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Carta de intención

Homero Aridjis





La idea de fundar una asociación internacional de escritores fue lanzada en Londres en 1921. Entre los primeros promotores estuvieron John Galsworthy, Joseph Conrad, Anatole France y John Masefield, y al año siguiente nació el PEN. Un escritor mexicano, Genaro Estrada, estableció el primer PEN en México en 1924. Cuarenta y dos años después me tocó ir a Nueva York como miembro de un grupo destacado de escritores latinoamericanos. Pablo Neruda, Victoria Ocampo, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Nicanor Parra, Carlos Fuentes, Ernesto Sábato y João Guimarães Rosa, entre otros, asistieron al Congreso del PEN de 1966, cuyo lema fue «El Escritor como Espíritu Libre». Los escritores mexicanos hablamos con Arthur Miller, presidente del PEN, para ver la posibilidad de resucitar el PEN en nuestro país, y poco después el PEN resurgió en México.

Como el Centro mexicano cayó en la inercia durante los últimos años, estimulados por el éxito del congreso organizado por nuestros colegas de Guadalajara, algunos escritores y yo nos propusimos reavivar el PEN de la ciudad de México. Los delegados verán los resultados de esta decisión en la lista de treinta nombres, que hemos sometido a la consideración de la Asamblea de Edimburgo, para que sean aceptados como miembros fundadores de un nuevo Centro del PEN en la ciudad de México. Espero que sea posible para mí jugar un papel en la obra de relacionar a los escritores latinoamericanos, muchos de los cuales aún no han sido traducidos, con los escritores de otras partes del mundo.

Pero este es un mundo muy diferente de aquel tiempo esperanzado de fines de la Primera Guerra Mundial cuando se fundó el PEN, y también es diferente del periodo de la Guerra Fría que formó gran parte de la vida de muchos de nosotros. Hoy por hoy, nos enfrentamos a nuevas amenazas a la libertad de pensamiento y de expresión. Nos hallamos en una época de fundamentalismos religiosos y étnicos, de intolerancia y de grandes migraciones humanas internas y externas, de destrucción sistemática de los ecosistemas terrestres, con las consiguientes amenazas a la sobrevivencia de las tradiciones culturales de los grupos indígenas de la tierra. Docenas de naciones nuevas han encontrado un lugar en el mapa geopolítico global; sus hombres y sus mujeres han contribuido con nuevas formas de ver al mundo físico, y también han aportado nuevas formas de narrar. Integrar a esos escritores al PEN actual es una prioridad. Sin negligir las tradiciones y la inspiración de las literaturas europeas, debemos volver los ojos hacia las nuevas literaturas procedentes de Asia, América, África y Oceanía.

Nos encontramos en el umbral del tercer milenio cristiano -al menos como ha sido medido el tiempo por el calendario gregoriano. Esa suma histórica nos estimula para afrontar el mundo como es actualmente, y para reflexionar sobre el papel del escritor en ese mundo.

Mientras nos aproximamos al siglo XXI, es evidente, aún más que en 1921, que el mundo necesita de una organización como el PEN, con la autoridad moral conferida por un consenso internacional y por una participación genuina, y que esta organización sirva a los ideales y a las metas de la Carta del PEN. Sólo así podremos actuar como una fuerza poderosa y positiva en el mundo. Para enfrentar las necesidades del siglo que viene, creo que el PEN hallará la voluntad política y los recursos financieros para evolucionar hacia una organización que dé voz a los escritores de todas las regiones, con la conciencia de que algunas de las luchas más complejas para edificar la democracia y la sociedad civil están librándose en los países del llamado Sur. Para encaminarnos hacia esa dirección, haré lo posible para vigorizar los Centros inactivos y para impulsar la creación de Centros en lugares donde ahora no existen.

En los 75 años desde que el PEN Internacional fue fundado, nuestro concepto de lo que constituye una asociación ideal y eficaz ha cambiado también. Nuestro criterio ahora incluye transparencia, responsabilidad, diversidad y el uso de las comunicaciones modernas para hacer posible la toma de decisiones de una manera más democrática y en una escala global. Imagino cómo el PEN se podría beneficiar si los Centros de todo el mundo pudieran comunicarse directamente uno a otro a través del Internet -o al menos por e-mail- y tuvieran acceso a un vehículo de noticias e información que vaya a, y venga de, los países totalitarios. Si el PEN hubiese tenido una red electrónica para responder rápidamente cuando los escritores se encuentran en peligro, y hubiese existido en 1995, tal vez hubiéramos podido hacer más para salvar la vida de Ken Saro-Wiwa, el escritor de Nigeria que fue ejecutado por defender a los Ogoni. Esta red podría servir para reforzar la defensa de Salman Rushdie y Wole Soyinka contra las infames sentencias de muerte que pesan sobre ellos.

Tales medios novedosos de comunicación entre los escritores pueden completar a los viejos, pero nunca reemplazarlos. En un mundo donde los medios masivos de Estados Unidos se han vuelto tan poderosos que amenazan abrumadoramente la existencia de las culturas locales, el compromiso tradicional de PEN de difundir la literatura mundial contemporánea es más importante que nunca. El intercambio continuo entre estos escritores de todos los países es vital para proyectar la visión de los individuos más allá de las fronteras nacionales y para contrarrestar los efectos homologadores de la globalización. Idealmente, el PEN es una camaradería donde un escritor encuentra a otro, y donde cada uno comunica su visión única del mundo.

Los cuatro comités existentes del PEN son los instrumentos para que los Centros de todo el mundo puedan proseguir la obra del PEN Internacional entre congresos. Estos comités mantienen los asuntos vivos y refuerzan los lazos entre los Centros del PEN participantes. El Comité de Escritores en Prisión ha hecho al PEN justamente famoso en el mundo, y por la obra pionera que este comité ha realizado defendiéndolos de los ataques del estado, los escritores de cada país miran hacia el PEN. La solidaridad expresada por sus colegas dignifica inconmensurablemente la vida de los escritores presos; esto es lo crucial de las actividades del Comité de Escritores en Prisión, cuya investigación y abogacía son irremplazables.

El Comité de Traducción y Derechos Lingüísticos provee un buen soporte a los idiomas minoritarios, las especies amenazadas en nuestro planeta de la palabra. Originario de un país donde docenas de lenguas indígenas luchan por sobrevivir, puede apreciar más que bien el significado del trabajo de este comité. Otro asunto que el PEN pudiera tocar ahora, y que podría ser adoptado por el Comité de los Escritores por la Paz, es ver cómo el uso del lenguaje podría servir al medio ambiente que nos sostiene y nos inspira, porque es mundialmente aceptado que las guerras del próximo siglo serán luchas por los recursos naturales.

En todas las peleas del siglo que viene será particularmente importante escuchar la voz de las mujeres, quienes han hallado caminos propios para protestar contra la guerra y la violencia del estado en movimientos como los de las madres de los desaparecidos de Chile y Argentina y de los soldados en Rusia. El Comité de Mujeres Escritoras tiene la responsabilidad especial de ampliar la voz de la mujer y de asegurarse que su sabiduría no sea suprimida ni marginada.

Aunque los hombres y las mujeres del siglo XX se han aventurado en el espacio exterior, la misión del escritor actual es, como ha sido siempre, la de viajar por los espacios interiores de los seres humanos, a través de una multiplicidad de prismas históricos, sociales, culturales y económicos. Nuestro futuro descansa en esa pluralidad, la que puede ser vista como una lectura contemporánea de los ideales internacionalistas de la Carta del PEN.

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