules, bajo el palio estrellado,
un ruiseñor la daba su lírico cantar;
y en las albas doradas el lucero nevado
imprimía en su boca sus labios de azahar.

   Mas, una noche blanca y tibia como ninguna,
en que la roja rosa sonreía a la luna
dulcemente arrullada por su fiel ruiseñor

   Una chispa de fuego ¡ay! cayó en su nectario,
y cual la brasa ardiente de un místico incensario
desde entonces la rosa se consume de amor.




ArribaAbajoSuele turbar...



    Suele turbar su místico sosiego
una visión de amores, soberana,
cuyas pupilas de sidéreo fuego
y cuyos labios de risueña grana

   Aún le hacen revivir, con sobrehumana
videncia, aquel como episodio griego,
que su impetuosa juventud lejana
colmó en un mutuo y delirante ruego.

   A veces la visión es tan jocunda
que un sudor espasmódico le inunda,
y el alma le agoniza de placer;

   Así reina el Amor en su memoria,
mas él suele decir con vanagloria
que lo que más desdeña es la Mujer.




ArribaAbajoMaguer de tantos labios



    Maguer de tantos labios que he besado
de blancas rosas, crisantemas de oro,
mi amor llega hasta ti, puro y sonoro
como un champagne bullente y perfumado.

   Pues fueron sus idilios del pasado
como filtros de Angélica a Medoro,
crisoles de experiencia, en que el tesoro
del alma, se ha fundido y sublimado.

   Hoy, el vino glorioso de mis viñas
sonríe en las miradas de las niñas
de tus pupilas, ebrias de pasión.

   Mañana, si eres comprensiva y buena,
como en la copa pectoral de Helena
en la tuya pondré mi corazón.

   Y juntos gustaremos la excelencia
del vino del Placer y de la Ciencia.




ArribaAbajo¡Oh, lírica Eleonora...!



    En la mórbida y leda tristeza vespertina
haz despertar el piano de su silencio grave
y en un gentil preludio, divinamente suave
vibre tu voz magnética cual una aura divina.

   Modula el aria aquella del sacro Palestrina,
póstuma y mecedora, que ya ninguno sabe;
y esfuérzate ¡oh canora! porque tu canto acabe
como una serenata que pasa en la neblina.

   Quiero rociar con lágrimas mi adolescencia ida,
quiero dar por tus labios mi adiós de despedida
mi adiós a mis veinte años, para jamás mi adiós;

   Y junto con la onda postrer de la armonía
besar tu blanca frente de lucero del día
¡oh lírica Eleonora, consolatriz de Nos!




ArribaAbajoComo una copa llena...



    Después, conversaremos mientras la noche avanza,
verterás tus ensueños en mi desolación,
cabe mis desalientos izarás tu esperanza
y sobre el alma enferma pondrás tu compasión.

   Dirás las plenitudes de tu áurea venturanza
como una Sulamita, junto a mi corazón;
y harás porque reviva, al sol de tu alabanza
la zarza hecha ceniza de mi última ilusión.

   Yo evocaré entretanto mi vida solitaria,
la eterna trashumancia, la fiebre visionaria,
la flagelante angustia del Mazzepa genial.

   Y otra vez, en la dulce tristeza vespertina,
haré que me embriague tu garganta divina
como una copa llena de néctar musical.




ArribaAbajoPrerrafaelista



    Loreley, Loreley, mi eximia vecinita,
pálida como un novi-lunio crepuscular;
tu frente es un poema, tu boca una fresita,
y el fuego de tus ojos me suele hacer soñar.

   ¿Sabes? me hechiza verte, bizarra y exquisita
con tu peinado arcaico -gloria del boulevar-
como una deliciosa visión prerrafaelita,
erguido el busto artístico, felino el noble andar.

   Tu cuerpo es una rítmica ánfora de ambrosía
que un gay felice orfebre moldeara cierto día
para que contuviera tu adolescencia en flor.

   ¡Y ya quien sabe cuantas ternuras transitorias
han puesto en el exergo genial de tus memorias
so cada nueva efigie, el ¡Vincit! del Amor!




ArribaAbajoAffiche



    Yo la vi sonreír veladamente
-una tarde al pasar-, en su balcón,
y esgrimir su bizarro «impertinente»
con una deliciosa distinción.

   Otra vez, yo la vi, coquetamente
insinuar su alevosa seducción,
modelando sus formas de serpiente
desde los regios flancos al talón.

