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Cartagena, Bruni y la lengua vulgar

Domingo Ynduráin

En la polémica que Cartagena mantiene con Bruni sobre la traducción de la Ética de Aristóteles, lo importante no es quién tiene razón en los pasos concretos1, sino las precisiones sobre lo que es un discurso racional:

Ni en la filosofía podemos dejar las palabras a la buena de Dios, porque un error derivado del mal uso de las palabras poco a poco crece hasta afectar a las cosas mismas.

Créeme, quien quiere encarcelar las conclusiones rigurosas de las ciencias bajo las reglas de la elocuencia es un ignorante. Añadir o quitar palabras a fin de endulzar el mensaje es algo que repugna al rigor de la ciencia. El que intenta comunicar la ciencia con elocuencia inevitablemente abre la puerta a una multitud de errores. En este caso, lo único aconsejable para el filósofo, a mi modo de ver, es discutir las cosas científicas con las palabras estrictamente propias, y sólo después de limados y purificados los documentos y doctrinas verterlos en palabras elocuentes para los fines de la divulgación.

(Trad. Lawrance)



Y ya en terreno de los adversarios, en el prólogo a su traducción del De inventione, remacha Cartagena:

Las composiçiones que son de sçiençia o de arte liberal, para bien se entender, todavía piden estudio, porque no consiste la dificultad de la sçiençia tan solo en la obscuridat del lenguaje. Ca si así fuese, los buenos gramáticos entenderían qualesquier materias que en latín fuesen escripias; e veemos el contrario, ca muchos bien fundados en la arte de la gramática entienden muy poco en los libros de theología e de derecho e de otras sçiençias e artes, aunque son escriptas en latín.

Hay que reconocer que el planteamiento teórico va a misa, y que Cartagena tiene más razón que un santo. Y si de ciencia se trata, cabe traducirla si se crea el vocabulario y las expresiones adecuadas; y si no las hay, se fabrican: es el fagámosgelas levar con que, desde Alfonso X, se está creando la terminología científica, jurídica, etc. en la lengua vulgar. Ahora, en el siglo XV y XVI, hay un nuevo impulso en el que la lengua acompaña no sé si al imperio, pero desde luego sí a los hechos.

A lo que parece, la ciencia, el pensamiento racional es difícil de asimilar. Y más si se parte de la observación de los hechos concretos. No parece, en este sentido, que los nominalistas, los calculadores, los españoles de París sean tan borricos y retrógrados como se les ha querido presentar una y otra vez.

Y en lo que nos toca más de cerca, tampoco parece que las cosas sean así, ni por lo que respecta a los pensadores, individualmente considerados, ni por lo que atañe a la sociedad hispánica, en general. Cierto que no siempre, ni en todos los casos, se refleja ese cientificismo naciente, pero sí en algunos. Por ejemplo, E. Asensio recuerda al darocense Pedro Ciruelo,

...que tal vez fue el primer cosmógrafo que formuló la idea de que los nuevos descubrimientos arruinaban la antigua ciencia de la esfera. Lo hizo incidentalmente en una apostilla del Uberrimun sphere mundi comentum -comentario a la Sphaera de Sacrobosco y a las Questiones de Pierre d'Ailly- impreso en París por Jean Petit en 1498 (ejemplares en la Mazarina y la BNP). El libro se abre con unos versos laudatorios de Pedro de Lerma y se cierra con los de Gonzalo Gil. La dedicatoria anuncia la llegada de una era gloriosa presagiada por la sabiduría de Juan Pico y la invención de la imprenta.[...] Y después de afirmar que España, patria antaño de Sénecas, Lucanos y Averroes, no envidia a ningún pueblo en pericia militar, en fe religiosa y en gobierno pacífico, proclama el advenimiento de una nueva edad de oro para las letras y la piedad: Nunc igitur rediit aurea aetas.

Al discutir la aserción del Sacrobosco y de los antiguos, que imaginaban inhabitable la zona tórrida, anota que «en la zona equinocial se encuentran hombres algo pálidos y de buena complexión y de vida más larga.» (Al margen pone la apostilla Experimentum y prosigue) «Pues como el año de 1491 [sic] enviase el rey de las Españas Femando con rumbo a Occidente navegantes muy experimentados para buscar islas, al cabo de unos cuantos meses volvieron diciendo que habían hallado bajo la línea equinocial, o cerca, muchas islas: para testimonio de esto, trajeron consigo muchas clases exquisitas de aves y muchas especies aromáticas preciosísimas y oro y hombres de aquella región. Los hombres aquellos, de estatura no muy alta, pero muy alegres y risueños, de buen natural, y que fácilmente creían y asentían a todo, de ingenio bastante, de color azulado y cabeza cuadrada, parecieron maravillosos a los españoles.» A los españoles y portugueses les sorprende leer en L. Fevre, Le problème de l'incroyance au XVIe siècle, París 1947, pág. 416, «que los cosmógrafos seguían sosteniendo la inhabitabilidad de la zona tórrida y que la cuestión no fue decidida conforme a la experiencia hasta la aparición póstuma, en 1548, del De elementis de Contarini». La cosmografía peninsular insiste con machacona tenacidad sobre el error de los antiguos, desde el (inédito hasta nuestros días) Esmeraldo de Duarte Pacheco (ed. de Epiphanio da Silva, Lisboa, 1905, pág. 152). Hay textos parecidos en Enciso (1519), Oviedo (1526), Falero (1535), João de Castro (1545-48), etc.»2.

