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Carta de Gabriela Mistral a Manuel Ugarte. 19 de abril de 1932

Gabriela Mistral





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1932

Querido y admirado amigo Ugarte: Sentí enormemente no verle a mi paso por Niza. Hice esa estación exclusivamente por conversar con Ud., que harto material tenemos. Olvidé por completo que Ud. había cambiado de domicilio, aunque usted me lo dijo, y creí hallarle en el antiguo. Llegué a su mismo piso; respondió una señora vieja y rezongona que se limitó a decirme que usted se había hecho hacer una casa en los alrededores de la ciudad, sin precisarme más; fui al primero, pregunté a los inquilinos y me hablaron de una población, San Miguel, sin darme calle ni número; busqué a la conserje y me dijeron los del primero que era nueva y que no le conocía a usted. Así, pues, tuve que renunciar. Una de mis compañeras preguntó al Consulado del Uruguay la dirección, y ya sea por su mal francés, ya sea por malas ganas del empleado, no le dieron ninguna información. Llovía con frío; ya sabe usted como me desgobierna el cuerpo el frío, y, me volví al Hotel dando mi estación de Niza por perdida. Andaba con tres personas y seguí viaje porque el 28 tenía sesión en París. De vuelta me he quedado en Bedarrides.

Yo le prometí al amigo querido una conversación o una carta larga sobre el viaje. Es muy difícil escribir un asunto tan largo. Creo haberle contado lo que ocurrió con la gestión por obtener artículos en periódicos yankis. El error primero fue basar este trabajo en Inman, que no obra nunca y deja hacerlo todo a su compañero, el español Ortz, que tiene un odio que apenas esconde por los latinoamericanos y que es un discípulo de Onís en el concepto de que los asuntos de la cultura hispánica deben ser manejados allá, en EE. UU. exclusivamente por españoles, sin participación nuestra porque nosotros hemos podrido la sangre y la lengua en el Sur. Hice a Inman la crítica que me pidió sobre la Nueva Democracia. «Demasiado protestante, adulona de gobiernos, desinteresada del problema indio, dedicada a España, sin que eso sirva sus objetos declarados, sin literatura seria de la nuestra». Hace la revistilla Ortz y naturalmente no olvidó ni perdonó. En sus manos quedó el trabajo, los artículos que pedí y que me mandaron, los datos de los periódicos más o menos dispuestos, etc. Y él dio carpetazo a todo. Eso desde un lado. De otro, yo había comenzado a colaborar en el Herald Tribune y contaba con él para la colocación de artículos latinoamericanos. Un colombiano casi anónimo me aseguró que le pagaban 40 dólares a él; tradujo y llevó mis artículos y me pagó un buen día los dos en 15 o 17 dólares cada uno, ya no lo recuerdo. Le reclamé y me dio la explicación de que él obtenía esa tarifa por la presentación expresa de la Panamerican Union, que yo debía pedir también para ser pagada en igual forma. Este Martínez Delgado me dio tartamudeando algunas «vistas» sobre el asunto. Yo no mandé ni un solo artículo más, aun cuando me habían dicho diversos amigos que era preciosa para la América misma y para mí misma esta colaboración en el diario de más crédito moral de EE. UU. Los asuntos de esos artículos fueron la cuestión agraria y las reformas educacionales en el Sur. En la reunión de periodistas que organizó Inman por pedido mío, el Director de Cur. History aceptó de lleno la colaboración latinoamericana y me pidió una lista de escritores buenos. Se la mandé por conducto del famoso Ortz; iba el nombre de usted con el de Arguedas como uno de los primeros. Nunca supe si el mal viejo la hizo llegar. El no tener yo la lengua inglesa, me ataba para todo como usted comprende. Le conté antes mi conversación con el Dir. de World -que cayó días después para no levantarse- y que me pareció el único hombre inteligente de la reunión.

Inman había tomado la idea con gran entusiasmo; se trataba de que nosotros mismos, según me lo dijo, informásemos a EE. UU. sobre nuestros problemas en diarios yanquis, que explicásemos en ese momento tan agitado del Sur, la razón de las revoluciones y dijésemos a los norteamericanos cuáles eran sus errores políticos en relación con nosotros.

Inman llegó a destinar un empleado para el trabajo que venía y que era fuerte: oferta de artículos sobre estas bases, copia de los disponibles, traducción cuidada, etc. Todo esto se derrumbó por varias causas que veo en parte claras y en parte vagas: yo no serví al señor Ortz según él quería en sus solemnidades protestantes; yo les dije claramente la inutilidad de la revista; yo le conté a Inman las miserias que recibí de los españoles por haber enseñado y defendido las culturas indígenas en mis cursos de Columbia y por haber marcado la influencia francesa en   —[f.2]→   nuestra literatura, por encima de la española, y declaré a ambos que el peor enemigo nuestro dentro de esa tierra enemiga era el español. Es muy largo probarle a usted este aserto.

El español, amigo mío, considera y declara que nosotros no tenemos una literatura decorosa; él piensa que en todo asunto intelectual debemos ir presentados y apadrinados por ellos, cosa que cuando el caso llega no hacen, porque prefieren recomendarse ellos; cuando se obra sin ellos, se encargan de destruir lo hecho desde las Universidades, donde dirigen los Departamentos de Español y obrando sobre casas editoriales y sobre periódicos; se dicen admiradores y adictos a EE. UU. en contraste con nuestra oposición y nuestra rebeldía; cierran los colegios al profesor del Sur que tiene siempre más eficiencia pedagógica que ellos y nos han hecho en buena parte la detestable opinión que de nosotros se tiene allá en cuanto a personas, en cuanto a individuos degenerados, desprovistos de honradez, de idioma y de capacidad en fin.