   Y desde entonces su triunfal silueta
de Tentadora, picaresca y maja,
cruza por mis insomnios de poeta

   Como una evocación de la Regencia;
con su perfil artístico de alhaja
y el «chic» de su adorable impertinencia!




ArribaAbajoFeliz



    Feliz el conquistador
que con arte sorprendente
merezca el regio presente
de tu glorioso impudor.

   Feliz el sabio en amor
cuya elocuencia vehemente
cubra el mármol de tu frente
de un insólito rubor.

   Feliz aquel que algún día
susurre en tu oído: «¡mía!»
con indecible emoción;

   Aquel que unido a tu suerte,
surque la Vida y la Muerte
corazón con corazón.




ArribaAbajoA Salomé



    Recuerdas, cuando ensayabas
la «Sapho» de Massenett,
y después, cuando danzabas
para mí solo, el minuet?

   Recuerdas, cuando rociabas
de besos la rosa té,
en tanto que me mirabas
con ojos ebrios de fe?

   ¿Recuerdas el tiempo aquel,
las lecturas del «Ariel»
de Schelley en tu «boudoir»,

   El coloquio largo y solo
como Francesca y Paolo
en el dantesco Cantar?

   ¿Recuerdas el tiempo aquel,
oh blonda, como la miel?




ArribaAbajoMacabra



    En lo hondo del corazón
hay una estancia cerrada
de cuyo rojo aldabón
pende una cinta enlutada.

   Yace allí la efigie helada
de mi última pasión,
en su féretro velada
con un sombrío crespón.

   Y Ella, sin saber nada,
ni ver la cinta enlutada
que anuncia su defunción

   Suele golpear, inocente,
en esa capilla ardiente
que tengo en mi corazón!




ArribaAbajoComo solías tú...



    Desperteme obsedido
   por una sombra azul
que me hablaba al oído,
   cómo solías tú...

Llovía suavemente,
   y en la noche sin luz
sentí besar mi frente,
   como solías tú...

¡Oh! que ansiedad más loca,
   que inefable inquietud,
cuando sorbió mi boca
   como solías tú...

Cuando se echó en mi lecho
   y me clavó en su cruz,
y me adurmió en su pecho
   como solías tú...




ArribaAbajoÉl no quería pedir



    Él no quería pedir
nada al Dios desconocido,

   Ni siquiera un elixir
de amor, ambición u olvido.

   Poco dábale el vivir
como hasta entonce aburrido,

   Menos dábale el morir
pues nada le era querido.

   ¿Quizás habría nacido
con el don de no sentir?

   ¿Quizá le habría perdido
en un supremo sufrir,

    Bajo el arco de Cupido
o en un Leteo de Ofir?

   Yo lo que puedo decir
es que vivía aburrido;

   Y que solía reír
de sí, con doble sentido...

   Mas, no quería pedir
nada, al Dios desconocido!




ArribaAbajoAnímula mística



    Remembranzas penserosas
de un ensueño irrealizado,
como pétalos de rosas
que los soles han quemado.

   Incierta melancolía
de un hondo dolor sufrido,
que prolonga su agonía
como un pájaro en su nido.

   Nube rósea, peregrina
de un cariño que se aleja,
y en la napa cristalina
de su origen se refleja.

   Soñación crepuscular
junto al río mecedor
que se encamina a la mar,
como la vida al dolor.

   Mirada última y vaga
de una agónica ilusión
que busca, como una daga
la vaina del corazón.

   Poesía del pinar
grave, triste, suave y fluida,
que dice el viento al pasar
como un eco de la Vida.

   Onda de oro, sol inmenso
de la potencia creadora,
que al porvenir da su incienso,
y a las cegueras su aurora.

   Mancas aves, manos finas
que en los teclados erraron,
despertando peregrinas,
los arpegios que inspiraron.

   Postrer sonrisa grabada
en la boca de una muerta,
como una joya olvidada
en el dintel de una puerta.

   Frágiles ramos de encantos
que la juventud tejió,
y marchitaron los llantos,
y la vejez deshojó.

   Áureos astros redivivos
de un firmamento moral,
en el cerebro cautivos
como un tesoro irreal.

   Afanes indefinibles
de ambición y de ternura:
cuanto humea de imposibles
la pipa de la Locura.

   Rojo cráter, brasa bella
de un entusiasmo fecundo,
que al llamear cual una estrella
rayo a rayo alumbra el Mundo.