En efecto insisten en ello con machacona tenacidad todos los autores que tocan el tema; por ejemplo Pérez de Oliva en la Cosmografía nueva:

Quinque sunt in terra zone punctis qui polis subiacent et circulis polaribus et tropice distincte. Que intra polares circulos versus ipsos polos continentur habentur frigidissime atque ob id inhabitabiles saltem ad partes earum interiores, quas luminis et caloris penuria facit desertas. Que vero zona tropicis continetur a plerisque inhabitabilis habetur. Alii paucis locis et egre habitabilem censuerunt, nostri vero mundum ausi circumire universos illos tractus barbaras gentes incollere noverunt, illis temperiem sugerente dierum ac noctium equalitate perpetua3.

Francisco Sánchez, cuando en Quod nihil scitur, busca argumentos contra la ciencia, acude a este:

Dicebas heri perfecta scientia tua, imo et a plurimis saeculis, totam terram Ocoeano circunflui, eamque in tres dividebas partes universales, Asiam, Aphricam, Europam. Nunc quid dices? novus est inventus mundus, novae res, in nova Hispania, aut Indiis Occidentalibus, Orientalibusque. Dicebas etiam Meridionalem et sub Aequatore positam plagam inhabitalem aestu esse, sub Polis vero et extremis Zonis propter frigus. Iam utramque falsum esse ostendit experientia4.

Pedro de Medina lo explica en la Suma de cosmografía:

La que llamaron zona tórrida o tostada, que es de un trópico a otro, dixeron ser ynabitada por razón que el Sol enbía en ella sus rayos derechamente y, por la mucha calor que en ella avría, creyeron no poder abitarse. Mas no se a de tomar esta dición, ynabitable, en rigor que quiera dezir que en estas zonas no ay abitación, pues tenían noticia de Arabia Felix y de la Trapobana y de otras partes que son dentro en dichas zonas. Su yntención fue dezir que éstas no eran tan convenientes para ser abitadas como la zona que es del trópico de Cáncer al círculo Ártico.

Mas agora la experiencia nos muestra que dentro de la primera zona, que es del polo Ártico al círculo Ártico, ay yslas y abitaciones de gentes, y que la tórrida zona es abitada, rica y viciosa porque en ella todo el año son los días y las noches casi yguales, de manera que el frescor de la noche tienpla el calor del día y todo el año tiene la tierra sazón para produzir frutos, como muy notorio en las Yndias vemos. La que dixeron ser desierta fue porque en su tienpo no se navegava el mundo como agora, a cuya causa no se alcançaua ni tenía noticia sino de aquello que unos comarcanos con otros comunicaban5,

Pero lo más interesante ele esto no es la mera observación factual, sino el hecho de que se integre en una concepción nueva del saber y en una teoría científica. Ciruelo, en el citado diálogo, señala cómo cada gran filósofo ha corregido a sus antecesores: Aristóteles a Platón, Santo Tomás a sus maestros, Escoto a Santo Tomás, los nominalistas a todos. Y escribe Asensio:

La renovación de la cosmografía permite asegurar una renovación paralela del pensamiento filosófico. Ciruelo, en el Dialogus disputatorius con que remata el comentario a la Sphaera, conversa con sus amigos Pedro de Lerma y Gonzalo Gil sobre la ceguedad y locura de aquellos que prefieren la autoridad de los antiguos a la ver dad nueva: «Magna profecto est quorundam hominum vesania qui indignum et crudele putant antiquorum dicta (etsi ad maiorem veritatis elucidationem id fit) quempiam aut corrigere aut inmutare». Esta correspondencia de la revolución de la filosofía nominalista fue proclamada por el escocés Juan Mar o Maior en 1519; por el lisbonense João Ribeiro en 15136

Esto en la cosmografía, y en la geografía nueva, no tanto en la que cultivan quienes, desde la época de Petrarca, tratan de averiguar las correspondencias entre los nombres y lugares citados por los antiguos y los modernos. Porque ninguno de los humanistas de la época que alcanzó a conocer el Descubrimiento y los nuevos datos geográficos que venimos señalando se preocupó de reflexionar sobre la nueva imago mundi ni por obtener las conclusiones o consecuencias que de ella se derivaban; salvo Nebrija, que en esto, como en todo, es una excepción, los humanistas se limitan a citar el hecho, cuando lo hacen, y pasar de largo. Aquí, lo significativo es la ausencia. Vives, In somnium Scipionis (1519), repite que hay espacio de tierra que es abrasado por efecto de la rotación y de la proximidad del sol, otro, cubierto de perpetuos hielos, ambas zonas son inhabitables para el hombre. Y ya en De disciplinis, 1531, rectifica esa creencia y elogia los descubrimientos y hechos fabulosos de nuestros navegantes.