Los llamados hispanistas yanquis los siguen en esta bendita obra, por entero o a medias. Huntington, por ejemplo, dice a toda boca que a él no le importa sino España en su programa de cultura -y usted sabe cuanto hace este hombre-, W. Franck se guarda bien de servir verdaderamente y en cosas profundas como estas a una persona que está mal vista por Onis, pues como aquel es hispanista de España antes que de la América Española; los demás siguen la misma causa.

Fue para mí F. de una gran afección personal; pero me tocó ver en desnudo lo que hizo por nuestro asunto, en el que su colaboración habría podido tanto. Consejero de New Republic, él pudo conseguir allí colaboración para cualquiera del grupo que le recomendé -donde estaba usted, sobra decirlo- y aunque me contestó que lo había hecho con la mejor voluntad, lo hizo tan desabridamente como pude verlo por su carta que llegó a mis manos maravillosamente...

En resumen: la labor se desarrollaba en torno de Inman, quien convocó a las gentes de prensa; pero Inman no hace cosa alguna por sí mismo y entrega sus empresas por entero al mal hombre que es su compañero, la criatura más descastada que yo vi en aquel país. A usted le extrañará que yo me incline más hacia el yanki que hacia el español para las responsabilidades de la cuestión: tengo pruebas fuertes y cabales.

Ahora otras cosas yankis. Mi esperanza de ese país es la juventud que viene. La última generación es anti-capitalista, analizadora valiente de los defectos de su raza y de su gobierno, atrevida por encima de las juventudes nuestras en el sentido de pensar muy radicalmente, atea pero con un tipo de idealismo que le reemplaza la religiosidad, repugnando el imperialismo, yo creo que sinceramente. La gente madura no nos entiende ni nos estima, por nuestro desorden, por nuestra política en zig zag y por nuestra falta de inteligencia en nuestro trato con ella. La gente oficial huele a podrido como ambos nos sabemos.

Le debo a usted una explicación de hermana sobre aquel Mensaje a los estudiantes de las dos Américas que me pidieron para el día panamericano.

Me lo pidió Rowe y le contesté que había escritores en nuestros países que lo podrían escribir con más adhesión al país y el principio panamericano, que yo no servía para el caso. Le di nombres, el de Lugones y otro que no recuerdo, creo que Belaúnde. Me contestó que lo quería de mí y que, sabiendo que la P. U. no me era grata me exima de nombrarla, que podía hacer un simple mensaje de profesora a los muchachos de ambas razas. Pensé en consciencia; estuve segura de que otro cualquiera de los escritorcitos que allá pululan y a quien se pediría el trozo harían un alarde de adulo y de garrulería, y acepté escribir aquel mensaje que usted habrá leído, donde están nuestras ideas un poco cubiertas, pero palpables, un alegato tranquilo y algo malicioso en favor nuestro.

Por ahí me han dicho algunas impertinencias respecto de él. Yo lo he releído y no me arrepiento de él ni de ninguno de sus párrafos.

Ignoraba lo de Pereyra. Me ha inquietado verlo colaborando con Vasconcelos. Es hombre de grandes odios, y odios venenosos.

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No me extraña en absoluto la injuria y la calumnia que ha intentado contra usted, aunque me duele muchísimo, por lo que significa de iniquidad. Ay, Ugarte, usted es un espejo de todos, pero cada virtud ofende a nuestra gente. La calumnia es un hábito cotidiano en nuestra América y es tan nuestra atmósfera que nadie se libra de ella. (Yo he recibido de México dos ataques en artículos villanos que no tienen calificativos, donde me presentan como comerciante enviciada en dineros). Yo sé mejor que muchos que usted se ha sacrificado hasta la última extremidad a la causa que levantó usted, que ha defendido 30 años, y cuando sea necesario yo lo diré como preciso decirlo; pero usted no convence sino a los mejores, es decir, a los convencidos; para el resto, la humanidad vive los mismos vicios y fangos suyos y no puede entender otra cosa.

Mandaré el art. a Silvia Castro del Mercurio para que lo dé allí o en Atenea, si es que Deambrosis no lo ha mandado a Atenea.

Yo conozco la lengua del señor Pereyra del lado de su mujer, que llevó a todos los hogares importantes de Madrid la leyenda de que yo había deshecho el hogar de Vasconcelos, y fue creída de muchos. Ella obra solapadamente; él va en plena luz pero con mano oscura y a veces tenebrosa.

Ahora, peripecias mías. (En otra carta le cuento lo visto en las Antillas: las gestiones en diarios de Cuba y de C. América por sus artículos y que fueron inútiles y otras menudencias).

Me vine a pasar aquí el tiempo bueno, es decir, 7 meses. Traje 4 grandes cajas de libros y algunos muebles italianos. No tenía idea de las dificultades de la Aduana que Palmita le contará. Resulta que por no haber pedido un certificado de partida al prefecto de Sta. Margarita y una autorización del Consulado de Francia, todo está atajado en Veintimilla.

Estoy molida de viajes y he pedido a la pobrecita Palma de ir a Veintimilla. No sé si es un abuso de su amiga el que le pida de que con consejo y ojalá, de ser posible, con su compañía, usted la ayude en esta cuestión, que me cuesta ya un dineral y que es preciso finiquitar. Las dificultades las pone la Aduana francesa, según veo. Palmita le dará los detalles completos.

Yo no renuncio a la idea de ir a verlo en unos meses más, tal vez, por junio, cuando haga calor, a fin de que hablemos cuanto tenemos que decirnos de nuestras tierras cada vez más infelices.

A la señora el abrazo que no pude darle; a usted mi vieja amistad devota y fiel.

Gabriela





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