   Aroma de flor marchita
dentro de un libro vedado,
que en memoria de una cita
conservan los que han amado.

   ¡Oh la ardiente persuasión
de unos labios miel y grana,
que en un beso de pasión
colman la música humana!

   Oh, quejas del goce breve
que el alma al destino lanza,
a trueque de hebras de nieve
de náusea y desesperanza.

   ¡Oh, que grato es expresar
a algunas el propio duelo,
como los tumbos del mar
a las estrellas del cielo!

   Y cuan la pasión es loca,
débil, la Naturaleza,
cuando se ofrece una boca,
y se entrega una belleza.

   ¡Ah! de tu ensueño, te ruego
no bajes, lograrlo abisma;
haz cual la brasa de fuego
que se consume a sí misma.

   Pues tras la delicia vaga
vendrá la desilusión,
y el asco, como una daga
¡te partirá el corazón!




ArribaAbajoComo inmortales faros



    Aunque cierre los ojos te ve mi fantasía,
aunque me hunda en la noche no te puedo olvidar,
¡Oh lirio inmarcesible, visión de poesía!
¡Oh sombra de mi sombra, soñar de mi soñar!

   Como inmortales faros velan la vida mía
tus ojos que atesoran toda la luz del día
los cambiantes del iris y el misterio del mar.

   ¡Oh inmarcesible lirio, visión de poesía,
aunque cierre los ojos te ve mi fantasía,
y aunque me hunda en la noche no le puedo olvidar!




ArribaAbajoEpístola Sentimental




I

    Si tú me comprendieras
   yo te amaría
con un encanto lleno
   de poesía.

Te haría versos suaves,
   y rimas bellas
cual los juegos de luces
   de las estrellas.

Y gallardos poemas
   de apoteosis,
en las horas geniales
   de mis neurosis.

Grabaría en mi numen
   tu faz querida
cual lucero del alba
   de mi otra vida.

Soñaría en mirarme
   constantemente,
en las flores que alumbran
   bajo tu frente.


II

Pondría con la gracia
   volátil de Banville
en tu alma, como gema,
   el mío y tu perfil.

Un gozoso consorcio
   de extra natura
sería el de mi Ingenio
   con tu Hermosura.

¡Qué emoción de emociones
   me embargaría,
al oír en tus labios
   mi poesía.

¡Qué silencios más llenos
   de dulces cosas!
¡Qué embriagueces de triunfo
   maravillosas!

Reclinada en mi pecho
   de amante Asís,
besaría tus sienes
   de flor de lis.

Tu fluvial cabellera
   tenebrosa y alada,
tu frente de Quimera
   y tu boca encarnada.

En mi diestra de nieve
   tus dos manos de rosa,
opreso el talle breve
   como una mariposa.


III

Iríamos sonrientes
   por la playa sonora
en los rojos ponientes
   y al dorar de la aurora.

Erraríamos lentos,
   los ojos soñadores
llenos de pensamientos,
   y el corazón, de amores.

La multitud celosa
   nos vería pasar;
pareja más dichosa
   no se podría hallar.

Como un orfebre regio,
   mago del Gay Saber,
haría un florilegio
   de tu alma de mujer.

En mi reino ensueñado
    de cenobiarca
tú serías la Laura
   y yo el Petrarca.

Como en la copa aquella
   del mágico Graal
en tu beldad de estrella
   pondría mi Ideal.

Serías casta o lúbrica,
   según mi inspiración;
llevarías mi rúbrica
   sobre tu corazón.

Reflejarías todo
   cuanto quisieras
con mi auténtico modo
   sin que supieras.

Como liana de seda
   entirsarías
mi existencia socrática.
Con tus brazos de Leda
tu sonrisa lunática,
y las sierpes sombrías
de tu testa selvática.

Tal serías mimosa,
exquisita preciosa,
por mi amor transformada;
con tus manos de rosa
tu carita nivosa
y tu boca encarnada.




ArribaAbajoAl mar del Plata



    ¡Feliz, oh mar del Plata! que has logrado
lo que jamás pudieron mis anhelos:
verla acudir a la primera cita
y desnudarse al borde de tu lecho.

   Feliz, rival amigo que has logrado
mecerla en tu columpio gigantesco,
y besar, con el ritmo de tu oleaje,
las ondas voluptuosas de sus senos.

   Feliz, triunfal sultán que has circundado
de nupciales espumas sus cabellos,
y has puesto el ceñidor de tus caricias
a la estatua flotante de su cuerpo.