Pero el proceso de la ciencia y de la lengua vulgar afecta a todas las disciplinas, por ejemplo a la medicina, respecto a la cual escribe Francisco López de Villalobos, en el Sumario de la medicina)7 (1498):

Muy magnífico y ylustre señor mucha gana tenía vuestra ylustre señoría que yo sacasse el trasunto de algunos libros de medicina de la lengua latina en romançe, porque en su tierra ay muchos físicos bien expertos y letrados en ella que la estudiaron en otra lengua. [...] conociendo que de sólo ese provecho se podrían muchos y no pequeños inconvenientes conseguir, porque vista la scienda en romançe no solamente la usarían los que con justa razón y título pudiessen estando bien introducidos y principiados en ella mas aun otros muchos cobrarían osadía de la usurpar y tiranizar pensando que no era necessario para practicar el arte y poderse aprovechar della más que ver aquellos libros que contienen todas las enfermedades y las curas dellas por estilo asaz claro y manifiesto.

A pesar de los remilgos de Villalobos, más corporativos que otra cosa, la presión para que se vertieran esos libros al vulgar es constante. Así, Alonso López de Corellas, en sus Secretos de Philosophía (1547), insiste en la necesidad de las traducciones, a pesar del esfuerzo y trabajo que exigen:

Cierto yo no me tomé este estilo por en él tener más facilidad, porque en el poco latín que sé, supiera escribir esto en estilo latino, y lo hiciera con menos trabajo, porque estas preguntas más fácilmente se dieran a entender en latín que en romance. Y si las puse en romance fue para que dellas tuviesen noticia los que no saben latín. Y si en ellas hay algún bien, por eso son mejores puestas en este estilo: que el bien tanto es mejor quanto es más comunicable. Y no sé yo por qué los médicos se pueden despreciar de escribir en romance, pues los teólogos (cuya ciencia es más alta) no se desprecian en romance escribir. Y de pocos años acá, obras de gran erudición se han escrito en romance, con las cuales no han perdido honra sus autores.

Y Pedro Simón Abril, en su Apuntamiento cómo se deben reformar las doctrinas, vuelve a la carga:

Demás desto, pues de griego se traduce más fácil, propia y claramente en castellano que en latín, por conformarse más las maneras de hablar de la lengua castellana con las de la griega que con las de la latina, y porque cada uno traduce más propia y claramente en su misma lengua que en la extraña, convendría traducir los libros de los médicos griegos en lengua castellana, como los árabes en España los tradujeron en arábigo [...] Estos y otros semejantes inconvenientes que deben acaecer en el mundo por la ignorancia de las letras extrañas se evitarían si los médicos griegos hablasen en castellano claro, y no en oscuro y bárbaro latín.

Todo lo cual desembocará en actitudes como la que revela este escrito de 1550:

...la presente materia [los mudos], especialmente por ser tan nueva e inaudita, se me ofreciese tocar algunas materias sabrosas de Humanidad; no por tanto querría perder lo más por lo menos, pues del un estudio me precio en lo principal, y el otro estudio tengo por accesorio y de recreación. E temeroso de aquesta impugnación y objeto, dejando algunas otras materias de humanidad para el que más como Humanista8 e historiador en este caso quiere escrebir; quiero en mi profesión...[...] no es de maravillar que por persona alguna de todos cuantos han escripto, ansí en Derecho como en Humanidad, no se haya discedido, ni tocado la cuestión. [...] Y la misma sentencia y parecer tiene Plinio en el libro I de su Historia Natural, aunque a mi parecer y juicio es gran error de Aristóteles y Plinio, siendo tan excelentes Filósofos e tan eminentes y doctos en todas las Artes y Sciencias, testificar y decir que de nunca oír ni haber oído los hombres de enfermedades que cobrasen siendo niños, perdiendo el oír, vienen a ser mudos y no hablar; porque si esto ansí fuese, daríamos verdadera la opinión de algunos Filósofos que han tenido que el hablar es artificio adquerida y aprendida como las otras Artes, e que no pudiendo oír no podía deprenderse, e que ansí quedaban los hombres mudos: porque aquesto es error y falso, pues el hablar es cosa natural en los hombres según la común escuela de todos los Filósofos; y ansí lo tiene, afirma y testifica con subtiles e inconvencibles razones Quintiliano en su libro III. Y aun el mismo Aristóteles lo tiene en el libro I de su Política, en el capítulo II; [...] Y esta es mi sentencia y parecer, fundada y probada en la forma susodicha; tenga y siga Aristóteles lo que quisiere; que la experiencia de lo que vemos e oímos en nuestros tiempos nos hace maestros con la autoridad de tan excelentes Varones, para que contra Aristóteles podamos decir y argüir todo lo contrario9.