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Carta de Francisco Vázquez Coronado al Emperador,

dándole cuenta de la expedición a la Provincia de Quivira, y de la inexactitud de lo referido a fray Marcos de Niza, acerca de aquel país1


Francisco Vázquez Coronado





Su Cesárea Católica Majestad

A 20 de abril deste año, escribí a Vuestra Majestad, desta provincia de Tiguex, en respuesta de una letra de Vuestra Majestad, hecha en Madrid a 11 de junio del año pasado, y le di particular cuenta y razón desta jornada, quel virrey de la Nueva España me mandó hacer en nombre de Vuestra Majestad, a esta tierra que descubrió fray Marcos de Niza, provincial de la orden de Señor San Francisco, y de lo que es toda ella y de la calidad de la gente, como Vuestra Majestad lo habrá mandado ver por mis cartas. Y que entendiendo en la conquista y pacificación de los naturales desta provincia, ciertos indios, naturales de otras provincias, adelante destas, me habían dado relación, que en su tierra había muy mayores pueblos y casas mejores que las de los naturales desta tierra, y que había señores que los mandaban, y que se servían en vasijas de oro, y otras cosas de mucha grandeza. Y aunque, como a Vuestra Majestad escribí, por ser relación de indios y más por señas, no les di crédito hasta que por mis ojos lo viese, pareciéndome la relación muy grande y que importaba al servicio de Vuestra Majestad que se viese, me determiné con la gente que aquí tengo de illa a ver, y partí de esta provincia, a 23 del mes de abril pasado, por donde los indios nos quisieron guiar. Y a los nueve días que caminé, llegué a unos llanos tan grandes, que por donde yo los anduve no los hallé cabo, aunque caminé por ellos más de 300 leguas; y en ellos hallé tanta cantidad de vacas, de las que a Vuestra Majestad escribí que había en esta tierra, que numerallas es imposible, porque ningún día caminé por los llanos, hasta que volví donde las hallé, que las perdiese. Y a los 17 días de camino, topé una ranchería de indios, que andan con estas vacas, que los llaman querechos, los cuales no siembran, y comen la carne cruda y beben la sangre de las vacas que matan. Estos adoban los cueros, de las vacas, de que en esta tierra viste toda la gente della; tienen pabellones de cueros de vacas adobados y ensebados, muy bien hechos, donde se meten, y andan tras las vacas, mudándose con ellas; tienen perros, que cargan, en que llevan sus tiendas y palos y menudencias; es la gente más bien dispuesta que yo hasta hoy he visto en Indias. Estos no me supieron dar razón de la tierra a donde me llevaban los guías; y por donde me quisieron guiar, caminé otros cinco días, hasta llegar a unos llanos, tan sin seña como si estuviéramos engolfados en la mar, donde desatinaron, porque en todos ellos no hay una piedra, ni cuesta, ni árbol, ni mata, ni cosa que lo parezca; hay muchas y muy hermosas dehesas de buena yerba. Y estando perdidos en estos llanos, ciertos hombres de caballo, que salieron a caza de vacas, toparon unos indios, que también andaban a caza, los cuales son enemigos de los que topé en la rachería pasada, y otra nación de gente que se llaman los teyas, todos labrados los cuerpos y rostros, gente asimismo crecida, de muy buena disposición. También comen estos la carne cruda como los querechos; viven y andan por la misma manera que ellos con las vacas. Destos, tuve relación de la tierra donde me llevaban las guías, que era no como me habían dicho, porque estos me hicieron en ella las casas de paja y de cueros, y no de piedra y de altos, como me las hacían las guías que llevaba, y en ellas poca comida de maíz. Y con esta nueva recibí harta pena, por verme en aquellos llanos sin cabo; donde tuve harta necesidad de agua, y hartas veces la bebí, tan mala, que tenía más parte de cieno que de agua. Allí me confesaron los guías que, en sola la grandeza de las casas, no me habían dicho verdad, porque eran de paja; que en la muchedumbre de gente y otras cosas de policía, la decían. Y los teyas estaban contra esto. Y por esta división que había entre los unos indios y los otros, y, también porque ya había algunos días que mucha de la gente, que conmigo llevaba, no comían sino sólo carne, porque se les acabó el maíz que desta provincia sacamos, y porque desde donde topé estos teyas, hasta la tierra donde me llevaban las guías, me hacían más de cuarenta días de camino; aunque se me representó el trabajo y peligro que en la jornada habría por la falta de aguas y de maíz, me pareció, por ver si habría en qué servir a Vuestra Majestad, pasar adelante con solos treinta de caballo, hasta llegar a ver la tierra, por hacer verdadera relación a Vuestra Majestad de lo que en ella viese. Y envié toda la demás gente, que conmigo llevaba, a esta provincia, y por caudillo a don Tristán de Arellano; porque según la falta que habían de aguas, demás que habían de matar toros y vacas con que se sustentar, que no tenía otra comida, era imposible dejar de perecer mucha gente, si todos pasaran adelante. Y con solos los treinta de caballo, que tomé para mi compañía, caminé 42 días, después que dejé la gente, sustentándonos en todos ellos de sola la carne que matábamos de toros y vacas, a costa de algunos caballos que nos mataban, porque son, como he escrito a Vuestra Majestad, muy bravos y fieros animales; y pasando muchos días sin agua y guisando la comida con freza de vacas, porque no hay ningún género de leña en todo estos llanos, fuera de los arroyos y ríos, que hay bien pocos.

