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Volumen 6 - carta nº 385

De JUAN VALERA
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

Washington, 6 julio 1884

Mi querido amigo Menéndez: Con mucho contento he recibido la carta de Vd. del 21 del mes pasado. Largo tiempo hacía que no me escribía Vd. Me alegro en el alma de ver por su última que está Vd. bien de salud, si no muy entusiasmado, complacido de ser padre de la patria, y con el propósito de trabajar á fin de que tengamos una buena ley de Instrucción pública.

Yo estoy bueno, y, si bien en esta tierra la gente me parece lo peor y el clima detestable, pues no hay medio entre tiritar ó derretirse, el suelo es un prodigio de fertilidad y hermosura. Ni es menester salir de Washington para ver y admirar esto. Washington es como los jardines de La Granja centuplicados y conteniendo las casas entre sus magníficas alamedas y verdes sotos y bien cuidados y umbríos parques.

No hay tiendas sino en cuatro ó seis calles. En las demás todo parece campo. Aunque este país es tan rico, el alumbrado no existe cuando el menor indicio de luna, y es malísimo cuando no hay luna. Pero tenemos cocuyos á centenares que nos alumbran. Las gentes están de tertulia a las puertas de las casas, como en un lugar.

Mucha high life se fué ya de veraneo. Dentro de una ó dos semanas quedará esto con negros y nada más. Yo, como blanco, me largaré también, y aprovecharé este tiempo de vacaciones para ver cuanto pueda. Lo primero será el Niágara.

Todos los Estados, desde Cayo Hueso á Mount Desest, y desde San Francisco á Nueva York, que es más que si dijésemos de Cádiz á Arcángel, están en agitación con la elección de Presidente que se aproxima. Los candidatos y sus parciales sacan a relucir todos los trapos sucios de sus contrarios y se echan en cara sus bellaquerías. Si no quiere uno dejarlos por embusteros, tiene que creer á pies-juntillas que todos son pillos, merecedores de la horca.

Me alegro mucho de que haya Vd. conocido y tratado á Pérez Bonalde y de que le haya parecido bien.

Hace tres ó cuatro días me sorprendió agradablemente con una visita el obispo de Linares, Montes de Oca. Charlamos largo rato. Quise detenerle á que se quedase á comer conmigo, pero no me fué posible, pues tenía cita con un amigo para irse con él de viaje al Canadá. El señor obispo me hizo presente de un ejemplar, ricamente encuadernado, de dos magníficos tomos de sus Pastorales y Homilías, que aun no he leído.

Mucho celebro que vaya tan adelantada la Historia de las ideas estéticas, y espero ese 2.º tomo para leerle en seguida, seguro de hallar en él el encanto que hallo en todas sus obras. Deseo igualmente recibir y leer esa lección que sobre su Raimundo Lulio dió Vd. á los mallorquines. No deje de enviármela cuando salga de la estampa.

Catalina tiene todos mis apuntes y datos y poderes para entenderse con Alvarez. Mis libros siguen vendiéndose. Alvarez se burla de nosotros. Que vea Catalina cómo lo remedia.

Yo escribiré mañana á Catalina, así sobre esto como sobre otras cosas, aunque no reciba contestación, en merecido castigo de no escribir la prometida novela.

Mucho siento estar tan flojo y estéril, y es necesario remediarlo. Por lo mismo que ha venido de lleno la vejez y que se acerca la muerte, debo, como la luz antes de extinguirse, dar un poco más de claridad ahora y escribir mejor y más que hasta aquí.

La carta-prólogo para Vd. con motivo de la publicación de mis poesías es lo primero que deseo escribir. Pronto la tendrá Vd. Lo que importa es que Catalina se dé priesa también y que las Poesías salgan en octubre de este año. Vd. las debe de tener todas, sin olvidar las últimas, como la traducción de Coppée, Al mirar tus ojos y A Melisa.

Escríbame Vd. cuando tenga tiempo y humor, aunque sea á escape, y déme noticias de ahí, literarias sobre todo, y también de nuestras amigas, entre las cuales está siempre la primera Corina. Déle usted un millón de expresiones cariñosas de parte mía cuando la vea, ó no cuando la vea, sino vaya á verla para dárselas y para hablar con ella de mí, pues es la mujer por quien he tenido y tengo, desde hace treinta años, el más poético y extraño afecto de que son capaces los corazones humanos.

Adiós. Créame su buen y constante amigo

J. Valera

 

Valera - Menéndez Pelayo, p. 204-206.