   Yo sé de un mar interno y solitario
más grande que el más grande de los piélagos,
más puro más azul y más profundo
donde Ella nunca mecerá sus sueños!




ArribaAbajoEn silencio...



    Suele recordar a veces
haber sido en otro tiempo
cantor de elegías de oro
y penserosos allegros.

   Suele también escuchar
en boca de compañeros,
romances que dicen suyos
y a él le saben a ajenos.

   Pues que narran tales cosas
como jamás se sintieron,
y describen ígneas ansias
más absurdas que el Infierno.

   Todo ello en ritmos bizarros
muy ingeniosos, muy bellos,
con imágenes felices
y egregios refinamientos.

   Pero vacíos de alma
ausentes de sentimiento,
como toques de campanas
tañendo a boda o a entierro.

   Y él se dice a sí mismo
cuando recitan sus versos
en presencia de la dama
lilial de sus pensamientos:

   «¡Poesía, Poesía,
Santa Cecilia del Verbo
bajo cuyas manos canta
el armónium del Ensueño;

   ¡Oh madona de los éxtasis!
Arpa eolia del deseo,
en cuyas cuerdas palpita
el alma del Universo;

   Sé buena con tu hijo pródigo,
perdona sus vanos yerros,
haz que merezca tu gracia
su grande arrepentimiento.

   Ya que el dulce sagitario
del Amor llegó de nuevo,
-con flechas iridescentes
a asaetear certero,

   Al nostálgico aguilucho
torvo, nómade y sangriento
que al nacer aprisionaron
en la jaula de mi pecho-;

   ¡Oh, madona de los éxtasis
Santa Cecilia del Verbo,
haz que para siempre olvide
las ficciones de otros tiempos!

   Haz, que el pobre desterrado
de los espacios inmensos,
de las nevadas montañas
y los azules océanos,

   Demuestre a su predilecta,
en la jaula de mi pecho
como un ciego, sordo y mudo
sus amores, en silencio...




ArribaAbajoNunca más...




    Aquella noche de bodas
   en tu soberbia mansión
tus amigas fueron todas,
   tus amigos..., menos yo.

Deslumbrarían las gemas
   de tu tocado falaz,
y el nimbo de blancas yemas,
   y el regio velo nupcial.

Palpitarían las pomas
   pectorales de tu ser,
como dos blancas palomas,
   por algo que no diré...

Alguna angustia inefable
   acaso te poseyó,
cuando el dómine impecable,
   echoles su bendición.

Ningún estremecimiento
   quizá se te percibió;
pero allá en tu pensamiento...
   pero allá en tu corazón...

Sonreirías sirenaica
   mintiendo un aire feliz
como una vestal arcaica,
   elegida entre diez mil.

Deslumbrarían las gemas
    de tu tocado falaz,
y el nimbo de blancas yemas,
   y el regio velo nupcial.


II

Aquella noche de bodas
   en tu soberbia mansión
tus amigas fueron todas,
   tus amigos..., menos yo.

Ha poco, nos encontramos,
   ¿no recuerdas dónde fue?
Apenas nos saludamos,
   tú muy grave, yo también.

Después..., pasaron los meses
   sin volvernos a encontrar;
yo pensaba muchas veces:
   ¿Nos veremos? ¿Nunca más?

¿Nunca más? ¡Qué desenlace
   de una tal intimidad!
Y me mordía la frase
   como a Poe: ¡NUNCA MÁS!

Oh, que sufrir tan profundo
   con el recuerdo fatal,
preguntando a todo el mundo
   como un niño: ¿NUNCA MÁS?

Y algunos que comprendían
   de mi alma la ansiedad,
en secreto me decían:
   «Ella le ama», «búsquela».

Pero los más se alegraban
   con una risa jovial,
y como el cuervo exclamaban:
   «Caballero: ¡NUNCA MÁS!».

Y las sombras de la noche,
   y las brisas de la mar,
y las cosas familiares,
   repetían: ¡NUNCA MÁS!

«Nunca más», me perseguía
   por doquiera, sin cesar;
hasta en sueños siempre oía
   como un loco, el ¡NUNCA MÁS!

¡Cuántas veces desolado,
   disparábame al azar,
como huyendo del malvado,
   del horrible: ¡NUNCA MÁS!

Y aquella que no se nombra
   complacíase en mi mal,
pues su sombra era mi sombra
   que evocaba el ¡NUNCA MÁS!