Plugo a Nuestro Señor que, al cabo de haber caminado por aquellos desiertos sesenta y siete días, llegué a la provincia que llaman Quivira, donde me llevaban las guías y me habían señalado casas de piedra y de muchos altos; y no sólo no las hay de piedra, sino de paja; pero la gente dellas es tan bárbara, como toda la que he visto y pasado hasta aquí, que no tienen mantas, ni algodón de que las hacer, sino cueros que adoban, de las vacas que matan, porque están poblados estrellas en un río bien grande. Comen la carne cruda, como los querechos y teyas. Son enemigos unos de otros, pero toda es gente de una manera; y estos de Quivira, hacen a los otros ventaja en las casas que tienen y en sembrar maíz. En esta provincia, de donde son naturales las guías que me llevaron, me recibieron de paz, y aunque cuando partí para allá me dijeron que en dos meses no la acababa de ver toda, no hay en ella, y en todo lo demás que yo vi y supe, más de veinticinco pueblos de calles de paja, los cuales dieron la obidiencia a Vuestra Majestad y se pusieron debajo de su Real señorío. La gente dellos es crecida y algunos indios hice medir y hallé que tenían diez palmos de estatura; las mujeres son de buena disposición, tienen los rostros más a imagen de moriscas, que de indias. Allí me dieron los naturales un pedazo de cobre, que un indio principal traía colgado del cuello; envíolo al visorrey de la Nueva España, porque no he visto en estas partes otro metal sino aquel y ciertos cascabeles de cobre que le envié y un poquito de metal que parecía oro, que no he sabido de dónde sale, mas de que creo que los indios que me le dieron le hubieron de los que yo aquí traigo de servicio, porque de otra parte yo no le puedo hallar el nascimiento, ni sé de dónde sea. La diversidad de lenguas que hay en esta sierra y haber tenido falta de quien los entienda, porque en cada pueblo hablan la suya, me ha hecho daño, porque me ha sido forzado enviar capitanes y gentes por muchas partes, para saber si en esta tierra habría donde Vuestra Majestad pudiese ser servido; y aunque con toda diligencia se ha buscado, no se ha hallado ni tenido relación de ningún poblado, sino es de estas provincias, que es harto poca cosa. La provincia de Quivira está de México novecientas y cincuenta leguas; por donde yo vine está en cuarenta grados. La tierra en sí es la más aparejada que se ha visto para darse en ella todas las cosas de España, porque demás de ser en sí gruesa y negra y tener muy buenas aguas de arroyos y fuentes y ríos, hallé todas las cosas de España y nueces y uvas dulces y muy buenas y moras. A los naturales de aquella provincia, y a los demás que he topado por do pasé, he hecho todo el buen tratamiento posible, conforme a lo que Vuestra Majestad tiene mandado; y en ninguna cosa han recibido agravio de mí ni de los que han andado en mi compañía. En esta provincia de Quivira me detuve veinticinco días, así por ver y pasear la tierra, como por haber relación si adelante había alguna cosa en que pudiese servir a Vuestra Majestad, porque las guías que llevaba me habían dado noticia de otras provincias adelante della. Y la que pude haber es, que no había oro ni otro metal en toda aquella tierra; y las demás, de que me dieron relación, no son sino pueblos pequeños; y en muchos dellos no siembran ni tienen casas sino de cueros y cañas, y andan mudándose con las vacas. Por manera, que la relación que me dieron fue falsa, porque me moviese a ir allá con toda la gente; creyendo que, por ser el camino de tantos desiertos y despoblados y falto de aguas, nos metieran en parte donde nuestros caballos y nosotros muriéramos de hambre. Y así lo confesaron las guías, y que por consejo y mandamiento de los naturales de estas provincias lo habían hecho. Y con esto, después de haber visto la tierra de Quivira, y habida la relación que arriba digo de lo de adelante, volví a esta provincia a poner recaudo en la gente que envié a ella y a hacer relación a Vuestra Majestad de lo que es aquella tierra, porque en viéndola escrebí a Vuestra Majestad que se la haría. Yo he hecho todo lo a mí posible por servir a Vuestra Majestad y descubrir tierra, donde Dios Nuestro Señor fuese servido y ampliado el Real Patrimonio de Vuestra Majestad, como su leal criado y vasallo; porque desde que llegue a la provincia de Cíbola, a donde el Visorrey de la Nueva España me envió en nombre de Vuestra Majestad, visto que no había ninguna cosa de las que fray Marcos dijo, he procurado descubrir esta tierra, ducientas leguas y más a la redonda de Cíbola, y lo mejor que he hallado es este río de Tiguex en que estoy y las poblaciones dél, que no son para poderlas poblar, porque demás de estar cuatrocientas leguas de la mar del Norte, y de la del Sur más de doscientas, donde no puede haber ninguna manera de trato, la tierra es tan fría, como a Vuestra Majestad tengo escrito, que parece imposible poderse pasar el invierno en ella, porque no hay leña ni ropa con que se puedan abrigar los hombres, sino cueros de que se visten los naturales, y algunas mantas de algodón, en poca cantidad. Yo envío al visorrey de la Nueva España relación de todo lo que he visto en las tierras que he andado; y porque don Gonzalo Pérez de Cárdenas va a besar las manos a Vuestra Majestad, el cual en esta jornada ha trabajado mucho y servido muy bien a Vuestra Majestad y dará razón a Vuestra Majestad de todo lo de acá, como hombre que lo ha visto, a él me remito.- Y guarde Nuestro Señor la Su Cesárea Católica persona de Vuestra Majestad, con acrecentamientos de mayores reinos y señoríos, como sus leales criados y vasallos deseamos.- Desta provincia de Tiguex 20 de octubre de 1511 años.- Su Cesárea Católica Majestad.- Húmil criado y vasallo de Vuestra Majestad, que sus Reales pies y manos besa.- Francisco Vázquez de Coronado.





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