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Volumen 7 - carta nº 391

De JUAN VALERA
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

Washington, 14 diciembre 1885

Mi querido amigo Menéndez: Un siglo ha, a mi parecer al menos, que no recibo carta de Vd., lo cual me apesadumbra y me trae receloso de que no esté Vd. con toda la salud y el buen humor que le deseo.

He enviado a Vd. unos versos de Whittier y otros de Story, sobre los cuales nada me ha dicho. Yo entiendo que Whittier, sobre todo, es notabilísimo poeta. Aunque cuáquero, en sus mejores y más elevadas poesías se sobrepone al espíritu de secta y es tan altamente y ampliamente católico como Manzoni. En él hay, a mi ver, más fervor de caridad para todos los seres humanos, más sublimes esperanzas y más fe en el progreso moral y religioso, bajo la bandera de Cristo, de todos los pueblos de la tierra. Si yo atinase con la forma adecuada, pondría en verso castellano otras varias composiciones de Whittier, que ha sido fecundísimo. En fin, allá veremos; pero, de todos modos, calculo que mis nuevas traducciones o paráfrasis no llegarían a tiempo, pues me lisonjeo de creer que la impresión del tomo ha de estar ya muy adelantada.

En el último Almanaque de La Ilustración, donde han insertado mi Reco, he visto trozos de un poema, La muerte de Hipatia, que me ha gustado en extremo. El autor, Emilio Ferrari, que yo no conocía, tiene verdadera inspiración, exquisito gusto y, lo que es más raro entre nuestros poetas, sabe lo que dice y sabe bastante. No es un salvaje ignorantísimo que delira y lo equivoca todo o ha oído campanas y no sabe dónde, como sucede a Campoamor, a Grilo y a otros genios, dicho sea esto entre nosotros y con prudente sigilo.

La muerte del Rey Don Alfonso nos ha asustado mucho; pero el juicio y el patriotismo, que por ahora vamos mostrando en España, nos tranquiliza bastante. En fin, Dios querrá que sigamos en paz.

Aquí he celebrado una gran misa de requiem por el alma de nuestro difunto Soberano. He tenido la satisfacción de que asistan a ella el presidente Cleveland, los secretarios de Estado y Guerra, almirantes, generales, senadores y lo más elegante y guapo de la soicedad washingtónica en punto de damas y de misses.

A pesar de estos triunfos, pues yo los considero tales y creo que prueban que estoy bienquisto aquí, tengo la ingratitud de aburrirme a veces en Wáshington y suspiro por la patria, por la familia y los amigos. Mucho echo de menos nuestros almuerzos literarios, nuestras tertulias clandestinas, la casa de Bauer, las juntas de la Academia y aun el trato de ciertas Diótimas, Hipatias y Ródopis madrileñas. Esto, sin embargo, es lo que menos falta por acá. Tengo sabias amigas y una, sobre todo, que es un prodigio de desatinada, alegre y triste, según le da, y conocedora de todos los filósofos y de todos los poetas. Doy por cierto que si las obras de los poetas ingleses se perdieran, ella podría sacar de su memoria unos cuantos tomos de lo mejor que han escrito desde Chaucer hasta Tennyson y Browning.

El trato de las mujeres es además muy fácil y ameno aquí, porque una soltera, apenas tiene veinte años, se emancipa es como un hombre, y a pie, a caballo, en coche, de noche y de día, en ferrocarril y en barco, se va con el que la gusta adonde le da la real gana.

La gran contra que esto tiene es que todo es carísimo, y que el clima, extremado en calores y en hielos, no vale para un viejo, poco acostumbrado, como soy yo. De aquí resulta que si a menudo río y me divierto, sobre todo en la sociedad, por las noches, a solas, y más aun cuando no me siento muy bien, tengo unas murrias negrísimas y temo dejar aquí los huesos.

No sé si Vd. sabrá que un señor que se firma Iván Theodore ha publicado en Londres, en inglés, una muy libre y alterada traducción de Pepita Jiménez.

Hasta el título ha cambiado, y la llama Don Luis or the church militant. La edición es muy bonita. El traductor me ha enviado un ejemplar.

Adiós. Vuelvo a suplicarle que me escriba.

Crea Vd. que le quiere de corazón su amigo

Juan Valera

No se olvide de dar mis cariñosas expresiones a Aureliano, Cañete, Alarcón, Alejandro Pidal y a los demás compañeros.

 

Valera-Menéndez Pelayo, p. 240-242.