III

Hasta que un día cansado
   de tan horrible obsesión,
di en pasar, embozado
   por la calle de mi amor.

Y al ver la casa cerrada
   y enlutado su aldabón,
tuve una corazonada
   al pensar: ¿cuál de los dos?

¿Cuál de los dos? y subí
   ebrio de un afán atroz;
si era Él ¡qué frenesí!
   si era Ella ¡qué dolor!

Y cuando le vi tendido,
   con su lividez mortal,
por tres veces al oído
   susurrele el ¡NUNCA MÁS!

Y cuándo toda enlutada,
   ella al fin dejose ver,
y con su doble mirada
   arrodillose a mis pies;

Yo, sin saber lo que hacía
   o sabiéndolo quizá,
repetí como solía:
   ¡¡Nunca nunca, nunca más!!




ArribaAbajoEl lujo

(DE J. M. GUYAU)



    Entró al anochecer; le traía las joyas
que Ella ansiaba lucir. Puso en la carne viva
del brazo el brazalete, y sobre sus cabellos
la regia «aigrette» zafírea de cabrilleos lilas.

   Los ojos de la bella florecientes de goce
como dulces zafiros radiaban sin cesar;
y ostentaba -entreabriendo su corpiño de seda-
enroscado el collar de perlas de Ceylán.

   Mirose en el espejo cual nunca embellecida,
cambiando de actitud, riendo como loca;
y tactando el estuche decía: «¡Qué locura!»
y sus ojos pedían el precio de las joyas.

   Pues en tales objetos la belleza y el precio
van al par. Él callaba; por la abierta ventana
subían del camino los múltiples murmullos
de la ciudad fabril y la labor humana.

   Exhaustos hombres rudos jadeaban en las fraguas,
algunos albañiles oscilando en los aires
subían una escala. Y siempre en su garganta
las perlas cabrilleaban cual ondas de los mares.

   Él, con su pulcra diestra mostrole un pobre hombre
que encorvado subía llevando en sus espaldas
una piedra: «¡Observa! agotará su vida
esclavo, sin ganar el precio de esta alhaja».

   Ella tembló de orgullo. Y pareció más bella
sonriendo bajo el nimbo de suave resplandor;
¿y quién, por la sonrisa de sus labios, no hubiera
vertido a manos llenas el oro y el sudor?

   Un capricho de niña la poseyó en la noche:
no quiso desprenderse del mágico collar
ni el áureo brazalete. Con su regio tocado
felice adormeciose. Y comenzó a soñar.

   ¡Qué sueño tan extraño el sueño de la bella!
Todas sus joyas ígneas quemaban, y en su pecho
las perlas se agitaban a modo de aguas-vivas;
y el brazalete de oro le estrangulaba el hueso.

   De pronto hacia la patria remota de sus piedras
viose en un loco vuelo febril arrebatada;
primero fue la blanca crepuscular Siberia,
bajo el knout gemían innumerables parias.

   Sus doloridos dedos desenterraban algo,
era el triunfal zafiro en sus cabellos riente...
Luego cambiaba todo; el mar so el claro cielo
rodaba sus oleajes llenos del sol de Oriente.

   Un hombre se inclinaba en las purpúreas aguas,
y del inmenso mar se hundía en lo profundo;
y cuando le sacaron la sangre le inundaba
la faz, y bajo el sol jadeaba moribundo.

   Y apercibió la bella, entre sus yertas manos,
la perla del collar que en su cuello lucía...;
y en su terrible sueño, los tumbos del oleaje,
mezclábanse a los ayes del hombre que moría.

   Después, fue un sordo y lúgubre ascensional murmullo
la voz de todo un pueblo hambriento y desolado
que por satisfacer la gula de sus dueños
en una ciega empresa se aniquilaba en vano.

   «¡Ah! si nos fuera dado fecundizar la tierra;
producir laborando, sudando cosechar;
mas nuestro esfuerzo estéril acrece la miseria
pues en vez de nutrirnos agrava nuestro mal.

   ¡Maldito sea el trabajo que análogo a la llama
devora nuestra vida y la esparce al azar;
maldito el lujo vano, las modas de las damas,
causas de nuestra eterna mortal necesidad!».

   Este clamor subía de innumerables pechos;
ella se despertó. Pálida, con sus manos
desabrochó el collar, le contempló en la sombra,
¡y creyó ver brillar llantos cristalizados!...